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GOBIERNO DEL ESTADO DE MÉXICO

E D I TO R

CONSEJO CONSULTIVO DEL BICENTENARIODE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

ENRIQUE PEÑA NIETOPresidente

LUIS ENRIQUE MIRANDA NAVAVicepresidente

ALBERTO CURI NAIMESecretario

CÉSAR CAMACHO QUIROZCoordinador General

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Enrique Peña NietoGobernador Constitucional

Alberto Curi NaimeSecretario de Educación

Consejo Editorial: Luis Enrique Miranda Nava, Alberto Curi Naime, Raúl Murrieta Cummings, Agustín Gasca Pliego, David López Gutiérrez.Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, José Martínez Pichardo, Rosa Elena Ríos Jasso.Secretario Técnico: José Alejandro Vargas Castro.

Antología Juari!a© Segunda edición. Secretaría de Educación del E$ado de México

DR © Gobierno del Estado de MéxicoPalacio del Poder EjecutivoLerdo poniente no. :22, colonia Centro, C.P. ;2222,Toluca de Lerdo, Estado de México.

ISBN: %&'-("&-)%*-"""-&ISBN: %('-)')-(**-X (colección)

© Consejo Editorial de la Admini$ración Pública E$atal. !"#"www.edomex.gob.mx/[email protected]© Rodolfo García Gutiérrez Herederos de Rodolfo García Gutiérrez© Alfonso Sánchez García Herederos de Alfonso Sánchez García

Número de autorización del Consejo Editorial de la Admini$ración Pública E$atal CE: !"*/#/"&/#"

Impreso en México

Queda prohibida la reproducción total o parcial de e$a obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa del Gobierno del E$ado de México, a través del Consejo Editorial de la Admini$ración Pública E$atal.

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�- 122< !& cumplió el sesquicentenario de que dio principio la Guerra de Reforma, desencadenada por dos causas: por la negativa de los conservadores a aceptar la Con=itución

Federal de los E=ados Unidos Mexicanos, aprobada por el Congreso Con=ituyente el año anterior, y por las vacilaciones del entonces presidente de la república, Ignacio Comonfort, quien desconoció la vigencia de esa Carta Magna, que él mismo había promulgado y a la cual debía su inve=idura. Fue entonces cuando Benito Juárez recogió, en su cará>er de presidente de la Suprema Corte de Ju=icia, la bandera de la legalidad, que había sido profanada, y se convirtió en el paladín indiscutible de los principios liberales, que se consumarían en 3<;? con la emisión de las Leyes de Reforma, por las cuales quedó e=ablecida la separación de E=ado e Iglesia en México.

El E=ado de México, durante esa guerra —también llamada de Tres Años— fue escenario de episodios bélicos tan determinantes como las batallas de Calpulalpan y Xalatlaco, que decidieron el triunfo de los generales reformi=as Jesús González Ortega, Felipe Berriozábal e Ignacio Zaragoza, entre los más de=acados jefes que militaban al frente de las armas progresi=as. Sin embargo, nue=ra entidad no se cara>erizó únicamente por esos sucesos militares, sino porque desde varias décadas atrás venía siendo uno de los centros políticos donde el liberalismo arraigó para propagarse hacia las más diversas regiones, gracias a ideólogos como José María Luis Mora, Lorenzo de Zavala, Francisco Mode=o de Olaguíbel, Ignacio Ramírez El Nigromante y el insigne diputado con=ituyente de 3<;@, originario de Tenango del Valle, León Guzmán.

Benito Juárez, como figura emblemática del partido liberal y como abanderado del orden con=itucional, cruzó varias veces el territorio del E=ado de México, aunque sin detenerse por mucho tiempo, en razón de las dif íciles circun=ancias que condicionaban sus accidentados itinerarios por la república. A cambio de ello, su presencia se hizo sentir en las simpatías que deAertaba entre los ciudadanos partidarios del progreso, quienes en él veían al mejor defensor de las garantías individuales consagradas en el texto con=itucional. Así fue como el juarismo se aclimató, cobró fuerza durante las guerras de Reforma e Intervención, se consolidó con el triunfo de la República sobre el Imperio y habría de perpetuarse más allá de la muerte del prócer.

Precisamente para conmemorar el centenario lu>uoso de Benito Juárez, en 3?@1, el gobierno del profesor Carlos Hank González diAuso la edición de la Antología juari!a, conformada por sendos ensayos hi=óricos de los profesores Rodolfo García Gutiérrez y Alfonso Sánchez García, así como una selección poética hecha por el bibliógrafo Gonzalo Pérez Gómez y una compilación de discursos

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conmemorativos que realizó el archivónomo Leopoldo Sarmiento Rea. El antecedente del texto aportado por el mae=ro García Gutiérrez, notable prosi=a, fue el libro Liberalismo y liberales en el E!ado de México, editado en 3?;@ por Cuadernos del E=ado de México. En cuanto a la colaboración del mae=ro Sánchez García, periodi=a e hi=oriador, consi=e en una serie de apuntes que le habían servido como libro de texto para sus cursos en la preparatoria de la Universidad Autónoma del E=ado de México, que dieron lugar a una primera edición, en tres volúmenes, de su Hi!oria del E!ado de México y también a la versión definitiva de é=a, publicada en 3?@B por el Gobierno del E=ado de México.

Es deseo expreso del gobernador Enrique Peña Nieto que sean difundidos ampliamente los más señalados valores hi=óricos y culturales que enaltecen a México y que, por algún motivo trascendente, honran a nue=ra entidad. Por ello es que, para conmemorar dignamente los ciento cincuenta años del inicio de la Guerra de Reforma, se realiza e=a segunda edición de la Antología juari!a dentro de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, en una presentación más sencilla y con un diseño gráfico a>ualizado.

Hechos fundamentales, como los que significaron las luchas entre liberales y conservadores durante el siglo XIX, no deben ser olvidados por el co=o que tuvieron en sangre, fatigas y penurias para el pueblo de México, del que los mejores hijos entregaron su vida combatiendo por un ideal superior, que era el de fundar un orden legal basado en el reAeto a las libertades elementales del hombre y del ciudadano. El territorio del E=ado de México también recogió el fértil tributo de los mártires de la Reforma, pero en un suelo previamente abonado por los precursores del liberalismo nacional. En honor de ellos, los grandes liberales cuyo prototipo es Juárez, e=a obra e=á dedicada a perpetuar su memoria entre las nuevas generaciones de mexiquenses.

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�#*& ,&0*9%+ ,D+E.)7 en Santa Rosa, Coahuila, en 3@?2. Muere en México el 3B de diciembre de 3<BB. DeAués de breves pero brillantes e=udios en el famoso Colegio de San

Ildefonso, abandona las aulas para unirse al movimiento de Independencia. Pre=a servicios en las provincias de Veracruz y Michoacán. Cae prisionero en la acción de Monte Blanco, pero más tarde es indultado por el gobierno colonial. Fue diputado al Congreso Nacional por el E=ado de México y Presidente interino de la república, el año de 3<:1.

Su a>uación como diputado se di=ingue por su oposición a los ascensos otorgados por la Regencia a personas de dudosa condu>a y que no habían pre=ado servicios a la causa insurgente. Poco deAués de su representación popular, el presidente Guadalupe Vi>oria lo nombra comandante militar en el e=ado de Puebla.

Su e=adía al frente del gobierno de nue=ra entidad e=á no sólo separada por el tiempo, sino por la disímbola importancia de sus dos admini=raciones. La segunda época es toda ella una con=ante oscilación entre los intereses políticos de Guerrero y Bu=amante. No hay tiempo para otra cosa que para el duro batallar, pacificar y transar. No nos interesa, por tanto, e=a segunda función.

Melchor Múzquiz fue el primer gobernador que tuvo el E=ado de México. Fue ele>o deAués de algunas peripecias con Gómez Pedraza, el 3@ de septiembre de 3<1B. Fue el creador de la Admini=ración del E=ado. Sus esfuerzos se enfocaron a la organización de la hacienda pública de la que fue jefe supremo, por decreto que él mismo expidió. La probidad de Múzquiz fue proverbial, y de ella hablan con encomio hi=oriadores y biógrafos. En su primer año fiscal hubo en las arcas públicas un sobrante de cerca de trescientos cincuenta mil pesos. Múzquiz manejó grandes cantidades de dinero y, sin embargo, murió pobre. Su viuda, doña Joaquina Bezarez, para poder subsi=ir se vio obligada a abrir una escuela particular a la que concurrían niñas de la mejor sociedad de México.

Durante la admini=ración de Múzquiz se expidió el decreto del 3< de noviembre de 3<1B, por el que se creó el Di=rito Federal y fue designada la ciudad de México como residencia de los Poderes de la Unión. Nue=ro gobernante consideró e=e decreto como un atentado contra la naciente entidad. Prote=ó ante el Congreso Nacional y so=uvo durante más de un año la ilegitimidad de ese mandato. Solicitó ayuda a las legislaturas de los e=ados y encontró eco en la de Veracruz, que pidió la revocación del acuerdo.

Pocas veces un gobernador nue=ro ha demo=rado tanta entereza en la defensa del territorio que admini=ra. Aún con peligro de perder su

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relevante posición política defendió la dignidad e integridad de nue=ro e=ado. ¡Qué diferencia con los tiempos que hoy corren! Apenas hubo débiles prote=as contra el Di=rito Federal que nos saquea impunemente, como en el caso de las aguas del río Lerma, a cambio de cuya riqueza apenas nos ha dado las migas de unas cuantas escuelas.

Cuando Múzquiz vio perdido el caso sugirió a la Legislatura que los Poderes se trasladaran fuera de la ciudad de México. Fue de e=e modo como acatando el decreto del B de enero de 3<1@, los Poderes se trasladaron a Texcoco el 3 de febrero del propio año. El primer decreto expedido en la nueva capital del e=ado fue el que autoriza al Ejecutivo el ga=o de siete mil pesos para la apertura de un canal que debería unir la ciudad de Texcoco con el lago del mismo nombre, a fin de facilitar la comunicación con la ciudad de México. Es obvio que esa comunicación debería hacerse en embarcaciones a través del lago, pues de e=e modo la ruta resultaba mucho más corta que por el camino carretero.

El artículo séptimo del decreto de traslado rezaba: “A cada uno de los individuos que hayan de trasladarse, y disfruten de dos mil pesos para arriba, se les mini=rará en clase de auxilio para su e=ablecimiento y viaje, una cantidad igual a la cuarta parte de su sueldo anual”.

A quienes disfrutaban de menos de dos mil pesos se les sumini=ró una tercera parte de su sueldo. Los diputados sólo recibieron doscientos cincuenta pesos cada uno.

Fue también durante la admini=ración de Múzquiz cuando se promulgó la primera Con=itución Política del E=ado de México. Tuvo en ella señalada participación el do>or José María Luis Mora, y contiene avanzadas ideas: garantizaba la libertad individual, proscribía la esclavitud, desconocía los títulos hereditarios y prohibía a las manos muertas adquirir bienes raíces. E=e primer código e=atal fue expedido el 3B de febrero de 3<1@ y publicado solemnemente el 1C del mismo mes. “Poniendo la mano sobre los Santos Evangelios y levantando con la izquierda un crucifijo para besarlo” juró Múzquiz guardar y hacer guardar la Con=itución. Los fe=ejos para celebrar la promulgación duraron tres días y en ellos predominaron las ceremonias religiosas.

Un manifie=o publicado por el Congreso Con=ituyente, pinta a lo vivo la situación del e=ado en 3<1B y cuál era, gracias a los esfuerzos de la admini=ración de Múzquiz, en 3<1@. En 3<1B el e=ado, según el Congreso, no era otra cosa que una…

extensión considerable de territorio poblada por hombres sin otro vínculo de unión que el de su coexi!encia accidental. Los gérmenes

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de la discordia se hallaban e"arcidos por todas partes: las pocas autoridades que e!aban al frente de la admini!ración eran del todo nulas por la falta de medios para hacerse obedecer y de manos subalternas que auxiliando sus operaciones, hiciesen al gobierno presente en todas partes y uniesen al último habitante del territorio con el centro de la autoridad del poder.

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No había jueces ni medios para pagarlos; los que hacían sus veces eran desatendidos y aún públicamente insultados; los salteadores y bandidos cuyas cuadrillas tomaban un cará#er político, atacaban al ciudadano pacífico […] La división del territorio era tan heterogénea y tan fuera de todo arreglo y si!ema, que para cada ramo había una particular, cuyo resultado necesario era la confusión y el desorden […] La educación pública se hallaba en el mayor abandono: las escuelas de primeras letras eran muy escasas, mal dotadas y peor dirigidas, sin e!ímulo paras los preceptores ni fomento para los niños […]

El e!ado [concluía el Congreso] se ha formado, crecido y levantado a la sombra de sus benéficas leyes. Ese cadáver exánime se halla no sólo re!ituido a la vida, sino también lleno de vigor, de salud y lozanía.

Los párrafos anteriores mue=ran elocuentemente cuál fue la ímproba tarea que tanto el gobernante como los legisladores llevaron al cabo en bien de nue=ro e=ado y ha=a qué punto, desentendiéndonos de sus esfuerzos, los hemos olvidado por tantos años.

Por diferencias políticas, Múzquiz renunció al gobierno el día @ de marzo de 3<1@. La política le arrebató el mando, lo que no pudo quitarle ni le quitará nunca es el mérito de haber sido el creador de la vida in=itucional de nue=ra entidad. ¡Recibió un caos, entregó un e=ado!

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�%*%! F%06")*%! 9#/+8 que hayan a>uado en el E=ado de México, tan relevantes como el filósofo, escritor, orador y sociólogo, José María Luis Mora.

No e=uvo mucho tiempo entre nosotros e=e hombre eminente. Fue, en verdad, breve el lapso que participó en nue=ra vida pública; pero la huella de su paso por nue=ra entidad es imborrable. Fue diputado al primer Congreso Con=itucional, en tiempos del ilu=re general don Melchor Múzquiz. Ese primer Congreso nos dio la Con=itución e=atal de 3<1@, en la que se encuentran las primeras ideas progresi=as del liberalismo en el E=ado de México. En ese hi=órico documento, tuvo Mora una notable participación.

En su obra inédita Breve Hi!oria del E!ado de México, el abogado e hi=oriador Enrique González Vargas, señala como sigue los cara>eres esenciales de ese interesante si=ema legal:

La Con!itución del E!ado de México, del $% de febrero de $&'(, es obra del notable sociólogo de la Reforma, licenciado José María Luis Mora, y es digna de formar parte de sus Obras sueltas, tanto por la originalidad que presenta en la evolución del Derecho Con!itucional Mexicano como por lo avanzado, para su tiempo, de los principios renovadores de la sociedad mexicana.

Esa Con!itución con!a de trescientos veintisiete artículos, sin transitorios, divididos en siete títulos, subdivididos a su vez en capítulos, con rubro.

No sólo apunta ya las principales garantías individuales, sino que su agudo pensamiento denota también las bases de las garantías sociales; pues e"ecialmente el artículo noveno prohíbe las manos muertas. En el décimo primero e!ablece que sólo el poder público tiene fuerza imperativa, y en el décimo cuarto, asienta el principio de que el poder público tiene facultades para intervenir en los asuntos eclesiá!icos.

Al e!ablecer la célebre división de tres poderes, considera al Legislativo con!ituido por un si!ema unicamaral integrado por elección indire#a y popular, a razón de un diputado por cada cincuenta mil habitantes, o una fracción mayor de veinticinco mil; pero acotando que no podría tener menos de veintiún diputados.

Al in!ituir la división política a base de municipalidades y partidos, remata en la elección general, señalando un ele#or por cada cuatro mil habitantes o una fracción mayor de dos mil.

Prohíbe que sean ele#ores primarios o secundarios, los empleados, los miembros del clero, los militares y los funcionarios.

José MaríaLuis Mora

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Ordena que la Cámara debe sesionar ordinariamente dos veces al año y ser renovada parcialmente cada dos años, saliendo los elegidos en último lugar, y po!eriormente los más antiguos. E!o era, como se de"rende de la exposición de motivos, para darle coherencia a la obra legislativa.

Donde se refiere al Poder Ejecutivo, tiene rasgos muy originales, pues es una transición entre el si!ema unipersonal, y algo que sugiere el si!ema parlamentario de gabinete. En efe#o, di"one que el Poder Ejecutivo e!é integrado por un gobernador y un consejo ele#o por el Congreso. Por una sola vez, admite la reelección de gobernador. En la discusión de las leyes puede participar el Ejecutivo a través de sus consejeros. Los consejeros pueden ser reele#os y ser renovados por mitad, cada cuatrienio. El consejo puede nombrar un teniente gobernador, que conjuntamente con algunos consejeros, puede suplir al gobernador.

En el si!ema admini!rativo e!ablece una di"osición que considero también muy original, pues evita que el Ejecutivo tenga que intervenir en forma indire#a para controlar a los ayuntamientos, lo que obliga a desvirtuar las votaciones o a imponer a personas desconocidas por las comunidades, o descone#adas de ellas. En efe#o, in!ituye como base de la admini!ración al ayuntamiento ele#o, al que señala entre sus obligaciones la de vigilar los arreglos del repartimiento de tierras, al que concede una extraordinaria importancia; y por lo que ve al si!ema gubernativo, dividido en prefe#uras y subprefe#uras, di"one que represente al Ejecutivo en las localidades foráneas y le señala la obligación de informar sobre el cumplimiento del se#or municipal.

Los ayuntamientos deben e!ablecerse en forma obligatoria en cada pueblo que cuente con más de cuatro mil habitantes, y forzosamente en las cabeceras de partido, sobre la base de un alcaide síndico y regidores.

Por último, es también original la forma de renovación de los ayuntamientos, pues cada año deben ser reemplazados los alcaides, y por mitad el número de regidores. E!imo que e!e procedimiento facilitó la continuidad en la forma de admini!rar los asuntos de las comunidades, paliando las tensiones políticas.

Ha=a aquí lo que se refiere a la a>uación del do>or Mora en nue=ro e=ado, en donde por cierto recibió el título de abogado, el cual agregó a los que ya o=entaba de do>or en Filosof ía y Teología.

Agreguemos ahora algunos datos biográficos: nace José María Luis Mora en Chamacuero, Guanajuato, en o>ubre de 3@?B. Su padre, según el propio Mora, fue hombre acaudalado. E=udió José en

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Querétaro, y a la edad de trece años prosiguió sus e=udios en el Colegio de San Ildefonso, de México. En 3<31 obtuvo el grado de bachiller en Filosof ía. En sus días de alumno —dice el re>or del colegio— “fue de condu>a ba=ante buena”, e hizo sus e=udios con tanta aplicación, que ocupó siempre “los primeros lugares”.

En su época de vida e=udiantil comenzó la guerra de Independencia. A la casa de su padre, don José Ramón de Mora, se presentó un enviado de Hidalgo a solicitarle un pré=amo de ocho mil pesos para ayuda de la causa de Independencia. Don José Ramón quiso salvar el re=o de su fortuna, y la depositó en los fondos de la iglesia del Carmen de Celaya. ¡Previsión inútil! En efe>o, cuando Hidalgo pasó por esa ciudad tomó ese dinero y el de otros depositantes, también para ayuda de la insurgencia.

Es parca en facetas dramáticas la vida de Mora. Más que hombre de acción, fue un pensador social preocupado hondamente por alcanzar modos eficaces que hicieran posible el biene=ar de los mexicanos. E=udioso aco=umbrado a la profundidad del pensamiento y la claridad de los conceptos, define ante sus enemigos lo que entiende por “marcha política de progreso”:

Aquélla [decía] que tiende a efe#uar de una manera más o menos rápida la ocupación de los bienes del clero, la abolición de los privilegios de e!a clase y de la milicia, la difusión de la educación pública en las clases populares, absolutamente independiente del clero, la supresión de los monacales, la absoluta libertad de las opiniones, la igualdad de los extranjeros con los naturales en los derechos civiles, y el e!ablecimiento del jurado en las causas criminales.

Como se ve, en unas cuantas palabras define Mora la esencia del credo liberal. Y es que Mora fue hombre de va=ísimas le>uras. De Europa nos llegó el liberalismo, y nos llegó subterráneamente, en los libros prohibidos a los que sólo tenían acceso unos cuantos intele>uales. Gracias a la Con=itución eAañola de 3<31, carta de transitoria naturalización, adquiere la do>rina liberal entre nosotros. Cuando Fernando VII invalida la vigencia de esa Carta, el Partido Escocés que se había propue=o mantener entre nosotros los principios liberales, se convierte, por temor a la Inquisición, en una sociedad secreta. Por fin, cuando México obtiene su libertad, nace a la vida pública otro partido, el Yorquino, notorio por sus exaltadas ideas. E=os dos partidos, en los que no se escasean los masones, juegan un papel de primera magnitud en los primeros años de nue=ra vida política como nación.

Parece que Mora, a pesar de sus ideas, no perteneció a ninguno de e=os dos partidos. De otro modo, no hubiera escrito en El Observador [3<1@] un artículo en el que fu=iga a las logias

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escocesas y yorquinas: “El origen inmediato de nue=ras desgracias [dice] no ha sido otro por cierto que la contienda ruidosa de dos de e=as asociaciones, que han luchado ha=a el último aliento por la posesión del poder”.

DeAués de su e=ancia entre nosotros, sigue Mora participando en la política nacional, cuando no como escritor, como diputado o como funcionario. Pero donde su talento se manifie=a en toda su brillantez, es como consejero de don Valentín Gómez Farías, en el gobierno de 3<:: a 3<:B, que inicia, como se sabe, la Reforma en México. El programa liberal en el que Mora tomó una notoria participación, contenía revolucionarios propósitos, como el de la supresión de las leyes represivas de la prensa; la abolición de los privilegios del clero y la milicia; la supresión de los conventos; la de=rucción del monopolio del clero en la educación pública; la abolición de la pena de muerte por delitos políticos y algo que representa una previsión genial de la inju=a invasión norteamericana de 3<B@, o sea la preservación de la integridad de nue=ro territorio ab=eniéndose de conceder irreflexivamente el e=ablecimiento de colonias extranjeras.

Pero mientras que Mora aconsejaba una acción enérgica y sorpresiva, en lo que hay que advertir su sagacidad política, Gómez Farías intentaba llevar a cabo pacíficamente la Reforma. Mientras tanto, el receloso Santa Anna, con el apoyo del clero y la milicia, contra quienes apuntaba con derechura uno de los principales propósitos reformi=as, inició la reacción. Entonces Mora fue objeto de persecuciones que lo obligaron a expatriarse en Europa, hacia donde marchó en 3<:B. Se radicó en París añorando siempre la patria lejana, según se deArende de la correAondencia que so=uvo con sus amigos. En la capital de Francia escribió sus libros México y sus revoluciones y Obras sueltas, y vivió en situación tan precaria que en ocasiones e=aba diAue=o a trabajar ha=a por el salario que se da a un criado.

En los días de la invasión norteamericana, don Valentín Gómez Farías que era vicepresidente otra vez en el gobierno de Santa Anna, nombró a Mora “enviado extraordinario y mini=ro plenipotenciario de México en Inglaterra”. Minado por la tuberculosis, ejerció su cargo por breve tiempo.

Aunque lo deseaba vehementemente, nunca pudo volver a la patria, por los peligros que para la integridad de su vida representaba su regreso.

El do>or José María Luis Mora murió en París, el 3B de julio de 3<;2. Fecha relevante para el deceso de un hombre que tanto se significó en vida por las ideas revolucionarias que lo alentaron.

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�%,/+&! 9#G E.& son tragedias vivientes. Otros, poseen el don carismático, “ángel”, como se dice ahora, por ignorante comodidad. Otros más, son hombres paradójicos, sublimes

de=errados del Paraíso, cima y abismo. A e=e género pertenece Lorenzo de Zavala. Talento singular el de e=e yucateco metido por siempre en la intriga, la cábala, el escándalo. Pensador, político y hombre de acción, como lo fueron más tarde los liberales de 3<;@, desdeña el peligro y no le arredran ni las persecuciones ni los calabozos.

Recibe Zavala una educación esmerada en la que no faltan latines y filosof ías. Cuando es todavía un mozalbete, se adhiere al movimiento de la Independencia en su nativa Mérida, y se convierte en el promotor de las Juntas de San Juan. Como expone sus ideas libertarias con o=entoso desenfado, va a parar con todo y sus ideales a la prisión de San Juan de Ulúa. Cuando recobra la libertad, resulta ele>o diputado por las Cortes EAañolas. EAíritu sagaz, su e=ancia en el Viejo Mundo le sirve para hacer preciosas observaciones. Diríase un Tocqueville a la inversa, atento para captar todo lo que ayude a madurar sus ideas democráticas.

Zavala es un político nato. No puede vivir fuera del vértigo a que lo arra=ran los partidos. Es diputado con=ituyente y presidente del Congreso que dio a México la Carta de 3<1B. Cuando no salta de una Cámara a otra, ora como diputado, ora como senador, lo encontramos reda>ando artículos en el Águila mexicana, o de=errado voluntariamente en París, escribiendo su discutido Ensayo hi!órico.

Afiliado al partido yorkino, hace triunfar a los suyos desde su encargo de dire>or de Elecciones, en Toluca, en 3<1C. En recompensa, sus protegidos y correligionarios lo eligen gobernador del E=ado de México, pue=o que habrá de ocupar en dos ocasiones. Toma posesión por primera vez el < de marzo de 3<1@.

Sólo en el usufru>o del poder pueden los hombres realizar su ideario y Zavala no quiere perder el tiempo. Diez días deAués de su arribo declara propiedad del E=ado los bienes de las Misiones de Filipinas, y se adelanta varios lu=ros a la Reforma. Prohíbe también la inhumación de cadáveres en las iglesias.

Los caudillos sobrevivientes de la Independencia o=entan un furibundo sentimiento antihiAano, y maquinan para que los e=ados decreten la expulsión de los eAañoles. El Congreso del E=ado de México legisla en tal sentido. A sabiendas de que puede caer en desgracia —é=e es el origen de sus desventuras—, Zavala se opone al decreto porque, según él, anula las promesas del Plan de Iguala, viola los Tratados de Córdoba y es contrario a las garantías que otorga la Con=itución a los mexicanos. Además se de=ruyen

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fortunas o se llevan fuera del territorio del e=ado. E=a oposición lo enemi=a con su partido y e=á a punto de caer de la gracia del presidente Guerrero. Finalmente, no le queda otro remedio que doblegarse, y el decreto de expulsión se promulga.

Más tarde, yorkinos y escoceses luchan por la presidencia de la república. Las pasiones se desatan; las ambiciones se desbocan. Tortuosas maniobras se ponen en marcha. En e=a trama Zavala representa un papel importante. Nunca un gobernador del E=ado de México ha desempañado una función tan relevante en la política nacional. Los partidos galantean con Zavala. Le ofrecen la vicepresidencia de la república; pero él se mantiene fiel a Guerrero, a pesar de todas las ofertas.

Cuando sus enemigos triunfan, él se pone a salto de mata en los montes de Ocuilan con unos cuantos partidarios, hombre que no se deja vencer por los reveses, abruma las imprentas con manifie=os y artículos en contra de sus enemigos. Cuando quiere, regresa a México, y es reAonsable de los excesos de la Acordada. Vuelve de nueva cuenta al E=ado de México como gobernador y, bajo su influjo, de marzo a junio de 3<::, el Congreso local realiza la tarea legislativa más brillante de periodo alguno en todos los tiempos. Expue=o a los azares de los partidos políticos, otra vez huye Zavala, ahora con rumbo a Zitácuaro, perseguido por un ejército, como si se tratara de un facineroso. Empero, regresa, deAués de una transacción de partidos, todavía como gobernador. Aún tiene tiempo de mo=rar un comportamiento generoso en extremo durante la epidemia de cólera que azota la entidad. Aún alcanza el honor de ser llamado Benemérito del E=ado.

Por fin, cansado de intrigas, ardides y persecuciones, decide ir como embajador de México ante Luis Felipe. De aquí en adelante su e=rella se eclipsa. Del alto sitial de benemérito habrá de pasar a la hi=oria con el execrable baldón de traidor a la patria. Azuza a los texanos a la guerra contra México, y origina el desa=re de 3<B@.

Pero e=e traidor a la patria es a cambio uno de los grandes gobernadores del E=ado de México. Pocas, muy pocas ocasiones, una admini=ración ha sido tan fecunda como la suya. Crea el In=ituto Científico y Literario, que ha de eAerar más de cien años para convertirse en Universidad; funda la Biblioteca Pública; repara las carreteras de Veracruz y Toluca; con=ruye un canal que cone>a a la ciudad de Texcoco con el lago del mismo nombre; nacionaliza las propiedades del duque de Monteleone y Terranova, descendiente de Cortés; suprime el monopolio del tabaco, antes e=ancado; di=ribuye entre los ayuntamientos terrenos baldíos; funda El Reformador, periódico oficial; excluye al clero de la enseñanza de la juventud.

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Es partidario de la colonización porque piensa que uno de los medios para salvar a México es el de poblar sus desiertas tierras. En contra de Lucas Alamán, so=iene que la economía nacional debe e=ar basada en la agricultura. Como avizora el peligro de una revolución motivada por la mala di=ribución de la tierra, divide haciendas por casi medio millón de pesos —cuantiosa para su tiempo— y las reparte entre más de cuarenta pueblos indígenas del valle de Toluca.

Zavala el paradójico, benemérito y traidor. Mae=ro de los liberales de 3<;@, y precursor del agrarismo mexicano.

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�0 0)/&+#0)!,% ,&()*#-% ha tenido en nue=ra entidad, desde el principio de la Independencia, profundas raíces. Eminentes pensadores y militares lucharon en di=intas

épocas para ver triunfantes las ideas que encauzaron a la patria por los caminos del progreso.

Los representantes populares que promulgaron en Texcoco la Con=itución e=atal de 3<1@ plantearon no pocas soluciones, en las que se encuentran los gérmenes de las ideas que habían de alcanzar su máxima expresión en el Congreso Con=ituyente de 3<;@.

José María Luis Mora, diputado al Congreso que promulgó esa Con=itución, reconocido hoy como uno de los ideólogos y precursores del liberalismo mexicano, inAiró en esa asamblea numerosos decretos de una progresi=a ideología y luchó contra los fueros y privilegios de sacerdotes y militares. Sus ideas Hque se pueden eAigar a lo largo de sus escritos, así como en sus sabias intervenciones en los debates de la misma asamblea legislativaH no dejan lugar a dudas de que fue el más sagaz de los liberales mexicanos, por cuanto que supo señalar del modo más clarividente los la=res que frenaban el progreso de nue=ra patria.

El decreto número @ del primer Congreso Con=itucional de nue=ra entidad, fechado en Texcoco el 11 de marzo de 3<1@ decía:

El Congreso del E!ado de México ha decretado lo siguiente:

Art. $. Se declaran pertenecientes al E!ado de México todos los bienes que poseen en el mismo, los ho"icios de!inados para las misiones de Filipinas.

Art. '. Los que adquieran algunos en fraude de e!a determinación, los perderán irremisiblemente y las autoridades a que toque velarán exa#amente su cumplimiento.

Art. ). De los fondos del e!ado se mantendrán las iglesias que por cuenta de ellos se so!ienen en él y se juzgue necesario que continúen.

Art. %. A los religiosos comprendidos en el artículo $ se les mini!rará por el gobierno, si residieren en los puntos del e!ado que aquel les designe, una pensión anual de cuatrocientos pesos cada uno para sus alimentos.

Lo tendrá entendido […] dado en Texcoco a '' de marzo de $&'(.

E=e decreto, como es obvio, se anticipó con mucho a las leyes de Desamortización de los Bienes del Clero y fue expedido durante la

Un decretoreformador

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admini=ración de Zavala, que no sólo se contentó con un liberalismo teórico, sino que puso en prá>ica sus ideas, inclusive las agrarias, como lo comprueba el reparto de tierras que llevó a cabo en el valle de Toluca.

En e=o último Zavala se adelantó a los con=ituyentes de 3<;@, que pasaron como sobre ascuas por el problema de la repartición de la tierra; y también a la Revolución de 3?32, que enarboló el reparto de la tierra como uno de sus más preciados ideales.

Casi no es necesario recalcar, siguiendo la traye>oria liberal del E=ado de México, que años antes de efe>uada la Revolución de Ayutla, nue=ra entidad, a través de Ignacio Ramírez y de toda la falange de jóvenes que acompañaron al gobernador Francisco Mode=o de Olaguíbel, alimentaba desde entonces la llama del ideario liberal.

Progresi=as leyes fueron inAiradas por Ramírez en el gobierno de Olaguíbel, como la abolición de las alcabalas, la Ley de Alumnos Municipales y la de la Libertad de los Municipios. E=o, sin contar con su labor docente en el In=ituto Literario, donde formó un numeroso grupo de jóvenes con ideas avanzadas, entre los que de=acaron Gumersindo Mendoza, Juan y Manuel Mateos, Joaquín Alcalde, José Fuentes y Muñíz, José María Condés de la Torre y, naturalmente, Ignacio Manuel Altamirano.

También por e=e tiempo, e=uvo en Toluca, siendo niño, el ilu=re periodi=a liberal don Francisco Zarco.

Po=eriormente, cuando era gobernador Mariano Riva Palacio culminaron los trabajos del Congreso Con=ituyente de 3<;C-3<;@, y ese gobernante, quien era liberal, aunque moderado, ordenó fuera impresa en nue=ra entidad la hi=órica Carta Magna. Representando a nue=ro e=ado firmaron ese importante documento los diputados León Guzmán, en su cará>er de vicepresidente del Congreso; Antonio Escudero, José L. Revilla, Julián E=rada, I. de la Peña y Barragán, E=eban Páez, Rafael María Villagrán, Francisco Fernández de Alfaro, Ju=ino Fernández, Eulogio Barrera, Manuel Fernando Soto e Isidro Olvera, secretario del Congreso.

Con=a que Mariano Arizcorreta y Prisciliano Díaz González, aunque no aparecen como signatarios de e=a Carta, tomaron parte en los debates del Congreso como representantes de nue=ra entidad.

Como es natural, no todos nue=ros diputados tuvieron una a>uación de=acada; pero tres tienen méritos suficientes para que el E=ado de México pueda envanecerse de ellos, pues no en balde formaron parte de la generación más brillante que ha tenido nue=ro país.

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León Guzmán salvó la Con=itución en los críticos momentos en que e=uvo a punto de ser su=ituida por el Código de 3<1B. Prisciliano Díaz González presentó ante el Congreso un elocuente voto particular en defensa de la integridad territorial del E=ado de México. Isidoro Olvera e=uvo, por sus ideas de redención social y de propiedad de la tierra, a la misma altura que Ponciano Arriaga, a quien nadie escatima sus enormes merecimientos de pensador y de sociólogo, que le han valido el merecido título de Padre de la Con=itución.

E=os son, someramente, en el campo del liberalismo, los timbres de orgullo de que pueda ufanarse nue=ro e=ado. ¡Lá=ima que la culminación del año de la Con=itución y del pensamiento liberal mexicano sorprenda a los liberales de e=a ciudad, atizando una hoguera de inútiles discusiones. ¡Se hubiera podido hacer tanto, e=udiando y divulgando el pensamiento de nue=ros grandes reformadores, y aclarando muchos puntos oscuros de su a>uación política!

Menos mal que eAeran en lo porvenir generaciones más comprensivas que honrarán a nue=ros eximios liberales, con el mismo fervor que ponen los pueblos civilizados en el culto de sus grandes hombres.

Línea ##)El autor hace alusión al

escándalo suscitado a raíz de que el Ayuntamiento cambió el

nombre del Portal Reforma por el del poeta Horacio Zúñiga.

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�#*)$# 0# +&FD/0)*# a una vida independiente, una de las principales preocupaciones de los hijos del E=ado de México fue la educación superior. No de otro modo los legisladores

in=ituyeron en la primera Con=itución e=atal de 3<1@, que en el lugar donde se asentase la capital del naciente e=ado, debería haber un In=ituto Literario. Sin embargo, e=e afán de nue=ros primeros legisladores no se pudo llevar a cabo durante los primeros años de vida independiente. Fue ha=a cuando los poderes se trasladaron de Texcoco al antiguo pueblo de San Agu=ín de las Cuevas, cuando el Primer Congreso Con=itucional del e=ado se avocó a la discusión de lo que de hecho fue la primera ley orgánica del plantel.

En la sesión del 3; de ago=o de 3<1@, al dirigirse a los legisladores, el gobernador Lorenzo de Zavala decía:

Uno de los e!ablecimientos que más urgentemente deben llamar la atención del Congreso, es el de una casa de educación que proporcione a los hijos del e!ado los conocimientos de que por si!ema del pasado gobierno carecieron ha!a hoy los mexicanos. El artículo ''& de la Con!itución prescribe la creación de un In!ituto Literario en el lugar de la residencia de los supremos poderes, e"erando que deberá abrazar todos los ramos de in!rucción pública. El $) atribuye al gobernador la obligación de promover la ilu!ración del e!ado, y el )' al Congreso de si!emar [sic] la educación pública. El ejecutivo ha comenzado a plantear los primeros cimientos de ese edificio moral. Dará cuenta en su tiempo con lo que ha hecho dentro del círculo de sus facultades, al Congreso corre"onde arreglar y formar el plan de in!rucción pública. E!e e!ablecimiento es urgente, porque la ilu!ración es el más firme apoyo de las in!ituciones liberales, y porque es mengua del E!ado de México carecer de un In!ituto Literario al paso que otros se han apresurado a formarlo, y cuando e!os dan idea del e!ado de civilización o ignorancia de las naciones.

Concluía asegurando que la primera enseñanza para ambos sexos “e=aba montada en San Agu=ín de las Cuevas como podía e=ar en lugar más culto e ilu=rado de la República”.

Ocupado el Primer Congreso Con=itucional en discutir las medidas que deberían adaptarse para reprimir la sublevación de Montaño que tuvo su origen en territorio del e=ado, y en las diAosiciones de expulsión de eAañoles, la Comisión de Educación no había podido leer el di>amen relativo a la creación del In=ituto Literario, a e=o se debió que el gobernador, en la sesión de clausura del periodo de sesiones, se dirigiera a los diputados en e=os términos:

Al aprobar el plan de e!ablecimiento literario que el Ejecutivo ha tenido el honor de presentar al Congreso, deberá dar exi!encia moral

El liberalismoy la educación

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al grande, rico y heroico E!ado de México. La separación de su antigua capital que por otra le ha traído muchas ventajas, le dejó sin e!os grandes elogios y demás in!itutos literarios, que si bien se recienten de los tiempos en que se fundaron por el método de e!udios adaptado en ellos, tienen sin embargo muchos elementos de sabiduría y virtud. Al levantar e!e e!ablecimiento se va a dar atención, maje!ad y grandeza a pueblos que yacen en la oscuridad y olvido; a sacar a luz muchos ingenios agobiados bajo el peso de la super!ición y de la ignorancia; y a generalizar la ilu!ración entre las clases que e!aban condenadas a la ignominia y a la esclavitud. Naturalmente se obrará en principio con lentitud por la escasez general de profesores y de libros elementales; pero contando el gobierno con el celo de sus agentes, con la con!ancia de los direc–tores y con la a#iva cooperación de los ciudadanos ilu!rados que deseen ardientemente los progresos de las luces, no duda triunfar al fin de todos los ob!áculos.

Conjurada la sublevación de Montaño por la intervención del presidente Guerrero, pudo el Congreso Con=itucional avocarse a tan importante asunto en la sesión del 3; de enero de 3<1<. El a>a dice que “se leyó y puso a discusión en lo general, el di>amen sobre la erección del colegio”. El señor González Caraalmuro, en su cará>er de presidente del Congreso, hizo recalcar “los felices efe>os de la sabiduría de las naciones”, concluyó señalando las ventajas que los pueblos han obtenido con las ciencias y las artes, y terminó pidiendo que aprobase en lo general el di>amen de erección del In=ituto Literario.

Don Epigmenio de la Piedra, que deAués se había de di=inguir por las brillantes proposiciones que hubieron de enriquecer lo que podría llamarse primera ley orgánica del In=ituto Literario, comenzó por objetar el e=ado de la Hacienda Pública, que no podría soportar el pago de sueldo de todos los profesores, por lo que pedía que algunas cátedras se redujeran a una sola, como las de Gramática Latina y Ca=ellana que podrían ser cubiertas por un solo profesor. Pugnaba por la unión de otras materias como la de Francés con Dibujo y la de Matemáticas con Filosof ía.

A los diputados que presentaron objeciones de tipo económico, el presidente del Congreso conte=ó diciendo:

El e!ado es rico: cuenta con inmensos recursos, y puede que pongan a su di"osición como unos cuarenta mil pesos que producen las temporalidades de los filipinos, cuya suma así como la de cuarta episcopal, no podrá tener otro de!ino más análogo a su fin que la educación cri!iana y científica de la juventud.

El primero de los artículos a discusión del di>amen presentado por la Comisión de Educación, decía:

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El Congreso para dar cumplimiento al artículo ''& de la Con!itución del e!ado, organiza provisionalmente y dota al In!ituto Literario de in!rucción pública pagando de los fondos del e!ado las plazas de re#or, mae!ro de aposentos, nueve catedráticos y portero de las escuelas de ambos sexos.

El Presidente agregaba que, prescindiendo de la designación de re>or, mae=ro de aposentos y catedráticos, en la que no podían menos que convenir todos los legisladores, era necesario el e=ablecimiento de cátedras como las de Matemáticas y Dibujo, y las de Latinidad y Francés.

El diputado Escudero opinaba que para acabar con los curanderos deberían impartirse en el nuevo colegio cátedras como las que enseñasen la “conservación de la salud, lo mismo que la ob=etricia, higiene y anatomía”.

En la sesión del 3C de enero de 3<1B se aprobó la primera parte del artículo que dice: “El Primer Congreso Con=itucional para comenzar a cumplir según lo permiten las a>uales circun=ancias, el artículo 11< de la Con=itución del e=ado, funda, erige y organiza provisionalmente de sus fondos públicos, un in=ituto literario”.

De las discusiones habidas se deduce que la principal preocupación de nue=ros primeros legisladores fue la precaria situación del tesoro público. E=e hecho se comprueba porque se aprobó, en casi todos los casos, que un mismo catedrático sirviera por un sólo sueldo dos clases o desempeñara alguna comisión extra.

Previa discusión fue aprobado el siguiente personal para el naciente colegio:

Un re#or con *$,'++, con obligación de servir también una cátedra. Un mae!ro de aposentos con *%++ con obligación de atender también la mayordomía. Un portero con *$'+. Dos mozos con *$,'. Un catedrático de idioma Francés y dire#or de Dibujo con *(++; y un ayudante en la dirección de Dibujo, con *'++. Un dire#or de la Escuela Lanca!eriana con *&++; y su ayudante con *'++. Para co!os de aseo de dicha escuela, *-+. Una dire#ora de la Escuela Lanca!eriana para niñas, *-++. Una ayudanta con *'++. Un catedrático de Matemáticas con *(++. Por dos cátedras de Gramática Latina *$,'++. Dos de Filosof ía, *$,%++. Un catedrático de Teología con *(++. Una cátedra de Derecho Canónico y Civil, e Hi!oria Eclesiá!ica, y otra de Derecho Con!itucional, Público y Economía Política, con *(++ cada una.

En la parte relativa a los alumnos se aprobó lo que sigue:

Habrá en el In!ituto '% becas de elección, tres por cada prefe#ura, y serán so!enidas por los fondos públicos que mini!rarán *)++

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por cada una de ellas. Dichos niños serán ele#os de la forma siguiente: cada Ayuntamiento de entre los niños que haya en sus municipalidades que sepan leer y escribir que sean de potencias claras y de"ejadas, bien inclinados, y de familias pobres, elegirá a la prefe#ura, en donde a presencia del Ayuntamiento de entre los niños todos de las municipalidades, se sacarán por suerte los tres de que habla el artículo anterior. En el caso de vacante de uno o más de e!os niños, avisará el re#or al gobernador, quien lo hará al prefe#o o prefe#os del di!rito o di!ritos donde corre"ondan las vacantes, para que se reemplacen a la mayor brevedad y en la forma y método que expresa el artículo anterior.

Por lo que se refiere a los discípulos, los legisladores acordaron que:

En el In!ituto se recibirán niños pupilos, por la cantidad de *$'+ anuales de colegiatura, de la que representarán un fiador, y pagarán por tercios adelantados, mini!rándoseles por dicha cantidad lo que es co!umbre en los colegios del Di!rito Federal.

También se admitirán pupilos en el In!ituto, a quienes se les mini!rará lo mismo que a los que vengan de las prefe#uras, dando *)++ en la misma forma y con las mismas precauciones que expuso el artículo anterior.

Asimismo se admitirán pupilos, que pagarán )+ pesos de colegiatura anuales en la misma forma y términos que arriba se expresa, y por los que se les darán en el In!ituto, habitación, libros, y demás útiles para la in!rucción: pero los alimentos se los darán sus padres, y lo mismo los ve!idos que serán conformes o iguales a los que se asignen a los alumnos del colegio.

E=a proposición, como muchas de las anteriores, se debió a don Epigmenio de la Piedra, quien se mo=ró vivamente interesado en la fundación del In=ituto, apoyado en e=as razones:

e!e artículo proporciona la in!rucción y enseñanza a muchos jóvenes cuyos padres no tienen proporciones de erogar los ga!os que los otros colegiales de quien se ha hablado en los artículos anteriores.

Capenses se admitirán en todas las clases, cuantos se presentaren; y de é!os tendrán debido conocimiento los superiores del In!ituto que según las con!ituciones deben tenerlo; [pues] facilita la enseñanza aun a los jóvenes de fuera del colegio, [como decía el señor González Caraalmuro].

Trascribimos en seguida lo que los legisladores acordaron acerca de los servicios del In=ituto:

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Ninguno de los que obtuvieren empleo o de!ino alguno, por el que disfruten algún otro sueldo o pensión, podrá obtener alguna plaza en el In!ituto Literario, a no ser que renuncie la otra; y si algún individuo del In!ituto fuere ele#o popularmente, durante sus funciones no percibirá la pensión corre"ondiente a la plaza del In!ituto, sino que se dará íntegra a quien le su!ituya por nombramiento de la junta in"e#ora del In!ituto.

Los diputados, mini!ros del Supremo Tribunal de Ju!icia, consejeros, gobernador y vicegobernador del e!ado, durante sus funciones, se deberán considerar como miembros del In!ituto Literario, y todos reunidos formarán la Suprema Junta In"e#ora del In!ituto, que el día $+ de marzo de cada bienio, nombrará su presidente, dos secretarios y un tesorero. En el mismo día nombrará también de entre ellos mismos quince individuos, que formarán la Junta In"e#ora del In!ituto, y a cargo de e!a Junta In"e#ora del In!ituto, e!ará velar sobre el puntual cumplimiento y fiel desempeño de las obligaciones re"e#ivas de los empleados en el In!ituto; cuidar de la buena inversión de sus fondos; del cumplimiento de los e!atutos; fijar los rotulones convocando para las cátedras vacantes, y por votaciones hacer la calificación de idoneidad y suficiencia de los que hayan de premiarse.

El diputado González Caraalmuro consideraba utilísimo e=e artículo porque:

Dándole al colegio por miembros suyos a sujetos de representación y poder, y confirma y corrobora su subsi!encia [la del In!ituto] y la hace capaz de tantas mejoras, cuantas sean las que puedan darle las personas de que habla el artículo que por su ilu!ración y por el re"eto que en el e!ado ocupan deben precisamente e!ar interesados en la educación de las luces.

En lo relativo a la asi=encia de alumnos y apertura de clases, el Congreso decía:

No se abrirá ninguna cátedra ha!a que no haya tres cursantes para ella, y el sueldo comenzará a correrles a los individuos empleados en el In!ituto desde el momento en que se presenten a desempeñar sus funciones.

Una comisión e"ecial del seno de e!e honorable Congreso, procederá conforme a su reglamento interior a formar a la mayor posible brevedad los e!atutos, reglamentos y di!ribuciones que hayan de observarse en el In!ituto, y a designar las obras o libros que hayan de adoptarse para la enseñanza.

Por lo que ve a útiles escolares, el Congreso acordó lo que sigue:

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A N T O L O G Í A J U A R I S TA

Se designará el fondo necesario al In!ituto para que en él se tenga un surtido competente de los utensilios necesarios a la in!rucción de los niños, y de los libros que designen para la enseñanza, los que se darán a los pupilos por la colegiatura asignada en los artículos anteriores, y a los capenses o demás alumnos que ocurran por ellas al co!o que tuvieron, procurando sea el más cómodo posible.

Aunque no fue aprobado por el Congreso, don Epigmenio de la Piedra propuso un artículo para que hubiese en el colegio una cátedra de Medicina, dotada con I3,122, cuyo encargado asi=iese, por la iguala de otros I:22, a los enfermos dependientes del mismo plantel. Como es obvio, é=e es el más remoto antecedente de la a>ual Escuela de Medicina.

Por lo que se refiere a la Junta Dire>ora del naciente colegio y a la oposición de cátedras, se aprobaron los siguientes artículos:

En cumplimiento del decreto número “tantos” del Primer Congreso Con!itucional del E!ado de México, queda in!alada e!a suprema junta dire#ora del In!ituto Literario del mismo.

La junta in"e#ora con arreglo a la facultad que le da el mismo artículo fijará rotulones en las puertas del In!ituto, y convocará por los periódicos a concurso para oposiciones a las cátedras que se han de proveer en e!a ciudad.

Al opositor que reuniere la mayoría absoluta de votos en la junta in"e#ora, el gobierno expedirá gratis su título de catedrático o dire#or.

En defensa y elogio del náhuatl, los señores Cardona, González Caraalmuro, Anaya y Ca=orena, hicieron la siguiente proposición:

Pedimos que en atención a su belleza y mérito intrínseco del idioma mexicano, que en atención a la conveniencia y necesidad que hay de que por su medio se generalicen las luces y sentimientos, se e!ablezca en el In!ituto Literario de e!a ciudad, una cátedra de e!e idioma, dotada con *-++.

El señor González Caraalmuro vigorizaba la proposición aduciendo que la lengua náhuatl es superior a la latina y sólo comparable a la griega, y que su enseñanza debía proporcionarse a la juventud mexicana y que, atendida la educación, nos hace iguales en pensamiento y en ideas, había de sacar a los indígenas del abatimiento en que yacían.

Al cerrar su periodo de sesiones el Primer Congreso Con=itucional, el gobernador don Lorenzo de Zavala aquilataba en todo su valor las tareas del Congreso en lo relativo a la erección del In=ituto, diciendo:

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Habéis con todo trabajado en una materia importante. Penetrado el Congreso de que la base de felicidad social es la in!rucción pública, y convencido de que sin ilu!ración no hay verdadera libertad, consagra!eis el tiempo preciso que os dejaban e!as atenciones, a la discusión del decreto para el e!ablecimiento de un in!ituto literario. Habéis concluido e!e decreto creador del edificio moral planteado por primera vez en el e!ado. ¿Quién podrá di"utarnos e!a gloria inmortal? Nue!ros descendientes [agregaba proféticamente] recordarán con gratitud y admiración la energía e ilu!ración de los legisladores, que di!raídos por tantas atenciones, no olvidaron atender a la educación pública, base y fundamento de la felicidad de los e!ados.

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�0 *).$#$#-% 0%+&-7% de Zavala, gobernador del E=ado Libre de México, a todos sus habitantes, sabed que el Congreso ha decretado lo siguiente:

Artículo 3. Primer Congreso Con=itucional para comenzar a cumplir según lo permitan las circunstancias, el artículo 11< de la Con=itución del E=ado, funda y erige de los fondos públicos del mismo, y provisionalmente organiza un in=ituto literario que tendrá:

Un re>or que servirá alguna de las cátedras de facultad mayor, dotado anualmente con I3,122.

Un catedrático de Teología, con la de I@22 anuales.

Un catedrático de Derecho Canónico y Civil, e Hi=oria Eclesiá=ica, con la de I@22 anuales.

Un catedrático de Derecho Con=itucional Público y Economía Política, con la de I@22 anuales.

Dos catedráticos de Filosof ía, con I@22 anuales cada uno.

Un catedrático de Matemáticas, con I@22 anuales.

Dos catedráticos de Gramática Latina y Ca=ellana, con la de IC22 anuales cada uno.

Un catedrático de Idioma Mexicano, con la de IC22 anuales.

Un mae=ro de aposentos que hará también de mayordomo, con la dotación de IB22 anuales.

Un catedrático de Idioma Francés, que sea ju=amente dire>or de Dibujo, con la de I@22 anuales.

Un ayudante del mismo en la dirección de Dibujo, con la de I122 anuales, y sesenta más para ayuda del aseo de la misma.

Un ayudante de dicho dire>or, con la de I122 anuales.

Una dire>ora de la Escuela Lanca=eriana para niñas, con la de IC22 anuales.

Un ayudante de la misma, con la de I122 anuales.

Un facultativo de medicina y cirugía, dotado con IB22 anuales para la asi=encia de los individuos del In=ituto Literario; a é=e lo nombrará la Junta InAe>ora del mismo.

Decreto que ordena la

fundación y erección

del Instituto Literario

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A N T O L O G Í A J U A R I S TA

Un portero, con la de I312 anuales.

Dos mozos, con la de I?C cada uno.

Artículo 1. De cada una de las prefe>uras del e=ado, vendrán tres niños al In=ituto Literario, para cuyo so=én se mini=rarán de los fondos públicos, I:22 anuales por cada uno, para alimentos, ve=idos, libros y utensilios.

Artículo :. É=os serán elegidos en la forma siguiente: cada ayuntamiento de entre los niños que haya en sus municipalidades (prefiriendo los que sepan leer y escribir, que sean de potencias claras, bien inclinados y de familias pobres o indígenas) escogerá tres, de los que por suerte sacará uno, cuyo nombre lo remitirá a la prefe>ura reAe>iva donde a presencia del ayuntamiento de la cabecera del di=rito, de entre todos aquellos cuyos nombres hayan remitido las municipalidades, se sacarán por suerte los tres de que habla el artículo anterior, y a los padres o superiores de los que la obtuvieron oficiará en el a>o el prefe>o para que a la mayor posible brevedad los conduzcan al colegio.

Artículo B. En el caso de vacante de una o más de e=as becas, avisará el re>or al gobernador, quien hará se llenen a la mayor brevedad, en la forma y método que expresa el artículo anterior.

Artículo ;. Se admitirán pupilos en el In=ituto, a quienes se mini=rará lo mismo que a los que vengan de las prefe>uras dotados por el e=ado, dando I:22 anuales, que afianzarán y pagarán por tercios adelantados.

Artículo C. E igualmente se recibirán por I312 anuales de colegiatura, asegurados y pagados en la misma forma del anterior artículo, a quienes se asi=irá como es co=umbre en los colegios del Di=rito Federal.

Artículo @. Asimismo se admitirán pupilos que pagarán I:2 anuales de colegiatura, en la misma forma y términos que se expresan en el artículo ;, y por los que se darán en el In=ituto, habitación, libros y demás útiles para la in=rucción, pero sus padres o bienhechores les darán alimentos y ve=idos, siendo e=os últimos conformes o iguales a los que se siguen a los alumnos del colegio.

Artículo <. Se admitirán en todas las aulas escolares, de fuera o capenses para cursarlas, y de e=os tendrán el debido conocimiento las superiores del In=ituto.

Artículo ?. Ninguno de los que obtuvieren empleo o de=ino por el que disfruten otro sueldo o pensión, podrá obtener alguna plaza en el In=ituto Literario a no ser que renuncie a la otra; y si algún individuo de e=e colegio fuese ele>o popularmente durante sus funciones, no

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percibirá la pensión correAondiente a la plaza del In=ituto, sino que se dará íntegra a quien le su=ituya en ella por nombramiento de la Junta InAe>ora.

Artículo 32. El gobernador del e=ado, los diputados, teniente gobernador, consejeros, mini=ros del tribunal de ju=icia y tesoreros del e=ado, durante sus funciones, se deberán considerar como miembros del In=ituto Literario, y todos formarán la suprema Junta Dire>ora del mismo, que en el día 31 de marzo de cada bienio nombrará su presidente, dos secretarios y un tesorero. En el mismo día nombrará también de entre ellos mismos quince individuos que formarán la Junta InAe>ora del In=ituto y al cargo de é=a e=ará velar sobre puntual cumplimiento y fiel desempeño de la obligación reAe>iva de los empleados en él: cuidar de la buena inversión de sus fondos y del cumplimiento de los e=atutos; fijar rotulones convocando para oposiciones a las cátedras vacantes, y asi=ir a los exámenes u oposiciones de los pretendientes; y por votaciones hacer la calificación de idoneidad y suficiencia de los que hayan de obtener las cátedras. También hará anualmente la calificación del mérito de los niños que hayan de premiarse.

Artículo 33. No se abrirá cátedra alguna ha=a que no haya tres cursantes para ella y el sueldo comenzará a correr a los individuos empleados en el In=ituto, desde el momento en que comiencen a desempeñar sus funciones.

Artículo 31. Una comisión eAecial del seno del Congreso nombrada conforme a su reglamento interior, procederá a formar a la mayor posible brevedad los e=atutos y reglamentos que deben observarse en el In=ituto Literario, y a designar las obras o libros que hayan de adaptarse para la enseñanza.

Artículo 3:. Se asignará el fondo necesario al In=ituto para que tenga un surtido competente de los utensilios necesarios a la in=rucción de los niños y de los libros que se elijan para la enseñanza, los que se darán a los pupilos por la colegiatura asignada en los artículos anteriores, y a los demás alumnos o capenses que ocurran por ellos al co=o que tuvieren.

Artículo 3B. Se faculta al gobierno para contratar sobre el arrendamiento de la casa a>ualmente de=inada al In=ituto.

Artículo 3;. É=e seguirá en su localidad la de los Supremos Poderes del E=ado.

Artículo 3C. El presidente de la Suprema Junta Dire>ora en el a>o de la in=alación de é=a, dirá: “en cumplimiento del decreto número ?; del primer congreso con=itucional del e=ado libre y soberano de

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México, queda in=alada e=a suprema junta dire>ora del In=ituto Literario del mismo”.

Artículo 3@. La Junta InAe>ora con arreglo a la facultad que le da el mismo artículo que hará fijar rotulones en las puertas del colegio, y convocará por los periódicos a concurso para oposiciones a las cátedras que se han de proveer en e=a ciudad.

Artículo 3<. Al opositor que reuniere la mayoría absoluta de votos en la Junta InAe>ora, el gobierno expedirá gratis su título de catedrático o dire>or.

Artículo 3?. Por e=a vez el día 31 de abril se hará en todas las municipalidades la elección de los niños que conforme a e=e decreto deben venir al In=ituto Literario, celebrándose en las prefe>uras el sorteo el día 31 de mayo.

Lo tendrá entendido el gobernador del e=ado, haciéndolo imprimir, publicar y ejecutar. Dado en la ciudad de Tlálpam a 3< de febrero de 3<1<. Agu=ín Escudero, presidente; Luciano Ca=orena, diputado secretario; José María Velázquez de León, diputado secretario.

Por tanto, mando se imprima, publique y circule a quienes toque cuidar de su ejecución. Dado en Tlálpam a : de marzo de 3<1<. Lorenzo de Zavala. José R. Malo, secretario.

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n-# -%"# &!&-*)#0 de=aca en la vida pública de Olaguíbel; su patriotismo. Llega como gobernador al E=ado de México en los días aciagos en que la república lucha contra la sublevación

texana. La idea de mantener la integridad territorial lo obsesiona más que si hubiese sido el jefe de la nación. Por encima de todo, le preocupa el arbitrio de fondos para la guerra extranjera. No repara en los medios para llevar a cabo su propósito de iluminado. Cuando el convencimiento falla, cuando los resortes del patriotismo se entumecen en el corazón de los ricos, acude al pré=amo forzoso. Lo que le interesa es ayudar al gobierno federal para que repela a los enemigos. Enemigos que han pasado de su humilde papel de colonos pedigüeños, al de limosneros con garrote, enhie=os, arrogantes, ingratos.

No sólo la defensa de la patria brilla en su primer período gubernativo. Traslada a Toluca los poderes que el centralismo había e=ablecido en la ciudad de México; deroga las leyes expedidas por ese repudiado y nefa=o gobierno y, adelantándose a su tiempo, delimita legalmente la reAonsabilidad de funcionarios y empleados públicos.

Comprensivo y magnánimo con las a>itudes a que arra=ran los vaivenes de la política, mantiene en sus pue=os a los empleados que sirvieron a los conservadores. Sus altos ideales patrióticos le señalan que debe ayudar al centro para repeler a los extranjeros; pero conte=a airado cuando los mini=ros de Hacienda quieren diAoner a su antojo de los fondos públicos del e=ado, exigiéndole onerosas exacciones.

Tiene un sentido claro de lo que debe ser la honradez democrática. Se dirige al Colegio Ele>oral para desenmascarar a quienes, empleando su nombre, tratan de ejercer presión para hacer designados miembros del Congreso local.

Cuando ocupa con=itucionalmente el gobierno del e=ado los acontecimientos políticos van de mal en peor. Al peligro extraño se suman las borrascas internas. Malos mexicanos agitan para pescar en río revuelto. Pero Olaguíbel es liberal; vale decir hombre de acción. Se hace nombrar coronel de la Guardia Nacional. Así, en su doble papel, abandona su escritorio de gobernante, y, al frente de su tropa, marcha a donde los descontentos y sublevados. Cuernavaca y Tlalnepantla lo ven pasar en apaciguadora misión. Pero los males y las penalidades no vienen solos. Todavía ha de defenderse de los ataques que le lanza un señor diputado, hipócrita y cauteloso, que más tarde habrá de ser gobernador.

Olaguíbel es un elegido para sortear grandes calamidades. Durante su admini=ración sobreviene la invasión de 3<B@. Su sino es contribuir, contribuir siempre; y sigue contribuyendo. Los oficios que turna al Mini=erio de Guerra, no hablan más que de hombres y dinero,

Francisco Modesto de

Olaguíbel

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hombres y dinero, hombres y dinero. Ofrece premios a quienes fabriquen pólvora, fusiles y cañones; organiza juntas patrióticas para deAertar los sentimientos del pueblo, reúne armas y recluta soldados.

Hace que el teniente gobernador se traslade a Acapulco para convencer al general Álvarez a que auxilie con su ejército a los defensores de la ciudad de México, y a que traiga, por esos caminos de Dios, con ímprobos esfuerzos, pesadas piezas de artillería.

Teniendo como faro a Olaguíbel, el Congreso local alcanza dimensiones de coloso. Su voz sibilina, cargada de grave elocuencia, se dirige a la nación para señalar los peligros —presentes y futuros— de la infame, oprobiosa, inju=a invasión norteamericana.

En admirable manifie=o, los diputados dicen:

La usurpación que sólo por la violencia pretenden hacernos los E!ados Unidos, e!á reconocida […] inicua por la prensa del mundo entero, por la misma de aquellas naciones que hacen a nue!ro cará#er las imputaciones más calumniosas e inju!as. La causa de la guerra en el seno mismo de la república invasora, es sólo el interés de un partido empeñado en propagar la esclavitud domé!ica […] Es la pretensión de sujetarnos al carro de su política, para que en lo adelante no podamos hacer el más insignificante arreglo, sin obtener el previo beneplácito de esa nación, exclusivamente preocupada de intereses materiales. Si la invasión triunfa, veremos bien pronto turbada la deliciosa tranquilidad de nue!ros campos por el chasquido del azote y los brutales gritos del mayoral de esclavos […] La suerte de nue!ros compatriotas de Texas, Chihuahua, Monterrey y Veracruz, nos anuncian lo que nos e"era de esa raza que nos de"recia profundamente. Los anales de las conqui!as de todos los países y todos los tiempos, nos enseñan lo que tiene que e"erar la población dominada por la raza conqui!adora […]

E!a asamblea tiene la persuasión de que la clase de guerra que nos coronará con laureles de triunfo, es esa lucha de esfuerzos individuales, que se conoce con el nombre de guerra de guerrillas. Las ventajas de la disciplina, la superioridad de las armas, la provisión de todos los elementos necesarios para la guerra, desaparecen ante esa resi!encia sorda y sin o!entación, que e"ía todos los descuidos, se aprovecha de todas las faltas, evita todos los encuentros desventajosos, ho!iga sin cesar al enemigo, lo hiere de terror con sus ine"erados y continuos ataques, y lo hace sucumbir sin gloria y sin fruto.

El día en que los invasores no encuentren en toda la República un cuerpo regular con que medir sus fuerzas, y se vean rodeados de

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enjambres de enemigos ocultos que los pillen, los diezmen, los corten, y no les dejen ninguna hora un momento de descanso, maldecirán [el día] en que pusieron el pie en nue!ras playas […]

La República recogió tardíamente la enseñanza. Sin embargo, é=a fue la clase de guerra que se empleó en la invasión francesa. Pero volviendo a Olaguíbel, cuando la situación se tornó crítica, acudió con su ejército a las batallas de Molino del Rey y del Bosque de Chapultepec. Ya sabemos cuán inútil fue su sacrificio; como inútil el de todos los mexicanos que asi=ieron a la defensa de la patria.

Pocos gobernadores han amado al in=ituto como Olaguíbel. Lo re=ableció. Lo hizo dirigir por Felipe Sánchez Solís. Recon=ruyó su de=artalado edificio.

Solía comer con los alumnos y algunas veces deAachaba los asuntos oficiales en la dirección del colegio. Cuando los norteamericanos entraron a Toluca, trasladó los poderes a Sultepec. Desde allí ordenó que el admini=rador de rentas siguiera entregando la ayuda pecuniaria que su gobierno había asignado al In=ituto. Debido a la escasez de fondos, el servidor no pudo entregar más que cuarenta pesos, “arrancándolos de su maleta de de=errado”; Olaguíbel envió otros setenta pesos, excusándose sentidamente de no poder enviar mayor cantidad.

Así quería a la juventud e=udiosa e=e poblano singular, diplomático, profesor, periodi=a, militar y gobernador del E=ado de México.

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n-# $& 0#! ideas vertebrales del liberalismo mexicano, que quería hacer de nue=ra patria una nación a imagen y semejanza de los países más civilizados y cultos de la época,

fue la redención de la gran masa indígena y me=iza por medio de las luces de la educación.

Nue=ros primeros legisladores, muchos de ellos precursores del liberalismo que hizo posible nue=ra Carta Magna de 3<;@, se preocuparon igual que el re=o de liberales del país por dotar a la niñez y a la juventud de centros docentes donde pudiesen cultivar su eAíritu y contribuir con sus luces al desarrollo de nue=ra nación.

Veían, con profética claridad, que la independencia política que nos había arrancado de las garras del yugo eAañol a un alto precio de sangre no podría alcanzar su expresión última, si no se manumitía también a las masas que habían permanecido en el más humillante e=ado de ignorancia.

No de otro modo una de las preocupaciones fundamentales de los primeros legisladores de nue=ro e=ado, eAoleados por el genio de Lorenzo de Zavala, fue la de e=ablecer, como ya lo había ordenado la Con=itución e=atal de 3<1@, un in=ituto literario y el de fortalecer e=e centro de in=rucción con el e=ablecimiento de una imprenta y de una biblioteca, elementos indiAensables en la fecunda difusión del pensamiento.

Fueron, pues, los in=itutos de provincia nacidos bajo el signo del liberalismo almácigos donde germinaron y se difundieron innumerables ideas de progreso. Fue allí –como que en ellos impartieron enseñanza los mejores hombres de México– donde comenzó a tomar cuerpo la idea de que la independencia no había significado, salvo el pequeño paréntesis del gobierno de 3<::, otra cosa que un cambio de personas en el poder. Todo, como por una lesiva inercia hi=órica, seguía como en la época colonial. Había censura de opiniones y represión de prensa, privilegios del clero y la milicia, intromisión de la iglesia en la política, y monopolio de la educación por el grupo clerical.

Los in=itutos de provincia representaron en su tiempo la contrapartida a las in=ituciones educativas de tipo teológico, intransigentes y conservadoras. Y aunque el In=ituto Literario del E=ado de México no fue liberal en el e=ri>o sentido del término, no pudo escapar al ineludible imperativo de su tiempo. Comenzó con un sello liberal. Liberales fueron quienes pensaron en su e=ablecimiento y liberales quienes lo hicieron realidad.

Pocos años deAués de su fundación, liberal fue Ignacio Ramírez, el más excelso de quienes jamás hayan pisado el In=ituto. Pero ya que

Los institutos de provincia

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nos ufanamos del liberalismo del más importante centro cultural de nue=ro e=ado, es tiempo de que se intente, aunque sea en unas cuantas líneas trazadas a vuelta lápiz, averiguar cuál es el verdadero significado y trascendencia de las enseñanzas de El Nigromante en el In=ituto.

Fue un notable erudito y un brillante orador. Como lo primero, no pudo hacer otra cosa que informar con largueza a sus discípulos acerca de los últimos adelantos de la ciencia; y como lo segundo, cubrir su prédica con los vi=osos ropajes de su elocuencia. Pero enseñar con veracidad, de acuerdo con los recientes progresos de un cuerpo de do>rina, puede hacerlo cualquiera que sea erudito. ¡Y no eran pocos los que había en las filas de los conservadores!

No es, por tanto, en e=a faceta donde hay que buscar la trascendencia del paso de El Nigromante por el In=ituto; sino en el signo político de sus enseñanzas; en su mensaje y ejemplo de mae=ro. Por Ramírez pudieron saber sus discípulos de literatura, que en arte las academias de México olían a rancio; que en esos años de lucha y creación de una patria nueva, ya no era tiempo de soñar en bucólicas Filis y Doroteas, y que había que introducir en el lenguaje poético el mundo de lo real y concreto, sin escapismos por la tronera de la cursilería. También por él aprendieron que, para “vulgarizar los experimentos es necesario multiplicar los gabinetes de Física y los laboratorios de Química”, que “la enseñanza profesional no debe comprender sino lo que es necesario, nada de latín, nada de idiomas muertos, nada de e=udios metaf ísicos”, y que en México la educación de los indios es fundamental, porque si queremos “contar con ellos como ciudadanos, tenemos necesidad de comenzar por hacerlos hombres”, admirable lección que sigue vigente, sin que a pesar del tiempo transcurrido, el pensamiento de ese gran visionario se haya realizado con plenitud.

Pero si en arte fue un revolucionario, o por lo menos un precursor que sirvió de ejemplo a quienes más tarde intentaron la formación de una literatura de tipo nacional, como sembrador de ideas no tuvo ni ha tenido igual dentro del In=ituto.

Su mensaje rebasó el ámbito e=recho del aula para invadir los amplios campos de la lucha política. No sólo supo formar buenos poetas y excelentes literatos y juri=as. Su prédica liberal caló hondo en la mayoría de sus discípulos, algunos de ellos fueron a la guerra a so=ener con las armas lo que antes habían escuchado y so=enido en la cátedra. En e=o e=riba la grandeza de Ramírez, por encima de las secas fórmulas de las ciencias y de las ab=ra>as elucubraciones del pensamiento, supo infundir entre quienes lo escucharon en el aula eAeranza y fe en un mundo mejor.

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¡Qué contra=e con lo que sucedió en la Revolución de 3?32! En e=e año los in=itutenses fueron a la lucha, no porque sus mentores se los hubieran aconsejado, sino porque habían oído llegar ha=a su plácido encierro el eco de las ideas libertarias que iban creciendo sobre el suelo patrio como el e=ruendo de un galope de mon=ruos.

Los viejos mae=ros, hechos a la usanza y al conformismo de la época porfiri=a, se mantuvieron adormecidos en sus aulas, sordos al clamor de un pueblo que rompía sus cadenas de abyección y miseria.

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�-"+& 0#! F&+!%-#! que más han influido para engrandecer el In=ituto Científico y Literario, convertido hoy en universidad, de=aca señeramente el licenciado Felipe Sánchez Solís.

Originario de Nextlalpan, donde nació el 3º de mayo de 3<3C supo de humildes oficios como los de milpero, pa=or y arriero. E=udió en el Colegio de San Gregorio, de la ciudad de México, en donde fue condiscípulo y amigo de Ignacio Ramírez El Nigromante; y recibió su título profesional en el año de 3<B:.

Pero más que sus escuetos datos biográficos, nos interesa de=acar su brillante labor en pro de la educación en el E=ado de México. En efe>o, fue Felipe Sánchez Solís un decidido prote>or de los jóvenes indígenas. Él mismo era indio, hablaba el náhuatl, y se sentía orgulloso de su e=irpe. Se decía descendiente de tecutli Chiconcuatli, llegado al Valle de México en tiempo de Xólotl, y firmaba los escritos dirigidos a sus paisanos, con el nombre de nelton Chiconcuatli.

De e=e modo se explica que cuando fue diputado en el Congreso durante el período de 3<B? a 3<;3, hubiese propue=o y pugnado por la aprobación de la ley que obligaba a los municipios a enviar, a su co=a, con cará>er de becados, a los alumnos primarios más inteligentes y di=inguidos; ley que favoreció en gran parte a niños y jóvenes indígenas.

Nunca será suficientemente ensalzada e=a benéfica ley que redimió de la ignorancia y miseria a numerosísimos jóvenes talentosos, quienes de otro modo se hubiesen fru=rado en sus miserables villorrios, ocupados en humildes quehaceres campesinos. ¿O no hubiese sido é=e el de=ino de Altamirano, sin la beca que lo trajo al In=ituto?

Felipe Sánchez Solís es una lección perenne de magi=erio auténtico. Cuando fue dire>or, sin sueldo, del In=ituto, puso en prá>ica el pensamiento de Ramírez, quien creía que el resorte más seguro para formar la moralidad y los hábitos de la juventud es el buen ejemplo. En efe>o, durante los aciagos días de la invasión norteamericana, cuando deAués de ocupada la ciudad de México las fuerzas invasoras se posesionaron también de la ciudad de Toluca e incluso del edificio del In=ituto, Sánchez Solís se retiró y ocultó con los alumnos becados en el rancho de la Virgen. Carente por completo de medios económicos para atender a la subsi=encia de los alumnos indígenas, se dio a la tarea casi religiosa de recorrer las casas de las familias ricas de Toluca, “solicitando limosna para los ga=os diarios del In=ituto”.

Como pedagogo al e=ilo de su tiempo, fue Sánchez Solís celosísimo en el cumplimiento del deber. Aunque casado y con hijos, había dejado a su familia en la ciudad de México, donde poseía una amplia casa en

Felipe Sánchez Solís

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las calles de San Felipe. Vivía en el In=ituto con los alumnos becados y algunas veces solía comer con ellos en la misma mesa.

Don Agu=ín González, el eminente pedagogo nue=ro, que fue alumno municipal, refiere en su interesante libro Memorias de mi vida, que Sánchez Solís:

Se levantaba a las seis de la mañana, y con infatigable celo recorría de día y de noche todos los departamentos del va!o e intrincado edificio vigilando a los alumnos. Casi diariamente, desde las nueve ha!a las diez y media de la noche se paseaba por los dormitorios, acompañando al prefe#o en turno. Como la más grave deficiencia del horario de los e!udiantes, consi!ía en que no se les dejaba en los días de trabajo ni un solo momento de juego o a#ividad f ísica libre, natural era que muchos de ellos burlando la vigilancia de prefe#os y profesores, en vez de concurrir a sus cátedras… ‘pintaban el venado’, a lo cual llamábamos entonces ‘ir a salar la carne’.

Los “salantes” eran siempre numerosos, sobre todo si se entiende que el edificio tenía cinco patios y además el jardín, y en varios de ellos había cuartos de=artalados, así como escondrijos propios de aquella con=rucción conventual. Pero el infatigable dire>or, marchando a pasos cautelosos, se aparecía de improviso por todas partes, lo mismo en la cocina que en los talleres, ya sorprendiendo a un grupo de “cuajantes” –flojos que no e=udiaban sus lecciones– entretenidos en jugar a las canicas o al “hoyito”, y a otro de “noveleros” que agazapados en algún rincón poco visible leían a Pablo y Virginia, o Los huérfanos de la aldea, fumando a la vez cigarrillos. A e=os precoces fumadores solía re=regarles los labios con la lumbre del cigarro, así como dar fuertes tirones de orejas a todos aquellos a quienes sorprendía cometiendo alguna falta. La co=umbre de acercarse a ellos por la eAalda, y cautelosamente, le originaba algunas veces resultados imprevi=os, como le aconteció que e=ando en el dormitorio uno de los alumnos más juiciosos y formales se había desnudado todo el tronco ha=a la cintura para asearse y mientras metía en la jofaina ro=ro y cabeza emblanquecidos por el eAumoso jabón, sintió una mano extraña que suavemente le tocaba por la eAalda haciéndole cosquillas, y creyendo que se trataba de alguna maldad que intentaba hacerle cualquiera de sus amigos, le lanzó en alta voz y en tono indignado una picardía. Al oírla, el señor dire>or, cubriéndose escandalizado las orejas con ambas manos, exclamó: “¡Jesús, Jesús, hijito! ¡Y yo que tenía formado de u=ed un alto concepto!”

No sólo fue Sánchez Solís un gran benefa>or de la educación en el e=ado, ni fueron sólo alumnos de nue=ra entidad quienes recibieron su ayuda –alojamiento, alimentación y ve=ido, en su casa de México–,

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sino de todos los rumbos de la república, como lo ate=igua el hecho de que el Congreso de Nuevo León lo hubiese declarado ciudadano de ese e=ado, como te=imonio de gratitud por su condu>a con los neoleoneses, al proteger a los jóvenes de dicha entidad fronteriza, que e=aban en México, principalmente a los dedicados al e=udio.

Tal fue, en el ámbito de la educación, dicho en breves líneas, ese varón ejemplar, con quien el E=ado de México e=á en deuda desde hace mucho tiempo.

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�%++& -.&!"+% 4&0)F& Sánchez Solís fama de pedagogo excelente. Empero, otro pedagogo, también famoso, tiene para el antiguo dire>or del In=ituto una opinión deAe>iva. ¿Qué

hacer frente a dos juicios contradi>orios? Vayamos al fondo de las cosas. Aquí, el fondo de un discurso pronunciado por el licenciado Felipe Sánchez Solís en la solemne di=ribución de premios verificada la noche del diez de diciembre de 3<B?. El folleto, publicado al año siguiente, es una rara pieza bibliográfica.

Del discurso se deArende que Sánchez Solís era partidario de una educación integral, es decir de cuerpo y eAíritu. Afirma que la educación debe cimentarse sobre bases sólidas y que “formen el corazón” a la par que el entendimiento de los educandos, y los preparen “para empresas útiles a la causa pública, haciéndoles sentir el necesario enlace de la proAeridad general con el interés privado”.

Hay que e=udiar el corazón de los educandos –decía–, para inculcarles los hábitos que deben hacer feliz o desgraciado su porvenir. Hay que infundir en los niños los primeros hábitos, y dirigir sus primeras sensaciones, porque de ellos depende la mayor o menor energía de la voluntad. A los “débiles, lentos, fríos o perezosos [agregaba] hay que formarles un cará>er dócil, sumiso, amable, franco y reconocido, y a los inteligentes, evitarles las impresiones fuertes y penosas […] y mo=rarles las virtudes que granjean la e=imación pública, y presentarles los vicios que disminuyen el aprecio público”. En e=as líneas, ha=a el más romo de entendimiento advierte la intensión eminentemente política que orientaba la educación del In=ituto en la época de Sánchez Solís. Se prepara bajo el ideario liberal a los más brillantes in=itutenses para el ejercicio futuro del poder.

Régimen casi moná=ico tenían los in=itutos de provincia a mediados del siglo XIX. Sánchez Solís su=entaba, por tanto, ideas religiosas aplicables a la buena educación de los jóvenes. Creía que el mayor freno para las pasiones del hombre es el temor a un “ente que vigila nue=ros más ocultos pensamientos, y ca=iga y premia las más pequeñas acciones con males o bienes perdurables”.

Era enemigo de emplear el razonamiento para persuadir a los jóvenes. E=aba convencido de que a ellos hay que hablarles con el corazón más que con el entendimiento, porque son “más capaces de sentimiento que de raciocinio”. Creía que el trato social es indiAensable en la educación. Por e=o invitaba a los catedráticos in=itutenses a que acompañaran a sus discípulos a la hora de la comida, para que tuvieran “ejercicios prá>icos de urbanidad y trato social”. Y para que los “domé=icos y subalternos no se descuidaran de la puntualidad y aseo del servicio”.

Ideario pedagógico de Sánchez Solís

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En el comedor, no ob=ante que la situación del In=ituto era precaria, tan precaria que más de una ocasión se vio en necesidad de pedir limosna para su so=enimiento, no se descuidaba la buena calidad de los elementos materiales. La vajilla es tan “decente –decía– como puede apetecerla el más cariñoso padre de familia”. ¡Qué contra=e con las deAortilladas y sucias vajillas de la mayoría de los internados a>uales, como se comprueba por las numerosas quejas que frecuentemente presentan los e=udiantes, a las huelgas que muchas veces tienen su origen tanto en ese motivo, como en la pésima calidad de los alimentos!

Era Sánchez Solís reAetuoso de dejar libre curso a las inclinaciones del educando. En efe>o, afirmaba que a los jóvenes no se les debe “presionar a abrazar carrera para la que la Providencia les ha negado dones”. No descuidaba el diligente dire>or la educación artí=ica de los alumnos. Había en 3<B?, en el In=ituto, academias de pintura y música. Pelegrín Clavé y Vilar, dire>ores de la Academia de San Carlos, visitaban frecuentemente el In=ituto, invitados por Sánchez Solís, para que iluminaran con su consejo la buena marcha del aprendizaje de los alumnos.

Nada hay nuevo bajo el sol. Sánchez Solís es un precursor de la campaña de alfabetización en nue=ra patria. Hacía que los alumnos internos enseñaran a los mozos del e=ablecimiento “los ramos más precisos a su condición” e informaba con satisfacción de los buenos frutos que se habían logrado.

En la “solemne” di=ribución de los premios no sólo recibían e=ímulo los jóvenes sobresalientes por su inteligencia, sino que se premiaba también a quienes más se habían di=inguido “por sus arregladas co=umbres”.

En 3<B? se hicieron algunas mejoras materiales al In=ituto. Dio Sánchez Solís, públicamente, las gracias a las personas que lo auxiliaron económicamente. Los benefa>ores son, con el consabido don a guisa de nariguera, los señores González Arratia, Antonio Méndez, José Francisco Pliego, Antonio Mañón, Facundo Sosa y Ramón Martínez de Ca=ro.

Fue en el lapso 3<B@-3<;3 en que Sánchez Solís dirigió por primera vez el In=ituto, cuando El Nigromante impartió clases en el plantel. Formó aquí una brillante generación liberal, en la que de=acaron Gumersindo Mendoza, Juan y Manuel Mateos, Joaquín Alcalde, Jesús Fuentes y Muñíz, Luis Gómez Pérez y José María Condés de la Torre.

En la biograf ía que Altamirano escribió de su mae=ro Ramírez dice que “los padres de algunos alumnos comisionaron a los señores Mañón y Juan Madrid, para que pidieran al dire>or del In=ituto la separación

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de El Nigromante, porque enseñaba a la juventud ideas radicalmente liberales”. Y quizá ese señor Mañón, no sea otro que Antonio Mañón, a quien vemos aparecer en la li=a de benefa>ores de quienes da cuenta Sánchez Solís en su discurso.

Volvamos al mundo suborbital. Del In=ituto egresaron el siglo pasado hombres con envidiable caudal de cultura. En las aulas del prócer colegio, bajo la mirada atenta de excelentes pedagogos y di=inguidos profesores, adquirían los e=udiantes una educación integral, como aquella que con=ituía el ideal de los griegos. ¡Cuánto hay, aunque no queramos, que aprender de las generaciones pasadas! Y es que en el In=ituto de antaño se trabajaba. “No se pierde –decía el dire>or– un solo momento: desde el crepúsculo de la mañana ha=a muy entrada la noche, es un con=ante trabajo.”

Y desde el alba ha=a la llegada de las sombras de la noche, trabajaban los e=udiantes para medro eAiritual propio, y para fama del plantel que un día figuró entre los primeros de la patria.

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�0 &!"#$% $& México era va=ísimo. Heredero de la extensión territorial que le dejó la Colonia, sus dominios iban desde Acapulco ha=a la Hua=eca hidalguense. Cinco

mutilaciones sufrió nue=ra entidad. De las cinco salieron el Di=rito Federal y los e=ados de Morelos e Hidalgo; y se formó en gran parte el e=ado de Guerrero.

Varios hombres notables defendieron la integridad de su territorio. Entre ellos figuran Prisciliano María Díaz González y el ilu=re liberal Manuel Alas, quien hizo brillante carrera política entre nosotros.

Alas, hijo adoptivo del e=ado, y cuyos méritos apenas si se toman en cuenta, nace el 3: de abril de 3<3:, en uno de los socavones de la mina de Marqués Rayas, Guanajuato. Allí habían ido sus padres huyendo del Panchón, pintoresco insurgente perseguidor de eAañoles.

Cursó la carrera de abogado en Guanajuato y Guadalajara, y obtuvo el título correAondiente en México; en sus primeros años e=udió latín y sobresalió en e=udios de metaf ísica y ética. Como fue casi corriente en todos los liberales, fue hombre de acción y pensamiento. Sufrió prisiones y cargó grilletes. Vivió al borde del peligro, puso en juego su exi=encia y expuso a su familia al odio y a la venganza de sus enemigos. Lo liberal le venía de lejos. No en balde su primo hermano fue el filósofo de la Reforma, Melchor Ocampo; no en balde fue colaborador de Francisco Mode=o de Olaguíbel, precursor del liberalismo mexicano. Cuando en 3<B@ e=e notable gobernador traslada los poderes a Temascaltepec, es Alas el encargado de llevar los archivos para que no caigan en manos del invasor. Como premio a su hazaña, e=uvo a punto de ser fusilado por apátridas.

Más tarde lo encontramos como diputado, en la época de Santa Anna; pero mientras la mayoría de los hombres públicos que forman la corte del tirano e=á formada de truhanes, tahúres, galleros y proveedores de alcoba, él y el célebre diputado José Llaca son los únicos en desafiar desde la Cámara la omnipotencia de Santa Anna, acusándolo de autócrata anticon=itucional, revoltoso y orgiá=ico. El pueblo premia la valentía de sus representantes, aclamándolos mientras los lleva casi en vilo por las calles, deAués de la sesión efe>uada en un convento a hurtadillas de la policía.

Entonces, pocas cabezas hay del movimiento liberal en el E=ado de México. Los Guzmán, Plutarco González, Juan Saavedra y, ¡claro!, Manuel Alas. Durante la Revolución de Ayutla llega a coronel, y con las armas defiende sus ideas. Merodea por Temascaltepec y Villa del Valle. Empero, no es, ni con mucho, un militar brillante. De cualquier modo, ponen dos mil pesos como precio a su cabeza. Más bien derrotado que vi>orioso, reAonde a quienes le censuran que

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siempre ande a salto de mata: “Pero perseguidos o persiguiendo, en más tierra sembraremos la semilla de la democracia y cosecharemos más abundantes frutos”.

En la paz campirana o en el seno del hogar en Toluca, lo mismo que en la prisión o el de=ierro, nunca pierde su buen humor ni su agudeza de ingenio. Aprehendido en Toluca el año de 3<;B por un esbirro de los conservadores, da con una pierna rota en la prisión de Santiago Tlaltelolco. Ni un solo día de los de su cautiverio ve la luz del sol. Cuando sale, tiene las piernas tan hinchadas que apenas cabe en los pantalones, más tarde se comenta en un círculo de amigos, que la tiranía envanece, engalla, hincha. A lo cual reAonde Alas socarronamente: “Me con=a, me con=a”.

Otra ocasión, casi en los umbrales de la muerte, envía el siguiente recado al dire>or del Monitor Republicano: “Diga u=ed a Vicente García Torres que ya tomé pasaje para el otro mundo, que voy en camino y aún puedo recibir encargos para la gente de bonete y demás que ande por el infierno o a donde yo vaya.”

Manuel Alas ocupó provisionalmente la gubernatura del e=ado en el lapso comprendido entre julio y o>ubre de 3<C3. Entonces se efe>uó una de las más importantes batallas –que no escaramuza de guerrilleros– que tuvieron por escenario la serranía de Las Cruces. En efe>o, deAués del combate de las lomas de San Miguel Calpulalpan, el país quedó, ni con mucho, pacificado. En las cercanías de la capital los reaccionarios seguían combatiendo como fieras heridas, y se ocultaban y fu=igaban en los montes. La audacia de los regresi=as llegó a tanto, que intentaban atacar a Toluca en los días en que el general González Ortega ocupaba e=a plaza, y lo obligaban a salir a su encuentro. Fue en Jalatlaco donde sorprendió a las hue=es de Márquez, y se libró una batalla en la que salieron vencedores los liberales.

Veamos el parte rendido al gobernador del e=ado:

Tiangui!enco, ago!o $% de $&-$Señor licenciado don Manuel AlasMi querido amigo y compañero:

No me fui hoy por Lerma porque la tropa e!á hecha pedazos y era necesario descansara hoy. Mañana quince del corriente perno#ará mi división en Lerma, y el dieciséis subiré a la Sierra de las Cruces. Avísele e!o al compañero Berriozábal. Buitrón fue también de los derrotados, así es que la reacción por e!os rumbos acabó con sólo mandar algunas fuerzas pequeñas que recorran continuamente por e!os pueblos. Hoy en la mañana vimos por di!intos rumbos ir más de mil hombres di"ersos, sin armas, y en grupos de cinco o seis.

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Nosotros recogimos el armamento que se hallaba tirado cerca de la iglesia, previniendo a los indios de Jalatlaco que recogieran todo lo que se hallaba por los barbechos y entre los arroyos, que sin duda pasa de mil fusiles. Les previne también los mandaran a Toluca. E!é u!ed muy pendiente de e!o.

Ha!a las seis de la mañana que me vine de Jalatlaco, se habían levantado treinta y siete muertos del enemigo y siete nue!ros. Murieron algunos jefes y oficiales reaccionarios. Mañana me veré aunque sean horas con u!ed. Voy a Toluca a recomendarle mis heridos. Mándele e!e papelito al general Zaragoza, para que sepa mi movimiento.

Jesús G. Ortega

Las acciones más relevantes de Alas, además de su contribución a la causa liberal, son sin duda sus a>os de prote=a contra el e=ablecimiento del imperio de Maximiliano, o sus in=ancias contra la mutilación del E=ado de México que Juárez quería hacer en 3<C1. Se ha dicho siempre que los cercenamientos de nue=ra entidad obedecieron a razones políticas; pero sin eAecificarlos. Una reAue=a se encuentra en la carta confidencial, que Juárez envió a Alas, como réplica a la prote=a, también confidencial, que suscribieron é=e y otros diputados, para que no se dividiera el e=ado en tres porciones independientes:

La experiencia ha demo!rado –decía Juárez– que en épocas de convulsiones, el e!ado de Toluca no puede e!ar bien gobernado por una sola autoridad. El mal no e!á en los hombres, si no en la inmensa extensión de ese e!ado. Entran y salen gobernantes a cual más de capaces y bien intencionados; pero no pueden pacificar al e!ado y entre tanto el gobierno general di!rae sus hombres y recursos para detener el avance de los bandidos y evitar la disolución completa del e!ado. Cuautla, Las Cruces, Tulancingo y Tula e!án incesantemente plagados de reaccionarios y ladrones y el Gobierno de Toluca no los puede exterminar. A#ualmente el traidor Mejía ha vuelto a invadir el di!rito de Tula, y el gobierno general tiene que di!raer parte de sus fuerzas que tenía de!inadas a abatir al invasor extranjero, para liberar a los pueblos de aquel rumbo de las depredaciones de aquel bandido. Entonces no queda más arbitrio que e!ablecer di!ritos militares, para que los jefes se encarguen de la pacificación de ellos, siendo los únicos re"onsables y teniendo un radio proporcionado de mando, puedan con mayor éxito y con más celeridad lograr el objetivo, que es el re!ablecimiento de la paz.

Los jefes deben tener todas las facultades necesarias para di"oner de los recursos y para elegir a sus agentes, a fin de que puedan llenar su misión. E!o es lo que se ha acordado y e!o durará mientras duren

Línea #"(Parte publicado en el periódico

La Opinión Toluca, !" de septiembre de #$%$.

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las circun!ancias. Re!ablecida la paz todo volverá al orden normal, pues no ha de ser eterno e!e e!ado excepcional que guarda el país.

Y tenía razón el Presidente. No fue eterno el e=ado excepcional por el que atravesaba la patria; pero a pesar de sus seguridades, no se volvió al orden normal, y los temores de Alas se conformaron. En 3<C?, se llevaron a cabo la cuarta y quinta mutilaciones del E=ado de México. Con las partes desmembradas, nacieron Hidalgo y Morelos, como entidades federativas.

Alas ayudó al eminente jurisconsulto Alberto García a reda>ar la Con=itución e=atal de 3<C3, modelo de sabiduría jurídica, según autorizadas opiniones. Por esa época, fundó y dirigió en la capital del e=ado una sociedad filantrópica.

Al triunfo de la Revolución de Tuxtepec, resultó magi=rado, pero prefirió la tranquilidad de la vida hogareña. Aquí expiró, el año de 3<<?. Quiso descansar –ge=o romántico– junto a la compañera de su vida, muerta tres años antes. En el atrio-panteón de Capultitlán una reja de fierro ciñe en apretado abrazo dos tumbas gemelas. Quienes e=uvieron unidos en vida, permanecen unidos también en la muerte. El día en que alguien realice la idea de hacer una rotonda de hombres ilu=res, desatará el nudo de una última voluntad sentimental, pero hará ju=icia a un hijo adoptivo que pre=ó eminentes servicios al E=ado de México.

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o�.80 4.& 0# a>uación de los representantes del E=ado de México en el hi=órico Congreso que e=ru>uró esa Carta Magna?

E=a pregunta no abriga ningún interés ba=ardo ni el prurito de rebajar la valía de nue=ros hombres, sino la intensión de colocarlos en el lugar que les correAonda.

Hecho el análisis de su a>uación, encontramos que Isidoro Olvera y León Guzmán fueron los más conAicuos. Los demás, aunque brillantes en otros aAe>os, contribuyeron poco y algunas veces se opusieron a las avanzadas ideas que campeaban en el proye>o de Con=itución.

Mariano Arizcorreta, quien parece haber sido in=rumento del presidente Comonfort, e=uvo a punto de dar contramarcha con el código liberal, pues puso en juego todas las ventajas que tuvo cuando fue presidente del Congreso, para re=aurar la momificada Con=itución de 3<1B. Con anterioridad había impugnado rudamente la libertad de conciencia, aunque si hemos de ser ju=os, tenemos que reconocer que no le faltaban ni elocuencia ni luces.

Eulogio Barrera fue uno de los diputados que más intervino en los debates pero todas sus intervenciones fueron superficiales. Las de Antonio Escudero se cara>erizaron porque siempre salió maltrecho y zaherido. El re=o de los representantes tuvo una a>uación opaca, y diputado hubo que durante todo el período de sesiones intervino una sola vez en los debates.

La a>uación del ilu=re juriAerito Prisciliano Díaz González, se redujo a la de un mero formali=a. Quería que hubiera “más claridad, más precisión” en la redacción del articulado con=itucional, y se pasó el tiempo proponiendo cambios de palabras. Sin embargo, lo redime su voto particular en defensa de la integridad territorial del e=ado.

León Guzmán, a quien no sin razón se considera como el salvador del Código de 3<;@, formó parte del grupo que presentó el proye>o de Con=itución y es obvio que contribuyó con sus luces para reda>arlo, pero ¿qué parte del eAíritu de ese documento puede atribuírsele? E=o es algo que jamás podremos dilucidar. Sabemos, eso sí, que la redacción de los artículos es en su mayor parte obra suya. Pero si queremos saber, valiéndonos de su a>uación de los debates, cuál era su ideario, nos encontramos con que puede resumirse en unas cuantas palabras: fue adversario de la pena de muerte, quería Hcomo ArriagaH la protección de la incipiente indu=ria nacional, y aconsejaba que los extranjeros radicados en el país pagaran contribuciones. Además, sus intervenciones revelan que era hombre de mentalidad dialé>ica. Cuando intervenía era siempre para aclarar

Nuestros constituyentes

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ideas, para poner en orden las discusiones, para volver por el buen camino a los oradores extraviados. Si Prieto no nos hubiera dejado con=ancia de que era bilioso, se descubriría fácilmente por muchas de sus a>itudes en los debates, cortantes y lacónicas.

De todos nue=ros representantes resulta Isidoro Olvera el más de=acado, tan de=acado como Ponciano Arriaga, cuyo ideario fue el más progresi=a de todo el Congreso Con=ituyente.

Olvera fue hombre de cultura superior y autor de varios libros de medicina, que contenían ideas originales para su época. Su a>uación en el Congreso se di=ingue por el eAíritu científico que en ella campea. No era partidario de la pena de muerte y en ese punto se adelantó a la legislación a>ual cuando apuntaba que “en materia criminal la juriArudencia admite circun=ancias agravantes y atenuantes como la embriaguez, sin definirlas, sin aplicarlas y no lleva a examinar cuáles son los e=ados del alma que pueden producir delitos dignos de ca=igo”, y en otra parte de sus intervenciones agregaba que ante un hecho consumado no se decidiría a aplicar la pena de muerte antes de que el condenado hubiese sido examinado por un jurado de fisiologi=a, lo que equivale hoy a un jurado de psiquiatras.

Por lo que se refiere al sufragio se oponía al voto dire>o “porque no se tendrá el voto del pueblo, sino de los particulares, no representando la verdadera opinión del país”, y agregaba: “la verdad es que el pueblo mexicano, en su inmensa mayoría, e=á muy lejos de la ilu=ración que se necesita para la elección dire>a”. Aquí se ve que pertenecía a los pocos liberales que toman en consideración la realidad del país.

Pero donde verdaderamente raya a gran altura, en donde se comprueba que fue de los pocos diputados que querían hacer de la Con=itución no sólo un código político, sino también un documento social, es en su proye>o de Ley Orgánica sobre el Derecho de Propiedad. Por é=e sabemos que creía que la “tierra pertenece a todos los hombres” y que la usurpación de la misma condena a la miseria a generaciones enteras, y que “no hay propiedad legítima de terreno, si es mayor que la que pueda cultivar personalmente una familia”. Como se ve, no era ajeno al gran drama del pueblo mexicano que fue ha=a antes del triunfo de la Revolución de 3?32 el de la carencia de tierras. No por falta de deseos se ab=uvo de proponer en el Congreso una ley agraria, sino porque sabiéndose de la minoría liberal siempre vencida en la votación, sabía de antemano que su proposición e=aba condenada al fracaso. Así se entiende cuando dice: “Sin embargo no porque sean tales mis convicciones en asunto de propiedad, debe eAerarse de mí, que concluya proponiendo una ley agraria, según la e=ri>a significación de e=a palabra”.

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En otra parte de su proye>o de Ley, decía:

Hace más de diez años que en escritos anónimos unos y firmados otros, e!oy inculcando a los ricos la idea de que ellos mismos, si fuere posible, dirigieran el drama [de los que reclaman ju!icia]sacrificando una corta porción de sus intereses para salvar el todo en vez de ga!arla en necias revoluciones y resi!encias armadas, buenas a lo más para disminuir temporalmente la acción, pero nunca para aniquilarla.

Presentía que tarde o temprano los campesinos reclamarían por la fuerza lo que los ricos nunca les darían por su propia voluntad, y Zapata vino a demo=rar cuánta era la razón que tenía.

Por soluciones como la anterior, acomoda a Olvera el calificativo de “sociali=a al revés”, nombre que un escritor aplicaba a quienes querían aliviar el desequilibrio social de la repartición de la riqueza no por medios violentos, sino por el convencimiento religioso.

Otras ideas no menos brillantes expuso Olvera en el Con=ituyente de 3<;@; pero con las expue=as ba=a y sobra para acreditarlo no sólo como al más preclaro de nue=ros representantes, sino como a uno de los más conAicuos y sagaces de todo el país.

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�# #*".#*)J- $& Prisciliano Díaz González en el Congreso Con=ituyente en 3<;@, a pesar de que no fue la de cualquier adocenado, e=uvo siempre por debajo de su gran valía.

De las biograf ías de León Guzmán y Prisciliano Díaz González se infiere que Mariano Arizcorreta tuvo influencia sobre ambos, relativa sobre el primero, decisiva sobre el segundo. Guzmán fue su protegido en el In=ituto Literario de Toluca, y Díaz González hizo con él, en la misma ciudad, su prá>ica forense. Sin embargo, las ideas liberales de León Guzmán discreparon de las de su prote>or, tanto que por no presentarse a maniobras dentro del Congreso Con=ituyente, e=uvo a punto de renunciar a la representación popular, porque pesaban en su conciencia por un lado los imperativos de la gratitud, y por el otro los deberes de su partido.

En Díaz González la influencia de Arizcorreta pesó más y por más tiempo que en León Guzmán, como que tuvo en aquél, dentro del Congreso, a uno de sus más elocuentes y decididos partidarios.

Si quisiéramos poner en claro la filiación política de Díaz González, nos veríamos en grave aprieto. En 3<B@ fue nombrado diputado suplente por el Partido Federali=a Puro de Toluca y, aunque de todos modos tendría que llegar a la Cámara, porque el propietario era diputado por otros colegios, renunció a su cargo, por consejo de Arizcorreta, a la razón gobernador del e=ado. Por e=a a>itud parecería que profesaba ideas conservadoras; pero e=a presunción se ve desmentida, cuando más tarde se afilia a un grupo de jóvenes partidarios del Plan de Ayutla. Sin embargo, en la Guerra de Tres Años, fue secretario general en el gobierno del general Gregorio Callejo, alto encargo desde el que conAiró a favor del Plan de Navidad, que aAiraba a la reconciliación de partidos. Durante el imperio de Maximiliano, lo encontramos también en Toluca como prefe>o municipal. Cuando las armas nacionales triunfaron contra la intervención, se hizo juari=a, pero se opuso, desde su encaño camaral, a las facultades extraordinarias solicitadas por el Presidente. En el gobierno de Lerdo fue porfiri=a y, finalmente, partidario de Vallarta, quien aAiraba a la presidencia de la república.

Dicen sus biógrafos que Díaz González fue meritísimo abogado y notable orador, cualidad é=a que le fue en su tiempo muy celebrada, incluso por Altamirano que lo citaba en sus clases como modelo de elocuencia.

De su saber jurídico darán te=imonio sus alegatos publicados en ocho volúmenes, el día en que alguien se decida a e=udiarlos a fondo. En su calidad de presidente del Centro CorreAondiente de la Real Academia de Legislación y JuriArudencia fue designado para representar a México en el Congreso Jurídico Iberoamericano, efe>uado en Madrid.

Un voto particular

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De todos modos, por de=acada que haya sido su vida pública, no queda otro remedio que reconocer que su a>uación en el Congreso Con=ituyente de hace cien años, e=uvo por debajo de su pre=igio de orador y de su saber de juri=a. No ob=ante, pecaríamos de empecinados en no reconocer la gran valía de su voto particular en defensa de la integridad territorial del E=ado de México.

Pero para comprender en todos sus alcances los puntos medulares de ese voto, no e=á por demás ver cuál era la situación del e=ado por lo que ve a las mutilaciones territoriales que había sufrido.

Ha=a el momento de discutirse en el Congreso de 3<;@ los di>ámenes de la Comisión de Límites, el E=ado de México había padecido ya tres segregaciones. Una para la erección del Di=rito Federal, otra para la ampliación del mismo, y otra más para la formación del e=ado de Guerrero.

En el Congreso Con=ituyente de 3<1B guió a los legisladores el criterio de que no deberían erigir e=ados demasiado extensos y ricos que más tarde alentaran ideas separati=as, ni tan pequeños que arra=raran una vida precaria.

El E=ado de México gozó siempre fama de potentado y, por el número de sus habitantes, por la feracidad de su suelo y por su antiguo apogeo minero, suscitó continuamente la codicia de entidades limítrofes. Tal era la situación en el Congreso de 3<;@. Querétaro deseaba los di=ritos de Texcoco y Tlalnepantla; y el e=ado de Iturbe, en proye>o también con el de Huejutla, y para hacer más crítica la situación, el e=ado de Guerrero reclamaba los di=ritos de Cuautla y Cuernavaca.

Fue en e=os momentos dif íciles cuando elevó Díaz González su elocuente defensa. En ella decía:

Aunque el a#ual presupue!o del e!ado expedido el doce de noviembre del año anterior –$&.-–, importa re"e#o del último que decretó la legislatura en )$ de mayo de $&.' una diferencia favorable de &.,)%$ pesos % reales, por economizarse hoy muchos ga!os que son precisos en el renglón ordinario del e!ado no puede cubrirse el a#ual presupue!o con los ingresos, y por e!o, señor, sufren tantas miserias los empleados de e!e mismo e!ado a quien por ironía tal vez se le llama hoy el e!ado coloso, el e!ado mon!ruo.

Más adelante agregaba:

Por otra parte, señor, ¿quién podría decir con buena fe que las poblaciones del E!ado de México e!án en su apogeo porque tenía

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é!e, un sobrante en sus arcas en el año de $&.'? No hay más que ver señor, ya no quiero decir, a los pueblos di!antes que no conocerán muchos señores diputados, si no al menos a los que pueden observar en los caminos que conducen a e!a capital. ¿Se desea noticia del e!ado que guardan las poblaciones de Ixtapaluca, San Felipe del Obraje y Lerma? Re"ondan por mí los señores diputados de Michoacán, que las han de ver vi!o al paso, pobres, arruinadas y acreditando con sus escombros y el tri!e a"e#o de sus casas, la miseria y abyección en que se encuentran. ¿Se requiere saber la miseria de Tlalnepantla, Cuautitlán, Tepeji del Río, Soyaniquilpan y Tula? Ocurro a los señores diputados de Jalisco y Querétaro, que al pasar las habrán percibido.

Por lo que se refería a las pretensiones de Guerrero, decía:

Yo no desconozco, señor, los muy buenos servicios que pre!ó e!e e!ado en contra de la tiranía, deseara que todos los e!ados procuraran repararle los mayores perjuicios que sufrió por obtener la libertad que hoy disfruta; pero que no sea el E!ado de México quien con su perjucio incalculable se vea e!rechado a presentar por todos el medio de remediar esos males…

El voto finalizaba con e=a conclusión que fue aprobada por la mayoría de los diputados: “El E=ado de México conservará los límites que a>ualmente tiene”.

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�0 $&!*./+),)&-"% +&*)&-"&,&-"& hecho en el Archivo del Tribunal Superior de Ju=icia, de la tesis profesional presentada por Ignacio Ramírez El Nigromante, de=acado

erudito, orador y reformi=a, pone de a>ualidad la figura de e=e hombre singular que una vez hizo temblar con su verbo fulgurante el glorioso recinto donde hace cien años se ge=ó la Con=itución más trascedente y visionaria que ha tenido nue=ro país.

El Nigromante vivió en Toluca, allí se casó con doña Soledad Mateos y consumió parte de su vida sirviendo en pue=os públicos y fue uno de los más conAiucuos catedráticos del In=ituto, en cuyas aulas dejó, pese a la incomprensión de la sociedad de su tiempo, parte del oceánico caudal de conocimientos que había logrado atesorar en años de e=udios en las bibliotecas de la ciudad de México.

Ramírez, ya lo dijo Altamirano y se ha repetido ha=a el cansancio, llegó al In=ituto cuando tenía treinta y dos años de edad, pero “su cuerpo delgado y de talla más que mediana, se encorvaba ya como el de un anciano ‘agobiado por las vigilias del e=udio’”.

Su primera clase en el In=ituto Literario de Toluca la impartió llegando de incógnito. A la salida lo eAeraba, para “tener el gu=o de saludarlo”, el dire>or del colegio, Felipe Sánchez Solís, algunos catedráticos y los alumnos curiosos que querían conocer de cerca al ilu=re hombre cuyas cáu=icas palabras habían levantado, a lo largo y a lo ancho de la república, polvaredas de discusiones y marejadas de rencores.

A Ramírez lo trajo a Toluca don Francisco Mode=o de Olaguíbel, quizá el mejor gobernante que hemos tenido. Vino en compañía de otros jóvenes talentosos, de ideas liberales, que deAués se habrían de di=inguir en los fa=os de la hi=oria patria.

Ramírez tuvo, como secretario de Olaguíbel, una de=acada a>uación. Se le debe el re=ablecimiento de la benéfica Ley de Alumnos Municipales que, propue=a por los legisladores de 3<1@, se había dejado en el olvido.

Por consejo suyo desaparecieron las alcabalas, ese odioso e=orbo que impedía el desenvolvimiento del comercio; se prohibieron los juegos de azar, y se planteó con asombrosa claridad el problema de la libertad de los municipios como base para lograr la redención de los indios.

Su traye>oria en el In=ituto fue brillante, como había sido en todas partes. Apasionado de la cátedra, elocuente y erudito, era capaz de mantener por eAacio de varias horas la atención de sus discípulos, que lo escuchaban con embeleso. Pero si bien es cierto que e=os lo

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amaban, la sociedad de Toluca, recoleta y pacata, se hallaba escandalizada de sus ateísmo.

Aunque e=udios recientes han pue=o al descubierto que el In=ituto no tuvo a través de toda su hi=oria sino un barniz de liberalismo, Ramírez logró dejar entre sus más sele>os discípulos hondas raigambres del credo liberal. Alumnos suyos fueron Altamirano y Juan y Manuel Mateos, e=e último asesinado por Márquez en Tacubaya en el año de 3<;?.

Pero a pesar de los entrañables afe>os que El Nigromante logró sembrar en Toluca, pesó en su ánimo un profundo resentimiento hacia la ciudad que tan mal lo había tratado. E=a animadversión se hizo patente en el Congreso de 3<;C-3<;@, pues fue de los diputados que votaron por la mutilación del E=ado de México. Pero es necesario aclarar y ju=ificar las razones de su resentimiento.

Hosco, decepcionado y escéptico deAués de la Guerra de 3<B@, y tras de una breve e=ancia en Tlaxcala, Ramírez regresó a Toluca y se dedicó al ejercicio de su profesión, que en un medio ho=il apenas le dejaba para vivir. Por in=ancias de Sánchez Solís, aceptó una cátedra de Filosof ía del Derecho, y condescendió en impartir otra, gratuita, de Literatura.

Mientras tanto, el partido moderado, con Mariano Riva Palacio a la cabeza, logró tener el poder. Ramírez fundó entonces un periódico llamado "emis y Deucalión, donde con su elocuencia y cau=icidad aco=umbradas, siguió luchando por la causa liberal. Ese periódico enderezó algunas críticas al gobierno en turno, y las ho=ilidades entre Ramírez y el gobernante se rompieron. Por e=e motivo, que se agravó con la publicación de un artículo titulado “A los indios”, fue arre=ado y se le sentó en el banquillo de los acusados. Lo salvó su elocuencia, ha=a el grado de que el público que presenciaba el proceso, prorrumpió en aplausos cuando terminó su defensa, y absuelto lo llevó en hombros ha=a su casa.

Por e=e incidente comenzó a ge=arse contra Ramírez una lucha sorda por arrancarlo del In=ituto. Un señor de apellido Mañón y otro llamado Juan Madrid, pidieron a Sánchez Solís la salida de Ramírez. Fracasó e=e primer intento, pero en ausencia del dire>or, que fue ele>o diputado, se “separó –dice Altamirano– al catedrático que inoculaba a la juventud ideas nuevas y radicalmente liberales”.

Vivió todavía algún tiempo en Toluca en condiciones dif íciles, ha=a que un día el erudito, el escéptico más que ateo, el mártir de todas las desventuras, el león de todos los combates, salió de Toluca, para seguir su trashumante y rebelde peregrinaje. Era el año de 3<;1 y lo

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habían nombrado secretario general de Gobierno en el e=ado de Sinaloa. Allá en lo porvenir, a cinco años de di=ancia, para ungirlo en su consagración definitiva, lo e=aba eAerando el hi=órico Congreso de 3<;@.

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#,6+&7, &0 5+#- visionario y rebelde erudito, fue un gran defensor de los indios. A cien años de la época que conmovió con su dialé>ica genial, mucho de su pensamiento y de su

ideario, sobre más de un importante tópico de la vida de nue=ro país, sigue vigente en muchos de sus aAe>os.

Todavía contemplamos hoy la entronización de pequeños grupos de explotadores por encima de una gran masa de explotados. Todavía, a la vuelta de la esquina, por encima de los buenos deseos de los teorizantes y de la política paternali=a asumida por el gobierno, vemos el deprimente eAe>áculo de la explotación del indio por parte del extranjero que llega a renovar el drama de la Conqui=a, o el del me=izo ensoberbecido, o el del indígena empingorotado que se convierte en el principal expoliador de su raza.

A veces las revisiones hi=óricas o, dicho en otros términos, los exámenes cole>ivos de conciencia no pueden servir para otra cosa que para llenarnos de pesimismo y para inocularnos el virus de la decepción. No hemos avanzado mucho en la redención del indio. Primero fueron los encomenderos zafios y crueles; deAués los caporales deAiadados de las haciendas del Porfiriato, y hoy los capataces de las fábricas o de las grandes explotaciones imperiali=as, los que siguen ultrajando la dignidad del indígena, considerándolo como be=ia que debe cargar con todas las obligaciones, sin disfrutar de ninguno de todos los derechos.

Hay ocasiones en que los movimientos progresi=as dan impresión de haber dado contramarcha o de que, pasmados en la embriaguez del triunfo, han descuidado la resolución de graves problemas.

¿Quién niega hoy que la educación del indio es uno de los problemas medulares de México? Y es un problema que nos viene de lejos. Exi=ía hace cien años, y perdura hoy, como la tenaz llaga de un mal incurable. Hemos mejorado en la con=rucción de escuelas y algo en la preparación de profesores, a pesar de que se sigue empleando a los improvisados. Pero los útiles escolares, el ve=ido y la alimentación de los educandos mene=erosos, sigue con=ituyendo una grave causa de deserción escolar. Ramírez decía hace cien años, y parece que lo e=uviera diciendo ahora:

El gobierno debe mantener al alumno de la clase indigente. En los campos, el hijo del agricultor indígena y en las ciudades, el hijo del artesano, mal alimentando, mal ve!ido, emprendiendo día a día los viajes largos de ida y vuelta, sin libros y útiles necesarios, puede asi!ir un mes, un año a la escuela; pero tarde o temprano desertará, aun cuando sólo sea para ayudar a sus padres o parientes a ganar una escasa subsi!encia; medio millón de niños se encontrará en esa

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situación deplorable. Pertenece a los e!ados remediar esa miseria, educar esa colonia tanto más laudable, cuanto que se compone de nue!ros conciudadanos y puede salir de su cuna llevando la pro"eridad de la patria.

Cuando plantea y ju=ifica que la educación rural en México debe ser fundamentalmente la educación del indígena, dice:

Exi!en en la república mexicana cinco o seis millones de habitantes que originariamente formaron veinte o treinta naciones diversas, siendo las unas el tipo de la barbarie y llegando las otras a un grado de civilización apenas inferior al de Japón o de la China; las in!ituciones de e!os pueblos fueron de!ruidas por la Conqui!a; quedan los hombres y los idiomas, y algunos monumentos y ve!igios, te!igos de la antigua grandeza; esa mayoría de ciudadanos no ha mejorado con la Independencia.

Pero donde raya a gran altura, donde se comprueba que escribió en favor del indio, un puñado de verdades pocas veces superadas, es cuando dice:

Los indígenas nada saben; y sólo sirven de labradores o de soldados; los que dentro de ellos se levantan sobre su clase, forman excepciones marcadas. Sus recuerdos e!án en contradicción con lo presente; sus co!umbres son humildes; sus necesidades, escasas; sus idiomas producen el aislamiento.

Ellos tropiezan diariamente con magníficos edificios; pero tienen la co!umbre de no habitar sino chozas donde no hay un rincón para la más ligera comodidad; pasan por la puerta de los teatros y no saben lo que brilla en la escena; el lujo de los aparadores, en las casas de modi!as y en las perfumerías, no es para sus mujeres, no so"echan que pudieran viajar en los coches que suelen atropellarlos; los prodigios del arte y de la ciencia les son incompresibles y les parecen mon!ruos; rompen el alambre telegráfico para ver salir la palabra; en los periódicos no descubren sino viñetas, el ferrocarril y los grandes buques les causan miedo; en las elecciones ven una e"ecie de leva; han llegado a tal po!ración que pasarían por animales desconocidos para sus emperadores y caciques, si e!os se escaparan de su tumba.

Cuánta pasión y cuánta fe hay en las siguientes palabras:

[...] ellos [los indios] conservarán su traje; pero antes que termine el siglo, so pena de desaparecer en el siguiente, ellos deben figurar con toda la a#ividad de su inteligencia, con todo el entusiasmo de los

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nuevos intereses, en la indu!ria, en la agricultura, en el comercio, en la política y en el teatro de la civilización y el progreso.

Desgraciadamente ni sus predicciones ni sus deseos se han cumplido: los indígenas no han desaparecido, ni figuran en los nuevos intereses, a menos que no sea como masa de explotación perenne. No participan en la indu=ria –que e=á en manos extrañas– sino como obreros. Han abandonado la agricultura para ir de esclavos a los lejanos campos de los nuevos conqui=adores rubios, y no intervienen en el comercio sino como compradores, y en la política sólo sirven de comparsas.

En otra parte de su ideario El Nigromante decía, refiriéndose también a los indios:

¿Qué debemos, pues, enseñarles? ¿El Catecismo? La mayor parte de lo que e!e libro contiene, ellos lo saben y lo pra#ican, sobre poco más o menos, como todos los pueblos del mundo. ¿Poesía? Esa es una in"iración de ciertas circun!ancias sociales, y se aviene mal con la esclavitud y la barbarie. ¿Hi!oria? ¡Qué importa a la raza indígena lo que pasó hace veinte siglos en Grecia o Roma! La hi!oria nacional no e!á por hacerse. ¿Metaf ísica? Con ella no mejoran el cultivo de sus tierras; con ella no robarán la indu!ria de la seda a los franceses ni a los chinos; con ella no se aventurarán en el seno de los mares. ¿Será ba!ante que les enseñemos le#ura, escritura y algunas cuentas? Muchos de ellos han aprendido todo e!o; y lo han olvidado por no tener qué leer, qué escribir, qué contar. No hay que cansarse; ellos deben saber lo que saben todos los pueblos ilu!rados, lo que hoy se trata de enseñar a todas las clases.

¡Qué grandiosa lección para lo presente! ¡Qué claridad heredada a una generación como la nue=ra, acerca de uno de los más graves e inaplazables problemas de México!

¡Ah, si quienes parecen interesarse por la educación elemental quisieran transformarla radicalmente! ¡Si además de escuelas normales de las que desertan profesores que no quieren encararse con el drama de la vida rural, hubiera en el mismo campo centros de adie=ramiento, donde además de la in=rucción primaria se enseñase a los niños campesinos cómo mejorar los cultivos, cómo plantar y hacer producir a los árboles frutales, cómo fomentar nue=ra raquítica ganadería, cómo explotar aves, apiarios y gusanos de seda!

De todos modos, la profética visión de nue=ros grandes hombres sigue en pie, y seguimos teniendo eAeranza de que ha de llegar el día en que la patria soñada se convierta en la patria realizada. Si no fuera de e=e modo, tendríamos que decir parangonando al poeta: “¡Manes de nue=ros héroes, qué inútil fue vue=ro sacrificio!”

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�0 K)&L% )-!")"."% del e=ado, convertido hoy en universidad, ha vi=o pasar por sus aulas, lúcidas inteligencias que luego han brillado en los mejores momentos de la patria.

De e=os hombres que rebasaron el e=recho horizonte de una gloria aldeana fue Ignacio Manuel Altamirano, el Peregrino de Tixtla.

Vida campesina ha=a el filo de los catorce años, tuvo la suerte de encontrar en el In=ituto de Toluca al notable erudito Ignacio Ramírez, bajo cuya paternal dirección se asomó por vez primera a los va=os horizontes del mundo de la cultura. Mae=ro, orador, periodi=a de combate, crítico teatral y noveli=a, a los treinta años –dice un renombrado crítico– gobernaba el mundo intele>ual de México.

No vale la pena repetir su llegada al In=ituto, que por otra parte él ha referido magi=erialmente. Cuando arribó a Toluca, sus ojos de campesino contemplaron una ciudad que debe haberle parecido demasiado grande, tanto como a cualquier provinciano las mon=ruosas urbes contemporáneas, como Nueva York, Londres o París.

La capital del e=ado contaba entonces aproximadamente con cuatro mil habitantes. Se habían hecho algunas mejoras como la con=rucción de los portales y la introducción de agua potable, pero sus limitantes iban apenas de la Alameda ha=a la Cortadura y de la iglesia del Carmen a lo que hoy es la calle de Pensador Mexicano.

Salvo pequeños descansos semanarios la e=ancia de Altamirano en Toluca –dos años– transcurrió dentro del In=ituto, y apenas se veía interrumpida por breves salidas dominicales, o cuando asi=ía con sus compañeros a las ceremonias cívicas o religiosas.

Casi toda su e=ancia en Toluca coincidió con el gobierno de don Mariano Riva Palacio, y es casi seguro que la mañana del 3C de septiembre de 3<;3, asi=ió con sus condiscípulos y con sus mae=ros in=itutenses, a la solemne inauguración de la primera e=atua erigida en el país al padre de la patria, don Miguel Hidalgo, hecho que ocurrió en el a>ual Jardín de los Mártires, donde cinco años antes, Francisco Zarco, casi niño, pronunció un fervoroso discurso patriótico, frente al gobernador Francisco Mode=o de Olaguíbel.

La noche del mismo 3C de septiembre de 3<;3 se inauguró también el teatro Principal. Un grabado de la época mue=ra el recinto pletórico de emperifolladas damas y elegantes caballeros. E=e suceso que con=ituyó un hecho relevante para la sociedad tolucense, debe haber llegado a conmover, tras las paredes del viejo In=ituto, la imaginación e=udiantil. Fuera de e=os sucesos sólo una que otra travesura pudo haber alterado el casi moná=ico ambiente, donde un pequeño grupo de e=udiantes luchaba, bajo la cu=odia

El peregrino de Tixtla

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de un celoso pedagogo, por aprender los principios de las ciencias más avanzadas de su época.

Durante sus ocios dominicales, quizás haya ido a pasear a la Alameda, cuyos árboles comenzaban a ensanchar su follaje, pues habían sido plantados nueve años antes: pero más bien debemos imaginarlo de paseo por alguno de los áridos cerros de la sierrita de Toluca, con un dejo añorante de los ubérrimos alrededores de su pueblo natal.

Una vez, quién sabe con qué subterfugios, con monedas ahorradas durante meses, fue a la capital de la república en diligencia, según nos lo ha transmitido amenamente en una crónica de viaje.

Por e=a época Altamirano tenía un cará>er voluntarioso y era a menudo terco y ob=inado. Su inteligencia era lúcida y siempre figuraba a la cabeza de sus compañeros de e=udios.

Aunque breve, la e=ancia de Altamirano en el In=ituto dejó en su pensamiento un fecundo limo intele>ual. En e=e plantel se deAertó su vocación por el periodismo y recogió los primeros frutos de su ideología liberal que no había de abandonar ha=a su muerte.

El gran escritor salió del In=ituto por algún pecadillo que sirvió de pretexto para ocultar la causa verdadera: su admiración por el iconocla=a Ramírez, metido en líos con el gobernador en turno. A su salida –llamémosle expulsión– del colegio, se agregó a una compañía dramática de la lengua, con la que llegó a la ciudad de México. Aquí lo recibió, náufrago de esa resaca de la vida, Felipe Sánchez Solís, el pedagogo indígena, el sempiterno de los e=udiantes desvalidos.

Mientras Altamirano e=udiaba para gran hombre en el Colegio de Letrán, al otro lado del Monte de Las Cruces, quedaba la ciudad gélida y timorata que un día se eAantó de la luz reAlandeciente de un a=ro. ¡E=e a=ro era el solitario Nigromante, que se había quedado en Toluca para luchar con la eAada de su dialé>ica implacable y mordaz contra una sociedad que se aferraba a los viejos cánones de una forma de vida anquilosada y decrépita!

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� %*% $&/& E.&$#+, en verdad, del epi=olario familiar de León Guzmán, el insigne tenanguense que, con Isidoro Olvera y el potosino Ponciano Arriaga, fue uno de los más altos

representativos del hi=órico Congreso Con=ituyente de 3<;C-3<;@.

Presidente, secretario y miembro de la comisión que presentó el proye>o de esa Carta Magna, su intervención en los debates de las asambleas se vio por ese motivo considerablemente reducida. De todos modos, se le considera como el salvador de ese trascendental documento, pues lo defendió vigorosamente de las acometidas de los timoratos y escrupulosos diputados que abogaban por el e=ablecimiento de la momificada Con=itución de 3<1B, que tuvo para su tiempo ideas muy avanzadas, pero que en 3<;@ no podía ser otra cosa que una venerable reliquia de museo.

Pero volvamos a las cartas. Sobre tres que e=án en poder de una de las descendientes de don León, hemos podido pasar nue=ra mirada. Pero la que nos interesa es una larga epí=ola fechada en la ciudad de México, en ago=o de 3<@:. Fue dirigida a sus hermanos G. [Guadalupe]Lucio Guzmán que, anciano y achacoso, residía a la sazón en Tenango del Valle. Le aconseja acerca de la venta de unas propiedades y campea en ella el mismo e=ilo lógico que cara>erizó su oratoria que tanto lu=re le dio en el Congreso de 3<;C-3<;@.

En la misma carta, que es muy extensa –veinte páginas–, se entrevé también que León Guzmán, quizá a causa de sus desengaños políticos, añoraba la vida del campo. Menciona la compra de un rancho con huertas de lima, que le co=ó mil ochocientos pesos.

Pensaba acrecentar el produ>o de sus huertas, plantando cafetos, cultivo acerca del cual albergaba grandes eAeranzas, como puede verse por lo que decía a su hermano:

Verás, por lo dicho, que lo que voy a hacer es exa#amente lo mismo que te he aconsejado. Voy a comenzar por pequeñas experiencias: voy a sembrar café, como podría sembrar geranios o dalias, o cualquier otra planta. Si el resultado es bueno seguiré más en grande y con más dedicación…

A pesar de su tono familiar, hay en sus líneas alguno que otro chiAazo del ideario del gran hombre. Tenía, como otros ilu=res talentos de su época, grandes temores hacia el imperialismo de los E=ados Unidos. E=o revela cuál era el modo de pensar entre los intele>uales de su tiempo, cinco lu=ros deAués de la infau=a guerra de 3<B@, que co=ó a México gran parte de su territorio.

León Guzmán

Línea !'.Puede tratarse del rancho de

San Isidro, en Nuevo León, donde según sus biógrafos murió

León Guzmán.

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Con efe>o, decía don León Guzmán, tratando de convencer a su hermano de que nadie sería capaz de otorgarle crédito ni confiarle sus fondos:

[…] Todo el mundo sabe que cuando la Independencia o las in!ituciones corren peligro, yo soy de los primeros que vuelan a defenderlas. Se habla ya mucho de una nueva revolución; y hay el peligro para mí más grande, de que EU comience a realizar los proye#os ambiciosos que desde hace mucho tiempo tiene sobre México.

Y agregaba: “Natural es que los hombres de dinero crean que yo he de tomar parte –en la revolución–; y no pueden olvidar que en ese caso, sacrificaré, como ya lo he hecho otras veces, mi pequeña fortuna.”

En las líneas anteriores ha=a el más lerdo advierte que a pesar de su edad –contaba ;1 años–; no había perdido sus juveniles arre=os de rebeldía; no de otro modo al referirse a sus relaciones con el gobierno decía: “Saben que no e=oy conforme con la marcha de la a>ual admini=ración, y como Lerdo lo sabe también, todo el mundo tiene derecho para eAerar que me persiga, que me de=ierre o por lo menos me mande al extranjero”.

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�% 9./%, *)&+"#,&-"&, un gran movimiento periodí=ico liberal en el E=ado de México; pero muchas ideas libertarias y de progreso se realizaron en el territorio de nue=ra entidad,

y con=ituyeron uno de los antecedentes más vigorosos de la Reforma.

Por otra parte, el e=ado se ufana hoy de haber contado entre sus hijos y residentes a periodi=as tan notables como Alzate, el do>or José María Cos, Joaquín Fernández de Lizardi, Lorenzo de Zavala, José María Heredia, Ignacio Manuel Altamirano, Juan A. Mateos, El Payo del Rosario, Agu=ín González y José Vicente Villada.

Entre los más remotos precursores de un diarismo hoy próAero que asombra no poco a los habitantes de e=a ciudad, se encuentran los primeros periódicos aparecidos en nue=ro territorio. Se publican con grandes tropiezos, y dif ícilmente lograban subsi=ir durante un año. Sólo los periódicos oficiales pudieron en los primeros tiempos so=enerse por más de una década. E=os abuelos de nue=ros diarios de hoy eran una miscelánea en la que se publicaban diAosiciones gubernamentales, notas informativas, artículos científicos y gacetillas necrológicas.

Hubo periodismo literario crecido al amparo de algún gran escritor o poeta; pero más comunes fueron los periódicos nacidos bajo los relámpagos de las luchas de partido o de las lides ele>orales, y que, como es fácil comprender, e=uvieron supeditados a los vaivenes de la política, o a los particulares intereses de los editores.

Uno de los primeros periódicos de que se tiene noticia y que comprueba lo que se dice en el párrafo anterior fue El Ilu!rador Nacional, que luchó por la Independencia y fue reda>ado por el do>or Cos, en el mineral de Sultepec, e impreso con grandes dificultades, pues se tuvieron que emplear tipos de madera y tinta hecha con añil.

En 3<13, el célebre autor de El Periquillo sarniento, dirigió primero en Tepotzotlán y deAués en Naucalpan, El Diario Político Militar Mexicano, en el que se eAigan algunas ideas que apuntan con derechura hacia el liberalismo.

No con=ituye ninguna novedad repetir aquí que e=os periódicos se hacían casi a salto de mata, y que las imprentas, como las armas y el parque, viajaban a lomo de mula y se emplazaban donde se podía, pues nada arredraba a los heroicos paladines de nue=ra lucha libertaria por alcanzar sus nobles objetivos.

Don José María Heredia, el gran poeta cubano avecindado en nue=ra entidad, publicó en Tlalpan, cuando allí se encontraban los poderes

El periodismoliberal

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del e=ado, un periódico crítico literario, llamado Miscelánea. Otra publicación de la época fue El Fanal, publicado en Toluca cuando los poderes se trasladaron a e=a ciudad.

En el campo del periodismo cultural fue en el In=ituto Científico y Literario, donde se ha realizado el esfuerzo más importante de todo el e=ado. Salvo cortas interrupciones desde el año de 3<<? ha=a 3?32, y deAués eAorádicamente, se publicó el Boletín del In!ituto, cuya importancia cultural no ha tenido paralelo entre nosotros. E=e esfuerzo que no puede tener otro calificativo que el de enciclopédico, por la variedad de ciencias que tomaban como tema sus articuli=as, alcanzó una dimensión internacional, pues tenía canje con las más importantes revi=as de su tipo que se publicaban en el mundo entero. Colaboraban notables sabios extranjeros y los profesores y alumnos más di=inguidos del In=ituto. Por cierto, entre sus principales y más de=acados colaboradores contó con el sabio naturali=a don Manuel Villada, que llegó a escribir notables artículos no sólo en el boletín, sino en las publicaciones de la dependencia antecesora de lo que hoy se llama In=ituto Nacional de Antropología e Hi=oria, como se puede comprobar fácilmente leyendo los índices bibliográficos de e=a prócer in=itución. En una de sus mejores épocas dirigió el boletín el ilu=re polígrafo don Agu=ín González, y lo auxilió en e=a labor el deAués licenciado Carlos A. Vélez.

Época aciaga la de la Reforma y la de los años que la antecedieron, tenía suAendida sobre los escritores la eAada del cadalso o la centella de los anatemas. Ser entonces periodi=a significaba ser un gladiador, un combatiente heroico diAue=o a todos los sacrificios y a todos los martirios. Periodi=as de la insurgencia habían ido a podrirse a las cárceles o a paladear el amargo acíbar del de=ierro.

Pero en el periodismo liberal del e=ado tenemos que mencionar, deAués de la aparición del El Reformador, a Altamirano y a Ramírez. A falta de un liberalismo autó>ono, tenemos que conformarnos con el que vinieron a hacer ilu=res liberales.

Altamirano y Juan A. Mateos publicaron, cuando eran alumnos del In=ituto, un periódico que se llamó Los Papachos. Sus ejemplares son hoy rarísimos. Debe, sin embargo, haber traído alguno que otro pensamiento de tipo liberal, pues aunque ambos periodi=as eran casi niños, fueron discípulos de Ramírez y deAués connotados liberales.

El que sí militó, como lo había hecho y lo hizo en todas partes en el periodismo combativo, fue El Nigromante. Allí e=án El Porvenir y su "emis y Deucalión, impresos en Toluca por los años de 3<;3 y 3<;1 y cuyos artículos allí publicados le valieron amenazas y

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persecuciones del gobernador en turno, que era nada menos que Mariano Riva Palacio.

E=os son, si no los únicos, sí los más importantes de cuantos periódicos combativos se publicaron en la capital del e=ado, en la época que atendió a la Reforma.

Aunque ni tan cáu=ico ni tan famoso como Ramírez, también e=uvo por e=os lares e hizo periodismo de lucha el escritor conocido con el nombre de El Payo del Rosario. Escribía e=e combatiente en el lenguaje del pueblo y pudo, por ese medio, interesar hondamente a sus le>ores.

Como una reflexión final, podemos decir que aunque es verdad que el periodismo liberal fue ave de paso entre nosotros, queda de todos modos, como ejemplo para los periodi=as de hoy, la vida y la obra de escritores de la Reforma, como el ilu=re don Francisco Zarco o como Juan B. Morales, de quien se dice que, llevado a la presencia del di>ador Santa Anna, quien intentaba amordazarlo, le reAondió eAartanamente diciéndole que no cejaría en su labor; pues sabía bien que lo peor que podría pasarle era terminar entre cuatro velas, tendido en un mísero petate.

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�- &0 !)50% ()(, el periodismo en México fue de ideas, es decir, de combate. Los escritores se dejaban encarcelar o matar en defensa de sus pensamientos. La lucha fue enconada. De un

lado los insurgentes, del otro, los reali=as. DeAués, de un bando los liberales; del otro, los conservadores. En ambos partidos hubo brillantes adalides. De=acaron, sin embargo, los de la facción progresi=a. Valientes ha=a la temeridad, no tenían empacho en desafiar a la tiranía. Así eran e=os hombres que lo dejaban todo: biene=ar, familia, dinero, con tal de cumplir con el imperativo de su de=ino.

Con Dávila Ibar y EAino, Pablo Villaviciencio forma las primeras barricadas del liberalismo mexicano. Villavicencio, mejor conocido como El Payo del Rosario, nació en el Real del Rosario, Sinaloa, el @ de enero de 3@?1. Dicen sus biógrafos que fue de cuna humilde. No tuvo, por tanto, ni medios económicos, ni tiempo de asi=ir a la escuela. Se formó por sí solo, como los autodida>as. Muy temprano comenzó su pública a>uación. Y fue con unos escritos polémicos en defensa de la Independencia, y en contra del obiAo Bernardo del EAíritu Santo, quien desde el púlpito atacó a los insurgentes de Sinaloa. Al triunfo de la causa de Hidalgo, El Payo se e=ableció en la capital de la república. Allí, en periódicos y folletos, combatió a Iturbide, a los funcionarios venales, al clero mercenario y a la plutocracia parasitaria. Un folleto titulado Si no se van los ingleses hemos de ser sus esclavos, lo llevó prisionero a la fortaleza de San Diego, en donde su salud menguó para toda su vida.

Payo del Rosario es engañoso pseudónimo. Nada tiene e=e “payo” de campesino rudo e ignorante. Sabe sus latines el hombre y también do>rinas políticas y filosóficas, como que sus autores predile>os son los enciclopedi=as franceses. De sus artículos y folletos, sólo el título es popular, bullanguero, fe=ivo: Zurra al papel embu!ero de la muerte de Guerrero: si el Presidente sigue como va, como subió bajará…

Su bullente humorismo es casi siempre un ardid para ocultar sus argumentos que tienen la dialé>ica fuerza de un silogismo. Así se explica que hubiese sido un publici=a temido, encarcelado, combatido. Mucho escribió El Payo del Rosario; pero sus libelos y folletos se encuentran en su mayoría –¡quien lo creyera!– en las principales bibliotecas de los E=ados Unidos. La nue=ra, es decir, la nacional, cuenta apenas con los cuarenta y ocho fascículos que con=ituyen la Colección Lafragua.

A dos puntos de la geograf ía, o doblemente a uno, e=á unido el tránsito vital de los hombres: al lugar del nacimiento y al sitio de la muerte. Y a e=a ciudad e=á ligado el deceso de El Payo del Rosario. Tierra tolucense cubre sus cenizas. ¿En el panteón de San Seba=ián? ¿En el de San Diego?

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Relatemos lo referente a su muerte. Desde su arraigo en México, su vida e=uvo ligada a la de Lorenzo de Zavala, de quien fue compañero de logia y correligionario político. Por el desacuerdo entre Zavala y Guerrero, entonces presidente, El Payo fue a la cárcel, como consecuencia de un folleto denominado: Pobre del señor Guerrero, para de aquí al mes de enero.

Cuando Zavala vino a Toluca como gobernador, por segunda vez, trajo a Villavicencio como secretario particular. Aquí escribió El Payo sus últimos folletos –¿en dónde encontrar alguno de ellos?– que se denominan: Viva Santa Anna y que mueran toditos sus enemigos, Conversación de don Prudencio con don Antonio y El Payo del Rosario en los Barrios de e!a Capital (Toluca).

Zavala fue ine=able como político; adi>o más a las ideas que a los hombres, tenía que ser tratado con muchos miramientos. De aquí sus frecuentes rupturas y fricciones con los más encumbrados personajes de la política nacional. Enemi=ado con el régimen tiránico de Bu=amante, é=e le envió una fuerza armada, “para hacerlo entrar en razón”.

Francisco Xavier Gaxiola, biógrafo ocasional de Villavicencio, relata el hecho en los términos siguientes:

Atacado Zavala en Toluca por las fuerzas federales a las órdenes de [Mariano] Ortiz de la Peña, se organizó en su contra una débil resi!encia y al huir de la población los principales personajes, El Payo fue comisionado por el gobernador para regresar a la casa de gobierno y recoger unos papeles de interés que se habían quedado olvidados en un escritorio. Una vez cumplida su comisión, Villavicencio se apresuró a incorporarse con su jefe y por desdicha se encontró con los enemigos en la antigua Calzada de los Arbolitos [hoy Avenida Independencia] y al ser reconocido fue asesinado cobardemente en unión de don José María Guillén, que lo acompañaba.

Así fue tronchada, de golpe rudo, la vida de ese excepcional periodi=a de combate, a quien no “lo hicieron acallar ni las amenazas de sus enemigos ni las continuas prisiones, en las que parecen e=aba como domiciliado”.

“El E=ado de México [dice Gaxiola], en premio a los servicios que pre=ó El Payo del Rosario, decretó el 13 de marzo de 3<:: una pensión vitalicia a la viuda e hija del escritor mártir”.

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�0 ,%-"& $& las Cruces ha sido glorioso y fatídico para la hi=oria de México. Aquí derrotó Hidalgo a Torcuato Trujillo; aquí murieron Leandro Valle y Santos Degollado.

Desde el alto mirador que domina en toda su extensión los llanos de La Marquesa y Salazar, un clarín desgrana en la profundidad del valle las aciagas notas de un toque de retirada. Jefes y soldados toman por donde mejor les acomoda. El general y su asi=ente logran, milagrosamente, atravesar una larga hondonada boscosa ha=a llegar a un paisaje denominado hoy La Cima. Aquí, en terreno laderoso y descampanado, les dan alcance unos cuantos reaccionarios, el general cae muerto. Un soldado le hace fuego por detrás con un rifle; otro lo remata, ya caído, diAarándole en el pecho. Así fue el trágico fin de Santos Degollado.

En los días que precedieron a su muerte, el mártir de Las Cruces se encontraba en México, ante “el gran jurado de la opinión y de la prensa”, que lo atacaba con acrimonia, echándole en cara, entre otros cargos, la derrota de La E=ancia de las Vacas y el robo de la condu>a de Laguna Seca.

Pero un general aco=umbrado a las tormentas de los denue=os y los sinsabores de la campaña, no puede permanecer ina>ivo, máxime cuando la causa liberal, aunque vi>oriosa, se halla acosada con=antemente por numerosas partidas de reaccionarios, que a veces tienen la osadía de llegar casi a las goteras de la capital.

El Congreso, en una sesión célebre, otorga permiso a Degollado para salir a campaña, y el mini=ro de Guerra lo nombra jefe de las fuerzas que deben combatir a Zuloaga, Márquez, Buitrón, y otros jefes que merodean en la serranía de Las Cruces. Menguadas fuerzas ponen al mando del general, tan menguadas que él mismo, en su cuaderno de notas, las llama “una pequeña brigada”.

El general tiene prisa. Sale para Tacubaya el @ de junio y el < para Lerma. En los llanos de Salazar el enemigo tiene la osadía de so=ener con él un tiroteo de dos horas. Llega a Toluca el ? de junio de 3<C3. Acepta aquí el plan de campaña que le presenta el coronel O´Haran. La pequeña brigada de Degollado tiene muchas carencias, entre ellas la de parque. A México van los coroneles Cruz y O´Haran a ge=ionar el sumini=ro de pertrecheros y haberes para la tropa. Logran su objetivo los enviados. Se informa a Degollado que el 3; de junio saldrá de Tacubaya un convoy militar al mando de los mismos Cruz y O´Haran. Don Santos considera que atenido a sus propias fuerzas, el convoy no podrá defenderse con éxito en caso de ser atacado. Decide, pues, protegerlo. El 3B del mismo mes sale Degollado de Toluca. Lo acompaña, parece que de mal grado, el

Línea #)En El libro rojo, dice Ángel Pola

que: “don Santos, pi&ola en mano, descendía la pendiente al

paso de su caballo.

”Se rompió la brida; se apeó a amarrarla y fue hecho prisio-

nero. El Chato Alejandro le dio una lanzada.

”Conducido entre filas, un indio apellidado Neri, le di'aró un tiro por detrás, en el cerebelo”.

E&a versión se confirma y enri-quece con las inve&igaciones

realizadas en #$%(, por las autoridades de Lerma. Según

e&e documento, los asesinos de don Santos Degollado

fueron, además de Neri, Hilario Gutiérrez, y el que se hacía

llamar general (Chato) Alejandro Gutiérrez. Se dice allí,

también, que El Chato cortó el dedo en que Degollado llevaba

un anillo.

Ambas versiones coinciden en gran parte con la que recogió mi abuelo, José de los Reyes García

Vázquez, quien nació y vivió con Ignacio Allende. Los datos que él obtuvo, los trasmitió de

viva voz, a mi padre Pioquinto García Vázquez, y a mis tíos

Hermenegildo y Saturnino, de los mismos apellidos.

Un montefatídico

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general Berriozábal, a la sazón gobernador del e=ado. En Lerma se les une, a las siete de la mañana, el coronel Félix Vega, jefe del Batallón de Rifleros de San Luis. Juntas las tropas prosiguen su marcha hacia México.

Antes de llegar al sitio llamado El Portezuelo, explica Degollado el plan de batalla: a) pequeña exploración para descubrir al enemigo emboscado; b) marcha sobre el camino real ha=a los llanos de Salazar y desvío deAués hacia la serranía, c) deAejar de enemigos las alturas, descender deAués por el oriente ha=a La Pila, el lugar de mayor peligro para un ataque del enemigo, y d) en e=e punto eAerar o ir al encuentro de O´Haran para cu=odiarlo ha=a Toluca.

Sin embargo, lo prudente era, antes de comenzar la ejecución del plan, tener noticia cierta de que O´Haran había salido de Tacubaya. Se eAeró el paso de la diligencia que venía de México y se supo que a la hora del paso del carruaje por Tacubaya el convoy de O´Haran aún no había salido de esa población.

La impaciencia acicatea a Degollado. Decide a>uar de inmediato. Sin embargo, el plan inicial no puede llevarse a cabo al pie de la letra. Las veredas que llevan ha=a la cima de la serranía no son accesibles para los jinetes. Se opta por dividir la columna en dos partes. La infantería, compue=a por el Batallón de Rifleros, al frente de la cual irá Degollado, se internará en el monte; subirá por el eAinazo, y descenderá por el lado oriente ha=a La Pila. Entretanto, la caballería, al mando de Berriozábal eAerará ha=a que los rifleros alcancen las alturas. Entonces proseguirá por el camino real ha=a encontrar el convoy o ha=a reunirse con Degollado en La Pila. La señal de que el Batallón de Rifleros ha logrado su objetivo será un toque de diana.

No se conocen con exa>itud los movimientos de la brigada desde El Portezuelo en adelante, pero se infiere que caminó sin dividirse ha=a llegar al puertecillo que da acceso a La Marquesa; fue aquí donde Degollado se separó de Berriozábal y tomó hacia el nore=e, con rumbo a La Cima, y que reviró deAués por una cañada honda, boscosa, que limita, por un lado, un cerro oblongo de poca altura, y por el otro las eminencias de Peña Pobre y Tepalcates.

DeAués de una angu=iosa eAera que anunció la presencia del enemigo oculto en el bosque, las tropas de Degollado aceleraron el ascenso y, deAués de un encarnizado tiroteo, la descubierta al mando del comandante Soberón logró llegar a la cima y, sin eAerar más ordenó, precipitadamente, dar el toque de diana. Pero el enemigo tiroteó tan rudamente a quienes habían alcanzado la altura que, haciéndoles numerosos muertos y heridos, los puso en desbandada.

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Berriozábal, que había oído la señal convenida, reanudó de inmediato la marcha. Devoró rápidamente gran parte del camino. Ignoraba el desa=re de Soberón e ignoraba también que en otro picacho habían quedado acorralados Degollado y De la Vega, sin parque y sin auxilios.

En situación tan deseAerada se envió al ayudante Perfe>o Soto a pedir socorro a Berriozábal, pero cuando el emisario logró darle alcance era ya demasiado tarde. Quizá Degollado suponía que el general y gobernante lo e=aba eAerando en La Pila; pero no, se había adelantado tanto que Soto lo alcanzó casi llegando al Contadero.

¿Por qué no eAeró Berriozábal a Degollado, en el sitio convenido? ¿Qué razones lo obligaron a seguir adelante?

El cadáver de Degollado, expue=o a la befa de la soldadesca, fue conducido a lomo de mula, casi desnudo –lo habían deAojado de sus botas y su uniforme– ha=a Huixquilucan. En e=e lugar tropas del jefe reaccionario Gálvez lo sepultaron, a contrapelo del cura, en el atrio de la iglesia de San Antonio, precisamente en el co=ado norte del templo.

El ; de julio de 3<C1, sus re=os fueron exhumados por el general Francisco Alcalde, que se encontraba de paso en Huixquilucan. Un soldado que había presenciado el entierro, señaló el sitio donde yacían los huesos, que deAués fueron llevados a México, y reinhumados con todos los honores en el Panteón de San Fernando. Po=eriormente, no se sabe por qué razones los familiares pidieron el traslado de los deAojos al Panteón Británico, de la Tlaxpana. De e=e lugar fueron de nueva cuenta trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilu=res, el 3; de junio de 3?C3, durante el gobierno del licenciado don Adolfo López Mateos.

La muerte de Leandro Valle completa la otra cara del drama. En efe>o, para vengar la muerte de Degollado, el general Valle salió de la ciudad de México el 11 de junio de 3<C3, como jefe de una brigada punitiva. El pequeño ejército llegó a Cuajimalpa como a las tres de la tarde, y en e=a población Valle giró órdenes para que O´Haran y González Ortega se incorporaran a él con sus fuerzas, en Tenango o en el camino a Toluca, según la posición que tomara el enemigo.

Al día siguiente, al deAejarse la niebla de la montaña, la brigada emprendió el camino a Toluca; pero al llegar al Monte de Las Cruces fue atacada por el enemigo. A pesar de la superioridad numérica de é=e, Valle presentó una tenaz resi=encia, pero al final de cuentas fue derrotado.

Huía Valle con rumbo a México, cuando antes de llegar a la desviación que conduce a Chimalpita, un indio a quien apodaban El Ixtle,

Línea #"& Analizando objetivamente

los documentos de la época, Berriozábal no queda exento de culpa en la muerte de Degollado.

En efe)o, hay más de un indicio para creer que el toque

de diana, señal de que el camino de Las Cruces quedaba a salvo

del ataque del enemigo, sólo exi&ió en la imaginación de Berriozábal, quien en menos

de un cuarto de hora de e'era oyó un tiroteo y enseguida la

diana prometida; pero debemos advertir, según el dicho de

te&igos presenciales, “que la diana únicamente la oyó el

general Berriozábal”.

Por otro lado, en el parte que e&e general rindió al mini&ro de Guerra, arroja sobre O´Haran la re'onsabilidad de la muerte de

Degollado, y afirma que desconocía el plan de guerra de é&e. ¿Es posible que un general, que va como subalterno de otro,

desconozca en el momento mismo de la acción, los planes

guerreros de su jefe?

Agrega Berriozábal, en el mismo parte que comentamos, que su

caballería hubiese empleado cuatro horas y media en llegar

ha&a el lugar donde e&aba acorralado Degollado. Quien

conozca el antiguo trazo del camino Toluca-México, en el

tramo que va de Las Cruces a Cuajimalpa, tendrá que reco-

nocer que esa afirmación no pasa de ser subterfugio. Pero hay

más. En el informe que sobre la acción de Las Cruces rindió a

Zaragoza el coronel Félix Vega, se acusa a Berriozábal, sin nom-

brarlo, de incumplimiento del plan de campaña y, además, de

condu)a poco militar.

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oriundo de San Francisco Xochicuahutla, y que vivió deAués en el barrio de Ignacio Allende, le salió al general por la eAalda, encañonándolo con una escopeta vieja, al mismo tiempo que llamaba a sus compañeros para que lo auxiliaran.

El prisionero fue conducido ha=a Las Cruces. Aquí, por las órdenes de Márquez, fue fusilado por la eAalda, en el co=ado sur de un edificio que se conocía entonces con el nombre de “Casa de la Nación”. Otro indígena llamado José Gregorio, lo colgó de la rama de un árbol. De aquí lo rescataron para trasladar su cadáver a la capital de la república.

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�- &0 F%$&+, Santa Anna se quitó la máscara. Las eAeranzas que el pueblo había pue=o en él se desmoronaron. Los fueros y privilegios reducidos durante el gobierno progresi=a de 3<::

renacieron tenazmente como la mala hierba. Un ejército oneroso –noventa mil hombres, según los hi=oriadores de la época– era una enorme hidra que devoraba la economía del país. Para so=ener tan mon=ruosa máquina de opresión, lo mismo que el boato de una corte de mentirijillas, se multiplicaron las contribuciones; y se llegó ha=a el ridículo de cobrar impue=os ha=a por las ventanas de las casas. La voluntad del país fue entonces la voluntad caprichosa de un hombre o de una sola camarilla, la de su Alteza Serenísima, el omnipotente Antonio López de Santa Anna.

Frente a tal e=ado de cosas, se levantó a todo lo largo y ancho del país una hoguera de descontento. En Guerrero, cuna de patriotas esclarecidos, indómitos, amantes de la ju=icia y la libertad, se pronunció el general don Juan Álvarez, enarbolando como bandera el Plan de Ayutla.

En el departamento de México “la causa de la libertad había hecho una importante adquisición con el esforzado adalid don Plutarco González quien figuraba en 3<;; al frente de las tropas” que combatían la di>adura santani=a.

Plutarco González nació en Toluca en 3<31. Fue humilde su cuna, según quienes lo conocieron de cerca. Desconocemos a qué a>ividades haya dedicado los primeros años de su juventud. Lo que se sabe de cierto es que ingresó a la milicia antes de los treinta años de edad. En efe>o, en 3<:;, era teniente en la Segunda Compañía del Regimiento A>ivo de México, del cual se separó por “licencia absoluta”, en diciembre de 3<:@. En e=e mismo año ingresa como miembro del Partido Progresi=a opositor al santanismo. En 3<B3 secunda el pronunciamiento del general Gabriel Valencia, y en 3<B@ toma parte en algunas acciones contra el invasor norteamericano.

Durante la Revolución de Ayutla hace a>iva campaña combatiendo a la reacción en los di=ritos que hoy forman el sur del e=ado. Obtienen señaladas vi>orias como la toma de Zacualpan y la de Sultepec, efe>uada en abril de 3<;;. Por cierto que e=e suceso:

Dio ocasión a una de las muchas inju!icias que solía cometer el gobierno di#atorial con los infelices pueblos. Cuarenta vecinos de aquel di!rito fueron presos y conducidos a la capital, por suponérseles culpables de las demo!raciones que se habían hecho allí contra la tiranía. Sin más averiguación, y sin tener en cuenta las amarguras de sus familias desoladas, aquellos honrados y pacíficos ciudadanos, casi todos ladrones, fueron encerrados en Santiago Tlatelolco, donde permanecieron ha!a fines de julio.

El generalPlutarco

González

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Por su de=acada participación en la Revolución de Ayutla, don Juan Álvarez otorga a Plutarco González el grado de General de Brigada. Con e=a jerarquía asume la gubernatura del e=ado, el 3? de ago=o de 3<;;, y la abandona, por dimisión, el C de enero de 3<;@. Durante el breve ejercicio de su admini=ración, colaboran con él di=inguidos liberales como el general Berriozábal y el licenciado Manuel Alas, quienes más tarde llegaron también a gobernar el e=ado. Época convulsa en la que admini=ra Plutarco González, no da lugar a grandes obras de beneficio social. Es, por tanto, la pacificación del e=ado, el principal empeño de su mandato.

El alto cargo que desempeñó, “en nada alteró su mode=ia cara>erí=ica. [dice uno de sus panegiri=as] En efe>o, el poder le sienta mal, y para que se pueda lograr el progreso del e=ado” dimite a su elevada misión. Quizá pensó, como otros esclarecidos generales, que podía servir mejor como soldado que como gobernante.

Al dejar el poder, retorna Plutarco González al ejercicio de las armas, y muere el :3 de o>ubre de 3<;@. Días antes –el 11– se pronunció la guarnición de Cuernavaca. Fue a someterla, pero los rebeldes huyeron. Los persiguió y fue precisamente en la cue=a del Platanillo –antiguo puerto de entrada al valle de Iguala–, donde perdió la vida en el combate que le presentaron los hermanos Cobos y Vicario, que formaban parte de las fuerzas del general reaccionario José María Moreno.

Su muerte, en opinión de un hi=oriador nue=ro, don Miguel Salinas, se debió a que no escapó con oportunidad por haberse empeñado en salvar personalmente a su amigo íntimo, el oficial Lauro Cárdenas. Casi inmediatamente deAués de e=e suceso, la partida que lo había derrotado y muerto fue vencida a su vez por Negrete. E=e jefe levantó el campo y llevó el cadáver de don Plutarco a Cuernavaca. En e=e lugar fue embalsamado y po=eriormente traído a Toluca por sus ayudantes Zavaleta, Peralta y Zimerman.

Exi=e un folleto rarísimo, que no pude consultar, en donde se narran las peripecias del traslado. Empero, no es aventurado afirmar que é=e se hizo por el antiguo camino de herradura que, pasando por Chalma y Malinalco, comunicaba a Cuernavaca con Tenancingo.

El cadáver del eminente liberal fue sepultado, pese a la oposición del cura Merlín, en el antiguo cementerio de San Diego. En 3<C3, el gobierno del e=ado, presidido a la sazón, interinamente, por Manuel Alas, colocó una lápida en su tumba. Finalmente, en mayo de 3<?;, sus re=os fueron exhumados, expue=os a la veneración pública en el Salón de Cabildos del Panteón General, en donde siguen ha=a la fecha.

Línea )' Hi$oria de la Revolución de

México, contra la di+adura del General Santa Anna. México,

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A& )5-%+# *.8-$% vino al mundo José Vicente Villada. ¿Fue en 3<B2? ¿Fue en 3<B1? Lo que se sabe de fijo es que nació en la ciudad de México y que murió en Toluca, el C de mayo de

3?2B. Fue comerciante, tipógrafo, periodista, militar liberal y gobernador del Estado de México. Gobernador benemérito durante quince años.

Fulgurante fue Villada. Entró en el ejército como subteniente. Fue hecho prisionero en el sitio de Puebla, pero logró evadirse cuando era conducido a Veracruz. Tomó parte a>iva en la guerra de intervención en Michoacán. Se di=inguió heroicamente en el ataque a Morelia, en 3<C:, rescatando una bandera que había caído en manos del enemigo. Como premio a e=a intrepidez, el general Berriozábal lo ascendió a comandante. En 3<C; derrotó en Los Reyes al coronel Banderback, jefe de una columna de zuavos. Al entrar triunfante en Tacámbaro fue herido en la cabeza. En el albazo de Méndez fue hecho prisionero en compañía de los generales Arteaga y Salazar, y conducido con é=os y numerosos oficiales, a pie, a Uruapan, por un escabroso camino de 311 kilómetros de largo. El general Riva Palacio lo canjeó por un grupo de belgas. Volvió de nueva cuenta a la brega y por méritos a favor de la causa liberal, llegó a obtener el grado de General Brigadier.

No sólo como militar se di=inguió Villada; también como político. Fue, en varios periódos, diputado al Congreso de la Unión. Organizó entonces la primera gran manife=ación a la memoria del Benemérito de las Américas. En sus ausencias de la Cámara como representante popular, dirigió La Revi!a Universal y El Partido Liberal. Defendió en ellos a Lerdo de Tejada, no importa que deAués terminara –¡cosas de la política!– siendo partidario de Porfirio Díaz.

El porfirismo, dicho a contrapelo de los panegiri=as de la Revolución, dio excelentes gobernadores. Uno de ellos fue el general Villada. Mucho realizó en todos los ramos de su admini=ración. Brilló en todas las facetas. Sin embargo, fue en tres donde alcanzó mayor lucimiento: como urbani=a; como filántropo, y como prote>or de la clase obrera:

Emprendió y llevó a feliz término [dicen sus apologi!as] obras que no podrá de!ruir el tiempo […] como el Palacio Legislativo, el Palacio de Gobierno, el Municipal, la hermosa Finca de la Exposición, el Ho"ital, el In!ituto Científico, que modificó y mejoró, la Escuela Indu!rial, la correccional de hombres y la de mujeres, la Casa de Maternidad, el Asilo de Mendigos, la Escuela Normal para Profesoras, la Escuela de Artes y Oficios para Varones, el Departamento de Ingeniería, la magnífica Biblioteca, las oficinas del Consejo Superior de Salubridad, los tívolis para obreros.

Línea !&En #**+ era Villada dire)or del diario El Partido Liberal. Lanzó

entonces la iniciativa para que toda la prensa liberal

conmemorara el vigésimo quinto aniversario de la muerte

del Benemérito. La iniciativa fue acogida con entusiasmo, y se llevó a cabo una manife&a-

ción pública en la que tomaron parte connotados personajes de la época, dire)ivos y reda)ores de más de cuarenta periódicos,

y el pueblo en general. De e&e modo, José Vicente Villada se

convirtió en el iniciador del culto nacional a Juárez. Así se explica

por qué cuando fue gobernador del e&ado, las ceremonias

conmemorativas del #* de julio, alcanzaron una extraordinaria

solemnidad.

José Vicente Villada

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En efe>o, Villada abrió calles –el Paseo Colón fue obra suya– trazó jardines, erigió edificios, levantó monumentos… Fue uno de los más grandes urbani=as de Toluca.

Villada fue magnánimo, bondadoso, caritativo. No quería que los hombres bebieran alcohol; pero quería que los niños tomaran leche. Para lograr su deseo formó la sociedad denominada La Gota de Leche:

Se dirigió personalmente [dicen sus partidarios], a todos los dueños de e!ablos, solicitando de ellos la cantidad de aquel líquido que buenamente quisieran darle, sin detrimento de sus intereses, y así reunía la cantidad ba!ante para que se di!ribuyera entre más de quinientos niños pobres de la ciudad, di!ribución que hacían señoras y señoritas de lo más granado de Toluca, las cuales se turnaban para concurrir al Palacio Municipal a efe#uar el reparto, en las primeras horas de la mañana, diariamente, bajo la vigilancia del propio gobernador, sin más requisito, que el que fueran a recibirla los niños, solos o acompañados de sus padres, o de las personas encargadas a su cuidado.

Cuando por enfermedad los niños no podían recoger su leche, ba=aba una con=ancia de su falta de salud, otorgada gratuitamente por los médicos del Consejo de Salubridad, para que pudieran recibirla por ellos otras personas. Esos médicos analizaban la leche antes de di=ribuirla, y tenían obligación de curar gratuitamente a los infantes antes de proporcionarles medicinas.

Villada amaba entrañablemente a los niños. Cuando soAechaba que algunos huérfanos no serían debidamente atendidos en los centros de beneficencia que él había fundado, los llevaba a vivir a su casa; los sentaba a su propia mesa, y los ve=ía y educaba a “sus expensas particulares”.

Fue el general Villada un gran benefa>or de la clase obrera. Sus leyes en defensa del trabajador en casos de accidentes laborales son de una modernidad asombrosa, y le acarrearon en su tiempo el calificativo de sociali=a. Para regenerar a la clase obrera y alejarla del alcoholismo, fundó en Toluca el tívoli para obreros. Fue el primer gobernante en la república que emprendió una campaña contra el vicio. El tívoli proporcionaba diversiones sanas y gratuitas a los trabajadores y sus familias; teatro, a>os circenses, pláticas educativas…

La idea de ese tívoli –dice un anónimo panegiri=a– fue suya exclusivamente, la llevó a cabo venciendo toda clase de ob=áculos y, una vez realizada, la fomentaba en persona. Los domingos y días fe=ivos se deAojaba de la ceremoniosa levita y del sombrero de copa,

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y ve=ido sencillamente… para asimilarse mejor a la indumentaria de los obreros, “de mis obreros”, como los llamaba cariñosamente:

[…] Iba a mezclarse con ellos y e!rechaba sus encallecidas manos y les hablaba, tuteándolos, por sus nombres, y les reñía afablemente cuando no habían concurrido a la fie!a anterior, y junto con ellos tomaba el refresco y asi!ía a la representación teatral y a la función acrobática y al baile campe!re, siendo el primero en llegar y el último en retirarse de aquel honrado centro de reunión.

En la esfera de la enseñanza el influjo de Villada es también muy digno de tomarse en cuenta. Su Ley Única de Enseñanza, expedida el 3? de junio de 3<?2, es un modelo en su género. E=ablecía e=a ley la obligatoriedad de la in=rucción primaria, concedía acción popular para la vigilancia de las escuelas, señalaba penas a los padres y tutores que no cumplieran con el precepto de proporcionar in=rucción a los niños, otorgaba premios a los preceptores que se di=inguieran en la enseñanza, y les daba derecho a recibir su jubilación, de acuerdo con sus años de servicio.

Por todo lo anterior, y además por lo que se nos ha quedado en el tintero, en 3<?; el general José Vicente Villada fue declarado Benemérito del E=ado de México. Digno ejemplo de lo que debe hacer un pueblo con los gobernadores que saben servirlo con honradez, con lealtad y con amor.

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� .#- 80K#+&7, "%,8! Moreno, Florencio Villareal, Ignacio Comonfort, provocan la Revolución de Ayutla, pero no son en manera alguna sus ideólogos. Tomás Moreno fue analfabeto,

Juan Álvarez apenas sabía leer y escribir, Villareal era un sacerdote de co=umbres demasiado ca=renses, Comonfort, si acaso, podía considerarse medianamente culto, a pesar de que su educación era eminentemente clerical.

Juan Álvarez tenía muchas cuentas pendientes con la di>adura centrali=a y conservadora que parecía burlarse cínicamente de los hombres del sur. En su último gobierno, el cojo Santa Anna, pone de mini=ros de Relaciones nada menos que a Lucas Alamán, el asesino intele>ual de Vicente Guerrero y que se pasaba la vida preconizando una muerte igual para Juan Álvarez.

Si se rasca ha=a el fondo de la revolución, se verá que la iniciaron intrigas de tipo personali=a, una larga cadena de crímenes y deseos de venganza como el extraordinario caso de don Fau=ino Villalva, del propio Moreno, los crímenes cometidos contra la familia de Álvarez, etcétera. Lo importante de e=os caudillos es que se alían con la revolución intele>ual, es decir, la vieja semilla de Mora, Zavala y Gómez Farías ya había dado fruto en sus mentes agrarias. Siempre les habían ganado la mano, porque ellos no sabían discutir leyes, porque no sabían manejar los in=rumentos de la palabra, porque eran incapaces de desenvolverse con éxito en medio de las intrigas del gabinete. Pero en todas e=as argucias parecían haber resultado unas fieras don Benito Juárez, don Melchor Ocampo, Prieto, el terrible Ramírez, el apocalíptico Zarco y su camada de cachorros de la talla de Altamirano y León Guzmán.

La primera etapa fue en honor de los viejos guerrilleros federali=as, eAecialmente del sur y de Michoacán. En ella encontró la muerte infau=a, con exhibición de cabeza, el héroe michoacano, con grandes ligas en el E=ado de México, don Gordiano Guzmán; también lucharon bravamente don Antonio Díaz Salgado, don Epitafio Huerta y otros de la vecina entidad tarasca que decidieron al campesino de Sultepec; y don Plutarco González tomó las armas en pro de la causa de la federación.

Al mismo tiempo don Antonio Ca=añeda, que se había pronunciado por el rumbo de Zacualpan, infringía serios reveses a los santani=as, colaborando en muchas ocasiones con Díaz Salgado.

Ante el embate frontal de los liberales, el gobierno no podía so=enerse mucho; en abril de 3<;; ya sólo contaba con algunas plazas en el país y todos los e=ados habían entrado en efervescencia.

En el E=ado de México la causa de la libertad había hecho una importante adquisición con don Plutarco González que, desde el

Triunfo de la Revolución

de Ayutla. Constituyentes

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principio del año, figuraba al frente de las fuerzas pronunciadas en ese departamento. Zacualpan y Sultepec no pudieron escaparse de ser tomadas por tan bizarro jefe, quien extendiendo sin cesar el área de sus operaciones llegó a poner en grandes aprietos a Toluca.

Nacía también para la hi=oria, luchando en Michoacán y México, el ilu=re caudillo Santos Degollado.

La Revolución de Ayutla fue un levantamiento popular. Nació de las guerrillas surianas, pero pronto tuvo el apoyo incondicional de todo el pueblo. EAecialmente, los mejores intele>uales del país se pusieron a las órdenes del federalismo. Incluso los tibios, como don Mariano Riva Palacio, que e=uvo a punto de dar con sus huesos en la cárcel, debieron convencerse de que la verdad e=aba del lado de los liberales puros.

Por lo que toca al Plan de Ayutla, proclamado el 3º de marzo de 3<;B y corregido en parte en Acapulco, cuando se sumaron a él Ignacio Comonfort y Juan Álvarez, sólo perseguía con un sentido claro el derrocamiento de Santa Anna y su di>adura, la vuelta a la legalidad con=itucional y el reconocimiento pleno que tiene el pueblo de escoger su mejor forma de gobierno y leyes, a través de sus representantes.

Su evolución hi=órica es lo que interesa. Para fortuna de la patria, el sinie=ro caudillo jarocho salió rumbo a Veracruz el ? de ago=o de 3<;;, se embarcó y por fortuna no se le volvió a encontrar durante algunos meses en el ámbito político del país. Rápidamente, Plutarco González se presentó en Toluca el 3; de ago=o y fue designado gobernador provisional el 3?.

Todavía los liberales tibios, mal parchados al Plan de Ayutla, trataron de maniobrar y en México se amotinó la Guardia Militar y obligaron al comandante Díaz de la Vega a que convocara a los representantes de los e=ados y se eligiera presidente interino. El albazo triunfó y don Martín Carrera, liberal moderado, fue ele>o presidente.

Sin embargo, el tiempo de las maniobras había tocado su fin. Los revolucionarios del sur no se dejaron engañar, adujeron que la Revolución de Ayutla señalaba un jefe y que e=e jefe no podía ser otro que don Juan Álvarez. Comonfort convocó a otras elecciones en Cuernavaca (todavía del E=ado de México) bajo la e=ri>a protección de Plutarco González.

E=a vez los liberales puros salieron adelante. No sólo sacaron a don Juan Álvarez en la presidencia, sino que llevaron a su gabinete a los siguientes personajes, cuyos nombres hablan por sí: Melchor Ocampo en Relaciones, Benito Juárez en Ju=icia, el honradísimo Guillermo Prieto en Hacienda, y en Guerra, naturalmente, don

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Ignacio Comonfort, cuya candidatura empezaban a trabajar los puros seducidos por sus dotes de militar y diplomático. Recuérdese que fue Comonfort quien e=uvo en los E=ados Unidos para tramitar la ayuda de los exiliados en ese país.

Pronto cayeron las caretas. Comonfort se declaró “moderado” poniendo una terrible zancadilla a Melchor Ocampo, quien tuvo que renunciar a su mini=erio a fines de ese mismo mes de ago=o. El re=o de los puros maniobraron rápidamente y se juntaron alrededor de Juan Álvarez. Había terminado la guerra con olor a pólvora y empezaba la guerra con olor a tinta. La reacción dominada por el momento, trataría de aprovecharse de la debilidad de los tibios, pero los radicales no e=aban diAue=os a dejarse engañar otra vez.

Juárez se adelantó a la mesa, pegó la primera bofetada y se montó en su macho. De ahí en adelante sólo habrían de seguirle los que eran tan recios y tan intransigentes como él.

El propio E=ado de México no brilla con eAlendor en la lucha armada. Sus hombres no dieron la pelea grande en los campos de batalla, porque e=aban preparándose para dar la pelea gris y sin laureles de la política. Antes debemos apuntar que Juan Álvarez, anciano y titubeante, dio lugar a que se escindiera el partido y se pusieron frente a frente el se>or puro y el moderado. Sólo que los puros no e=aban aún li=os para el asalto al poder; Juárez tiró una carta y la perdió, decretando como mini=ro de Ju=icia la desaparición de los fueros religioso y militar.

Fue la bomba de tiempo que acabó a Juan Álvarez. Por un lado, la propia Revolución de Ayutla no había tocado su fin y, por el otro, los conservadores clericales comenzaron a levantarse en armas en Guadalajara y Puebla.

En diciembre de 3<;;, renunció Álvarez y ocupó la presidencia Comonfort con un gabinete de moderados: Lafragua, Luis de la Rosa, Manuel Payno, Siliceo y otros que habían andado lo mismo en las camarillas liberales que en las conservadoras. Juárez se guardó su decreto y recibió, como consolación, la gubernatura de Oaxaca, desde donde e=uvo preparando nuevos golpes.

Los reaccionarios clericales, que habían dejado de creer en todo, menos en sí mismos, no dejaron de ho=igar a Comonfort pese a que se desembarazó de los puros. Al contrario, Puebla se convirtió en un hervidero de acuciadas pasiones por el cura Pelagio Laba=ida y el reaccionario Haro y Tamariz. El Presidente, en lo personal, los batió en Puebla y decretó la primera confiscación de bienes clericales que debía servir de base a la llamada Ley Lerdo. La curia no le perdonó a

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Comonfort e=a “vileza”. DeAués, cuando se echó en brazos de la curia, ha=a su mamá debía regañarlo por e=as infidencias a la Santa Iglesia Católica.

Pero al mismo tiempo se reunió el Congreso Con=ituyente que debía determinar la forma de gobierno definitiva y reda>ar la ley correAondiente. No se discutió el federalismo, pero sí la Con=itución. A la sombra de Plutarco González habían conseguido llegar a la Cámara algunos personajes del liberalismo más extremo, así como otros que se nivelaban en la balanza de lo moderado.

León Guzmán se significó entre los puros, igual que Isidoro Olvera. Los otros representantes fueron: Antonio Escudero, José L. Revilla, Julián E=rada, J. de la Peña y Barragán, E=eban Páez, Rafael María Villagrán, Francisco Fernández de Alfaro, Ju=ino Fernández, Eulogio Barrera, Manuel Romero Rubio, Manuel de la Peña y Ramírez y Manuel Fernando Soto.

Rodolfo García dice, en sus referencias al con=ituyente:

Haciendo un análisis de su a#uación (de los diputados provincianos) encontramos que Isidoro Olvera y León Guzmán fueron los más con"icuos. Los demás, aunque brillantes en otros a"e#os, contribuyeron poco y algunas veces se opusieron a las avanzadas ideas que campeaban en el proye#o de Con!itución.

Arizcorreta y Prisciliano Díaz González, que intervienen con frecuencia en los debates y aun en la redacción del nuevo Código, en virtud de sus irrefutables conocimientos jurídicos, no eran diputados propietarios. Pero hay que advertir que en esos tiempos trabajaban lo mismo los propietarios que los suplentes, aunque e=os últimos no tenían voto.

Una a>uación trascendental la tuvo el tenangueño León Guzmán en el momento en que el reaccionario Marcelino Ca=añeda promovió una moción en el sentido de que no hacía falta la redacción de una nueva Carta Magna, que era suficiente con volver al mamotreto de 3<1B, al cual los reaccionarios consideraban bueno precisamente porque jamás había servido para gobernar nada. Fue Arizcorreta quien hizo la proposición. En ese in=ante Guzmán se agigantó en su breve figura, realizando una formidable defensa del progreso y de la necesidad de un nuevo e=atuto que incluyese ideas legislativas más avanzadas. Lo secundaron Ramírez, Ocampo, Prieto y otros extremi=as, y por poco margen se pudo salvar la Con=itución de 3<;@.

Para comprender mejor e=a circun=ancia, es necesario juzgar las cosas desde el punto de vi=a del origen político de León Guzmán.

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Habiéndose recibido en el Colegio de San Idelfonso, en México, Arizcorreta le dio oportunidad de hacer su prá>ica de juzgar en Toluca, de do>orarse y de tener una colocación como secretario escribiente del con=itucional de 3<B3. DeAués formó parte del congreso liberal que disolvió Ceballos.

Mientras don Ezequiel Montes huía, ante la presencia de los genízaros, Guzmán abordó la presidencia y puso en orden al re=o de los representantes. Abandonaron el local sin violencia. Pero Guzmán y Olaguíbel maniobraron para seguir las deliberaciones en la casa de e=e último.

Todo ello significa que el interés primario de Guzmán e=aba en el pueblo. Supusieron sus enemigos que lo tendrían de su parte si lanzaban el proye>o a través de quien había sido prote>or de Guzmán. Pero fallaron. De Eulogio Barrera dice Rodolfo García que fue el que más veces tomó la palabra pero que todas sus a>uaciones fueron superficiales.

A quien reserva un sitio eAecial el escritor toluqueño es a Isidoro Olvera, a quien juzga uno de los más talentosos y sabios legisladores que intervinieron en el hi=órico debate. Se opone a la pena de muerte argumentando razones que todavía son válidas hoy; no quiere el voto dire>o para las masas, porque piensa razonablemente que no di>arán su voluntad sino la de sus muchos pa=ores. Se opone a la propiedad con criterio francés (Diderot) calificándola de ilegal, si, en el caso de la tierra, sobrepasa a la extensión que puede servir para el suficiente mantenimiento de una familia y preconiza la necesidad de una reforma agraria que los campesinos deberán conseguir alguna vez.

La Con=itución de 3<;@ se formuló con timidez. Ni siquiera se atrevió a ser completamente laica, no se le pudieron incluir asuntos como la libertad de creencias ni las leyes reformi=as más avanzadas. Se quedó realmente a medias. Más tarde Juárez tendría que meter el reformismo dentro de la Con=itución, en Veracruz y en el momento más deseAerado de su carrera.

Se juró el ; de febrero de 3<;@ siendo Gómez Farías presidente de la Cámara, a quien llevaron cargando, y secretario de ella, don León Guzmán. Ahí e=aba el presidente Comonfort jurándola. Todo parecía correr sobre ruedas en la política, aunque en lo militar las sublevaciones seguían proliferando. Sobre esa base Comonfort volvió a ser ele>o presidente, ahora para un período con=itucional de cuatro años. E=a vez los puros maniobraron hábilmente y consiguieron acomodar a don Benito Juárez nada menos que en la Suprema Corte de Ju=icia.

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Con ser una revolución blanda, aun para su época, la de 3<;@ tuvo la virtud de aterrorizar a los curas y enardecer a sus corifeos. Desde que se e=ableció, los clericales se negaron a aceptarla. Los motines por el lema de “religión y fueros” comenzaron a oírse en todas partes. Y empezó la cruenta Guerra de Tres Años, la más feroz, la más terrible y sangrienta que habrá de regi=rar el convulsionado siglo XIX en nue=ra patria

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t�0 D0"),% $& los ciudadanos del E=ado de México, tiene la necesidad de formular ante vue=ra soberanía en un voto particular la defensa de ese desgraciado e=ado a quien más

de una vez se ha hecho aparecer como el rico botín obtenido por la Revolución de Ayutla”.

Las anteriores palabras del calimayense Prisciliano María Díaz González con=ituyen una excelente pi=a para comprender una de tantas razones por las cuales nue=ra entidad fue sufriendo muy sensibles mermas de territorio en el curso de su procelosa hi=oria.

“El botín de Ayutla”, en primer lugar, porque se le consideraba un e=ado al que la fortuna había legado, desde la Colonia, las más cuantiosas e inagotables riquezas; en segundo lugar, porque se juzgó en el Con=ituyente de Comonfort, que la defensa del territorio, realizada, eAecialmente por toluqueños, carecía de fundamentos legales y ha=a morales; el propio Ramírez hizo amplia referencia a la falta de a>ividad revolucionaria del valle toluqueño, ya que ni había podido hacer aun el menor intento de detener la ola guerrera norteamericana, dejando que la capital cargara sola con el peso total de la contienda.

De manera que durante el debate realizado para integrar debidamente la federación de entidades libres y soberanas, cayó sobre nue=ro territorio el peligro de numerosas guadañas que trataban de seccionarlo, lo mismo en provecho de los se>ores reaccionarios deseosos de gloriar a Iturbide, que de los guerrerenses vencedores que pretendían cobrar su sangre y esfuerzos a co=illas exclusivamente de nue=ra entidad. Sigamos leyendo el voto particular de Díaz González:

Casi día por día, señor, he tenido que luchar en la comisión en contra de las pretensiones terribles que por todas partes se han oído en contra del E!ado de México. A favor de Querétaro se deseaba el di!rito de Tula; los interesados por el e!ado del Valle, pretendían los di!ritos de Texcoco y Tlalnepantla; los del proye#ado de Iturbide el de Huejutla y por último el e!ado de Guerrero, los de Cuautla y Cuernavaca. Perderá mi e!ado todo lo que se quiera; morirá, señor, tarde o temprano sucumbiendo al poder, al influjo de las pretensiones; pero llegada e!a vez no faltará alguno de sus hijos que diga, parodiando las palabras del valiente defensor de Cartago dirigidas a Polibio: ‘Temo por otro de los e!ados de la República’.

El licenciado Antonio Huitrón, Rodolfo García y otros juri=as y escri-tores que han tratado con más o menos amplitud el asunto, coinciden en señalar una curiosa circun=ancia: en 3<;1 el E=ado de México había sido el único de la federación que presentaba un superávit en sus arcas. Tanto que el propio Díaz González debate

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dire>amente la cue=ión en su voto dirigido al presidente del Congreso Con=ituyente:

Por otra parte, señor, ¿quién podría decir con buena fe que las poblaciones del E!ado de México e!án en apogeo porque tenía é!e un soberano en sus arcas el año de $&.'? No hay más, señor, que ver, ya no quiero decir a los pueblos di!antes que no conocerán muchos señores diputados, sino al menos, a los que pueden observar en los caminos que conducen a e!a capital.

El hecho de que algunas admini=raciones honradas, como la del mae=ro Olaguíbel, de don Mariano Arizcorreta y don Mariano Riva Palacio, hubiesen a>uado con probidad, incrementando los ingresos e=atales, en ocasiones en prejuicio de los municipios, para tener en 3<;1 unos centavos de sobra, había excitado grandemente las ambiciones de sus vecinos. Es el eterno caso del grande y fuerte al que varios chicos emprenden la tarea de quitarle, ha=a que lo dejan más chico y pobre que ellos.

ReAe>o a los guerrerenses decía Díaz González:

Yo no desconozco, señor, los muy buenos servicios que pre!ó e!e e!ado en contra de la tiranía, desearía que todos los e!ados procuraran repararle los mayores perjuicios que sufrió para obtener la libertad que hoy disfruta; pero que no sea el E!ado de México el que con perjuicio incalculable se vea obligado a presentar todos los medios de remediar esos males.

Díaz González no era un luchador liberal puro, era simplemente un gran juri=a enamorado de la ley. Fue quien de manera más decidida, vigorosa y formal, realizó la defensa de nue=ro territorio en un momento en que la cue=ión presentaba demasiadas complicaciones y eAinas.

Pero ¿cuál fue la auténtica raíz de todos e=os problemas? Ya señalamos al principio que la desafortunada medida de someter a México, la ciudad, al tratamiento de territorio, lo puso totalmente bajo la tutela de la federación y se negó para siempre a sus hombres al ejercicio de los más elementales derechos de ciudadanía, cierto es que entonces sometidos a la pérdida de sus derechos municipales y e=atales, resultaba demasiado bochornosa.

¿Cuáles eran las soluciones que se plantearon en 3<;@?:

3. Que el Di=rito Federal, con su jurisdicción de entonces, cerca de 3,;22 kilómetros cuadrados, se convirtiera en e=ado libre. E=a medida, en cierta forma, no acarreaba perjuicios para nue=ra

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entidad, aunque sí para Querétaro, pues se pensaba en la ciudad “o en todo el e=ado”, a fin de trasladar a esa zona los poderes federales.

1. Que se formara el e=ado del Valle de México, con capital en México, agregando al territorio metropolitano los de los di=ritos de Texcoco y Tlalnepantla. En ese caso, también la capital iría a dar a Querétaro.

:. Que se devolviera su capital al E=ado de México, es decir, la ciudad de México, pasando los poderes federales a Querétaro o a cualquier otra localidad, incluso Texcoco o Chalco. Claro que la mención de Querétaro compaginaba con el deseo de algunos legisladores de que el Di=rito Federal quedara más al centro del país.

La única medida que podía beneficiarnos era la última. Pero ni se mencionó en el Congreso, aparte de que ya se habían pue=o oídos sordos a la solicitud de los ciudadanos del e=ado en el sentido de que se re=ituyera a la entidad su capital natural. En cambio las dos primeras propue=as se barajaron ha=a el cansancio.

Los liberales: Ramírez, Zarco, Prieto y otros, partieron en sus alegatos de la defensa virtual de la población capitalina. Para ellos era inevitable la creación de una nueva entidad con el nombre de “e=ado del Valle de México”, incluyendo Tlalnepantla, Texcoco y aun se perdían Cuautitlán y Chalco y otros di=ritos cercanos al DF. Huitrón demue=ra que no le interesó un comino nue=ra entidad, al contrario, tronaron contra Toluca, señalando en eAecial su lejanía de los di=ritos aludidos y la torpeza y lentitud como las autoridades manejaban sus negocios en esas lejanas jurisdicciones; en cambio Texcoco y Tlalnepantla quedaban a un paso de di=ancia de la capital.

Trataban también de desvirtuar el criterio de los conservadores que habían terminado por echarle a la “sibarítica ciudad”, todos los vicios y defe>os de la república. Naturalmente, gracias a que los ultraliberales se pusieron en contra de nue=ro e=ado, los conservadores terminaron por tomar su defensa. Al final de cuentas se e=ableció un decreto e=ilo perogrullo que ni quitó ni agregó nada, en ese momento, a nue=ra extensión territorial.

Hay que advertir que en esa ocasión, otro de los hombres, que aún siendo del DF, defendió encarnizadamente al e=ado, fue don Isidoro Olvera también presentando su voto particular. E=a defensa fue doble, porque al mismo tiempo que reconocía los derechos de los capitalinos, planteaba la inju=icia de resolverlos a co=illas de nue=ra ya desmembrada entidad.

Al fin de cuenta la cue=ión se redujo a lo siguiente:

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No se decretó que Querétaro fuese la capital de la república y menos todo el e=ado, lo cual fue pue=o en evidencia por los liberales como una e=upidez, pero tampoco se les regaló Tula a los queretanos.

No se creó el e=ado de Iturbide, que habría sido un ridículo.

Tampoco se concedió a los guerrerenses Cuautla y Cuernavaca, ya que aparte de debilitar al e=ado, se hubiese fortalecido en demasía a Juan Álvarez, y si de lo que se trataba era de evitar la presencia de e=ados ricos en el concierto de pobres o de e=ados poderosos capaces de someter a los pequeños, entonces fortalecer más a Guerrero resultaba un contrasentido. Máxime si hubiese tratado de deAojar alguna vez a sus vecinos o de imponerles su política. En ese caso hubo otras entidades que siempre se creyeron re>oras del de=ino nacional, sin ir más lejos Veracruz, Puebla o Jalisco.

Y para lavarse las manos, la comisión di>aminadora del aAe>o geográfico determinó la creación del nuevo e=ado del Valle de México, exclusivamente con el territorio abarcado por la capital y con la condición irrecusable de que, antes de formarse la nueva entidad, debían salir del centro los poderes federales.

De modo que mientras no salgan, no hay nuevo e=ado. Ya veremos que los Con=ituyentes de 3?3@, dando también una fabulosa vuelta de campaña, tornan a dejar las cosas en su sitio. Habrá E=ado del Valle deAués que la capital salga de México.

Hay que advertir que si el corte se hubiese hecho en 3<;@, de todos modos le hubiese quedado una extensión considerable al E=ado de México, incluyendo los que poseen hoy Hidalgo y Morelos. Si el corte se realizara en la a>ualidad, agregando, según lo diAone el Con=ituyente de 3?3@, los di=ritos de Texcoco, Chalco, parte de Tlalnepantla, Cuautitlán, Otumba y Jilotepec, al del Valle, nue=ro e=ado quedaría reducido a la peor de las miserias.

También es de notarse el hecho de que durante el Con=ituyente de 3<;@ se preparó la segregación, ya muy próxima, de Hidalgo y Morelos, prefigurando en el intento de Querétaro sobre Tula y la tajada que se querían llevar los surianos de Cuautla y Cuernavaca.

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� �F#+")+ $& #5%!"% de 3<;; el bravo caudillo don Plutarco González se hizo cargo del gobierno revolucionario de nue=ra entidad, empleando todas sus energías en el triunfo

del Plan de Ayutla. En enero de 3<CC atacó Toluca derrotando al general Mariano Salas. In=aló allí su gobierno y, sin descansar un solo día, prosiguió sus campañas militares para liquidar a las numerosas gavillas de guerrilleros reaccionarios que pululaban en todo el territorio.

González se di=inguió más que por una a>uación política de=acada, que nunca pudo realizar, por su devoción a la causa federali=a, su genio de militar y la simpatía que supo deAertar no sólo entre sus tropas, sino aun entre el pueblo y, muy eAecialmente, las capas intele>uales de la Revolución de Ayutla.

Mientras Comonfort trataba de sofocar a los insurre>os de Puebla, de Querétaro, de Veracruz y de muchos otros lugares, el E=ado de México se atuvo a sus propias fuerzas y en esa forma quitó algo del peso de la guerra al gobierno del centro.

Para comprender mejor el panorama de esa época hay que señalar que los intentos legales de tipo reformi=a, en eAecial la Ley Lerdo que se refería a la expropiación de los bienes exagerados del clero, originaron la intervención franca y descarada de los clanes religiosos quienes, antes de entregar sus bienes improdu>ivos para la salvación de la nación, comenzaron a emplearlos para so=ener facciones militares comandadas por jefes que, o bien, eran tipos fanáticos como el indio Tomás Mejía, o políticos de ambiciones desorbitadas como Miguel Miramón. Entre ambos quedaron colocados muchos oportuni=as, liberales tibios y eAecialmente gavilleros, cuya verdadera ocupación era la de salteadores de caminos y saqueadores de aldeas.

Se dice que Miguel Miramón y Luis Osillo, los más jóvenes caudillos clericales, habían e=ado en la defensa de Chapultepec. De todas formas eran militares de carrera, discípulos muy di=inguidos del reaccionario general Bravo y nada deAreciables como e=rategas. Más peligroso aún resultaba Leandro Márquez, tipo venático, de gran capacidad militar, pero con una formación ca=rense que en verdad horroriza a los más templados. Tomás Mejía era un soldado cimarrón pero de gran audacia y habilidad, zorruno, matrero y cínico. Igual que sus cofrades, varias veces se rindieron, juraron no volver a tomar las armas contra el gobierno federal y, lógicamente, el buen hombre Comonfort les tomó la palabra como buena. Pocos días deAués ya le e=aban dando por la eAalda.

Muy notable en e=a tri=e época se hizo el llamado general Marcelino Cobos, de una peligrosidad extraordinaria porque había asimilado

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muy bien la lección guerrillera de los soldados del sur y la e=uvo poniendo en prá>ica con gran éxito dentro de nue=ro e=ado.

Desde luego, la gran burguesía se alió inmediatamente a la Iglesia en su defensa, eAecialmente, de los bienes terrenales y de las obvenciones o tributos en contra de las propiedades particulares. Ya en el Congreso Con=ituyente, que trabajaba a todo vapor, los liberales habían expue=o ideas de lo más “exóticas”. Zarco, Ramírez y Olvera, entre otros, se inclinaban a considerar la propiedad privada como un robo; decían que poseer más de diez mil pesos ya era una inju=icia, porque cualquier clan familiar, aun los más grandecitos, podrían vivir magníficamente con ese parvifundio o con ese capital.

ReAe>o a las deliberaciones del Congreso, lo que más ardía a la reacción es que se debatiera reAe>o a la “libertad de credos”, que Olvera e=uviera fomentando las ideas de “deAojo agrario” y algunas otras que indiscutiblemente no pudieron hacerse ley. La abolición de los fueros, la incautación de los fondos píos, la desamortización de los bienes en manos muertas y la secularización del regi=ro civil y los panteones, no se trataron precisamente en el Congreso. Ninguna ley verdaderamente reformi=a pasó a la Con=itución. Se fueron quedando en decretos y más decretos, cuyo solo anuncio concitaba inmediatamente la reacción vengativa del clero y los ricos coloniali=as.

Lo que es más, nunca hubieran creído que Comonfort llegara a tanto, porque conocían sus antecedentes, la religiosidad de su señora madre que ejercía en el hijo una tremenda influencia, en fin, porque e=aban seguros de que tarde o temprano se desharía de la pandilla liberal de puros para aceptar las transacciones de siempre.

Sin embargo, en un principio, el Presidente parecía determinado a dar la batalla con los puros y entonces la reacción no tuvo más remedio que organizarse en su contra. Para septiembre de 3<;C empezaron los golpes de las gavillas.

Al mismo tiempo que en Iguala, Diego Ca=rejón hacía rebelarse a su tropa, Joaquín Amaro Morales se levantaba por el rumbo de Valle de Bravo con más de doscientos hombres. A e=e último lo derrotó y diAersó el general Plutarco González en El Salitre. Pero al mismo tiempo comenzaron a merodear el general Gutiérrez por Tulancingo y Cobos, Fernández de Lara y Grijalva en la Tierra Caliente.

De mayores proporciones fueron la insurrección en Puebla, comandada por Miramón; la presencia en Querétaro de las gavillas de Tomás Mejía; la conjuración del Convento de San Francisco, en México, que originó la violenta clausura de esa in=itución religiosa y poco deAués

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la conjuración de la profesa, abortada por don Juan Baz y en la que tomaron prisionero a Luis Osillo.

He aquí una pintura cabal de la situación de esos días en el centro de la república:

El $$ de o#ubre entró Gutiérrez en Pachuca a la cabeza de '++ hombres de donde se retiró luego, de"ués de proporcionarse algunos recursos. Con diferencia de pocos días súpose que Fernández de Lara expedicionaba por Huamantla; que Luz Rocha había invadido la Villa del Carbón, Huehuetoca y Tequezquiz, que en Zomelahuacán, Veracruz, se habían pronunciado Becerra, Cura de las Vigas, el Diácono Martínez y el e"añol Bobadilla; reaccionarios de Zacapoaxtla; que en Tulancingo habían hecho lo mismo Cobos y Baños, sorprendiendo el cuartel de la Guardia Nacional; que una partida de Mejía había ocupado por segunda vez a San Juan del Río, que fuerzas del mismo jefe habían entrado en San José de Iturbide, que '++ pronunciados se habían llevado al prefe#o de la ciudad de Taxco; que la fuerza reaccionaria de Gutiérrez había sido derrotada en Zacatlán por el diputado don Manuel Fernando Soto; que el pronunciado Juan Vicario había entrado en Tepecoacuilco a Tetecala, etcétera.

Por lo que podrá verse que se luchaba en algunas regiones importantes de nue=ra entidad. Cierto es que Comonfort derrotó a los pronunciados en Puebla, en una batalla de cuarenta días que terminó en una capitulación tal, que no dejó contento a nadie. Mejía tampoco pudo resi=ir en la ciudad de Querétaro, de donde lo expulsó el general Manuel Doblado.

El re=o eran gavillas que don Plutarco González combatió sin cesar. Incluso, en enero de 3<;@ renunció a su cargo de gobernador, para entregarse de lleno a limpiar el territorio de facciosos clericales. Tomó su lugar el moderado don Mariano Riva Palacio, eAecialmente designado por el presidente Comonfort.

Desde un principio el general González se dió cuenta de que la reacción había dividido enormemente sus efe>ivos con el fin de ho=igar a las tropas leales con golpes de guerrilla, dividiendo su acción, cansándolos en persecuciones eternas, en fin, una tá>ica muy semejante a la seguida por la Revolución de Ayutla, de modo que procuró fortalecer, antes que otra cosa, la moral de los pueblos. En noviembre de 3<;C, los vecinos de San Cri=óbal Ecatepec resi=ieron a más de trescientos forajidos, apoyados sólo por una pequeña guarnición. Más bravamente se defendió Tenango del Valle, que no dejó penetrar a la población a un fuerte grupo de reaccionarios que pretendían refaccionarse a co=illas de los vecinos. No pudieron resi=ir, por ejemplo, Teotihuacán y

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Texcoco que fueron maltratados y saqueados ferozmente por la gavilla de Cobos, que luego volvió a perderse en la sierra. En tanto que Manuel Vicario seguía una campaña asoladora en las pequeñas poblaciones de Cuernavaca y Cuautla.

Por desgracia, en e=as contiendas suceden inju=icias inevitables, en el sur y otros lugares del país fueron atacados y aun asesinados ciudadanos extranjeros, en eAecial eAañoles de los llamados gachupines a quienes las tropas de antiguos insurgentes del general Álvarez tenían una ojeriza considerable. Las deudas insolutas con Inglaterra, con Francia y los incidentes descritos, habían de acarrear, poco deAués, otro de los grandes desa=res de la patria.

Por fin el ; de febrero de 3<;@ se juró en la capital la Ley Fundamental de la República, con órdenes para que se hiciera lo mismo en todo el país, igual civiles que militares y religiosos. Hubo ciudades y e=ados enteros en que se suscitaron graves motines, la gente se negó a jurar la Con=itución, chusmas comandadas por sacerdotes se echaron a la calle a cometer depredaciones al grito de “Religión y fueros” o del simple lema “Viva la religión”; a pesar, ¡he aquí lo paradójico!, de que la tímida Carta Magna de 3<;@ no atentaba gran cosa contra los intereses clericales.

En el e=ado no hubo problemas mayores. Toluca recibió en paz el nuevo documento. De acuerdo con ella, se eligió gobernador con=itucional a don Mariano Riva Palacio y, poco deAués, el general Plutarco González salía rumbo a Sultepec y Temascaltepec, quien limpió de gavillas reaccionarias. En Chalco, se hizo otra intentona por parte de Cobos, pero fue rechazado por pérdidas. Igual en Toluca, donde el propio Miramón trató de sorprender a las autoridades indudablemente solapado y so=enido por el clero. Todo se supo a tiempo y Miramón habría de jugar un papel importante en los de=inos del e=ado. El coronel Berriozábal comenzó su vida militar al lado del general González.

Ha=a septiembre, el e=ado parecía e=ar en una etapa de pacificación completa. Pero las nuevas elecciones para presidente debían poner en a>ividad a los partidos y sus sicarios militares. Se creyó, antes de los comicios, que Comonfort preparaba un golpe de e=ado para convertir la república en una di>adura “moderada”. Sin embargo, el propio Presidente aceleró las elecciones y fue ele>o para un nuevo período con=itucional de cuatro años. En e=e in=ante, la causa liberal gana una carta de trascendencia: la elección de don Benito Juárez como mini=ro de Gobernación y Ju=icia.

En el mismo mes comenzó la formidable a>ividad de Marcelino Cobos en el E=ado de México, penetrando desde Valle de Bravo y Amanalco, ha=a Capulhuac y Santiago Tiangui=enco. Su paso por e=as

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poblaciones fue aterrador, lo que no podía robar, lo quemaba. En Tiangui=enco lo alcanzó el general Tapia, quien le infringió una derrota considerable, tanto así que el deAechado y vengativo jefe ordenó el fusilamiento de todo el cabildo de Capulhuac, que había tomado prisionero deAués de una tenaz resi=encia de los ediles.

La tradición asegura que en e=a etapa, mientras los habitantes de tendencias burguesas de Tiangui=enco alentaron y protegieron a las tropas reaccionarias, Capulhuac luchó valerosamente al lado de la federación, al mando de Amado Guadarrama, que había desertado y que antes de alcanzar a Cobos cometió depredación y media en pequeñas poblaciones y rancherías.

La a>ividad guerrillera de Cobos vino a demo=rar que, con apoyo de masas, es posible perpetuar eternamente una campaña. Pese a la aparente derrota de Cobos en Santiago, pocos días deAués aparece bien fortalecido en Tecualoya, que toma deAués de una resi=encia vigorosa del padre Díaz Leal y don José María García. Prosigue Cobos su marcha y pasa como rayo por Sultepec y Texcaltitlán y a poco se presenta en Chalco y Amecameca.

Para conocer más a fondo a e=e jefe reaccionario que asoló el E=ado de México entre 3<;C y 3<;@, ba=a leer el siguiente párrafo del general Nicolás de la Portilla:

Días hace que el anarqui!a Cobos juega la guerrilla por los montes, bosques y a"erezas de e!as inmediaciones, sin bajar al plan para proveerse en algún pueblo o hacienda, sino es cuando e!á bien cierto de que no se encuentra resi!encia: huye veloz cuando lo persiguen; ni un momento compromete hecho de armas; por el contrario, lo elude a toda co!a, con razón las mejores do#rinas de autores militares no dan cuartel a e!a clase de guerrilleros. Quiere cansar a las tropas del supremo gobierno y de!ruirlas, como sucede si la persecución es imprudente tanto más temible es la guerrilla, no sabiéndola contrariar cuando e!á empleada en guerra civil y naturalmente no le faltan confidentes y amigos la a!ucia del engañador que es él puede ser fatal al que quiera engañar porque tomó la iniciativa.

Al mismo tiempo las gentes de Cobos conAiraban tranquilamente en Toluca. El @ de septiembre se descubrió una conjura para un golpe que debía ser ase=ado a la ciudad el 3;. La mayoría de los conjurados eran cobi=as y sacerdotes.

El propio general Plutarco González marchó al frente de sus tropas rumbo al sur, donde creía encontrar a Cobos, pues había noticias de que la guarnición de Cuernavaca al sublevarse, lo hacía de acuerdo

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con el audaz guerrillero. El general González tomó Cuernavaca casi sin resi=encia, los insurre>os huyeron hacia Temixco y Soche. Pero e=a vez el bravo caudillo liberal e=aba decidido a liquidar al guerrillero conservador a como diera lugar, quizá desconociendo en gran parte la forma de pelea de Cobos. De otra manera hubiese avanzado con mayores preocupaciones.

El :3 de o>ubre fue sorprendido por una emboscada en la llamada Cue=a del Platanillo donde, a pesar de luchar heroicamente, sucumbió junto a gran parte de su tropa. La muerte del general González conmocionó al Congreso, donde los liberales se lamentaron amargamente de la pérdida de un capitán tan bravo como firme en sus convicciones.

Por fortuna, la brigada del general Miguel Negrete llegó a la Cue=a del Platanillo a tiempo para vengar la derrota de los liberales. Dice el croni=a que, aparte de la muy sensible muerte del general González, en el desa=re sólo se perdió un cañón.

Así encontró su fin uno de los liberales puros más connotados de la entidad, gran caudillo y excelente hombre.

Comonfort no era el hombre indicado para llevar a la revolución reformi=a al pleno triunfo y volverla gobierno. Tenía miedo, incluso, de caer en el pecado y en las llamas del infierno con que lo amenazaban los sacerdotes desde el púlpito.

Pronto se vio que había maniobrado hábilmente para llegar al poder a través de la Con=itución, es decir, legalizándose en ella para traicionarla enseguida. En diciembre de 3<;@, siguiendo un plan preconcebido, Félix Zuloaga se puso en rebeldía con la guarnición que tenía a su mando en el cuartel de Tacubaya. E=o fue el 3C, pero ya el 3;, Juan José Baz había denunciado en las cámaras los turbios manejos del mini=ro Manuel Payno, a través de Zuloaga y algunos curas. Uno de ellos, confesor de la señora del general Langeber, que se encontraba en Toluca, la obligó a que llevara a su marido una nota escrita por Zuloaga con una posdata final de Payno. Al final de cuentas se dijo que la referida comunicación había sido totalmente apócrifa. Sin embargo, los hechos que prevenía sucedieron puntualmente.

El 3C fue el levantamiento de Tacubaya, cuatro días más tarde Comonfort publicaba un manifie=o aceptando en todos sus puntos el plan reaccionario que pedía, precisamente, que Comonfort quedara en el poder. El Presidente dio entonces el salto al vacío. Vacío porque los liberales puros le retiraron en ese momento su adhesión, y porque los clericales, a quienes había combatido con decretos y con armas, no le tenían confianza.

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Quiso enredar en su carro a Juárez y don Benito le manife=ó claramente que no lo seguiría. Por ese motivo, Juárez fue a la cárcel. Todavía en esas horas algunos liberales moderados, pero no con mayor visión, como José María Iglesias y Mariano Riva Palacio pedían al Presidente que enmendara el yerro que acababa de cometer y se apoyara verdaderamente en los “puros” y el pueblo que los seguía, que reAetara la Con=itución para poder salvarse él mismo. Pero Comonfort ya e=aba en la cue=a. Los anatemas de su madre y la influencia de Payno y Enciso lo habían lanzado sin piedad. Desconoció la Con=itución y disolvió las Cámaras. Quiso apoyarse en las entidades federativas, aunque sin ofrecer algún plan preciso de gobierno, por lo que muchos se negaron inmediatamente a colaborar. El Plan de Tacubaya sólo ofrecía, en apariencia, una continuidad posible: el centralismo; de tal modo, don Manuel Doblado en Guanajuato, deAués Gutiérrez Zamora en Veracruz, don Epitafio Huerta en Michoacán y Parrodi en Jalisco, iniciaron abiertamente la lucha contra Comonfort.

Le dolió muchísimo al Presidente que Gutiérrez Zamora, su compadre del alma, se hubiese pue=o en rebeldía. Más tarde, esa circun=ancia habría de salvar al propio Comonfort.

Por lo que toca al E=ado de México, Riva Palacio sólo ejerció funciones de gobernador con=itucional de febrero a julio, cuando pidió permiso para atender el llamado de Comonfort que lo necesitaba en la capital para algunas importantes comisiones. Quedó en su lugar don Francisco Iturbe, otro moderado, que no soportando el terrible clamor del clero local, renunció en o>ubre. Tomó el cargo el licenciado José María Godoy, que sólo pudo permanecer unos días en el cargo.

Comonfort pensaba regir, mientras el “pueblo decidía otra cosa”, a través de un Consejo de Gobierno formando por “notables” de los di=intos e=ados de la federación. E=e organismo se in=aló con toda premura el 1; de diciembre representando en él a nue=ra entidad el señor Gregorio Mier y Terán, de filiación derechi=a, a quien habían pue=o como suplente nada menos que al licenciado Felipe B. Berriozábal. Confundido por la rapidez de los hechos, Berriozábal e=uvo a punto de caer en la esfera reaccionaria.

E=e consejo no pudo hacer otra cosa que discutir banalidades. Poco habían de durar sus funciones. En enero, las fuerzas de la Ciudadela se levantaron en armas contra Comonfort, acuciados por la curia que en ningún momento había creído en la sinceridad clerical del Presidente. Los rebeldes recibieron refuerzos considerables y la presencia de los jefes Miramón y Osollo, aunque era el comandante De la Parra el que había iniciado las ho=ilidades. Quiso luchar

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Comonfort con los recursos que le quedaban y fue vencido. Se proclamó el Plan de la Ciudadela, netamente reaccionario y se eligió a Félix Zuloaga.

También Zuloaga quiso gobernar con su Consejo de Gobierno, pero ya no e=uvo ahí Berriozábal, sino el ari=ócrata licenciado don Luis Chavarri, que representó a nue=ro e=ado. Berriozábal, con algunas fuerzas que pudo ligar, se unió al general Degollado en Jalisco.

Al sentirse perdido, Comonfort trató de recaer en brazos de los liberales puros. Incluso liberó a don Benito Juárez, creyendo que é=e se iba a poner a sus órdenes. Pero cuando lo buscó, ya Juárez no e=aba en México. Era tarde para todo. Nadie quedaba alrededor del Presidente que, casi por caridad de los reaccionarios, pudo salir de la capital y dirigirse a Veracruz. Entonces ya no iba tan enojado con su compadre Gutiérrez Zamora, quien le propició el viaje al extranjero.

Se fue el hombre que pudo haber tomado el lugar de Juárez en la hi=oria; pero dejó al país sumido en la mayor de las violencias que se habían experimentado ha=a entonces, la sangrienta y descomunal guerra fratricida llamada de Reforma o de los Tres Años.

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�# 5.#+-)*)J- $& Toluca, al mando de Emilio Langber no se ligó al Plan de la Ciudadela, pese a las di=intas presiones que ejercieron sobre ese militar elementos clericales, aun de su propia

familia. De modo que el elemento juari=a pudo maniobrar rápidamente para elegir gobernador interino al general Sabás Iturbide. Sin embargo, cuando e=alló el motín de la Ciudadela, Langber envió algunos elementos militares en ayuda de Comonfort. Fueron precisamente soldados del Batallón de Toluca los que formaron la escolta que acompañó al derrotado Presidente ha=a el puerto de Veracruz.

Dueños de la metrópoli, Miramón y Osillo comprendieron que era necesario abrirse rápidamente las puertas del Valle de Toluca y el primero salió en lo que habría de ser su primera campaña ya en el marco de la Guerra de Reforma. Eran muchos los efe>ivos que Miramón había diAue=o, de modo que Iturbide y Langber, seguros de que no podían defender la plaza de Toluca, se replegaron hacia el suroe=e para juntarse con las fuerzas michoacanas del general Pueblita.

Le urgía en esos momentos a don Epitafio Huerta, gobernador de Michoacán, limpiar su territorio de reaccionarios de modo que Pueblita tenía órdenes de atacar Maravatío, donde se encontraba parapetado el guerrillero Marcelino Cobos. Fortalecido por el clero, Cobos no eAeró a sus atacantes en la villa, sino que salió a recibirlos a campo abierto, donde pudo derrotarlos con cierta facilidad.

Don Sabás Iturbide y Emilio Langber se replegaron entonces ha=a Morelia, lugar en que se e=ableció el gobierno provisional del E=ado de México, al que renunció Sabás Iturbide para dedicarse eAecialmente a los asuntos militares, habiéndose designado para su=ituirlo al hone=o y aguerrido don Simón Guzmán.

En Toluca, los reaccionarios e=ablecieron una férula totalmente militar a cargo del general Mariano Salas. Y comenzaron los tres años de terror y angu=ia.

Por lo que toca al general Sabás Iturbide, muy pronto regresó a Maravatío para cobrarse la deuda que tenía pendiente con Cobos, al que hizo correr hacia el e=ado de Guerrero, ocupando e=a plaza que más tarde había de servir de escalón a la gran campaña del general Blanco.

ReAe>o a los acontecimientos militares en el E=ado de México, se puede decir que cobraron dos formas:

3. La a>ividad de las guerrillas al mando de E=eban León, de Juan Carbajal, de Cravioto, de Rivera, etc., que bien solas o reforzando a los guerrilleros de Michoacán, de Guerrero, de Puebla o de Querétaro, e=uvieron ho=ilizando con=antemente al gobierno de Tacubaya.

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1. A la vez los gobiernos militares, siempre en campaña, intervinieron con eficacia y valor en las intentonas grandes y serias que se realizaron para tomar la capital y recuperar íntegramente el territorio del E=ado de México.

Puede decirse que la primera gran marcha ofensiva contra el centro la realizó el general Miguel Blanco, a base de una pequeña milicia de Nuevo León, ciertos efe>ivos proporcionados por Michoacán y el grueso de la división E=ado de México al mando de don Simón Guzmán. Blanco se había deArendido de la brigada Vidaurri, muy contra la voluntad del jefe norteño, para reforzar a Degollado en Jalisco. Ahí expuso su plan de campaña cuya base no era la utilización de grandes efe>ivos, sino el aprovechamiento del fa>or sorpresa y de los elementos liberales de la capital que conAiraban alrededor de Lerdo de Tejada y que habían prometido a Degollado intervenir dire>amente en la lucha, si es que algún ejército juari=a amagaba a la capital.

Degollado no podía en ese momento desatender la defensa de Jalisco, de donde hacía poco había tenido que salir el presidente Juárez por la defección de Parrodi. De modo que cone>ó a Miguel Blanco con el gobernador de Michoacán. Don Epitafio Huerta también consideró fa>ible el proye>o, si es que se arreglaba la intervención de las tropas al mando de Guzmán.

En Morelia se entrevi=ó Blanco, primero con don Martín Raúl, quien le confirmó el ofrecimiento de los conAiradores capitalinos, ya que e=aba en esa población precisamente para solicitar que una brigada michoacana cayera sobre México y, enseguida, con don Simón Guzmán, quien no solamente le ofreció las tropas a su cargo, sino la movilización de los efe>ivos del sur, que se habían reunido con don E=eban León. Por su parte don Epitafio Huerta mandó órdenes a Zitácuaro para que la brigada de Puebla se sumara al proye>o del general Blanco.

Algo más hizo el gobernador michoacano, es decir, financió e=a campaña con dinero que arrebató violentamente al clero. Ya se sabe que a e=as personas no se les puede re=ar, sino de esa manera. Así formada aquella tropa de audaces guerrilleros, se presentó el C de o>ubre de 3<;< en Maravatío, donde Iturbide colaboró con lo que pudo. El 32 ya e=aban en Ixtlahuaca y el mismo día recibió Blanco a las fuerzas de Pueblita en Almoloya, esa vez al mando del general Rómulo del Valle, ya que el primero había recibido una herida en la cabeza durante sus últimas acciones. Quien no llegó fue don E=eban León, que ya empezaba a dar mue=ras de e=arse torciendo hacia la derecha.

Al final se vio que la brigada Blanco sólo contaba con unos cuatro mil hombres y muy pocas municiones. Por ello no atacaron Toluca. Es

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decir, Blanco hizo una tentativa para lograr que las fuerzas acantonadas en la ciudad salieran a campo abierto, donde creía poder batirlas, pero la guarnición, poco antes reforzada, no hizo aprecio de las in=igaciones liberales.

Tampoco en México se sumaron al ataque las fuerzas lerdi=as, ya que habían salido con dirección a la hacienda de la Huerta para eAerar ahí al general Blanco, pero tomando otro camino. De modo que no pudieron encontrarse. Como se sabe, el ataque fracasó pese a los encomiables esfuerzos de aquella tropa aguerrida. La Brigada E=ado de México con la Brigada Michoacán tomaron el Ca=illo de Chapultepec y penetraron profundo a la capital, pero tuvieron que retirarse por falta de apoyos interiores.

Toda la Brigada Blanco puso eAaldas a la capital y el 3< y el 3? rindieron en Tiangui=enco. Siguieron sin novedad ha=a la hacienda de la Huerta, donde se les sumaron algunos elementos capitalinos y otros volvieron a seguir trabajando en la urbe.

En Tlacotepec se encontraron con la sorpresa de que ya e=aban ahí las fuerzas de E=eban León. Se les ordenó regresar a sus posiciones del sur donde, deAués de algunas campañas más o menos importantes, su jefe traicionó al liberalismo pasándose a la reacción.

En Zitácuaro, el general Blanco entregó las fuerzas del E=ado de México al general Guzmán; la Brigada Michoacana se dirigió a Morelia y el propio Blanco, con sus norteños, regresó a Guadalajara, donde lo requería urgentemente el general Degollado.

ReAe>o a las fuerzas del e=ado, comandadas entre otros por el coronel Felipe B. Berriozábal, se ha dicho que cometieron la villanía de diAarar contra los e=udiantes del Colegio Militar in=alado en Chapultepec. Los jóvenes (que no eran niños de ningún modo), igual que en 3<B@, habían determinado defender su ba=ión y, como entonces, habían soltado metralla por todas partes. La tropa liberal, que en un principio no sabía que se tratase de muchachos, avanzó y tomó el fuerte con todas las de la ley. Se reAetó a quienes se entregaron. Se les detuvo prisioneros mientras duró la batalla y el 3<, antes de salir de la capital la brigada, fueron pue=os en libertad.

En cuanto a la política, a fines de ese mismo año de 3<;< se sublevó el general Echegaray contra Zuloaga, lo derrocó, para que al final de cuentas maniobrara Miramón quedándose en la presidencia, por cuenta de los reaccionarios. El clero y los ricos tenían una confianza desmedida en e=e joven de veintidós años, habilísimo militar a quien juzgaban como un pequeño Napoleón. El hecho demue=ra, sin embargo, que la reacción e=aba peligrosamente escondida. Desde

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luego, el general Benito Haro, comandante militar en Toluca, se puso primero de parte de Echegaray y luego presentó sus reAetos al general Miramón.

Entre febrero y marzo se inició una serie de audaces tentativas para llegar a la capital, Berriozábal se interna hacia Valle de Bravo y Temascaltepec y en pocos días logra limpiar la región de gavillas reaccionarias. Cuando se entera del gran golpe que se prepara contra la capital del país y decide e=ar a la expe>ativa.

E=a segunda intentona realizada en marzo tuvo como objetivo principal retener en el centro el mayor número posible de tropas conservadoras de modo que no pudieron hacerse hacia Veracruz en cantidades suficientes como para poner en peligro a Juárez y su gabinete. Fue idea de don Santos Degollado, quien para ese objeto se posesionó de Querétaro y Guanajuato. Contaba en realidad con pocos efe>ivos, pero eAeraba que al entrar en el Valle de Toluca se le sumaría Berriozábal, que e=aba en Temascaltepec; Carbajal, que acababa de ocupar los llanos de Apan; don Diego Álvarez y Villalba, que venían de Cuernavaca; Caamaño, Casales, Torres y otros guerrilleros diseminados en diferentes puntos del altiplano.

Por lo que se refiere al ataque, se volvió a perpetrar igual que la vez anterior, pero con una resi=encia más empecinada de los conservadores. Al poco tiempo se vio que resultaba muy dif ícil doblegar las defensas capitalinas y se pensó que era conveniente una retirada hacia Toluca, que podían tomar en virtud de que su guarnición, de cerca de mil hombres, se encontraba en ese momento defendiendo el Ca=illo de Chapultepec.

Pero Degollado quiso hacer otra tentativa y atacó nuevamente. El fracaso fue total. A la derrota siguió una persecución implacable por parte de El Tigre de Tacubaya, Leonardo Márquez, que ese día se ganó a ley el remoquete, asesinando a los médicos y pra>icantes que habían concurrido al campo de batalla para ayudar a los heridos. Ahí murió Juan Manuel Mateos, compañero de banca de Altamirano e hijo ilu=re del In=ituto del e=ado. En la misma infau=a ocasión fueron sacrificados el joven militar Arteaga, el poeta Covarrubias y otros notables jóvenes de ideas reformi=as.

De paso hacia Jalisco, Degollado dejó en el valle al general Francisco Tapia, quien, secundado por Inie=a y otros guerrilleros, tomó Toluca. Pero la ciudad no permaneció mucho tiempo en manos de los liberales, cuando más los meses de abril y mayo de 3<;?, ya que pocos días deAués e=a plaza era ocupada por don Antonio Aye=erán, político retrógrado de Toluca, que ya alguna vez había ocupado provisionalmente el cargo de gobernador. Alatri=e, Carbajal, el

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propio Berriozábal en el sur, en fin, la mayor parte de los jefes revolucionarios que peleaban en nue=ro territorio sufren en e=a época una embe=ida frontal y colérica por parte de los reaccionarios que han vi=o a la urbe capitalina a punto de caer en manos liberales. Es é=a una época de derrotas y defecciones. Las ciudades y poblados cambian con extraordinaria rapidez de unas manos a otras. Mientras en lo político, la sociedad mexicana va a conmoverse con los manifie=os que lanzan Juárez y Miramón, cada uno defendiendo su causa y llamando a los mexicanos a engrosar las filas de sus reAe>ivos partidos. Más adelante la deseAeración obliga a los contendientes a celebrar acuerdos internacionales no poco indecorosos: la reacción pa>a con EAaña (Tratado Mon-Alamonte) y el liberalismo con los E=ados Unidos (Tratado McLane-Ocampo); se trata de ganar la guerra a toda co=a, de doblegar, de vencer y de humillar al enemigo, no importa que se pongan en peligroso juego los intereses de la patria.

Ya a principios de 3<;?, Berriozábal había obtenido el grado de Coronel de Caballería auxiliar del ejército y deAués de sus campañas en la Villa del Valle, se le otorgó el águila de General de Brigada. Se unió a los liberales en el Bajío, que en abril infringieron a Miramón la grave derrota de Silao, de donde parte Berriozábal para ocupar Celaya y apoderarse de armas y municiones, así como otros pertrechos en cantidad considerable. Poco deAués se reúne en Guanajuato con los generales Ampudia, Degollado y Pueblita, donde recibe in=rucciones de incursionar otra vez en el valle de Toluca. Amaga al general Bruno Aguilar que se retira a Lerma, y los liberales ocupan brevemente la ciudad, haciéndose de pertrechos. Poco deAués el general reaccionario Vélez se presenta a reforzar a Bruno Aguilar, pero cuando llega a Toluca ya no encuentra a Berriozábal, que ha partido nuevamente rumbo al Bajío.

Hay que decir que e=os movimientos tá>icos de los liberales tuvieron como principal objetivo proteger el puerto de Veracruz, sede de los poderes, residencia de Juárez y, por lo mismo, la presa más apetecida de los reaccionarios. Por otra parte, el Bajío y Jalisco tienen una importancia económica capital, son el granero del país, de modo que también se intensifican en lo posible las acciones tendientes a mantener la ocupación de esas regiones, que desde un principio se habían manife=ado juari=as.

Algunos de los llamados “triunfos del conservatorismo”, no fueron otra cosa que premeditadas escaramuzas. El tacubayi=a Alfaro, que persiguió Berriozábal ha=a Celaya, anunció haber derrotado y diAersado totalmente la división; no ob=ante, e=e caudillo vuelve a aparecer con sus fuerzas íntegras en la campaña que el general González Ortega emprende en toda la extensión de Jalisco y en la que Márquez sufrió una de sus peores derrotas.

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Ha=a el 1@ de ago=o, la División del E=ado de México había e=ado bajo el mando del general Manuel Quijano, pero en esa fecha se designó comandante de la misma al general Berriozábal, a quien por suerte tocó decidir la batalla de Jalisco a favor de los liberales. DeAués de una serie de movimientos en que una coalición de jefes de gran experiencia, además de González Ortega, logró envolver a las tropas de Márquez y Mejía, se le ordenó a Berriozábal que avanzara sobre Tepatitlán, pero en el camino se encontró esgrimiendo un pañuelo blanco a unos enviados de Márquez que venían a proponer un armi=icio. Zaragoza, que mandaba las fuerzas liberales, se negó a todo arreglo. La reacción se desconcertó, las fuerzas liberales marcharon impertérritas sobre una muchedumbre de pobres soldados de leva que sólo sabían correr a esconderse.

DeAués de ese triunfo, el 31 de noviembre marchó Berriozábal, apoyado por fuerzas del general Degollado, de Querétaro hacia Toluca, a la que toma sin mucha resi=encia. Pero e=a vez no piensa abandonar la ciudad cualquiera que sea el tamaño de las fuerzas que mande la reacción en su contra. Antes bien, Berriozábal trabaja incansablemente pertrechándose, fortificando los puntos débiles, levantando la moral de sus tropas y, desde ese in=ante, procurando organizar a las autoridades del gobierno que la revolución había pue=o en sus manos.

Dos veces derrotada la facción conservadora en sus intentos de tomar Veracruz, aniquilada en el Bajío, la Hua=eca y Jalisco, ho=igada eternamente por las gavillas revolucionarias que en varias ocasiones habían ocupado lugares como Texcoco, Chalco o Tlalpan, trató en esos momentos de pedir una tregua. Decimos tregua porque ni los propios reaccionarios creían posible una paz en que subsi=iesen con el mismo poder, la Iglesia y el E=ado. Fallaron, por fortuna y por talento de los liberales, aquellas intentonas de paz y se intensificó notablemente la lucha.

El propio Miramón se diAuso a caer sobre Toluca, sorprendiendo en verdad a Berriozábal por medio de ve=ir a gran parte de su tropa con uniformes liberales y hacerlos atravesar los montes en diAersión.

Dice don José María Vigil:

De e!a manera Berriozábal no pudo saber nada del movimiento que contra él se efe#uaba y la primera noticia que tuvo fue la presencia del general Negrete, que el , a las $' del día penetraba a paso veloz, al frente de su división, hacia la Plaza de Armas de Toluca. La sorpresa de los liberales fue completa, Negrete se apoderó de la artillería y de la caballería casi sin di"arar un tiro, en vano hizo Berriozábal una dese"erada resi!encia en el convento

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de San Francisco, cuyas alturas tomó, pues agotadas sus municiones, se vio al fin e!rechado a rendirse con )- jefes y oficiales y %+$ hombres de tropa. Igual suerte corrió el convento del Carmen, en donde el hermano de Miramón, don Mariano, tomó prisionero al Batallón de la Reforma con toda su oficialidad.

En suma, la artillería, el armamento, carros con municiones, ve=uario, etc., todo cayó en poder de los conservadores. Entre los prisioneros se hallaban los generales don Santos Degollado, don Felipe Berriozábal y don Juan Gobantes; los coroneles don José Juárez y don Luis Legorreta; los comandantes de batallón y los de escuadrón don Jesús Salce, don Julio Cervantes, don Vicente Lebrija y don Carlos Morales; quince capitanes, un segundo ayudante, cinco tenientes, un subayudante, siete subtenientes, dos alfereces y mil trescientos diecinueve soldados.

El general Berriozábal salió herido de la cabeza de aquella infortunada ocasión, dándose motivo para el alborozo de los reaccionarios de la capital. Los prisioneros fueron paseados por las avenidas principales ante la rechifla de los tacubayi=as. Se dice que Miramón ordenó que fueran pasados por las armas todos los generales, pero que el embajador ecuatoriano Francisco Pacheco intercedió por las vidas de los prisioneros. Márquez asegura que fue él quien, desobedeciendo a Miramón, aplazó primero la orden para revocarla deAués definitivamente.

En esos días se presentó González Ortega en el valle con diez mil hombres amagando la capital. Miramón reunió las fuerzas que pudo, hay quien dice que sobrepasaban a los 3C mil, la mayoría levantados de leva y se dirigió a eAerar al enemigo en las lomas de Calpulalpan. En dos horas de lucha Miramón quedó aniquilado. Hay quien atribuye la vi>oria al genio militar de Zaragoza, en cuyas manos se puso la dirección tá>ica del combate. Sea lo que fuere, el juarismo dio la puntilla a los conservadores en e=a hi=órica jornada.

Miramón regresó a México asu=adísimo, sacó a Berriozábal de la cárcel y lo hizo acompañar del reaccionario Aye=orena a fin de que conferenciaran con los jefes liberales una paz decorosa. González Ortega no aceptó propue=a alguna, en virtud de que Miramón no tenía inve=idura legal de ninguna eAecie. En esas circun=ancias, el Presidente conservador abandonó la ciudad seguido de Márquez, Zuloaga y unos mil quinientos hombres que fueron desertando en pelotones enteros por el camino. Entonces, Miramón, poco diAue=o a enfrentarse a la vida guerrillera, volvió a la metrópoli para que lo escondieran los curas. Zuloaga y Márquez siguieron con rumbo desconocido. El 1; de diciembre las brigadas de Carbajal y Rivera pusieron pie a la capital de la república iniciando la entrada del Ejército Con=itucionali=a. Poco deAués ya e=aba ahí el mini=ro del Interior,

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don Melchor Ocampo, organizando la admini=ración y emprendiendo una embe=ida burocrática y militar en contra de todos los que habían servido al gobierno tacubayi=a.

El 33 de enero de 3<C3, con toda discreción, entró a México el presidente Juárez, lanzando un manifie=o en que hacía saber a los mexicanos que su política invariable sería el reAeto a la Con=itución de 3<;@, la implantación íntegra de la Reforma y una amni=ía política y militar ha=a el grado en que fueran prudentemente aconsejables.

Por lo que toca a Berriozábal, deAués de su fru=rada comisión ante González Ortega, a principios de diciembre, regresó a la capital, donde Miramón lo puso a cargo del ayuntamiento que debía entregar la urbe a los liberales. El general aprovechó la ocasión para que todo e=uviese en orden, ha=a el momento en que llegaron Juárez y su gabinete y se hicieron cargo de todo. Hay que advertir que Berriozábal fue sometido a juicio para “depurar su a>uación” durante los últimos días de la lucha en que se dejó sorprender por los reaccionarios en Toluca. Se dice que la acusación fue lanzada por Nicolás Romero, pero que no progresó en virtud del limpio expediente de Berriozábal y los te=imonios a su favor que emitieron, entre otros, el propio general Santos Degollado que en su entrada a México lo había invitado a compartir honores.

En los primeros días del triunfo liberal, se encargó del gobierno del e=ado don Manuel Fernando Soto, pero el 13 de mayo de 3<C3 se reivindicó totalmente a Berriozábal, designándolo gobernador interino de e=a entidad.

A pesar de la derrota de Calpulalpan, los jefes reaccionarios y las gavillas de la misma filiación siguieron luchando denodadamente durante los primeros meses de 3<C3, escondidos en las montañas de Ocuilan y Malinalco, donde se les aplicaron algunos golpes aunque no definitivos, E=eban León fue expulsado de la Villa del Valle (de Bravo), en tanto que Nicolás Romero infringía una grave derrota en Tlalnepantla al jefe conservador Patricio Granados. Al huir, Márquez y Mejía fueron sorprendidos y de=rozados en el Cazadero, mientras O’Haran había acabado con Izaliturria en Las Cruces.

Pero la reacción no e=aba derrotada. Sus golpes de ahogado habrían de ser terribles. Pronto se juntaron cerca de Michoacán Zuloaga y Márquez, y sorprendieron a don Melchor Ocampo en su hacienda, a quien tomaron preso y asesinaron proditoriamente. Durante unas maniobras, don Santos Degollado fue sorprendido por la gavilla de Buitrón, en los llanos de Salazar y asesinado de un tiro. Igual que, en los mismos días, Gálvez tomó prisionero a Leandro Valle en el Monte de Las Cruces y lo pasó por las armas.

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Envalentonados por e=os éxitos, los jefecillos reaccionarios comenzaron a reagruparse alrededor de la capital, a la que lanzaron algunos golpes sin importancia, pero psicológicamente peligrosos ya que el partido liberali=a pasaba por una etapa de crisis virulenta. Se trataba de reconocer o no la legalidad de Juárez. Se le criticaban las facultades muy amplias que se le habían conferido y se hacían trabajos políticos alrededor del general González Ortega.

El propio general Felipe B. Berriozábal abandonó temporalmente la gubernatura del e=ado para dedicarse a perseguir a los gavilleros conservadores, designándose para su=ituirlo al licenciado Manuel Alas. Berriozábal, junto con el general Arteaga, atacó a Buitrón en Huixquilucan, donde le cobraron a buen precio la muerte de don Santos Degollado. Y poco deAués González Ortega derrotó totalmente a Márquez en Jalatlaco, desalojando los alrededores de tropas infidentes.

¿Podemos decir que termina en ese momento la Guerra de Reforma? No, cuando mucho un capítulo. Porque los juari=as insi=en en llevar adelante, a como dé lugar, sus planes de Reforma y la reacción clerical no les puede permitir tamaño lujo. Derrotada con las armas, la hue=e conservadora emprende el viaje al continente europeo en busca de otras manos, de otros jefes, de otras armas extranjeras que les ayuden a doblegar al terco indio Juárez.

Por lo que toca al E=ado de México, Berriozábal vuelve a ocupar el gobierno e=atal en o>ubre de 3<C3, donde permanece ha=a que, a principios de abril de 3<C1, se incorpora con el Batallón de Toluca y la División del E=ado de México a las fuerzas que habrán de dar por primera vez la cara al invasor extranjero en la ciudad de Puebla.

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�%! D0"),%! ,&!&! demo=raron que el movimiento reaccionario tenía demasiadas cabezas. Cayeron muchas, pero otras se movilizaron sin interrupción, lo mismo en plan

guerrero, que en el de la política. Napoleón El Pequeño, fue el siguiente paso de los conservadores. E=e sátrapa, descendiente del gran Corso, traicionó a la república francesa, se in=aló un trono tan deforme como aparatoso y quiso emular las hazañas de su abuelo.

Lo de pequeño no le viene a Luis por haber sido nieto de Napoleón, sino porque jamás pudo llegar ni a las suelas de su ilu=re abuelo. Cuando llegó al trono de Francia tenía realmente muy poco territorio como para poder lucir emperador. Europa no e=aba en plan de dejarse sorprender, igual que cuando el Corso. Por eso echó sus miras en América, máxime que los E=ados Unidos, enfrascados en su guerra secesioni=a, e=aban demasiado ocupados devorándose entre ellos para acordarse de la Do>rina Monroe.

El mezquino juego de las deudas, que Juárez trataba de dejar pendientes mientras reponía su presupue=o, inició la gran maniobra de El Pequeño. Tanto así, que los otros reclamantes, Inglaterra y EAaña, no quisieron hacerla de paleros y se retiraron a tiempo. En ese in=ante se declaró la maniobra imperiali=a, organizada y co=eada en parte por los deAechados conservadores.

Sin embargo, mientras se realizaban las negociaciones en la esfera diplomática, los caudillos menores de la reacción proseguían su lucha guerrillera, concentrando la mayor parte de sus elementos en el altiplano, Michoacán, Puebla, Querétaro y Jalisco.

En septiembre de 3<C3, se ordenó a los Ejércitos del Centro y a la División del E=ado de México que se emplearan a fondo para eliminar los focos subversivos. Márquez había tomado Tiangui=enco, donde fusiló a su manera de chacal a un grupo de patriotas que le habían hecho una tenaz y brava resi=encia, entre ellos don Pablo Maya, jefe político del di=rito de Tenango, que se había di=inguido de joven por su acendrada ideología liberal.

Hombre de gran cultura, ingeniero a>ivo que realizó numerosas obras en su región, Pablo Maya fue compañero de Altamirano, de Mateos, de Alcalde, de toda esa generación de in=itutenses que la>aron positivismo puro y firmes ideas progresi=as. Pronto se presentó en Santiago Tiangui=enco el general O’Haran para vengar la derrota y el crimen, infringiendo un severo golpe al Tigre de Tacubaya, al que hizo replegarse hacia las montañas del norte.

Al mismo tiempo, don Agu=ín Guzmán derrotaba en Arroyozarco a una triple partida comandada por Argüelles, Cobos y Negrete. Más

La Intervención Francesa

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importante fue un segundo encuentro en Calpulalpan, donde el general Carbajal derrotó definitivamente a Marcelino Cobos y lo tomó prisionero. Cobos, que por la multitud de crímenes que había cometido independientemente de la guerra podía ser juzgado en plan sumario, sufrió la pena de muerte. No sabemos por qué razón deAués de fusilado se le cortó la cabeza y se mandó empaquetada a México.

El 31 de septiembre, el guerrillero Buitrón se atrevió a dar un golpe a Toluca, de donde fue rechazado enérgicamente por Berriozábal, a la sazón gobernador de la entidad. Iba huyendo Márquez cuando el general Tapia lo sorprendió e hizo trizas cerca de Pachuca.

Poco deAués las fuerzas de O’Haran y Aurelio Rivera se unieron para dar una batida, en Las Cruces, a las gavillas de José María Cobos (quien no era pariente del anterior), Gálvez, Buitrón y otros reaccionarios. En la hacienda del Veladero, Godoy Alcalá derrotó a Iguanazo. En fin, fueron echados del territorio, además de los jefes conservadores mencionados: Vera, expulsado por el coronel Domingo Arrieta, Lemus, Galván, La Madrid y otros de menor importancia.

Un peligro mayor se cernía entonces sobre la cabeza de todos los mexicanos. Batidos en el campo de batalla, los conservadores habían conseguido otro objeto. La patria traicionada vio llegar al puerto de Veracruz las poderosas armas de EAaña, la primera, de Inglaterra, la segunda, y Francia, la tercera y única que se había de quedar.

No vamos a repetir los harto conocidos incidentes de la conjura imperiali=a contra México, pero sí de=acaremos algunos hechos esenciales. El amargo sabor de la derrota, la deseAeración del impotente, lanzaron a la reacción a una venta descarada de su patria. José María Hidalgo, Almonte, el cura Miranda, Gutiérrez E=rada, todos ellos fueron a negociar con la Corona eAañola, con la Corona inglesa, ambas muy femeninas y con la turbia Corona de Francia.

EAañoles y británicos sólo querían cobrar. En enero de 3<C1 se presentaron con su armada porque, según creían, Juárez se negaba a pagar, cuando México sólo pedía que lo eAeraran un poco. En los Convenios de la Soledad, Isabel y Vi>oria se dieron cuenta de que México tenía un gobierno decente, pero empobrecido y, además, desconfiado de la a>itud de Napoleón.

Cínico como todos los di>adores, Napoleón pasó por encima de los Convenios de la Soledad, deAidió con una trompetilla a los cobradores exaltados y se diAuso a intervenir nue=ra patria. Los imperiali=as jarochos recibieron al soberbio general conde de Lorencez con campanas al vuelo.

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La guerra e=aba declarada. Y ahora las fuerzas debían cambiar momentáneamente de nombre. Por un lado quedaban los patriotas, bien de color liberal puro o champurrados de tibio, y del otro se pusieron las fuerzas ultraconservadoras, las que soñaban con el !atus de la Colonia, los que creían que la solución de todos nue=ros problemas era un “padrecito azar” o “un tata kaiser”, a fin de que las cosas tomaran el curso antaño e=ablecido por la Iglesia y los señores feudales.

Unos pelearán por México, por la república, y se llamarán republicanos, juari=as, chicanos. Otros pelearán por sus turbios intereses económicos que tratan de garantizar por medio de una Corona extranjera, por lo tanto firme y durable: é=os serán los imperiali=as, conservadores, mochos, o como se les quiera llamar. Aparece un nuevo fa>or: los “franchutes”, soldados de paga, que vienen atraídos por el botín de las feraces tierras de América.

Diría un croni=a: “e=a vulgar aventura”, es decir, la aventura imperiali=a (e=uvo en boga todo el siglo pasado y principios del XX) tuvo éxito cuando dirigió sus garras hacia el centro africano, nidal de tribus casi en e=ado salvaje, o al sur de Asia y la Polinesia que también querían rebasar el neolítico. Tuvo éxito en los países árabes por tanto pachá inmoral (como nue=ros Almontes y Mirandas) que entregaban su suelo a los ricos imperiali=as, a cambio de que les dieran lo suficiente para seguir disfrutando de sus harenes edénicos. Se enfrentó a un Oriente e=ratificado, corrompido y en plena decadencia, y también pegó el imperialismo.

No se tuvo en consideración que los felices tiempos de la conqui=a americana habían pasado tres y medio siglos atrás. Ahora los pueblos de e=e continente ya no e=aban diAue=os a tolerar ningún tutelaje europeo. Juárez decretó todo lo necesario, nombró general del Ejército de Oriente y, poco más tarde, mini=ro de Guerra, al general Zaragoza y se diAuso a defender a la patria.

En febrero, el general Berriozábal pidió permiso para dejar la gubernatura que recayó en manos del licenciado Pascual González Fuentes. E=e personaje sólo e=uvo ha=a marzo, cuando la situación obligó a Juárez a organizarse militarmente, por lo que fue nombrado, por el propio Juárez, gobernador y comandante militar de nue=ra entidad el general Tomás O’Haran.

Ya en febrero, Berriozábal había diAue=o una movilización general de las fuerzas del e=ado, que tenían que concentrarse en Toluca; no ob=ante, acudió personalmente con una corta brigada a las cumbres de Acultzingo, donde el general Zaragoza tuvo su primer conta>o con Lorencez. El conde venía con más de seis mil

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franceses, en tanto que Zaragoza no pudo reunir en esa ocasión ni dos mil hombres, por lo que, cuando vio que toda resi=encia era inútil, ordenó que las tropas se replegaran hacia la ciudad de Puebla, donde eAerarían al enemigo.

El condecillo de Lorencez era tan fatuo, que consideró la maniobra de Acultzingo como una gran derrota del Ejército Republicano. Así lo anunció a sus jefes imperiales, con la visión europea del que juzga al pueblo de América como un clan de indios de pluma, taparrabo y huarache. Lorencez creía superar las hazañas de don Hernando y puede que ha=a las de la Malinche. Él traía no trescientos forajidos habilitados de tropa, sino seis mil de “los mejores soldados del mundo”. Pensaba hacer trizas a Zaragoza, adelantarse a Tenochtitlán, tomarla a sangre y fuego, entregarle un nuevo continente al pequeño Bonaparte. Algunos franceses creyeron sinceramente que venían a apalear encuerados y a cambiar cuentas por oro.

En la acción del ; de mayo, el pueblo del E=ado de México va a tener una participación gloriosa.

Aclaremos: ¿cuál pueblo?

Queremos decir, el “pueblo en armas”, que desde años atrás combatía gallardo contra la reacción clerical. El pueblo organizado en batallones que perseguían a los chacales Márquez, Mejía, Buitrón, Cobos, el torvo Vicario y otros de su calaña. E=e es el pueblo de Toluca, Metepec, Polotitlán, Tejupilco, Chalco, Texcoco, Valle de Bravo, etc., que fue a la Batalla del ; de Mayo. Sin olvidar que en dichas brigadas tomaron parte algunos intele>uales de gran valía salidos del In=ituto de Toluca.

Decir, por ejemplo, “que ese día Puebla defendió a la patria” es decir una barbaridad. Los poblanos ricos eran quienes habían traído la pe=e armada de Francia. Dejaron morir de hambre al Ejército de Oriente… En fin, trabajaron para el extranjero seguidos de la clase sacerdotal y de sus inevitables corifeos, entre la pequeña burguesía y el pueblo ignorante y desorientado. Claro que los poblanos y patriotas e=uvieron en la lucha. Imposible borrar de la contienda a los zacapoaxtlas y a la división poblana, formada por guerrilleros y soldados que también habían e=ado peleando fieramente contra la rabiosa clerigalía de Puebla.

En cuanto Berriozábal se dio cuenta de lo que les eAeraba en esa ciudad, se concentró con una brigada en Toluca. Dice la señora de Meyer:

Ante la situación ya amenazadora del avance de las tropas invasoras, el E!ado de México puso a la di"osición de la Secretaría de Guerra

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una división a las órdenes del general Felipe Berriozábal, compue!a por tres brigadas. La primera brigada al mando del general Tomás O’Haran, compue!a por el batallón ligero de Toluca, batallón de Sultepec, lanceros de Toluca y lanceros de Ixtlahuaca con un efe#ivo de $,%++ hombres. Segunda brigada al mando del coronel Ignacio de la Peña y Barragán, formada por el segundo batallón ligero de Toluca, tiradores de Ocampo, escuadrones de Tlalnepantla y Cuautla, guardias nacionales de Chalco, Texcoco y Tlalnepantla, con un efe#ivo de $,.++ hombres. Tercera brigada al mando del coronel Jesús Andrade, compue!a por los guardias nacionales de Huejutla, Huascazaloya, Zacualtipan y Pachuca, con un efe#ivo de $,.++ hombres.

Según todas las informaciones, la División del E=ado de México aportó algo más de B ;22 hombres bien equipados. Al llegar a Puebla se pusieron a las órdenes del general Zaragoza, que los di=ribuyó convenientemente, quedando Berriozábal al mando del Fijo de Veracruz y los dos ligeros de Toluca, dentro de la columna del general Negrete, antiguo jefe conservador que esa vez en Puebla se portó con real patriotismo y gallardía.

El propio Berriozábal, en su bien pergeñado parte militar, nos da a conocer las acciones en que los efe>ivos a su cargo tomaron parte en la Batalla de Puebla.

Lorencez había eAerado que en el camino a Puebla se le unieran las facciones conservadoras. Pero sus jefes permanecieron a la expe>ativa, no ob=ante que Juan Almonte, autonombrado para dirigir los de=inos imperiales, hizo todos los esfuerzos posibles por allegarlos a la causa. Es verdad que al final todos terminaron uncidos al carro de Napoleón, pero antes de entregarse pusieron sus condiciones. Ha=a que se les garantizó el botín comenzaron a tomar parte más a>iva en la lucha y a sumarse a los efe>ivos militares del invasor.

En Orizaba se le agregó Márquez, pero jefes como Zuloaga, José María Cobos y Manuel Benavides prefirieron expatriarse. El E=ado de México parecía limpio de reaccionarios, por lo que sus fuerzas pudieron acompañar al general Zaragoza en el fru=rado ataque a Orizaba, al mismo tiempo que liquidaban a Echegaray tropas combinadas de Carbajal y Berriozábal, que lo sorprendieron en Iztapa, Veracruz. Buitrón hizo una intentona para apoderarse de Tiangui=enco, en manos del general Leyva, pero fue rechazado y escarmentado. Dejó más de 122 prisioneros, artillería, armamento y equipo en cantidades considerables.

La amenaza ya no fue de pronto del interior, la amenaza iba a agigantarse desde fuera. En el asedio a Orizaba nue=ras tropas vuelven a cubrirse de laureles, según lo narra en sus partes el general

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Berriozábal, a quien tocó detener y rechazar una numerosa columna francesa. Aquel ataque no significó una vi>oria, fracasó el plan y la sorpresa; pero tampoco significó una derrota: los mexicanos pudieron retirarse en orden salvando todas sus pertenencias. El re=o de 3<C1 había de transcurrir en una eAecie de !atus. Los republicanos atacan Orizaba, de donde sale Lorencez a emprender alguna acción de importancia. Se hace el enfermo, pide su traslado a Francia, Napoleón reacciona y en septiembre llega a Veracruz el famoso mariscal Forey, inmisericorde y tremendo, que inaugura su mandato degradando oficiales, cesando a Juan Almonte como dire>or político de la invasión y reorganizando las tropas a las que trajo de refuerzo algo más de 31 mil hombres.

La llegada de Forey hizo comprender a Juárez que el peligro eAerado e=aba allá; Napoleón ya no creía en verdad en los sueños dorados de Lorencez, ahora e=aba decidido a emplear sus fuerzas en número mayor, ha=a el fondo. En o>ubre, Juárez terminó de reorganizar militarmente a la nación. Presentía la derrota en los principios y la necesidad más tarde de una guerra permanente, bien en guerrillas, bien en tropas organizadas, por lo tanto, el país debía e=ar li=o para todo.

Ese mes apareció en Toluca, durante el gobierno de Ortiz de Zárate, el bando juari=a por el cual se dividía la entidad en “di=ritos militares”. Tres se formaron: uno que abarcaba en eAecial el Valle de Toluca, y los di=ritos del sur con quienes se comunicaba a través de la sierra: Sultepec, Temascaltepec, Tenango del Valle, Tenancingo, Toluca, Villa del Valle, Ixtlahuaca y Jilotepec, considerándose como la capital a Toluca.

El segundo di=rito militar abarcaba las poblaciones del norte: Tula, Ixmiquilpan, Zimapán, Huichapan, A>opan, Huazcozaloya, Pachuca, Huejutla, Zacualtipan, y el antiguo di=rito de Apan, dejándose como capital A>opan.

El tercero abarcó eAecialmente el sur morelense: Jonacatepec, Yautepec, Morelos, Cuernavaca y Tetecala, considerándose como cabecera a Cuernavaca. Hay que apuntar que el re=o de los di=ritos, es decir, los del valle, quedaron adscritos a la jefatura militar del DF.

Los efe>ivos militares se di=ribuyen de modo prá>ico y Berriozábal, con los batallones de Toluca y efe>ivos de Ixtlahuaca, Tenango, etc., siguió en campaña junto con el Ejército de Oriente mandado por Zaragoza. Y más que todo eAerando la embe=ida francesa.

En efe>o, en cuanto se organizó Forey, salió de Orizaba hacia Jalapa y de ahí se tiró dire>amente sobre Puebla. Zaragoza había muerto. Esa

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vez se encargó a González Ortega defender la e=ratégica ciudad. Fue un sitio cruel y tormentoso, largo, infernal, que al fin se perdió por parte de los mexicanos.

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�# !&5.-$# K&7 que los franceses atacaron Puebla ya no e=aba allí Lorencez, sino Forey, con 3< mil elementos de tropa escogida. Sin embargo, con menos hombres, con

fortificaciones muy deficientes, casi sin alimentos, los defensores so=uvieron el sitio durante dos meses de infierno y balas, que terminaron en una derrota total y la captura de los principales jefes republicanos, incluyendo a González Ortega.

En esa batalla crucial tomaron parte dos hombres con gran influencia en los de=inos del e=ado: Berriozábal, de quien hemos hecho frecuente mención y José Vicente Villada, entonces capitán extraordinariamente joven para su cargo y para las aptitudes excepcionales que mo=raba.

Del primero, podemos decir que comandando las fuerzas de la división e=atal, participó en facetas muy importantes de la lucha como la defensa del convento de San Agu=ín, la Calleja de los Loros y el encuentro en Pitiminí. Cooperó a>ivamente para hacer inexpugnable la manzana poblana que e=uvo en manos del general Valle. Se encargó en gran parte de la defensa de los fuertes de Loreto y Guadalupe y, a principios de mayo, fue de los que trataban de convencer a González Ortega de romper el sitio y salvar al ejército. Pero el comandante general era de otras ideas.

Además, se eAeraban refuerzos del Ejército del Centro que no llegaron nunca. Comonfort sufrió una derrota a manos de Márquez antes de llegar la noche del 3B de mayo, Gonzáles Ortega reunió a los principales jefes: Negrete, Mendoza, Antillón, Paz, Berriozábal, Alatorre y Mejía [Ignacio] para determinar la forma de rendirse. Se resolvió al final de cuentas que se de=ruiría totalmente el equipo y armamentos útiles, entregándose las tropas re=antes al enemigo, si é=e aceptaba las condiciones de una rendición decorosa.

Así sucedió. Forey tomó Puebla, hizo prisioneros a una cantidad considerable de jefes y soldados y trató de que firmaran un documento en que se comprometían a no volver a tomar las armas en contra del ejército invasor. Todos se negaron. La viril reAue=a aparece firmada por generales de la talla de Epitafio Huerta, Felipe Berriozábal, Francisco Paz, Florencio Antillón, Francisco Alatorre, Ignacio Mejía, Alejandro García, José M. Mora, Pedro Hinojosa, Francisco Lamadrid, Porfirio Díaz, Mariano Escobedo, Juan Bauti=a Caamaño Hque pronto había de traicionar a la causaH, Luciano Prieto, Manuel G. Cosío y 3 B22 más, oficiales y jefes, que en una forma u otra, pronto volverían al campo de batalla.

Entre los prisioneros que se negaron a firmar e=aba José Vicente Villada, que poco antes se había juntado con el general Hinojosa a la Brigada Jalisco, que se de=acó a los fuertes de Loreto y Guadalupe.

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Villada peleó con bravura, según su demo=rado cará>er y arrojo. Hay que decir que e=e jefe no principió su carrera militar en las filas liberales, sino con el general Francisco A. Vélez, en la época en que e=e mílite se subordinó al gobierno tacubayi=a. DeAués de los fracasos reaccionarios, Villada, que también fue un gran luchador periodí=ico, se retiró a Pachuca para dedicarse al comercio y a sus aficiones literarias.

Iniciada la invasión del territorio nacional, el patriota que hubo siempre en el joven capitán de la milicia lo hizo salir de su encierro para incorporarse a las fuerzas defensoras. Vi=os sus antecedentes, el general Doblado confirmó a Villada el grado de capitán y lo comisionó para que formara un batallón de voluntarios en la región minera de Pachuca.

En febrero de 3<C1 tuvo un encuentro con Mejía cerca del mineral, pero eludió la lucha franca para reunirse con Doblado en México; e=e jefe lo comisionó, a su vez, para que se incorporara con su batallón al Ejército del Centro, mandado por Comonfort. Pero e=e jefe recibió tarde la orden de ayuda a Puebla. Quedó quieto por lo pronto. Por ello mismo, José Vicente, que era un volcán, pidió y obtuvo la autorización de Comonfort para sumarse al Ejército de Oriente que eAeraba a los franceses en Puebla. Cerca de e=a plaza, se incorporó a las fuerzas de Hinojosa y con ellas e=uvo en lucha ha=a caer prisionero.

Puebla cayó el 3@ y el 13. Berriozábal, Antillón, Díaz y Caamaño consiguieron escapar. Más adelante también burlaron la vigilancia de sus captores el general Hinojosa y José Vicente Villada. E=os últimos huyeron a San Agu=ín del Palmar y se juntaron más tarde en Tehuacán donde procedieron a reorganizar sus fuerzas.

Por lo que toca a Berriozábal, él se presentó rápidamente con el supremo gobierno, y Juárez, que atravesaba por una época de crisis mini=erial desde la muerte de Zaragoza, lo nombró mini=ro de la guerra. Por lo que tocó al re=o de los efe>ivos del E=ado, se di=ribuyeron en eAecial en el Ejército del Centro, de Comonfort, o quedaron adscritos a las brigadas que defendían los di=ritos militares de nue=ra entidad. Berriozábal, que duró escasos dos meses en la Secretaría de Guerra, fue nombrado general de división y se le encargó nada menos que la gubernatura de Veracruz. En esa región e=uvo ho=igando a los franceses ha=a el mes de septiembre que pasó al “Cantón de Reserva” en Aguascalientes y, finalmente, se le entregó la comandancia de la Cuarta División del Ejército del Norte.

Por su lado, Hinojosa y Villada, deAués de una terrible odisea, llagan a la capital, pero Juárez y su gabinete se habían trasladado a San Luis Potosí, en e=e lugar lo alcanzan y, mientras el general Hinojosa

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vuelve a tomar el mando de su división, la de Jalisco, Villada sirve a Juárez en algunas dif íciles misiones cerca de la capital; más tarde se incorpora al 1º Batallón de Ligeros de Toluca, con el parte a defender las asoladas tierras michoacanas.

Fue en e=a época, diciembre de 3<C:, cuando Villada habría de acometer la empresa más formidable de su carrera. Salvó a la División del Centro de pararse a las filas del enemigo, ya que pudo saber afortunadamente de una conjura que e=aban tramando los generales Uraga y Caamaño, el primero de tri=e hi=orial y el segundo que se manchaba por primera vez las manos. Entonces, Villada maniobró con rapidez, habló con algunos jefes que le eran adi>os, los resolvió a deArenderse con él del grueso de la división y ya en condiciones favorables arengó a la tropa, les dio a conocer la falacia de Uraga y Caamaño y los convenció para que lo quisieran en la lucha contra los invasores.

Caamaño, que además era gobernador de Michoacán, quiso ca=igar a Villada y a sus gentes, pero cuando los buscó ya e=aban bien guarnecidos en el sur terracalenteño. Dice uno de sus biógrafos: “De e=e modo B mil hombres quedaron bajo el mando de Villada durante muchos días, ha=a que convocó a una junta de jefes, ante la cual renunció y propuso como jefe de la división al coronel Alejandro García”.

Recordamos que entonces José Vicente sólo era capitán, por lo que su sentido del saber, su audacia y su arrojo y el don de mando que puso en evidencia los días en que comandó la división, le ganaron el grado de teniente coronel, que le confirió Arteaga, nuevo jefe del Ejército del Centro cuando el joven Villada se incorporó a ese cuerpo, entregando de paso los B 222 efe>ivos que había salvado de la traición.

Volviendo al desa=re de Puebla, se recuerda que originó la precipitada salida de Juárez hacia San Luis Potosí, por lo que el ejército invasor pudo entrar a la capital de la república el 32 de junio de 3<C1, sin encontrar resi=encia alguna. Eso sí, se encontraron las campanas al vuelo, los arcos triunfales levantados por la reacción para que bajo ellos pasaran los franceses y traidores que les seguían. El primero en poner pie en la capital fue el Tigre de Tacubaya, todavía con las uñas llenas de sangre de mártires del liberalismo.

Forey nombró un ayuntamiento con reaccionarios, integró una junta de “notables” que debía decidir el de=ino político de la patria y e=ableció firmemente su hegemonía militar. Los notables, no podían menos, votaron por la monarquía y a>o seguido extendieron la invitación a Maximiliano, advirtiendo que si el rubio archiduque no podía aceptar: “La nación mexicana que se remite a la benevolencia

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del su maje=ad Napoleón III, emperador de los franceses, para que le indique otro príncipe católico”.

La noticia fue recibida con gran entusiasmo en los círculos retrógrados de la providencia. Desde luego, en Toluca, donde ya se eAeraba con ansia el arribo del ejército invasor, igual que en todas partes del país, aquí tuvimos, incluso, nue=ro Epigmenio de la Piedra, que deAués de ser un hombre de cultivadas ideas liberales, desbarró del modo más increíble. Ya cuando e=aba en Tenancingo, llegó a proponer, en su deseAeración imperiali=a, que si no queríamos príncipes rubios y ojiverdes, ahí e=aban para el caso los prietos descendientes de Mo>ezuma, ideas que eran discutidas con euforia, casi sin reparar en la ridiculez que entrañaban, por los sele>os círculos toluqueños.

Por eso fue que el ; de julio, cuando las columnas francesas penetraron como en desfile dominguero por las calles de Toluca, la reacción se echó a la calle para llenar de vítores al general Berthier, a cuya aproximación las fuerzas del general don Manuel Alas, gobernador y comandante del di=rito, se habían retirado hacia el occidente.

Forey había decidido limpiar el centro de tropas republicanas. De ahí que la a>ividad militar de los franceses se extendió con rapidez en todos los puntos importantes. Pronto ocuparon Monte Alto y Tepeji del Río la brigadas de Larrauri, de la división de Mejía; deAlegándose deAués hacia Puebla en Ajusco, el general Leyva fue derrotado por el coronel imperiali=a Carranza, quien se llevó gran número de prisioneros y material. Vicario tomó Cuernavaca, replegando a las fuerzas de Juárez ha=a los límites de la co=a. Ya para el 3< de julio, los franceses e=aban en Tenancingo. Rápidamente el coronel Aymerd tomó Pachuca y Tulancingo.

Es verdad que los imperiali=as tuvieron algunos descalabrados pero, en general, puede decirse que para el otoño de 3<C: ya habían ocupado gran parte de nue=ra región, por lo que las a>ividades militares en gran escala se dirigieron ha=a los e=ados del norte y del sur, quedando sólo en las regiones escabrosas los grupos de guerrilleros que habían de ho=igar con=antemente a las fuerzas invasoras.

Durante el otoño e invierno de 3<C:, Forey desató una furiosa ofensiva hacia el interior en que sus generales fueron tomando, sucesivamente: Querétaro, Morelia, Guadalajara y León, mientras Mejía avanzaba dire>amente sobre San Luis, cuya capital era abandonada por Juárez quien, con su gabinete, marchó hacia Saltillo.

En e=a etapa suceden algunos hechos de orden general muy significativos. Los conservadores se dan cuenta de la humillante condición de inferioridad, militar y política, en que los mantiene el

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mariscal Forey, quien también rechazaba gran parte de los puntos de vi=a del se>or clerical.

Se olvidaron los malinchi=as de que Francia, con todo y e=ar con=ituida en imperio, por azares de la mala fortuna, había podido conservar una serie de conqui=as ganadas por la Reforma. Por ejemplo, en Francia, la Iglesia tenía un claro sello oficial. E=aba no sólo separada, sino supeditada al E=ado. Los curas no podían cobrar impue=os, ni siquiera obvenciones parroquiales. Trabajaban a sueldo.

Y en relación con los demás, si los mexicanos pedían una monarquía moderna, era de eAerarse que no tuviera las condiciones feudales que ricos y clero trataban de imponer. E=as cue=iones debían producir grietas irreparables en un si=ema monárquico que en mucho contribuyeron a su de=rucción final.

El e=ablecimiento de las tropas francesas en el país, y más tarde la in=itución de Maximiliano, creó entre los conservadores una situación más confusa y contradi>oria que aquella que había prevalecido durante los gobiernos republicanos. Algunos imperiali=as terminan por creer a ciencia cierta que Maximiliano, más que para ellos, había venido a gobernar para los liberales. Comenzando porque el príncipe rubio era masón.

En el momento en que los traidores fueron a ofrecerle la corona, Maximiliano era prá>icamente un prisionero. Archiduque y hermano del poderoso Francisco José de Au=ria y Hungría, desde muy joven manife=ó sus tendencias democráticas, un acendrado amor a la cultura, al e=udio y a la inve=igación teológica. Siendo jefe de la marina au=riaca, se ligó con algunos nobles encariñados con la masonería. Trataba con deferencia a todo mundo, incluso a los subordinados más ínfimos, y se ganó la voluntad y cariño de la marinería, que colaboró con entusiasmo excepcional en los planes de reorganización trazados por Maximiliano para esa deficiente arma de un imperio sin co=as. Realmente fue el creador de la marina imperial.

Fue también gobernador del Lombardo Veneto, gozando de una popularidad arrolladora, tanta que acabó por granjearle la envidia de su propio hermano. Recuérdese que siendo archiduque, tenía derecho al trono en segundo lugar, de manera que sus enemigos acabaron por inventarle su conjura, apoyada por el pueblo, en que se lucharía por acabar con las in=ituciones imperiales, imponiendo a Maximiliano en el trono sobre base en una monarquía con=itucional.

Poco a poco se les fueron reduciendo los cargos de confianza, volvió a la marina en calidad de mueble y pronto se le confinó definitivamente

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en Miramar, con serio peligro para su exi=encia y la de su eAosa si abandonaba ese retiro. Tal es el tri=e momento de su vida en que lo encontró el grupo de reaccionarios que fueron a Miramar a ofrecerle una “verdadera” corona.

Exi=en indicios ba=ante serios de que Maximiliano se resi=ía a emprender la aventura, pero fue fatalmente empujado por las ambiciones de Carlota Amelia, su mujer, que sufría eAantosamente en el de=ierro y soñaba, febril, con llegar algún día a cernirse una corona imperial. Y México, deAués de todo, era un país que tenía diez veces más territorio que todos los dominios de Francisco José.

Para el emperador también era un excelente negocio, hizo renunciar al hermano a todos sus derechos al trono de Au=ria y Hungría y en pago le entregó una fuerte escolta de C 222 hombres. Sin embargo, lo principal era que los conservadores le habían pintado a México como un pobre país, sometido a la tutela di>atorial de unos salvajes indígenas comandados por el zapoteco Juárez y que, en cuanto su real planta tocara el suelo del país, todo el pueblo se levantaría para vitorearlo y apoyar a su salvador. Ya que de salvador venía a México e=e príncipe, último de los románticos que sí creyeron verdad eterna la prede=inación de los seres de sangre azul para el gobierno de los pueblos; cuánto más, si el príncipe es también un hombre demócrata, liberal, capaz de sentir verdadero cariño por el pueblo.

Maximiliano es todo un personaje del romanticismo decadente, su vida es una novela como mandada hacer para la radio, para la televisión; todo melodrama y un horrorísimo final de tragedia esquiliana. Si e=e rubio príncipe hubiese sido un déAota de la crueldad, de la calaña de su hermano, culpable de la guerra de 3<3B, su vida e=aría sobremontada y diluida en la de tantos tiranuelos, nacionales y extranjeros que vinieron a sojuzgar al país. Pero en Maximiliano hay una paradoja increíble que mete su vida a un marco de agudas truculencias. Se le puede pintar sin sonrojos patrióticos, como un buen hombre al que engañaron los reaccionarios, del que un déAota como Francisco José trataba de deshacerse a toda co=a y del que Napoleón se aprovechó como títere para sus ridículas ambiciones imperiales, tan ridículas como criminales y fracasadas.

Podemos admitir, incluso, que Maximiliano fue verdaderamente demócrata, pero sus convicciones son totalmente borradas por su a>itud imperial; sirvió de in=rumento a la reacción y fue un in=rumento de guerra. Culpable del asesinato de miles de mexicanos y de e=as cosas no lo pueden exculpar sus pujos liberali=as. Al propio Maximiliano tener las ideas que tenía le co=ó la exi=encia. Como liberal fue de lo más peligroso para los liberales, y como

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conservador terminó por ganarse las soAechas, la desconfianza y la animadversión plena de los conservadores.

Todos esos fenómenos hi=óricos cierran el camino de Maximiliano dire>amente hacia el paredón. A última hora, no lo quiso salvar nadie porque les había fallado a todos: al papa y a la Iglesia, al imperialismo francés y a los capitali=as mexicanos, le había fallado, incluso, a su hermanito, quien se negó terminantemente a que el archiduque derrotado volviera a su patria.

Finiquitados los arreglos en Miramar, Maximiliano y Carlota pusieron pie en Veracruz el 1< de mayo de 3<CB dentro de un ambiente de frialdad que los dejó asombrados. El 31 de junio entraron en la capital, donde la reacción ya les hizo algunas fie=as. Y en ese in=ante comenzó el fugaz último imperio que conoció la desgarrada patria.

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�&!$& L.0)% $& 3<C:, cuando el general Ignacio Alas abandonó Toluca para reunirse con los juari=as en el norte, dejó de exi=ir la entidad federativa, el territorio se volvió

departamento y se nombraron para dirigir sus de=inos, por cuenta de los imperiali=as, una serie de prefe>os políticos que empezaron con don Manuel de la Sota Riva.

Por cuenta de las diAosiciones militares, en el primer di=rito con cabecera en Toluca, se situaron tropas conservadoras al mando de Navarrete y Valdés, con algo más de 3 322 hombres; el infidente Cano ocupó Pachuca, con el coronel Antonio Domínguez, y el comandante José de la Peña pasó a Tula.

Por lo que toca a las fuerzas liberales, los que no cayeron prisioneros en las últimas contiendas, como Ortiz de Zárate, o defeccionaron como el general O’Haran, se reunieron con los ejércitos del Centro, de Oriente y de Norte, según veremos más adelante. El mando liberal de los di=ritos del E=ado de México se dio al general José María Arteaga:

[…] en esas condiciones e!ábamos cuando en el mes de o#ubre, Maximiliano vino al departamento de México a conocer algunos de sus pintorescos lugares, empezando por los miserablemente folklóricos de San Felipe del Obraje [hoy, dizque del Progreso] y de Ixtlahuaca. Para rematar en Toluca.

E=e viaje y la visita a Toluca son demasiado ilu=rativos para conocer el e=ado de ánimo y la frecuencia de opinión en los di=intos círculos sociales de la ciudad capital, y nos revelan algunos pormenores de la insólita manera de a>uar del príncipe rubio. La mejor descripción la tenemos en el mae=ro Miguel Salinas y, posiblemente, la única de cará>er hi=órico, aparte de tradiciones y leyendas que circulan por ahí entre los herederos de los socialité que en esa época se encargaron de agasajar a la imperial pareja.

Siendo muy jovencito, don Miguel Salinas vio y vivió aquella ocasión tan eAecial que, años deAués, nos narra con un dejo de melancolía, como si a él también le hubiese impresionado el reAlandor de la sangre azul. Se lamenta de las “groserías” de los “liberales” y del payismo de algunos ari=ócratas, haciendo notar que la plutocracia toluqueña se quedó no poco decepcionada del príncipe rubio y su bellísima señora.

Desde el principio hubo problemas, ya que Maximiliano salió primero, hizo el viaje ha=a Michoacán, luego regresó a Ixtlahuaca y de ahí se carteó con la emperatriz pidiéndole que lo eAerara en Toluca. Pero resultó que Carlota se adelantó un poquitín a los acontecimientos, por el afán de conocer las formidables haciendas

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que se extendían a los lados del camino y llegó más temprano a Toluca. Nadie la salió a recibir. Los imperiali=as que e=aban preparando la “cuetería”, al volver el re=o, se encontraron con que la augu=a mujer ya e=aba allí.

¡Qué barbaridad! Los sicarios del imperialismo sudaron tinta para explicarle tamaña anomalía a su maje=ad y la llevaron rápidamente ha=a la hacienda de Palmillas, donde se encontró con su real consorte bajo un arco que había co=ado a los ricos Montes de Oca más de cien mil pesos. Pero dejemos que el señor Salinas narre e=e emotivo encuentro: “cuando se acercó el monarca y divisó a su eAosa, apeose del arrogante corcel que montaba, la señora bajó de su coche; ambos avanzaron ha=a encontrarse, se unieron en e=recho abrazo y se besaron tiernamente.”

¿Diga u=ed si no iba a conmover a la camarilla reaccionaria e=a pareja de comediantes con tamañas dotes para el arte representativo? Por cierto que, seres tan refinados, se habían encontrado en e=as ilu=res tierras una nobleza cimarrona con todos los defe>os del “novorriquismo”. En la capital las señoras acomodadas corrían a saludar a la emperatriz, la llenaban de abrazos y de saliva y algunas ha=a llegaban a decirle: “¡Carlotita, pero e=á u=ed maravillosa!”

No podemos olvidar que todavía en los inicios de la Independencia los nobles eAañoles emigran en masa a la metrópoli y dejan sus haciendas rentadas a capataces blancos o medieros de su confianza. Más tarde y por virtud de la expulsión de magnates íberos y la consiguiente enajenación de sus bienes, los renti=as los pudieron adquirir en propiedad por diferentes medios, los cuales no e=á en nue=ro plan dar a conocer el detalle.

E=a generación de ricos que fue a recibir al rubio Maximiliano carecía en lo absoluto de los títulos, de la educación, de la cultura y el refinamiento innato en los déAotas de la ilu=ración imperial. Por eso los emperadores ga=aron demasiado tiempo, saliva y dinero, en su afán de crearse una corte decente, que no palideciera frente a las cortes de los más infelices principados de Europa. Ya que ha=a ese momento la ari=ocracia “pulquera”, “lechera” y “gallera” del señor Santa Anna, se había preocupado mucho de eAecular con el hambre y la guerra, pero muy poco de in=ruirse. Con otra, que los hacendados que llegaban a cierto grado de ilu=ración, se volvían liberales. No se sintió muy a gu=o “Carlotita” en Toluca. Desde que llegó le hicieron pasar un mal rato. EAeraba un pueblo entero poniéndose a sus pies; y a su paso por las calles, ha=a llegar al centro, sólo pudieron admirarla algunos borrachines trasnochados y las señoras que iban al tianguis a surtirse de vitualla.

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Por lo demás, mientras los imperiali=as de corazón y los liberales tibios adornaron presuntamente las fachadas de sus casas, la gentes que e=aban de parte de Juárez en plan sincero, se negaron a servir en la comparsa. Te=igo personal de e=as cosas, don Miguel Salinas dice emocionado:

No he olvidado que en aquella mañana las calles de Toluca rebozaban de curiosos, y que las puertas, ventanas y azoteas contenían grupos compa#os de personas. Al llegar el cortejo (ha!a la Cortadura, en que e!aban las puertas de la ciudad) avanzó len-tamente […] de cuando en cuando, una lluvia de flores caía sobre el coche imperial; al pasar é!e frente a la casa de don Luis Goribar [hoy marcada con el número %+ de la avenida Independencia] el anciano dueño de la casa, coahuilense radicado en Toluca, lanzó desde su balcón, con voz muy robu!a, un ¡Viva! a los emperadores.

Parece ser que aquel grito fue tan único que por ello impresionó al narrador. Y no salió de la boca de un toluqueño, sino de un coahuilense que e=aba en Toluca por casualidad. Al señor Salinas le pareció todo muy bien, ha=a que al pasar la augu=a pareja bajo uno de tantos balcones, ocupado por el mae=ro Mariano Oscoz, el buen Max se quitó el sombrero, inclinó la cabeza. Todos se quitaron el sombrero y conte=aron el saludo, menos el profesor Oscoz que era liberal de hueso colorado. Considera el señor Salinas que e=as faltas de urbanidad carreñesca pudieron haberle dado mala fama a Toluca, en virtud de que lo cortés no quita lo valiente cuando se trata de emperadores. Muchas veces las multitudes acuciadas por algún cura apedrearon y abuchearon a Juárez, que también solía ser muy atento y saludar con el chapó en la die=ra… pero eso era otra cosa.

La pareja paró y descansó en la elegante Casa del Risco, propiedad de los señores Pliego (en esos días de doña Chole) y que según e=as referencias debe haber sido la mejorcita de la ciudad, quienes comenzaron como renti=as de los Condes de Regla, dueños del Montepío, luego se agenciaron muy buenas haciendas, hicieron su gran casa… La Revolución se quedó con el inmueble y, mire u=ed lo que son las cosas, a la vuelta de algunos años volvió a tener que ver con los Condes de la Regla, pue=o que ahí se in=aló el Nacional Monte de Piedad.

Por esos días era una casa de lo más chipen, en que se organizaron tres días de grandes besamanos y fe=ejos. Por las noches, las guapas damitas de Toluca, del brazo de los guapos oficiales “franchutes”, salían a recorrer las calles con antorchas, contando y, naturalmente, sacándole el debido provecho a la oscuridad.

Desde luego, Maximiliano visitó algunos lugares importantes, como el presidio, de donde echó fuera a todos los liberales presos por

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razones políticas. E=o comenzó a saberles muy mal a los reaccionarios, pese a que no se sabe que libertase a ningún líder republicano de importancia.

Y así, entre fie=as y fie=as, Max y Carlota conocieron Zinacantepec, San Buenaventura, Cacalomacán, las Chichipicas y otros importantes lugares, como Capultitlán, donde condecoraron a un sacerdote por tener una escuela maravillosa. Cosa que tampoco les cuadró a los imperiali=as, que aseguraban que el mismo cura no le tenía el mismo cuidado a su iglesia. En el hoAital condecoró con la Medalla de Mérito Civil (los emperadores son muy dados a e=a bisutería) a varios médicos. No dejó de pasar por el In=ituto, donde felicitó en eAecial a ciertos profesores liberales, pero muy eficientes.

En compensación conoció todas las iglesias importantes, pero ahí no señaló ni condecoró a nadie.

En cue=iones políticas fue el acabose. E=aba como prefe>o imperial el soldado santani=a Santiago Cuevas, que había sucedido poco antes a De la Sota y Riva. Alguna crítica recibió por ahí de los labios imperiales, en virtud de sus métodos ca=renses y de lo tortuoso que era, porque presentó su renuncia ante el emperador… y el emperador tuvo a bien aceptarla. ¡A él, a Cuevas, que eternamente fuera un sólido defensor de todas las sucias causas conservadoras! En fin, pasó el trámite y llegó el de nombrar nuevo prefe>o, ¿en quién se fijó Maximiliano?... nada menos que en don Pascual González Fuentes, hijo de González Arratia, liberal connotado. Bueno es consignar que los liberales le echaron en cara su adhesión al imperio y que los imperiali=as reprocharon al emperador que los hubiese relegado, poniendo en el mayor cargo del departamento a un enemigo de su causa.

Para colmo, la presidencia municipal de Toluca vino a recaer en el licenciado Prisciliano María Díaz González, liberal moderado y por mucho tiempo enemigo del conservadurismo.

Cuando Maximiliano salió de Toluca, ya la reacción local lo deAidió con menos entusiasmo. Las mentes clericales se llenaron de soAechas, ricos y curas habían pensado que el emperador se echaría en sus brazos, sintiendo un deArecio descomunal por los sucios liberales. ¿Y qué había sucedido en concreto?, que el emperador se sentía más a gu=o, más en confianza, con gente como González y don Prisciliano.

Tres días antes de llegar a Toluca la reacción estaba inquieta únicamente por los detalles del recibimiento. En el fondo, había la mayor tranquilidad reAe>o a sus intereses: tres días deAués de que Maximiliano salió de Toluca… ya ni los reaccionarios creían en el Imperio.

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Así debía pasarle al príncipe rubio donde quiera que fuera. En la misma ciudad de Toluca, Maximiliano realizó cambios importantes en su gabinete; nombró a Luis Robles Pezuela para Guerra y a Juan de Dios Peza para Fomento. Ambos liberales moderados. Igual que Pedro Escudero y José Cortés EAarza, liberales que entraron a ocupar las carteras de Ju=icia y Gobernación. De los ultraconservadores, que en un principio había tenido que admitir Maximiliano, sólo dejó en el pue=o a Joaquín Vázquez de León para Hacienda.

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�.#-$% 0%! +&#**)%-#+)%! tomaban el poder, las fuerzas liberales se echaban a la sierra y dejaban las ciudades abandonadas a su suerte. Y era en las ciudades donde, por

fuerza, tenían que radicar cierto tipo de mexicanos de ideas progresi=as, como los abogados, los médicos eminentes, los sabios y filósofos, los periodi=as, la mayor parte de ellos incapaces de so=ener un fusil y menos de hacer la tremenda vida del guerrillero en la montaña.

E=os liberales eran además personajes imprescindibles: hacendi=as como Urbano Fonseca o Fernando Ramírez, diplomáticos como Miguel Lerdo y Lafragua, juri=as como Arizcorreta y Riva Palacio, hombres de empresa como González Arratia, es decir, gente de la que no pudieron prescindir ni los gobiernos blancos ni los rojos y de una reAetabilidad tan grande que siempre que se les maltrató fue señalado de infame quien lo hizo.

Algunas veces se negaron a colaborar. Otras lo hicieron con un claro sentido patriótico. Resultaba preferible que e=uvieran ellos, y no los verdugos, en ciertos pue=os clave de la relación oficial. Desde allí buscaron la forma de ayudar al pueblo, de remediar en lo posible sus males, de protegerlo de las mayores inju=icias.

No se les puede juzgar drá=icamente sin pecar de se>arios. Hicieron su papel en las dif íciles etapas de transición y formaron a su sombra toda una valiente generación de liberales intransigentes, que al suplirlos en la dirección del país supieron llevar las cosas ha=a el fondo.

De la dina=ía de los Riva Palacio era don Vicente, soldado y escritor, quien deAués de recibirse de abogado, al triunfo del Plan de Ayutla, ocupa varios cargos en el cabildo de la ciudad de México y el de diputado suplente para el Con=ituyente de 3<;@. Varias veces e=uvo en la cárcel por haber combatido a la reacción durante la Guerra de Reforma. En 3<C3 llega a diputado-propietario y, en esos mismos días, el presidente Juárez le ofrece la cartera de Hacienda, que rechaza por no ser las finanzas su verdadera inclinación ni eAecialidad.

Al iniciarse la Intervención Francesa, don Vicente levanta y arma una numerosa guerrilla con sus propios centavos y se pone a las órdenes del general Zaragoza, a quien acompaña en algunas misiones pos-teriores al ; de mayo. Muerto ese insigne militar, Riva Palacio se subordina a González Ortega, con quien toma parte en la defensa y caída de la plaza poblana. Huye antes de la rendición y alcanza a Juárez en San Luis Potosí.

En virtud de su cultura y talento y de la valentía demo=rada en acciones anteriores, el Presidente se fija en Riva Palacio para nombrarlo gobernador comandante militar del E=ado de México,

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hacia donde se dirige inmediatamente. En el camino va juntando hombres y haciéndose de armas y equipo. Participa en la toma de Zitácuaro y en el asalto al Tulillo y se e=ablece definitivamente en las montañas michoacanas mientras se le presenta la oportunidad de lanzarse sobre Toluca.

É=a se había de presentar un poco tarde, ya que a mediados de 3<C:, Riva Palacio, Régules y otros patriotas que combatían en Michoacán sufrieron una serie de tremendas derrotas, al grado de que, poco deAués, Berriozábal, siendo gobernador de e=a entidad, di>ó bases orgánicas definitivas a fin de que se e=ableciera una eficiente organización guerrillera en las fragosidades de la montaña, en virtud de que resultaba casi imposible acometer empresas bélicas de mayor consideración y seriedad. Berriozábal fue un apasionado de la guerra de guerrillas e, incluso, llegó a escribir algunas notas en relación con la teoría y tá>ica de dichas organizaciones militares.

No ob=ante, con esa virtud pasmosa que tenía para levantar ejércitos de la nada, el general Régules pudo presentarse algunas ocasiones en el Valle de Toluca amagando Ixtlahuaca y aun la capital del e=ado. En ago=o de 3<C:, por poco sorprende al general Aymar, que tuvo que pedir superadamente que le mandaran refuerzos desde el Di=rito Federal En esa ocasión Régules había podido levantar más de 1 mil hombres regularmente equipados.

Por el mismo tiempo, Zacualtipan se llenó de gloria al resi=ir numerosos ataques de los imperiali=as, al grado de que casi arrasaron el lugar. Por su parte, el legendario Nicolás Romero penetra al Valle de Toluca para dirigirse al sur, pero lo sorprende el comandante Valdés y lo detienen momentáneamente. En tal ocasión el liberalismo hubo de sufrir la pérdida del bravo guerrillero local Crescencio Morales, pero también el comandante Valdés resultó gravemente herido. Poco más tarde, Romero hace otra tentativa sobre Toluca, pero en e=a ocasión ya e=á en la plaza el general D´Hurbal, que lo rechaza con grandes pérdidas. No ob=ante, Romero avanza sobre el valle michoacano y se presenta en Morelia de donde también es rechazado. Poco antes Berriozábal se había retirado en e=a ciudad. Por desgracia también Nicolás Romero muere en esa época; yendo rumbo a Apatzingán lo sorprenden los imperiali=as, cae prisionero y es pasado por las armas.

Todo 3<CB y 3<C; la pasan los patriotas en nue=ra entidad haciendo la guerra de guerrillas o incorporados a otros ejércitos. Incluso los intele>uales que e=án en condiciones de hacerlo, toman las armas y se lanzan a la contienda. Altamirano lucha con Porfirio Díaz en Oaxaca; León Guzmán, que llega a capitán de caballería, combate al lado de los generales Negrete y Escobedo en las regiones del norte.

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En febrero de 3<C;, ya con el grado de teniente coronel, encontramos a José Vicente Villada tomando parte en las acciones de Michoacán, asimilando al Ejército del Centro que comandaba el general Arteaga. Tomó parte de la defensa de Villa de los Reyes, donde con una sola tropa, de unos :22 elementos, detuvo un ataque encarnizado de la reacción.

En marzo se presentó frente a Cuitzeo y la tomó para asi=ir más tarde al general Régules cuando asedió a Tacámbaro, donde los franceses presentaban como blanco a la familia del comandante a fin de conseguir que los atacantes se retiraran. Régules pese a todo, penetró a Tacámbaro infringiendo una gran derrota a las tropas extranjeras. Villada fue el principal fa>or de esa vi>oria. Más tarde se retiró de Tacámbaro para auxiliar a Régules y Arteaga en el ataque que dieron al coronel Lemus en Uruapan, donde se consiguió penetrar gracias a un golpe de imaginación y e=rategia de don José Vicente.

Más tarde, los imperiali=as se vengaron de e=a derrota y del fusilamiento de Lemus, enviando contra Uruapan fuerzas muy superiores. La derrota fue total y los generales Arteaga y Salazar fueron fusilados. Así se hilaba en aquellos días.

En dicha acción también cayó prisionero el coronel Villada, pero se salvó de morir gracias a que, poco tiempo antes, se había negado a realizar algunas ejecuciones de contados jefes imperiali=as: Méndez lo dejó libre y Villada se reincorporó a las fuerzas del E=ado de México, entonces bajo las órdenes de don Vicente Riva Palacio.

A e=as alturas es necesario recordar que a fines de 3<C:, el general Uraga, nombrado jefe del Ejército del Centro, presionó ha=a conseguir la de=rucción de Felipe Berriozábal como gobernador de Michoacán, en virtud de que ya tenía la intención de traicionar al gobierno y e=aba seguro de que aquél no lo seguiría en su defección. Maniobró hábilmente y pudo conseguir que nombraran a Juan B. Caamaño.

Meses deAués, tanto Uraga como Caamaño, dieron la eAalda a Juárez, originando la proeza del coronel Villada que salvó al Ejército del Centro y lo volvió a poner al servicio de la república. Tocó entonces al general Riva Palacio hacerse cargo de la gubernatura de esa entidad, en la que sirvió sin dejar las armas. Finalmente, en 3<C; y a raíz de la sentida muerte del general Arteaga, Riva Palacio recibió el nombramiento de general en jefe del Ejército del Centro, organización militar cambiante, amorfa y ha=a ese momento llena de traidores, pero que al pasar a manos de Riva Palacio tuvo una a>itud ejemplar y les infringió descalabros definitivos a los imperiali=as.

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Por lo que toca a Berriozábal, desaparece del mapa del e=ado y concentra sus esfuerzos en Tamaulipas donde participó en la toma de Matamoros y otras ciudades de importancia. Al final de la guerra volvió a servir al gobierno. Villada se incorporó al Ejército del Centro e inmediatamente participa, a fines de 3<C;, en varias negociaciones con el imperiali=a Méndez. Riva Palacio no parecía muy de acuerdo, pero Villada lo convenció, consiguiendo deAués que todos los republicanos liberales se pusieran a sus órdenes.

Desde sus comienzos, el comandante Villada se di=inguió como un gran diplomático, excelente organizador, buen financiero y dotado de una gran facilidad para rehacer sus tropas, equipararlas y enaltecerles la moral. Aunque, desde luego, careció de la brillantez, de la magnética personalidad y el don de mando del general Vicente Riva Palacio, cuya carrera militar es tan meteórica como extraordinaria. En unos cuantos meses llegó a general y enseguida se hizo divisionario. Su talento, su honradez y su pre=igio le ganaron la absoluta confianza y el pleno reconocimiento del señor Juárez que al encomendarle el Ejército del Centro tuvo una de sus medidas más afortunadas. E=a batería, que había e=ado fallando desde la cabeza, que no llegó al sitio de Puebla, que e=uvo a punto de defeccionar, en manos de Riva Palacio se volvió un terrible in=rumento de combate.

A fines de 3<CC ya había ocupado gran parte del Valle de Toluca y amenazaba adentrarse más allá de Lerma, en tanto que el guerrillero Fragoso trataba de cerrar la pinza atacando a Cuautitlán, Texcoco y Chalco. Forey trató de contrarre=ar las avanzadas liberales y de=acó hacia Lerma una división al mando de La Hayrie, quien hizo que se retirara Riva Palacio hacia sus posiciones de Michoacán. Pero 3; días deAués regresó sobre Toluca y entonces el mariscal ya no tuvo más remedio que echar el re=o al asador, mandando fuerte cantidad de tropas al mando de Delloye. Otra vez se retiró Riva Palacio, que en esa forma conseguía que los imperiali=as se mantuvieran e=ancados en el Valle de Toluca, gran cantidad de efe>ivos que les e=aban haciendo falta en el norte, donde Escobedo acababa de liberar a las entidades fronterizas, pudiendo Juárez radicar definitivamente en Chihuahua. También Corona les había quitado Jalisco. Díaz ya era dueño de Oaxaca y así sucesivamente.

Por lo que toca a Ramón Corona, avanzó de Guadalajara hacia Morelia y tomó esa ciudad, donde fue recibido con gran entusiasmo por los patriotas. Ya se preparaba el gran asalto a la capital, por lo que el general Riva Palacio se retiró del Ejército del Centro, dejándolo en manos del general Régules y se decidió a>ivamente a organizar una brigada con hombres del E=ado de México deseosos de recuperar su tierra natal.

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Cuando Corona avanzó hacia México, Riva Palacio le avisó que tenía 3 222 efe>ivos de caballería y que sólo eAeraba equipar a sus infantes para caer sobre Toluca. El mismo mes de febrero de 3<C@ consiguió su objetivo y se presentó en Toluca donde barrió materialmente al general Delloye. Aunque no se tiene la fecha exa>a, se sabe que fue nombrado gobernador de la entidad. E=uvo ejerciendo unos días, ha=a que a fines de febrero, salió con toda su tropa, a ponerse a las órdenes del general Corona, que marchaba al asedio de Querétaro, donde se había refugiado la corte imperial. Corte en plena decadencia, próxima a la extinción y cuyo fin había comenzado pocos meses antes, cuando Napoleón retiró sus tropas del país, cuando Carlota Amalia corrió por toda Europa buscando una ayuda que no le presentó nadie y terminó en la demencia. Ya sólo le quedaban al príncipe rubio, Puebla, la capital y Querétaro. E=aba jugando sus últimas cartas.

Gente de alcurnia, nacida en el e=ado, tomó parte en esa lucha. E=uvieron ahí, además del general Riva Palacio, el ya brigadier Villada, el coronel Ignacio M. Altamirano y el terracalenteño don Eulalio Núñez. Y muchos héroes anónimos que reciben por lo menos la sombra de los laureles ganados por aquellos notables personajes. Las tropas del e=ado tomaron parte eAecial en la toma de Casa Blanca y del convento de La Cruz, hazaña que abrió a los liberales las puertas de la cuidad.

DeAués de la guerra, el general Riva Palacio denegó los pue=os que se le ofrecían y se retiró a la vida privada para triunfo y gloria de la literatura nacional, de la que es uno de los titanes más reconocidos. Su labor hi=órica, por lo demás, será dif ícilmente superada en mucho tiempo.

Por lo que toca al E=ado de México, deAués de Lalane, en marzo tomó las riendas del poder el coronel Germán Contreras, quien e=uvo ha=a la elección con=itucional del licenciado José María Martínez de la Concha, en diciembre de 3<C@.

Un nuevo ciclo nacía para la patria.11:

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�# +&4%+,# L.#+)!"# se dirigió eAecialmente en contra del clero político que acaparaba las dos terceras partes de la riqueza nacional, manteniéndola improdu>iva. En sus

escritos, el do>or Mora trasluce la idea de que los reformi=as, siendo cri=ianos, lo único que le criticaban al clero eran sus po=uras anquilosadas, su tradicionalismo y su intervención definitiva en los de=inos populares, cuando en otras partes del mundo y desde siglos atrás, la Iglesia había sido reducida a su verdadero papel, en virtud de reformas hechas por los propios soberanos.

En cambio, EAaña y América se habían detenido en el tiempo. El clero era exa>amente el mismo que regía en los tiempos de la Colonia. Tanto así que el propio Napoleón dio in=rucciones a Maximiliano para que dejara en pie muchas de las reformas juari=as.

E=udios más cuidadosos y por gente más preparada tendrán que poner en claro que durante la Guerra de Intervención fue solamente el clero y los clericales, es decir, la parte más podrida del conservadurismo, los que maniobraron para hacerse de un emperador. Medida contraproducente para ellos mismos. Maximiliano no resultó lo que creían. Perdieron la contienda en forma total. La extrema derecha de entonces quedó descabezada y desarticulada, y si la Iglesia pudo salvarse, fue porque se plegó a los di>ados del gobierno, porque los propios elementos oficiales eran católicos y porque se enconchó de manera conveniente ha=a lograr otra oportunidad.

Durante la lucha contra los franceses y el Imperio tomaron parte muy a>iva, eficaz y ha=a heroica, gentes de la reacción que cuidaban más que sus propios intereses, los intereses del clero. El partido republicano contó entonces con izquierdi=as en extrema, con moderados y aun con un fuerte grupo de líderes conservadores. Sin ir más lejos, el general Negrete, que se portó a toda ley durante la lucha contra el Imperio.

Haciendo balance de jefes, veremos que ni González Ortega, ni Escobedo, ni Corona, ni Arteaga, ni Régules, decíamos, ninguno pertenece al se>or que ya entonces se podía llamar sociali=a.

Cuando viene la paz y Juárez trata de hacer gobierno, e=aba obligado a no pasar por alto los buenos servicios de tibios y conservadores. Máxime que muchos de ellos todavía portaban al frente una gran etiqueta de liberales, como Porfirio Díaz. Todos hallaron acomodo en el gobierno. Fueron gobernadores o jefes políticos o alcaldes y llevaron adelante algunas de las ideas reformi=as de don Benito.

Ahora bien, ¿eran solamente transformaciones en el terreno religioso-político y económico-religioso las que se necesitaban? ¿Era suficiente con desamortizar los bienes del clero, separar la Iglesia del E=ado,

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correr a las monjas de los conventos, secularizar los panteones, suprimir los tribunales y las gabelas parroquiales, para conseguir una verdadera evolución del pueblo mexicano?

Ya entonces se imponían reformas de otro tipo, una revolución más a fondo que tomara en cuenta los gremios de trabajadores, que realizara un principio verdadero de reforma agraria expropiado latifundios, que liquidara la discriminación social y racial. Pero Juárez y los hombres que lo siguieron en el gobierno sólo e=aban decididos a llegar ha=a cierto límite.

La Reforma es apenas una revolución de tipo burgués y antifeudali=a. Como veremos más adelante, del propio movimiento surgen los plutócratas, eAecialmente de las familias de los caudillos liberales, que habrán de echarse sobre los antiguos feudos, sobre las tierras de la Iglesia y aun sobre las comunidades indígenas, para integrar los grandes latifundios, las célebres haciendas que le dieron parte de su colorido a los valles de Toluca y México y a la fuerza regional de terrateniente.

Dice don Mario Mena que no se le debe llamar Porfiriato, sino “Liberato”, ya que e=e régimen tuvo sus más profundas raíces en el señor Juárez y en los miembros “puros” del bizarro partido que venció a los franceses. Todos quienes vamos a encontrar en el turbio mangoneo de la riqueza mexicana, son juniors o nietos de los personajes que, como Ramírez, “entraban a los mini=erios con una mano delante y otra atrás y salían de la misma forma”, de donde nace el dicho popular: “Abuelo pobre, revolucionario, hijo tibio y millonario, nieto fatuo y reaccionario”. Contra e=a última generación de juari=as, fue que tuvo que levantarse el pueblo en 3?32.

En las po=rimerías de su gobierno, el propio don Benito se echó la enemi=ad política de gentes como El Nigromante, que le achacaba haber olvidado al indio y a las clases populares, para arrojarse en brazos de los plutócratas, de los ingleses y, al final, ha=a del propio clero. Guzmán y otros pensadores insi=ían en que la reforma agraria de Juárez, en vez de beneficiar a los campesinos, los había perjudicado. Primero de=ruyó las comunidades de indios, las lotificó para entregarlas a los pobladores y luego se olvidó de que el caso no era entregar la tierra en fracciones, sino organizar a los campesinos, darles crédito, etc.; finalmente protegió la propiedad privada al no fijarle límites precisos. Es decir, los hacendados pudieron echarse mejor sobre las tierras comunales obligando a los poseedores particulares a que se las vendieran, pue=o que ya no exi=ía la autoridad comunal. También los gobernadores de indios se aprovecharon quedándose con tierras de la congregación, casándose con mujeres blancas y formando familias de me=izos que, con el tiempo, engrosaron burdamente la sociedad de afrancesado abalorio que nos dejó la ingrata conqui=a napoleónica.

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Hay que decir que parte de los liberales puros no se doblegaron jamás ante el dinero. Tuvimos la suerte de acompañar al poeta Rodolfo García en una ocasión que obtuvo, de una parienta, algunos documentos personales de León Guzmán. Pudimos ver que pese a los altos cargos que habían e=ado en su poder, al morir, sólo pudo legar a sus sobrinos (no se casó ni tuvo descendencia identificable) un pequeño rancho en Nuevo León y algo de dinero; total, cinco mil pesos cuando mucho.

Pasó igual con otros. Lá=ima que sus herederos pobres, sin el mismo cará>er, sí tuvieron oportunidad de obtener provecho de los méritos de sus ilu=res antepasados.

No sin razón el señor Juárez creía en ese in=ante que la tarea más urgente era la de pacificar al país y luego entrar en una etapa de recuperación económica, fortaleciendo la producción en el campo y sobre todo e=ableciendo comunicaciones e indu=rializando al país. En tiempos de e=e Presidente se inaugura el primer ferrocarril y se e=ablecen algunas indu=rias, eAecialmente de hilados y tejidos, que más tarde habrían de producir también los primeros grupos de trabajadores con ideas sociali=as.

Hay que reconocer sin el menor resabio los servicios que los juari=as pre=aron a la patria. Pero tampoco se puede negar que el grupo fue la matriz donde se ge=ó el Porfiriato, al que Mena prefirió llamar “Liberato”. De 3<C@ en adelante, las personas que ocuparán la gubernatura del E=ado de México son, en general, liberales moderados, protagoni=as, benefa>ores de la vida humana y muy consecuentes con los clanes hacendarios que por poco regresan al país a los tiempos de la Colonia.

La lucha contra el Imperio tuvo que ser causa eminentemente popular. Se trataba del suelo de la patria misma. Don Miguel Salinas cuenta que una fría mañana de febrero, Toluca regi=ró la vuelta del Ejército Republicano a cuya cabeza marchaba señorial don Vicente Riva Palacio. Al otro día se organizó un alborozo popular, muy di=into al que había provocado la real presencia de los emperadores. En lugar del príncipe rubio y su consorte muñeca, las chusmas vi=ieron a un jumento con los atributos reales y lo pasearon por las principales avenidas, infringiéndole los peores ca=igos. Tampoco iban esa vez los elegantes oficiales galos, ni las perfumadas señoritas que se besuqueaban en francés. Iba todo el pueblo y algunos liberales de buen humor. Por eso las gentes decentes que ayer abrían sus ventanas para arrojar flores al emperador y a su comitiva de gentilhombres, ahora cerraban sus puertas y ventanas con siete llaves y se ponían en los rincones a devanar las cuentas del rosario. Al señor Salinas, según cuenta, sólo lo dejaron ver la peregrinación liberal desde una rendija de su ventana.

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A N T O L O G Í A J U A R I S TA

Así empezó, así fue y así terminó la época imperial en Toluca. A los ari=ócratas los dejó no=álgicos, añorantes; al pueblo trabajador y a los intele>uales les dejó una positiva experiencia y una absoluta seguridad en las fuerzas del país. Juárez entró a México el mes de junio y comenzó a gobernar por decreto. El general González Arteaga hizo notar en repetidas ocasiones que don Benito había terminado su mandato y que, por lo tanto, a él, a González Arteaga, le tocaba gobernar como Presidente interino.

Todos los liberales e=aban de acuerdo en que, ha=a el día de la reconqui=a del país, Juárez tenía derecho a seguir en el poder con facultades extraordinarias. No así en el momento en que se re=ableció la relativa paz, murió Maximiliano y se volvió a los lineamientos con=itucionales. Sin embargo, el habilísimo intrigante don Seba=ián Lerdo de Tejada maniobró en plan legal para que se ju=ificara la presencia de Juárez en el gobierno.

Porfirio Díaz, héroe de la guerra, campesino probo y político empecinado, se puso desde los primeros momentos de parte de lo que consideraba “La Ley” y e=aba de acuerdo en que González Ortega debía ser el único y verdadero mandatario, mientras no se realizaran nuevas elecciones.

Juari=a sincero, Díaz no e=aba en contra del vencedor de los franceses, sino en contra de Lerdo de Tejada, a quien profesaba una eAecial animadversión. Pero, don Benito ya e=aba muy fogueado y maniobró rápidamente para preparar y efe>uar las elecciones. Para el mes de septiembre, por unanimidad, los congresos e=atales volvían a señalar al salvador de la república, que en esos momentos e=aba en el apogeo de su vida, de su habilidad y de su gloria, como Presidente con=itucional.

Juárez no tenía contrincante posible en esos momentos. Ni siquiera dio tiempo a sus pequeños enemigos para que se organizaran. Los tomó descuidados, y cuando sintieron el golpe, ya lo tenían encima; no obstante, algunas facciones militaristas de Puebla, Aguascalientes, San Luis Potosí, Jalisco y Zacatecas, comenzaron a insolentarse a raíz de la nueva elección favorable a don Benito. No olvidaremos su reorganización de las tropas que dejó, líquidas, en 12 mil hombres, cuando había enrolado en la república más de 322 mil.

Los campesinos sinceros, los chinacos de verdad, volvieron con gu=o a sus faenas. Pero las ca=as militares no querían abandonar el cuartel y erigieron como “salvador del soldado” nada menos que a don Porfirio Díaz, en los momentos en que e=e hombre todavía podía reputarse como liberal hone=o.

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Todavía en esas luchas no aparece personalmente don Porfirio. Lo que tiene de rebelde, lo tiene también de sagaz. Conoció las derrotas y sabe sufrirlas. Tiene cuatro años por delante para vigorizar sus filas. La realidad le demue=ra que tenía razón, ya que Juárez en la plenitud de su poderío descarga golpes fulminantes sobre Zacatecas, donde barren a los sublevados el general Só=enes Rocha y el general Escobedo. Otros pronunciados diluyen sus partidas y se retiran a sus labores cotidianas.

¡Por fin, el señor Juárez se va a dar el gu=o de gobernador cuatro años, sin problemas interiores y exteriores de alta gravedad! Para torear problemas chicos, Juárez ha demo=rado ser un experto. Ya sólo la muerte podrá arrancarlo de la silla.

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�- &0 &!"#$% de México, las elecciones habían llevado a la gubernatura al licenciado José Martínez de la Concha, de amplísimo hi=orial legislativo y a quien no podía reputarse de

liberal puro. Al parecer, nue=ra entidad e=aba de=inada a ser baluarte de los tradicionali=as. Los gobernantes que llegaban extremos, solían tener una permanencia muy breve en el mando.

Maximiliano puso “moderados” y de la misma filiación puso Juárez. Una y mil veces se le ofreció el gobierno de nue=ra entidad y otros honrosos cargos al general Vicente Riva Palacio y fue en verdad una lá=ima que no aceptara, pero el hombre no tenía madera oficial, como ya hemos vi=o.

El licenciado Martínez de la Concha gobernó muy poco. Los años, o las enfermedades, lo e=uvieron obligando a pedir muy repetidas licencias, a los cinco meses ya e=aban llamando a suplirlo al licenciado Cayetano Gómez y Pérez. E=e personaje también de ge=ión muy breve, al menos se preocupó por reorganizar la entidad en sus aAe>os políticos y admini=rativos más apremiantes. Proclamó un importante decreto que suprimía la división territorial por di=ritos militares, devolviendo su verdadera forma con=itucional al e=ado. Renacieron los di=ritos y municipios, con algunas reformas di>adas por la experiencia y se pusieron en marcha los resortes oficiales, que eran los más sólidos y quebrantados.

A fines de septiembre cambió otra vez la cabeza del gobierno e=atal, encargándose del poder, por otra licencia de Martínez de la Concha, el licenciado Antonio Zimbrón, en cuyo tiempo, según nos indica el mae=ro Romero, se emitió el decreto de declarar villa heroica a la de Tenango, atendiendo a los laureles ganados durante la guerra de Independencia por sus pobladores. Se creó también el di=rito de Cuautitlán. Otro aAe>o de trascendencia fue la integración de la Sociedad General de Geograf ía y E=adí=ica que había de avocarse a la dif ícil tarea de delimitar exa>amente el territorio de nue=ro e=ado.

También el licenciado Zimbrón emitió la ley para que se re=ableciera en Toluca una agencia eAecial encargada de recaudar los fondos del In=ituto Literario, e incrementarlos por todos los medios.

Pero al fin, en 3<C? se decidió a renunciar definitivamente Martínez de la Concha y el 1C de septiembre de 3<C? ocupó la primera magi=ratura, por enésima vez, don Mariano Riva Palacio.

¿Y qué había sido de las Leyes de Reforma en nuestra entidad?

Por principio de cuentas, el señor Salinas asegura que el convento de San Francisco fue ocupado totalmente por las fuerzas liberales

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A N T O L O G Í A J U A R I S TA

cuando dio principio la Guerra de Reforma y se usó varias veces como fortín y cuartel. Desde la Guerra de la Independencia había comenzado a tener usos semejantes.

En 3<C3, bajo el gobierno de Berriozábal, se realizó la exclau=ración casi simultánea de las otras congregaciones de Toluca, contando en eAecial a los carmelitas descalzos y a los mercedarios. La mayor parte de los edificios conventuales pasaron a poder del gobierno, mientras que los lugares de culto seguían abiertos a la comunidad. Puede verse, aun, que también dejaron en manos de los párrocos la mayoría de las casas curales.

Igual pasó con los conventos carmelitanos de Tenancingo (se dice que inmediatamente le echaron mano a sus tierras los extranjeros Limantour), y los grandes mona=erios de antigüedad secular como Tepotzotlán, Acolman, Chalma, Malinalco, Zinacantepec, Metepec, Calimaya y algunos otros.

Las tierras incautadas se suba=aron por las autoridades y comenzó, con esa raíz, el si=ema hacendi=a de la república. Cierto es que las buenas gentes y los buenos párrocos solían decir que aquellas extensiones se harían infértiles porque eran “mal habidas” y “e=aban malditas”. Pero los liberales no eran super=iciosos. Desde luego los Limantour no fueron en el Porfiriato ningunos mendigos. Y todavía no se sabe cómo le hicieron para conjurar el maleficio.

El señor Salinas sigue con minucia la vida y milagros de las in=ituciones católicas de Toluca, da pelos y señales de sus edificios, de sus ornamentos, de sus santos, de sus priores, de sus letrados. Pero se niega a declarar francamente lo que pasó en 3<C3. Las fuerzas federales penetraron a los conventos y echaron fuera a sus habitantes. Allí se encontraron cosas tan santas como terribles, de manera que un velo de pudor vino a cubrir con toda rapidez el incidente.

Entre otras cosas, pudo demo=rarse que habían sido refugio de traidores, nido de conAiraciones, arsenal y tesoro de los reaccionarios e imperiali=as.

No hay decretos e=atales que hablen de la confiscación, todo se hizo con base en la Con=itución de 3<;@ y las po=eriores leyes reformi=as di>adas en Veracruz. Fue un movimiento federal. El e=ado prá>icamente se lavó las manos.

Para 3<C?, la incautación por el gobierno de bienes en manos muertas y otras del mismo equipo reformi=a, ya eran viejas en la entidad, incluso comenzaron a reblandecerse. Los conventos persi=ían en casas particulares. El sacerdocio seguía influyendo definitivamente en los

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E L J U A R I S M O Y L A R E F O R M A E N E L E S TA D O D E M É X I C O

de=inos de la comunidad. Los propios gobernadores liberales no pudieron prescindir de la ayuda del clero.

Don Buenaventura Merlín, émulo de Orcillez y otros franciscanos que influyeron a beneficio de la comunidad, fue el fa>or determinante para que en tiempos de Riva Palacio se pudieran llevar a cabo algunas obras municipales. E=e sacerdote urbani=a, que con=ruyó el gran tramo de portales que llevaba su nombre, que puso la primera piedra de catedral, tenía indudablemente algunas ideas avanzadas.

Y no se puede decir que encontrara en los plutócratas de Toluca verdadero eco a sus proye>os. Da la impresión de que la burguesía toluqueña hubiese saboteado durante mucho tiempo la con=rucción de la catedral. Se comenzó la obra en 3<@2, bajo el gobierno blanco de don Mariano, deAués siguieron cuarenta años de positiva paz. Paz absoluta en relación con los tormentosos tiempos pasados. Empero no se pudo con=ruir la catedral planeada por el arquite>o don Ramón Rodríguez Arangoity, ilu=re hijo de Toluca. A fin de cuentas, dichos planos fueron a parar al museo y la catedral se hizo como se pudo.

Riva Palacio trató de remozar Toluca. Propició las obras de embellecimiento y se mandó levantar un palacio nuevo, también planeado por Arangoity, mientras los soldados de la guarnición limpiaban por su voluntad, aclaramos, el zócalo de impurezas y por vez primera en la hi=oria se pudo plantar allí un grupo de árboles y hacer un jardín. Se abrió la Escuela de Artes y Oficios, se e=ablecieron primarias para niños y niñas. Y en 3<@2 volvió a dirigir el In=ituto don Felipe Sánchez Solís.

Es en e=e tiempo en que se proye>aban las reformas educativas de nivel universitario, se eAecifica debidamente lo que debe ser la in=rucción secundaria y la preparatoria y se crean una serie de nuevas carreras como: Agricultura y Veterinaria, Comercio, Admini=ración y de Ingenieros.

Tanto la Escuela de Artes y Oficios como las nuevas carreras, obedecían a las necesidades de aquel momento en que la nación iba a comenzar a evolucionar positivamente. Se necesitaban técnicos para el campo y técnicos para la indu=ria y la con=rucción. A todas e=as reformas debía venir aparejada la inclusión en la nómina magi=erial de mae=ros positivi=as, afiliados al movimiento de Barreda y Ju=o Sierra y de los que todavía e=amos oyendo hablar como de encumbrados personajes de la ciencia y la pedagogía.

Es la generación de Agu=ín González, del vate Garza, de Villarello y Anselmo Camacho, del mae=ro Mier, etc., que se debía encargar de la preparación de las generaciones revolucionarias. Otra importante

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A N T O L O G Í A J U A R I S TA

aportación de Riva Palacio es que realiza el sueño dorado de Arizcorreta: la promulgación del primer Código Civil para el E=ado de México. Poco más tarde, en 3<@:, habrá de decretarse el Código Penal.

En 3<@1 se promulga la Nueva Ley Orgánica del In=ituto, en nivel muy superior al que había tenido, con lo que principió otra de las grandes épocas de la noble escuela.

Pero Riva Palacio, hombre con=ru>ivo, no supo o no quiso defender a la entidad, cuando en 3<C? le aplicaron los dos últimos golpes de importancia. En menos de cuatro meses, quedaron fuera de nue=ra jurisdicción 12 mil kilómetros cuadrados del norte y @ mil del sur. El suceso pasó como desapercibido. ¿Qué habían alegado en su favor los hidalguenses? ¿Qué en contra del gobierno de Toluca? ¿Acaso e=aban cobrando su parte en la Guerra de Intervención? ¿Pelearon y sufrieron menos las gentes del valle de Toluca, que las de los llanos morelenses?

Puede significar algo el hecho de que, pocos años más tarde, la entidad de Morelos e=aba en manos de 3@ familias connotadas, que eran las dueñas efe>ivas de todo el territorio. Y por lo que se refiere a Hidalgo, el ferrocarril atravesaba más de ciento sesenta kilómetros por tierras que eran de la propiedad exclusiva de los Escandón. Así que los Escandón no eran de Hidalgo sino al revés…

El hecho es que, durante 3<C?, el E=ado de México redujo sus fronteras a lo que es hoy, con algo más que habrían de quitar para la engorda del Di=rito Federal. No sabemos que hubiera prote=as enconadas. Que el gobierno interpusiera algún recurso. Se concretó a ratificar lo más pronto posible los decretos federales. Así, los únicos e=ados que tienen nombre de personaje hi=órico: Guerrero, Morelos e Hidalgo, se integraron a co=illas de nue=ra entidad federativa.

Don Prisciliano hubiera hecho una pregunta de lo más inoportuna: “¿es, señor, que se quiso convertir a e=a infeliz entidad en botín de la Independencia… y sus herederos?”

De Riva Palacio se dice generalmente que duró en el poder e=atal de 3<C? a 3<@1, pero lo cierto es que gozó de innumerables licencias, cubiertas sin mayores apremios por don Valentín Gómez Tagle, que e=uvo dos veces, Urbano Lechuga, Manuel Zomera y Piña y Antonio Zimbrón. Parece que don Mariano e=aba en edad tan prove>a que tuvo que pedir permiso cinco veces “por enfermedad”.

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�- 9%-%+ #0 E=ado de México, ya reducido a su máxima expresión, hay que decir que nunca dejó que los enemigos del juarismo volvieran a sentar sus reales en su territorio, pues las

admini=raciones locales se mantuvieron fieles a don Benito, pese a que don Porfirio, el héroe del 1 de abril, ganaba terreno en otros e=ados de la república.

Los descalabros de la admini=ración prá>icamente dirigida por Lerdo de Tejada eran atribuidos por el pueblo a la sagacidad, al orgullo desmedido y la indolencia de e=e funcionario que, al parecer, nunca contó con la simpatía pública. En cambio, don Porfirio, además de héroe, había sido un honrado y eficiente admini=rador. Al finalizar las ho=ilidades contra los imperiali=as, el jefe oaxaqueño había sido el único en entregar un sobrante de <@ mil pesos, en tanto que el re=o de los jefes habían tenido sólo pérdidas.

Por ello, al iniciarse la nueva campaña ele>oral en 3<@3, los únicos candidatos de consideración eran Juárez y don Porfirio. Se hicieron las elecciones, votaron las cámaras de los e=ados… y ninguno de los “muchos” candidatos tenía votos suficientes como para merecer la primera magi=ratura. Quedando en manos del Congreso de la Unión decir la última palabra. Y la dijo a favor de Juárez.

E=e si=ema, no muy ortodoxo de elegirse, concitó el furor de los porfiri=as que se levantaron en algunas entidades del país, al mando de generales de no poca importancia como Negrete, García de la Cadena, Donato Guerra, Treviño y otros.

Al originarse las primeras acciones en Zacatecas y Tampico, Porfirio Díaz había permanecido en la capital en un extraño plan de indecisión. Por fin se dirigió a Oaxaca y en la hacienda de La Noria proclamó su plan revolucionario que, por cierto, lleva como principal membrete la “no reelección”.

En una de sus partes asienta: “que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el poder, y é=a será la última revolución”. Cosa que demue=ra que, en verdad, Díaz tuvo grandes e imperdonables defecciones. Empezó predicando contra lo que había de pra>icar deAués.

Rápidamente fue derrotada la Revolución de La Noria y don Porfirio se vio presionado a huir a los E=ados Unidos.

Con la nueva admini=ración juari=a, fue ele>o gobernador con=itucional del E=ado de México el licenciado Jesús Alberto García, legislador de grandes dotes, que e=aba en ese pue=o cuando sorprendió al país, en julio de 3<@1, la súbita muerte del señor Juárez. El país se vi=ió de luto. Se rindieron grandes honores al héroe indiscutible de la Reforma

Don Alberto García y

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y la Guerra de Intervención. En Toluca, el se>or e=udiantil adoptó desde entonces la co=umbre de celebrar eAecialmente la fecha del 3< de julio, en honor al ilu=re desaparecido. Don Alberto García gobernó un año y meses con más o menos eficacia y sentido progresi=a.

Entre los decretos que emitiera e=e ilu=re abogado se nota su preocupación eAecial por las cue=iones educativas. Creó las juntas de la in=rucción pública, de las que dice Javier Romero Quiroz:

Por decreto del $- de o#ubre de $&(), publicado por el licenciado Alberto García gobernador con!itucional del e!ado, se e!ableció en cada cabecera municipal y municipio, una Junta de In!rucción Pública, para nombrar preceptores, vigilar las escuelas, proponer al Ayuntamiento los ga!os para libros, proponer el aumento de escuelas y dotaciones.

Pocos meses deAués, el licenciado Alberto García emite una serie de decretos en los cuales se adelanta a su época y aunque permanece en el laicismo de la enseñanza, revoluciona las formas ya que: “El artículo 1º declaró que la in=rucción pública primaria en el e=ado, era obligatoria y gratuita para todos los menores de doce años y mayores de cinco.”

Agrega Romero Quiroz: “e=a ley es modelo entre las de su tipo y debe ser conocida por todos los inve=igadores, comprendiendo todas las ramas de la in=rucción pública y recaudaciones”.

Las altas intrigas políticas, la muerte de Juárez y la llegada al pleno poder de don Seba=ián Lerdo de Tejada, hacen que don Alberto García renuncie en o>ubre de 3<@:, quedando como gobernador el licenciado Celso Vicencio, hombre de la raza indígena pura, que había de de=acarse en un gran periodo de nue=ra hi=oria política como precursor de la Reforma Agraria y benefa>or de los indígenas.

Hay que decir que el profesor Romero Quiroz e=á a punto de publicar un libro donde se refiere que Toluca no se llama “de Lerdo” por don Seba=ián, sino por Miguel, hombre de gran personalidad desde la época prejuari=a. Asegura el referido inve=igador que Toluca adoptó como la segunda parte de su nombre el apellido “Lerdo” en 3<C1, días en que don Seba=ián era un oscuro liberal que había tomado parte muy relativa en la Guerra de Reforma, en tanto que don Miguel, ya había acumulado méritos como para merecer el homenaje.

E=e otro Lerdo de Tejada, don Seba=ián, de gran inteligencia, fino para la intriga, era dominante y di>atorial, no sólo sentía deArecio por el pueblo y sus enemigos, sino aun por las leyes que e=aban seguros de poder manejar a su antojo. Se hizo elegir con toda facilidad para un

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periodo con=itucional de 3<@1 a 3<@C y prosiguió el mismo plan de trabajo de Juárez, ya que podía presumir de haber dirigido casi todos los aAe>os de la admini=ración en el último lu=ro.

En sus días se inauguró el primer ferrocarril, México-Veracruz, y las Leyes de Reforma pasaron al rango de con=itucionales. E=e último detalle acaecido el 1C de septiembre de 3<@:, tenía que levantar la ola de sangre en el país. Los curas de los e=ados de México y Michoacán levantaron en armas a las poblaciones y al grito de “viva Cri=o Rey”, realizaron una serie de provocaciones en gran parte del Valle de Toluca. E=uvieron a punto de apoderarse de Zinacantepec y llegaron a las puertas de la capital. Fueron los primeros “cri=eros” y ya la gente los llamaba con ese nombre.

Más peligroso fue el levantamiento de El Tigre de Alicia, Manuel Losada, a quien dificultosamente pudo batir el general Rocha. Puede decirse que Lerdo también pudo pacificar relativamente el país y dedicarse a ciertas labores admini=rativas que eran de suma urgencia. Por su inhabilidad, no consiguió gran cosa. Aunque necesitaba fondos, no quiso aceptar dinero de los americanos temeroso de que, a la larga, el coloso del norte pudiera devorar a México. Tampoco trató con otras potencias europeas.

Lerdo es de los presidentes que, por su ari=ocratismo, no es capaz de ligar a su carro a los liberales.

En 3<@C, cuando se presentó la hora de las nuevas elecciones, ya Porfirio Díaz “e=aba maduro”, todas las cosas se habían pue=o en su favor. Aunque Lerdo, en una burda maniobra quiso reelegirse, Díaz lo liquidó con base en la Revolución de Tuxtepec, abanderada por la “no reelección” y que terminó por acaparar las simpatías generales en el país.

El período lerdi=a, lo cubre en el Ejecutivo del e=ado el licenciado Alberto García, con una cantidad tal de licencias solicitadas y concedidas, que mueven a asombro. Desde 3<@1 ha=a 3<@C, lo suplen por días o por meses, los siguientes personajes: Celso Vicencio, cuando se combatió a los cri=eros, el licenciado Dionisio Villarello, el también licenciado Gumersindo Enríquez, otra vez Villarello por ser presidente de la Corte de Ju=icia del e=ado, finalmente un coronel Nolasco Ruis, poco antes de que resultara ele>o para un período con=itucional don Gumersindo Enríquez.

¿Se trató de ausencias del licenciado García, por enfermedad, por viajes, por “catarros políticos”? De todos modos, cada vez que e=e gobernador volvía y tomaba las riendas del poder le ba=aban unos cuantos meses para decretar cue=iones de importancia y revisar

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minuciosamente la Hacienda. En 3<@;, e=e gobernador expidió el Código Penal para el E=ado de México y, un poco más tarde, el Código de Procedimientos Judiciales.

El C de marzo de 3<@C, el licenciado Gumersindo Enríquez fue ele>o para un nuevo período gubernamental, que inició con mucho entusiasmo, pero que pronto habría de ser interrumpido por la Revolución de Tuxtepec. Deseoso de impulsar todas las ramas de la producción, Enríquez convocó en el mes de septiembre a la primera Exposición de Produ>os Naturales, Minería, Agricultura, Indu=ria, Ciencias y Bellas Artes, dejando e=ablecido por decreto que dicho trabajo se debía realizar cada dos años.

Decreta a la vez que los produ>os su=anciales de la exhibición que puedan conservarse, integren un museo, el Museo Hidalgo, que podría considerarse como el más remoto antecedente de los museos de artes populares.

Por desgracia, en esos mismos días el general Juan N. Mirafuentes se levantó en el E=ado de México con la bandera de Tuxtepec y en rápida escaramuza, como sucedió en todo el país, se apoderó del valle y de la capital, que ocupó a fines de noviembre o principios de diciembre. Enríquez, lerdi=a connotado, tuvo que renunciar a la primera magi=ratura que inmediatamente pasó a manos del general porfiri=a Felipe N. Chacón.

Poco deAués, Chacón entregó el mando político y militar a Mirafuentes, quien fungió como interino ha=a marzo de 3<@@, cuando fue ele>o para un período con=itucional. De e=e general se cuentan cosas interesantes sobre algo de cultura y algunos atributos de e=adi=a. Pero muy pronto comenzó a enfermar, en 3<@? pidió su primera licencia y un año deAués murió, ya cuando el porfirismo e=aba perfe>amente in=alado en el país.

En e=e momento aparece en el horizonte político del e=ado otro juari=a de gran significación, el licenciado José Zubieta, que ocupó por primera vez la gubernatura, supliendo a Mirafuentes, el 11 de abril de 3<<2. Es cierto que Zubieta e=aba en plan demasiado provisional, de emergencia, por mecánica de la que en septiembre entregó el poder al licenciado Juan Chávez Ganancia, que no e=uvo ni dos meses al frente de los de=inos de la entidad. Ganancia muere el B de noviembre y otra vez, automáticamente, vuelve a subir don José Zubieta. Pero como resultaba urgente volver a la con=itucionalidad y hacer la reAe>iva consulta al Congreso a fin de que eligiese a quien debía terminar el período iniciado por Mirafuentes, unos días, subió al poder el do>or Mariano Zúñiga, ya como una carta que el licenciado Zubieta se e=aba jugando para ganar las próximas

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elecciones. Y las ganó, por lo que pudo comenzar su primer período de gobierno con=itucional el 12 de marzo de 3<<3 y lo terminó el 12 de marzo de 3<<;. Seguro para no alterar el lema político de Tuxtepec, “no reelección”, en ese año se designa gobernador con=itucional para un nuevo período al general Jesús Lalane. Pero ni siquiera inicia su ge=ión, pide permiso y, naturalmente, el mando vuelve a caer en manos de don José Zubieta, que varias veces es nombrado como interino; finalmente el < de septiembre de 3<<C se le escoge para terminar el período con=itucional que deberá concluir en 3<<?.

En esas condiciones, Zubieta no dejó de gobernar un solo momento, fue nueve años el árbitro de los de=inos políticos de la entidad y lo hizo con acierto en muchos ramos. Es el gobernador del e=ado que correAonde al Bajo Porfirismo, la época en que todavía ha=a don Porfirio era gente ba=ante liberal.

Con Zubieta se termina en el E=ado de México el verdadero juarismo, el con=ru>ivo, el originado en la Reforma.

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Un decreto reformador 21?

El liberalismo y la educación 2::

Decreto que ordena la fundación y erección del In=ituto Literario 2B3

Francisco Mode=o de Olaguíbel 2B;

Los in=itutos de provincia 2B?

Felipe Sánchez Solís 2;:

Ideario pedagógico de Sánchez Solís 2;@

Manuel Alas 2C3

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Nue=ros con=ituyentes de 3<;@ 2C;

Un voto particular 2C?

Ignacio Ramírez 2@:

Ramírez y el indio 2@@

El peregrino de Tixtla 2<3

León Guzmán 2<:

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El periodismo liberal 2<;

El Payo del Rosario 2<?

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Un monte fatídico 2?3

El general Plutarco González 2?;

José Vicente Villada 2?@

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Triunfo de la Revolución de Ayutla. Con=ituyentes de 3<;@ 32:

El e=ado, botín de Ayutla 32?

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La Guerra de Reforma en el e=ado 313

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Se terminó de imprimir en septiembre de 1232, en los talleres de XXXX. La edición con=a de : 222 ejemplares y e=uvo

al cuidado del Consejo Editorial de la Admini=ración Pública E=atal. Redacción y corrección de e=ilo: Blanca

Leonor Ocampo, María del Carmen Rivero Quinto e Iván Ca=añeda. Concepto editorial y diagramático:

Juan Carlos Cué y Hugo Ortiz. Supervisión en imprenta: Pedro Ortega. En la formación se utilizaron las tipograf ías Warnock Pro, diseñada por Robert Slimbach para Abobe

Sy=ems Incorporated (en cuerpo de texto) y Spirare Littera, diseñada por

Juan Carlos Cué para Small Caps Studio (en cabezas y títulos).

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