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REVERENDA MABUE ANGELICA TERESA OIL S^IMTBSDM© CARMELITA DESCALZA 1861-1945 Monasterio de Carmelitas Descalzas del Espíritu Santo Los Andes Chile

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REVERENDA MABUE

ANGELICA TERESA OIL S IMTBSDM©

C A R M E L I T A D E S C A L Z A

1861-1945

Monasterio de Carmelitas Descalzas

del Espíritu Santo

L o s A n d e s C h i l e

C I R C U L A R

R E V E R E N D A - M A D R E

ANGELICA TERESA m t § < & I M T f l S M @ S & C R À M g N T O

<EN E L S I G L O M A R Í A T E R E S A D I A Z G A N A )

Santiago de Chile Imprenta "El Esfuerzo"

Eyzaguirre 1118

1945

Con licencia esclesiâstica

J . M. f J . T .

MONASTERIO DE CARMELITAS DESCALZAS DEL

ESPIRITU SANTO

Los Andes, Chile — Marzo de 1945

P A X C H R I S T I

Muy Rvda. Madre:

Con inmenso dolor, aunque acatando la adorable Voluntad de Dios, tengo el hondo sentimiento de par-ticipar a V. R. la irreparable pérdida que hemos sufrido con la penosísima muerte de nuestra venerada v muy amada Madre Angélica Teresa del Smo. Sacramento (Díaz Gana) , acaecida el 18 de Febrero del presente año

a los 83 de su edad y 55 años y 7 meses de vida religiosa. El pensamiento que ha trocado los sufrimientos

del destierro por la visión de su Dios que tanto amó y el recuerdo de sus grandes virtudes y santos ejemplos, mitigan en parte nuestro p ro fundo y justo dolor.

Al realizar nuestra Rvda. Madre Fundadora, Mar-garita de San Juan de la Cruz (Vial y G u z m á n ) , la fundación de nuestro Monasterio, escogióla para cabeza y piedra fundamental de él, y, al regresar a su Convento de Valparaíso (1) dejó en sus manos a este naciente Carmelo cuando apenas tenía mes y medio

( 1 ) Tras l adado más tarde a Viña del Mar , ciudad donde se h izo , dísde un principio, la fundac ión de las Carmel i tas del Sagrado Cora-z ó n de Jesús.

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de existencia, por lo cual puede decirse con justicia q u e

ella fué la verdadera Madre de nuestra Comunidad, y a

que a sus maternales desvelos y sabio gobierno le debe su formación y su vida.

Tre in ta años Priora en diferentes períodos y veinte años de Maestra de Novicias, su labor espiritual y m a_ terial es inmensa. T o d a s las religiosas que han entrado a este Monasterio han sido recibidas por ella, ya en el ejercicio de uno u otro cargo, y le son deudoras de su apoyo y consejo maternal o de su formación espiritual. Po r s,u mano han pasado todos los asuntos de importan-cia de nuestra Comunidad, solucionándolos con un ta-lento y prudencia admirables, y en el servicio de ésta gastó todas las fuerzas de su preciosa vida y puso todo el amor de su gran corazón.

Estrecho se nos hará el marco de estas páginas para trazar la semblanza espiritual de nuestra amadísima Madre que parecía haber sido plasmada por las manos mismas de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús en el molde austero y a la vez lleno de sencillez y de natu-ralidad en que ella formara a sus primitivas Descalzas. Hija muy amante suya y heredera de su espíritu, fué columna de observancia y al mismo tiempo dulce y se-reno ejemplar de fe, de humildad, de magnánima cari-dad y de acogedora bondad y comprensión.

Tra taremos de esbozar a grandes pinceladas algu-nos rasgos de su preciosa fisonomía espiritual.

Nació nuestra venerada Madre en Valparaíso el 17 de Octubre de 1861 en un cristiano y distinguido hogar perteneciente a rancias y conocidas familias del puerto y de la capital. Dos días después de su llegada al mun-do recibió las aguas Bautisma'es y con ellas los nombres de María Teresa, quedando así, desde los primeros mo-mentos de su existencia, ba jo la protección de la augusta Reina del Cielo y de la Seráfica Virgen de Avila, a quie-nes amó tan entrañablemente y en cuya devoción se distinguió de manera tan particular.

Fué la Benjamina de diez hermanos y uno de esos seres privilegiados a los cuales Dios se complace en ador-nar con los dones escogidos de su gracia, resplandecien-do entre ellos esa fe y confianza inquebrantable de los justos de la ley antigua, y la humildad y modestia de

los s a1? t°j -

s u m á s tierna edad esta alma de selección A" S t as de las características sobresalientes de su e x q u E T p e r s o n a l i d a d en la que se aunaban en armo-

c o n i u n t o la nobleza y elevación de sus sentimien-?MS°las energías de su carácter, la delicadeza y ternura de 'su corazón, la penetración y clandad de su inteli-gencia, su discreción consumada

Entre los rasgos de su infancia hay uno que fue el precursor de lo que debería ser más tarde la en-

tereza de su ánimo. Como todos los niños, gustaba buscar para sus juegos compañeras de su misma edad, y,

veces, se escapaba de su casa para entretenerse con la infantil comparsa vecina. Habiéndoselo prohibido su señor padre, encontróla en circunstancias en que iba a infligir esta 'orden. Tocándola suavemente con la capa o manteo que entonces usaban los caballeros de aqueila época, en vano quería hacer volver a la niña, porque ésta avanzaba resueltamente sus pasitos y, con lenguaje todavía balbuciente y a media lengua, decía: "voy y voy".

Contaba apenas cuatro años cuando Dios llevóse a Si a su noble y cristiano padre, y reconcentró en su madre, todas las ternuras de sus afectos filiales. Sentada en un pisito junto a ella no se apartaba de su lado y a veces esforzábase por ayudarla en sus labores de mano, y tomando entre sus diminutos dedos la aguja, la empuja-jaba con todos menos con el que tenía el dedal. De vez en cuando la piadosa señora interrumpía la costura para leer algún libro espiritual o vida de Santos del Año Cris-tiano, del Padre Croiset o de otro autor, que la niña escuchaba atentamente y en los pasajes más conmovedores ambas, madre e hija, mezclaban sus lágrimas que de-mostraban su extremada sensibilidad; sensibilidad que

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fué siempre en ella la nota dominante de su exquisito y delicado corazón.

Habiendo oído que una amiga muy querida de su madre había muerto inesperadamente sin confesión, f u ¿ tal el temor que se apoderó de su infanti l ánimo cre-yendo que a ella podría sucederle otro tanto, que sin-tiéndose con ésta aprehensión ya en el trance final, pidió con instancias confesarse. A pesar de no tener aún la edad del uso de la razón hubo que acceder a sus sú-plicas y fueron tales las muestras de penetración, que dió al recibir este Sacramento, que puede considerarse como las primeras manifestaciones de aquel alto espí-ritu de religión, de piedad y compunción del que nos dejó ejemplos tan notables y edificantes.

Muy poco disf rutó la amante niña de las caricias y ternuras maternales, porque Dios quiso dar a su santa madre el premio de sus acrisoladas virtudes, arrebatán-dola prematuramente al cariño de sus hijos en lo mejor de su existencia, cuando ellos, que la acataban con la más filial veneración y amor, faltos del jefe del hogar, tenían al parecer, mayor necesidad de sus consejos y de su apoyo. Durmióse dulcemente en el Señor a los 48 años, quedando la niña en lo más tierno de su edad, pues contaba apenas 8 años. Huella muy p ro funda dejó toda su vida en su alma esta sensible y temprana pér-dida, y el día antes de morir recordaba todavía con hon-da emoción los últimos momentos de su cristiana madre, quien, después de haber recibido los Santos Sacramen-tos, hizo reunir alrededor de su lecho a todos sus hijos, dándoles a cada uno sus piadosos consejos y última bendición, y como postrera muestra de su ternura para con su María Teresa, pidió que la pequeña almohada en que su Benjamina apoyaba su cabecita cuando dor-mía iunto a ella, se la colocasen dentro del féretro para que le sirviese de cabecera y descanso. A pesar de sus cortos años esta prueba fué tan penosa para su tierno corazón que aunque sus hermanos se esmeraban en lle-narle este vacío y en rodearla de solicitud y de cariño,

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su dolor no tenía consuelo y su herida sangraba conti-nuamente. _

Habiendo bebido en el regazo materno el amor a María, acudía a Ella con filial devoción buscando en su Corazón dulcísimo la ternura incomparable de aquella que había perdido. Correspondía la Divina Señora a su amor protegiéndola y guardándola para que fuese toda de su Dios. Así la tierna niña encontró en el cielo el afecto y la protección de dos madres: la Sma. Virgen y aquella que lloraba, porque ambas desde la altura ve-laban a la par por esta hija predilecta.

Además, en la tierra dos ángeles hacían tambie'n junto a ella las veces de verdadera madre. Sus herma-nas, Rosa e Ignacia, la cuidaban con el mayor cariño y solicitud. Su abnegación y ternura fueron sin medida y ella les correspondió a su vez con el afecto más pro-fundo y delicado.

Siendo éstas muy sociables y queridas, mantenían numerosas relaciones de parentesco y amistad que obli-gaban a menudo a la niña a salir al salón o acompañar-las en sus visitas y paseos, por lo cual su roce era, por lo general, con personas mucho mayores que ella; pero se portaba en estas circunstancias con tal discreción que apenas comprendía que su presencia podía molestar y ser indiscreta, prestamente se retiraba, revelando así ya desde aquella temprana edad, ese tacto y prudencia con-sumadas aue serían después una de las características más sobresalientes de su carácter.

Parientes y conocidos manifestábanle de todos mo-dos el cariño que despertaba su natural gracia y simpa-tía, porque era para ser querida. Como todo noble y delicado corazón sabía corresponder a estos afectos y amar a quien la amaba; pero en medio del cariño que recibía y que retornaba, hay en su infancia rasgos que denotan al alma que instintivamente se guardaba para las caricias y el amor del Esposo Celestial.

En una ocasión en que el menor de sus hermanos, Carlos, que le precedía en edad, la abrazó con dema-

siada efusión, ella toda acalorada lo retiró con un ade-m á n encantador diciéndole: "Déjame, Carlos, porque me confundes" .

Desde sus más cortos años demostró una adversión inst int iva hacia el ma t r imon io y le disgustaba sobre-manera el que se le hiciese la más leve alusión sobre el particular, como que el Señor la tenía reservada e terno" para esposa suya. Ent re los amigos de sus her-manos había uno bastante mayor , que la miraba natu-ralmente como a niña y la llenaba de delicadas aten-ciones singularizándose con ella en extremo, ^ y ésta, a su vez, lo dist inguía también sobre los demás. Bastó, sin embargo, que alguien le hiciese un día una broma para que al p u n t o cambiara con él y se mostrase retraída y distanciada a aquella compañía que antes buscara con infant i l gusto y sencillez.

H izo su Pr imera C o m u n i ó n a la edad que acos-tumbraban a recibir la Sagrada Eucaristía los niños de aquel tiempo, y, aunque nunca la oímos hacer referencia part icular de ese dichosísimo día, no dudamos que Jesús Sacramentado depositaría entonces en su alma, sin que ella misma se apercibiera, el primer germen de su se-ñalada devoción eucarística.

Recibió los pr imeros conocimientos de instrucción en un colegio francés donde aprendían los estudios ele-mentales lo más dis t inguido de las familias porteñas, y aunque su clara inteligencia, con sorprendente facilidad asimilaba cuanto se le enseñaba, y era m u y querida de sus compañeras, su carácter, extremadamente afectuoso, no se acostumbraba a pasar el día lejos de los suyps y le era un verdadero to rmento la asistencia a las clases.

Con este mot ivo sus hermanas, que tampoco se resignaban a separarse de ella, resolvieron que continuase sus estudios en la casa y que a su lado terminase su edu-cación.

El ambiente de su hogar era el de la más refinada cultura, y así la ilustración que en él recibió fué muy vasta y completa. E n esa familia de intelectuales por

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temperamento y por afición, no sólo se leía mucho, sino aue se cultivaban también las artes en todas sus mani-festaciones: pintura, dibujo, música, etc., realzaban aaueila esmerada educación y hacía el encanto de sus veladas y reuniones. A este ambiente de fina cultura, se unía el de la más sólida P^dad .

En la biblioteca de su casa habían libros para todos los gustos, y junto a los profanos estaban los religiosos y devotos'. María Teresa no se escapó de leer algunas novelas aunque fueron muy pocas, porque según le oímos decir, sus argumentos, por lo general siempre los mismos no la entusiasmaban. Pero sí a su carácter re-flexivo y profundo, éstas no la interesaban, en cambio se entretenía bastante con la lectura seria y encontraba especial agrado en los libros de piedad y de buena lite-ratura. La fina intuición que su alma tuvo desde niña de Dios y de todo lo noble y lo bello, la hacían sentir cuanto de ésto hubiera en autores religiosos y profanos. Contaba, entre los recuerdos lejanos de su adolescencia, el gusto con que entonces leía, aunque sin entenderlas, las obras de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús y las de un conocido escritor español. Su corta edad y poca experiencia no le daban aún la entera compren-sión de ellas, pero al través de las páginas del delicado poeta sevillano percibía la belleza de sus sentimientos y en los escritos de la mística doctora la grandeza de las comunicaciones del alma con Dios. Este sentido de lo divino y de lo 'bello, que parece haber nacido con ella, pues dió muestras de él desde sus más tiernos años, lo conservó toda su vida, perfeccionado, naturalmente, con la proximidad de Aquel que es la Suma Hermosura y la fuente de donde dimana todo bien.

No es extraño que la vocación religiosa germinara en medio de esa cristianísima familia donde se guardaba un culto sagrado a la memoria de sus padres que le ha-bían legado la fe más acendrada, y que buscando, nues-tra amadísima Madre, en sus recuerdos el principio de la gracia del llamamiento divino, nos declarase muchas veces que lo había sentido desde su más temprana in-

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fancia. Sin duda la vida de los santos que escuchara le diariamente a su piadosa madre impresionaran su i n f a ^ til imaginación, despertando en ella el deseo de i m i r sus ejemplos, y las visitas que hacían a dos h e r m a n é de su padre que vivían consagradas al Señor en las mo -jas Capuchinas de Santiago, influyeron no poco en su" primeros atractivos monásticos. s

A medida que crecía, éstos fueron haciéndose in-conscientes y precisos. Y ya en plena juventud l a s ^ piraciones de su corazón, ansioso de algo infinito, se orientaron definit ivamente hacia el Amor eterno, único capaz de saciarlo, y que misteriosamente la atraía hacia Sí. En esa edad en que la imaginación de las jóvenes se reviste de ensueños, su alma, demasiado grande y de-licada para la felicidad de la tierra, buscó en el Sumo Bien el solo ideal perfecto que podría satisfacerla.

U n nuevo dolor fué por ese tiempo, a golpear su probado hogar y a afianzarla más en su Dios. La guerra del Perú, del año 79, l lamó a las filas del ejército a dos de sus hermanos, quienes, con patriótico entusiasmo, partieron al frente y el más joven de ellos, Carlos, que le estaba especialmente unido, murió heroicamente en la batalla de Chorrillos, en la flor de la vida. Al volver a Chile los restos de las víctimas, cubiertos de gloría, pero horriblemente mutilados, y al ir a reconocer el ca-dáver, quedó profundamente impresionada de la des-trucción del cuerpo de hermano tan amado al cual poco tiempo antes habíale visto partir rozagante de juventud y de vida.

Con elocuencia abrumadora la hablaron al alma aquellos restos queridos de lo caduco y breve de la vida y cómo "la figura de este mundo pasa" y sólo Dios permanece.

En esta alma de exquisita sensibilidad, Dios, desde sus primeros años, escogió su corazón para someterlo a sus más prolijas y dolorosas purificaciones.

Hemos visto cómo el ángel de la muerte arrebató primeramente de su hogar, cuando estaba en lo más tierno de su edad, a sus amados padres llevándose tam-

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bien por ese mismo tiempo al séptimo de sus hermanos. Años más tarde sobrevino el fin glorioso de Carlos en los campos de batalla, y después siguióle a la tumba don Juan, el mayor de la familia, que había quedado como jefe' del hogar y al cual ella mucho amaba y lla-maba cariñosa y simpáticamente "el taita", siendo tam-bién querida por él con predilección. En su vida reli-giosa prosiguió el Señor su obra no sólo con muertes y separaciones especialmente dolorosas, sino con otras pruebas muy duras que hicieron sangrar sin tregua su amante y delicado corazón.

Mas, antes de seguirla en el claustro terminaremos lo que nos queda todavía por decir de los últimos tiem-pos de su vida en el mundo.

* * *

Dotada de rara simpatía y de un extraordinario don de gentes, su trato era agradabilísimo. Sin ser her-mosa había en su rostro tal trasunto de la bondad y belleza de su alma que gustaba sobremanera. Las ricas prendas de su carácter la hacían muy amada y las sobre-salientes cualidades de su inteligencia y corazón exqui-sitamente comprensiva.

Todos, grandes y pequeños, parientes y amigas, conocidos y extraños experimentaban la atracción de su persona y buscaban su cariño y su amistad. Y ella, tan delicada en dar y recibir afectos, guardaba, sin em-bargo lo mejor de su corazón para su Dios. Nadie al verla tan sociable, habría podido sospechar su amor po r el retiro, ni menos el que bajo sus elegantes atavíos -— porque era de gustos refinados aún en el vestir—, se ocultasen muchas veces ásperos cilicios y duros instrumen-tos de penitencia.

A medida que se entregaba más a la oración y al trato íntimo con Dios, descubría nuevos encantos en este Señor infinitamente misericordioso que se digna comu-nicarse con su criatura, creciendo, con ésto en su alma los deseos de consagrarse toda a su servicio y de inmolarse enteramente por su amor.

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Prodigaba cada vez más sus visitas a Jesús Sacra-mentado y se levantaba cotidianamente m u y temprano a las 5 A. M., para ir a recibirle, permaneciendo buena parte de la mañana en coloquios ínt imos con El y vol-viendo por la tarde de nuevo a sus pies. Si sus amores los tenía j un to al Sagrario, su devoción a la Sma. Virgen al calor de Jesús, parecía acrecentársele por instantes. C o m o por no haber sido educada en colegio de religiosas no había tenido la dicha de alistarse en n inguna Congre-gación de Hijas de María , empezó a frecuentar con este f in las Madres del Sagrado Corazón y asistir a sus re-uniones. Pasado el t iempo del aspirantado fué admitida, con otras señoritas de la sociedad, a la Congregación y con inmenso consuelo de su alma recibió la amada me-dalla, que atestiguaba su filiación Mariana . Profesaba al Corazón Inmaculado de su Madre devoción m u y encen-dida y Ella era su arca de refugio en medio de los hala-gos del m u n d o en que vivía donde su f inura y espiritua-lidad despertaba, como ya hemos dicho, aprecios y sim-patías.

E n las largas y frecuentes temporadas que pasaba en Santiago, tuvo ocasión de conocer a una santa reli-giosa de las Hermanas de la Caridad, alma cultísima y muy de Dios, perteneciente a conocidas familias de la capital, a quien acudían a consultarse lo más selecto de la sociedad y aun hasta hombres de ciencia no se des-deñaban en tomar su parecer. Había en ambas tantas afinidades de delicados sentimientos y tanta semejanza, en sus aspiraciones hacia Dios, que sus almas se ligaron fuertemente, y la influencia que aquélla ejerció en la vida espiritual de Mar ía Teresa fué notable.

La madre era un espíritu enteramente contempla-tivo y su vocación habría sido de Carmelita, si el Señor no hubiese dispuesto colocarla entre las abnegadas Hijas de San Vicente de Pau l . Leía con asiduidad las obras de Nuestro Padre San Juan de la Cruz y comunicó a su joven amiga su amor al místico doctor de "las na-das" . María Teresa amaba con predilección a su Sera-

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f Pa t rona la Virgen de Avila y con esta nueva de-- I C a 'ón al padre de la Refo rma del Carmen su espíritu V ° h i z o más p r o f u n d a m e n t e Carmel i tano. Si alguna va-d a c i ó n tuvo en sus atractivos hacia el Ca rmen esta C1 ta religiosa acabó por orientarla defini t ivamente. 5311 En Ia recogida Capill i ta gótica del Hospi ta l de San Vicente en la Alameda, después de sus espirituales con-versaciones con la madre, recogíase a tener a los píes de Jesús eucaristía, largas horas de oración. Desde que se dio más al Señor, Jesús Sacramentado, hacía todas sus delicias. El toque pr imero de su devoción al San-tísimo Sacramento lo recibió leyendo las "Vis i tas" de San Alfonso Mar ía de Ligorio. Esas páginas impreg-nadas de unción eucarística, impresionaron vivamente su alma y Ia encendieron en amor hacia el D iv ino Prisio-nero del Sagrario, el que a su vez, dejábale sentir su presencia sacramental, encadenándola a sus pies.

La casa de una de sus tías, en que ella se alojaba cuando iba a Santiago, quedaba frente a la Par roquia de Santa Ana, y esta p rox imidad a la Iglesia donde ha-bitaba el Dios de los Tabernáculos , llenábala de ínt imos consuelos. Su sitio favor i to era la nave escondida jun to al presbiterio en que se hallaba el altar de la Sma. Virgen de los Dolores, a quien amaba entrañablemente y en cuyo amor se dist inguió hasta su muerte. La tiernísima compasión que sentía por la Pasión del H i j o y los Do-lores de la Madre inspiró a su delicado corazón esta dulce devoción.

Allí en la Iglesia de Santa Ana, como asimismo en la Capillita del Hospi tal de San Vicente y en el templo de los Padres France_ses de Valparaíso, que era el que frecuentaba ordinariamente por ser el más p r ó x i m o a su casa, debió haber recibido muchas gracias de Jesús Sacramentado, porque, el recordar en la int imidad, horas pasadas en esos sagrados lugares, se percibía en el tono de su voz una emoción que dejaba t ransparentar algo de muy íntimo, como el pe r fume secreto de favores divinos que su modestia no le permitía revelar. Siempre tan hu-milde, ella no hablaba de sus ínt imas comunicaciones

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con Dios, y cuando llegaba a decir algo, había a u e vinar lo que expresaba . . . adl~

Sintiendo cada día con mayor fuerza y apremio <4 l lamado del Señor, y aprobada su vocación por su <r rector espiritual, el Rdo . Padre Cosme Lohr de l a Con gregación de los Sagrados Corazones, religioso de sama memoria, determinóse en uno de sus viajes a Santiago 3 pedir hueco en las Carmelitas Descalzas del Monas-terio de San José. Era po r aquel t iempo Pr iora de él Nuestra Reverenda Madre Margar i ta de San J u a n de la

Cruz, quien acogió con sumo agrado su petición y como por entonces ya proyectaba hacer una fundación e n

Valparaíso, al t ratar la más ínt imamente, quedó tan prendada de sus cualidades, que quiso que formase parte del nuevo pa lomar teresiano.

Efectuóse la fundación el 22 de J u n i o de 1889 quedando f i jada para el mes siguiente su entrada en el claustro. Y empezó para ella y su familia la agonía del corazón.

Era como di j imos la menor de aquel un ido hogar, y en ese ambiente de cálidos afectos había crecido y vi-v ido Mar ía Teresa, sintiéndose el centro y objeto de la predilección de todos los suyos, quienes ahora, en vís-peras de perderla redoblaban las manifestaciones de su amor y se les notaba p ro fundamen te afligidos. Parecía que la ternura de ambas partes se hubiera acrecentado y que el Señor af inaba la sensibilidad de la futura Car-melita, de suyo tan delicada, para darle más que merecer y hacer más valioso el holocausto.

* * *

Llegó el día destinado por Dios para consumar el sacrificio de la separación y generosamente rompió sus amantes ligaduras y dió el ú l t imo adiós a su desolada familia, ingresando en la santa casa del Señor el 14 de Ju l io del año 1889 y siendo la primera postulante a

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quien se le abr ían las puertas del Monaster io de Viña del Mar .

Formaban la naciente Comunidad , además de nuestra Rvda. Madre Fundadora Margar i ta de San J u a n de la Cruz, un g rupo de fervientes religiosas venidas del Monasterio del Ca rmen de San José de Santiago, entre ] a s cuales había cuatro jóvenes profesas y una novicia recibidas allá para la fundación.

El aniversario del día de^ la entrada en religión fué siempre para nuestra amadísima Madre Angélica, día grande entre los grandes, y así lo celebraba cada año con especial fervor. Decía que él marcaba para el alma religiosa el momento precioso del rompimien to con los seres más amados por amor a Dios y el comienzo de una vida de completa inmolación en su servicio. Es decir el holocausto de todo el ser a su Señor.

Así lo fué para ella. E n realidad el holocausto de su corazón y de su existencia se realizó verdaderamente aquel dichosísimo día de su entrada al Ca rmen ; y su T o m a de hábito y su Profesión no fueron después sino que la ratificación solemne y canónica de lo que en lo ín-t imo de su alma efectuó en aquel primer momento . N o es extraño, pues, que se le viese empezar su vida reli-giosa desde el primer día, con fervor extraodinar io en-tregada del todo a su Dios y abrazada del sacrificio y de la perfección como si ya hubiese p ronunc iado sus sagra-dos compromisos y estuviese ligada por los santos votos irrevocablemente a su Señor y Dueño. Le estaba sí en su corazón porque su of renda del 14 de Ju l io fué total . Hizo un postulantado fervorosísimo de casi dos meses a entera satisfacción de su Prelada, que era a la vez su Maestra, y de toda la Comunidad .

T u v o la dicha de tomar el Santo Háb i to el Día de la Natividad de la Sma. Virgen, su Madre amadísima, que le había escogido ese 8 de Septiembre para vestirle su librea virginal y cobijarla ba jo su especial protección durante toda su vida religiosa.

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He aquí las peticiones que en esta ocasión hizo al Señor y que conservaba escritas en su cartera de con-ciencia:

"Que haga un noviciado perfecto como preparación para ser una santa religiosa Carmel i ta" ;

"Que muera a mí misma olvidándome enteramente para que sólo viva en mí Jesús Sacramentado";

"Que mí devoción al Santísimo Sacramento sea más interior que exter ior";

"Que imite a Jesús Sacramentado en todos los mo-mentos de mi vida en eí silencio interior y exterior, en el sacrificio, inmolación, oración continua, pureza, obe-diencia, pobreza" ;

"Que tenga una devoción p ro funda y sincera al Corazón Purís imo de María y que a imitación de Ella sea verdaderamente humi lde" ;

"Que cada día ame más a mi Padre San José y que él me alcance el don de oración y el que llegue al grado de perfección que Nuestro Señor me ha dest inado";

"Que me conceda Nuestro Señor la salud necesaria para cumplir todas las Reglas de Nuestra Sagrada Or-den" ;

"Que en mis últ imos momentos tenga verdadera contrición y dolor de haber ofendido a Dios y muera abrazada en su santo a m o r " ;

" U n santo odio a todo cargo que parezca honroso"; "Cambiad, Señor, mi corazón y renovad en mi

interior el espíritu de rectitud". A continuación seguían otras peticiones referentes

a su familia y otras intenciones que no tienen relación con nuestro asunto.

Concedióle el Señor todas estas súplicas que son como el compendio, y la esencia de lo que practicó toda su vida religiosa.

Encontrando Nuestra Madre Margari ta que su amada hija era digna de seguir llevando el preclaro nom-bre de su Seráfica Madre, que había recibido en las aguas bautismales, quiso conservárselo en la religión, antepo-

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niéndole a él aquello que le pareció más apropiado con su angelical carácter y la llamó Angélica Teresa, agre-gándole de San Juan de la Cruz para así reunir en uno solo el de ambos Santos Padres, a quienes ella tanto amaba. Poco después, viendo su notable devoción eu-carística, resolvió reemplazar este úl t imo por el del Smo. Sacramento y aunque, sintió aquel filial corazón el cam-bio, prefiriólo, sin embargo, en mucho porque por muy dulce y honroso que sea para una hi ja llevar el nombre de tan Santo Padre, es más grande y glorioso todavía llevar aquel que encierra el de todo un Dios sacramen-tado.

* * *

Avida de Dios, de recogimiento, de perfección y de inmolaciones comenzó su noviciado, y el Señor no le escatimó ningún sacrificio para for jar en duro yun-que alma de sensibilidad tan exquisita y hacer de ella una piedra de inestimable precio que serviría más tarde de cimiento firme del edificio espiritual del Monasterio del que sería guía y ejemplar.

El convento de las Carmelitas de Viña del Mar, cuando ella ingresó a él contaba apenas veintidós días de existencia, y como toda fundación requería una gran-de actividad de trabajo. Establecida la Comunidad des-de los comienzos en la más estricta observancia, las ho-ras que las religiosas no las ocupaban en el Coro y en los actos de Comunidad, tenían que emplearlas necesaria-mente en arreglos de oficinas y muebles, haciendo de pintores, carpinteros, etc.

Las novicias, como es natural, aportaban también su ayuda en estos trabajos, y la Hermana Angélica lo hacía con alegría, viendo en ellos la ocasión de aligerar a sus hermanas y de satisfacer sus ansias de sacrificios y abnegaciones. Sin embargo, en el fondo de su alma echaba de menos el retiro del Arca Santa del Noviciado, y así como la paloma, si tenía que salir, no posaba su espíritu afuera, sino que lo hacía volar y reposarse en

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su amada soledad. Ninguna de sus hermanas, al verla tomar parte en sus faenas con tan alegre naturalidad y fina caridad, habría podido sospechar la inmolación se-creta de esas inclinaciones íntimas que esto le suponía Su amor a Dios y el deseo de sacrificarse por El, le in-fundieron desde aqüel entonces ese espíritu de abnega-ción y de t rabajo del que nos daría más tarde ejemplos tan notables y edificantes.

No fué sólo el sacrificio de su atractivo por el re-cogimiento el que el Señor le exigió desde los comienzos de su vida religiosa, sino también el de su sensible co-razón en sus relaciones con El y con las criaturas.

Esta alma que había gustado tanto de su Dios y que se sentía tan fuertemente atraída a la oración y trato íntimo con El, se vió sumergida de improviso en la más espantosa desolación espiritual. Además, las comunica-ciones con la que era su Prelada y Maestra a la vez, no podían ser tan frecuentes como su alma lo deseaba y necesitaba. La delicada salud de Nuestra Madre Marga-rita y los quehaceres y preocupaciones inherentes a una fundación, no le permitían acudir más a menudo donde las novicias, y, por otra parte, queriendo formar almas varoniles probábalas en este sentido y en otros de ma-nera que ellas tenían mucho que ofrecer al Señor y vas-to campo para ejercitar las "negaciones" tan recomen-dadas de Nuestro Padre San Juan de la Cruz .

Esta sabia y santa modeladora de almas extremó la prueba a su amada hija, de modo que la dejó sin ha-blarle durante algunos meses, a pesar de que sabía que no tenía otro apoyo que ella, pues en esas circunstan-cias hasta le faltaba el de su confesor, agregándole así tribulación sobre tribulación. Eran éstas tan recias que una vez, en el extremo de sus sufrimientos pidió a Dios con toda su alma que acabara con su vida.

Conociendo su entereza de ánimo no se puede atri-buir a cobardía semejante petición y sería ignorar los caminos del espíritu tachar de exagerado o de pusilámi-nes tales sentimientos, ya que en las noches oscuras qu ;

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describe nuestro Santo Padre, vemos que en las tremen-das purificaciones por las que el Señor hace pasar a las almas que El tiene reservadas para grandes obras de su gloria, las reduce a estados semejantes a los que ella atravesó tan a los principios de su vida religiosa.

De grande aliento y consuelo le fué la lectura de sus obras con sus lógicas nadas y noches oscuras, y la ayu-daron también no poco los Retiros de la Madre María de la Concepción (1 ) con su fina espiritualidad y conoci-miento p rofundo del corazón y de las pruebas que las almas encuentran en los claustros.

En el Corazón Inmaculado de María, al que pro-fesaba devoción muy tierna, encontró su refugio en esas horas de desolación y angustia. Ella fué, según se lo escribió a una de sus hijas en el dorso de una estampa que le obsequió de esta dulcísima Madre que la acom-pañaba desde aquellos tiempos del Noviciado, "su luz, su fortaleza y su guía", manifestándole que realmente en Ella había hallado su sostén, amparo y consuelo en las duras pruebas interiores y exteriores por las que en-tonces había atravesado.

En medio de ellas su fervor no disminuía un pun-to y cada día parecía crecer en el amor a Dios y en la práctica de las virtudes religiosas, humildad, obediencia, caridad, etc. Con ánimo resuelto se propuso cooperar fielmente a la gracia y con este fin cortó con todo lo que pudiera serle impedimento.

El espíritu de observancia, de recogimiento, de oración y de t rabajo en el que resplandecía, juntamente con su sumisión, humildad, caridad y todas sus exce-lentes cualidades le habían conquistado el amor y el aprecio de todas sus hermanas. N o es extraño, pues, que, al hacerle la última votación para su profesión. Nuestra Madre Margarita en la exhortación espiritual que en estos casos se acostumbra, no dejara de manifestarle el gusto y el cariño con que todas las admitía. Su Reve-

( 1 ) Carmeli ta Dza . del Mr io . d¿, A ix . Francia .

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renda más que n inguna otra había podido aquilatar los m é r i t o s ' y cualidades de esta hi ja t an amada, a quien había labrado con tanta dedicación y esmero.

Habíala visto siempre fiel en las pruebas del cielo y de la tierra y apreciaba en extremo su vir tud, asi es que deseaba ardientemente darle la profesión.

Quedó f i j ado para el 15 de Octubre, festividad de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, el día en que se uniría irrevocablemente a su Dios. Preparóse a él con un fervoroso retiro, en el que pudo saciar j u n t o a Jesús Sacramentado, sus ansias de soledad y de oración, y re-novar su alma en la consideración de la gracia inmensa de la vida religiosa y de las nuevas obligaciones que vo-luntar iamente iba a abrazar .

Llegó por f in el día dichoso de su profesión. Si la Virgen Santísima habíale vestido el santo hábito, y tomado ba jo su maternal amparo, ahora su pa t rona y santa Madre Teresa de Jesús, la acogía también ba jo su especial protección y le hacía la doble gracia de darle nuevamente su nombre, y de presentar al Señor sus sa-grados compromisos, comunicándole, al mismo tiempo, el espíritu de una genuina hi ja suya, de una verdadera Descalza Carmeli ta .

Con ín t imo regocijo de su alma pronunció en ma-nos de su amada y venerada Madre Pr iora sus santos votos, y momentos más tarde empezaba el Solemne Sa-crificio de la Misa, en el cual dos hostias se inmolaban al Padre E te rno : su H i j o Santísimo y su amada esposa. A continuación siguióse la ceremonia de la T o m a de Velo tan llena de mística significación y de belleza.

Al salir al locutorio viósele con el semblante ilu-minado de inefable dicha. Y como su familia, preocu-pada de que estuviese en ayunas hasta tan avanzada la mañana, se afanase para que tomara algún alimento, ella, con angelical gracia y fervoroso entusiasmo, ies di jo que no necesitaba nada porque había comido el m a n j a r delicioso de un Corderi to Celestial; en realidad Jesús había venido a su pecho y la nabía -saciado pie-

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ñámente, inundándola de sus consolaciones y de su amor. Mi rando hacia el porvenir podía decir ya como el Real profe ta : " P a r a t u m cor meum Deus, pa ra tum cor m e u m " . Y como el apóstol : " T o d o lo puedo en Aquél que me confor ta" .

He aquí algunas de sus resoluciones y súplicas de aquel día que demuestran el fervor de su alma y el exce-lente espíritu de que estaba an imada:

"Guardar el silencio. "Estar todo el t iempo que me sea posible en la

celda. "Recogimiento interior y exterior. "Espír i tu de oración. "Antes de obrar pensar delante del Santísimo Sa-

cramento qué intención me lleva. "Espír i tu de sacrificio y de oración. " Inmola rme por Nuestra Santa Madre la Iglesia,

la Patria, el Santo Padre, el episcopado, el sacerdocio; espírit.u interior para el clero, obreros santos para la viña del Señor.

" A m o r a la cruz, a la mortif icación interior y ex-terior.

"Pedir la gracia eficaz y la gracia cooperante. "Dadme, Señor, el espíritu de compunción. "Que vea en la Prelada siempre a Dios y que ja-

más por jamás intente agradar a la criatura. "Que mi alma sea para nuestra Madre como un

vaso de agua transparente. "Que jamás la haga sufr i r ni t ampoco a ninguna

Prelada. ' 'Que sea verdadera hermana para con todas mis

hermanas y que nunca en obras ni palabras las pueda ofender ni en lo más mínimo.

"Que nuestros corazones, Señor, vivan siempre unidos, ínt imamente unidos en vuestro amor y que to-das no formemos más que un solo corazón.

"Desprendimiento de las criaturas por la criatura misma; A m o r sólo en Dios.

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"Ser santa. N o parecerlo y mucho menos creerlo. "Corresponder al fin para que he sido llamada. "Que desee pasar desapercibida enteramente como

una sombra. Que sólo viva para Dios, en Dios, p 0 r

Dios. "Señor, haz que sea verdaderamente humilde, qU e

ame el ser nada y el ser tenida por nada" . La Carmelita está ya diseñada en estas súplicas y

resoluciones que encierran el carácter distintivo y propio de la Orden, contemplativo y apostólico a la vez. Su alma era verdaderamente contemplativa por su espíritu de oración, de retiro y de recogimiento, y apostólica por su celo de ayudar con sus sacrificios y sus súplicas a la Santa Iglesia de Dios, a su Vicario, Obispos y Sacerdocio regular y secular.

Los propósitos y resoluciones de la recién profesa, no sólo nos revelan el sello netamente teresíano de su espiritualidad, sino que nos dejan también de manifies-to su corazón abrazado de amor a Dios, a quien tan sólo buscaba en todo sin querer detenerse humanamente en nada, y los sentimientos de humildad, de caridad fraterna y de filial confianza y sobrenatural amor a su Priora que hacían de ella una religiosa de excelente e»-píritu.

H1 ^ %

Salida del Noviciado, y entrada ya de lleno en la vida de la Comunidad, ejercitóla Nuestra Madre Mar-garita en todos los oficios. Gustábale mandar a las re-ligiosas coristas a la cocina, y a la Hermana Angélica le tocaba muy a menudo su turno. Las primeras veces fueron indecibles sus apuros, porque, como es natural, no tenía pericia alguna en estas faenas, y siempre recor-daba con gracia las aflicciones que pasó á los principios, sobre todo en una ocasión en que estaba ya la Comuni-dad en el Refectorio y ella sin poder salir con el guiso. Providencialmente llegó otra de las hermanas coristas y con una presteza y expedición sin iguales, la sacó feliz-mente del lance. Su corazón tan delicadamente agradecido

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nunca olvidó la ayuda oportuna que entonces le pres-tara y la caridad con que acudía a socorrerla. Decía que siempre llegaba como su ángel de salvación.

Segura Nuestra Madre Margarita de su espíritu de sacrificio y de su virtud, dábale los oficios muchas veces sin ayudante. Así lo hizo, por ejemplo, en la ropería y también en la sacristía en donde tuvo sola todo lo que concierne a este oficio con las demás dependencias ane-xas a él para las cuales siempre se nombra a otra, de manera que lavaba la ropa, hacía las hostias, arreglaba

los floreros, etc. . No siendo fuerte de constitución no es extraño que

con un recargo semejante de trabajo, al que se añadía el ayuno, las- penitencias y vigilias, pues muchas veces se recogía a horas muy avanzadas de la noche, ya por sus obligaciones, o ya porque gustaba permanecer hasta muy tarde junto a Jesús Sacramentado, no es extraño, deci-mos que generalmente se sintiese con sus fuerzas agota-das y 'en tal extremo de debilidad y cansancio que mu-chas veces al acostarse se creía que no amanecería con vida al día siguiente.

Sin embargo, su gran espíritu de mortificación no sólo la impulsaba a no manifestar su extenuación física, sino también a proseguir en sus penitencias como si su cuerpo no contara para nada. Y así, además de las dis-ciplinas de Regla, ella las tomaba a solas muy largas y sangrientas y laceraba sus delicadas carnes con cilicios y otros instrumentos para saciar su sed de padecer y de asemejarse a Jesús Crucificado.

Dispuso el Señor que Nuestra Madre Margarita, a quien en otras ocasiones no se le habían pasado desaper-cibido los malestares físicos de su bi ja y los había aten-dido con los más solícitos y maternales cuidados, no se diese cuenta del estado de agotamiento a que había lle-gado, permitiéndolo sí, sin duda, Dios, no sólo con el fin de hacerla merecer más, sino también para fortifi-carla en ese agigantado espíritu de sacrificio, de peniten-cia y de trabajo que -todas sus hijas pudimos admirar en ella.

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Teniendo el Señor designios especiales sobre esta alma tan amada, no omitió medios para hacer de ella no sólo el valiente soldado de las milicias de Cristo que ya conocemos, sino un aguerrido capitán, a quien se le

confiaría más tarde una porción escogida de almas que aumentaría la gloria de este divino Rey. En efecto, fué para con ella pródigo en presente de dolores, que desga-rraron profundamente su alma y corazón y que no es posible referir aquí.

Nuestra Madre Margarita, por su parte, secundaba maravillosamente los designios de Dios sobre ella, y lo ayudaba en su obra de manera admirable. Apreciándola en su justo valer, no sólo era de las religiosas a quien más distinguía con su confianza y su cariño, sino que también era de las que más acrisolaba, probándola con-tinuamente, aún en las cosas más pequeñas, de modo que cincelaba piedra tan preciosa a la par del Artífice Divino.

Y no se crea que tenía nada de adusto en la her-mana Angélica vir tud tan rigurosamente probada. Era, según hemos sabido, muy alegre y expansiva en las re-creaciones, llena de esa fina espiritualidad y sencillez que nosotras sus hijas conocimos y que daba a su conver-sación un encanto tan particular. Siempre tenia algo in-teresante que decir o de provecho para el alma. Su ta-lento natural, su educación, su gracia, su comprensión exquisita de todo lo divino y lo humano, le daban a su trato un atractivo singular.

Y la que se mostraba así, tan conversable y alegre en los momentos de recreo y de s^nta expansión, edifica-ba en los claustros por su porte recogido, sus ojos bajos, su modestia religiosa en el andar, su perfecto silencio. Y llamaba también la atención en el Coro por su fervor, tanto en el Oficio Divino, como en las horas de oración y visitas al Santísimo.

Cuenta una de las religiosas de la Comunidad de Viña del Mar que vivió con ella, haber quedado pro-fundamente edificada una noche de Jueves Santo que le tocó estar a su lado junto a la reja, viendo que pasó

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todas esas horas de rodillas, inmóvil, absorta en Dios, en el más p r o f u n d o recogimiento, y que continuó en la misma posición durante la oración hasta el rezo ce las Horas Menores.

E l e j e m p l o que de sus virtudes dejo en 1a Comuni-dad de Viña del Mar y en las religiosas que la conocie-ron y aun viven, es de un recuerdo imborrable. Y nos han hecho saber lo edificante que era su sumisión y amor a su Prelada, su caridad fraterna, su abnegación, cU re-cogimiento, su espíritu de observancia, de'penitencia, etc., sobresaliendo como una de las religiosas de mayor caudal y méritos. + ^ ^

Ya es tiempo que hablemos de los albores de esta fundación y de la parte que tuvo en ella nuestra ama-dísima Madre Angél ca. La hemos visto como niña, como joven, y luego la hemos seguido en el claustro como novicia y como profesa, admirando en todas las faces de su vida los singulares dones con que Dios dotó su privilegiada alma, tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia y sus eminentes virtudes religiosas.

Al hacer Nuestra Madre Margarita la fundación de Viña del Mar, había acogido antes la petición de unas señoritas de Curimón que deseaban un Monasterio de la Orden en su pueblo natal. No siendo posible hacer dos fundaciones a la vez se comprometió satisfacer sus de-seos apenas tuviese personal para ello.

La naciente Comunidad estaba al corriente del pro-yecto y así en las recreaciones era la fundación muchas veces el tema de entretención, más para animar las con-versaciones y hablar en tono de broma de él, que como asunto que lo tomasen en serio las religiosas, pues nin-guna pensaba que pudiera ser algún día una realidad.

A poco de salir la hermana Angélica del Noviciado, allá por los años de 1891 ó 1892. se tocó el punto en ese tono festivo de siempre, mas Nuestra Madre Mar-garita esta vez manifestó que estaba comprometida for-malmente a realizarla, y como viese que ninguna de sus

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hijas acogía la idea, di jo con sentimiento de pesar, que aunque sola, ella iría a hacer la fundación. Dejemos a la misma Madre Angélica que nos refiera el hecho según lo dejó consignado, apareciendo ella en él como en ter-cera persona. "Entonces la Madre Joaquina de la San-tísima Tr inidad, religiosa muy santa, anciana de más de 70 años, que había venido con Nuestra Madre Marga-rita del Carmen de San José a la fundación de Viña del Mar, le di jo: "Madre Nuestra, yo la acompaño", a lo " que Su Rvcia. le contestó: Bueno, Madre, vamos las " dos. Una de las religiosas recién profesa, que hasta " ese momento había estado ajena a la conversación, sin-" tió pena al ver a Nuestra Madre Fundadora como im-" presionada del silencio que guardaban las demás her-" manas,después del ofrecimiento de Ja Madre Joaquina, " y desde su asiento, que estaba algo distante, le di jo en " alta voz: "Madrecita, yo también la acompaño, cuen-" te conmigo". T o d a s las hermanas celebraron el ofre-" cimiento que, en verdad, no era sino que una manifes-" tación de adhesión a Nuestra Madre Margarita, puesto " que esta religiosa nunca pudo imaginarse que llegase " a ser realidad algún día y menos que tuviese que ir a " la fundación. Pero Nuestra Madre la aceptó con mu-" cho agrado comprendiendo, sin duda, el sentimiento " que la había impulsado a ofrecerse y le dijo que desde " luego contaba con ella".

Después de ésto pasaron algunos años. En 1894 fué unas de las señoritas que deseaba hacer la fundación a cobrarle la palabra a Nuestra Madre Margarita, y Su Rvcia. volvió a preocuparse del asunto, pero sin co-municar nada a la Comunidad. Entre tanto dióle a la hermana Angélica algunos oficios en los que pudiera te-nerla más cercana a ella y la puso de enfermera, segunda procuradora, tornera, etc. Esto facilitó la comunicación entre ambas, lo que aprovechaba Nuestra Madre Mar-garita para instruirla en todo, especialmente en lo con-cerniente a la. Comunidad, al espíritu religioso, al go-bierno, en las santas costumbres, en el espíritu de Nues-tra Santa Orden, inculcándole el amor que Su Rvcia. te-

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nía a todo l'o que a ella se refiere, pero era esto en tal forma que, infi l trándole su espíritu más parecía comu-nicación de almas que enseñanza, de manera que ésta jamás pensó que tuviese alguna mira particular sobre ella al obrar así.

Indudablemente que Nuestra Madre Margarita lo qué se proponía era ir preparando a su amada hija para la misión que le confiaría en el nuevo Monasterio que tenía el propósito de fundar , ya que ella reunía todas las cualidades de virtud, inteligencia y carácter necesa-rios para formar y guiar el rebaño teresiano que se apo-sentaría en las soledades de Curimón sin más arrimo que su Dios.

Muchos vaivenes y zozobras tuvo, como todas las obras del Señor, la realización de ésta que tanta gloria le daría. El señor Arzobispo de Santiago, ba jo cuya jurisdicción estaba el Monasterio de Viña del Mar y quedaría el de Curimón, acogió en un principio muy bien la idea; pero después cuando fué personalmente a ver el sitio en que se haría la fundación, quedó tan des-contento de la casa y del desamparado pueblecito, que hizo desistir a Nuestra Madre del propósito. Más tarde cambió de parecer en vista de que las señoritas funda-doras mejoraban las condiciones en que ofrecían la fun-dación y se comprometían a construir un edificio apro-piado a las necesidades de la Comunidad en vez de la casa que tan mal le había parecido, y para lo cual en Noviembre de 1896 daba oficialmente su aprobación.

"Luego que Nuestra Madre Fundadora, agrega la Madre Angélica en sus apuntes hablando siempre de sí en tercera persona, "dió parte a la* Comunidad de que " la fundación era un hecho, viéndose ya cierta la reali-" zación del proyecto que antes se miraba como impo-" sible, se despertó vocación en varías de las hermanas " cuyo buen espíritu las impulsaba al sacrificio, pero " no en la que Nuestra Madre había pensado, por así " quererlo Nuestro Señor para tener más que ofrecer y " nunca pensó habría de ir. No duró mucho su creencia

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" porque la llamó Nuestra Madre a la celda y sin más pre-" ámbulos le dijo .que era ella designada para ir a la

fundación y que contaba con ella. La impresión de " la hermana fué tal que quedó muda, sin poder ar-" ticular palabra . . . Estaba desconcertada; quiso pensar. " reflexionar, no pudo, se sentía como en un abismo " de impotencia y de nada . . . Se hallaba tan ajena a " que se hubiese pensado en ella y por otra parte no " sentía la menor inclinación, y se encontraba muy en " su centro en su amada Comunidad, en la que tan de-" veras se servía y honraba al Señor.

"Sin duda Nuestra Madre Fundadora no se imagi-" nó la impresión que iba a causar en la hermana sus " palabras, y al verla en tal estado le di jo: "Híj i ta , " piénselo delante de Nuestro Señor y consúltelo con " íu director. Creo que la Voluntad de Dios es que " vaya, pero ésto tiene que ser voluntario de su parte,

y aún le manifestó que si no contaba con ella no " sabría qué hacer, porque no había pensado en otra. " Con esto se separaron.

"La hermana, en el mismo estado de impresión, se " fué al Coro y queriendo reflexionar sobre lo que Nues-

tra Madre le había dicho no podía ni siquiera formar " un pensamiento. Sólo sentir en su corazón que Dios " Nuestro Señor le pedía el sacrificio, que era esa su " Voluntad . . . La lucha duró más o menos una ho-" ra . . . y así. a secas, tomó su resolución; desde que " re había dado a El nunca le había negado insinuacio-

nes que sentía en su alma, y al entrar en religión le " había hecho la total entrega de todo su ser y éste erai " el momento que el Señor le pedía algo . . . ¿qué refle-" xión cabía? . . . Se levantó y se fué en busca de Núes-" tra Madre que. al parecer, se había quedado en ora-

ción y le di jo: " N o sé por qué no contesté inmedia-" tamente a V. Rvcia! ¿Qué tengo yo que pensar ni re-

flexionar cuando se trata de cumplir la Volun tad del " Señor? Si V. Rvcia. cree que debo de ir a la fundación. " disponga de mí como quiera. Nuestra Madre Funda-

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" dora la abrazó tiernamente y quedó sellado el pacto. " La hermana no pensaba sino en ser instrumento ciego " en manos de Nuestro Señor y de Nuestra Madre Mar-" garita, y así lo cumplió abrazándose desde ese instante " con la Cruz que Nuestro Señor le presentaba y pidién-" dolé se la diese desnuda sin flores que la cubrieran, " como puntualmente El se lo cumplió" . . .

Estas líneas de nuestra amadísima Madre Angélica, escritas con la sinceridad y la sencillez que la caracteriza-ban. nos pone de manifiesto el duro sacrificio que fué para ella la fundación, por la cual no sentía ningún atractivo y dejar a su Comunidad a la que amaba entra-ñablemente y en la que se sentí a muy en su centro. Sólo el amor a la Voluntad del Señor que se le manifestaba en el deseo de su Prelada y de su director, la hizo abra-zarse con sus adorables designios y con la cruz que El le presentaba y que, a la verdad, se la díó como ella generosamente se la había pedido, "desnuda y sin flo-res".

Conservó hasta la muerte el cariño más p ro fundo por la cuna de su vida religiosa y recordaba siempre con edificación y grande afecto a cada una de sus her-manas, alabando el excelente espíritu que vió resplan-decer en ellas.

La solicitud que se elevó a Roma para la fundación, tuvo el más feliz éxito, y quedó fi jada para el 2 de Fe-brero del año 1898, día de la festividad de la Purifi-cación de Nuestra Señora, la fecha en que se llevaría a cabo.

Mientras tanto Nuestra Madre Margarita dispuso la preparación de lo que debería llevarse para el nuevo palomarcito de la Virgen y puso todo su empeño en lo que serviría para el servicio del altar. La Madre Angé-lica se dedicó con sumo amor a confeccionar la ropa de la sacristía que tan directamente se emplearía en "el culto de Jesús Sacramentado. Los ornamentos, casullas, albas y demás paramentos sagrados que hizo, fueron obras de verdadera prolij idad v gusto, que se usan hasta el presente en nuestra Comunidad.

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Entretanto el t iempo corría velozmente y llegó para ella el día destinado al gran sacrificio de dejar su amado Monasterio al que profesaba afecto tan p rofundo .

* * *

La festividad de la Purificación de la Virgen San-tísima estaba muy en armonía con los sentimientos que embargaban su alma, henchida de amor a Jesús y a María Inmaculada; pero hondamente desgarrada por la separación. "La despedida y separación de nuestras ama-

das hermanas —escribe nuestra Madre Angélica en sus " apuntes para las Crónicas—, fué tierna y dolorosísi-" ma; y después de relatarla concluye diciendo que "par-" te de su alma quedaba tras esos muros queridos".

El viaje a Cur imón se hizo sin novedad y este hu-milde pueblecito se revistió de sus mejores galas para recibir a las esposas del Señor. Al día siguiente tuvo lugar la bendición del Monasterio, y se impuso la clau-sura papal.

La pobreza y descomodidades del naciente Carme-lo no podían ser mayores. "Encontramos —escribe " nuestra Madre Angélica en sus apuntes—, suma po-" breza en nuestro pequeño Monasterio. El vernos des-" provistas, aun de las cosas que podrían creerse in-" dispensabas, hizo en esos primeros días el gozo de "nues t ras almas, pues encontrábamos en nuestro pobre " Monasterio la semejanza de los que f u n d ó nuestra " seráfica Madre Teresa de Jt^ús. En ese tiempo todo " se hacía en el duro suelo y el pobre menaje del re-

fectorio y cocina se lavaba en la acequia". Pocas fundaciones, en efecto, habrán tenido un co-

mienzo de tan extremada pobreza como ésta. La casa no podía ser más desacomodada y el mobiliario más modesto y reducido. Sin duda Nuestra Santa Madrs1

Teresa miraría con complacencia y amor particular a este nuevo Palomarcito de su Reforma que se asemejaba tanto a los fundados por ella misma y se gozaría viendo; a sus hijas que, con júbilo santo, abrazaban los sacrifi-

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eíos y privaciones y se constituían en improvisados car-pinteros fabricando con cajones armarios, mesas, etc., que llenasen las necesidades más indispensables del des-mantelado Monasterio.

La Madre Angélica, como es natural, era de las más entusiastas en todas las tareas y de las que experimen-taban mayor consuelo encontrándose en medio de una soledad v pobreza tan sin iguales. Aunque la casa es-taba en la plaza misma del pueblo, como éste era peque-ño y sin movimiento, el silencio que reinaba en los con-tornos hacía el efecto que en él no existía nadie más que las humildes moradoras del Palomarcito teresiano de la Virgen. La apacibilidad del ambiente, en donde no se escuchaban sino que los murmullos de la natura-leza y de vez en cuando el ruido lejano del ferrocarril y las campanas de San Francisco, juntamente con la be-lleza del lugar, remontaban con facilidad y con mística fruición su alma hacía el Señor.

Sin embargo, Dios que la llevaba por el camino de las privaciones y de la cruz, no permitió que su amada esposa disfrutase de aquel goce puro del retiro y del silencio sin estar exenta de dolores. Quebrantada de tiempo atrás la salud de Nuestra Madre Margarita, re-sintióse notablemente con el cambio de clima, y ella, que creyó gozar indefinidamente de la compañía de tan amada madre, tuvo el mayor desconsuelo cuando supo que el Señor Arzobispo ordenaba su pronta vuelta a su Monasterio. El día que se recibió la noticia, anota en el diario de la Comunidad: "Para nosotras, sus pobres "h i jas , este golpe ha sido muy duro; quiera Nuestro " Señor ayudar tanta debilidad. La que ésto escribe se "ha l l a anonadada y sin valor; pero todo lo recibe de la " mano de Dios y de El todo lo espera . . . El Señor " —agrega más abajo-—, sabe lo que esto es para la " fundación, que después de El todo lo esperaba de su " madre fundadora" .

Gran dolor, mucha confianza en Dios y p ro funda humildad, revelan estas líneas que son el reflejo de su alma, la cual en todas circunstancias, por penosas que

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fuesen, se mantenía confiada en el Señor y en un pro-f u n d o anonadamiento de sí misma. La fortaleza de su espíritu, de que dió muestras en todo el curso de su vida religiosa, descansaba sobre estas dos fases inconmovi-bles: la fe en el Señor y su impotencia propia. Para ella Dios era el todo; ella la nada. Así la conocimos siempre, y así, con estos mismos sentimientos, la vimos hasta su muerte. Inteligentísima y muy humilde, acaso su mismo talento, ayudado de la luz sobrenatural que la gracia infundía en su alma, le dió ese conocimiento de la Verdad esencial: el todo de Dios y la nada de la criatura.

Razón tenía Nuestra Madre Margarita cuando al dejar a sus hijas en manos de la Madre Angélica part ía segura sabiendo sobre qué piedra tan sólida y preciosa cimentaba su fundación. Su pensamiento y deseo había sido permanecer con ellas a lo menos medio año; pero Dios había dispuesto las cosas en otra forma, y, a pesar de que su corazón se desgarraba con la separación, érale un descanso pensar que quedaba al frente del naciente Carmelo una religiosa de tanto valer como la que había escogido para que se hiciese cargo del nuevo Colmenar teresiano.

El 23 de Mayo fué el día f i jado para su regreso, y acompañada de una religiosa, partía a Valparaíso de-jando a la joven Comunidad en la aflicción que es- fácil imaginar.

Los detalles de esas horas oue precedieron y se si-guieron a su partida, consignados por la Madre Angé-lica en la misma libreta antes aludida, son muy tiernos v conmovedores. El dolor de la Madre que se iba y de las hijas que se quedaban está encerrado en esas páginas v en el Corazón de Dios que al dar a sus esposas el amor inmenso y soberano a El, no les quita la sensibilidad, ni el ooder de amar mucho en El.

Se comprende lo que sería para el naciente plantel Carmelitano la separación de su Madre Fundadora y so-bre todo para nuestra amada Madre Angélica, unida a ella con especiales lazos de intimidad y de afecto. Abis-

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jnada en su p ro funda pena se le oyó decir: que "la fun-dación quedaba huérfana apenas nacida".

Mas, Dios, en su infinita bondad, deparaba a la Co-munidad en ella misma la madre más prudente y ab-negada, ba jo cuyo sabio gobierno y maternales cuidados se formaría y crecería en observancia y perfección,

* * *

AI día siguiente de la partida de Nuestra Madre Margarita, 24 de Marzo de 1898, reunidas las religiosas en la Sala Capitular se dió lectura al nombramiento ofi-cial que la designaba como Priora del Monasterio. In-mediatamente se cantó el Te-Deum y la Comunidad rindió obediencia a la joven Prelada.

Contaba Nuestra Madre Angélica 36 años de edad cuándo Nuestro Señor depositó sobre sus hombros esta cruz, y puso en sus manos la dirección del naciente Car-melo. Apenas sus nuevas hijas la dejaron sola, despues de las primeras demostraciones de cariño y regocijo, ce retiró al Coro oara descargar en Nuestro Señor el nuevo peso que la oprimía y pedirle su gracia y su ayuda.

En la presencia de Aquél que tanto amaba, desbor-dóse su alma entera y profundamente anonadada, y el espíritu de Dios que reposaba en ella, hizo asiento en su corazón de manera todavía más particular, revistién-dola de la gracia propia a la autoridad que la asignaba. Sintiéndose de El asistida y con ese p r o f u n d o conoci-miento de su nada y de su impotencia que la caracteri-zaba, pero llena de confianza en su Dios que le haría todo, se entregó de lleno a sus nuevos deberes.

La Comunidad desde el primer momento se había establecido en la observancia y así puso todo su empeño en llevarle adelante con mayor perfección cada día y en sostenerla con su ejemplo y exhortaciones. Todas las santas costumbres que se guardaban en el Monasterio de su cuna religiosa, las impuso tal como era el deseo de Nuestra "Madre Margarita. En perfecta armonía con ella cimentaba el nuevo Palomar en la misma forma que se

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había formado el de las Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús de Viña del Mar, teniéndole por modelo y conformándose en todo a sus usos. Diariamente escri-bía a Nuestra Madre Fundadora dándole cuenta de todo y recibía de ella con docilidad sus consejos y sus indi-caciones, hasta que ésta, descansando enteramente en la capacidad y virtud de su amada hija, le significó que no era necesaria una correspondencia de todos los días. Sin embargo como humilde y prudente no dejaba de escribirle a lo menos semanalmente y de consultarla en todo.

Su gobierno era de firmeza para hacer guardar las leyes y conservar las tradiciones monásticas y de suma prudencia y bondad en el trato con sus hijas. Su gran corazón y la claridad de su espíritu unidos a su sólida virtud, hacían de ella una gran Prelada con dotes excep-cionales para el cargo. Parecía que nada hacía, hacién-dolo todo con gran modestia y discreción.

Su gran cultura, talento y don de gentes trascendía al exterior, y las personas de autoridad con que a veces se veía obligada a t ratar por los asuntos mismos del Monasterio, ya fuesen los Prelados, y el señor Síndico etc., quedaban prendados de su inteligencia y de su fi-nura.

Por otra parte, al confesor ordinario de la Co-munidad y a los Padres Carmelitas, recién llegados a Chile, les llamaba también profundamente la atención estas cualidades y su virtud, en especial su humildad y prudencia, juntamente con su sólida espiritualidad. A estos últimos les causó la más grande admiración y agra-do encontrarse en aquel escondido y pobre lugar, con una hi ja tan genuina y esclarecida de Nuestra Santa Madre Teresa, cuyo espíritu habíase asimilado por completo y lo había sabido comunicar, aquel joven Pa-lomar, que con tanto acierto gobernaba. El Padre Er-nesto de Jesús iba con frecuencia a esas soledades y los Padres Agustín del Sagrado Corazón y Atanasio — mártir este último de la persecución en España—, tam-

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bien llegaron hasta ese oscuro y solitario rinconcito y los tres fueron grandes apreciadores de sus excepcionales cualidades y méritos. Ella, a su vez, les profesaba la ve-neración más p ro funda y un santo y fraternal afecto. Sus pláticas y la dirección espiritual que daban a las al-mas, encontraban Su lleno en la suya que era tan neta-mente Carmelitana.

El silencio del lugar, su soledad, las horas pasadas junto a Jesús Sacramentado, que constituía su solaz y su amor, todo ese conjunto, en fin, de recogimiento y de unión de corazones en un solo ideal: Dios, inundaban su alma de íntima satisfacción, de paz. El Señor se co-municaba con largueza a su amante esposa y ésta, no tenía otra ambición que procurar que El morase agra-dado en aquel humilde Monasterio donde había ido con el solo fin de cumplir su Voluntad y de que El allí fuese muy glorificado. Veía a sus hijas fervorosas y fe-lices en la casa del Señor, a pesar de las descomodidades y pobreza que reinaba en ella y le era de grande aliento y consuelo constatar el buen espíritu de que estaban to-das animadas.

Sin embargo, como madre, a quien preocupaba la salud de cada una y el porvenir de la Comunidad, com-prendía los graves inconvenientes que existían en pro-longar la permanencia de sus monjas en una casa tan desacomodada e insalubre como la que entonces habita-ban, y además otras muy serias dificultades hiciéronla pensar que no era posible radicarse en aquel desampa-rado pueblecito, donde fué admirable cómo el Señor la ayudó en todo momento y cómo ella pudo desenvol-verse con tan escasos recursos materiales cuales eran los que la Comunidad contaba. Su confianza en Dios y su talento obraron verdaderos prodigios.

Motivos poderosos la determinaron a pensar seria-mente en el traslado de su Comunidad a otro lugar. Los tropiezos que encontró para realizarlo habrían hecho desistir a cualquier ánimo menos esforzado que el suyo y de confianza más limitada eri su Dios, p2ro

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puesta su fe en El, t r iunfó de todos los obstáculos con la oración y el sufrimiento.

Nuestra Madre Margari ta que, al alejarse del lado de sus hijas, llevaba el corazón oprimido dejándola en una casa tan incómoda y malsana y a quien el pensa-miento sólo de la pronta construcción del Monasterio definit ivo aligeraba de tal peso, apoyó con entusiasmo la idea, desesperanzada ya por completo de que se hicie-ra el edificio de tan apremiante necesidad. Por su parte el Excmo. Sr. Arzobispo, don Mariano Casanova, al entrar dentro de la clausura en su visita canónica a Cu-rimón, había quedado tan penosamente impresionado de la insalubre y pobrísima morada de las Carmelitas que, al manifestársele este deseo, inmediatamente quiso se hi-cieran las gestiones para el efecto.

Al tener conocimiento, la señorita fundadora, de que las Carmelitas intentaban trasladarse a otro lugar, quiso de todos modos retenerlas y con este motivo se suscitaron nuevas dificultades, a las cuales el Excmo. Sr. Arzpbispo no encontraba por el momento otra so-lución que disolver la Comunidad y repartir las religio-sas en otros monasterios, lo que si se llevaba a cabo era dar fin a la fundación. Se comprende qué días tan pe-nosos viviría nuestra amada Madre Angélica en estas cir-cunstancias. Sin embargo su confianza en Dios no dis-minuyó un punto y con oraciones y penitencias espe-raba que El cambiase el parecer del Prelado y lo incli-nase a su favor.

Con fe inquebrantable en el Señor hizo que sus hijas redoblasen sus súplicas y que cada día se tomase en Comunidad una disciplina por esta intención. Dios premió su confianza en El y tanto pudo esta oración confiada y penitente, que el Sr. Arzobispo, no encon-t rando quietud por la suerte de sus hijas de Curimón, accedió al traslado a Los Andes.

Mientras se practicaban las diligencias para encon-trar allí casa apropiada y nuestra Madre Angélica se preocupaba en hacerlas activar, una de sus hijas mor-

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talmente enferma recibía de su amante corazón sus maternales atenciones. A la par de la enfermera se cons-tituyó en su continua asistente y a pesar de su contagioso mal le prestaba los más solícitos cuidados con una abnegación de verdadera madre. La noche que precedió a su muerte, olvidada enteramente de sí misma pasó todo el tiempo jun to a la cabecera de la enferma que no quería que se separara de su lado, ayudándola en esos supremos momentos con actos fervorosos de amor a Dios hasta que en sus manos, después de darle su bendición, entregó santamente su angelical alma al ISeñor. U n a hermana consanguínea suya, que fué fervorosa religiosa de esta Comunidad, recordaba siempre con p ro funda emoción y gratitud la abnegación heroica que tuvo para con ella y sus delicadezas de todo género.

En esos mismos días, en que volaba al cíelo la pri-mera de sus hijas, se encontró en Los Andes la propiedad que actualmente ocupa la Comunidad y en cuya compra la Providencia Divina proveyó de manera admirable a su fiel sierva porque fal tando casi la mitad de la suma que se necesitaba para pagar su valor y el de los gastos que era indispensable efectuar para arreglar la casa, el Señor suscitó a quienes generosamente la cubrieron. Ha-biendo pedido los planos de ella la hizo arreglar adap-tándola lo mejor que fué posible a las necesidades de la vida religiosa.

T a n t o se activaron los trabajos que se pudo fi jar el 18 de. Diciembre de 1902 la fecha de la traslación. Y ese día la ciudad de Los Andes recibía a las hijas« del Carmelo con señaladas muestras de cariño y regocijo.

* *

Empezó aquí para la Comunidad una era de pros-peridad que fué para nuestra amada Madre Angélica la merecida recompensa que Dios le daba por aquellos casi cinco años de ocultas pesadumbres, aunque tan llenos de celestiales consuelos, de su estadía en Cur imón. Sólo El sabe las horas de dolorosa espectacíón y de confiada

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fe en su Providencia divina que allí vivió. Si todas las fundaciones requieren sacrificios y sufrimientos, qué decir de ésta que se hizo en la más extremada pobreza y desamparo y se consolidó en medio de penosas con-tradicciones. ¡Cuánto le costó a ella sostenerla y cuán-to t rabajó por su formación y desarrollo! Se comprende el gozo y la satisfacción que experimentaría al ver al fin radicada definitivamente su Comunidad después de tantas pruebas y zozobras y su inmensa gratitud para con Dios que le había deparado una morada que le aseguraba el porvenir del Monasterio.

Llena de reconocimiento al Señor se dedicó con en-tusiasmo al arreglo de celdas y oficinas, y a la cabeza de sus hijas daba ejemplo de abnegación y de trabajo. La casa, aunque modesta y no muy grande, era sin em-bargo muy superior en todo a la de Curimón y supo adaptarla tan bien a la vida monástica, que por enton-ces llenaba perfectamente las necesidades de la pequeña Comunidad. En todas partes puso algo de su alma y llenó sus claustros de enredaderas y jardines, imprimién-doles un sello de religiosa poesía que armonizaba admi-rablemente con su sencillez y pobreza sumas.

Y cuando hubo arreglado y dispuesto todo conve-nientemente en lo interior para la buena marcha de ofi-cinas y oficialas, y para que el conjunto ayudase a la observancia de las leyes y reglamentos, y levantase el espíritu a su Dios, se entregó con empeño a la formación de la huerta, que era en los principios un vasto potrero cubierto de malezas.

Ignorando por completo todo lo que se relacionaba con . el campo y sü cultivo se ingenió, sin embargo, en tal forma, que ella misma delineó el terreno y combinó las plantaciones.

N o sólo se preocupó en aprovecharlo todo prácti-camente, sino aue con ese sentido de la belleza que la caracterizaba, dispuso la huerta con tanta armonía es-tética que la dejó t ransformada en un pequeño paraíso de árboles y de flores. Ella misma cavaba la tierra y a a la par de los trabajadores hacía las plantaciones.

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Llevada de su amor al Santísimo Sacramento per-siguió el ideal que en ella hubiese todo lo que pudiera servir para el culto de su Divino Prisionero y con esta intención fo rmó una hermosa avenida de olivos, abri-gando la esperanza de que se aprovechasen las aceitunas para sacar el aceite que debería arder continuamente ante su divina Presencia.

Teniendo también en vista a Jesús eucaristía plan-tó un extenso parrón con el objeto de que de las uvas se hiciese el vino para el Santo Sacrificio de la Misa. Y no satisfecha todavía su devoción consiguió años más tarde un colmenar a fin de que dentro del Monasterio se cosechase la cera y se fabricasen las velas para el ser-vicio del altar.

Dotada de extraordinarias aptitudes para todo, con igual destreza cogía en sus hábiles manos los toscos ins-trumentos de labranza o de carpintería, como manejaba delicadamente la pluma, la aguja, los pinceles y el cincel. La Comunidad conserva en todas partes muestras admi-rables de sus obras, en la Capilla, en el Coro, en la huer-ta, en los claustros y oficinas, donde han quedado ras-tros indelebles de su paso.

Y la que tenía tan variadas dotes para todo, las poseía también sobresalientes para el gobierno interno de la Comunidad y para regir sus intereses materiales. Su talento universal abarcaba todas las esferas, y cuali-dades que difícilmente se puede encontrar en una sola persona reunidas, se hallaban en ella, a quien Dios había capacitado de manera realmente excepcional. Y ésto en medio de tanta modestia de su parte que jamás se le vió suficiencia en nada, ni aires de sabiduría, ni tonos de enseñanza. Humilde, como lo son todos los santos y las almas de verdadero talento, era cual el agua que, llevan-do en sí la fecundidad, se desliza, sin embargo, por la tierra callada, modesta, sin ostentación.

Once años consecutivos estuvo entonces al frente de su Comunidad, desde 1898 hasta 1909, y durante este lapso, con amor y abnegación sin límites, se en-

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tregó a la tarea de cimentarla en observancia y perfec-ción, de procurar su adelantamiento espiritual y ma-terial, de mejorar su situación económica, de buscar el bienestar de sus hijas dentro del espíritu religioso y el aprovechamiento de sus almas. En su servicio gastó sus mejores energías y se dió sin medida al sacrificio y al t rabajo. Dios le realizó aquel deseo de su corazón que tan a menudo le manifestaba con las palabras de una Jaculatoria que repetía continuamente: " ¡ O h Víctima siempre presente y siempre inmolada, inspiradme la san-ta pasión del sacrificio!" ¡Verdaderamente tuvo esta santa pasión del sacrificio por amor a Dios y a su Co-munidad!

Terminado este período de su gobierno en que con tanto acierto y espíritu sobrenatural y teresiano supo formar y regir el rebaño que Dios le confiara, fué de-signada Maestra de Novicias; y se encontraba en su apa-cible retiro, cuando, estimándola en extremo sus supe-riores, se f i jaron en ella para proponerla la dirección de un Monasterio de Carmelitas que necesitaba ayuda, per-suadidos y seguros que desempeñaría perfectamente mi-sión tan delicada; pero, considerando bien todas las cosas, modesta y prudentemente rehusó aceptarla. Se le ofre-cieron, además, dos fundaciones fuera del país, mas Dios, que quería conservar a la Comunidad tan preciosa joya y Madre tan querida, demostró ser su Voluntad que per-maneciese en su Monasterio, del cual era el alma y la vida. En aquella época de su existencia oculta y re-tirada, Nuestro Señor proseguía en su amada esposa su obra puríficadora de tanto provecho para sí y para la

Iglesia y a la cual ella correspondía fiel y amorosamente.

* * *

En 1915 volvía a ser elegida Priora de su Comu-nidad. Este trienio fué marcado especialmente con el

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«ello de la cruz. En su primer gobierno el Señor le había deparado el consuelo de ver aumentar su Comu-nidad con escogidas vocaciones que llegaron hasta aquí atraídas por la fama de austeridad, unión y recogimien-to de que gozaba este Monasterio. En este o t ro El redu-jo el número de las religiosas llevándose a tres de ellas que fueron a aumentar el coro de las vírgenes.

En efecto, si el 15 de Octubre de es año de 1915, todas su hijas sin faltar ninguna, se reunían en torno de Madre tan amada para festejarla en el 25 aniversario de su profesión, celebrando con el mayor cariño y rego-cijo sus Bodas de Plata, un año más tarde, en la misma festividad de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús, tres de ellas no estaban ya a su lado. Las circunstancias de esta prueba se le presentaron especialmente dolorosas. Una maligna epidemia de gripe atacó a toda la Comu-nidad, y, con diferencia de pocos días fueron arrebata-das al cielo estas ejemplares y amadas religiosas, no sién-dole a ella posible asistirlas, porque se encontraba tam-bién gravemente enferma de una bronconeumonía que la tenía a las puertas de la muerte. Las energías de su ánimo y s-u resignación a la Voluntad de Dios, fueron admirables. E n el estado de extremada gravedad en que se hallaba cualquiera otra naturaleza de espíritu menos fuerte que el suyo habría sucumbido. Fué una escena profundamente conmovedora verla arreglar con sus pro-pias manos, trémulas por la fiebre y la emoción, como suprema prueba de su amor, la corona que ceñiría las he-ladas sienes de una de sus hijas que se había distinguido en su cariño y adhesión a ella y que hasta caer víctima del general contagio, la asistía como su enfermera, pro-digándole sus más filiales y solícitos cuidados. Se com-prende lo que sería para aquel delicado corazón mater-nal, que sabía tan profundamente amar y sentir, esas horas de tan p r o f u n d o dolor! Hasta ahora conser-vaba vivo el recuerdo de esos días de desolación y an-gustia en que las campanas del Monasterio doblaban con lúgubre acento, repercutiendo el eco de sus tristes tañi-dos en su desgarrada alma . . .

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Su salud quedó, después de esta enfermedad, resen-tida para siempre; y muy a su pesar, meses máa tarde, tuvo que reintegrarse en el oficio de Maestra con mo-tivo de la entrada de una postulante, por habérselo así ordenado Nuestra Madre Margarita. En efecto, escri-bióle significándole que era su voluntad que conservase en el cargo de Priora la dirección del Noviciado. Cos-tóle mucho a su humildad, pero fué preciso tomar tam-bién sobre sí esta nueva responsabilidad, la que años antes había asumido por obediencia a la Prelada que le sucedió en el oficio. Desde 1909 hasta su elección de 1915 había estado viviendo en la apacible soledad del Noviciado y nuevamente tenía que reanudar la delicada tarea que el Señor le confiaba, y que muchos años to-davía dejaría en sus expertas y prudentes manos.

N o repuesta aún de la dolorosa pérdida que fué para ella y su Comunidad la muerte de las tres religiosas aludidas, un nuevo sacrificio de otra sensible separación se avecinaba con motivo de la fundación que la señorita Luisa Larraín García Moreno realizaría en Valparaíso con dos religiosas de este Monasterio. El 18 de Mayo de 1918 partían en efecto ambas fundadoras, dejando en su corazón el vacío que se comprende.

Acercándose, por ese mismo tiempo, el Capí tulo para nueva elecciones de Priora y sintiendo sus hijas la necesidad de seguir cobijadas ba jo su maternal y pru-dente dirección, demostraron una vez más su aprecio y adhesión, eligiéndola por la unanimidad de los votos.

Dios que teje nuestras vidas de penas y de consue-los, envióle en este trienio a su amadísima esposa de lo uno y de lo otro. En el transcurso de él llevóse al cielo a darle el premio de todo lo que en la tierra había hecho por su gloria a Nuestra venerada Madre Fundadora Mar-garita de San Juan de la Cruz, la cual entregó su santa alma a Dios el 19 de Jul io de 1919 en el Monasterio de San Bernardo, la Benjamina de sus fundaciones.

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No es difícil adivinar lo que sería para el corazón de hija tan amante y fiel la muerte de madre tan queri-da, de quien había recibido siempre señaladas muestras de cariño y de confianza.

El mayor sacrificio de su vida religiosa había sido el separarse de ella. U n a vez consumado éste le quedó siquiera el consuelo de poder contar con el afecto gran-de y sincero de aquella que, desde lejos, la seguía cons-tantemente y se preocupaba con maternal solicitud de todo lo suyo.

Las cartas que de ella conservaba como veneradas reliquias, revelan hasta lo último la ternura y el interés más grande por hija tan amada que ocupaba en su alma un sitio predilecto.'* Al perderla, perdía indudablemente del lado de la tierra el apoyo moral y el amor de una verdadera madre, y sintiéndolo ella así en su amante y afligido corazón, con mayores fuerzas levantó su alma a su Dios.

El Señor para recompensar sus pasados sacrificios suscitó fervorosas vocaciones que vinieron a llenar los huecos que la muerte y la fundación de Valparaíso ha-bían dejado vacíos, reforzando así su Comunidad y po-blando su palomar del Noviciado. Entre ellas le hizo Dios el don precioso de Juanita Fernández Solár, a quien le puso el nombre de Teresa de Jesús por encon-trarla digna de llevar el de tan excelsa madre y en re-cuerdo de la amante hija que le arrebató la muerte en la epidemia de la gríppe del año 1916.

¡Cuánto amó y apreció esta angelical criatura ( la que era su Priora y Maestra le atestiguan sus cartas y escritos donde se trasluce muy al vivo su veneración y su afecto! Correspondíale ésta con una ternura tan ma-ternal y religiosa y con una dirección tan prudente en los caminos extraordinarios por los que el Señor la lle-vaba, que ésta encontrando en su amada madre el lleno de su corazón y de su espíritu la amaba y estimaba como a santa.

T a n rico presente del cíelo no debería durar mucho sobre la tierra y El que la quería para Sí, consumó en

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breve su carrera arrebatando para el cielo tan preciosa existencia.

Dios que conducía a nuestra amada Madre Angé-lica por senderos de espinas y privaciones, no le dió el consuelo de asistirla en sus últimos momentos. Sólo los cinco primeros días de los diez de su enfermedad, pudo dispensarle sus maternales cuidados, porque atacada ella misma de una delicada congestión pulmonar , no pudien-do tenerse ya en pie por la fiebre alta que tenía, tuvo que rendirse a las apremiantes instancias de la Comuni-dad que la obligó a recogerse. Fué, sin duda, éste para ambas un duro sacrificio que el Señor les exigió.

En vísperas de las excequias de tan amada hija, aunque estaba con 39 grados de temperatura, manifestó a la enfermera que se levantaría a los funerales. Y, en efecto, a pesar de que al día siguiente el termómetro mar-caba 38 y medio, llegó así arrastrándose al Coro y pudo darse el triste consuelo de colocar sus queridos despojos en el ataúd y de permanecer allí durante toda la Misa, no obstante hallarse la atmósfera cargada del humo de los cirios y de que se sentía desfallecer. Se considera co-mo la primera gracia de esta su angelical hija, el que no tuviese su levantada fatales consecuencias, siendo ella de salud tan delicada, y que desde ese día entrara en franca mejoría.

* * *

Habiendo terminado en 1921 los dos últimos trie-nios seguidos de su gobierno, fué confirmada por la nueva Madre Priora en el oficio de Maestra de Novicias, en el cual permaneció hasta el año de 1927, por lo que todas las religiosas que entraron en la Comunidad, desde 1909 hasta entonces, fueron formadas por ella. En sus últimos años la obediencia le confió de nuevo este cargo, hasta 1941, en que, elegida otra vez de Priora, lo delegó en otra religiosa.

En su gran corazón encontraban aquellas tiernas plantas recién salidas de los afectos y comodidades del

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hogar, el cariño de una verdadera madre. Ninguna de sus hijas podrá olvidar jamás esa sonrisa plena de amor y de bondad con que ella las recibió al ingresar en el claustro. Esa primera sonrisa suya era como una caricia maternal y como un trasunto del cielo. Dilataba el alma de aquella que acababa de desprenderse de los seres más amados, haciéndole sentir el calor de esa nueva fa-milia religiosa y la dicha de pertenecer al Esposo Divi-no . . . Nadie más acogedora y comprensiva que ella que había sabido de tantos desgarramientos del corazón y de tantas pruebas de alma. Poseía el don de conso-lar, alentar, compadecer y corregir sin herir. N o que-braba la caña cascada y con gran paciencia y hu-mildad, aguardaba los momentos de la gracia, las horas del Señor . . . Y era tanta su luz para las cosas del es-píritu, que muchas veces movida por interior impulso, llegaba donde las novicias que estaban sufriendo y les decía la palabra apropiada que necesitaba el alma para recobrar el consuelo y la paz.

Su gran bondad y maternal ternura, no tenían, sin embargo, nada de sensiblería. Se le sentía inmen-samente buena, tierna y comprensiva, pero moderada y austera. Había en ella algo de muy suave y de muy varonil a la vez. Su solicitud llegó en algunas ocasiones hasta hacer llevar a la enfermera ropa de su propia cama para abrigar a sus hijas en las heladas noches de invier-no, y, al mismo tiempo, que así demostraba su tierna piedad y desvelo maternal, no las eximía de la obser/ vancia, con excepción de los casos en que las notaba en-fermas — q u e entonces era toda cuidados para con ellas — y le gustaba que desde los comienzos se formasen en la disciplina regular y fuesen robustas de espíritu, acostumbrándolas a no medir las fuerzas de la natura-leza, sino a contar con la gracia de Dios. Ella, que desde los comienzos de su vida religiosa, había sentido en ex-tremo la debilidad física y se había sobrepuesto a sí misma, abrazándose con todos los rigores de las leyes y del t rabajo, sabía por propia experiencia que en la

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religión Dios ayuda a quien se esfuerza y que " todo en ella, como decía, debía ser sobrenatural y d iv ino" .

En la formación de las novicias dejaba mucho al Espíritu Santo que obrase en las almas, siguiendo y co-operando 3 su acción en ellas con una humildad, tino, acierto y prudencia admirables. No era inclinada a pro-barlas mucho, pero, en cambio se preocupaba sobrema-nera en grabar profundamente en sus discípulas los fun-damentos básicos de la perfección religiosa y de las vir-tudes monásticas. Inculcábales éstas no por el rigor sino por el convencimiento. Su palabra tenía una fuerza pe-netrativa llena de unción que la hacía muy eficaz por-que llegaba ai corazón de sus hijas y las persuadía a la práctica de las virtudes por amor a Nuestro Señor que en su infinita bondad y misericordia había dado su vida por nosotros y que sin ningún merecimiento de parte del alma la había l lamado a la vida religiosa para ele-varla a la dignidad incomparable de esposa de todo un Dios. Mostrábales la excelencia del estado religioso, la grandeza de este l lamado de predilección, la dicha ine-fable de pertenecerle por una consagración que la hace total y exclusivamente suya y como todo en ella debe llevar ese sello de pertenencia divina, de holocausto to-tal, de servidumbre absoluta que encierra para la criatu-ra la suprema exaltación y para Dios el más perfecto homenaje que de ella puede recibir. Hacíales ver la ne-cesidad de corresponder amor por amor, de buscar en todo el agradarle, el sacrificarse por los intereses de su gloria y probarle prácticamente en el ejercicio de la ne-gación de sí misma y de todas las virtudes su entera donación. ^ Poníales como fin de la vocación de Carme-lita la unión con E)ios y la salvación de las almas y como medio para realizarla aquellos que recomienda nuestra Santa Madre Teresa: la oración y la mortificación, el amor a Dios y el amor al prójimo. Insistía principal-mente en el espíritu de sacrificio y de abnegación porque decía que "sin ésto no había vida regular, ni caridad fra-" terna, ya que quien no se olvida y niega a cada mo-' mentó, caminará siempre midiéndose las fuerzas y

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" mirándose a sí misma, tanto para cumplir las leyes " como para ayudar a sus hermanas" . Procuraba en todas sus enseñanzas infundirles grande aprecio por la observancia "como si de cada una ésta dependiese única-mente" y a no dejar caer ninguna santa costumbre, que son como la savia vivificante de las Comunidades. Reco-mendábales encarecida e incansablemente el espíritu cor-porativo, la consideración de unas con otras en palabras y en obras, la caridad fraterna en todas sus faces. De-cíales que el amor que ligaba a las religiosas entre sí era amor de hermanas y éste no podía ser egoísta ni in-diferente, sino abnegado y siempre dispuesto al sacrifi-cio para ayudarse y aliviarse mutuamente.

Ponía grande empeño en hacerlas penetrarse de la grandeza del Oficio Divino y del respeto y devoción con que debe rezarse ante el divino acatamiento del Señor como tr ibuto de la más perfecta adoración y alabanza ante la soberana Majestad de todo un Dios. Hija muy digna de nuestra Santa Madre Teresa que decía que "daría su vida por la menor ceremonia de la Iglesia", procuraba que sus discípulas se impregnasen de este mismo espíritu en todo lo que se refiere al servicio del Coro y recitación de la salmodia.

Recomendábales con instancias el espíritu de ora-ción y de unión con Dios. "Así como el sarmiento, de-" cía, unido a la vid, da mucho f ru to y apartado de él " no sirve para nada, así la Carmelita unida a su Dios " podrá solamente dar frutos" de santidad y salvar al-" mas. Separada de él su vida será inútil, vacía y ente-" ramente perdida. En la medida de su muerte y de su " unión con El estará su verdadera vida y la vida que " dará a las almas".

Enseñábales que "exteriormente la Carmelita debía " llevar como sello la moderación. Moderación en el " trato con las religiosas, en las conversaciones, en la " voz, en el andar, en la vista, etc., todo lo cual debía " ir unido a una gran sencillez y huyendo de la menor "afectación: religiosa en todo momento, en todas par-" tes, en todas circunstancias. Que interiormente su vida

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" debía estar informada por el amor y por el espíritu " de sacrificio. Por el amor se une la Carmelita a su " Dios. T o d o lo debe hacer por amor y con amor ; y " mediante el espíritu de sacrificio buscar la negación de " sí misma, de su "yo" , de su propia voluntad, el olvido " completo personal. La Carmelita porque es un holo-" causto encierra en sí a la víctima y a todo lo que " significa muerte. Con este carácter de inmolación in-

formado por el amor glorifica a Dios, se santifica y " salva a las almas".

Inculcábales la sumisión a la Prelada, el espíritu sobrenatural para obedecerle y rendir su juicio, el no permitirse jamás palabra, expresión ni acto cualquiera de crítica; el respeto y consideración a la autoridad de Dios que ella representaba; el secundarla en todas sus órdenes y esto especialmente cuando se tratase de puntos de mayor observancia y perfección. Que nunca procu-rasen captar su estimación o cariño, pero, sí, serle fiel y sumisa hasta la muerte.

Hacíales tener grande estima de la virtud de la po-breza poniendo gran cuidado en amar lo pobre, en .no desperdiciar nada y en procurar que no se deterioran los objetos de la Comunidad y lo que se tenía a uso.

Pero en lo aue más insistía, juntamente con la ca-ridad y espíritu de sacrificio, era en la humildad. Para ella no había espiritualidad sólida sin esta gran virtud, fundamento básico de todas, y le eran sospechosas las demás cuando faltaba a ellas ésta que es de todo pun to indispensable. Gustaba que sus hijas sin-tiesen bajamente de sí y llenábasele el semblante de es-pecial satisfacción y dulzura cuando les veía estos sen-timientos, y se le notaba por el contrario una sombra de honda tristeza si descubría en ellas cualquier género de vanidad, de orgullo o de soberbia por sutil que fuecé Al hablar de esta vir tud de su palabra tenía una unción particular que ponía de manifiesto aquella verdad del conocido adagio que dice: "de la abundancia del corazón habla la boca": qué insinuante y persuasiva se hacía al querer hacer penetrarse a sus discípulas de la nada que

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somos, de nuestra inclinación al pecado, de nuestra fla-queza, de la necesidad de abatirnos ante Dios y las cria-turas: "Nada hay, decía, que agrade más al Señor que " la humildad. Sabido es que un corazón contri to y " humil lado es el que atrae todas sus miradas. Los sen-" timientos de un alma humilde y contrita son los que " mejor convienen a nuestra naturaleza impotente, débil " y miserable, y los más propios es nuestro trato con " Dios todo pureza y santidad". Y señalaba como ejemplar perfecto de humildad a Nuestra Santa Madre, cuya vida y escritos están impregnados de esta virtud y la cual decía "habiendo sido tan favorecida del Se-" ñor y llegado a la cima de la unión con El y de la " t ransformación divina, sin embargo, al morir, las úl-" timas palabras que se escaparon de sus labios no fueron " las de una alma en los transportes místicos del éxtasis, " sino de un corazón humilde y arrepentido: ""'Señor, " Vos no despreciáis al corazón contrito y humil lado" .

Raras veces dejaba en sus exhortaciones de nom-brarla con grande ternura y filial entusiasmo y de incul-carles un grande amor a ella y a sus Constituciones, las cuales explicaba con mucha claridad, procurando que se empapasen de su espíritu y del de Nuesitra Reformadora, a quien ponía como el ejemplar que debían imitar toda hija suya. Recomendábales la lectura asidua del Camino de Perfección y les exigía que a lo menos todos los Do-mingos leyesen algún capítulo de esta obra.

Inspirábales también un grande amor por nuestro Padre San J u a n de la Cruz y especial aprecio a su doc-trina de negación, que encierra en sí la médula de todas las virtudes y un seguro camino de santidad. Quería que leyesen la parte ascética de sus Obras, dejando lo demás para cuando saliesen del Noviciado, y así lo que ponía en sus manos era la Subida al Monte Carmelo.

Igual cosa hacía con los libros de nuestra Santa Madre y una de las lecturas en que más insistía era en el " T r a t a d o de Perfección" del Padre Rodríguez, gus-tando que las novicias se penetrasen primeramente de la importancia de las virtudes y se formasen en una espiri-

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maliciad sólida para que el espíritu del Señor no fraca-sase en ellas. Sin embargo, al igual del Santo Padre, todas las virtudes y la práctica de la negación las quería, como expresamos antes, por amor y las reducía al amor. Gustaba que leyesen a menudo el Catecismo "donde se encerraba, según decía, todo lo que se debe saber y todo lo que se debe practicar. N o ahogaba los espíritus sino que los dilataba por los senderos de la caridad y de la confianza. Conociendo muy bien el limo de la tierra —según su expresión favor i ta—, de que somos hecho", alentaba grandemente a sus novicias a no desanimarse por las caídas o por el poco éxito que veían en sus esfuer-zos y con gracia y bondad suma les decía que sacudiesen el polvo del camino cien veces al día si era menester, y siguiesen adelante confiando en "el Señor que mide el viento a la oveja trasquilada".

Infundíales grande estima de todo lo referente a Nuestra Sagrada Orden comenzando por la devoción a Nuestra dulcísima Madre del Carmen, a quien siempre tenía en sus labios y en su corazón y la cual quería que •fuese el molde donde se formasen, enseñándolas a copiar sus virtudes y a acudir a ella en todas sus necesidades. Comunicábales su amor a Nuestro Padre San José tan propio de las almas interiores y de una hija verdadera de Nuestra Santa Madre Teresa, como así mismo a Nuestro Padre San Elias y a todo cuanto toca a los santos y a las tradiciones Carmelitanas.

, * * * Fué tan amante conservadora de éstas, que, a pesar

de tener grande ampli tud de espíritu para todo, era ene-miga de las innovaciones y le gustaba que se conservasen las costumbres monásticas en toda su pureza primitiva.

Hija muy amante de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús y fiel guardadora de sus leyes, que hacía obser-var con todo rigor en su Comunidad, al tener conoci-miento de que se hacía necesario adaptar sus Constitu-ciones a las nuevas leyes del Derecho Canónico, deseosa

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de que se conservase en lo posible incólume este sagrado depósito, salvo las recientes modificaciones de la Iglesia, escribió con este fin a la Casa Generalicia suplicándoselo así humildemente al entonces General de la Orden, Fray Guillermo de San Alberto. Contestóle éste con paternal agrado y benevolencia "que quedaban las Constitucio-nes resguardadas contra cualquier cambio en ellas que no fuese prescrito por los Cánones" como así, en efecto lo fué.

En 1924 asumía otra vez el pr iorato de la Comu-nidad y el 15 de Agosto de 1925, festividad de la Asun-ción de Nuestra Señora, efectuaba el traslado de sus hijas al nuevo edificio que ocupan en la actualidad, construido en el sitio opuesto del antiguo y comenzado felizmente por su antecesora, gracias a un legado de una religioía recién profesa. Desde la epidemia de la gripe de 1916, en que los doctores declararon malsano el Monasterio, hacíase sentir la necesidad de edificar morada más salu-bre y espaciosa que la que hasta entonces ocupaban y que el aumento de personal de la Comunidad requería con apremio. Pero la falta de recursos impedían llevar-lo a efecto. El Señor, sin embargo, le deparó el consue-lo de que en su gobierno se terminasen los trabajos de la nueva casa y poder hacer ella el traslado.

Sin duda su Comunidad se hallaba entonces en la época de su mayor florecimiento. Instalada en un Mo-nasterio con todas las condiciones de higiene y de co-modidad requeridas para su más perfecta marcha, dentro de la austeridad y pobreza carmelitana, completó casi el número de religiosas, pues el 21 que era el único que faltaba, estaba ya comprometido, la observancia regular en todo su rigor, un conjunto, en fin, de prosperidad, que seguramente debía serle muy consolador. Después de tantas pruebas y sufrimientos, el Señor le permitía ver a su Comunidad en su pleno florecimiento espiritual y material. ¿Podría cantar ya el Nunc Dimitís? — N o : Dios que la amaba singularmente quería todavía seguir

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esmaltando de joyas muy preciosas la corona de esta es-posa fiel y predilecta.

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Poseía nuestra amada Madre Angélica, como he-mos dicho, una unción muy grande en su palabra, y ya cuando decía algo espiritual, como cuando daba algún consejo o hacía alguna exhortación, encerraba mucha sustancia su lenguaje y llegaba al alma. ¿Dónde estaba el secreto de su buen decir? Indudablemente que en la mayoría de los casos era el Espíritu Santo quien movía sus labios. Pero aparte de estas mociones infusas, halla-mos, además, otra explicación. Ella hablaba con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, y su verbo era su " y o " y de ahí su unción penetrativa. Unida íntimamente a su Dios, llena de un grande conocimiento de El y de las criaturas, muy profunda en el pensar, muy delicada en el sentir, su palabra era siempre sustan-ciosa y nunca banal. Nada había en ella, sin embargo, de afectado ni de f lor ido; era por el contrario sencillí-sima; pero la decía con toda su alma y por eso producía su efecto.

Oírla hablar en los Capítulos era sobremanera grato y de provecho. El sonido melodioso de su voz, la dulzura penetrativa de su acento, el que tomaba a veces grandes inflexiones de energía, todo ese conjunto, en fin, interior y exterior animaban a las almasi y las llevaba a Dios.

En ellos insistía siempre en la vida de intensa unión con el Señor y en el espíritu de oración y de penitencia que es propio de nuestra santa Orden para cumplir nues-tra vocación de Carmelita y llenar nuestra misión sobre la tierra. Continuamente ponía de manifiesto la nece-sidad del sacrificio a fin de alcanzar la conversión de los pecadores. Decía que "sin espíritu de sacrificio no " había caridad divina, ni caridad fraterna, ni vida re-" ligiosa, ni celo por las almas". Exhortaba sin cesar a la consideración mutua de unas con otras, al espíritu

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corporativo, a la observancia regular, a la guarda de las leyes y costumbres, a la perfecta recitación del Oficio Divino, a no decaer en el fervor y en la perfección, al cumplimiento fiel de nuestros sagrados compromisos. Recordaba encarecidamente la obligación de pedir y de inmolarse por los sacerdotes, por el cuerpo místico de Cristo, por los intereses de la gloria de Dios, por la Iglesia y por la Patria.

Cuando hablaba del amor de Dios a su criatura, de nuestra nada y miseria, de la gracia inmensa de la voca-ción religiosa, del reconocimiento a los beneficios del Señor, de su dolorosa Pasión, de la necesidad de sacrifi-carnos, de cargar su cruz y corresponderle, de la reve-rencia y amor con que debemos servirle, de su Presencia Sacramental, de la alabanza divina y sagrada salmodia, del deber de inmolarnos por las almas, entonces su pa-labra tomaba un acento de unción especialmente sobre-cogedora. ¡Cómo se le sentía penetrada de todo ello, y se veía que su corazón se desbordaba por sus labios y que era ]a fina y rendida enamorada de su Dios, la hija verdadera de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús v de la misma familia de nuestros Padres San Elias y San Juan y de todos los esclarecidos serafines del Carmelo!

En Jun io de 1927 su trienio tocaba ya a su fin, y deseosa de dar a conocer por entero la vida angelical de su hija Teresa de Jesús, cuya fama de santidad to-maba cada día más grandes proporciones, encargó a una de las religiosas de su mayor estima de esta Comunidad la delicada tarea de escribirla. La publicación, aparecida primeramente en 1928 y las siguientes ediciones, han si-do todo un éxito, y así, gracias a su feliz iniciativa, se ha dado a conocer la preciosa existencia de esta privile-giada criatura con el título de " U n Lirio del Carmelo", y, difundida por todas partes, es su lectura de mucha gloria para Dios y de grande provecho para las almas.

Nuestra amadísima Madre se preocupó mucho en la formación de la Biblioteca de la Comunidad y a ella le debe los libros de sólida espiritualidad y de doctrina

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que posee. Ya desde Cur imón hizo encargos a Europa de obras de autores, notables en dogma, y en ascética, y enriqueció las estanterías con lo mejor que se ha escrito en materia de religión, de virtud y de piedad.

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Terminado su trienio en Jun io de 1927 internóse en el retiro de su celda y de su taller. En esas horas de oración y de t rabajo en que su solitaria alma se elevaba hacia su Dios, El hacía su obra dolorosa y amorosamen-te en ella, y mientras sus manos manejaban la escofina y el cincel, restaurando y embelleciendo imágenes y es-tatuas — p a r a lo cual tenía especial habilidad y gusto—, el Divino Artífice, a su vez, cincelaba su corazón y pa-recía poner particular empeño en purificarla y preparar-la para nuevas pruebas.

Envióle una bronconeumonía que puso en extre-mado peligro su vida. Era el invierno de 1930 y otra fuerte epidemia de gripe, que hacía recordar a la del año 1916, derribó en cama a varias religiosas, y tam-bién tres de ellas, entre las cuales estaba nuestra amada Madre Angélica, se encontraron gravísimas con bronco-neumonía. El 30 de Jun io la muerte hacía una víctima y la enfermedad de nuestra Madre no hacía crisis, con-t inuando en sumo peligro su preciosa existencia. Mas, Dios que sabía cuán necesaria era a sus hijas, la conservó por gracia y por milagro.

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Y cuando año y cuatro meses más tarde, el 14 de Noviembre de 1931, a raíz de darle el Señor con mucha generosidad y dolor, la gloria de que de su Comunidad sa-liese otra fundación más a aumentar el número de los Mo-nasterios de la Orden, volvía a ser colocada por El a la cabeza de sus hijas, aunque sus fuerzas físicas habían

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declinado notablemente, conservaba, en cambio, su en-tereza moral en todo su vigor.

Y aquí empieza la etapa más bella y acaso también la más fecunda, a lo menos en el sentido espiritual,, de su vida en la plena madurez e irradiación de sus virtudes.

Así como el sol al trasponerse en el horizonte en-vía sobre la tierra sus más delicados rayos, revistiéndo-la de preciosas y variadas tonalidades que realzan su belleza, así también su vida, que caminaba hacia el ocaso, despedía sus más ricos coloridos de virtudes y aparecía iluminada, en todo el esplendor de su espiritual hermosura. Más que el atardecer de una existencia ple-na, era la suya la ascensión de una alma cumbre, de una alma que avanzaba rápida hacia su Dios.

Ese año de 1931 asumió de nuevo el gobierno de su Comunidad en circunstancias muy penosas y difíciles. El personal había disminuido considerablemente con la reciente fundación. Cinco religiosas tomaron parte en ella, otra había volado al cielo y la salud de varias es-taba muy resentida. Agregábase a todo esto duras prue-bas entre las cuales se hallaba una situación económica tan difícil' por las subidas contribuciones que día a día iban pesando sobre el Monasterio, que verdaderamente parecía que el Señor quería probar de todas maneras a su fiel sierva. Pero su corazón descansaba con fe inque-brantable en El y era como roca inconmovible contra la cual se estrellaban, sin abatirla, las adversidades y sufri-mientos.

Oraba y hacía orar, y, abandonada por completo en las manos de su Dios, se lo dejaba todo a El, y era edificante su paciencia, su prudencia, su silencio, su paz. Mientras que así sufría y esperaba confiadamente en el Señor, sus hijas encontraban en su corazón maternal, te-soros de bondad y de religiosa ternura. Poco a poco fue-ron éstas recuperando la salud, y la unión de corazones en torno de madre tan amada que les daba ejemplos de virtud y fortaleza, debía serle a ella de ínt imo consuelo en medio de sus pruebas.

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Por otra parte la Divina Providencia no defraudó su confianza y proveyó de tal manera a las apremiantes necesidades materiales, que pudo arreglar la situación económica del Monasterio de modo que al terminar su segundo trienio de gobierno (fué reelegida en 1 9 3 4 ) , no sólo había pagado totalmente las deudas de las contri-buciones y de otros gastos indispensables para el man-tenimiento de la Comunidad, sino que, además, tuvo la satisfacción inmensa de poder levantarle al Señor la Igle-sia que hoy posee y que fué la coronación más hermosa y merecida de sus numerosos años de sabio y maternal gobierno y el premio más consolador y justo que El le dió por todo cuanto por El había hecho y padecido.

En la construcción de ella concurrió un hecho verdaderamente milagroso, y cada semana repetido, y fué aquél de que habiéndose agotado en poco tiempo totalmente el dinero con que se contaba para la obra, nunca fal tó el Sábado la cantidad necesaria, que no era poca, llegada providencialmente de limosnas, para pagar ese día su jornal a los operarios, e idéntica sucedía cuando exigían la cancelación inmediata de cuentas de materiales, lo cual demostraba lo agradable que era a Dios la realización del gran deseo que toda su vida había tenido nuestra amadísima Madre Angé-lica de edificarle un Santuario a su Jesús Sacramentado.

¿Qué más podría ya desear su corazón:' Seguir amorosamente hasta el fin con su cruz a su Señor y Dueño, cumpliendo su adorable Voluntad y comple-tando en sí misma y en los demás lo que fal tó a su Pa-sión. Cada alma viene a este mundo con una medida de santidad que llenar y una misión redentora que cum-plir, y según sea el mayor o menor grado de santidad a que está llamada y el número de almas que debe salvar y santificar, es la parte que le toca de sufrimientos con el Divino Crucificado, y la gloria que con ello le da a su Dios y ella misma tendrá en el cielo.

¡Cuánta gloría le dió al Señor esta santa Carmelita en su larga vida tejida toda de amor y sufrimiento! ¡Y

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qué grandeza de alma reveló en las horas de la prueba! La suma de los dolores de su delicadísimo corazón

en el curso de toda su dilatada existencia, sólo Dios, que la sometió, a muy rudas purificaciones, puede medirla . . .

Hay páginas en la historia de los santos que se lee-rán únicamente en el cielo. Más de una vez la encon-tramos con el crucifijo entre sus manos, el rostro baña-do en lágrimas, pero muda y serena como la imagen de María Dolorosa al pie de la cruz. U n a noche, antes de recogerse a reposar, fué a la celda de una de sus hijas a darle su bendición y al estrecharla en un tierno y silen-cioso abrazo, ésta pudo adivinar algo de lo que había en aquel inmenso y lacerado corazón. Mas ella no le habló una palabra. Como siempre el silencio y la ora-ción eran su lenguaje. Raras veces en la intimidad se expansionaba, pero cuando sus sufrimientos, por ser ex-teriores no podían pasar desapercibidos, sus hijas tenía-mos que admirar su paciencia, su discreción, su silencio, su espíritu sobrenatural, su perfecto abandono en Dios. ¿De dónde sacaba tanta resistencia? Sin duda en "ella se cumplían plenamente aquellas palabras del Apóstol gra-badas en nuestras Santas Reglas: " E n el silencio y en la esperanza, consistirá vuestra fortaleza", y la sentencia de la cruz de su celda, legada sabiamente por Nuestra Madre Margarita, que, con filial veneración, quiso siem-pre conservar: "La paciencia es la ciencia de la paz" .

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Alma que de este modo sabía padecer y llevar las cruces con que el Señor sembró el largo camino de su vida, tenía que estar muy unida a El, y así, en efecto, lo era. Aunque muy reservada para hablar de sí misma, sin embargo se transparentaba al exterior su intensa vida interior. P rofundamente humilde no hablaba nun-ca de las gracias con que El la favorecía; pero ¡qué de veces sus hijas, al acercarse a ella, nos sentimos impre-sionadas por lo que de Dios irradiaba! . . . Por otra parte esa comprensión tan grande que tenía de las co-municaciones del Señor con las almas y su p r o f u n d o

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conocimiento de las vías sobrenaturales, manifestaban claramente su experiencia personal en los caminos del espíritu, y bastaba oírla hablar espiritualmente, en pri-vado o en los Capítulos, para comprender que sentía y vivía íntimamente lo que expresaba. Ya hemos dicho que el secreto de la unción de su palabra estaba preci-samente en que la decía con toda su alma ¡y esa alma vivía en Dios y de Dios!; El informaba su existencia. Su mismo exterior revelaba su recogimiento interior. ¡Cuántas veces nos sobrecogió profundamente su porte recogido cuando la encontrábamos a nuestro paso por los claustros o la veíamos en el Coro! Y, ¡cuántas otras, en las horas de oración o en el Oficio Divino, al acer-carnos a ella para pedirle alguna licencia, pudimos no-tarla como lejana a la tierra y absorta toda en su Dios!

Su espiritualidad era sólida y maciza y hacía re-cordar a laxde los santos de los pasados siglos, siendo como una copia viva y fiel de la de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús. Poseía una fe vigorosa y siempre en-tera que jamás ninguna duda ni adversidad hizo vacilar, una confianza ilimitada que sabía resistir inconmovible a toda prueba, una caridad ardiente y respetuosa que guardaba la armonía perfecta del fervor más encendido con la más p ro funda reverencia.

Sobresalía en grado eminentísimo en el don de piedad y en la vir tud de religión. ¡Con cuánta devoción oraba siempre! Su voz se elevaba hacia el Señor plena de unción conmovedora y se le sentía penetrada hasta lo más íntimo de lo que leía o suplicaba. ¡Con qué re-verencia y perfección hacía la señal de la cruz, con qué respeto tomaba el agua bendita al santiguarse y tocaba los paramentos del altar o las imágenes santas! La vimos en una ocasión recoger de entre papeles y basural in-mundo una cruz de papel y besarla con suma devoción y afecto y después quemarla. ¡Y qué decir del fervor y reverencia con que recitaba el Oficio divino, ya en Comunidad o ya a solas! Era una alma que se absorbía entera en esta oración por excelencia de la Iglesia. Cuan-do no podía asistir al Coro su actitud devota y reverente

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al rezarlo en privado edificaba también sobremanera. No le gustaba que la interrumpiesen y las que ésto ca-bían cuando había necesidad de hablarle esperaban que terminase y si ésto era urgente, a lo menos que concluyese el salmo.

Su devoción al Santísimo Sacramento era sobresa-liente. Desde los albores de su vocación religiosa el di-vino Prisionero del altar le había robado el corazón y ya en el claustro siguió distinguiéndose en su amor a El. Incontables son las vigilias que pasó a sus pies y hasta muy pocos años antes de morir permanecía el Jueves Santo la noche entera velando a Jesús en el mo-numento, y éstos postreros a lo menos hasta la 1 de la madrugada. Quitóse muchas horas al sueño por acom-pañarlo y gustaba que sus hijas después de Maitines no se retirasen inmediatamente, sino que se quedasen junto a El hasta que se diese la señal de recogerse. Fué muy devota de las Horas Santas, no sólo de la Víspera del Viernes 1 sino de todos los Jueves del año y nunca negaba el permiso de quienes la solicitaban.

Esmerábase en que todo lo que estuviese en uso para el culto divino fuese de lo mejor y pulcrísimo. Siempre estaba preocupada de hacer o de que se hiciesen obritas de mano para la sacristía, y la semana misma en que murió estuvo combinando y preparando con una de sus hijas algo que deseaba hacer para el servicio del altar.

Su amor al Santísimo Sacramento, no sólo se dis-tinguía en el culto exterior y en la adoración, sino que era también esencialmente interior, procurando la prác-tica de las virtudes eucarísticas de silencio, anonadamien-to, humildad, paciencia, sacrificio, etc., e impregnándose de ese espíritu de oración, ocultamiento, reparación, propio de la Víctima santa que se inmola en nuestros altares.

Tenía muy tierna devoción a la Pasión de nuestro dulcísimo Redentor v veneraba la imagen del Crucifica-do en forma que edificaba grandemente. La veíamos de continuo besar amorosa y reverente las llagas de las

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manos, pies y costado de su Crucif i jo y siempre que pa-saba ante el Santo Cristo de la galería de las celdas le hacía desde su sillita de ruedas una devota inclinación de cabeza. U n o de sus libros favoritos era el "Relo j de la Pasión" de San Alfonso María de Ligorio, y re-comendaba a sus hijas que no dejasen de pensar diaria-mente en los padecimientos de nuestro amorosísimo Sal-vador, como lo hacía ella.

Distinguíase de manera particular por su encendido amor al Niño Jesús y era verdaderamente conmovedor, sobre todo, en sus últimos años, escucharla sus tiernos coloquios con El, en especial cuando vestía sus imáge-nes para las grandes festividades o cuando restauraba las de la Comunidad o las que traían al Monasterio con este fin. ¡Con qué fervor rezaba los 25 de cada mes el de-vocionario con que acostumbramos a venerarlo en ese día y cómo gustaba de enjoyarlo para entonces y de ponerle sus mejores atavíos! ¡Cuánto entusiasmo demos-traba en las Pascuas, siendo de las primeras en levantarse y de las últimas en recogerse por cantarle villancicos y tocarle instrumentos, tambores, panderetas, etc. Tene-mos una cartita que le dirigió al Niño de sus amores en una de las Navidades y que dice así: "Mi Divino " Niño, te ofrezco lo único que tengo: mi nada, mi " inaptitud y mis pecados. T e pido que mi silencio dé " lugar a tu palabra, mi quietud a tu acción, mi muerte " a tu vida. Dame Divino Niño tu amor, tu gracia y " tu perseverancia. Quiero darte todo lo que tú quie-" ras de mí: alma, vida y corazón. T u Angélica Tere-" sa". ¡Qué bien retratan estas breves líneas los amorosos y humildes sentimientos de que siempre estaba animado su espíritu!

Profesaba amor muy tierno y filial a la Santísima Virgen y constantemente tenía en sus labios su nombre invocándola con la mayor ternura y recurriendo a Ella en todas sus necesidades. Veneraba, como dijimos, muy especialmente su Corazón Purísimo siendo él en todo momento su refugio, ayuda y consuelo, y siempre lie-

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vaba consigo una pequeña estatuita suya. Honrábala tam-bién con particular devoción bajo el t í tulo de nuestra Madre dulcísima del Carmen, como hija verdadera cuyo santo hábito vestía, e imploraba continuamente para sí, •para su Comunidad, para la Iglesia y para la Patria su protección y su ayuda. N o contenta con el culto que con sus hijas le rendía, hizo colocar en la muralla de la calle una urna, con una pequeña imagen de bul to que ella misma arregló e impuso a una de las religiosas el pia-doso deber de encenderle cada noche la luz para que los transeúntes la venerasen al pasar y les sirviese de faro bienhechor apar tando sus pasos de senderos peligrosos. Colocó a sus pies una alcancía cuyo óbolo destinó para la construcción de la Capilla queriendo así que hasta la más modesta y anónima mano contribuyese a la edifica-ción de su templo.

N o le manifestó menor devoción a esta Divina Madre ba jo la advocación de Nuestra Señora de los Do-lores. Además del santo rosario, rezábale cada día la Coronilla y llevaba continuamente su medalla colgada junto al santo crucifijo de su uso Colocó en medio de la galería de su celda, casi al frente de su puerta, una estatua de esta Dolorosísima Madre, recuerdo de su No-viciado que le fué obsequiada como regalo de profesión por aquella amada y santa religiosa de las Hermanas de la Caridad, de quien hablamos en páginas anteriores. En la Semana de la Pasión siempre le arreglaba el altar para su Novena y con sumo amor y gusto combinaba las lu-ces y las flores. Sentía y compartía tan vivamente sus padecimientos que más de una vez, al rezarle en estas ocasiones, su voz se le ahogó en la garganta.

En el mes de María gustaba que se le honrase con el mayor esplendor y estimulaba a sus hijas en el arreglo del altar y con gran fervor tomaba parte en sus cánticos y loores. T a n t o en su exterior como en su espíritu era una alma esencialmente Mariana, y moldeada por entero en su Corazón Purísimo.

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Al gloriosísimo Patriarca y Padre nuestro San José teníale el más acendrado amor y no había asunto de importancia, personal o .de la Comunidad, que no lo encomendase a su poderosa intercesión recurriendo para ello a la práctica de los Siete Domingos, que de conti-nuo hacía rezar en común. Alcanzó de él gracias verda-deramente milagrosas tanto en orden privado como en lo que ce refiere a. intereses materiales del Monasterio. Esmeróse siempre en que se le honrase de una manera especial los 19 de cada mes, y cada año con singular devoción le rezaba su mes, el cual quería que se celebrase con toda solemnidad, como así mismo su fiesta. Alma verdaderamente interior, se encomendaba a él de mane-ra especial para que intensificase su vida de oración y de unión con Dios. Todos los días rezábale sus Siete Dolores y Gozos.

Profesaba devoción muy filial a ' nuestros Santos Padres Teresa de Jesús y Juan de la Cruz y en su amor apasionado a ambos, particularmente a nuestra Seráfica Reformadora, no admitía ni concebía que ce le pospu-siese en nada y quería,, como es lo propio y natural, que tuviese sitio de primacía en el cora jón de sus hijos e hijas como lo tenía en el suyo. Procuraba infundirles a éstas, como dijimos, su espíritu v según a él conforma-ba sus enseñanzas, hacía sus exhortaciones y daba sus consejos. Tenía siempre al alcance de sus manos sus obras y las leía con fruición.

Distinguíase también en su devoción al gran Pro-feta y Padre nuestro San Elias, al santo Rey David, a los gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, a San Juan, a San Agustín, a las santas María Magdalena, Gertrudis, Margarita María, y sentía especial predilección a nuestra hermaníta Isabel de la Tr in idad .

En la lectura de los escritos de unos y de otras en-contraba sustancioso alimento para su espíritu y en el alma de ellos sus propíos sentimientos.

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Por otra parte, el Espíritu Santo, a quien profesaba especialísimo amor y devoción, se encargaba de formar a esta alma escogida que tan plenamente se entregaba a su dirección. En ella se veía de modo sorprendente su acción en la infusión de sus dones, particularmente en el •de piedad, del que acabamos de hacer referencia, y en los de fortaleza, inteligencia y consejo que le fueron tan preciosos para su propio gobierno, el de su Comunidad y el de las almas. Estudiarla en este sentido sería ver en ella a un alma enteramente informada y movida por los siete dones del Divino Erpíri tu desde el primero hasta el último.

T u v o el sabor de las cosas divinas, el gustar de Dios propio del don de Sabiduría; una luz extraordinaria sobre El y sus misterios infundida por el don de Inteligencia; un conocimiento sobresaliente de las verdades divinas y humanas dado por el don de Cien-cia; gran clarovidencia de espíritu y una consumada dis-creción y prudencia para regirse y aconsejar a los demás participantes por el don de Consejo; mucha fortaleza para sufrir y extraordinarias energías para obrar, comu-nicadas por el don de Fortaleza; una eminente virtud de religión y un constante fervor por el servicio del Señor propios del don de Piedad; y gran espíritu de compun-ción, de anonadamiento, de respeto y de reverencia ante su divina Majestad, infundidos por <el don de Temor .

¡Qué interesante sería profundizar en ella más al de-talle la acción de estos dones en su alma que se manifes-taron de modo tan notable en su existencia! Lamenta-mos grandemente que no haya dejado nada ínt imo es-crito; pero, como nos decía siempre, su palabra era el silencio y encerró en su Dios lo más secreto, y precioso de su espíritu. Sin embargo, trascendían al exterior las Influencias sobrenaturales que recibía del Señor y que nos revelan su intensa unción con El. La inhabitación divina en su alma y el Santísimo Sacramento eran el centro de su espiritualidad.

Si en su vida no se hubiera manifestado en forma tan evidencial la influencia del Espíritu Santo, habría

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bastado su vigorosa fe para darle a su espiritualidad ese fervor y esa solidez que admirábamos en ella. Era tan maciza y tan viva esta vir tud en su alma que al través de sus velos percibía a Dios en todas partes y se unía con El y en El descansaba, como si lo viera con sus mismos ojos y lo tocara con sus propias manos. En todos los acontecimientos de su existencia dió pruebas sobresalien-tes de la virilidad y robustez de su fe.

Tenía un respeto y aprecio p ro fundo por todas las decisiones de la Santa Iglesia y en este sentido jamás tuvo dudas ni cavilaciones. Cuando alguien en su pre-sencia se atrevía a discutir ya en broma o en serio algún pun to de fe o tradición, imponía silencio. La ampli tud de su espíritu era reemplazado en estas ocasiones por el más austero rigorismo y santa intransigencia. ¡Cuán verdaderamente hija de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús se le veía en su p ro funda y vigorosa fe! En reali-dad esta virtud informaba su vida y hacía de ella una comunión continua con su Dios.

El gran Apóstol definió a la fe no sólo como "la demostración de las cosas que no se ven, sino también como el fundamento de las que se esperan". Y porque nuestra amadísima Madre Angélica tenía fe ciega en el Señor, su esperanza en El era inquebrantable. Nunca se le vió desfallecer ni vacilar en ella por difíciles y pe-nosos que fuesen las circunstancias y resistía inconmovi-ble en medio del oleaje de las tormentas y vicisitudes hu-manas anclada firmemente en El. Aunque todo lo viese, con p r o f u n d o pesar, caer y derrumbarse a su alre-dedor, levantaba su corazón a Dios y confiaba en su brazo restaurador. Aborrecía los cálculos y apoyos hu-manos y todo lo esperaba de la Divina Providencia.

Tenía una alta idea del Señor. "Dios es grande, de-" cía, y su mano no está abreviada". Sabía bien, como el Apóstol, a quien se había fiado, y porque conocía su amor, su bondad, su poder, su sabiduría, descansaba confiadamente en El para las cosas del tiempo y para las de la eternidad. Muy a menudo se le oía repetir esta

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sentencia de Nuestra Santa Madre: "Dios todo lo sabe, " todo lo puede, y nos ama" .

N o hay fe, ni esperanza sin amor. Y toda su vida no fué más que una demostración de su encendida cari-dad hacia el Señor. ¡Qué pruebas, en efecto, tan edifi-cantes nos dió de ella, así en los sentimientos fervorosos de su corazón como en sus actos y virtudes! Obrar por Dios, en Dios y para Dios fué la norma de su existencia. T o d o lo suyo tenía el sello del amor: éste era el motor de su alma y puede decirse con verdad que su fe, su con-fianza, su filial abandono, su habitual y perfecta con-formidad con la Voluntad Divina, su paciencia en las pruebas, su p ro funda y ferviente piedad, su espíritu de sacrificio y de observancia, su anhelo de la santidad, su celo de la gloria divina y de la salvación de las almas, eran las expansiones de su ardiente caridad.

¡A qué insistir más sobre este punto si su vida en-tera así considerada en lo que fué y tal como la hemos visto al través de estas páginas, puede condensarse en un continuo y prolongado acto de amor, tanto en las efu-siones de su tiernísimo corazón como en sus obras! Y este amor no tuvo jamás menguas ni ocaso y se mantuvo hasta el final de sus días con todos los fervores de su primer entregamiento al Señor.

Y la que así amaba a su Dios, encerraba en su gran corazón al mundo entero. ¡Cómo oraba y se inmolaba por el Santo Padre, por las necesidades de la Iglesia, por la conversión de infieles, herejes y pecadores, por la santificación de los sacerdotes, por la perseverancia de loa justos, por las almas del purgatorio y las necesidades de la Patr ia! En ocasiones en que ésta se encontraba en peligro pasaba con sus hijas la noche entera en el Coro pidiendo al Señor la líbrase de los males que le amena-zaba. ¡Cuánto se preocupaba de los encarcelados y de los combatientes de la guerra y ofrecía por ellos sus su-frimientos para alcanzarles el morir en la divina gracia. Todas las almas atribuladas por las pruebas y dolores

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de la vida tenían cabida en su compasiva alma; y las que acudían a ella para confiarle sus pesares encontraban en la suya comprensiva acogida y sobrenatural ayuda. Su caridad era universal como la del gran Apóstol y cual él podía decir: ¿quién está triste que y o no lo esté? ¿Quién enferma que yo no enferme con él?

Experimentaron los tesoros de caridad encerrados en su tierno y compasivo corazón, no sólo sus hijas que recibieron sus maternales cuidados y espirituales consue-los, sino también los que vivían más allá de nuestras rejas.

Compart ía con las personas necesitadas lo que man-daban de limosna al Monasterio ya en cosechas u otras cosas y jamás quedaban sin algún auxilio las personas que llegaban al torno en busca de cualquier ayuda. En los últimos años de su vida ella misma con su propia mano cosía ropa para los pobres.

Y recuerda siempre con p ro fundo reconocimiento, uno de nuestros Padres Carmelitas las atenciones: y de-licadezas de verdadera madre que tuvo para con él en circunstancias en que, por salud, lo enviaron a Los Andes a pasar una temporada. Y él no fué el único; también el Padre Estanislao de San Juan de la Cruz , de santa y recordada memoria, experimentó las delica-dezas de su caritativo corazón; y era proverbial la so-licitud con que atendía y hacía atender a sus hermanos de hábito y a cuanto religioso o sacerdote se hospedase en la portería del Monasterio.

¡Y qué caridad tenía asimismo en sus juicios! N o era suspicaz ni cavilosa. Discretísima en el pensar y rectísima en sus obras, jamás sospechaba de los pensa-mientos y hechos ajenos, cumpliéndose así perfectamente <en ella aquello de que "cada cual juzga según su propio corazón".

Este su gran corazón, no sólo amó tiernísimamente y correspondió también con delicado y sincero afecto a los que le amaban, sino que, además, tanto en duras como en delicadas circunstancias, supo conducirse con

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una caridad y una magnanimidad de sentimientos, que lólo en los santos se encuentra.

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Poco antes de morir, hablando con una de sus hijas de la necesidad que hay en la vida de olvidar y de levantar el corazón a Dios, le recordó aquel noble rasgo de Fray Luis de León, cuando después de la violenta persecución que padeció y lo mantuvo por un tiempo alejado de la cátedra, al volver a dirigir su palabra a sus oyentes, como si nada hubiera sucedido, y acabara de separarse de ellos, comenzó con aquel "decíamos ayer1" . . . que puso de manifiesto la grandeza de su espíritu . . . Y en seguida élla,. f i jando sus ójos en ésta con una dulcísima y, expresiva mirada, volvió a repetirle esas mismas palabras, "decíamos ayer", que no sólo re-velaban la santidad de su alma que estaba por encima de las cosas de la tierra, sino también la exquisita delicadeza de su corazón por todo lo que con ellas quería significarle . . . De estas finuras y exquisiteces de alma, tenía nuestra amadísima Madre en el decir" y en "el obrar, rasgos deliciosos que encantaban y conmovían profundamente . . .

Hija muy semejante en todo a nuestra Santa Ma-dre Teresa de Jesús, no podía ni debía faltarle una cua-lidad muy peculiar suya: la gratitud. ¡Cuán agradecida era aún para el más pequeño servicio que se le hiciera a ella o que se le prestara a la Comunidad, y a la más insignificante limosna y atención! Continuamente nos 1'eco'-daba la obligación de encomendar a Dios a nuestros bienhechores como un sagrado deber de reconocimiento y de caridad. Y quería que hasta el recuerdo del menor beneficio recibido quedara grabado en las Crónicas del Monasterio y en el alma de cada una de sus hijas como lo estaba en la suya.

Pocos corazones como el suyo, que estaba tan noble y ricamente dotado, era más apto para prender en él esa caridad universal que siempre admiramos en ella. No había dolor que no compadeciera, necesidad que no quisiera aliviar, miseria moral que con oraciones y pe-

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mtencias no anhelara remediar. Su secreta inmolación abarcaba al m u n d o entero y descendía sobre todos los seres su ferviente oración.

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.Dios, que ama con preferencia a los humildes, de-bió haber tenido predilección m u y especial para con ésta su fiel sierva, ya que tan al vivo era ella la imagen de esa a lma^de la cual El habla po r el Profe ta Isaías, di-ciendo: " ¿ A quién miraré con más amor sino a aquel " que ante sus propios ojos es pobre, pequeño y se arre-" píente de sus fa l tas?"

E n realidad nuestra amadísima Madre Angélica tenía un concepto muy ba jo y pobre de sí misma y un grande espíritu de compunción. Desde los comienzos de su vida religiosa dió prueba de ellos no sólo en sus peti-ciones y propósi tos para su T o m a de Hábi to y para su Profes ión, sino también en sus obras. P o r nuestra parte la conocimos animada siempre de estos sentimientos y las religiosas que llegaron a la Comunidad antes que nosotros dan testimonio de lo mismo, y encontramos escrito por una de ellas el siguiente rasgo: "Hoy , al salir " de Misa, la Madre Angélica pidió perdón a todas y " su p r o f u n d a humildad la h izo decir tales cosas y en " tales términos gue no h izo sino que grabar en cada " una más p ro fundamen te la alta estima de santidad en " que se le t iene".

Esto sucedía en Abri l de 1909 cuando acababa por pr imera vez de dejar el oficio de Pr iora . N o perdió nunca este espíritu de humi ldad y de compunción y pa-recía, por el contrario, acrecentársele con los años.

En los Capítulos cont inuamente se abatía y decía sus culpas con un acento de contrición que verdadera-mente conmovía. A pesar de su extraordinar ia inteli-gencia nunca se le no tó suficiencia de sí misma, sino una penetración grande de su impotencia y de su incapacidad.

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Parece que el Señor le ocultaba sus talentos y no le de-jaba sentir más que su nada.

Causaba realmente admiración esa ignorancia total de sí misma y de su propio valer y esa ausencia absoluta de toda satisfacción personal. Muchas veces gustaba to-mar el parecer de sus hijas aunque la clarividencia de su espíritu y su señalado don de consejo le marcaran la ruta por seguir.

En los cargos que desde muy temprano tuvo que desempeñar notósele una extremada modestia. Elegida Clavaria de la Comunidad de Viña del Mar, muy poco después de salida del Noviciado; Priora treinta anos de nuestra Comunidad en diferentes períodos; Maestra de Novicias veinte años, borrábase humildemente en estos oficios como afán de eclipsarse y seguía en su obrar las inspiraciones divinas y lo que su clara inteligencia le dic-taba, con una modestia y prudencia sin iguales. Así se mantuvo en aquel odio a los cargos que pidiera a Dios el día de su T o m a de Hábito.

Consejera perpetua de la Comunidad ya como Pre-lada. ya como Clavaria — q u e lo fué siempre que dejaba el gobierno— no imponía su parecer, aunque lo daba con libertad y a veces con entereza cuando lo creía necesario.

Llevó con mucha humildad, silencio y paciencia cosas muy duras y penosas para su dignidad y para su natural delicadeza, manifestando especialmente en estas difíciles ocasiones una virtud extraordinaria que edificaba sobremanera. Y no sólo ella callaba, sino que imponía el silencio.

A pesar de su gran sencillez, era muy reservada para hablar de las cosas de su espíritu y con grande humildad, encubría su interior. Asemejábase su alma a la modesta violeta que por su perfume descubre su presencia ocultán-dose entre sus hojas. Así ella, por más que procuraba es-conderse, trascendía al exterior su intensa vida de unión con Dios. Y porque bajó muy hondo en el conocimiento propio, subió muy alto en el de Dios . . .

Su p ro funda humildad la hizo vivir anonadada de-lante del Señor y de las criaturas ocultando bajo la mo-

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destia más edificante los ricos talentos naturales y los es-cogidos dones de la gracia con que El la enriqueció.

Su espíritu de compunción fué sobresaliente. Ese gran conocimiento que tenía de la majestad de Dios y de sí misma hacíanle vivir continuamente confundida en su presencia y sintiendo muy al vivo el dolor de sus pecados. Conmovía los golpes de pecho que se daba al rezar el Confí teor y el acento de tanta com-punción con el cual pedía perdón al Señor y a las criatu-ras. Constantemente estaba suplicando a sus hijas que le perdonasen los malos ejemplos que creía haberles dado y les pedía disculpas cuando temía haberlas molestado. ¡Con qué compunción se dolía y confesaba lo que ella llamaba sus faltas de vir tud! Y qué actitud tan contrita, anonadada y reverente tenía siempre ante la presencia del Señor como reflejo fiel de esos mismos sentimientos ín-timos que la animaban y que le salían al exterior sin que ella pudiera evitarlo.

Considerábase una gran pecadora y llena de fla-quezas y miserias, y esto unido al conocimiento que te-nía de la debilidad humana, le daba un santo temor de sí misma que la hacía, como el Apóstol lo recomienda, "obrar con temblor su salvación y santificación".

Este mismo espíritu de compunción y de humildad, que poseía juntamente con la penetración que tenía de la Majestad y Santidad de Dios y el celo de su gloria y salvación de las almas, la hacían ser de un natural austero y penitente para consigo misma. Desde los co-mienzos de su vida religiosa se señaló por sus rigores, y aunque después por su salud, no pudo saciar como al principio su hambre de mortificar su cuerpo, ofrecía to-dos los padecimientos de éste con ese mismo espíritu de penitencia y sin darle ningún alivio.

Dormía en un durísimo jergón de paja siempre sentada y así pasó todas sus gravísimas enfermedades apoyando solamente la cintura en las almohadas, rarí-

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sima vez la cabeza, tanto que nos causaba suma edifi-cación verla con ella generalmente sin apoyo, a pesar de la fiebre, del cansancio y de los insomnios, y cuando llegaba apoyarla era sobre una pequeña almohadita tan dura como las demás que usaba y que parecía más un trozo de leño que cabecera de reposo. Así fué basta su muerte. En tiempo ordinario dormía escasísimas cuatro horas, frecuentemente ínterumpidas, y esto cuando no estaba hasta dos o tres de la madrugada escribiendo o en oración. ¡Qué de veces divisamos su luz prendida hasta esas horas y sus hijas que dormían j un to a su celda la sentían de ordinario despierta casi toda la noche. ;Y cuántas noches de agonía física y moral tuvo en su larga vida! Más suman sus horas de vigilia que las de descanso.

Comía tan parcamente que nos admirábamos có-mo podía sostenerse y cuando llegaba el Adviento y la Cuaresma su ayuno era todavía mayor . M u y poco antes de morir cayósele a la enfermera al suelo el pobrí-simo alimento que le traía y ella le obligó a recogerlo y se lo sirvió.

Hasta el final de su vida tomaba disciplina y para ello bajábase con mucha dificultad de su síllíta de ruedas donde pasó sus últimas inmolaciones.

T o d o s los sufrimientos y las mortificaciones abra-zábalos con este espíritu de penitencia penetrada que él debe informar la vida de la Carmelita y continuamente se le oía decir que habíamos venido al claustro a sacri-ficarnos y no a regalarnos; a abrazarnos con todo lo molesto y mortif icante por amor al Señor y por las al-mas, v no a buscar comodidades. N o concebía la vida religiosa en otra forma. Y ella que era de naturaleza tan delicada y en sus gustos tan fina, buscaba siempre lo duro, lo áspero como su patr imonio y su tesoro. ¡Ah, es que su alma comprendía que la suprema glorificación de Dios está en el sacrificio, en que la víctima se inmole a honra del Altísimo y para satisfacer a la divina justi-cia a semejanza y unión de Jesús la Víct ima Santa!

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Dos cosas, ha dicho un autor, requiere la glorifi-" cación de Dios: el conocimiento de su grandeza y de " sus perfecciones, y la actitud que produce en la cria-" tura ese conocimiento y que es anonadamiento pro-" f u n d o y amorosa sujeción. P o r eso la Escritura nos " p in ta a los bienaventurados postrándose ante la ma-" jestad de Dios" . Po r eso también, agregaremos nos-otras, nuestra amadísima Madre Angélica comprendién-dolo así con la luz que tenía de su inf ini ta excelencia, se anonadaba ante El no sólo en su actitud de reverencial adoración y de amoroso vasallaje, sino, además, en la del aniqui lamiento de sí misma' por medio de la hu-mildad y de la penitencia.

Poseyendo ella en tan alto grado el espíritu de pe-nitencia, no podía faltarle el del t rabajo, ya que f o r m a , par te de aquél, y en realidad lo t uvo de-manera sobre-saliente.

Se dió sin medida a él sin contar sus fuerzas, sin mirar para nada a su delicada naturaleza. Diríase que de aquel lema que tan to gustaba: "Dios siempre en vista y yo siempre en sacrificio", había hecho la norma de su vida.

Infat igable en la abnegación tomaba parte en todas las faenas que se ofrecían a la cabeza de sus hijas. T r a -b a j ó en la huerta sin medirse e h izo obras de carpintería admirables. Jamás la vimos ociosa. Siempre con algún inst rumental entre las manos, ya ocupada en bordados o costuras, para cuyas labores tenía dedos primorosos; ya p i n t a n d o en tela o en papel ; ya restaurando imágenes; ya encadenando rosarios con sumo amor, cumpliendo así perfectamente aquel p u n t o de la Regla que obliga "a ga-nar el sustento con el trabajo- de las manos" y aquella ley que Dios impuso al hombre al prevaricar en el paraí-so, cuando, además de ofrecerle sacrificios de satisfac-ción y de alabanzas, le dió como expiación la penitencia.

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Se dice que los votos religiosos son los tres clavos •con que el alma consagrada se crucifica con su Esposo Celestial y el símbolo de su total holocausto.

Desde los comienzos de su vida religiosa ejercitóse nuestra amadísima Madre Angélica en la más completa sujeción a su Prelada y fué muy sobresaliente en su obe-diencia y adhesión a ella.' Más tarde los largos años de gobierno no hicieron mella alguna en su espíritu de sumisión y de respeto a la autoridad, y era edificante verla pedir licencia para todo, aun para lo más mínimo y la deferencia que en todas circunstancias mostraba a su Priora. En las recreaciones era la primera en acatar sus órdenes, y en guardarle y hacerle guardar toda clase de consideraciones. Por la noche cuando íbamos a visi-tarla antes de recogernos nos pedía siempre el santo es-capulario y lo besaba con sumo respeto y reverencia.

Muy austera y penitente .consigo misma negó a su cuerpo toda comodidad y regalo y distinguióse por su suma modestia y recato. La moderación, que tanto re-comendaba a sus hijas en el mirar, andar, etc., era como innato en ella. Ten ía gran modestia de la vista y en, todo su ser resplandecía la religiosa. Amaba con igual ternura que pureza. Se le sentía todo corazón y entra-ñas maternales, pero siempre dentro de un marco ée, re-ligiosa moderación sin traspasar el justo límite ni per-mitirse familiaridad alguna. Al igual que Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús no supo en ella misma de tenta-ciones contra la angelical virtud.

Tenía gran esmero en la guarda de la santa pobre-za procuj-ando sacar part ido de todo y que nada se des-perdiciase. Fué ingeniosa para aprovechar hasta lo que parecía inservible. T a n zurcido usaba su hábito que edificó aún al médico, quien con verdadera admiración contempló el pr imoroso tejido que en él había hecho de tanto componerlo. ¡Era el mismo bendito sayal de su profesión y con él quería morir, como así fué! Pero si

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amaba lo pobre, profesaba también singular amor a la limpieza y ésta resplandecía tanto en su persona como-en todas las cosas que tenía a uso, las cuales las conser-vaba en el mejor estado. Velaba mucho para que se cuidara todo en la Comunidad y nada se dejara deterio-rar ni perder. Entre los rasgos de esta virtud hay uno que podríamos calificar de heroico. En una ocasión descuidóse una hermana de velo blanco y arrojó por la acequia en que corría una agua inmunda unas papas co-cidas. Violas ella al pasar, y obligóla a que se las man-dase al Refectorio para servírselas. La pobre hermanita en medio de copiosas lágrimas, después de lavarlas lo mejor que pudo, tuvo que cumplir la penosa obediencia y ella se las comió hasta el últ imo bocado. Así hacía aprecio de la pobreza y velaba por ella. Celaba mucho para que en la Comunidad no se perdiera su santo espí-ritu.

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En el año de 1937 Dios deparóle a su religioso y amante corazón el más ínt imo consuelo al poder edifi-carle su Iglesia. El gran anhelo de "toda su vida había sido levantarle al Señor un templo donde El recibiese las adoraciones y los homenajes de las almas y en donde, a la par que El fuese muy glorificado e implorado, se honrase también a^su Madre santísima, nuestra dulcísi-ma Reina y Señora la Virgen bendita del Monte Car-melo.

Con este fin y con indecible amor y entusiasmo había ido juntando desde años atrás cuantas limosnas de dinero le era posible, y aunque la cantidad que tenía ya reunida no era suficiente para lo que se necesitaba, confiada en la Providencia Divina y alentada por la pa-ternal cooperación del Rvdo. Padre Juan Cruz, en-tonces Vice-Provincial de los Carmelitas quien le facilitó al hermano Daniel del Niño Jesús para que se hiciera cargo de la obra, dió comienzo a los trabajos el 1 d e Julio de ese año de 1937.

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¡Qué gozo tan íntimo experimentaba cuando, al contemplar la fábrica del templo en construcción, veía que éste íbase destacándose cada día con mayor perfec-ción hasta que al fin apareció ante sus ojos en toda la belleza de sus líneas del más puro estilo gótico. Su ideal para la Iglesia había sido siempre este estilo. Re-cordaba con mística añoranza la de los Rvdos. Padres Franceses en Valparaíso y la Capillita del Hospital de ¡as Hijas de la Caridad, bajo cuyas misteriosas y ojiva-les bóvedas había sentido su corazón recogerse y absor-berse en su Dios; y le parecía que nada sintetizaba me-jor la actitud interior y exterior de un alma en oración que las ojivas que semejan el juntar de ambas manos en la plegaria y el recto vuelo del espíritu hacia el Señor.

La Providencia Divina correspondió milagrosamen-te a su confianza, porque habiéndose agotado por com-pleto el primer dinero reunido continuó recibiendo nue-vas donaciones, de manera que aunque los gastos ascen-dieron a más del doble de la suma con que contaba, pudo cubrirlos totalmente con el solo dinero de las li-mosnas.

Inauguróse la Capilla el 2 de Febrero de 1938 con asistencia del Excmo. Sr. Obispo y aquélla fué verdade-ramente para su alma una visión, de la Jerusalén celes-tial. Asistían al t rono pontificial y al altar numerosos sacerdotes y religiosos, los cuales revestidos de los orna-mentos sagrados ofrecían un espectáculo de una magni-ficencia no imaginada. La Iglesia tachonada de luces y cubiertas de flores, los cánticos religiosos, las ceremonias litúrgicas, todo el conjunto, en fin, era de tanto esplen-dor y grandeza, que parecía haberse t ransformado aquel recinto en un pedazo de cielo. ¡Qué momentos^ tan dulces y tan inolvidables para su piadoso corazón, y cómo 'brotaban de él himnos de la más intensa acción de gracias y de la más amorosa alabanza! ¡Verdadera-mente Dios había colmado los anhelos de su amada es-posa y la coronaba anticipadamente en la tierra con la erección de su templo!

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Doce días más tarde se efectuaba el Capí tulo de elección y ella volvía a la dulce soledad de su celda.

Aquel invierno parecía que el Señor quería darle el premio eterno y arrebatarnos su preciosa existencia. U n grave ataque al hígado unido a una no menos grave complicación pulmonar , púsola en tanto peligro, que cre-yéndola los médicos y la Comunidad de muerte s.e le administró la Extremaunción. Mas Dios escuchó nues-tra angustiosa plegaria y su naturaleza reaccionó una vez más concediéndonos la gracia de conservarla un tiempo todavía.

Quedó, sin embargo, desde entonces con tanta di-ficultad para andar que se le hizo necesario usar una silla de ruedas, la cual fué el altar de la inmolación si-Jenciosa de sus últimos años, y desde donde voló su santa alma al Señor.

El 15 de Octubre de 1940 celebraba sus Bodas de Oro de su profesión "religiosa; 50 años de vida plena de obras y méritos en el servicio de su Dios! H u b o en sus hijas una filial emulación por manifestarle su cariño y gratitud y efectuáronse los festejos íntimos con poesías, música y cantos en medio de un ambiente del más hondo afecto y de la más pura alegría. Esmeróse cada cual en presentarle su ramillete espiritual y sus obsequios, y sin duda, el más precioso fué la Bendición Papal ofrendada por la Madre Priora, quien para darle mayor solemni-dad en la celebración, hizo que ésta durase tres días y que en ellos hubiese Misa cantada con sermón cada ma-ñana y bendición del Santísimo Sacramento por la tarde.

¡Con qué agradecida emoción veíase el objeto de tan sinceras demostraciones de cariño y de regocijo! Uniéronse a ellas no sólo los dos Monasterios que de éste habían salido, sino también el de su cuna religiosa sus amadas Hermanas de Viña del Mar, las Carmelitas de San José de Santiago, las de San Bernardo, etc., y las familias de las religiosas y demás personas que estaban especialmente unidas a ella y a su Comunidad.

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¡Sí tanto agradecía las pruebas de amor de las cria-turas, cuanto mayor reconocimiento sentía hacia su Es-poso Celestial que en el trascurso de esos cincuenta años de su consagración a El la había colmado de beneficios y de favores!

Entre las gracias recibidas del Señor, la de su vo-cación religiosa consideraba como la más escogida; y ese día su corazón desbordábase de una manera especial en agradecimiento hacía Aquél que se había dignado fi jar sus ojos en ella para hacerla su esposa. La excelencia de tan elevado estado nunca acababa de ponderarla y encontraba que cuantos sacrificios y sufrimientos encie-rra la vida religiosa es muy bajo precio para pagar a Dios beneficio tan señalado. Continuamente hacía a sus hijas el elogio de la grandeza del l lamamiento divino y las exhortaba a la necesidad de corresponder a semejante predilección del Señor.

Indudablemente ha sido una de las almas que han apreciado más y comprendido mejor el amor que encie-rra de parte de Jesús tan inmerecida elección. Y este amor la esforzaba de continuo a abrazarse cada día más estrechamente a la cruz que El coloca en los hombros de todo aquel que escucha su dulcísima voz y la sigue.

Fué una enamorada de la cruz. En ella encontraba la prueba del mutuo amor del Criador y de la criatura. Jesús había muerto allí enclavado y ella debía también crucificarse con El y morir.

Consideraba la vida larga como una gracia del Señor, porque decía que prolongaba el t iempo de pade-cer y daba más lugar al acrecentamiento de los méritos. Su alma, amante apasionada de la cruz, no decía nunca basta, y le pedía continuamente a Dios que no agotara en ella la facultad de sufrir y le aumentase a cada ins-tante su gracia y su amor.

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Creíase ya nuestra amadísima Madre libre para siem-pre del gobierno de su Comunidad; pero el Señor no lo

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quería así y sus hijas por su parte, la necesitaban, de mane-ra que el 14 de Febrero de 1941 asumía una vez más el cargo de Priora con gran contento de ellas que se sen-tían nuevamente cobijadas bajo su maternal cariño y sabia y prudente dirección.

Si materialmente no podía estar en todas partes con la facilidad de antes, estábalo su espíritu; y a don-de no llegaba su mirada, alcanzaba la vista de su inte-ligencia y esa luz sobrenatural que le infundía el Espí-ritu Santo de manera verdaderamente prodigiosa.

¡Cuántas veces impulsada por secreta moción iba donde sus hijas necesitadas para darles el alivio físico que habían menester o bien el consuelo espiritual que sus almas requerían! Y a cuántas otras extrañadas éstas que obrase en tal o cual forma, después veían que al hacerlo así había estado divinamente inspirada.

Notábasele una percepción muy clara de las cosas en todo orden de ideas y de hechos, un equilibrio per-fecto de criterio y era una delicia ver la justeza de sus juicios y apreciaciones. Lo ordinario y corriente en ella era una claridad de espíritu sobresaliente, una luz extra-ordinaria para todo, una como visión del presente y del porvenir en verdad prodigiosa. ¡Cuántas veces di jo con anterioridad lo que después sucedía exactamente! Tenía las intuiciones del genio y de los santos.

Con acogedora bondad y fina cortesía recibía siem-pre a las religiosas cuando iban donde ella. Jamás, por muy atareada o enferma que estuviese demostraba la menor señal de desagrado cuando la buscaban. Siempre dueña de sí misma, sabiendo que se debía a Dios y a sus hijas, las acogía con una paciencia inalterable, aunque después para poder salir con algún t rabajo o cartas im-postergables, tuviera que robarle más horas a las ya tan escasas de su sueño.

La experiencia de los años, su talento v gran pru-dencia. hacíanla la consejera obligada de la Comunidad v cada cual acudía a ella segura de encontrar solución, luz, consuelo. La clarovidencia de su espíritu, en el que influían los dones del Espíritu Santo de modo extraor-

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dinario le daban especial acierto en sus consejos. Respe-taba mucho a las almas y nunca se adelantaba a pedir su confianza, pero cuando se la daban la recibía con gra-titud y con exquisita delicadeza y comprensión.

Tenía , además, una preciosa cualidad: su discreción a toda prueba. Nada de lo que se le confiaba salía de sus labios. T o d o quedaba depositado en su corazón sin delatarlo jamás a nadie, aunque no fuese de intimidad o de importancia. Y no era necesario tener la precau-ción de pedirle silencio porque su natural reserva así se lo dictaba.

Poseía en alto grado la virtud de la prudencia que resplandecía e» todos sus actos y palabras. Y ¡cuánta dignidad tenía en su proceder, qué elevación en sus sen-timientos, cuán sobrenatural era en sus obras! T o d o en ella revelaba a la santa religiosa y a la gran señora. Es-tas cualidades hacían el encanto de sus hijas y de las personas que tenían el privilegio de conocerla.

No es extraño que también los de afuera la distin-guieran con su cariño y con su aprecio y acudiesen a ella a contarle sus pesares y a pedirle oraciones y consejos. En su gran corazón encontraban eco todos los dolores y sabía dar siempre palabra de aliento y de consuelo.

Sus cartas, de una encantadora sencillez, finura y espiritualidad, eran el fiel reflejo de la ^delicadeza de sus sentimientos, del señorío de su trato y de la santidad de su alma. Escribía como sentía: era toda "ella" en sus cartas, así como su palabra también era su " y ° " cuando aconsejaba, exhortaba o decía algo espiritual. Trascendía por su verbo y por su pluma la divina un-ción de que estaba impregnado todo su interior.

Todas sus acciones estaban reguladas por la Vo-luntad de Dios. La voz del corazón, tan poderosa en un alma de tan exquisita sensibilidad como la suya, nada podía contra lo que ella creía ser del querer divino, ni era capaz de apartarla del cumplimiento de su deber. En una ocasión una de sus hijas, a quien profesaba reco-nocido cariño, le hizo notar con filial confianza algo

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que en su conducta para con ella no le parecía estar en armonía con sus maternales sentimientos, y entonces le manifestó con mucha bondad que por encima del afecto, estaba la voluntad de Dios y que cuando la veía clara-mente, no podía obrar sino en conformidad con ella y que así lo había hecho siempre. Igual modo de proce-der observaba en lo que creía era deber de justicia. Y nada podía hacer torcer su rectitud ni doblegar su vo-luntad.

Y no se crea que era inabordable en sus momentos de energía, no; se iba a donde ella y se le hallaba inflexi-ble sí, pero siempre fina y bondadosa, como sucedió en otro caso en que encontrando que en conciencia no po-día acceder a algo que se le pedía, contestó de manera inapelable, pero muy amable estas palabras: "Le diré lo que Su Santidad, los Sumos Pontífices acostumbran responder cuando no Ies es posible satisfacer un pedi-do: "Non possum", " n o puedo" . Y con esto cortó toda insistencia y toda esperanza. Era verdaderamente una excepción cuando esa energía iba acompañada de dureza. Siempre estaba revestida de esa bondad y cortesía que eran las características de su temperamento y de su edu-cación.

Muchas incomprensiones y dolores le ocasionaron esta manera sobrenatural y recta de obrar; pero ella supo sobrellevarlos con una virtud y espíritu de fe admira-bles. En una de esas horas especialmente dolorosas. aunque rara vez se expansionaba, escribió hace años en un pedacito de papel del block que teflía a uso, las líneas siguientes:

"Esta mañana al despertar, no sé por qué, pasó " por mi memoria como en una cinta mi vida, mi cami-" no . . . ¡qué de reflexiones! Sentía paz, tranquilidad.

¡ T o d o pasa, todo acaba! . . . Sentía también un dejo " de pena en el alma, que me llevaba a Dios, y un es-" pecie de goce de haber experimentado la incompren-" sión de las criaturas que tan honda impresión nos " hacen y al mismo tiempo tan gran bien nos procuran, " como es el desprendimiento de todo lo que no es

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" Dios . . . Pensé asimismo que todo venía de su divina " mano y sucedía porque así El lo quería para mi bien".

Su alma siempre se remontaba hacía lo alto por encima de todo lo que pudiera hacerla sufrir y lo recibía como venido del Señor o permitido por El para su pro-vecho. Nunca se quedaba abajo sino que subía hasta Dios, realizando en su vida aquella sentencia que tanto amaba: "Avanzad siempre y tened en alto vuestro co-razón, y cuando las pruebas lleguen hasta vos, subid hasta Dios" . M u y a menudo se las repetía a sus hijas para levantarles el espíritu a aquellas serenas y sobrena-turales regiones en que ella ya vivía y también aquel otro pensamiento de Ravignan que tanto le gustaba: "Dejad pasar, dejad correr, tended un puente desde lo alto del cual veáis pasar la corriente de los acontecimien-tos humanos sin turbaros" . Era verdaderamente recon-fortante ver la ausencia de toda hiél y amargura en un corazón que había sufr ido tantol

¡Qué espectáculo tan admirable para el cielo y tan edificante para sus hijas ofrecía esta santa Carmelita cargada de años, de pruebas y de virtudes que manejaba el "gobernalle" de su Comunidad tan sabia y prudente-mente y con un espíritu tan entero, levantado y sobre-natural! Con mano experta sabía conducirla en medio de los esquifes y tempestades de estg mar de la vida hacia seguro puerto material y espiritual.

Era este su úl t imo trienio y Dios se complacía en hacérselo más meritorio cargándoselo de penalidades y de trabajos. Llevóse en él a la más anciana de las reli-giosas, a quien conocía desde su infancia, y después a Sor Teresa del Divino Corazón, hermana de Juani ta Fernández Solar, el Lirio de Los Andes. Moría nuestra querida hermana en la plenitud de la vida, cuando la Comunidad esperaba mucho de sus cualidades y en cir-cunstancias especialmente dolorosas para su maternal corazón que mucho la amaba. Agregáronse a éste otras pruebas y situaciones muy duras; y en medio de todo fué admirable su resignación con la voluntad de Dios,

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su grandeza de alma, su discreción, su virtud. Había llegado a una conformidad tan absoluta con el querer divino que estaba ya totalmente identificada con El en obras y sentimientos y se veía en todo al alma ya per-fectamente unida con el Señor y llegada a la santidad eminente que supone un estado semejante de abandono, de entregamiento de sí y todo lo demás al beneplácito divino.

Tocaba ya a su f in su gobierno y tenía derecho a pedirle que la apartara de toda responsabilidad para prepararse al definit ivo reposo que ella presentía estar ya muy cercano. Dejaba a la Comunidad libre de deu-das materiales, en lo cual había puesto especial empeño, terminados algunos detalles de su amada Iglesia, y le-gaba a sus hijas la herencia imperecedera de sus ense-ñanzas y el precioso pat r imonio de sus ejemplos y de sus acrisoladas virtudes.

El últ imo Capítulo conventual que hizo fué toda una despedida y un testamento. Habló como una madre que está próxima a part i r de este mundo — c o m o así lo expresó—, y que recuerda a sus hijas con especial afecto las enseñanzas y consejos que durante toda su vida les diera. Sus palabras hacían recordar las de San Paulo en su apología de la caridad y en el respeto y aprecio a la autoridad constituida. C o n sentidos acentos mani-festó el interés inmenso y afecto grande que tenía a su Comunidad y que en prueba de ello les exhortaba a lo único que podía hacerla grata a los ojos de Dios y feliz: la sumisión a la Prelada y el amor de unas con otras. Di jo que esa sería la úl t ima vez que como Pr iora diri-giría la palabra en Capí tulo y que quería que la guardá-ramos en el corazón como su testamento. Insistió mu-cho en la adhesión a la autoridad sea quien fuere, por-que a Dios representaba, e hizo especial fuerza en la mu-tua consideración que deberíamos tener las religiosas en nuestro trato, evitando todo lo que pudiera herir en pa-labras o en obras. También recomendó el silencio como medio para recoger el alma y fijarla en Dios y como

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una ayuda importantísima para mantener la religiosidad y la observancia. Recomendó el amor al sacrificio que facilitaba la abnegación y el cumplimiento de las Cons-tituciones.

* * *

Pocos días después el Señor atendió a los deseos y ruegos de su amada esposa y la dejó libre de toda res-ponsabilidad descargando de sus hombros la pesada cruz del priorato, pero dejándola siempre en el Calvario.

Su pobre cuerpo, que no podía valerse por sí mis-mo, estaba verdaderamente crucificado en su sillita de ruedas, la cual fué para ella su altar de inmolación. Allí oraba, se sacrificaba, trabajaba, y, sin duda, subía hasta el t rono del Altísimo el holocausto de todo su ser como agradable sacrificio de propiación y de satisfacción. ¡Cuántas gracias de conversión y de santificación al-canzaría para las almas y cuánta satisfacción daría a su Divina Majestad!. Continuamente se le veía orando y ofreciendo todos sus sufrimientos por la gloría de su Señor y por el bien de las a l m a s e l Santo Padre y las víctimas de la guerra tenían especial parte en sus inten-ciones.

¡Qué horas de plegaria tan intensa y de tan prolijas purificaciones pasó nuestra amadísima Madre en su sillita! Inmovilizada en ella inmolaba a la par su cuer-po y su espíritu, que, demasiado grande para su terrenal envoltura, contemplaba con santa resignación y pacien-cia el acabamiento de este compañero que ya no le obe-decía mientras él estaba, en cambio, en todo su vigor y plenitud. ¡Cuántas cosas quería hacer, impulsada por este espíritu siempre joven, y no podía! Sin embargo, nunca estaba sin algún t rabajo entre manos, siempre ocupada en algo útil para la Comunidad o para los de-más. La ropera con filial confianza, le llevaba conti-nuamente alguna labor y ella la hacía con tanta proli-jidad que sus costuras parecían, por su perfección, como

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si hubiesen sido hechas a máquina . Las personas de afuera también eran favorecidas po r su caritativa ayuda y m u y de ordinar io se le veía componiendo las imágenes que con este f in le t ra ían. Con qué amor se ocupó para, la fiesta de Nuestra dulcísima Madre del Ca rmen en ayudar a coser el vestido que se le h izo para que saliese en procesión p o r las calles de la ciudad y retocó su bella imagen que años atrás ella en tal f o r m a restaurara que la dejó, verdaderamente t r ans fo rmada .

J u n t o a sus útiles de labor tenía siempre sus l ibros predilectos, de los cuales nunca se apartaba. Los Santos Evangelios, las Epístolas de San Pablo, la Imitación de Cristo, las Obras de Nuest ros Padres Santa Teresa y San Juan , los Soliloquios de San Agust ín, las P repa ra -ciones para la C o m u n i ó n del A ñ o Eucarístico. Usaba de registro entre sus páginas preciosos pensamientos de escogidos autores y lindas poesías religiosas que revela-ban sus gustos y aficiones, y así era un verdadero placer abrir estos libros porque, j u n t o a su p ro fund idad y be-lleza, nos parecía encontrar en sus hojas algo de su pro-pia alma.

Diar iamente una de sus hi jas tenía el consuelo de hacerle la lectura espiritual después de vísperas, quedán-dose con ella parte de la tarde con su labor en agradable comentar io de lo leído en dulce y provechosa plática para sus almas. Y nos contaba cuánto gozaba viendo la clara inteligencia de su amada madre remontarse por las regiones de la mística y con tanta justeza dilucidar cual-quier tema doctrinal, f i losófico o de psicología. ¡Qué conocimiento tan claro de Dios y de las cosas del a lma era el suyo! ¡Y cuánta lucidez en esa mente de 83 años! Era una verdadera delicia hablar con ella, y de todo cuanto se quisiera porque los ricos y variados matices de su espíritu se hacían a todas las tonalidades de las almas, y todo asunto noble y elevado movía su interés y su atención.

¡Cuán honda y delicadamente ella sentía todo lo grande y lo bello! ¡Cómo alababa a Dios en sus obras

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y sabía descubrirlo en todas partes y remontar hacia El su corazón! La naturaleza le encantaba y el espec-táculo del cielo, de los árboles, de la cordillera, etc. la elevaba dulcemente hacia el Criador . Hasta lo ú l t imo no se dispensaba de asistir a la recreación de las tardes en la terraza donde se goza de una vista hermosísima. Y en su celda misma cuántas veces la vimos entusias-mada bendecir al Señor por las obras de sus manos!

¡Qué impresión de recogimiento tan grande senti-mos muchas veces al penetrar en su celda, donde, al verla tan absorta en Dios, nos parecía estar en un ver-dadero santuario de oración y de fecunda inmolación! ¡Y cuánto amaba ella este retiro y qué palabras tan sen-tidas salían de sus labios cuando nos elogiaba la dulzura de este recinto sagrado de la Carmelita en el cual a solas con su Dios vive y se inmola!

M u y a menudo íbamos a visitarla y eran momen-tos de verdadero solaz espiritual los que pasábamos j un to a nuestra Madre querida y al separarnos de su lado lle-vábamos siempre más de Dios en el alma y más deseos de v i r tud en el corazón. Cada día se le sentía más so-brenatural , más divinizada.

¡Con cuánto esmero se preparaba cada mañana para recibir a Nues t ro Señor en la Sagrada Comunión , lo mismo el día que tocaba confesarse! Siempre le ha-bíamos no tado una diligencia y fervor especial en la re-cepción de ambos Sacramentos, gastando mucho t iempo antes en recogerse, y ahora ú l t imo nos l lamaba la aten-ción la irradiación de angelical du lzura que se le tras-parentaba en su rostro, después de la C o m u n i ó n y con-fesión, y que realzaba la expresión ordinar ia de sus ojos y de su semblante que eran de suma suavidad y bondad. T e n í a una mirada de mucha inteligencia y de gran be-nignidad, siendo ella realmente el reflejo de su espíritu y de su corazón.

Desde su celda estaba alerta con las campanas y a cualquier descuido golpeaba las manos para que las to-casen. Allí pasaba todo el día o en su taller durante

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las horas que no iba al Coro y desde ella en todo mo-mento, aún en las horas de la noche, era como el vigía siempre en vela, como la lamparita siempre encendida, como el corazón de la Comunidad siempre latiendo y dándole la vida.

Acompañaba a Jesús Sacramentado largas horas en el Coro y desde él oía cada mañana la Santa Misa, y, hasta muy poco antes de morir, seguía Vísperas Comple-tas, Maitines y hacía su oración de la tarde. ¡Qué pa-saría entre ella y su Dios en esas largas visitas junto a las rejas! T o d o su consuelo era permanecer lo más que podía ante el Tabernáculo y a su calor se clarificaba más y más su santa alma. jQué de veces nos dijo que la presencia del Señor en el altar, como asimismo dentro del alma era algo que se sentía y que se vivía! . . .

El f ru to estaba ya maduro, pero Dios que la ama-ba con predilección apuraba su obra purificadora en su cuerpo y en su alma. ¡Cuántos actos de paciencia tuvo que ejercitar en su sillita! Aunque pasábamos preocu-padas de ellas y continuamente íbamos, ya una, ya otra, a ver si algo se le ofrecía, muchas veces se le caía- ^a pluma, el papel, los instrumentos de trabajo, etc., y te-nía que esperar a que alguna de sus hijas llegara a au-xiliarla.

Con qué gratitud recibía cualquier servicio que se le hiciese, no acabando nunca de agradecerlo como si para nosotras no hubiese sido el mayor consuelo y placer ayudarla. "Es por poqui to tiempo más —de-cía— ya pronto dejaré de molestarlas". Su re-signación era admirable, pues debía serle muy duro a su espíritu, en la plenitud de sus facultades, la impo-tencia física a que estaba reducida. ¡Y qué bien, realizó el Señor en su amada esposa aquella aspiración que hacía suya de una sentencia que mucho amaba: "Haced, Dios mío, de todo mi ser un Calvario a fin de que no viva yo, sino que Vos viváis en m í ! "

A medida que se acercaba al final de su vida ésto se cumplía aun más plenamente en ella, porque iba de-

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cayendo en fuerzas y los dolores y angustias físicas eran mayores. Desde Noviembre se acentuaron sus sufri-mientos y se le no tó el descenso. Creímos que l a llegada del Adviento, en que siempre intensificaba sus ayunos, sería el motivo de que casi no probara su parca comida! pero en realidad, le era muy dificultoso tomar algún alimento.

Con todo, para Navidad fué la más entusiasta en celebrar a su Divino Niño. Permaneció aquella Noche-Buena, la últ ima que pasaría en la tierra, hasta las 3 de la madrugada en pie cantándole jun to al pesebre con un fervor tal que era ella la que llevaba el coro de todas sus hijas. ¡Qué espectáculo tan encantador o í recia con su espíritu tan joven, tan fresco y fervoroso!

E n Enero se le notó declinar en forma alarmante, pero el médico no le encontró nada especial, y nosotras, por nuestra parte, alimentábamos la ilusión propia del cariño de que la conservaríamos siempre. El corazón quiere hacer inmortales a los que ama, especialmente el de las hijas a sus madres.

T o d o su ser era presa del sufrimiento y su vida se había condensado en un Calvario: sus dolores se intensi-ficaban cada día más. N o era sólo la agonía del cuerpo sino también la del alma. Sentíase en un estado de su-fr imiento interior el más extraño y pro l i jo ; decía no haber pasado nunca nada semejante, y creemos que fue-ron las últimas purificaciones de su espíritu que equiva-lía a las del purgatorio.

Ten ía el presentimiento de su muerte desde meses atrás y esta idea la dominaba constantemente sin poderla rechazar.

Su corazón, aunque desprendido enteramente de la tierra y cada día más ansioso de su Dios, sentía mucho temor a las angustias supremas de ese trance, el cual el Señor, en su infinita bondad se lo haría, sin embargo, tan suave como para premiarle la ilimitada confianza que en El siempre había tenido.

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El Viernes 2 de Febrero, aniversario de esta fun-dación, quiso que tuviéramos la recreación abajo para no hacer subir a la Comunidad y ella estuvo haciendo recuerdos de aquel día alegremente con sus hijas, quie-nes jamás imaginamos celebraríamos por última vez en su compañía esta fecha, y menos que tan poco t iempo más podríamos gozar de la dicha de tener con nosotras a madre tan amada.

El día siguiente lo pasó muy mal y a los comienzos de la, semana el estado de decaimiento en que la vimos nos hizo temer la dolorosa realidad que en nuestro ca-riño queríamos ocultarnos. Llamado nuevamente el doctor nos hizo saber con p ro funda pena que, en efecto, pare-cían ser todos los síntomas de su fin, aunque nunca se creyó fuese tan cercano.

El Domingo 11 la notamos tan mal que le hicimos poner la Santa Extremaunción, la cual recibió con ex-traordinarias muestras de fervor, haciendo ardientes ac-tos de amor a Dios. Repit ió tres veces con voz entera la santa profesión y su semblante irradiaba una paz y una dicha inexpresable. "Qué gracia tan grande, decía, me ha hecho el Señor; cuán bueno es El y qué feliz sería si ahora me llevase". Y no se cansaba de manifes-tar su gratitud a Dios y a nosotras. El sacerdote que la confesó y administró los Sacramentos quedó p ro fun-damente edificado de los fervorosos sentimientos, de su santa alma.

Dios quería darle todavía los últimos retoques y hacerle el beneficio inmenso de que esos postreros mo-mentos fuesen de intensa purificación como la del pur-gatorio en vida. Aquellos ocho días los pasó en la más angustiosa agonía física y espiritual. Sin poder alimen-tarse ni dormir y sintiendo la asfixia continua que no le permitía descanso a ninguna hora, decía resignadamente como Job, "que al llegar el día creía encontrar reposo y no lo hallaba, y cuando venía la noche igualmente, y tampoco lo tenía" ; sin embargo adoraba y bendecía la Voluntad de su Dios y manifestaba suma paciencia en sus sufrimientos.

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Se le había declarado un edema pulmonar y tenía el corazón muy comprometido lo que hacía su respira-ción extremadamente dificultosa y sólo le salía como un gemido. "Estoy cual una tortoli ta", d i jo con gra-cia, y pidió que disculpáramos si esta manera de respi-rar nos molestaba, dándonos hasta el fin muestras de su delicadeza y consideración con las demás. Aun en ese estado estuvo preocupándose de tomar unas medidas para la combinación de un roquete que quería presen-tarme como obsequio el día del aniversario de la elec-ción. Y pensando en algunas cosas que había deseado dejar mejor arregladas le hizo a una de sus hijas santas reflexiones a propósito de su muerte, en las que se veía su entera resignación a la Voluntad de Dios, su paz, a pesar de sus sufrimientos interiores, y que anhelaba nc tener más preocupación que su Dios, "quien era —le d i j o — lo único importante y lo único necesario". N o quería que le hablasen de nada sino de El, y como lle-gase una hermana a contarle algo indiferente le pidió que por favor no le conversase cosa extraña a Dios. Y a otra que al ir a visitarla le preguntó cómo estaba, con-testóle con fervorosa unción: "Aquí me tiene esperando a mi Señor".

N o iba a tardar ya mucho el Divino Esposo en lle-vársela para darle el premio de su santa y fecunda vida.

Levantóse nuevamente el Sábado y fué el día de mayor agonía, manifestando que también interiormente sus sufrimientos eran sobre toda expresión.

Al acostarla creíamos que no pasaría la noche. Respiraba con una angustia indecible y su corazón había perdido todo control. A una de sus hijas, con el fin de que se diese mejor cuenta de ello, le di jo con cariño: " Apoye su cabeza sobre mi corazón y sienta su descon-" certado latir. N o sé en qué forma me lo ha hecho " el Señor que puede resistir t an to" . . . Y sus palabras parecían tener doble significado. En realidad El se lo había dado de una resistencia y capacidad extraordina-rias, en el orden físico y moral.

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Momentos más tarde vino el médico y como estaba bajo el efecto de una inyección que acabábamos de colo-carle la encontró mejor y nos dió esperanza de que sal-varía. Los exámenes que se le habían hecho para ver si tenía uremia dieron espléndidos resultados, y como nosotras la habíamos visto tantas veces agonizar, volvi-mos nuevamente a tener la ilusión de conservar su ama-da existencia. El aspecto de ella también se le notaba muy mejor y al acomodarla para que pudiera reposar di jo con suave sonrisa. "Mañana será otro d ía" . En efecto, para ella debería ser el gran día de la eterriidad y del definitivo reposo en su Dios . . .

Amaneció ese día 18 de Febrero y al igual que las noches precedentes no había podido conciliar el sueño. Al volver de las Horas la encontramos muy mal. Quiso, sin embargo levantarse a Misa como los días anteriores, y ésta sería ya la última que oiría sobre la tierra y su postrera Comunión.

Después de Misa pidió que la dejásemos reposar, pero quedóse al lado una de sus hijas, la cual la oyó decir: "¡Virgen Santísima, Madre mía, ayúdame. Dios mío, Dios m í o ! " Acercándose ésta le preguntó que te-nía, y dando un suspiro respondió: "Ya va pasando". Eran como las 9y2 de la mañana. Poco después su respiración se hizo tan fatigosa que creímos llegado el úl t imo momento. Le colocamos una inyección y se le notó reaccionar. Como a las 11 A- M. pidió que la sa-cáramos para la galería, donde estuvo conversando unos instantes. Momentos más tarde llegó la practicante a ponerle una inyección intra-venosa e hizo esfuerzos por seguir amablemente su conversación. Al retirarse ésta le di jo a una de sus hijas aquellas palabras del salmi ta: "Volara a mí Dios en la p luma de los vientos". Fue: ^n estas casi sus últimas palabras. Y poco a poco fué ca-yendo como en una semi-inconsciencia en la que ya no se le notaba ningún sufrimiento. Comprendiendo que se nos iba nuestra Madre tan amada con profunda angustia le dije: "Madrecita, acuérdese que no le doy

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licencia para irse". Y como parecía que no escuchaba le grité fuertemente al oído: "Madrecita, acuérdese de todas nosotras". Y abriendo los ojos como quien está muy lejos, sonriendo contestó: "Bueno". Fué ésta su última palabra, y siguió dulcemente traspuesta-

Avisamos inmediatamente a la Parroquia para que viniera algún sacerdote a asistirla y reunida la Comu-nidad con dolor inexpresable, comenzamos a rezarle con voz entre cortada por los sollozos, las preces de los ago-nizantes. Llegado el Señor Pbro . don Carlos Ibar Huneeus, quien le había administrado los Santos Sa-cramentos el Domingo precedente, prosiguió las oracio-nes y la recomendación del alma y le dió la Absolución General e Indulgencia Plenaria. Nuestra amadísima Madre, entre tanto, respiraba apaciblemente y revelaba en su semblante la placidez más celestial. Y así, poco a poco, sin angustias, fué extinguiéndose su preciosa vida como una lamparíta ante la presencia de Dios, hasta exhalar su últ imo suspiro en los precisos momentos en que se le leía el Evangelio de San Juan, que tanto ama-ba y que llevaba siempre sobre su corazón. ¡Cuán dulce y cuán envidiable es la muerte de los Santos!

Eran la 1.40 P. M. del día 18 de Febrero y el primero del mes dedicado al gloriosísimo Patriarca y Padre Nuestro San José, al cual tenía tan tierna devo-ción, y también el aniversario de la profesión religiosa de nuestra Madre Margari ta de San Juan de la Cruz, a quien ella profesó tan hondo y filial afecto y a cuyo recuerdo había guardado un culto de amor y veneración que supo trasmitir a sus hijas. Aquélla, por su parte, demostróle desde el cielo en tal forma la predilección que siempre le manifestó, que en esa fecha de dulce me-moria, vino a buscarla para llevarla a gozar eterna-mente de su Dios.

Su muerte tan serena y sin angustia después de aquellos días de intenso sufrimiento físico y moral, nos dejó en el alma el trasunto de la paz con que la suya abandonó este mundo y nos pareció su tranquilo fin ser

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la recompensa de aquella confianza il imitada que siem-pre tuvo en el Señor y el eco y reflejo fiel de su santa vida.

Quedó su rostro blanco y apacible como el de un ángel revelando todo en él la dicha y la paz del alma que reposa en su Criador . Se la llevó al Coro donde rodeada de flores estuvo expuesta ese día y el siguiente, velándola todo el t iempo sus desconsoladas hijas, en medio de las demostraciones de veneración y de pesar de las personas que la contemplaban j u n t o a las rejas y pedían tocar a su cuerpo sus rosarios y objetos pia-dosos.

A la mañana siguiente se le di jeron cuatro Misas, una de ellas oficiada por el Excmo. Sr. Obispo de la Diócesis Dr . don Rober to Bernardino Berríos, y el día 20 fueron sus excequias. Celebráronse también nue-vamente cuatro Misas y después de la ú l t ima cantada y precedida por la vigilia que ofició nuestro R v d o . Padre Vice-Provincial Te lés fo ro de los Apóstoles con asis-tencia del Excmo. Sr. Obispo, se efectuaron los oficios de sepultación. Los funerales fueron presididos p o r su Excia. Monseñor Berríos y acompañados de nuestros Padres Carmelitas F ray Telés foro de los Apóstoles, Vi-ce-Provincial; Fray J u a n C r u z de la Virgen del Carmen, Superior de San José de C h u c h u n c o ; Fray Bernardo de la Sagrada Familia, Superior de Valpa-raíso; el confesor ord inar io de la C o m u n i d a d , Rvdo. Padre Fe rnando Castel; los Hermanos Maris tas y los señores Pbros. don Carlos Ibar Huneeus y d o n Guiller-m o Varas Arangua .

Nuest ro dolor al perder a nuestra M a d r e tan ama-da es p r o f u n d o , pero resignado. Inmensa es la falta que nos hacen sus ejemplos, sus consejos, su a lma serena y luminosa, su seguro apoyo, su presencia maternal ; mas besamos la m a n o del Señor que nos la díó y nos la quitó, y nos consuela pensar que ha cambiado los sufr imientos de este valle de lágrimas por la dicha eter-na del cielo, y que para ella es in f in i tamente más dulce

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el amor y la visión de su Dios y la compañía de la Sma. Virgen su Madre bendita y la de los bienaventurados, que el afecto p r o f u n d o y filial de sus hijas que deseába-mos retenerla siempre a nuestro lado. N o dudamos que desde aquella mansión celestial, seguirá velando por nosotras con ese amor e interés inmenso de Madre que sentía por su amada Comunidad que ella formó, que se lo debe todo y de la cual era su alma y su más preciosa reliquia y tesoro. El ejemplo y el recuerdo de sus vir-tudes y enseñanzas lo guardamos cada una en el corazón como la más rica herencia de su espíritu y como la estela luminosa que nos señala la ruta para ascender a Dios . . .

Al terminar, mi Rvda. Madre, esta Circular en la que hemos tratado con el más filial amor e intensa gratitud, esbozar la vida y la espiritual fisonomía de nuestra amadísima Madre Angélica, nos parece, en ver-dad, que el bosquejo que hemos hecho de sus obras, de sus virtudes y de su alma, es un pálido reflejo de lo que ella fué en realidad.

La gloria que su fecunda y santa vida ha reportado a Dios es inmensa y no dudamos que alma tan rica en méritos y en gracia, tendrá en el cielo también inmensa gloria jun to a su Divino Esposo, a Quien con fervor extraordinario sirvió y amó en su preciosa y dilatada existencia.

Rogamos a V. R. y a su venerable Comunidad, se digne aplicar los sufragios que indican nuestras Consti-tuciones por el alma de nuestra venerada y amadísima Madre, a lo que quedamos muy reconocidas y ella, tan agradecida como era, se lo pagará con creces.

De V. R. humilde síerva en Cristo.

Isabel de la Trinidad Priora.

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MADRE ANGELICA DEL Smo. Sto. Después de su muerte.

| 18 de Febrero de 1945.