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Ángel Beccassino ABELARDO DE LA ESPRIELLA: LA PASIóN DEL DEFENSOR Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • México Montevideo • Santiago de Chile

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Ángel beccassino

AbelArdo de lA espriellA: lA pAsión del defensor

Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • MéxicoMontevideo • Santiago de Chile

“Aquel que determina en qué consiste la realidad dominará sobre los demás. la elección

de los conflictos proporciona el poder”.

ElmEr Eric SchattSchnEidEr

1ª edición: abril 2012© Abelardo De La Espriella, 2012© Ediciones B Colombia S.A., 2012

Cra 15 Nº 52A - 33 Bogotá D.C. (Colombia)www.edicionesb.com.co

ISBN: 978-958-8727-23-3

Depósito legal: HechoImpreso por: Nomos Impresores

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigu-rosamente prohibida, sin autorización escrita de las titulares del copyright, la reproduc-ción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

El autor y la editorial dejan expresa constancia de que las opiniones vertidas por los entrevistados en este libro,

provenientes de entrevistas grabadas, son de entera responsabilidad legal de quienes las emiten, y que son

mencionados en el texto como tales.

ÍNDICE GENERAL

1. El oficio de defender a la humanidad ...................... 11

2. Los especialistas en forceps. ....................................... 37

3. El perfil de un litigante de éxito .............................. 53

4. Del socorrista en el asesinato de Gómez Hurtado, al abogado de las más bellas muchachas .................. 83

5. El abogado del mayor escándalo: D. M. G. ..............125

6. La pelea en el hombre, el hombre en la pelea. ......... 149

7. Un abogado exitoso en un país sin compasión. ........165

8. Del humanismo a la violencia, pasando por la magia .................................................181

9. Entre el drama y la comedia ................................... 207

10. Langosta con guarapo junto al mar ....................... 223

11. La tierra donde aún no se sembró el olvido ...........235

12. Los peligros que acechan al abogado, y otros temas. ............................................................255

13. Un derrame del tamaño de Manhattan acechando al Caribe, y en el horizonte Japón. ....... 289

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1El oficio de defender a la humanidad

Acusado del asesinato de su padre, Sexto Roscio Amerino fue juz-gado en el Foro de Roma en el año 81 a. C., y salió libre. Actuaba como acusador un célebre procurador de la época, Erucio, escogido para la función por Crisógono, hombre de confianza del dictador Sila, y la defensa estaba a cargo del joven Marco Tulio Cicerón, que alcanzó celebridad ganando el caso a partir de una pregunta en que basó su alegato. Pregunta que no era suya, ya que la había recogido de un famoso cónsul difunto, Lucio Casio Longino, a quien Roma tenía por sabio, y constaba de dos palabras: ¿cui bono?, ¿a quién beneficia?

Desde entonces aquella cuestión, que luego de Séneca y su Medea tendría como variante ¿cui prodest?, ¿a quién aprovecha?, se convirtió en un recurso popular para dictaminar culpables. Pero ninguna culpabilidad es tan clara, y por eso la defensa de un acusado tiene muchos recursos para rescatarlo a partir de pruebas, o a partir de cómo es capaz de interpretarlas. Lo cual conduce a aquello de que “escapar de una acusación no es tan complicado, lo difícil es seguir en libertad”, que me comentó un día un gran penalista, Antonio José Cancino, mientras hablábamos de un caso.

Mientras cruzo la calle esquivando carros que atropellan con voracidad de sangre, juego mentalmente con la palabra defender, que tiene su origen, me digo, en el verbo latino defendere, deri-vado de un arcaico verbo, fendo, relacionado con las acciones de incitar, golpear, y al cual, anteponiéndosele el prefijo de—, se le

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transformaba en su significado a proteger, y también repeler, re-chazar. Viendo la puerta a pocos pasos, no puedo evitar sentir esa sensación grata que, imagino, puede producir atravesar un bosque de altos pinos caminando sobre un angosto sendero de alfombra morada. Esto mientras a la sorprendente velocidad con que se mueve el pensamiento repaso los muchos significados que una palabra puede tener, y, en particular, observo que para muchos defensa es un tipo de apertura en ajedrez, y que en Francia es muy probable que traiga a la mente ese distrito de negocios en el oeste de París, la défense, así como en Buenos Aires la calle que saliendo de la Plaza de Mayo se interna en San Telmo y sigue más allá buscando aquella inundación de que habla Sur, el tango. Y los militares asociarán la palabra a temas de su oficio, evocando alguno de ellos con nostalgia que los Ministerios de Defensa antes se solían denominar “de Guerra”, lo que aludía a hacerla o prepararse para ella, en tanto a un adolescente le hablará del joven Potter y la asignatura Defensa contra las Artes Oscuras, y así.

Ingreso al edificio Lawyers Center, en la Zona T de Bogotá, diagonal a dos o tres de los mejores restaurantes de la ciudad. Atravesando la puerta se entra de lleno a una galería de arte con-temporáneo, donde cuelgan obras de los artistas más cotizados de América Latina con la naturalidad con que colgarían las de los amigos del barrio. Me anuncian y subo al piso 5. Paso a la sala de juntas de Abelardo. En las paredes, recortes de periódicos enmarcados resaltan la exitosa trayectoria de la empresa, y en particular de su número uno, que entra, me abraza, al tiempo que saluda ¿qué tal, hermano, cómo has estado? Y enseguida, después de una grata sucesión de expresiones cálidas, me cuenta algunos detalles de uno de los casos que enumera la pizarra en la pared de la sala, donde en tiza se repasa el estado de los principales pleitos que lleva la firma. La lista es larga. Los nombres importantes. No puede evitarse pensar que el país de estos días está en alto grado condensado en esos trazos blancos. Le comento algo y me explica el rompecabezas de un caso que han ido desgranando los medios, y cuyos hilos él ha venido organizando. Es un estratega bien

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formado, y también un intuitivo de gran olfato para soltar piezas en tiempos claves, o guardar algunas para el momento adecuado.

siéntate, me pide. Los asientos son de cuero, impecables, cómo-dos, aptos para largas sesiones de trabajo. Se sienta en la cabecera, yo mirando la ventana. Del lado de afuera la luz dorada de la tarde se ha esfumado y una fina lluvia cae ahora, como provocada por el acto de un mago. Bogotá, 2600 metros más cerca de las estrellas, y su siempreviva trama de agua en el aire. La melancolía, que en general refleja una conciencia sobre los límites humanos, para el maestro Aristóteles era la enfermedad del genio, un delgado himen que le separaba de la locura. Pero en la Edad Media se le consideró laxitud de corazón o taedium vitae, y la Inquisición la tuvo como pacto con el demonio. Lo repaso, a colación del clima, y él se interesa. Casi todos los temas le atraen, está al tanto de todo, y siempre siente que necesita saber más, conocer detalles. Ya tú sabes, la clave son los detalles, dice. Como en los buenos relatos, agrega.

Leí tu nota en El Heraldo este domingo, digo. ¿Te gustó?, se interesa y me comenta ¿Viste cómo le dí a…?, y de inmediato agrega se lo merece, ¿no crees? Sigue hablando, pero aunque se quede en la palabra largos minutos, nunca te hace sentir que estás asistiendo a un monólogo, aunque ese sea el hecho. Tiene esa cualidad de generar complicidad, tan escasa. En tres horas tomará un vuelo a Miami. Dos días después estará en Barranquilla por la mañana, y en la tarde en Córdoba. O en Valledupar. O en Bogotá. Y un día después, otro vuelo lo llevará a otra ciudad, una entre muchas donde atiende casos. Pero, por ahora, nunca a Caracas, donde es persona non grata, declarada por el Presidente Hugo Chávez ante el país entero en una de sus cadenas semanales de medios de comunicación. Tampoco será Quito, donde el Presidente Rafael Correa también lo ha puesto en la lista de las personas indeseables para su gobierno. Él los mira con desdén, “son dictadores, tiranos, reyezuelos de pacotilla”, dice y le resta importancia al tema.

Entra una secretaria y dice doctor, tiene que salir para el aeropuerto. Con un casi imperceptible fastidio por la interrupción, responde dile a los muchachos que tengan listos los carros. Los muchachos son

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los guardaespaldas. Alto nivel de entrenamiento, cien por ciento confiables, algo de lo que se cuida en extremo conociendo las grietas en la seguridad que han tenido algunos de sus clientes. Entre ellos Jota Jota Rendón, el asesor estratégico del Presidente Juan Manuel Santos, robado por una de las personas en quien más confiaba, un caso que Abelardo resolvió poniendo en juego dotes de Sherlock Holmes.

Suena uno de sus blackberrys, lo mira, me explica que es una periodista de las que más marcan en el rating. Me pide excusas y atiende. Ella le solicita algún detalle sobre un caso, lo que hace que él suelte una fresca carcajada, y enseguida, suavemente, la convenza de que, esta vez al menos, no tendrá ella chance de conseguir la primicia. No le conviene al juego que él ha delineado.

Abelardo vive los casos como espacios de creación. Los contempla desde el primer día con la pasión de un arquitecto observando una necesidad, y no puede dejar de pensar en los detalles que harán que la forma cumpla la función esperada, y al mismo tiempo sorprenda, se destaque. ¿Qué es la realidad?, le pregunté en otro momento. lo que uno construye con lo que hay, me responde. Y ajustando su respuesta, aclara luego: obviamente si hay algo con qué construir, porque si no hay nada, mejor negociar y salir rápido, con el menor daño posible. Es un hombre absolutamente pragmático.

Zapatitos de color bombón haciendo juego con la blusa, entra a la sala Analu, su esposa. Saluda con dulce gracia, y a él le pone un beso en la boca. El abogado duro se ablanda. Algo que en esta etapa de su vida nunca ocurre cuando en un restaurante alguna espectacular mujer registra su presencia, y el vector de atracción se despliega de su parte. Él pasa. Como en un juego de cartas. Quizás una estrategia. Similar a la que puede utilizar en un juzgado para debilitar la importancia de una prueba ajena.

Abelardo dosifica con maestría. Y decide siempre con aplomo y contundencia cuando no jugar. Aunque sea una decisión de esas que se toman sobre la marcha. Sencillamente, sin misterio de ningún tipo, es lo apropiado, y él pasa. Como cuando abre en

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su apartamento una botella de Monkey 47, esa ginebra de la que solamente se fabrican 2.500 botellas al año, y se abstiene. Cua-renta y siete elementos delicadamente dosificados en esa mezcla maravillosa y no. Yo casi no tomo, tú sabes, explica. La tiene para los amigos. Así como tiene botellas de cognac, de esas de más de 10.000 dólares el ejemplar. Y puros cubanos de los más deliciosos, siempre cuidadosamente humidificados. Porque le gusta hacer feliz a la gente que le agrada. Y también porque es un detallista, un neurótico al que le encanta tener control, siempre, sobre cada corte del diamante.

son cosas que se traen al mundo, que vienen en uno, explica. Y uno las puede trabajar, o abandonarlas, perderlas, continúa. Y habla del pasado, de sus padres, sus abuelos, el tatarabuelo político. Todo lo que es parte de lo que es, y luego habla de su voluntad. Con la que cada día pule su ADN, lo reenfoca, lo reorienta, lo afila, lo agranda. Y lo vuelve más agradable. Porque seducir a quien le agrada es una de sus prioridades. Un instrumento de trabajo, unas veces, una debilidad, un vicio, otras.

Abelardo no es, como casi nadie, la primera impresión a secas. En él conviven naturales la moral del despojamiento, el darse, con la moral del que posee, el propietario, el que quiere controlarlo todo, como en este instante, cuando se levanta, va a la pared y arregla la posición con que cuelga un cuadro. Después mira por la ventana y habla como a lo lejos, como si contemplara el mar desde la orilla. Con las manos en los bolsillos del pantalón. Y en ese instante la atmósfera de melancolía de la tarde, y la angustia de la secretaria afuera, se conjugan sobre la escena. Y sin embargo algo produce la sensación sencilla de que el infinito es igual a cero, y lo demás es el instante, ya tú sabes.

La reunión termina porque el vuelo espera y poco falta para que ya sea tarde. Pero él no se precipita. Maneja los tiempos con el mismo aplomo con que maneja los casos. Le preguntaré otro día si es feliz y me dirá que procura serlo cada instante. Que no concibe otra forma de vivir. “para hacer un mundo sólo se necesita felicidad”, decía Paul Éluard. Él la tiene, aunque a veces no la

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saborea como quisiera, zafándose de las responsabilidades un tiempo para amasarla con cariño, desplegarla al sol, al aire del mar, o al de la meseta castellana, mimarla. Haciéndose a un lado para disfrutarla.

Cada abogado defensor tiene una densidad que le otorga su tiempo y que él mismo a veces no llega a descifrar. Pero esta excepcionalidad de cada uno no impide que la profesión admita ciertas generalizaciones. Un abogado penalista es, en su mejor versión, un humanista, especializado en localizar y comprender aquellos misterios del quién lo hizo, por qué lo hizo, y hasta por qué no pudo dejar de hacerlo.

Como aquellos detectives célebres, Arsène Lupin, Sherlock Holmes o el Padre Brown, el buen penalista o litigante, palabra esta que suelen escoger con mayor frecuencia que la otra para ha-blar de sí mismos, vive intensamente cada caso mientras lo analiza y lo trabaja, para luego, una vez resuelto, pasar al siguiente con el entusiasmo de quien se entrega a los brazos de una nueva amante.

Tomado el nuevo caso, una de las características del pena-lista es que, al contrario de lo que ocurre con los abogados que atienden otras ramas del derecho, en quienes se manifiesta más el burócrata de las leyes que un ser apasionado, al penalista la adrenalina se le dispara y su mente pasa a trabajar muy rápido, con sorprendente precisión.

Otra característica, particularmente importante, es su pro-funda sensibilidad cuando trata con aquellos que, de una u otra forma, han salido lastimados. Un punto este donde viene a la memoria lo que escribió Ray Bradbury sobre Ross Macdonald: “en sus novelas, las mujeres golpeadas huyen de demasiados hombres que hicieron todas las cosas malas, mientras esos mismos hombres huyen de sí mismos sin estar del todo seguros de qué hicieron o por qué lo hicieron, o cómo hicieron tan mal las cosas”. Al abogado defensor le caen esas mujeres y esos hombres, y él recibe los pecados con la comprensión de una madre.

Y una característica más, es el deseo profundo de dejar huella que le anima cada día, y que se satisface cuando logra triunfos

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memorables en los tribunales, en particular cuando lo hace ge-nerando precedentes en terrenos antes inexplorados. O también dando cátedra en las universidades, sorprendiendo a los estudian-tes con su particular mirada, orientándoles. O cuando investiga las conductas criminales más allá de sus casos, y luego discute con colegas sus hallazgos, o los de otros, en los cafés o los bares.

A lo largo de los dos últimos siglos, estudiosos de diferentes disciplinas llegaron a creer que habían encontrado las raíces del mal en el rostro de algunos criminales, dando con ello por sentada la relación entre lo físico y lo moral. En 1871, observando una serie de anomalías en el cráneo de quien había sido un famoso delincuente, el médico Cesare Lombroso comenzó a relacionar esto con otros cráneos, a estudiar los rostros de los criminales, a compararlos, y tras cinco años publicó sus conclusiones en lo que sería el libro fundacional de la criminología como ciencia, su Tratado Antropológico experimental del Hombre delincuente.

Observa el maestro de Verona en ese Tratado la posibilidad de que el criminal tenga rasgos de tal desde que nace, la frente hundi-da, la menor capacidad craneana, el abultamiento del occipucio, la insensibilidad moral, la falta de remordimientos… Observaciones que son una novedad absoluta en 1876 y le convierten en un texto de estudio, debatido, revaluado o rebatido por decenas de tratadistas y tesis universitarias en los casi ciento cincuenta años que han pasado. Y de pronto, como si recién hubiera salido de la imprenta, aquel texto puso a los penalistas de París, y de otras ciudades del mundo, a discutir en los cafés a gritos, a escribir columnas en los diarios, a participar de foros y debates sin re-muneración alguna que les motivara, buscando lograr cada uno la lectura de los hechos que predominara, cuando el entonces ministro del interior, luego Presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, impulsó un proyecto para registrar y vigilar a todos los niños que presentaran rasgos de personalidad que indujeran a pensar en una probable conducta criminal futura.

Los abogados penalistas son personajes de este corte, y el cine ha contribuido a mitificarlos mostrándoles como cazadores de

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causas perdidas, siempre dispuestos a dar batalla por lo que nadie creería posible defender, dueños de una capacidad de convicción privilegiada, cínicos o despiadados a veces, casi siempre profun-damente humanos. Un coctel de contradicciones que ha hecho que ejerzan enorme atracción para el gran público que los ve moverse en el escenario, donde saben que un día podrán estar en juego sus valores más preciados, la libertad, la vida.

Así como en una sociedad marcada por la competencia despiadada, antes que por la cooperación entre los hombres, es inevitable la existencia de una saga oscura de acusadores, también lo es que exista una épica luminosa de hombres que defienden. Es algo que viene de lejos, y se origina en la antigua Grecia, en la capacidad de algunos para estudiar la historia y compararla con los casos del presente, traduciendo esto en escritos judiciales que preparaban para los ciudadanos que necesitaban defenderse en los tribunales. Con la multiplicación de litigios derivada del crecimiento de la sociedad, los mejores logógrafos, que así se les llamaba a estos profesionales de la argumentación, inauguraron formalmente la figura del abogado defensor. Algo que no había existido antes, ni entre sumerios y acadios, ni en la India brah-mánica, ni en China, ni entre hebreos, nunca antes de Grecia porque, como cuenta un papiro del Egipto faraónico, no se aceptaba la existencia de un defensor de talento por el temor a que con su oratoria pudiera influir en las decisiones de los jueces y debilitarles su objetividad.

Lo que hace hoy un abogado defensor lo hacían antes de Atenas los reyes, a quienes por su majestad se les reconocía la capacidad de evaluar acusaciones y pruebas, comprender el drama, sopesar motivos y atenuantes, y, finalmente, establecer justicia. Como en el caso bíblico de las dos mujeres que van ante Salomón con el niño.

Aunque en Grecia hubo grandes abogados defensores, Lysias al frente de ellos, fue en Roma donde se estableció el marco de la función, definida con el nombre de advocatus para quien la ejercía. Esta palabra remitía a la idea del llamado en busca de socorro

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por parte del acusado, y se aplicaba a quienes eran conocedores de las leyes que hacían posible esa ayuda, y que tenían el criterio necesario para construir un argumento convincente que ayudara a los jueces a ver la verdad detrás de la acusación.

Desde entonces los abogados defensores han sido persona-jes un tanto de novela negra, en los que la mirada popular ve mezclarse al investigador de crímenes, al estilo del personaje de Conan Doyle, con el gran actor dramático que lleva a las lágrimas a jueces y jurados en decenas de películas de Hollywood. Ese que a la salida del tribunal se deja caer en los brazos de una rubia memorable, recostando la cabeza en su profundo escote mientras sonríe con cierta tristeza de enfant terrible en los ojos.

En nuestra lengua es en las siete partidas de Alfonso el sabio donde se define por primera vez el oficio del “vocero”, retomando un concepto que se utilizaba en Roma para denominar al abogado por su destreza en el uso de la palabra, la voz, y definiendo que lo es aquel que razona por otro en un juicio “en demandando o en respondiendo”. Y se destaca allí la utilidad de los abogados porque “ellos aperciben a los juzgadores y les dan luces para el acierto”, con-trario a lo que pensaban los egipcios.

Si en un lugar de Europa brilló esa profesión después de Atenas y Roma, ese lugar fue Francia, donde en 1344 Felipe VI de Valois firmó el primer reglamento para el ejercicio de los abogados, en medio de una época en que Oliver Patru y D`Aguesseau iniciaban la tradición del valiente defensor que no vacilaba en asumir batallas. Fueron los abogados franceses quienes lucharon hasta lograr la abolición de la tortura a los acusados, consiguiendo finalmente Voltaire que Luis XVI la eliminara en 1780. Y allí, durante la Revolución y el régimen del terror, sobresalen por su valor, tanto como por su espíritu temerario y su profunda humanidad, hombres como Chaveau Lagarde, que defendió a Elisabeth, la hermana del rey, así como a Danton y al precursor de la independencia latinoamericana, Francisco de Miranda, y hasta a María Antonieta, por cuya defensa estuvo a punto de perder su propia cabeza en la guillotina.

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La adrenalina ha sido siempre adicción en los personajes de punta de la sociedad, esos que protagonizan el lado más peligroso de la realidad y por ello son quienes más atraen la atención del público, ávido de emociones ajenas de las que pudiera adueñarse para calentar su vida rutinaria. En estos personajes la norma es vivir a tope, sin detenerse más que lo necesario para visualizar territorios, abarcar situaciones y a partir de allí definir cómo in-tervenir trazando mapas, planeando movimientos. Por eso suele sucederles, como le sucede a Abelardo De La Espriella, que los domingos, cuando Dios y el mundo descansan, se aburren y deprimen como si todo ya hubiera ocurrido y nada nuevo se pudiera crear.

Uno de esos domingos, el 25 de abril de 2010, me llamó Abelardo diciéndome: Ángel, supongo que le estás prestando atención al derrame del Golfo de México. Claro, respondo y él pregunta ¿no crees que ahí estamos ante un caso legal de una dimensión planetaria, algo que aún no se ha contemplado pero donde debería actuarse? Pensando en voz alta su pregunta y habiendo observado en las primeras reac-ciones de la compañía petrolera que protagonizaba el caso ciertas vacilaciones, ciertos gestos que podrían inducir a pensar que estaba tratando de ocultar errores y no contaba con respuestas técnicas probadas para lo que está ocurriendo, le digo, a mi vez, pero, si esta gente estaba perforando el fondo del mar, a más de dos kilómetros de profundidad, y no tenía un plan B, ni un plan C, ni un plan Z para responder de inmediato a un accidente así, sabiendo del daño que un derrame podría causar al Golfo, al Caribe y al mar en ge-neral, aquí podríamos estar ante una irresponsabilidad que debería encuadrarse en la legislación de crímenes de lesa humanidad. Y en seguida extiendo mi argumento a que dañar de forma permanente un ecosistema es dañar las condiciones de vida de la humanidad, y aunque no haya legislación específica que contemple ese crimen, si hubiera pruebas de que la petrolera conocía el riesgo con que se estaba jugando, como dice el cliché, “debería hacerse algo”. Pero, digo, creo que si alguien diera la pelea tendría que tener un alto componente mediático en su forma de encararla.

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por eso te estoy llamando, me dice él, porque sabes bien cómo funciona eso, cómo tomar la iniciativa y cómo reaccionar cuando ellos ataquen, porque aquí el manejo de medios de la petrolera va a ser violento y hay que tener coordenadas claras para saber cómo enfrentarlo. Tras otras consideraciones, Abelardo agrega “Creo que, si decidiéramos hacerlo, habría que prepararse muy bien. Hay gente que nos ha contactado, de un pueblo de pescadores en México, y hay un grupo hotelero en la florida que siente que esto podría dañar sus expectativas arruinando el turismo, y pienso que pronto van a aparecer muchos más a los que el peligro se les está viniendo encima, como los cultivadores de ostras de louisiana, la gente de los cayos, los cubanos… no sé aún si iremos adelante, pero pienso que es sumamente interesante trabajar esto, aún como ejercicio, ¿no crees?”.

El 8 de agosto de 1945 la Carta de Londres que estableció el Estatuto del Tribunal de Nüremberg definió “crimen contra la humanidad” al “asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y cual-quier otro acto inhumano contra la población civil”. Y el artículo 6 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, redactado en 1998, recoge bajo la figura de “crimen contra la humanidad o crimen de lesa humanidad”, conductas tipificadas como extermi-nio o desplazamiento forzoso, y una suma de actos inhumanos que puedan causar graves sufrimientos o atentar contra la salud mental o física de quien los sufre, siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque.

Cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas confir-mó en 1946 los principios de derecho internacional reconocidos por el estatuto del tribunal que juzgó a los nazis, y proclamó la resolución 96 sobre el crimen de genocidio, lo definió de manera más directa como “una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros”, instando a tomar las medidas necesarias para la prevención y sanción de este crimen. Esto derivó en la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Geno-cidio, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 260 A, del 9 de diciembre de 1948, que entró

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en vigor en 1951. Como estos, había muchos otros puntos de partida para lo que veía como escenario Abelardo, y era evidente que en el caso British Petroleum estábamos ante una acción que podía conducir, de hecho, a “una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros”.

Para que exista el ataque a ese derecho la legislación men-cionada requiere que este ataque “sea generalizado o sistemático”, por eso el punto de enfoque debía ser sobre la política de ex-ploraciones petroleras de la empresa en mar abierto, sin contar con protocolos de emergencia particulares para cada caso, como quedó demostrado. Porque, si observamos solamente el caso del Golfo de México caeremos en la posibilidad del “hecho aislado” que no comprende la tipificación, me explicaría en un almuerzo la semana siguiente el abogado.

En forma paralela al accionar de BP, el gobierno norteameri-cano procuraba circunscribir el tema a su territorio, declarando permanentemente estar “ante el más grave accidente medioambiental de la historia de estados Unidos”. Pero el daño no era sólo para ellos, y aunque se reparasen sus consecuencias en parte, lo que también se había puesto en evidencia era que decisiones tomadas por funcionarios estatales habían puesto en riesgo el presente y el futuro del planeta tal cual lo habitamos y tal como es funcio-nal para nuestra supervivencia como humanos. Un cuadro que se repetiría un año después en Japón, cuando un terremoto de 9 grados escala Richter, y el Tsunami que le siguió, destaparon la caja de Pandora de la central nuclear que operaba la Tokyo Electric Power Company en Fukushima.

Aquel domingo, antes de la llamada de Abelardo, en una hamaca colgada en el patio de mi casa bogotana leía un texto histórico sobre la estructura de los ejércitos otomanos, los cuerpos de guerreros que lo componían, los astrólogos, los arquitectos, cronistas y poetas que lo acompañaban, la complejidad de su in-tendencia y logística. Influido quizás por la atmósfera del texto, la primera idea que tuve cuando cerramos la llamada fue que lo que me gusta de los abogados del tipo de Abelardo, es que como los

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estrategas militares importantes y los mejores ajedrecistas, tienen la capacidad de ver otra cosa donde todos ven lo inmediato, algo que está muchos pasos más adelante y que lleva en si el potencial de detonar un cambio en los parámetros con que hasta entonces se define la realidad. Quizás por eso, moviéndose en la velocidad de los otros, lo hacen siempre desde una velocidad propia muchísimo más rápida. Casi tanto como la que hace parecer inmóviles a los personajes de Matrix o algunas artes marciales orientales, ante el movimiento de quien les agrede y nunca les alcanza.

Consecuencia natural de aquello es que una de las caracterís-ticas de estos abogados sea la de abrir espacios jurídicos nuevos, lo que otros abogados definen como “sentar precedentes” pero ellos ven como el lugar donde, más que establecer esa referencia que queda en el pasado, se definen las formas del futuro. Porque así como por muchos años a los políticos les ha interesado el futuro como territorio apto para la promesa, a estos abogados les interesa como territorio de la incertidumbre, del riesgo que llama a ser dominado.

Voy a definir, antes de continuar, el por qué del personaje eje de la narración que seguiremos: si hay en Colombia hoy, en esa especie de campo de ensayo de conflictos que es este país, un abogado en quien se puedan observar estas características, esa capacidad de arriesgar y sorprender generando lecturas nuevas sobre los hechos jurídicos y los espacios más conflictivos de la sociedad, ese es Abelardo De La Espriella. Aunque su edad no es de grandes números, eso no es determinante, porque lo que marca en él es la intensidad, el kilometraje aquel que invocaba indiana Jones en una de sus películas. Un kilometraje que, como un abanico, ha cubierto múltiples planos que han ido alimentando una personalidad fuerte, un fondo de matices que sorprenden.

Nathan Glazer, profesor emérito de sociología en Harvard, habla de personas de “identidad múltiple” para referirse a per-sonajes como Abelardo. En su caso el centro de todas esas iden-tidades, el río mayor que recoge todas las aguas, es, sin duda, el campo en que desempeña esa función social que es el defender

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a quien, por sospechas o pruebas aún no demostradas, está siendo acusado, ese a quien debe presumirse inocente hasta que no se demuestre lo contrario.

El oficio de defender le viene de lejos, es en él casi un ins-tinto, y, reconociéndolo, lo ha trabajado como esos ajedrecistas que estudian las teorías de apertura en la conciencia de aquello que afirmaba el gran maestro cubano José Raúl Capablanca, que no hay jugada que no esté conectada con el final de la partida. “en cada movimiento te juegas el desenlace, eso es así”, aprueba la comparación el abogado y, estableciendo relaciones, me comenta “Tú sabes, en ajedrez, como en un juicio, una apertura bien estructurada permite consolidar posiciones ventajosas, en tanto una débil difícilmente podrá ser compensada en los siguientes movimientos. por eso los grandes ajedrecistas pasan años estudiando la teoría de las aperturas del juego”.

Entre las reglas clásicas de esa teoría destacan el abrir con uno de los peones de rey o dama, que son los que pueden ocupar el espacio central, luego sacar los caballos antes que los alfiles, intentando controlar el centro del tablero y demorando la salida de la dama. Y también, siempre, tratar de enrocar lo antes posible, idealmente en las primeras diez jugadas, para proteger al rey, que es para el abogado su cliente. Y al hacerlo conectar las torres, y todo esto procurando hacer el menor número de movimientos de peón, manteniendo, como mínimo, un peón al centro, siendo cada peón en este caso como una de las pruebas con que cons-truye el abogado. Y aquí aclara Abelardo: “pero saber todo esto no te garantiza nada. lo importante es tener el criterio para ponerlo en juego, saber cuándo y cómo. por eso es tan importante aterrizar la teoría con la práctica.

“Cualquiera sabe que se trata de colocar las piezas en posiciones que amenacen el centro del tablero, que eviten amenazas del oponente al tiempo que le resten posibilidades de movimientos, y que no estorben los de nuestras otras piezas. Y cualquiera puede saber, en teoría, que estas reglas no se rompen salvo que haciéndolo se pueda dar jaque mate, o se impida el desarrollo del oponente, se desbarate la estructura de su plan, se le impida enrocarse, o se le obligue a romper las reglas en la jugada

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siguiente, y esto conduzca a una posición tuya dominante. pero el uso favorable de las reglas requiere experiencia de parte del ajedrecista, así como una correcta valoración de la posición resultante. Y lo mismo vale para el litigante, para su manejo de las pruebas, donde lo que más pesa es la experiencia y el criterio cuando se decide sacrificar algo para que el oponente pierda tiempo ahí, mientras tú llevas adelante lo que para ti es importante. Como esos peones que sacrificas para que el otro jugador pierda tiempo capturándolo, que es como decir neutralizando tu prueba, eso que en ajedrez denominan gambito”.

Desde mediados del siglo XIX se estudian científicamente las posibles aperturas, y desde entonces vienen los nombres con que se han denominado muchas de las variantes más utilizadas, Inglesa, Holandesa, Escocesa, Rusa, Siciliana, así como vienen del siglo siguiente las identificadas con el nombre del primer jugador que la adoptó o que publicó un análisis profundo de ella, como la apertura Reti, la defensa Alekhine, la Caro-Kann, o la defensa Morphy de la Apertura Española.

Cuando las blancas abren el juego con el peón de rey y las negras no contestan con la misma jugada, se la considera una aper-tura semiabierta y se le denomina defensa siciliana, que es una de las más estudiadas, difícil de desentrañar en sus aplicaciones brillantes, engañosa para quien carece de experiencia amplia. Inventada por el siciliano Pietro Carrera y divulgada en el siglo XVIII por Jacob Henry Sarratt, pese a su carácter agresivo y la flexibilidad de las posiciones que otorga, fue considerada una defensa de poca importancia hasta que Luis Charles de la Bourdonnais la empleó con éxito en su encuentro contra Alexander McDonnell, en 1834, y en el siglo XX fuera adoptada por grandes maestros, utilizando diversas variantes. Muchos de los casos que ha ganado Abelardo son abiertos por él utilizando las posibilidades estratégicas de esta defensa, particularmente, como comenta un gran ajedrecista que le ha observado, aquella variante cuyo nombre reconoce al gran maestro argentino Miguel Najdorf. Variante a la que el campeón Bobby Fischer llamó su “primer amor” y que fue utilizada por Gary Kasparov en decenas de partidas.

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“La Variante Najdorf da elasticidad a la situación de las piezas negras sin definir la situación de los peones centrales, evitando el salto del caballo e iniciando el ataque por el flanco de la dama, al tiempo que tentando al ataque a las blancas para contraatacar desde excelentes posiciones. Esto es, un juego de inteligencias finamente cultivadas”, comenta un ajedrecista. Pero Abelardo va mucho más allá del planteo estratégico detallado. Es un abogado que define sus casos desde el atrevimiento en los contenidos tanto como desde el montaje de la escena, en un escenario que hoy está en los medios masivos de comunicación en igual o mayor medida que en los juzgados, y por eso el curso de los juicios se define, en buena parte, por la presencia escénica, la estética con que se ponen en juego los planteos en palabras y en gestos, la versatilidad ante cámaras, o incluso por la capacidad de manejo del escándalo.

Cuando no se veía en el accionar de los ejércitos parami-litares de uno u otro signo más que la espectacularidad de los lobos, sus aullidos, la depredación con sierra eléctrica trozando campesinos, los hornos desapareciendo víctimas, las balas exter-minando a cuanto sindicado de pensar distinto apareciera, un Abelardo recién salido de la universidad vio allí la oportunidad de construir la paz de Colombia mediante un ejercicio político amplio de reconciliación. Poco después el mismo joven, que ya se presentaba con el atrevimiento que le permitía su título de abogado, comprendió la necesidad de economizar recursos en los procesos y fue capaz de convencer a políticos de gran peso, acusados de hechos indefendibles, de acortar distancias y negociar reducciones de penas a cambio de aceptar los hechos. Y ahora, luego de procesos memorables en el frente de la intimidad de la belleza de famosas modelos y actrices, de demandar al presidente de un país vecino, de defender con éxito posiciones de empresas en juicios multimillonarios, reafirmaba su capacidad de crecer sobre lo cotidiano observando el escenario de los grandes daños que algunas multinacionales hacen al planeta.

En en un almuerzo de comida árabe casera en su oficina, me planteó días después de aquel diálogo telefónico de domingo en

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la mañana, ¿qué tal si le proponemos trabajar esto a Vergès? Y de in-mediato vino a mi mente la estrategia de ruptura, esa que ha sabido jugar el maestro francés en momentos de contradicción profunda, como cuando los valores del acusado y los del juez se enfrentan de manera absoluta, y allí el propio fundamento de la sociedad se pone en duda. “Como cuando el rey Creonte rechaza los honores funerarios para polinices, por traidor, y su hermana Antígona se pone hablar de la ley divina y le dice que no tiene el derecho de impedirlo”, me la explicaría después Vergès.

La propuesta de Abelardo era genial, pensé de inmediato, al tiempo que mi memoria conectaba con las operaciones de gue-rrilla del caudillo lusitano Viriato contra los romanos, entre los ríos Duero y Guadiana, que, como escribe Frontino en sus “estra-tagemas”, utilizaba siempre la táctica de desconcertar al enemigo poderoso, para en la confusión siguiente golpearle. Por ejemplo, mostrándose en retirada ante los romanos, para así atraerlos a un lugar plagado de ciénagas y en medio del caos siguiente atacarlos.

Con su conflictivo humanismo, su perfeccionismo y su ca-pacidad de transgresión ante jueces y medios de comunicación, Jacques Vergès era, indudablemente, el indicado para complementar el equipo enfocado a dar internacionalmente esta pelea. Hijo de Raymond Vergès, consul francés en Thailandia, y de una institutriz vietnamita que murió cuando él tenía tres años, Vergès, autor de una autobiografía titulada el brillante bastardo, fue combatiente del ejército de la Francia Libre a los 17 años, miembro del Parti-do Comunista francés en 1945, siete años después secretario en Praga de la Unión Internacional de Estudiantes, defensor de los combatientes del Frente de Liberación Nacional de Argelia, jefe de gabinete del ministro de Asuntos Exteriores argelino tras la in-dependencia, fundador y director de la revista révolution africaine, y luego, en París, fundador de la primera revista maoísta francesa, révolution, consecuencia ambas de su alejamiento del PCF en 1957 y su acercamiento profundo a las tesis de Mao Tse Tung.

Cuando Vergès defendió a Klaus Barbie, Bernard-Henry Lévy escribió “c’est le premier procès dont le héros ne soit pas l’accusé

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mais son avocat”, es el primer proceso donde el héroe no es el acusado, sino su abogado. Ese es el nivel de brillo de esta estrella, para quien la justicia, como me dijo alguna vez, “es una institución hecha para resolver contradicciones que hay en la sociedad, y que no son fundamentales, como cuando un inquilino no paga porque se quedó sin empleo y no puede pagar, aunque tenga toda la voluntad para hacerlo”.

Ambos conocíamos en detalle su estrategia judicial en los procesos políticos, un clásico que escribió el abogado francés hace cuatro décadas, donde explica aquella doctrina suya basada en que existen procesos de connivencia, en los que el acusado respeta las reglas de juego y se inclina ante el tribunal, que es como decir ante el sistema y sus reglas, y existen otros procesos, que él llama de ruptura, en los cuales el acusado se erige en acusador de los representantes legales del sistema, que sostienen intereses y no se mueven, como deberían, motivados por una voluntad de justicia.

El concepto de ruptura basa su fuerza en desestabilizar las seguridades de quien juzga, actuando sobre la percepción del público y sus voceros, los medios, para modificarla al punto de que este público abandone su sumisión a la institución “impar-cial” del tribunal y modifique su actitud, pasando a juzgar a los jueces. Como en un arte marcial oriental, lo que plantea Vergès es utilizar la fuerza del sistema para subvertirlo, “hacer del tribunal una tribuna para cuestionar la parcialidad de los jueces, su autoridad…”.

El abogado puso en acción esta teoría, por primera vez, en los años 50s, en la defensa de la joven terrorista argelina Djamila Bouhired, demostrando la imposibilidad de justicia cuando los valores sociales, políticos o culturales del juez y los del acusado son absolutamente diferentes. “el concepto de “proceso de ruptura”, se me ocurrió durante la guerra de Argelia. el juez militar partía de que el acusado era francés, y entonces apelaba a argumentos como la Constitución francesa o el reconocimiento por la comunidad internacional del carácter francés de Argelia. eso convertía al fln en una organización terrorista y al acusado en un criminal, pero este respondía yo no soy francés, mi lengua maternal no es la francesa, mi dios no es el mismo que el suyo, ni mis referencias históricas ni las intelectuales son las mismas: yo hablo de

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ibn Khaldun, de ibn batuta, usted me habla de Voltaire, de rousseau. de esta forma, para mí usted es un criminal, porque ayuda a mantener esta situación. en una situación en que no es posible el diálogo y todo conduce a la peor condena, muerte, mi estrategia es la ruptura, impactando a la opinión pública internacional, porque ese es el único camino que queda para evitar lo que se presenta como absolutamente inevitable”, me dibuja la idea Vergès.

Unas semanas después, en otro almuerzo, esta vez en casa de Abelardo, con la naturalidad con que bebiendo un vino un mo-mento antes hablábamos de las cualidades de las ostras Gillardeau, su intenso sabor yodado, y luego de comentarme que “cuando la opinión se está moviendo las cosas pueden cambiar” en cualquier proceso, Jacques Vergès me explica en mayor detalle su estrategia de ruptura: “Te voy a dar dos ejemplos, uno de ruptura perfecta, otro de semi ruptura. Uno en tiempos de guerra, el otro en tiempos de paz. durante la guerra de Argelia, como ya te he contado, me designaron para defender a aquellos jóvenes que habían colocado unas bombas, atentados gravísimos, en cafés, en discotecas, y habían causado un gran impacto emocional en los colonos franceses. el tribunal tenía que ser ejemplar, su tarea era condenar a lo que llamaban el “terrorismo ciego”. Hay cosas que uno puede entender, esos actos terroristas que tienen como objetivo a una persona concreta, pero aquí el objetivo eran los desconocidos, cualquier persona, así que se utilizaba esa categoría de “terrorismo ciego” y todos daban por hecho que allí habría condenas a muerte. entonces yo hice de ese proceso de condena un proceso de justicia. primero acusé a un médico militar por haber torturado en una cama de hospital a un herido.

—Desviaste la atención en otra dirección.—exactamente. esto provocó un incidente de peso y todo el mundo

habló de ese incidente. luego acusé a un comisario de policía de haber co-metido falsedad, y reclamé un experto grafológico. Y la atención de la gente que seguía el caso a través de los medios, se concentró allí. el tribunal no lo aceptó, pero este hecho de que el tribunal no lo aceptara provocó como consecuencia una duda en el ambiente. durante el proceso lo destaqué, argumentando que ese era un proceso que no era un proceso, y en parís al mismo tiempo di una conferencia de prensa, donde no argumenté para

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criticar a la justicia militar, ni hablé de lenin o Trotsky, sino que recordé que Georges Clemenceau, que había ganado la primera guerra mundial, decía que la justicia militar se parecía a la justicia como la música militar se parece a la música. Y luego regresé al proceso, magnificando esta vez que el tribunal estaba cometiendo un error y es por eso que yo regreso, para impedirlo. Aunque los periodistas me criticaron en ese momento, esto despertó a la opinión, la llevó a participar del debate.

“luego, cuando a mi clienta la condenaron a muerte, ella soltó una carcajada. el presidente del tribunal, que no era una persona muy inteligente, le dijo: no se ría, es grave lo que está pasando. Al siguiente día toda la prensa hablaba de esta risa, los diarios titulaban “¿por qué se ríe?”, y los periodistas me preguntaban por esa risa, a lo que yo respondía explicando que ella reía de una decisión del tribunal que no tenía valor alguno. los magistrados militares eran muertos vivos, seres sin alma, algunos de ellos habían torturado; en la sala solamente había “pied noires”, colonos que estaban muy preocupados porque pensaban que si este proceso era ganado por nosotros, tenían que salir de Argelia, y se sentían atormentados por esto. Me bastaba con mirar de lado hacia atrás, hacia ese público, para provocar gritos entre ellos, al punto que un día una persona me gritó “¡Chino!”, como una expresión de repudio. Mi mamá era de Vietnam, yo no soy chino, pero respondí por favor, señor presidente, dígale a esta gente que mientras los chinos construían palacios, sus ancestros andaban por los bosques recogiendo lo que podían para comer.

—Provocabas.—provocaba reacciones que convenían al curso que pretendía dar al

proceso. en otra ocasión, estas personas que llenaban la sala, gritaban pidiendo ¡Muerte! ¡Muerte!, y yo le pregunté al presidente, ¿estamos aquí ante un tribunal de justicia o ante un mitin de asesinato? Así iba marcando que el proceso se había convertido en algo que no tenía valor, y, sobre todo, que los jueces ya no observaban los hechos sino que toma-ban parte de esos hechos, oponiendo su opinión a la del acusado, que no estaban por encima de esto.

“Una vez que el proceso terminó, frente al tribunal había una canti-dad de gente gritando “¡Muerte para el abogado que se vendió!”. Yo les dije a mis colegas voy a salir, y voy a ir a pie hasta mi hotel. Me dijeron

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te van a golpear, y yo les respondí no niego que sea una eventualidad, pero si llego a mi hotel con el rostro golpeado, la imagen ante los medios de comunicación será contundente en el sentido de que los derechos de la defensa no fueron respetados.

“recibí ahí la visita de un joven colega, que luego fue asesinado por la organisation de l’Armée secrète, la organización de extrema derecha, quien me traía la orden de la policía para que yo no saliera del lugar. la orden era muy clara, decía doctor Vergès, le informamos oficialmente que una muchedumbre le está esperando a la salida del palacio para lincharlo, si usted sale después de haber sido informado será de su parte una provocación deliberada, y solamente será su responsabilidad. eso fue para mí suficiente, un alto responsable de la policía le estaba diciendo a un abogado que no saliera del tribunal de justicia porque lo iban a linchar.

—Ellos alimentaban permanentemente tu estrategia.—Así era. Y cuando regresé a parís, en la cafetería del palacio de

Justicia, un colega, un conocido mío que hacía parte de la resistencia, y que era partisano de la Argelia francesa, me pidió que tomáramos un café. Acepté y me dijo tú sabes, yo no estoy de acuerdo con tus posiciones políticas, pero en cuanto al proceso, bravo, felicitaciones, causaste el des-orden más grande, la prensa extranjera estuvo allí, se ocupó cada día de eso, y el gobierno no sabe ya cómo reaccionar. luego me dice ¿y tú estás defendiendo la vida de tu cliente? le dije más que la mía. entonces no puedes perder un solo minuto, me dice, porque el ministro encargado prometió su cabeza a mis amigos.

“Ahí vi que había cosas más urgentes que las que yo imaginaba, y a partir de las notas de la defensa redacté otro alegato, un falso alegato, y se lo llevé al director de las Éditions de Minuit, fundada durante la resistencia, y en las que había publicado un texto en aquellos tiempos. Él aceptó publicar este alegato, con una introducción del escritor Georges Arnaud. Yo le dije esto es urgente, y un mes más tarde estaba en las librerías. entonces le envían el libro a de Gaulle, y él me remite una carta donde me dice “su sinceridad no puede dejar a nadie indiferente, para usted, señor Vergès es mi recuerdo fiel”. (Vergès estuvo en la Resistencia bajo las órdenes del general Charles De Gaulle, n.r.). sabiendo que yo había ganado un punto, fui a inglaterra, a hablar con los diputados del partido laborista, y a bruselas,

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para una conferencia de derechos humanos. fui al Consejo Mundial de iglesias, en Ginebra. el ambiente se estaba moviendo, la atmósfera esta-ba cambiando, el frente de liberación nacional pedía solidaridad a los países afroasiáticos, el pandit nehru solicitó el perdón, indonesia le ofreció asilo a mi clienta si francia la liberaba, el director de cine egipcio Youssef Chahine hizo una película sobre ella, que aparecía allí como el símbolo de la revolución, la inspiración para la juventud argelina y de los países sometidos al colonialismo. entonces el presidente rené Coty pensó que si ejecutaba a cinco personas desconocidas no tendría importancia, pero matar a una sola, que era el símbolo de la juventud de Argelia, en el momento en que todo el universo le estaba mirando por causa de este abogado, podría parecer una provocación, y le dio el perdón. este es un ejemplo de ruptura en tiempo de guerra.

—¿Y en tiempos de paz?—en tiempos de paz la ruptura no se presenta igual, porque la

ruptura es como el agua cuando se coloca al fuego: cuando está a cien grados tiene una ebullición, cuando está a cincuenta otra. en la ciudad de niza, hace quince años, defendía a un jardinero marroquí acusado de matar a su patrona, una señora muy rica a la que encontraron desnuda en su baño, con quince puñaladas en el cuerpo y cuatro golpes de martillo en la cabeza. ella era divorciada de un hombre muy rico, y tenía una vida personal agitada. Cuando hicieron la autopsia no buscaron si había tenido relaciones sexuales antes de ser atacada, y luego le permitieron a la familia examinar el cadáver antes de comunicarle el informe de la autopsia a la defensa. en la habitación de la mujer encontraron su bolso, y en el bolso una cámara fotográfica con un rollo. el juez estimó que podía haber allí fotografiadas las últimas visitas que había recibido, y le ordenó a la policía que revelara esa película. se hizo y de esto quedó un informe policial donde se afirmaba que en el rollo extraído de la cámara había once fotografías expuestas, que se las habían mostrado al juez y este les informó que no tenían ninguna importancia, ordenándoles destruirlas.

—Otra vez ellos trabajaban para tu estrategia.—Me daban los argumentos. Al martillo, que el asesino seguramente

tuvo en sus manos, lo enviaron al laboratorio para buscar huellas. el la-boratorio respondió que se habían tomado mal las muestras y que había

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que hacer nuevamente el examen, pero no fue posible porque muchas personas habían tocado ya el martillo. es decir, por muchos motivos, el caso era discutible. en la pared de la habitación del crimen estaba escrito “omar me asesinó”. Y el juez pensaba, como todo el mundo, que era ella quien lo había escrito, pero yo pedí un análisis grafológico para saber si esa era su escritura, su letra. pero no me lo autorizó el juez.

“entonces envié una copia de eso al grafólogo más conocido de parís pidiéndole me hiciera el favor de efectuar un análisis. Él concluyó que no era la escritura de la mujer. le pregunté si podía utilizarlo como testigo, pero me respondió que no, argumentando que él se ganaba la vida como experto cuando le llamaban los jueces, por lo que no le convenía ir a desmentir lo que un juez estaba diciendo que era verdadero. pero me dijo, más bien le regalo mi examen. obviamente yo lo utilicé, pero eso no cambió en nada el proceso. Mi cliente fue condenado, con circunstancias atenuantes. Todo el proceso estuvo lleno de anomalías, pero hasta ahí yo no había planteado un proceso de ruptura. entonces, cuando salí de allí la prensa me solicitó una declaración y les respondí que hace un siglo habían condenado a un oficial inocente, porque era judío, y hoy estamos condenando a un jardinero inocente porque es maghrebí. ese era el mo-mento de la ruptura.

—Estableciste el marco.—exacto, lo que hice fue definir el espacio en que debía observarse

aquello. esto provocó un inmenso debate, el rey de Marruecos me invitó a su país, también a la esposa de omar, y le dijo a ella en mi presencia: “la justicia está para dar fe de la verdad, pero a veces el parto es difícil y hay que utilizar forceps, y el maestro Vergès es un especialista en for-ceps”. finalmente el presidente Mitterrand perdonó a mi cliente, que sólo cumplió siete de los 18 años a que le habían condenado.

Impactar a la opinión pública es el fuerte de Vergès, un hu-manista que no juzga porque sabe que “todos tenemos la máscara de lo que queremos ser, hasta que estamos entre dos policías ante un juez”, y explica su profesión diciendo que “los abogados asumimos a la humanidad, por eso mi ley es estar contra las leyes, porque pretenden detener la historia, así como mi moral es estar contra las morales porque pretenden paralizar la vida”. En aquella misma ocasión en que me

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explicó, como haciendo un dibujito para niños, su estrategia de ruptura, Jacques Vergès, encendiendo un cigarro me diría que los hombres afirman su libertad violando la ley, para explicarme después: “el crimen siempre es mudo, como el mármol, que solamente habla cuando el escultor saca de él una escultura. el crimen habla cuan-do el artista, el poeta, el abogado, le da un sentido. Todos los crímenes de Jack el destripador fueron terribles y por sí solos no nos dicen nada, más allá de sorprendernos o espantarnos. Tiene que haber alguien que les dé sentido. el abogado es el que interpreta, el que narra el sentido del crimen, su peso, su gravedad. no es el peso de la sangre el que le da sentido, es el peso de la mente. es a partir del abogado que un crimen cobra sentido. Como un escritor que a partir del crimen puede escribir una tragedia, una novela, el abogado puede hacer de ese caso un proceso importante para la sociedad, interpretándolo”.

El 9 de marzo de 2009, Vergès, que acababa de presentar en un teatro de París su monólogo de dos horas serial plaideur, presentó en Barcelona la reedición en castellano de su clásico estrategia ju-dicial en los procesos políticos. Un periodista del diario La Vanguardia le preguntó cómo definía el terrorismo, y el abogado demostró, una vez más, su capacidad de impactar, con una respuesta que se volvió virus en internet: “es una palabra muy amplia. Cuando bush dice que declarará la guerra al terrorismo no tiene ningún sentido. es como si en la guerra mundial alguien hubiera dicho que declararía la guerra a la artillería”.

Señalada la estupidez, desarrolla la respuesta ante el entre-vistador diciendo que no hay relación entre el terrorismo vasco y el corso o el irlandés, o el de la organización de Bin Laden, y agrega: “por otra parte la palabra terrorista se utiliza únicamente para las minorías que luchan, y en cambio consideramos que es un acto de guerra la destrucción por los americanos de Hiroshima o nagasaki, que es más grave que una bomba en un tren. o como cuando los ingleses destruyeron la ciudad de dresde, desmilitarizada. Hay un terrorismo de estado que no queremos ver. por tanto la palabra terrorista es poco clara y hace olvidar un terrorismo de estado mucho más fuerte”. Y ahí recurre a un episodio que me narró en otra ocasión, en esa

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constante suya de regresar una y otra vez a los ejemplos: “en el curso de la guerra de Argelia había un diálogo entre un coronel y un responsable del fln detenido. el coronel le preguntaba cómo podía justificar las bombas en las cafeterías, y él le contestaba que si fueran más ricos tendrían aviones, y los que lanzarían las bombas tendrían uniformes y se les impondrían condecoraciones y no destruirían un café sino todo un pueblo”. (La Vanguardia, Barcelona, 10-3-2009).

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2Los especialistas en forceps

Tener la edad de Abelardo, 33, e invitar a un abogado como Jacques Vergès a pensar juntos un escenario de derecho penal nuevo, es un atrevimiento que pocos osarían cometer. Que esa invitación se origine en Colombia y provenga de un penalista que se ha hecho famoso por su relación con el proceso de paz entre el Estado y las fuerzas paramilitares, y luego por defender a políticos vinculados al paramilitarismo, además de a modelos famosas y reinas de belleza, le suma cierto componente escan-daloso al tema. Pero que Vergès acepte, y a sus 85 años se suba a un avión en París, cruce durante más de diez horas el Atlántico y sufra los rigores de la altura bogotana para analizar el caso con el joven abogado, al tiempo que participa en un congreso in-ternacional sobre derecho penal que este organiza, es algo que, como mínimo, habla tanto de la capacidad de convicción como del reconocimiento internacional que ha logrado en once años el abogado colombiano.

Abelardo podría ser el discípulo preferido de ese maestro de la transgresión que es Vergès. El abogado francés lo reconoció, riendo, cuando se lo dije, refiriéndome a los tabúes que Abe-lardo había triturado en su, comparativamente, breve carrera. El maestro, obviamente, había ido mucho más lejos, pero Abelardo, con medio siglo menos de edad, podría decirse que recién estaba comenzando.

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Si hay un tabú intocable en Europa, ese es defender a un nazi. El coro mediático que reafirma la condena a la Alemania del holocausto es tan potente que nadie “normal” se atrevería a transgredir la prohibición tácita. Sin embargo un abogado que muchos etiquetaban de izquierda por sus actuaciones del pasa-do defendiendo a miembros del Frente de Liberación Argelino y prominentes personajes vinculados a la resistencia palestina, había asumido la defensa de Klaus Barbie, “el carnicero de lyon”, capturado en Bolivia, donde manejó por años los hilos de va-rios gobiernos militares. Pero este abogado criado en el mundo colonial de la isla Reunión, y que luego pasaría a militar en la resistencia francesa con Charles de Gaulle, no había asumido la defensa exactamente para defender lo indefendible, sino para enjuiciar a Francia, el Estado que juzgaba.

“¿Qué nos da derecho a juzgar a barbie cuando nosotros, en conjunto, como sociedad o como nación, somos culpables de crímenes similares?”, exclamaba en su alegato de defensa, y agregaba “¿con qué derecho la justicia de un país que ha cometido los más graves crímenes contra la humanidad en Argelia, se permite juzgar a un hombre por haber parti-cipado en hechos atroces no diferentes a los de francia en Argelia, y en los que, aún más grave, el estado francés participó enviando a miles de judíos en trenes hacia el campo de exterminio de Auschwitz?”.

Corría 1987 y en París un pequeño cine-arte, cercano a la Sorbonne y frecuentado por estudiantes de Derecho, programaba en esos días un repaso a la filmografía de Roger Vadim. Con un amigo abogado y su novia estudiante asistíamos a la proyección de et dieu créa la femme, aquella película donde la perfección humana de Brigitte Bardot se mueve acariciada por un mambo para que los hombres de la platea sueñen con esos brazos que se elevan hacia la mancha dorada del cabello, las piernas largas, lar-gas, y la cabeza que se agita, tipificando toda ella la más deliciosa conducta criminal imaginable. Pero esa tarde no funcionaba como siempre la conexión con BB, porque pocos entre ese público

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podían dejar de pensar en la defensa que hacía Vergès del nazi boliviano aquel. Mi amigo, camboyano él, conocía al defensor, como muchos compatriotas suyos, por la amistad de este en la Sorbonne, entre 1949 y 1952, con Saloth Sar, quien luego de fundar el Partido Comunista camboyano en París, y ya con el nom de guerre Pol Pot, desplazaría al dictador Lon Nol y encabe-zaría aquel régimen Khmer Rouge que en los años 70s tomó el poder para protagonizar en Camboya uno de los episodios más tremendos del siglo XX. “Un idealista extremo”, me lo describiría en una conversación Vergès, agregando que en los años jóvenes en que compartieron París, Saloth era “un hombre dulce, de sonrisa fácil, que recitaba a baudelaire y rimbaud”.

En el escaso tiempo que duró el gobierno Khmer Rouge, Pol Pot aisló al país y, por inanición, tortura o ejecución, en el desa-rrollo de su experimento colectivista murieron, según la cifra que repitiéndola miles de veces los medios de comunicación volvieron incuestionable, casi dos millones de seres humanos, la cuarta parte de la población, en medio del intento de hacer realidad una utopía de reingeniería social que comenzó con la obligación, para todos los ciudadanos, de abandonar las ciudades y regresar al campo a cultivar arroz. Y esto en un marco donde, mientras se desalojaba Phnom Penh, la capital, algunas de las primeras medidas “de correc-ción” fueron la abolición de la propiedad, el cierre de las escuelas y la eliminación del dinero, dinamitando una columna miliciana la sede del Banco Central, al tiempo que se convertía en delito la posesión de billetes o monedas. Se decía, me contó entonces mi amigo camboyano, que Vergès había sido uno de los ideólogos de aquel experimento apoyado por la China de Mao. Y que había estado allá, moviendo hilos casi hasta el final.

Años después, en 2008, el ya octogenario Vergès, un hombre que acostumbraba declarar cosas como que “un buen juicio es como una obra de shakespeare, una pieza de arte” (Der Spiegel, noviem-bre 2008), puso en escena su defensa a Khieu Zampan, ex jefe del Estado Democrático de Kampuchea, la Camboya Khmer Rouge, juzgado por genocidio, lo que reforzó aquella versión

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que me había mencionado mi amigo, de que el abogado, durante su misteriosa desaparición, entre 1970 y 1978, había estado en Camboya al lado del régimen y sus amigos de París, Pol Pot y Ieng Sary, algo que estos negaron más de una vez, así como lo negó siempre Vergès. En tanto esto, ciertos hechos exhibidos en el largometraje que le dedicó Barbet Schroeder, parecen consolidar la hipótesis de que en esos años el abogado estuvo cerca de Arafat y otros grupos de la resistencia palestina ante Israel.

En cuanto a él, nunca ha dado una explicación pública de ese “retiro sabático”, como lo denomina, limitándose, ante las preguntas de los medios, a responder cosas como “Tengo dema-siado respeto por la gente con la que estaba, por eso no deseo hablar sobre aquellos años”. Y ante las versiones que lo vinculan a algún proyecto extremista durante ese período, repite con mínima va-riación de palabras aquello que declaró cuando defendió, y luego abandonó esa defensa “por un conflicto de estrategia”, según él, al terrorista venezolano Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos el Chacal, tras su detención en 1994: “Que esté dispuesto a defender a alguien no significa que le dé la razón. defender a alguien no nos obliga a confundirnos con él. el abogado está para defender, y no solamente a inocentes, sino también a culpables. Y aquí se debe entender que defender no es disculpar, sino entender, aclarar a la sociedad lo que no ve, que es el camino que hace que un hombre como nosotros llegue a cometer un acto que reprobamos”.

Aunque su comentario marca una distancia más allá del bien y el mal, hay cierta tendencia en sus preferencias por los oficial-mente señalados “malos”, como evidenció cuando negociaba con la familia Hussein la defensa del recién capturado Saddam, que no se concretó, y al ser interrogado sobre por qué estaba dispuesto a defender al tirano iraquí, explicó: “si tengo que elegir entre defender al lobo o al perro, elijo al lobo, sobre todo cuando está sangrando”.

Evidentemente, como diría entusiasmado Abelardo De la Espriella, Vergès es un personaje grandes ligas. Una celebridad internacional desde los años 50s por su apasionada defensa de Djamila Bouhired, la casi adolescente heroína del Ejército de Li-

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beración Nacional argelino. Convertido al Islam para casarse con su defendida Bouhired, tras lograr su liberación en 1962, Vergès adoptó el nombre de Mansoor, cuya traducción es “el Victorioso”, y fijó su residencia en Argel ejerciendo, tras la liberación, como primer jefe de gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Argelia, puesto que abandonaría en 1963 para erigirse en uno de los principales defensores internacionales del pan-africanismo y la lucha anti colonial desde su revista révolution africaine. Años después, sin su licencia para ejercer, que le retiró el gobierno francés por dos años tras acusarlo de practicar el derecho en “actividades contra el estado”, y hostigado por defender a miembros del Frente Po-pular de Liberación de Palestina, en 1970 Vergès, el más polémico abogado de la historia de Francia según Le Monde, abandonó todo su mundo conocido, incluyendo a su mujer y a los dos hijos del matrimonio, y desapareció durante aquellos ocho años.

Schroeder, el mismo que filmó en Medellín la Virgen de los sicarios e hizo barfly, aquel film donde Mike Rourke inter-preta el alcoholismo de Charles Bukowski, estrenó en 2007 el ya comentado documental de 135 minutos dedicado a Vergès: el Abogado del Terror. Allí este se muestra como es, un hombre capaz de conciliar a la izquierda más extrema con la ultra de-recha serbia. Sobrio, aplomado, sensible, calculador, provocador, seductor. Y anti-colonialista radical, sea cual sea la forma en que el colonialismo se manifieste. Tan seductor que su ex defendido Carlos, que fue el terrorista más buscado del planeta luego de asaltar en la Viena de 1975 la reunión de ministros de la entonces todopoderosa OPEP, lo acusó de haberlo traicionado, pero no como su defensor, sino, según me comentaron algunos periodistas franceses amigos, de esos “generalmente bien informados”, por el affaire del abogado con la alemana Magdalena Kopp.

Integrante de la segunda generación de la Fracción del Ejér-cito Rojo, la Banda Baader-Meinhof, casada en Siria con Carlos y madre de su hija, a la que Vergès había defendido cuando fue capturada y estuvo en prisión, Magdalena habría vivido un apa-sionado romance con Vergès, y esa era la verdadera explicación

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de la ruptura. Pero cuando habla sobre el film de Schroeder, al que reconoce su importancia “como fresco que retrata medio siglo de historia”, Vergès rechaza esa parte amarillista, “cuando descubre que el banco no me fiaba, o que he defendido a este o aquel político africano, como si no hubiera defendido también a gaullistas”, y luego agrega, “o que el señor Carlos piensa que yo quería irme a la cama con su mujer, cuestiones que aunque sean verdad, no tienen ningún interés”.

En el escenario colombiano hay una suma de indicios que señalan a Abelardo De La Espriella como un personaje “grandes ligas” de un tipo cercano al del abogado francés. Sin embargo, observando algunas de las características que confluyen en ambos, pese a la diferencia de años, pero viendo también que cada cual sostiene posiciones claramente diferentes en algunos terrenos, quizás reflejo de los tiempos que les han tocado, le pregunto a Abelardo, un par de meses antes de que un bombardeo de la Fuerza Aérea pusiera fin a la carrera del jefe guerrillero identi-ficado por los medios de comunicación con el alias Mono Jojoy: poniéndote en el escenario Vergès-Carlos, imaginando una situa-ción Abelardo defendiendo a un jefe guerrillero de las FARC, al Mono Jojoy, digamos, ¿cómo encararías su defensa? Y él me responde, sin dudarlo: “Yo le habría dicho al Mono Jojoy, mire señor, es claro que usted ha delinquido en demasía, acepte los cargos, busque-mos la rebaja de penas que la ley otorga por aceptar la responsabilidad, busquemos el mal menor. porque un abogado tiene que ser consecuente, un abogado no puede defender una causa que no tenga futuro jurídico. Un abogado debe defender una causa que pueda ser viable de acuerdo al material probatorio que obra en el expediente. si está probado que la persona delinquió, el abogado debe ser consecuente y procurar el mal menor, que no es otro que la sentencia anticipada o un preacuerdo, y bus-car las rebajas de ley. si la prueba indica una posibilidad de representar con éxito a una persona, yo soy capaz de llegar hasta la corte celestial por defender a un cliente. pero si el material probatorio da cuenta de que es responsable, el procesado tiene que aceptar su culpa y buscar los beneficios que la ley le otorga por ese hecho. Una cosa es la defensa y otra cosa es desconocer las actuaciones del cliente. son cosas completamente

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diferentes… Así como también a veces una cosa es la verdad procesal y otra cosa es la verdad real.

“siempre la que trasciende es la verdad procesal, no la verdad real. porque la verdad procesal es la que tiene que marcar el derrotero al defensor y al funcionario judicial que procesa a la persona. A veces la verdad real coincide con la verdad procesal, claro que sí. pero no se puede procesar a una persona por lo que dicen de ella en la calle, o por lo que el juez escuchó, sino por lo que está probado en el expediente. por eso yo no tengo problema en defender el día de mañana al señor “Timochenko”. no tengo ningún inconveniente con eso. ideológicamente estamos en orillas distintas, él es un rebelde alzado en armas y yo soy un demócrata, pero jurídicamente él tiene derecho a una defensa, como cualquier criminal. Y tiene derecho a un juicio justo y a que se le respete el debido proceso. respetar la justicia y la ley nos acerca a la paz”.

En esta dirección, la edición del 10 de mayo de 2009 del diario bogotano El Tiempo presentó un cara a cara que hacía la periodista María Isabel Rueda entre el ex ministro de justicia Néstor Humberto Martínez y Abelardo, bajo el escandaloso titular “¿debe ser obligación que un abogado denuncie a un cliente sospecho-so?”, a partir de una afirmación del ex ministro en este sentido. Y Abelardo es contundente en la entrevista: “no admito que se me señale por las defensas que hago. les debe quedar claro a ustedes los medios, a los generadores de opinión y a la sociedad en general, que un abogado defiende las causas sin ser parte de ellas”.

Comentando esta posición, Vergès me explica: “Hipócrates decía yo no curo la enfermedad, sino al enfermo. nosotros podemos decir lo mismo, que no defendemos al crimen sino a la persona acusada de cometerlo. Uno trata de entender las situaciones por el bien de la sociedad. si uno puede llegar a explicar cómo una persona que es igual a nosotros en un comienzo, termina cometiendo un crimen, digamos que habríamos atravesado el camino y podríamos conocer el proceso que conduce al crimen. entonces el poder político podría decir que eso es prohibido, y que nadie más pase por allí. nosotros, como abogados, no podemos juzgar, ni condenar, ni absolver. lo que podemos, y hacemos, es tratar de entender lo que sucedió. freud, cuando está en el exilio en

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londres, que tiene un cáncer que le carcome su mandíbula, le propone a un amigo escritor, que en vez de escribir novelas hiciera el análisis de un crimen, y este le responde que a él no le interesaba el crimen sino lo que piensa el criminal, y eso es también lo que a nosotros nos interesa. es lo que hace de nuestra profesión algo excepcional, porque asumimos la humanidad entera. ninguna otra profesión lo hace. Acompañamos al ladrón en su búsqueda del tesoro, acompañamos al asesino en su carrera hacia al abismo, estamos allí para hablar, para compartir la tristeza de una mujer abandonada. esto lo vemos en obras que tienen que ver con la justicia, en “desconocidos en casa”, la novela de Georges simenon, en “Un caso de desgracia”, la película francesa, ¿la has visto?

—No, no la vi.—en este filme hay un abogado exitoso, su esposa era una de las

mujeres más bellas de parís, los ministros lo invitaban a comer, y un día la vecina de un conocido, una persona marginal, representada por brigitte bardot, que ha cometido un robo a un joyero, algo que salió mal, viene a verlo y le dice usted es el mejor, quiero que me defienda y consiga que me absuelvan. Él se divierte, y le pregunta bueno, ¿y mis honorarios? entonces ella se quita la ropa diciéndole no tengo nada, voy a pagar en especies. Y él acepta. Algunos piensan que este es el comienzo de su decadencia, pero los hechos son que él la defiende y ella sale absuelta. Y luego, en un barrio muy residencial, él alquila un apartamento para ella, muy cerca de su casa. en esa relación ella queda embarazada, y una noche visita al novio que tenía antes de conocer al abogado, un hombre con mucho mérito, hijo de un inmigrante italiano, que trabaja por la noche en una fábrica para poder estudiar y seguir una carrera de derecho en el día. ella va a decirle que se había acabado todo entre ellos, y él quiere que se quede con él, pero, como ella insiste en abandonarle, desesperado, él la mata. lo detienen, y el abogado que es designado para defenderle llama a su gran colega y le dice estoy encargado de este caso, voy a tratar de ocultar su papel en esto como pueda, estoy a su disposición, sépalo. Y él le responde no se trata de esconder aquí mi papel, si hubiese podido yo defendería a ese joven, por eso voy a solicitar ser escuchado como testigo.

“Él amaba a esa mujer, ella iba a tener un hijo suyo, pero entiende también el caso de ese muchacho, entiende que ellos antes eran felices,

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hasta que llegó un tipo rico, le ofreció comodidades y ella lo dejó. Y en un momento del film, este abogado dice: “Vi al asesino en la rue des orfèvres, y tuve que bajar la mirada ante él”. Y está el doctor isorni, el abogado de petain, que era una persona muy conocida, tenía gran aprecio de parte del mariscal, se ocupaba de casos de personas que se habían enri-quecido durante la ocupación, y un día defendió a unos obreros acusados de violación, y a unas niñas pobres a las que habían acusado de robo, y dijo no sé cómo llegué aquí, yo normalmente tendría que haber sido el abogado de los ricos, de los poderosos, y véanme que soy el abogado de los infortunados. porque eso es un abogado defensor, alguien que responde al llamado de la humanidad”.

Jacques Isorni, además de ser el defensor del general Philippe Pétain, el héroe nacional vencedor de la batalla de Verdún, juzgado por traidor a la patria tras presidir en la Francia no ocupada el gobierno que colaboraba con los alemanes bajo el lema “Tra-bajo, familia, patria”, fue uno de los más prestigiosos abogados defensores del foro parisino, y es autor de un clásico, les Cas de Conscience de l´Avocat. Allí Isorni analiza el proceso penal seguido contra Jesucristo, establece los errores del proceso y y expone los argumentos que hubiera utilizado para la defensa. Un caso, por cierto, interesante de repasar.

La acusación de los sanedritas contra Jesús, ante Pilatos, se basaba en tres puntos: incitar el país a la revuelta, oponerse al pago de impuestos y adjudicarse el título de Rey de los judíos, al tiempo que el de hijo de Dios. Isorni plantea como primer disyuntiva para el defensor establecer si debía defender a Dios en la persona de su hijo, o al judío rebelde, y aquí se pregunta si es posible que haya en el mundo un abogado que, durante un proceso, se atreva a afirmar que defiende a Dios. Colocándose en la posición de defensor evalúa la condición de su cliente y con-cluye en que el argumento inmediato es la enfermedad mental, apoyándose en ese “Mi reino no es de este mundo” que declaraba Jesús reafirmando su condición de Rey y Dios, lo que permite claramente argumentar su locura y con ello hacer desaparecer la imputación de atentar contra la seguridad del Estado. Sobre la

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pretendida oposición a pagar impuesto, el cargo más grave desde la mirada romana, el defensor se podría apoyar en aquello que responde Jesús a los fariseos que le preguntan si es lícito pagar tributo al César: “dad al César lo que es de César, y a dios lo que es de dios”.

Observa Isorni que Jesús no era un resistente: aunque Judea rechazaba la ocupación romana, que llevaba ya sesenta y tres años cuando nació Cristo, a él ningún nacionalismo judío lo animaba. “sus sentimientos, en cuanto a la potencia ocupante se refiere, no son hostiles si se trata de pagar impuesto. lo son cuando se persigue a sus hermanos de raza, pero únicamente por ser hombres y ser perseguidos”, en el plano político es neutro, dice el abogado de Pétain, y agre-ga que Jesús no indujo a la población judía a la rebelión contra Roma, nunca reivindicó una soberanía política sobre el pueblo judío, y por tanto “el sumario no contiene nada”.

Isorni observa entonces los errores procesales, veintisiete violaciones a la ley, entre ellas que los procesos de lo criminal no debían ser debatidos de noche, y sin embargo fue nocturno el juicio, y al amanecer Jesús fue condenado. Los debates judiciales estaban expresamente prohibidos en el día de preparativos para el Sabbat, y fue la víspera del Sabbat cuando Jesús fue juzgado. La sentencia de muerte debía ser pronunciada al día siguiente de los debates, pero Jesús fue condenado inmediatamente al término de la audiencia. Las sesiones tuvieron lugar en la casa de Caifás, cuando debían tener lugar en el atrio interior del templo. Tam-poco fueron oídos testigos de descargo…

Inevitablemente al leerle no puedo dejar de notar la estructura argumentativa tremendamente cercana a la que suelen hacer Ver-gès o Abelardo sobre los casos. Tanto así que un día le mencioné a este algo sobre el texto de Isorni y me comentó, riendo, “fíjate en ese caso lo extraño de que la turba de judíos, cuando pilatos le ofrece decidir la suerte de Jesús, escoja una pena romana y no una de las judías, que eran lapidación, muerte por el fuego, decapitación o estrangulación, en tanto las romanas para quien atentara contra la seguridad del estado eran la condena a morir entre las garras de las fieras del circo, la crucifixión

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o la deportación a una isla desierta”. Una observación que parecía calcada del pensamiento del francés.

En el ejercicio especulativo que hemos acordado, nos reunimos a analizar la información disponible sobre el derrame en el Golfo de México tras la explosión de la plataforma deepwater Horizon, operada por la British Petroleum a 64 kilómetros de las costas de Louisiana. La British, al igual que otras pocas petroleras, en un ne-gocio ultra concentrado, opera con altísima rentabilidad pozos en el mar, amparada en permisos de algunos gobiernos, particularmente aquellos de países con gran dependencia del petróleo. Y muchos indicios parecen indicar que lo hace aun sabiendo que no cuenta con respuestas probadas para emergencias como la que se presentó el 20 de abril de 2010. O confiando en que sus subcontratistas tengan las respuestas, pero no siendo muy estricta en la exigencia antes de contratar.

Abelardo va directo a la yugular: una vez ocurrido el escape, por negligencia u otra situación agravante, BP ha tratado, en forma reiterada, de ocultar su gravedad, buscando preservar la imagen de cara a la cotización de sus acciones en la bolsa. Acciones que pronto comenzaron a reflejar negativamente el impacto.

Observa luego que la Ley de Contaminación con Petróleo, que rige en Estados Unidos desde 1990, exige a los contami-nadores que paguen los costos reales de limpieza, poniendo un tope de 75 millones de dólares a la responsabilidad financiera adicional de un derrame, es decir monedas, si lo comparamos con el impacto que el derrame ha significado y seguramente significará sobre las actividades de pesca y turismo, las industrias vinculadas, el empleo, la calidad de vida de los habitantes, etcétera.

A mediados de mayo de 2010, la Administración de Barack Obama declaraba una y otra vez que “la petrolera bp pagará todos los gastos originados por el vertido”. Esto mientras representantes de las tres firmas que trabajaban en la plataforma: BP, Transocean y Haliburton, se acusaban mutuamente en el Congreso, y la suiza Transocean, dueña de la plataforma arrendada a BP, presentaba una demanda en un juzgado de Houston pidiendo se limitaran

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sus responsabilidades a no más de 25 millones de dólares, apo-yándose en una ley estadounidense de 1851. Y todo esto ocurría al tiempo que los cables de las agencias de noticias informaban que al seguir incontrolado el vertido, las empresas que gestiona-ban la perforación de crudo y el gobierno federal se preparaban para responder a las más de un centenar de demandas pidiendo reparación económica que ya habían llegado a distintos juzga-dos de EE.UU., interpuestas por pescadores afectados, grupos ecologistas y familiares de las once víctimas que perecieron en la explosión de la plataforma.

El 16 de mayo un cable de la agencia EFE, originado en Washington, informaba que científicos estadounidenses creían que el vertido era mucho mayor de lo calculado oficialmente, tras encontrar bajo la superficie del Golfo de México “enormes columnas de petróleo que están acabando con el oxígeno a su alrededor, lo que supone una amenaza para la vida marina, según informaron hoy. las columnas no son visibles en las imágenes de satélite que ha usado el gobierno para evaluar el volumen de petróleo que sale del pozo, lo que podría indicar que el vertido es mayor que lo calculado oficialmente. Una de esas acumulaciones de crudo tiene una extensión de 16 kilómetros de largo por 5 kilómetros de ancho, según los expertos, que trabajan desde el buque de investigación pelican. el nivel de oxígeno en algunas zonas cerca de esas columnas ha caído un 30 por ciento y sigue bajando, de acuerdo con sus cálculos. los científicos, del instituto nacional de Ciencia y Tecnología submarina y otros centros de investigación, creen que el uso de productos químicos para dispersar el petróleo puede ser el responsable de las columnas, al haber diluido el crudo y retrasado su ascenso a la superficie. (…) el gobierno de estados Unidos ha calculado que del pozo salen unos 5.000 barriles de petróleo al día, pero algunos científicos que han analizado las imágenes de la fuga calculan que el volumen real po-dría encontrarse entre los 25.000 y los 80.000 barriles diarios”. Estas últimas cifras fueron confirmándose en las semanas posteriores, en tanto la petrolera insistía en que lo que se estaba derramando no excedía la cifra dada en los primeros días, que era vagamente “cinco o seis mil barriles diarios”.

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Mientras los intentos de taponar la fuga de crudo hechos por BP fallan uno tras otro y los químicos hacen su tarea cosmética escondiendo el petróleo derramado, esto es hundiéndolo, las noticias van aflorando, y al día siguiente, 17 de mayo, el editorial del diario madrileño El País, en una línea similar a los de gran parte de la prensa internacional, comienza en estos términos: “A medida que aflora el crudo de la plataforma de british petroleum (bp) en el Golfo de México se pone al descubierto una inquietante cadena de fallos e irregularidades que ponen en evidencia a la empresa afectada, pero también a la Administración de la primera potencia del mundo. según las primeras estimaciones barajadas en las comisiones de investigación abiertas (una en el Congreso y otra en el seno del Gobierno federal), bp podría haber detectado el fallo de la válvula días antes de la explosión de la plataforma ocurrida el pasado 20 de abril y en la que murieron 11 trabajadores. Toda la seguridad, consideran algunos congresistas, re-posaba sobre un mecanismo que se sabía defectuoso, a pesar de lo cual no se paró la operación. las sospechas se acrecientan sobre la forma de actuar de la multinacional británica, que minimizó las posibilidades de sufrir un accidente y el efecto que este podría ejercer sobre la fauna y la flora del Golfo”.

El editorial cita luego el hecho de que “la compañía se ha negado a ofrecer imágenes del vertido durante 23 días y tampoco ha querido medir el flujo de crudo que está causando un desastre ecológico de escasos precedentes. desde el principio, se ha estimado que de la fisura del pozo están emanando unas 700 toneladas diarias de petróleo, aunque varios científicos estiman que esa cantidad podría ser muy superior”.

Ese mismo día, durante una audiencia en el Comité de Segu-ridad Nacional y Asuntos Gubernamentales del Senado, la Secre-taria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Janet Napolitano, manifiesta las dudas del gobierno en que la petrolera responsable de la plataforma que causó el vertido de crudo pueda controlar el derrame en un corto plazo, pese a que esta ha asegurado que lo logrará “por completo” en los próximos días, tras tres semanas de intentos fallidos. Luego de infructuosos experimentos tratando de colocar sobre la fuga una campana de cemento de 78 toneladas,

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BP asegura haber podido insertar un tubo dentro de la tubería rota, a 1.5 kilómetros de profundidad, desde el que puede reti-rar mil barriles de crudo al día, esto es la quinta parte de lo que acepta estar vertiendo cada día y una mínima fracción de lo que ya ha derramado y se encuentra depositado en el lecho marino, por efecto de los disolventes esparcidos sobre la superficie.

Mientras diversos modelos científicos de predicción del comportamiento de las corrientes y de los remolinos en el Golfo de México muestran que la mancha podría unirse a la corriente de Lazo, que avanza desde la península de Yucatán a los cayos de Florida, muy cerca de Cuba, para, eventualmente, cruzar el At-lántico de forma diluida e impactar a Europa afectando el medio ambiente de sus mares y costas, el Presidente Obama crea una comisión independiente para investigar el derrame. Esta comi-sión, establece la orden ejecutiva que la crea, tendrá en cuenta las investigaciones que ya se han iniciado sobre las causas del vertido y analizará otros asuntos como las prácticas de la industria, la seguridad en las plataformas petrolíferas, las normas reguladoras federales, estatales y locales, la supervisión del gobierno y las normas medioambientales.

Vergès dice aquí que, definitivamente “el ejercicio sobre este caso es muy, muy interesante, en primer lugar porque es posible generar un impacto que llame la atención de la opinión en el mundo entero, y puede convertirse en algo que haga palanca para obligar a modificar conductas a las empresas multinacionales mineras, madereras y todas las que están afectando el medio ambiente sin medir consecuencias más allá de su búsqueda de rentabilidad. en segundo lugar, hay que aceptar que en el plano jurídico es difícil. pero, en tercer lugar, creo que lo que importa aquí no es el proceso jurídico sino el mediático”.

Entonces comenta: “A veces hay clientes que vienen y me dicen “me han difamado”, y yo les digo bueno, es posible, y me preguntan ¿no se puede hacer algo? Y les digo mi interés sería decirle que sí, para que usted me pague mis honorarios, pero como a mí lo único que me interesa no es el dinero y usted me cae bien, pienso que es mejor que no lo haga, porque seguramente usted va a conseguir una condena de 10.000 euros

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de multa, pero a cambio, con la inmunidad que tiene la defensa del otro en el juicio, podrán decir todo lo que quieran sobre usted, y eso es probable que le haga mucho más daño del que consiga que le reparen. Aquí, por ejemplo, si se presenta esa queja, moralmente usted tiene razón, porque no se tomaron todas las precauciones, es evidente, pero el peso inmenso que tiene una petrolera como esta para defenderse puede aplastar los mejores argumentos con un mínimo esfuerzo en los medios”.

Abelardo agrega, “ellos son grandes anunciantes, tienen el músculo financiero más poderoso del planeta, equipos de abogados de primera línea, antropólogos a sueldo capaces de modificar las interpretaciones que hacen las comunidades del daño que han recibido…, pero la posibilidad del impacto que se puede lograr con una lectura profunda del significado de los hechos como la que estamos pensando poner a circular con la denuncia, es grande”.

Entusiasmado, y avanzando sobre el propósito inicial, Vergès sugiere entonces: “si decidiéramos intervenir habría que trabajar rápido, tenemos solamente 9 posibilidades de 10, y habría que buscar la forma de tener 10 sobre 10 de opción. es decir, debemos demostrar absolutamente, sin dejar resquicios, que entre la idea del bienestar de la población del planeta y la idea del beneficio, la petrolera optó por el beneficio, y que eso la hace culpable, por lo que además de reembolsar los daños, pagarle a la gente, tendrá que modificar todas sus prácticas. Acá, como bien vieron ustedes y por eso me llamaron, indudablemente hay una nueva forma de crimen contra la humanidad. en el plano de los principios no hay discusión, pero la forma de la ejecución presenta unos aspectos nuevos importantes, que establecerían precedentes para demandar en casos como los envenenamientos químicos… si la Corte penal internacional no acepta la demanda, los podríamos denunciar, también a ellos, porque la opinión, ante el escándalo de los hechos, está de nuestro lado. Tendríamos la ventaja de tener a la opinión, y siempre habrá profesores en derecho que dirán que nosotros tenemos razón, incluso en el plano jurídico”.

El siguiente punto, plantea Vergès, es definir en nombre de quién se actuaría, y propone que “es mejor si se es designado, por ejemplo, por una isla en las Antillas que se vio afectada real o poten-cialmente, un encargo de su presidente, o un pueblo de pescadores que

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resultó afectado”, ante lo que Abelardo, que más adelante, en el caso de su denuncia a los directores de las Corporaciones Au-tónomas Regionales partirá de esta posición, responde “pero yo tengo una opinión, maestro: al margen de interesados como los que nos han contactado, o de lo que usted propone, creo que tratándose de un crimen contra la humanidad cualquier persona podría eventualmente establecer la demanda”.

—seguro, pero es mejor si se actúa en nombre de alguien que haya solicitado la intervención, porque si uno actúa en su propio nombre la competencia al servicio directo o buscando cercanías con bp, o por simple envidia, nos acusaría de utilizar el caso como un pretexto para hacer un espectáculo.

Aceptando la opinión de Vergès decidimos que el siguiente paso será definir en nombre de quién se actuará, y, siguiendo el ejercicio, Abelardo propone analizar las diversas inquietudes y consultas que han llegado a los estudios de la firma De La Espriella Lawyers Enterprise en la Florida y Colombia, y se llega al acuerdo de que él preparará el borrador de la hipotética demanda, considerando un proceso que indudablemente será largo. En segundo lugar, que yo me ocuparía de trazar estrategias proactivas y reactivas enfocadas a los posibles escenarios mediáti-cos, y que Vergès irá discutiendo los pasos desde París o África, y aportando sus observaciones, para con el proceso avanzado, si las condiciones lo indican posible, considerar la opción de redondear la demanda y luego, Abelardo y Vergès, presentarla juntos a la Corte Penal Internacional. Es decir, un laboratorio que, quizás, podría volverse un caso, un precedente, en un campo de la más alta importancia planetaria.

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3El perfil de un litigante de éxito

Aquel domingo en que recibí la llamada de Abelardo, hacía casi un año ya que veníamos conversando la idea de trabajar un texto destinado a estudiantes de derecho para, a partir de su experiencia, mostrarles cómo podía un joven abogado instalarse en la realidad de los casos y, fundamentalmente, cómo era esa realidad, más allá de la dogmática. Algo así como un texto orientador, que abar-cara desde el ámbito específico del equipo jurídico analizando el caso, trazando la estrategia, diseñando tácticas, organizando argumentos, hasta la socialización de esos argumentos jurídicos a través de los medios.

Cuando se presentó el tema del derrame, y se dio ese espacio de trabajo o, más apropiadamente, ese ejercicio especulativo con él y Vergès, pensé que el camino directo para concretar aquel propósito era narrar al personaje, su pensamiento, sus líneas de acción, sus facetas, sus contrastes, y dejar que la evidencia per-mitiera a los estudiantes, y en general a los lectores del libro, ir descubriendo por sí mismos las claves. Y, al mismo tiempo, mos-trar el pensamiento de su co-equiper en el caso del derrame de petróleo, el abogado francés.

Pero mientras fui escribiendo estas primeras páginas, com-prendí que contar el ejercicio exitoso de la profesión del litigante en Colombia debía hacerse mezclando el comportamiento profesional con el entorno en que se desarrollaba. Esto es con el país que ha vivido y vive ese abogado, y en el caso de Abelardo

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con esa suerte de road movie que es su vida diaria. Que para que el cuadro fuera sustancioso, debía cocinarse un gran sancocho donde se mezclaran las grandes gestas, los pequeños gestos, el trabajo diario, los caprichos, los valores, las obsesiones… Todo eso que se va acumulando en las personas como la luz del sol sobre la piel, y que determina, más que el destino, el curso de sus vidas y de sus actos.

Abelardo De La Espriella es un personaje que acaba de pasar la línea de los 30, lo que probablemente se relaciona con su definición de que “cada nuevo proceso es como un nuevo romance”, pero que ha desarrollado en esas pocas décadas una capacidad de observar la realidad, particularmente la jurídica, que lo asemeja a un anciano pleno de experiencia y paciencia no desprovista de cierta particu-lar, y frecuentemente escandalosa, audacia. Como la de aquellos a quienes no los rige el temor a perder algo, sino la convicción de que no vale nada que no sea ganar. Por eso cada día se despierta en la certeza de que está comenzando el resto de su vida.

Es un abogado que se planta ante el mundo con la misma actitud serena con que en un escenario, secundado por un grupo de músicos costeños, y con una mano en un bolsillo y la otra rodeando el micrófono, seduce a la audiencia cantando boleros, vallenatos, rancheras. Y lo hace con tal fuerza que las mujeres no dejan de sonreír un instante mientras le observan, los hombres se conmueven con cada frase, y nadie puede dejar de pensar por qué no se dedicó a cantante.

Pero eso no solamente acontece con el Abelardo cantante, también ocurre cuando uno lee sus columnas de opinión en la prensa Caribe, y se pregunta por qué no se dedica al periodismo, que era lo que muchos pensaban haría hace años, cuando en la cadena radial RCN protagonizaba el programa de la mañana junto al legendario periodista Juan Gossain.

Y lo mismo piensan quienes conocen de caballos y le ven comprando animales finos, amansando yeguas, cabalgando largo en medio de las sabanas de Córdoba, o montando caballos de paso en sus fincas de allá y de Cundinamarca. ¿Por qué no se

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dedicó a los caballos, si le gustan tanto y conoce tanto de ellos? Y otro tanto piensan quienes saben de su conocimiento del arte moderno y contemporáneo, de su gusto como comprador de arte, de su talento como galerista. Pero ocurre que Abelardo De La Espriella no siente que la vida deba reducirse a algo, por más bueno que se sea en ello, sino que siempre debe asumirse como un horizonte amplio, donde si uno es sabio nunca dirá hasta aquí he llegado, como los renacentistas.

Hemos quedado en encontrarnos en un juzgado, para con-versar sobre el libro luego de que atienda una audiencia de imputación, en la que se supone la Fiscalía pedirá medida de aseguramiento para su cliente. Es un caso importante. Abelardo ha llegado al tribunal con las manos libres, un asistente llevándole el maletín, porque “para pensar claro es bueno estar liviano. Tengo un ritual: hago 35 o 40 minutos de cardio antes, y luego tomo un baño y ahí sí quedo listo para la acción”, me contará más tarde.

Aún no hay nadie en la sala, donde sólo diez bancas están disponibles para el público. El sistema anterior era otra historia, con tribunas y abogados que soltaban grandes alegatos de efemé-ride patria, y donde los penalistas de mayor cartel contaban con barra. El nuevo sistema es sobrio, pocos testigos. Una cámara en el techo, grabando, los reemplaza.

La puerta está trancada con una guía telefónica vieja, su-brayando en un detalle el cuadro sórdido que lleva al abogado a comentarme “esto es parte del drama: un país sin justicia con cre-dibilidad no puede tener paz”. Ya en acción profesional, sereno y con buen humor, Abelardo calma a su defendido, que está tenso como todo “imputado”. Le dice, en voz baja, que no tiene de qué preocuparse, que podrá estar tomando un whisky esa tarde, riéndose de la tensión de la mañana. Esperando la entrada de la fiscal, el abogado tararea una tranquilizante melodía, silba bajito luego, y en un momento posterior comenta a su cliente “los fis-cales y los jueces son como los profesores, las mujeres y los perros: huelen el miedo. por eso en la audiencia lo central es nunca tenerlo”, y luego, poniendo a rodar una complicidad de humor negro, agrega “en

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últimas, siempre está el suicidio como alternativa: se extingue la acción penal. pero eso sí, ni con pastillas, ni cortándose las venas, porque eso es de mujeres y maricones: suicídese como un varón, colgándose, o de un tiro en la boca, que eso es de hombres”. El cliente ríe y se relaja. Luego Abelardo señala la corbata de florecitas que porta y agrega, “además, no se preocupe, traje la corbata de la buena suerte: esta jamás ha perdido un juicio”.

Me describe el caso: acceso carnal violento a una muchacha de 22 años, siendo el acusado un alcalde de una ciudad impor-tante. Todas las pruebas indican que allí no hay caso. No había restos de esperma en la revisión médica, y aunque la acusación mencionaba que la joven había sido drogada, su orina no regis-traba presencia de psicofármacos. Sin embargo la Fiscalía había construído un cartapacio de 30 centímetros de alto, y basándose en la interpretación de un psicólogo sobre los sueños que le contó la chica, la fiscal apunta “presunta conducta de acceso carnal violento” por parte del acusado, lo que lo encuadra en una pena de 10 años como mínimo y 22 como máximo, según establece el Código.

Cuando la juez le da la palabra, Abelardo, que ha llegado pun-tual a la audiencia, como siempre, según la fama que se ha labrado, y ha esperado pacientemente la llegada de la fiscal, cuarenta minutos tarde, se calza las gafas, mueve las páginas de un Código con varias marcas, y comienza “su señoría” con una voz profunda y neutra de locutor institucional. Más que el tono o volúmen de su voz, el timbre de esa voz, sus énfasis, de pequeñas pausas, visiblemente colocan en posición de alta atención a la señora juez, al tiempo que llena de nervios a la fiscal, que abre su bolsa buscando algo y no puede evitar que ruede de ella una manzana a medio comer. Parece una escena de el proceso, en la versión cinematográfica que Orson Welles hace de la obra de Kafka.

Abelardo despliega sus argumentos sin prisa, y como espec-tador pienso que el paso del abogado por la radio de opinión, en aquel equipo que integraban ex ministros y grandes personajes de la actualidad nacional, sumada a su experiencia desde niño en la televisión y la radio allá en la costa Caribe, han dado como

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resultado un excelente comunicador que ejerce como abogado. Un comunicador que mientras expone va leyendo varios párrafos adelante en las reacciones de aquellos a quienes se dirige, previen-do el impacto de sus palabras con esa intuición felina que suele tener quien caza, la que le permite calcular el espacio delante de la presa adonde debe disparar para coincidir con su carrera.

El 6 de diciembre de 2008 la revista Semana comentaba que “de vez en cuando aparece en el panorama del país un abogado que provoca más polémicas que los demás, y ese hombre se llama ahora Abe-lardo de la espriella. Con apenas 30 años de edad y ocho años con tarjeta profesional, ha estado ya muchas veces en el ojo del huracán por las defensas que ha asumido y por el rápido crecimiento de su bufete de la espriella lawyers enterprise”. Consciente del guión que marca el comentario, con gestos precisos y mesura en las palabras, el abogado avanza arrasando meticulosamente la acusación, emi-tiendo al mismo tiempo una imagen que responde al milímetro a esa que se tiene de él en la calle, y que se puede sintetizar como un cruce perfecto de filipichín bolivariano impecable en su traje y humor fino, con nerd, joven genio estudioso, juicioso en cada tarea que debe hacer para lograr un resultado.

Lo primero que le pregunté cuando salimos del juzgado aquel en el que nos encontramos y donde defendía al acusado de violación, fue si hay crimen perfecto, y sin dudarlo me res-pondió “sí, yo creo que puede haber crímenes perfectos, por supuesto que sí. es un tema probatorio: siempre y cuando no queden pruebas de quién cometió el crimen y cómo lo cometió, el crimen es perfecto. Alguna vez un cliente me dijo que la clave del crimen perfecto era ejecutarlo uno mismo, sin mandar a nadie, sin dejar testigos. Únicamente eso. pero con la tecnología esa posibilidad se ha reducido mucho. Hoy la tecnología es importantísima en la prevención y persecución del crimen. pero aún así puede haber crímenes perfectos, sin duda”.

No se anda con vueltas, no cuida la corrección política de lo que dice. Y en esa medida sus afirmaciones suelen ser brutal-mente sinceras. La fuerza en sus conceptos me hace pensar que para los fines de este libro, esa idea de mostrar cómo funciona el

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abogado penalista en acción, cómo es la cocina, cómo se sirven los platos, cómo se construye el efecto que producen, es de interés mostrar el perfil del personaje, lo que conforma en él esa actitud determinante que luego pone en juego en los juzgados. Y en esa dirección se vuelve de interés repasar a Abelardo en su mundo: su origen, su evolución, la marca de la familia, de los amigos de su tierra. Todo eso que hace que se sienta en él un aire de Michael, el tercer hijo de Vito Corleone, en la película de Coppola.

El abogado monteriano se asemeja a aquel Pacino joven con su pinta de galán, pero más cerca está cuando se muestra como un hombre de convicciones en todos los planos de la vida. Un hombre que en su caso ama la estética, comenzando por la de la mujer bailando sobre una plataforma en torno a un tubo, y siguiendo por la búsqueda de esa belleza su propio baile, de cuyos logros da prueba su fama en los salones de la costa colombiana, donde aún se ruborizan algunas mujeres cuando confiesan que le hicieron larga fila, en más de una fiesta, para que las condujera al son de la música. Un hombre que aprecia el conocimiento en detalle de “la calle” de cada ciudad que pisa, sus glorias, sus bajezas, su violencia, sus afectos espontáneos.

Como buen costeño, rechaza la idea de vivir en un clima de frío extremo, y odia la nieve tanto como odia la impostura bogo-tana, “ese carácter tan afín a santander”, a quien evoca como aquel “traidorazo mezquino que dejó en su testamento quién le debía, a quién había que cobrar”. Neuróticamente organizado, piensa que hay que trabajar el presente mirando siempre al futuro, y se mueve cons-ciente en todo momento del impacto de sus acciones, su palabra, sus gestos, actuando desde la idea más amplia de familia, de velar permanentemente por su bienestar, lo que le ha valido la admira-ción profunda de la gente que le conoce, que exalta en él esto, tanto como el atrevimiento con que enfoca y define sus casos jurídicos.

Se le atribuye haber convencido a su amigo Lucio Gutiérrez para que volviera a Ecuador a “comer” cárcel para poner en evi-dencia la verdad de su condición de perseguido, cosa que logró a las pocas horas de su regreso. Gutiérrez, el coronel que derrocó

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en el año 2000 al Presidente ecuatoriano Jamil Mahuad y luego, aliado al movimiento indígena Pachakutik, fue elegido presidente constitucional para poco después ser derrocado, estaba en condición de asilado político en Bogotá, donde se conocieron y desarrollaron una gran amistad. “fui su abogado aquí en Colombia, cuando tramitó el asilo político y hubo que resolver algunos problemas, y después de escribir ese libro que él necesitaba escribir para poner las cosas en claro, fui de las personas determinantes para convencerle que regresara y pusiera la cara, porque contra él, concreto, no había nada”, cuenta Abelardo. Gutiérrez aprovechó sus meses en Bogotá, donde era huésped de su amigo y abogado, para escribir ese libro en que relata su versión de los hechos que rodearon al movimiento que le sacó del poder, y una vez que este fue publicado, y en medio del efecto que producía en su país por las revelaciones que contenía sobre los intereses ocultos tras el golpe, tomó un avión en dirección Quito, donde al aterrizar las autoridades lo arrestaron y encarcelaron. Pocos meses después, el 3 de marzo de 2006, la Corte Suprema de Justicia comprobó la inexistencia de verdad en los cargos y cerró su caso.

¿Cómo ves hoy a Gutiérrez?, le pregunto y me responde “lucio Gutiérrez es mi amigo personal, además fui su abogado. Creo en él y en su partido, sociedad patriótica. Creo que es un hombre bueno, transparente y honesto, que tuvo una visión un poco inocente de la realidad de su país y del poder. Creo que para manejar el poder se requiere, más que malicia, cierto grado de perversidad, porque el poder es un asunto muy complejo y oscuro. no me cabe ninguna duda de que en algún momento volverá a gobernar, porque en política no hay muertos, hay exilios. es la única guerra en la que se muere para renacer, como dijo Talleyrand”.

El poder engaña, fomentando la ilusión de que está ahí para ser tomado, ocultando el hecho de que es algo que requiere ser creado. El poder se crea en uno, y se proyecta sobre el escenario en que se quieren concretar cambios. Esbozo estas ideas y le pregunto por su visión del tema. Me responde “pienso exactamente lo mismo, pero además creo que el poder es algo que está más allá de tu voluntad. la gente lucha todo el tiempo para conseguirlo, y como no entiende lo que es, cuando logra entrar en contacto con él, con algo que

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ha construido sin darse cuenta que lo hacía, descubre que ese poder lo avasalla por completo, porque no está preparado para lidiar con eso. otra cosa es cómo se vive el poder.

“Yo creo que el poder es la facultad que una persona tiene para determinar y ejecutar su vida como le dé la gana, viviéndola a plenitud, sin problemas, sin incordios. es decir, creo que ese es el verdadero poder, consiste en hacer lo que te gusta y tener una vida sosegada. Cuando hablamos del poder político, hay que tener claro que es el más efímero y volátil. se cayó el imperio romano luego de siete siglos de dominación, y era un imperio que se sirvió de los cerebros más importantes de aquellos tiempos: ¿Cómo no se van a caer estos seudo imperios de ahora, que tienen tan poca formación y un bagaje intelectual inexistente? Ahora, mirándolo desde otro punto, yo creo que el poder es estático, que está ahí, y hay gente que entra y sale de él… la gente llega, lo toma, lo usa, y en algún momento se debilita el contacto, y ese que llegó es sacado, pero en su paso construyó su propia versión de lo que es el poder. esa es la gracia, la versión de cada cual. Y está ahí ese desencanto, esa no confor-midad profunda que hay en quienes tienen contacto con cierto poder pero nunca captan bien de qué se trata, ni lo efímera que es esa relación con el poder, y por eso no tienen tranquilidad.

“Yo trabajo en muchos procesos complicados, con gente de mucho dinero, y ese ha sido un tema recurrente; me dicen “yo dejaría todo, me quedaría sin un peso por tener tranquilidad”. eso me ha retumbado todo el tiempo en la cabeza. Me pregunto, ¿cuál es el poder, la plata o estar tranquilo? la tranquilidad, yo creo. Y está la bacanería, que para mí es esencial. Yo no tengo interés por el poder político. para mí, el verdadero poder puede estar, por ejemplo, en el disfrute de una finca frente al mar, delicioso, escribiendo para un buen periódico, con la mujer que uno quiere, un buen trago, rodeado de amigos, un trío de músicos. es mi visión muy particular sobre el asunto.

Conoce el poder desde muchos ángulos. Lo ha estudiado a fondo, lo ha ejercido con sabiduría en los juzgados, y ha confron-tado con él. Al frente de un grupo de diez juristas demandó al Presidente ecuatoriano Rafael Correa por las pruebas de compli-cidad de su gobierno con la guerrilla colombiana, particularmente

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los campamentos de las FARC en territorio de ese país. “Cuando fue hallado el computador de raúl reyes y advertí que había menciones sobre Correa y funcionarios de su gobierno, conociendo las veleidades de Correa con la izquierda radical le pedí a la fiscalía que les investigara. Quizás lo hice, en parte, debo reconocerlo, con cierto sesgo ideológico, porque me parece que el señor Correa le está haciendo mucho daño a ecuador con su extremismo, al pretender imponer un modelo político que lo que trajo, donde pretendió instalarse, fue tiranía, desolación y hambre. pero también lo hice porque quería sentar un precedente judicial, por eso incluso lo propuse antes de la investigación ecuatoriana a Juan Manuel santos, y estoy seguro que si nosotros hubiésemos hecho eso primero, ningún juez del vecino país hubiera pretendido investigar al ministro de defensa, hoy presidente colombiano. Además lo hice porque en estos temas penales quien pega primero pega dos veces, y también, de cierta manera, para equilibrar las fuerzas, y que Correa bajara un poco la guardia. porque la amenaza de la Corte penal internacional… tengo la certeza de que lo trasnochó por varios días, porque eso a cualquiera trasnocha.

—Visto desde el derecho internacional, el ataque a un campa-mento ubicado en territorio de otro país, siendo evidentemente hostil hacia Colombia ese campamento, pero el territorio es de otro, soberanía ecuatoriana… ¿No es casi un acto de guerra hacia Ecuador atacar su territorio?

—sí, es una situación compleja, pero creo que puesto en las mismas circunstancias del Gobierno colombiano, yo habría procedido de igual forma. es inaudito que en un país vecino, que se supone es un país hermano, un gobierno no quiera cooperar con el estado colombiano y albergue a los terroristas de las fArC. obviamente si le informaban de la operación militar a Correa él les iba a dar aviso. porque Correa sabía de la existencia de ese campamento de las fArC, y su gente, sus ministros iban a reunirse y a tomar trago con raúl reyes… Uribe lo sabía y por eso decidió proceder así. Creo que eso modifica la forma en que debe mirarse este operativo colombiano.

“de no haber sido esta la situación, claramente eso podría significar un problema internacional para el gobierno del ex presidente Uribe y para Colombia, en cuanto a una sanción. si hay que esgrimir una

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defensa es esa, que no se le podía avisar a Correa, y que fue necesario hacerlo de esa manera para poder dar de baja a ese criminal de reyes. repito, en circunstancias normales ese episodio hubiese sido muy grave para Colombia, pero no en el escenario que se dio. Ahora, me pregunto yo, ¿por qué ecuador no ha dado la pelea defendiendo su posición?, ¿por qué el gobierno de Correa no ha atacado jurídicamente a Colombia de forma más vehemente? es muy sencillo: porque saben que tienen sus pecados. porque saben que estaban escondiendo a ese narcoterrorista de raúl reyes. en todo caso, múltiples resoluciones de la onU habilitan a los países miembros para actuar en territorio extranjero, cuando se dan circunstancias especiales como la descrita.

En 1999 Abelardo De La Espriella abrió su primera oficina para atender pequeños procesos penales, laborales, civiles, casos de inasistencia alimentaria, “lo que llegara, para poder sostener la oficina mientras se presentaba la oportunidad de un caso donde protagonizar”, explica hoy, con doce años ejerciendo la profesión. Doce años a través de los cuales comenzaron a llegar procesos cada vez más complejos, gracias a la fama creciente del trabajo del joven abo-gado, a la exposición mediática de sus relaciones con algunas de las mujeres más hermosas del país, tanto como de sus actividades paralelas que protagonizaba en el campo del arte, como coleccio-nista y promotor, y por su éxito sorprendente en algunos casos judiciales operando un estilo rayano en el descaro. Una carrera potente, hecha además con una fuerza particular que hace que una gloria del derecho penal colombiano, ya retirado, lo recuerde como “una especie de ladilla que irrumpe cual tromba en los tribunales, que no le teme a nada; si está seguro de tener un argumento fuerte no se detiene hasta que alcanza lo que busca”.

Con su filosofía de defender a quien necesita defensa sin juzgar moralmente el acto del que le acusan, “porque esa no es tarea del abogado”, Abelardo encontró en la parapolítica una mina de oro. En la lista de congresistas que defendió se encuentran Dieb Maloof, José de los Santos Negrete y Jorge Caballero, a quien convenció de entregarse a la justicia después de que se refugiara por algunos meses en el extranjero. Estos clientes habían resultado involucra-

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dos en el Pacto de Ralito, la reunión entre políticos costeños y las cabezas de las bandas paramilitares que se llevó a cabo en julio de 2001 en una finca del corregimiento de Santa Fe de Ralito, departamento de Córdoba.

En todas sus intervenciones relacionadas con estos casos, Abelardo De La Espriella se destacó por la vehemencia de sus argumentaciones, logrando con su actuación lo que pocos espe-raban, dejar libres a sus clientes en menos de dos años.

—en el caso de negrete logré para él la preclusión en la Corte su-prema de Justicia, y esa es la única preclusión que por el pacto de ralito decretó la Corte suprema. diez días antes de la preclusión, José de los santos me dijo que quería renunciar al fuero para que lo investigara la fiscalía, y yo le dije mira, ya presentamos los alegatos, esperemos a ver qué dice la Corte, pero él insistía, me van a joder, me van a joder. le digo espérate, que presentamos un excelente memorial, pidiendo la preclusión, vamos a ver qué pasa. Y él que me van a joder, me van a joder, y quería renunciar. pero no lo dejé, y a los diez días le precluyen, sale libre y se va a despachar otra vez al Congreso de la república. si hubiese renunciado, su suerte hubiera sido muy distinta.

—¿De qué te agarrabas para no dejarle renunciar?—es que yo tenía la convicción de que la Corte iba a fallar a su

favor, porque logramos probar que José de los santos fue a esa reunión sin planear nada, sin concertar nada. imagínate, luis Carlos ordosgoitía le dijo oye, acompáñame, y él le respondió bueno, yo te manejo, y así fue que llegó a la reunión, de chofer amigo, digamos, Y ya allí acabó firmando. o sea que se logró probar que su presencia en la reunión fue fortuita, que no hubo ninguna intención de concertarse para absolutamente nada. Con los testimonios recaudados y otro material probatorio existente, le quedaba muy difícil a la Corte llamarlo a juicio.

Un capítulo particularmente oscuro de la reciente historia colombiana es el relacionado al tema de las autodefensas Cam-pesinas, el nombre con que operaban las estructuras armadas que al margen del Estado enfrentaron sin escrúpulos a la guerrilla y a quienes suponían su base de apoyo. Abelardo se exalta cuando se refiere al tema: “los paramilitares fueron utilizados por muchos que hoy

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los desconocen y los niegan, luego de que se sirvieron de ellos. pero hoy se presentan como jueces morales que señalan y juzgan. es la hipocresía patria, esa que detesto y que está en todo lo que aquí se hace. fíjate que en estados Unidos a los paramilitares se los usa de frente, hacen en todo el mundo el trabajo sucio bajo contrato, el estado los ampara en lo que hagan, cuidándose incluso que no les lleguen los tribunales internacio-nales, y nadie dice nada. Acá son los “paracos”, allá son las empresas de servicios Militares, que pueden mantener secretas sus actividades y sus clientes al no estar reguladas por ninguna normativa internacional, a pesar de ser ejércitos mercenarios. el poder que tienen lo muestran sus ganancias: 150.000 millones de dólares anuales, antes de la guerra de irak. no pretendo hacer apología del paramilitarismo, simplemente cues-tiono a quienes se sirvieron de ellos y hoy se lavan las manos”.

Las PMF, en sus siglas norteamericanas, que permiten a los gobiernos “evadir restricciones legales”, se establecieron en todo el planeta a partir de la ola de privatizaciones militares ideada por Dick Cheney cuando era Secretario de Defensa de Bush padre, en 1992, y contratan sus servicios en guerras de baja o alta inten-sidad, tanto como en misiones de pacificación, operaciones anti narcóticos, protección de oleoductos, pozos petroleros, minas de diamantes, realizando tareas de inteligencia o servicios de seguri-dad en general. Servicios que incluyen “trabajos sucios” e interro-gatorios a prisioneros, como en el famoso caso de la cárcel iraquí de Abu Ghraib, donde empleados de las PMF pueden excederse sin correr el riesgo de involucrar al país que los ha contratado.

Pensando posiblemente en temas como ese, Cheney contrató a Brown & Root Services encargándoles diseñar un plan para privatizar los servicios militares en zonas de guerra, plan por el que la Secretaría a su cargo pagó 9 millones de dólares. Como conse-cuencia de ese plan el Ejército oficial de Estados Unidos se redujo de más de dos millones de efectivos a 1,4 millones, privatizando esos puestos que pasaron a ser ocupados por mercenarios a sueldo de más de cuarenta empresas, encabezada la lista por Blackwater (actualmente Xe Services), Global Risk Strategies, TASK, Armor Group, Kroll Security y DynCorp, que entrena a la nueva policía

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de Irak, se encarga de la protección del Presidente afghano Ha-mid Karzai y ha operado en Colombia junto a la DEA. Brown & Root, al igual que Blackwater-Xe, es subsidiaria de Halliburton, empresa que Cheney pasó a dirigir cuando terminó el gobierno Bush padre, ocupando el cargo hasta cuando se reincorporó al staff mayor como número 2 del gobierno Bush hijo.

Los paramilitares no responden a la cadena de mando del Ejército oficial, por lo cual las responsabilidades de sus actos se diluyen en una conveniente nebulosa legal. Por dar un ejemplo, empleados de DynCorp estuvieron implicados en delitos sexuales graves en Bosnia, pero ninguno pudo ser procesado. Y por esa cualidad a lo James Bond, Gran Bretaña los utilizó para evadir problemas en diversas ocasiones, como cuando, según varias investigaciones independientes, contrató a la empresa Sandline, pionera en servicios de combate, para operaciones en Sierra Leo-na, esquivando las restricciones impuestas por Naciones Unidas.

¿Quiénes son los empleados de estas empresas de servicios militares? Una amplia gama que incluye ex agentes de la CIA, la KGB y el Mossad en el área inteligencia, y en las áreas de combate gurkas nepalíes, ex boinas verdes norteamericanos, ex soldados británicos, surafricanos, rumanos, colombianos, que reciben re-muneraciones muy diferentes según el prestigio de su origen, con los norteamericanos y británicos en el nivel más alto y los colombianos en el más bajo, condición por la que reciben una paga más de cien veces inferior a la de aquellos por la misma función.

Abelardo es pletórico cuando habla “fuera de la reserva del sumario”, y en esos casos no omite nada. Lo que ves es lo que hay; lo que dice es lo que piensa. No tiene guardados. Su genio costeño lo catapulta siempre a esa sinceridad de colores. Va directo a lo que siente que tiene que ir, y no se anda cuidando, dando rodeos para restarle contundencia al impacto. Por eso, haciendo un ejercicio rápido de disección uno concluye que lo que le diferencia de otros abogados, ese “secreto de su éxito”, radica fundamentalmente en un aspecto, y es su condición de hombre frentero. Eso es lo que lo hace especial. No le esquiva los filos

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peligrosos a las cosas, él va de frente adonde es. Y a eso se suman la imagen ganadora, la elocuencia, la preparación. Con todo esto el abogado monteriano ha sobresalido en el difícil mundo del derecho en Bogotá. Pero es importante comprender, si queremos seguir el hilo de su éxito, que la clave central es su personalidad, y la consecuencia de ella, una actitud clara, transparente, que ante los hechos no admite doblemoralismos. Esta particularidad, la de dar la cara y no portar pelos en la lengua, como dicen las señoras de barrio, ha marcado la diferencia con la actitud de otros abogados de la capital colombiana, a quienes él detesta “por su hipocresía, su costumbre de manejar los procesos por debajo de cuerda cuando sus defendidos son personajes de dudosa reputación”.

Definiendo la profesión del penalista, dice “creo que la defensa penal y la condición de defensor son una verdadera vocación, con la que se nace. luego eso se va estructurando con la formación académica, y afirmando con la experiencia. pero uno tiene que nacer con cierta predispo-sición genética, algo que lo impulse a eso. Como creo en eso, también creo que el principio fundamental del ejercicio de la profesión como abogado penalista o litigante es que no se puede ser, bajo ninguna circunstancia, y esa ha sido mi pelea con algunos de los abogados que ejercen en bogotá, un abogado vergonzante. es decir, uno de esos que reciben altísimos honorarios y ponen a un segundón a firmar. Yo nunca haría eso. recibo mis honorarios, altos, y a cambio pongo la cara. Así debe ser, siempre. no se puede educar a los estudiantes y hacerle creer a la sociedad en general que no está bien ser abogado de ciertas causas, para terminar haciendo la defensa por debajo de la mesa, tras bambalinas. esa doble moral ha sido nefasta para el ejercicio de la profesión en este país. en una democracia no puede haber causas indefensables.

“en Colombia, por ese criterio doble moralista de ciertas Universi-dades y algunos abogados, se ha creado la sensación en la comunidad de que el litigante puede ser abogado de ciertas causas y no de todas. eso es absurdo. Uno tiene que ser abogado de las causas para las cuales lo requieran, no puede tener condicionamientos morales o condicionamientos políticos al momento de aceptar una defensa. la persona que está proce-sada tiene derecho a la defensa, y el abogado tiene derecho al trabajo. el

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abogado no defiende el delito, representa al ser humano, y eso es diferente, ciertamente. ser un abogado vergonzante me parece lo peor. Aquellos que instituyeron la perversa costumbre que ha perjudicado tanto el ejercicio de la profesión, esa de tener a segundones dando la cara en los procesos, no saben el daño tan grande que le hicieron a este noble oficio. se sirven de bufones que ponen la cara, mientras que ellos, los que defienden en la penumbra, van a las reuniones sociales a posar de próceres y llegan incluso a hablar mal de aquellos que defienden en los procesos de los cuales están comiendo. Y lo hacen de la manera más cínica y descarada. es un comemierdismo que no tiene límites.

El debate ético acerca de la defensa o no defensa de personajes amorales es un tema que ha hecho correr mucha tinta, muchas palabras, e incluso se ha rodado en el mundo mucho cine sobre eso. Como Jacques Vergès, que ha defendido a Barbie, a Tareq Aziz, a Moishe Tshombe, al Presidente de Togo, Gnassingbé Eyadéma, al congolés Denis Sassou Nguesso, y una extensa lista de personajes africanos de negativo renombre mediático, Abe-lardo De La Espriella tiene claro el fondo del asunto, como lo demuestran sus respuestas a Gustavo Gómez en una entrevista de la revista Semana:

Gómez: los delincuentes tienen derecho a la defensa, pero los aboga-dos también tienden a decir que van hasta un punto en la representación de personajes de dudosa reputación. ¿Cuándo va a dejar de defender personas que tuvieron trato con los paramilitares?

De La Espriella: la obligación del abogado es defender las causas, independientemente de consideraciones éticas. la parapolítica es un ex-celente nicho de trabajo, y sentí que no quería quedarme por fuera del proceso más importante de Colombia.

G. G.: ¿Qué pasa cuando sabe que el defendido es culpable?

A. de la E.: Cuando existe un material probatorio que devela la responsabilidad de quien defiendo, mi posición es llevarlo a la sentencia anticipada luego de explicarle que saldría derrotado en juicio.

G. G.: Usted ha llevado a sentencia anticipada a tanta gente, que uno tendría que pensar que la mayoría de sus clientes sí son delincuentes…

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A. de la E.: Mis clientes de la para-política son delincuentes polí-ticos, gente que se vio arrastrada a hacer unas alianzas por la ausencia del estado.

Le pregunto por los personajes de la parapolítica que atendió, ¿cómo se comportaban, ya metidos de lleno adentro del problema, ya pillados, como dicen en la calle?

—rocío Arias y eleonora con una fortaleza y una reciedumbre in-creíble. ¡Qué cojones los de esas mujeres! ¡Qué cosa más impresionante! los hombres desechos, y estas mujeres asumiendo el proceso con toda la dignidad, que es lo único que no se puede perder, al final de cuentas.

Eleonora Pineda y Rocío Arias, quienes públicamente defen-dieron la ideología y el proyecto político de las autodefensas, más conocidas como “los paramilitares”, fueron detenidas y llevadas a juicio. Eleonora Pineda, elegida al Congreso con una votación que destacó entre las mayores, 82.000 votos, fue condenada por el juez octavo especializado de Bogotá a una pena de siete años y medio en prisión, que se redujo a la mitad por haberse acogido a sentencia anticipada. Cumplidos 18 meses de prisión, se le otorgó la libertad. Rocío Arias corrió la misma suerte de Pineda, y hoy está libre.

—Conocías a Eleonora Pineda de antes, ¿no?

—Conozco a eleonora desde mucho antes, porque ella era de Córdoba, amiga de mi mamá y toda la cosa, y de hecho en la primera aspiración a la gobernación de mi papá eleonora era su asistente, siendo entonces una niña, una muchachita muy bonita. pasaban cosas como que mi mamá se iba a una fiesta al club, con mi papá, y eleonora se queda-ba cuidándonos, le ayudaba a mi mamá en eso. Yo era muy pequeño, 9 años… Y fíjate las vueltas que da la vida, acabo defendiendo a eleonora.

Esa tarde Abelardo dará una conferencia en una facultad de derecho, donde afirmará de entrada: “el abogado, no sólo por vocación sino por formación, posee un afinado sentido de lo justo”. Y luego reiterará algo a lo que frecuentemente vuelve: “la condición de defensor, también, es una verdadera vocación y convicción con la que prácticamente se nace, aunque se va forjando con la formación académica y

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la experiencia hasta convertirse, con el paso del tiempo, en un apostolado, en una forma de vida, en un compromiso permanente con las garantías sustanciales y procesales que reconocen los estados democráticos, a todos los encartados en un proceso penal”.

De inmediato reafirmará, como hablando desde la llaga, “to-das las personas, sin excepción alguna, tienen derecho a la defensa, y los abogados, por nuestra parte, tenemos derecho al trabajo. Ambos derechos, según nuestra legislación y los tratados internacionales que hacen parte de nuestro bloque de constitucionalidad, son derechos fundamentales. pero aun entre personas cultas, y desde luego con mayor razón entre las que no lo son, suele haber un completo desconocimiento acerca de la función del abogado litigante, especialmente en torno de las razones o fundamen-tos que justifican dicha actividad. de esa ignorancia surgen una serie de prejuicios y malentendidos que colocan la función del abogado litigante en una posición equívoca, asimilado a un sujeto que a todo trance busca el reprobable propósito de arrebatarle delincuentes a la ley, librándolos del castigo merecido. pero es el abogado defensor quien reviste de legalidad el proceso, quien hace que este sea algo civilizado y no un linchamiento. sin embargo, ocurre que aunque esta explicación resulta clara y suficiente para personas con alguna cultura general, ciertamente no lo es para la inmensa mayoría de individuos carentes de una formación adecuada”.

Fuerte en él la pasión por la libertad y aquel amour de soi que recomendaba Rousseau, ese amor profundo por uno mismo que desde los tiempos de la Ilustración se volvió militancia en la lucha contra toda opresión, el abogado desliza sus palabras como por un tobogán y el tema del delito visto como el ejercicio de la negligencia moral se expande paulatinamente por aquel recinto universitario. Y me viene aquí a la memoria Víctor Hugo, para quien no existía el mal absoluto ya que veía aun en los seres más perversos la presencia del amor, cierta aspiración profunda al bien, y de ahí su fe en el hombre. Y recuerdo entonces a Giles de Rais, brazo derecho fiel de Juana de Arco en las batallas, confesando en el juicio que le hacen tras descubrir en sus castillos los cadáveres de miles de niños, que “es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes, niños y niñas, y que en el curso de

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estos años pasados he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos, y aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto, y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros les mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados.

“Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad, sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad. Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba so-bre sus estómagos, y me complacía ver su agonía… Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”.

Me pregunto cómo se puede defender a este hombre, y al volver mi atención al conferencista, Abelardo afirma: “es necesario que el abogado tenga un carácter definido y sólido, temple, determinación y audacia, pues para ejercer el derecho penal, particularmente en Colombia, se requiere mucho valor, coraje, cojones, para ser más castizos, disciplina, arrojo. porque los procesos penales, que son de por si peligrosos en situacio-nes normales, lo son mucho más en un país tan violento y delirante como el nuestro, en un país en donde la labor del abogado es incomprendida”.

Al día siguiente, en su casa bogotana, por el ventanal se derrama la ciudad hacia la sabana y arriba, en la terraza del penthouse, varias cámaras giran lentamente vigilando. Los sonidos de la calle no se escuchan, porque en su calle casi no los hay, por lo que en ese entorno la realidad se parece a un suave ziss de cuchillo cortando lomos de peces para un sashimi a la hora del té. Comenzando el día a velocidad media, relajado, cuando voltea la mirada hacia el ventanal se le marca en el rostro una sonrisa de esas que en un hombre de su edad hacen sospechar que tiene una libreta con los números de las mujeres más deseadas de la ciudad, pero le da

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pereza marcar. Y no muy diferente será la actitud más tarde, en el purgatorio de los juzgados.

En ese mundo se mueve el abogado casi con descaro solidario entre aquellos acusados de malos por quienes representan el in-terés general del Estado, y el bien común que este administra. El paisaje, impregnado de desprecio nihilista hacia las instituciones sociales de convivencia, es transitado con soltura por el abogado dotado de interpretaciones claras y frases bien construidas, que frecuentemente parecen concebidas más para convencer oídos que para los archivos judiciales.

Me comenta que le hubiera gustado defender de algún crimen, ojalá que pasional, a uno de aquellos indios mohawk que utilizaban de obreros en los primeros rascacielos porque no sentían vértigo. Y entre comentario y comentario de este tono, genera la sensación en quien le observa que se está ante un per-sonaje de seinen manga, ese comic hecho para rasgar la monotonía de la vida cotidiana del adulto japonés. Siendo más exactos, un manga de Yoshihiro Tatsumi o de Takao Saito, de esos que más que transgredir la moral burguesa se empeñaban por aportarle al mundo suspenso y drama con estéticas sofisticadas.

El abogado de alto rendimiento, como le denominan algunos satisfechos clientes, interpreta la justicia como una narración que despliega con alto poder de convicción. Así reconstruye destinos favorables con serenidad de monje oriental. Por su oficina pasan casos de gentes condenadas a una suerte marcada por la arbitrarie-dad de alguna instancia burocrática o de poder, y sus protagonistas, en el papel original de acusados, salen libres creyendo un poco más en que hay justicia. Y el abogado, provisto de una densidad psicológica de buen nivel, se refiere entonces al caso superado con la misma actitud conque un hombre meridional podría escupir por la borda al mar luego de afirmar un escueto Así es.

Habla, y al mismo tiempo bombardea a alta velocidad desde su teléfono mensajes de texto para diálogos compactos, pocas letras, mucho significado, respondiendo o iniciando un juego que en muy pocos momentos bajará el ritmo. Ocurrirá esto, por ejemplo,

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en esos instantes en que se encierra en un aire de frontera porque siente el peso de ese desierto de montañas donde nada huele a mar, Bogotá. No le gusta esta ciudad, es terminante, así como lo es al afirmar que jamás come ni comerá un ave, y al decirlo se siente en él algo así como la sombra de ese ángel caído que tiende a aparecer en los porteros de fútbol cuando han volado majestuosos sin alcanzar a rozar siquiera la esfera. Esa que ahora late, aquietándose, en el vientre de la red, al fondo del arco.

A sus 33 años es dueño de unas de las tres oficinas de abogados más importantes del país. Y su rostro, a través de los medios de comunicación, es familiar aun a quien no tiene la más mínima idea sobre el mundo del derecho. Constantemente aparece en los titulares de prensa y se le ve en televisión al lado de los persona-jes más reconocidos de la sociedad y la farándula. ¿Cómo logró este joven abogado de provincia convertirse en eso que algunos llaman “una superestrella mediática”?

Desde niño la hizo, como cantaba Frank Sinatra, a su manera. La tuvo clara. La inteligencia debía usarse para producir dinero y nombre, que eso servía para producir más dinero. Desde entonces lo que hace, vale. Su trabajo debe estar bien remunerado, y se da el lujo de cobrar lo que cobra por un caso, porque es garantía de efi-ciencia en un terreno crucial: evitar la cárcel, recuperar la libertad.

Habiendo citado a Sinatra es de observar que hay mucho de él en este abogado, comenzando porque su estatura no sobresale en una multitud, pero sí su aplomo, su personalidad seductora, su impecable forma de vestir, su pasión por las mujeres bonitas, su genio atravesado que inspira respeto, sus valores inquebrantables, ese dar la vida por sus amigos, las ganas de ser el mejor, la estética. Sobre todo la estética, eso de cuidar el verse por fuera como se está por dentro. Abelardo procura ser un ícono de la elegancia, y si en montar una defensa es un arquitecto cuidadoso de la ab-soluta perfección, aquí lo es más. De los abogados colombianos es quizás el mejor vestido. Sus trajes finos son casi un escándalo en la sordidez de los juzgados y las cárceles, tanto como lo son los detalles, el pañuelo, el perfume.

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¿Qué es elegancia para vos?, le pregunto y él, cuidando las palabras, define: “la elegancia es… la estricta cercanía entre la estética y la función. la elegancia te hace sentir bien viéndote bien, y eso además tiene un impacto. eso produce efectos, la impresión, lo que transmites con elegancia. pero sólo funciona si es real, si a uno le gusta. Yo no lo hago por impostura, sino porque a mí me gusta ser así, me gusta el pañuelo, me gusta la mancorna, y me gusta el detalle. pero nunca lo hago porque me toca, siempre es por ganas, porque me gusta. Como decía oscar Wilde: uno debe ser una obra de arte, o llevar una obra de arte puesta”.

Quien habla es el abogado que a los veinte y pocos años le propuso al gobierno y a los jefes paramilitares intermediar en las tensas negociaciones de paz que estaban comenzando. El mismo que se haría famoso luego defendiendo divas de farándula. El que daría la cara por Alberto Santofimio, el “turco” Hilsaca, los congresistas de la parapolítica o David Murcia Guzmán, en el momento en que muy pocos se atrevían.

Muriel Benito Rebollo fue su primer caso vinculado a la parapolítica. Pragmático ante las pruebas, la convenció de que se acogiera a sentencia anticipada, y con esto logró que se le con-denara solamente a 47 meses de prisión. Si ya venía visitando la vitrina, este caso lo instaló en el primer plano como un abogado diferente, capaz de convencer aun al cliente más reacio. Pero para él aquello era natural, como me explica: “Yo siempre supe que iba a estar en este lugar. porque fui un niño diferente a los demás, una especie de viejito en el cuerpo de un niño, tuve siempre una visión diferente, no me comportaba como el resto, no me emborrachaba como los demás, mis amigos me decían “el Viejo”… Yo leía novelas e historia cuando nadie de mi generación lo hacía. Tuve un plan de vida desde que tengo uso de razón. Mientras mis amigos jugaban, yo hacía radio y televisión.

—¿De no ser abogado, qué podrías haber sido?—Me hubiera encantado ser cantante de ópera en Milano, por

ejemplo. Hubiera sido un cantante de ópera del carajo. pero imagínate, un cantante de ópera en Montería… Yo hubiera sido un gran cantante, porque pienso que se puede ser lo que se quiera. Con talento, esfuerzo y disciplina cualquier cosa se puede lograr. Me hubiera concentrado en ser

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el mejor, así como me he concentrado en ser el mejor abogado. eso es lo que siempre he tratado de ser, el mejor.

“la inteligencia tiene que producir prosperidad. Yo no creo en esa inteligencia al estilo griego, en donde la pobreza marcaba la pauta. lo que produzca tu ingenio debe generar prosperidad, para que con ese bienestar tú puedas generarle prosperidad a la gente que te rodea. Mientras que religiones como la judaica y la protestante promueven la prosperidad, porque en la medida en que una persona sea próspera puede ayudar a sus congéneres, a la gente que le rodea, la religión católica la estigmatiza, solamente basta leer el pasaje de la biblia que señala que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja a que lo haga un rico al reino de los cielos. la biblia es un libro histórico interesante, con algunas enseñanzas de vida para los seres humanos y una filosofía que me parece rescatable en ciertos puntos, pero en otros es pura ficción sazonada con crueldad. la religión católica causó un daño terrible a nuestros pueblos porque limitó el conocimiento, coartó la expresión y aniquiló el libre pensamiento.

En los primeros días de enero de 1918, acusado de crímenes contra la humanidad, Dios fue sometido a juicio en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas en gestación. En el banquillo de los acusados una Biblia simbolizaba el cuerpo de aquello que se estaba juzgando, y los fiscales, basados en testimonios históricos varios, presentaron numerosas pruebas de culpabilidad. La defensa pidió la absolución por demencia evidente, pero el tribunal no aceptó el recurso y declaró culpable a Dios de todos los cargos, condenándolo a muerte. Cumpliendo la sentencia, al amanecer del 17 de enero de 1918 un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú.

—Pese a ser ateo, me imagino que no tendrías inconveniente en defender a Dios, si te llegara como cliente.

—¡Claro! lo defendería y buscaría para él el mal menor. la de-fensa penal no implica necesariamente la absolución del procesado, de la persona que uno defiende: en algunos casos, cuando no hay otra opción, la obligación del abogado es buscar el mal menor. si fuese el abogado de dios le pediría que se acogiera a sentencia anticipada, que aceptara los cargos, todos los cargos por los cuales se le acusa. Con esa confesión tendría

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derecho a las rebajas de ley, y con un buen comportamiento, trabajo y estudio, accedería a unos beneficios adicionales. esa sería la estrategia, que aceptara todos los cargos que le puedan imputar, porque suponiendo que dios exista, creo que es responsable, por acción o por omisión, de todo lo malo que ha pasado en este mundo, pues se supone que debía velar por el bienestar de la humanidad, cosa que evidentemente no ha ocurrido.

—¿Y si tu defendido fuera el diablo?—Haría lo mismo, buscar el mal menor, a través de un acuerdo que

nos permitiera que la situación fuese lo menos gravosa posible. pero en el caso del diablo, desde el punto de vista jurídico penal, podría alegar un eximente de responsabilidad o un atenuante de su conducta, porque dios lo echó del paraíso, lo persiguieron, es un desterrado. es mucho más sencillo justificar la conducta del diablo que la de dios.

Observado desde otra dirección, decía Dostoievski “si dios no existe, todo está permitido”. Algo así como el paraiso del ateo. Pero Abelardo trabaja en el ámbito legal donde no todo está permitido, y cree en ese mundo, que dista mucho de ser un paraíso. Y piensa que Dios no existe. Algo que su padre atribuye a “un problema de juventud, de contradicciones internas, ideológicas, de él”. ¿Cómo va a ser alguien de familia católica, ateo?, se pregunta y me confiesa en su oficina de Notario, “Mira, yo rezo todos los días, aquí tengo a la virgen de fátima, le agradezco a dios permanentemente por las oportunidades que me ha dado, y le pido cada día que me lo proteja a él, que le resuelva sus contradicciones y le permita creer”. Y evocando los buses que en enero de 2009 recorrían Madrid, su ciudad favorita, con anuncios en sus laterales proponiendo “probablemente dios no existe: deja de preocuparte y disfruta la vida”, una campaña atea originada en Lon-dres, se consuela agregando en un suspiro “poco se puede hacer más que confiar en su generosidad para comprender. Vivimos una época sin fe”.

¿Tu ateísmo, cómo es?, le pregunto a Abelardo y me explica “Yo soy racionalista ciento por ciento, soy un hombre de ciencia, fui formado en la ciencia del derecho, no creo en nada que la razón no pueda explicar. pero además de eso tengo perfectamente claro que dios es una invención del hombre ante la debilidad del hombre mismo, que tiene como propósito la dominación y el sometimiento. A mi juicio dios y la religión son una

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entelequia, un instrumento del hombre para consolarse primero, y luego para manipular a los demás hombres, una herramienta que respeto porque hay gente que cree en eso, pero que no comparto en lo más mínimo. respeto las creencias religiosas de los demás, pero exijo que mi ateísmo también sea respetado. la sociedad colombiana en su gran mayoría considera que es más grave ser ateo que asesino, símbolo inequívoco del subdesarrollo que padecemos. Considero que en alguna medida soy más libre que el resto de los hombres, porque no creo en ese tipo de ataduras que conlleva la religión y la creencia en la existencia de un ser superior. la superstición no es lo mío, definitivamente. dios es como el comunismo, hermoso y bello en teoría, inoperante e inaplicable en la práctica”.

En una de las escenas memorables de el abogado del diablo, el personaje de Al Pacino le confiesa a su pupilo la filosofía que él sigue: “A pesar de todas sus imperfecciones, yo amo al hombre, soy un humanista… quizás el último humanista”, dice.

Abelardo es un evolucionista que de joven fue obligado a hacer la primera comunión y la confirmación. Nunca creyó en eso, me jura, como dirían las señoras creyentes. De niño es-candalizaba a los curas de La Salle preguntando: “¿Hermano, si dios existe por qué se muere la gente buena?”. Ahora se ha quedado pensativo, y cuando sale de su silencio dice “creo en la evolución de las especies, creo en la evolución de la humanidad, de los organismos vivientes, de la naturaleza, y en las teorías científicas que hay sobre el origen de la humanidad. no creo en los dogmas de fe. la iglesia católica está llamada a desaparecer. Una institución llena de hombres que predican el amor al prójimo para quitarle a ese prójimo el dinero, y señalan a los demás como pecadores mientras acosan y violan niños, no tiene futuro. Me parece que es una institución mandada a recoger, entre otras cosas por el celibato. por eso hay tanto pederasta, tanto cura enfermo persiguiendo niños y muchachitas. el sacerdocio, de entrada, no puede ser contra natura, castrando al hombre. ¡es un absurdo! por otra parte, yo me pregunto cómo se puede amar a alguien que no se conoce, y veo que es absolutamente ilógico eso de “amar a dios”. ¿Cómo coño vas a amar a dios si tú no lo has visto, si no te ha hablado? Uno ama a la gente con la que comparte, con la que está, con la que tiene amistad,

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con la que tiene vínculos de sangre, la familia. en el fondo, admiro a las personas que creen en la existencia de un ser superior, porque yo estoy mental y estructuralmente impedido para eso”.

“A los creyentes religiosos les corresponde la carga de la prueba sobre la existencia de dios, cosa que hasta ahora no ha ocurrido. para la ciencia, dios es una hipótesis improbable, porque no hay prueba científica que determine su existencia. la fe es un recurso inmunológico: hace inmunes a toda argumentación a las personas. el adoctrinamiento infantil estructura defensas infranqueables a explicaciones racionales. la religión no es una opción propia, es la tradición y visión de nuestros padres. en todo caso, no se requiere de dios para ser una buena persona y obrar correctamente”.

En el carro, transitando por su tierra cordobesa, lo que signi-fica que vamos atravesando la densidad de los 38 grados afuera, el aire acondicionado está en su mínimo nivel y se podría decir que Abelardo también manifiesta cierta elegancia sobria en ese nivel del aire. No parece costeño en esto. Como no lo parece en su incapacidad de dormir con aire acondicionado. Entre las contradicciones de este abogado tan fresco en su trato con la calle y con los puestos del rebusque al borde del camino, hay un detalle que llama la atención, una cierta compulsión que tiene por lavarse las manos cada vez que puede. Algo que recuerda a Howard Hughes, el excéntrico millonario que interpretó Di Caprio en el cine, aquel que murió encerrado en una habitación por miedo a contraer alguna enfermedad.

Tiene este tipo de cosas, de típico obsesivo. Y tiene otras que lo muestran casi como un niño. Cuando viaja en avión vuela siempre en ventana, todo el vuelo silbando bajo. Es una constante en él silbar bajito mientras piensa o mira el paisaje, o cuando observa con atención a un animal. Silba melodías que se pueden reconocer, o inventa, crea, composiciones de esas que surgen naturales y se olvidan con naturalidad. De repente, cuando cae en cuenta que está silbando en un juzgado o en algún lugar de esos que mejor no, se detiene y aflora una sonrisa, mostrando sus dientes parejos y notoriamente blancos, como perlas recién pulidas. Y ya. Igual en el avión.

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Si en alguna gran ciudad llama la atención su presencia derra-mando elegancia con sus mocasines Louis Vuitton, el reloj Aude-mars Piguet, sus corbatas, sus trajes de seda, sorprende por igual encontrarlo luego con la misma fresca naturalidad en el campo, con ropa de finca, jugando con los perros, o echándole maíz a las gallinas. Le gusta el lujo cuando le gusta, no por obligación, lo explica también con naturalidad: “Me gustan las cosas lujosas, pero no porque sean lujosas sino porque me gustan, porque tengo ese feeling, nada más. por supuesto tengo unas marcas preferidas, pero no es que las prefiera porque sean esas marcas en particular, sino porque me gustan los productos que hacen. Me encanta un traje ermenegildo porque parece hecho para mi, y lo compro hecho, no me lo hacen”.

Eso de tener el mejor traje hecho a su medida sin necesidad de recurrir a un sastre es una particularidad que pocos disfru-tan. Hay cuerpos muy altos, con asimetrías, cuerpos con cierta obesidad aquí o allá, a cuyos dueños les toca mandar a corregir lo que han comprado, ajustar los hombros, el talle, o hacérselos confeccionar a precio de oro. Él no. Los trajes vienen hechos a su medida. Abelardo va una vez al año a comprar su ropa a Italia, “que es donde me gusta comprar la ropa, y como tengo cuerpo de modelo de tallaje, nunca tengo problema con las medidas. es como si hicieran ese traje para mí. Y me gustan los ermenegildo por eso, porque es una buena marca, están bien hechos, las mejores telas, son finos, me quedan bien. pero hay cosas que pueden ser muy finas y no me gustan”.

Parece contradictorio que el mismo personaje que preocu-pado por la suerte de la humanidad piensa en la posibilidad de una demanda ejemplar a quienes, por negligencia o ambición, destruyen el medio en que vivimos, sea quien en un artículo publicado en la revista Don Juan pasea pleno de frivolidad a un reportero por su apartamento de soltero de 220 metros cuadrados al norte de Bogotá.

En una habitación con vista a los cerros, llegan al armario, informa el reportero y cuenta que el abogado, sonriendo, enseña su gran colección de suéteres, organizados por cualidades cro-máticas. Luego los zapatos, que según la nota son 30 pares, uno

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para cada día del mes. También se enumeran las camisas (65), los vestidos (30), las lociones (20).

Hago un comentario sobre esto y él ríe, antes de aclararme: “en realidad tengo como 25 perfumes, me encantan”. ¿Y los zapatos? ¿30 o 31? “no, son más, quizás 40”, aclara. Le pregunto cómo usa los perfumes, y me cuenta que es “de acuerdo a la hora, porque me parece que un perfume muy fuerte no debe usarse todo el día. en la mañana uno suave, en la tarde algo un poco más fuerte, y en la noche un perfume con personalidad, una fragancia más dominante. ¿Qué tal estar uno en la mañana con un dolce y Gabanna? esa vaina patea en la mañana, hay que usar una cosa más suavecita. en cambio te pones dolce y Gabanna en la noche y las féminas te dicen hmmmm, coño, cómo hueles de rico, porque ahí huelen peligro”. Y suelta otra vez la risa.

En el artículo de Don Juan, Abelardo enseña la sala, estilo loft, donde se puede apreciar su colección de arte, en la que destacan las máscaras africanas, y las pinturas y esculturas, informa en otro aparte el reportero. Un día en Barranquilla, comparando su casa bogotana y las de la costa le pregunto si la diferencia entre el predominio del realismo en Bogotá y la mancha, lo abstracto, el color en lo que tiene colgado en la capital Caribe es premeditada, y me explica con sentido práctico: “lo que pasa es que en mi casa de bogotá tengo lo que más me gusta, porque es ahí donde más tiempo estoy… Y trato de poner acá en la costa cosas más suaves, menos densas, más color y tal…”. Pero aunque exhiba, casi con humildad, este sentido común tan suelto, tan natural, detrás hay una trama de notable densidad. En el arte, como en todos los campos que despiertan su atención, Abelardo se ha ocupado de estudiar, de conocer, de recorrer grandes mu-seos, de exponer su sensibilidad a diferentes escuelas y épocas para determinar si su empatía era con lo clásico, con el impresionismo, con los modernos, Klimt, Schiele y los vieneses de Secesión, el constructivismo, los rusos, o más aquí el minimalismo, el pop… O simplemente con aquello que, independientemente del momento de la creación, le impactaba a profundidad.

Le pregunto por las firmas importantes que hay al pie de esas pinturas que cuelgan en su casa y en sus oficinas, y luego, un poco

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provocando, si en lo que compra lo engancha la obra, el artista o el valor de la marca. Su respuesta es “a mí lo que me engancha es la obra. si la obra me habla y me gusta, si tengo comunicación con ella, quedo enganchado. Y ahí la obra tiene que ser mía, o yo de ella. por supuesto me gustan los grandes maestros, pero solamente cuando me gusta su obra, porque hay grandes maestros, o épocas, o técnicas en ellos, que no me gustan para nada. por ejemplo, a mí no me gusta la pintura de botero. Me gusta su escultura, pero esas gordas pintadas no, nada. obregón me parece que es un genio, esa pintura te habla, así como la de Grau se te queda grabada en el alma. las esculturas de negret son maravillosas, y me encantan los desnudos de darío Morales, tengo uno espectacular. lo que me gusta siempre es que el cuadro o la escultura me hablen. Ahora, yo no creo que las obras sean de uno, uno es de las obras. las obras terminan poseyéndolo a uno”.

Entonces, cortando el tema suave, endurezco la conversación y cambio e interrogo sobre el origen de la profesión de abogado en él.

—¿De dónde te vino esto de ser abogado?—Tuve desde muy temprana edad la influencia de mi padre. Él fue

durante mucho tiempo abogado litigante en temas administrativos, y fue magistrado también. entonces, de cierta manera, me sentí inclinado por esta profesión, por la figura paterna. pero quizás lo más determinante en la selección de mi carrera, fue que entendí desde pequeño que la verdadera fuerza del hombre está en la capacidad de convencer a otros, a través de la argumentación, de la retórica, de la palabra… Y el derecho, como ningún otro oficio, ofrece esa posibilidad. Además, siempre me gustaron los temas polémicos, los procesos que impliquen cierto riesgo y peligro. la verdadera fuerza del ser humano está en la palabra, en la retórica, que es lo que verdaderamente nos diferencia de los animales. la palabra reemplazó a la espada. la estructura mental y lógica de un abogado es muy aguda y precisa. los abogados estamos hechos de un material distinto, que nos hace fuertes y especiales.

Abelardo respeta por encima de todo a su padre, Abelardo De La Espriella Juris, un académico que ha ocupado importantes cargos públicos en la magistratura del Tribunal Administrativo de Córdoba, la Asamblea del mismo departamento, la dirección

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de la Escuela Superior de Administración Pública de Montería, entre otros. “era, prácticamente, la conciencia jurídica de mi departa-mento, todo el mundo le consultaba los temas jurídicos a mi papá”, se enorgullece el hijo. Pero Abelardo padre, con su carácter y su mundo social, lo marcó mucho más allá. En la casa paterna las puertas estaban siempre abiertas y por allí llegaban empresarios, políticos, personalidades de la Costa y del interior, amigos de ese papá. “Yo estaba siempre pegado a él, para escuchar lo que hablaban los mayores. esas reuniones eran un mundo fascinante para mí, lo que decían, sus historias, la música que escuchaban, tangos, boleros, Camarón de la isla, cante jondo... Yo era el acompañante permanente de mi papá en sus tenidas con amigos, yo los atendía y servía los tragos mientras escuchaba los cuentos de los viejos, y eso me marcó”.

Lo marcó pero no lo alineó en todo. Abelardo es el único independiente en una familia absolutamente liberal. “Mi familia tiene una tradición política muy marcada, 150 años de ser liberales. Yo soy un demócrata por definición y un liberal sin partido, creo firmemente en el estado de derecho y en el respeto absoluto por la ley. en algunos aspectos soy muy liberal: estoy de acuerdo con la eutanasia, el recono-cimiento de los derechos de las parejas del mismo sexo, el aborto en los tres casos señalados por la Corte Constitucional, la ley de víctimas y la ley de tierras, y soy conservador cuando del manejo de la seguridad se trata. suelo ser muy godo en el aspecto familiar, me gustan las cosas como marca la tradición, y considero que es una aberración que las parejas del mismo sexo puedan adoptar niños. en el marco religioso soy un comunista radical, ateo convencido y anticlerical ciento por ciento.

“la política, como el ser humano, está llena de matices y contradic-ciones, y nadie puede declararse completamente liberal o conservador. las buenas ideas son buenas sin importar de dónde vienen. si se trata de partidos puedo decir que milito en el de los amigos, ese es mi verdadero partido. Considero que tanto el extremismo de izquierda como el de derecha son fatales para una democracia, y que aceptar las diferencias es el camino más corto hacia la paz. el disenso es la base de la democracia. Muchos de los que se rasgan las vestiduras enarbolando ideologías de uno y otro lado del espectro, no son más que unos filibusteros de la política,

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que ven la actividad pública como un negocio a través del cual pueden saciar sus ambiciones.

“Los De La Espriella son reconocidos en Colombia por haber militado a través de varias generaciones en la ideología liberal, pero tu hijo tiene algunas ideas conservadoras, ¿qué pasó?”, le pregunto al padre, y me explica: “sí, siempre fuimos liberales, Juan Antonio de la espriella prácticamente fue un prócer del liberalismo en Colombia, un luchador de las guerras entre liberales y conservadores. Y todos nosotros somos filosóficamente liberales, pero él tiene alguna ingerencia conservadora por su última formación en la universidad ser-gio Arboleda, al lado de Álvaro Gómez y del doctor noguera laborde, patriarcas conservadores”.

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4 Del socorrista en el asesinato de

Gómez Hurtado, al abogado de las más bellas muchachas

Una antropóloga cartagenera me contó que para los indígenas arhuacos el mundo está poblado por dos tipos de hombres. Hay hombres de destino y hombres de designio. “los de destino…, como que poseen una estrella y vienen equipados con Gps y kit de carretera”, decía ella. Por un extraño misterio, estos hombres saben desde muy chicos hacia dónde deben ir, dónde deben estar y dónde no. Los hombres de designio, por su parte, deben ir en busca de su suerte a tientas, dando palos de ciego en muchas direcciones hasta que encuentren su filón, si es que lo encuentran.

Sí, el mundo está poblado de destinos y designios, me ratificó otro día una amiga gitana. Y hay gente que tiene clara la marca del destino, aunque no debe dejar de trabajar para concretarlo, me aclaró enseguida, agregando que cuentan esas personas a su favor con que se les ha dado una brújula para que los guíe en su constante inquietud y sus ganas de hacer, de transformar su mundo. “los hombres de destino”, decía ella, “no se pueden quedar quietos nunca, pero sus pasos están dirigidos de antemano, pueden ver más allá de su nariz. es como un don que se les concede porque están para cosas grandes, humanamente grandes, que quizás lleguen a realizar, o quizás no”.

Abelardo De La Espriella es un hombre de destino, afirmaban ambas mujeres. Le tocó nacer por suerte en una familia adinerada y de prestigio, y cuando tuvo la edad, como era natural, se alejó de las haciendas ganaderas y los paseos en planchón por el río,

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para establecerse en Bogotá, “la nevera”, la pacata y elitista capital. De la casa familiar de puertas abiertas, música y visitas constantes, pasó a vivir en un apartamento del norte bogotano, poblado de cajas, perfumes y botellas de trago importado que su espíritu empresario le llevaba a vender de contado a compañeros y amigos.

En esa época, 1995, cuando era un estudiante de Derecho, fue testigo de primera mano de uno de los hechos más importantes de la historia reciente colombiana. Era en ese entonces un mu-chacho costeño más que estudiaba Derecho en una universidad bogotana, la Sergio Arboleda, pero desde el primer día se había distinguido radicalmente de los niños bien que se peinaban con cuidado, usaban sacos y medias de rombos, y les daba pena levantar la mano para hacer una pregunta. Hiperactivo entre los más, su tiempo lo repartía en la administración de un negocio de ropa en la zona rosa, las ventas directas en su apartamento, y las lecturas del Código Penal. En medio de ese ritmo un día martes, luego de la cátedra de Historia de la Civilización Occidental que dictaba el fundador y rector de la universidad, Álvaro Gómez Hurtado, Abelardo se encontraba en el corredor conversando con algunos compañeros, cuando escucharon disparos, gritos, pitos que venían de la calle. El profesor Gómez Hurtado acababa de ser atravesado por las balas al salir de su última clase, la que les había dictado.

—ese trágico suceso me dejó una marca indeleble en el alma. el doctor

Gómez fue un hombre excepcional, un ser humano inigualable, porque enseñaba sin prevención, con gran humildad, rara cosa en un hombre tan importante como era. Yo alcancé a entablar una buena amistad con él, lo consultaba… Y gracias a él aprendí que la gente realmente importante es gente muy humilde, sencilla. Y saliendo de clase con nosotros le asesinan.

—Cuando ocurre, cuando te enterás, tu reacción ante eso… ¿cuál es?

—salí a la calle, porque tan pronto escuché los tiros supe que eran contra él, no había nadie más tan importante en la universidad para querer matarle, eso tenía que ser contra el doctor Gómez Hurtado. fue lo primero que pensé. en Colombia, uno se acostumbra a saber quién es más

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asesinable, como que mentalmente siempre hay un ranking funcionando que te dice para quién son las balas. Y cuando salí, estaba el escolta de la moto tirado en el suelo, y una señora que vendía obleas desangrándose. Toda la gente corrió y un amigo mío de sincelejo y yo recogimos a estas dos personas. la gente gritaba van a regresar, van a regresar, y se presentó una desbandada general. Todos se desaparecieron y nos dejaron solos allí.

—Ustedes recogieron al guardaespaldas, a la señora, y ¿qué hicieron con ellos?

—recogimos al señor de la moto y lo metimos en la facultad de filosofía de esa época, donde ahora queda un parqueadero. Y a la señora también, a los dos los protegimos ahí, por si venían a rematarlos, y nos quedamos con ellos hasta que llegó la policía y los recogió. recuerdo que se estaban desangrando, y que al escolta tuve que meterle un dedo en su herida, para contener la sangre. Todo fue muy rápido. después cientos de estudiantes fuimos a la clínica del Country, pero ya no había nada que hacer, el doctor Gómez Hurtado estaba muerto. eso fue en el año 95, noviembre del 95, llevaba yo diez meses en bogotá. ese fue mi recibimiento.

Álvaro Gómez era el hijo mayor de Laureano Gómez, un estigma que le costó ver frustrada su aspiración a convertirse en Presidente de la República, lo que intentó en tres campañas electorales. Su padre, ingeniero civil de la Universidad Nacional, fue un hombre del Partido Conservador cuyos debates en el Senado eran tan legendarios como sus escritos. No hubo en las décadas de los treinta y cuarenta político liberal que se librara de sus dardos. En especial Alfonso López Pumarejo, su “Némesis”, a quien en público le tejía una campaña de desprestigio, aunque en privado se cuenta que cultivaron una amistad de años. “Así era aquella Colombia, no había de otra”, me comentó un día Ber-nardo Ramírez, que trabajó en El Siglo, el diario de los Gómez, cerrando con ese comentario toda otra posibilidad de análisis. Como decir que no eran sólo los Gómez, eran todos, y como se diría hoy con aquello del género, también todas.

Como director del diario El Siglo, Laureano fue ferviente defensor de las tesis de Bolívar y un acérrimo enemigo del legado

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de Santander. También escribió un libro, en los tardíos treinta, exaltando a Hitler y Mussolini, del que luego se retractó, aunque nunca de haber admirado a Franco. Le encantaba cazar peleas con todo aquel que no se ajustara a sus ideas, y así se burló de Neruda, que luego le retribuiría escribiendo aquello de “Lau-reano, no tan laureado”.

El momento en que se convirtió en jefe natural de su par-tido coincidió con la violencia que recrudeció en los campos. Y luego de los desmanes del “bogotazo” llegó a la Presidencia de la República como único candidato, cuando el liberal Darío Echandía se retiró alegando falta de garantías. Tenía entonces 70 años, y Álvaro, el tercero de sus hijos, era su brazo derecho. Fueron días de persecución a liberales radicales y comunistas, en los que la policía, en muchos casos actuando como personal civil armado (“la policía chulavita” o “los pájaros”, se les llamaba), destruyó haciendas y fincas, incautó bienes de manera irregular y desplazó, con el terror que sembraba, a cientos de familias, según unos, a miles según otros.

En el plano nacional, a excepción de los años que, durante el gobierno del general Rojas Pinilla, que derrocó a Laureano, su hijo vivió fuera del país, ocupó todos los cargos públicos exis-tentes en esos días, como si con eso escalara el camino hacia la jefatura del Partido, que alcanzó a los 30 años. Mucho después, luego de haber sido secuestrado por el M-19, esa guerrilla que nació reivindicando una elección que para medio país fue robada a aquel general golpista, y ya desde otro partido y en otro mo-mento de su pensamiento, Gómez logró conciliar un viejo sueño de su padre: cambiar la Constitución. Y tras haber presidido esa Asamblea Constituyente, casi en actitud de patriarca, se dedicaba a la docencia cuando llegaron las balas que tantas veces, desde muy diferentes lados, le anunciaron.

En ese 1995, año en que toda la atención de la opinión públi-ca estaba centrada en los sucesos que relacionaban al Presidente Ernesto Samper con el Cartel de Cali, Álvaro Gómez promulgaba un nuevo establecimiento, que cercenara las relaciones entre la

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política y la mafia, y algunos rumoreaban que con varios gene-rales de la República planeaba un golpe de Estado para resolver la larga agonía que vivía el país en esos días. Y que eso explicaba aquello. Como si un asesinato tuviera justificación.

Un día en que en una carretera Abelardo se detuvo a auxiliar a una gente, en medio de la indiferencia de todos los que por ahí pasaban, repasando esa actitud solidaria, la misma que había tenido ante los heridos del atentado a Gómez, le pregunté si eso en él era un principio, o algo que le brotaba de forma natural. Me respondió sin pensarlo: “Yo no puedo ser indiferente, hermano, eso no va conmigo. es algo natural. Mira, hace como quince años terminé de estudiar un examen y salía de mi casa en bogotá, en la 117 con 11, bocagrande le decían a esa zona, porque está llena de costeños, y venía con mi novia de ese entonces, acabábamos de meternos una comilona, patacones con queso costeño y no sé qué, y yo venía pesado, pero estaban asaltando a una señora, un tipo y una muchacha, en la esquina de mi edificio. Y yo los increpé, y de una fui a meterme y ellos salieron corriendo. entonces, salí tras los ladrones, así, pesado como estaba, y le puse tanto empeño que a la primera que agarré fue a la mujer, que resultó ser un tigre, se volteó y me cayó encima. Y me dio una tunda de padre y señor nuestro. Casi me mata de tantos golpes y arañazos. Mi novia le tuvo que pegar con un zapato para quitármela de encima y luego la entregamos a la policía.

—¿Tus clientes conocen esa línea tuya?—sí, claro. Yo no oculto mis principios. ese es mi talante, ¿cómo vas

a dejar a alguien solo cuando lo están atacando para robarle? ¿Cómo no vas a ser solidario? pero bueno, a veces sale fatal, porque toda buena acción, tiene su respectivo castigo (risas). Una vez venía con un amigo, y un tipo le estaba dando puños a una mujer en la quinta con cincuenta y pico, en Chapinero, en un parquecito. nos bajamos, cogimos al tipo, yo le pegué una patada, saqué la pistola y lo tiré al piso, le dije abusador y tal. Y cuando lo tenía sometido sentí el coñazo. Con una piedra la mujer me rajó la cabeza, me dijo que yo qué hacía pegándole a su marido, tres puntos en la cabeza. Y así me han pasado cosas por estar defendiendo a la gente, pero no me vale de experiencia, porque yo no podría quedarme quieto ante esas injusticias.

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“siempre que ha pasado algo similar, reacciono de igual forma. Yo no puedo con la insolidaridad, no puedo. ni siquiera lo pienso, es un acto reflejo que me impulsa a prestarle ayuda a quien lo necesita. el día que me tenga que echar plomo por salvar a quien sea lo haré, no tengo problema con eso. ¿Cómo puede ser que alguien esté en peligro y nadie lo socorra? A mí no me cabe en la cabeza semejante actitud. pienso que podría ser mi mamá, mi mujer, mi hermana o mi papá, o cualquier amigo, que está indefenso y desprotegido. este país está como está por la falta de solidaridad. eso es lo que tiene jodida a Colombia. están robando a alguien, matándolo, y la gente pasa por al lado, le importa un carajo. Coño, ¿cómo puede pasar eso?

Le pregunto, como un ejercicio de posibilidades, especulan-do, ¿cuál sería un caso que no hayas tenido y que te interesaría atender?, y me responde de una “bueno, aquí en Colombia me encantaría defender a piedad Córdoba. sería genial defenderla, porque me parece más valiente que muchos hombres que conozco, y si hay cosas que admiro, son la inteligencia, la lealtad y los cojones. si se tienen esas tres cosas se puede triunfar, y pienso que ella las tiene. piedad Córdoba es una mujer verraca, estamos en orillas absolutamente opuestas, pero ella es una mujer inteligente, aguerrida, que pelea por lo que cree, y por eso la admiro profundamente”.

Senadora por el partido Liberal, Piedad se convirtió en abanderada de las familias de personas privadas de su libertad por la guerrilla colombiana, logrando la liberación de decenas de esos prisioneros que llevaban años viviendo cautivos en la selva, físicamente encadenadas a un árbol. Un drama humano al que no se había encontrado solución en un ambiente donde se anteponían a lo humano diversos argumentos de Estado tanto como de la guerrilla, y donde ella se movió superando uno a uno los obstáculos, logrando el apoyo de los gobiernos vecinos, y de la misma guerrilla, para generar espacios.

En una orilla diferente a la de Piedad Córdoba, el número de congresistas colombianos involucrados en la parapolítica supera los cien casos, de los cuales unos setenta han sido señalados por la justicia, detenidos y llevados a juicio. Abelardo ha defendido

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a decenas de ellos: senadores, representantes, alcaldes, diputados, concejales, funcionarios, entre ellos Luis Carlos Ordosgoitia, ex director del Instituto Nacional de Concesiones, y también el ex director de la Corporación Autónoma del Valle del Sinú, Jaime García. El tema de la parapolítica le dio reconocimiento a nivel nacional, posicionando su nombre en la opinión pública y logran-do que se creara alrededor de ese nombre la idea de un “hueso duro de roer”. En una etapa posterior, hastiado quizá de estar en el fangoso terreno de estos temas, pasó a ocuparse de otro tipo de casos, relacionados con la farándula colombiana, casos que le colocaron de otra forma en boca de los medios, en una faceta de “abogado light”.

Una proxeneta conocida como Madame Rochi hizo decla-raciones para un libro escandaloso, de esos que en edición pirata venden en los semáforos de las grandes ciudades, en donde hablaba de cómo negociaba la presencia de algunas de las modelos más cotizadas, en rumbas privadas donde estas acababan en brazos de narcotraficantes y paramilitares. Allí mencionaba a la modelo más famosa del país durante varios años, Natalia París, estrella de las pasarelas, la publicidad y las revistas en los años 90s, un ícono de la belleza colombiana que aparecía en todas partes, revistas, programas, noticieros, chismes sobre romances, sueños populares. Cuando Abelardo De La Espriella tenía 15 años, la modelo paisa tenía 20 y ya era una diva, no existiendo adolescente entonces que no deseara aunque fuera un saludo, un beso en la mejilla, un guiño, un apretón de manos, lo que fuera de Natalia.

—¿Por qué tomaste el caso de Natalia, si tu nombre hasta ahí se había posicionado en un terreno duro de conflictos, donde este caso aparecía indudablemente como algo extraño?

—bueno, la verdad es que estaba un poco cansado de los casos de la parapolítica, y sentí la necesidad de otro aire. Y también porque descubrí en natalia una cantidad de valores que me llevaron a defenderla de esa infamia. Yo no la conocía, o digamos que la conocía superficialmente, la había visto un par de veces. Un amigo en común, a raíz de ese problema, me llama y me dice natalia parís quiere conversar contigo, y yo le dije

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claro, porque sabía quién era ella, una mujer valiosa, admirable, trabaja-dora, que podría estar ahí en el primer plano sin necesidad de hacer nada, y sin embargo seguía trabajando como el primer día. Y sabía que era una buena madre, por información que te llega. Una mujer que lleva quince años siendo la número uno y no pasa de moda, una especie de sofía loren, una diva, que podría subirse en un pedestal inalcanzable y sin embargo es sencilla y dulce, no es ninguna tonta como pretenden hacerla ver algunos… entonces ella me contactó y se reunió conmigo, me contó el caso, vi claramente que se trataba de una injuria agravada, y tomé el proceso, que fue muy interesante desde el punto de vista jurídico y tuvo muchísima prensa, quizás el proceso mío que más difusión ha tenido.

—Era un súper tema para los medios, Natalia, la número uno del escenario de las bellas, y el morbo que provocaba ese libro contando que no era tan inalcanzable su belleza…

—por supuesto. entonces desenmascaré a esta madame, le puse unas investigadoras y descubrí quién era, se armó un escándalo del carajo, saqué adelante el proceso y presenté una tutela, que fallaron a favor, y que ordenó retirar del mercado ese infame pasquín, con una argumenta-ción jurídica irrefutable: la honra y el buen nombre de una persona son derechos fundamentales inalienables. fue la primera y única vez hasta ahora que en Colombia se ha ordenado retirar un libro de los estantes de las librerías, prohibiéndose además su reimpresión.

“A mí me gustó mucho ese proceso, porque creo que, aparte de la libertad, el bien más preciado de una persona, y en muchos casos lo único que un ser humano le deja a su familia, es el buen nombre. ese tema de la dignidad, del buen nombre, desde el punto de vista jurídico, tanto como desde el humano, siempre me ha llamado mucho la atención. pero además, también me interesa crear precedentes judiciales, porque en el futuro al desarrollar un caso similar, tendrán que, necesariamente, citar mi nombre, así como ocurre en el caso de la parapolítica, donde además de ser pionero de esas defensas, me atreví a plantear en el curso de las mismas la necesidad de aplicarles el delito político de sedición a todos aquellos que estaban acusados de concierto para delinquir.

“el litigante es quien hace los planteamientos para que la juris-prudencia y la doctrina los acoja o los rechace y es quien debe innovar

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sobre la aplicación de la ley. los litigantes tenemos la fortuna, de alguna manera, de poder moldear la ley. Compartimos ese espacio de creación con los legisladores y con los jueces… el abogado siempre debe proponer cosas nuevas, adelantarse a los tiempos.

—¿Cómo probaste la falsedad de lo que decía el libro?—el problema jurídico no consistía en probar la falsedad de las

afirmaciones, aun cuando fueron desvirtuadas completamente. se trataba de un problema jurídico más profundo: el respeto a la honra y al buen nombre. Cuando el nombre de natalia parís fue presentado como si se tratara de una “prepago” o un juguete sexual, se produjo una flagrante violación legal y un exceso periodístico, si es que a ese tipo de cosas se les puede llamar periodismo, que vulneran una serie de derechos fun-damentales, aun si los señalamientos fueran ciertos. eso es así de claro desde el punto de vista jurisprudencial. ese tipo de afirmaciones no hay que desacreditarlas con pruebas, porque simplemente nadie puede hacer referencia a aspectos de la vida sexual de otra persona, pero en todo caso conseguí las pruebas.

“Madame Rochi, citaba a unos mafiosos que supuestamente habían salido con Natalia, y resultó que uno estaba preso en Pa-namá y el otro había pagado condena en Estados Unidos y vivía en España. Investigando, ubicando pistas, a través de diferentes personas mi equipo logró contactarlos. Les expliqué lo que estaba pasando, y ellos me contaron que era falso lo que esta Madame decía, y me mandaron unas declaraciones extrajuicio apostilladas, certificando que no conocían a Natalia, señalando que ojalá hu-biesen tenido la oportunidad de conocerla como relataba Rochi en el libro, y que nada de eso era cierto. Nos tomamos todo ese trabajo porque la honra de una persona amerita eso y más. Y fue así como se probó, sin que fuera necesario, jurídicamente hablando, que se trataba de una farsa cuyo único objetivo era vender libros a costillas del reconocimiento y el buen nombre de Natalia París.

Como Abelardo cree dogmáticamente que la mejor improvi-sación es la adecuadamente preparada, tiene en su firma uno de los mejores departamentos de investigación jurídica de América

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Latina. Esto significa que el abogado, además de conocer pro-fundamente el entorno general, gracias a este equipo es capaz de investigar a fondo el particular de cada caso en pocos días. Hecho el trabajo de investigación y solamente después de contar con la información buscada, comienza a planear, a crear escenarios, a proponerse pasos, objetivos intermedios, rutas críticas. “porque, como decía séneca, no llega más rápido el más veloz, sino el que sabe adónde va”, explica Abelardo.

La defensa de Natalia se propuso ir más allá de la reivindica-ción del buen nombre, y desenmascarar a la fuente del periodista, descubriendo que la tal Madame Rochy se llamaba en realidad Consuelo García, quien ante las evidencias terminó confesando que había constituido su empresa con el fallecido periodista Al-berto Giraldo, que tenían un número de identificación tributaria, y, como hicieron público diversos medios, que todo ese montaje empresarial se hizo con dineros de los hermanos Rodríguez Orejuela, cabezas del Cartel de Cali. Por eso la denuncia del abogado fue por lavado de activos, concierto para delinquir, e injuria agravada.

—En este caso de Natalia corrió el rumor de que por tu cercanía con el Fiscal General conseguiste que eso entrase directo a su despacho, y también agregaron algunos medios que no te quieren, creo, que tenés infiltrada media Fiscalía, que hay áreas de allí que controlás…

—no, eso es completamente falso. Tengo amigos que han sido procesados, y que han estado detenidos, y también algunos parientes, familiares cercanos, en la administración de luis Camilo osorio y en la de Mario iguarán. eso es una tontería. Yo simplemente fui a presentar la denuncia con natalia y el fiscal General se enteró y llamó para que fuésemos a su despacho, porque quería conocer a natalia parís. es la sencilla verdad. Yo nunca busqué una cita con el fiscal. Él llamó, y se tomó fotos con ella y estuvo hablando con ella un rato. eso fue exac-tamente lo que pasó, yo estaba presentando la denuncia cuando se me acercó un señor del CTi, y me dice: doctor de la espriella, si es tan amable, por favor, y sube al despacho del fiscal General con la señorita

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natalia. Hombre, claro, cómo no, con mucho gusto. Y el fiscal me dijo: usted no se puede ir de aquí, joven, sin presentarme a esta mujer tan linda, vengan y se toman un café conmigo. no hablamos ni una palabra sobre el proceso. la fiscalía se enloqueció ese día, salían los fiscales de todos lados, las secretarias, todo el mundo a tomarse fotos con natalia. Volviendo al marco, yo no necesito de relaciones o contactos para ejercer mi profesión, soy la clase de abogados que sabe litigar en franca lid. este proceso tenía una ventaja para mí, porque yo venía de un desgaste con la parapolítica, entonces lo de natalia resultó ser un especie de bálsamo para mi carrera en ese momento.

Además del caso de Natalia París, Abelardo, que cada tanto suele brillar en el jet set nacional por motivos propios, como cuando, junto con el Fiscal General Iguarán, fue padrino del matrimonio del Ministro del Interior Sabas Pretelt, ha logrado limpiar la imagen de muchas famosas.

—También tuviste ese caso muy sonado de una reina de belleza, la Señorita Valle, que fue sacada del Reinado Nacional de la Belleza bajo el argumento de algunos quebrantos de salud, según informaron los responsables del evento, pero donde de-mostraste que debajo de aquel informe se escondía un caso de discriminación por la exuberancia de sus formas.

—sí, en ese caso interpuse una tutela, alegando que ella se encon-traba en excelentes condiciones físicas, contrario a lo que informaba el comunicado del Comité de belleza del Valle, y lo que había ocurrido era algo muy diferente: estábamos frente a un caso de discriminación, situación proscrita del ordenamiento legal colombiano. el juez fallaría a nuestro favor luego de encontrar que fueron vulnerados los derechos a la dignidad humana, al debido proceso, la igualdad, a la honra y al buen nombre. en Colombia nunca, por tutela, habían devuelto una corona en un reinado… ese caso partió en dos la historia del reinado nacio-nal, que tiene más de 80 años, y además enviamos unos mensajes muy importantes a la sociedad, gracias a este precedente judicial. el primero de ellos es que no se le puede discriminar a una persona en razón de su apariencia física, y el segundo es que una mujer se puede ver linda sin estar extremadamente delgada. el prototipo de mujer que promueven los

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reinados es muy cercano a la anorexia. Y, como anécdota, fíjate lo que pasó después: Catalina robayo, la candidata a la que saqué del concurso por cuenta de la tutela, terminó siendo elegida un año más tarde como señorita Colombia, lo que técnicamente implica que me debe la corona (risas).

Diana Salgado, la señorita Valle, había sido destituida por el volumen de sus caderas y su peso, aunque a la opinión pública la oficina del Reinado había informado otros motivos. El impacto fue tan fuerte para la joven, que cuando le pidió encargarse del caso, le confesó a Abelardo: “Ya no salgo a la calle en Cali, porque la gente me reclama, me preguntan por qué salí del reinado, si estoy embarazada, si posé desnuda en alguna parte, o si estoy con un traqueto, y no es justo porque yo no he hecho nada. siempre he sido grande y piernona, no podían pretender que fuera delgada de la noche a la ma-ñana. Además fue así que me gané el título, entonces no tienen por qué quitármelo, sólo quiero justicia”.

—Y esos casos, además, supongo que son más sencillos, ¿o no?—Cuando uno es quien denuncia o reclama, cuando se representa a

la víctima, es más fácil, porque no hay que defender sino atacar. Ahora, yo no busco esos casos, ellos me buscan. ¿el caso de José luis botero, te lo conté? ese caso es bellísimo. José luis botero, que es mi peluquero y amigo, también es el peluquero de muchas celebridades, tiene la peluque-ría aquí cerquita, un amor de persona, una pinta José, muy guapo, una elegancia, parece una mujer. Un día me llamó: Abelito, necesito hablar contigo, tengo un problema. Vente a la oficina, le digo y vino, ¿qué te pasó?, y José, que es de Tuluá, me dice mi abuelita tiene 90 años, vive en Tuluá con una tía solterona, y estando yo pasando vacaciones allá esta vieja todos los días gritando a mi abuelita, que está enfermita. Así que en una de esas, como a la semana, yo le dije oye, no le grites más a la abuelita, que es una anciana. Y ella no te metas, maricón, y me pegó, Abelito. Y ahí se me salió la loca y le di una muenda. Casi mata a la tía, que lo denunció por lesiones personales.

“Así que te necesito para que me pongas a alguien que me acompañe a la audiencia en Tuluá. no, yo voy contigo, José. pero cómo te vas a molestar, Abelito, que no es molestia, para eso somos amigos, hermano, te acompaño. pues bien, yo con mi diva en el aeropuerto, ella encarterada,

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todo el mundo llegaba a saludar y yo, mira, José luis botero, mi pelu-quero. Aterrizamos en Cali, nos recoge un carro y nos fuimos para Tuluá, a la casa de Álvarez Gardeazábal, con quien tengo una buena amistad.

—Pero hubo una época en que él te criticaba fuerte.—sí, al principio me daba palo, pero un día lo fui a ver, lo visité,

hablamos, y él quedó encantado conmigo y yo con él, y ahí nos hicimos amigos. Gustavo es un bacán, tú lo conoces. entonces llegamos a su casa y nos tenía tremendo almuerzo, y de ahí salimos para el juzgado del pueblo. fuimos la sensación ese día, el juzgado lleno por completo y estaba allí sentada la tía ofendida con su abogada, que cuando me vio, fue como si hubiera visto al diablo. la dama se empezó a escurrir en la silla. Apareció el juez, lo saludamos, y empezó la audiencia. Yo habla-ba y la abogada se escurría cada vez más, nunca habló, le temblaba el mentón, una señora como de 60 años, muy asustada, intimidada por mi presencia. ese mismo día archivaron el proceso contra Jose, y al terminar la audiencia el juez me dice: doctor, ¿me permite un momento?, y yo le respondo: por supuesto su señoría, y fuimos a su despacho. Me tomó del hombro y me dijo: doctor, es que mi secretaria y yo nos queremos tomar una foto con usted. Un episodio muy divertido, muy lindo.

Una serie de casos cercanos a la farándula comenzaron a hacer frecuentes las apariciones en radio y televisión del “abogado de los parapolíticos” en otro contexto, el de las bellas actrices y modelos que marca entre los mayores ratings. Sara Corrales, actriz de reality y luego cantante radicada en Miami, contrató sus servicios para demandar a la también actriz Marcela Mar, antes conocida como Marcela Gardeazábal, quien había declarado en un video colgado en YouTube, y reproducido por diversos medios, que Corrales tenía “la estética de la mujer prepago, que a mí me parece muy primaria”. En el alegato por su defendida Abelardo argumentó que con este comentario la actriz había obrado con “ánimo injurioso” agravado contra su cliente, teniendo un comportamiento “indebido e ilegal al establecer una vinculación de la imagen de la actriz sara Corrales con actividades delictivas al margen de la ley”, distorsionando el concepto que supuestamente la sociedad tiene hoy sobre la conocida actriz de televisión. Mar tuvo que retractarse y pedir en público excusas

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a Corrales y al país por su comentario. En esa oportunidad, el abo-gado explicó al diario El Tiempo (octubre 20, 2009): “se ha vuelto costumbre en Colombia que las personas señalen a otras, las injurien, las calumnien y la gente cree que eso no tiene una consecuencia jurídica. se equivocan. nuestra ley penal protege el bien jurídico del buen nombre y la honra, que se ven afectados cuando se hacen este tipo de señalamientos”.

Otra modelo y actriz, Marilyn Patiño, a quien se relacionó con el narcotraficante Wílber Varela, alias “Jabón”, capo del Cartel del Norte del Valle, logró salir limpia gracias a que Abelardo probó ante los jueces que los regalos y el dinero en efectivo que había recibido su defendida provenían de premios a que se había hecho acreedora por participar en el concurso Chica Med.

—En esa intimidad que obligadamente tenés que desarrollar con tus clientes, en un tema que es tan fuerte, lo penal… ¿cómo son esas relaciones, desarrollás amistades, afecto?

—sí, es inevitable terminar siendo amigo de los clientes, de unos más que de otros… de entrada debe ser así en mi caso porque yo no acepto a cualquiera, debo sentir cierta afinidad, cierto feeling con el cliente para recibirlo y aceptarlo. si no tenemos afinidad, si no me agrada, yo no puedo defenderlo. para defender a alguien debo tener esa conexión mística, y claro, cuando la tengo por lo general termina dándose una amistad. Mis clientes me quieren mucho, y están muy pendientes de mí, cuando voy a ciudades en las que residen algunos me atienden y tal, hay afecto. Aunque también hay otros que se olvidan que uno los sacó de la cárcel, que no recuerdan que cuando les tomé el proceso estaban muriéndose en una mazmorra y los saqué de allí. pero bueno, así como hay clientes des-agradecidos hay otros muy leales y reconocidos con el trabajo que realizo.

Le pregunto: Cuando tenés clientas, y han pasado por tu despacho clientas muy atractivas, sintiéndose en esos momentos en una situación de desprotección que no saben cómo encarar, y entras en escena asumiendo, en la práctica, el rol del protector, aquel del que se agarran ante esa situación jurídica que no do-minan y temen, ¿se dan espacios de romance? Abelardo no puede evitar una risa que podría ser suficiente respuesta, pero también explica: “Trato de que no ocurra, no me gusta enredarme ni con la nó-

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mina, ni con las clientas. Me pasó un par de veces, pero obviamente jamás daré nombres. no porque yo sea un caballero, sino porque eso hace parte de la reserva del sumario”, y aquí vuelve la risa, que ya es carcajada.

—Es extraño como se abre tu espectro. En general, colegas tuyos, así como periodistas, empresarios con los que he hablado sobre vos tienen, entre otras imágenes tuyas, la de que por sobre todo eres un gran conciliador, probablemente porque tu historial de casos implica eso. ¿Cómo lográs convencer a las partes para que lleguen a acuerdos?

—soy un buen conciliador porque creo que un buen abogado debe ser, primero que todo, eso, un buen conciliador. en este campo del derecho hay que atacar, retroceder, atacar, y saber cuándo parar, pero, sobre todo, estar dispuesto a hacer acuerdos en el momento en que la contraparte extienda la mano, porque definitivamente es mejor un mal arreglo a un buen pleito, como reza el viejo aforismo popular. es mejor conciliar cuando se puede conciliar, obviamente sobre la base de unos puntos inamovibles, que impliquen que los derechos del cliente que uno defiende, o al que representa, no sean afectados.

“Creo que es básico que el abogado litigante sea un buen conciliador, y un buen peleador. Tú puedes pelear y luego conciliar, pero para poder conciliar bien tienes que mostrar los dientes primero, porque, lastimosamente, al ser humano normalmente no lo mueve la bondad sino el miedo. si tú le dices a la gente oye, por favor, ¿llegamos a un acuerdo?, creen que eso es un acto de debilidad. Tienen que sentir que la cosa va en serio. por eso, si quieres conciliar, primero debes mostrar tu fuerza. Ahora, si soy yo quien abre la posibilidad de conciliar y la contraparte no quiere, me vuelvo una fiera, y empiezo la batalla. el litigio es como la pesca: soltar y apretar, soltar y apretar, sin dejar que la cuerda se rompa.

—Como los clientes en apuros suelen tener miedo de soltar toda la información, las pruebas con las que trabajás, ¿se las vas sacando de a poco al cliente o las vas investigando por afuera?

—lo primero que debe investigar un abogado en un caso, es a su propio cliente, obligándolo a contar la verdad de los hechos. Muchos abogados no exigen a sus clientes que les cuenten la verdad, por temor a que el cliente, al enterarse de las consecuencias de decir la verdad, cuando

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esta le es adversa, recurra a otro abogado. Un buen litigante jamás se conformará con menos que la verdad de parte del cliente, por más dolorosa y terrible que esta sea. es complicada la cosa, y a veces, como los maridos engañados, uno es el último en enterarse, y eso que cuando se toma el caso lo primero que uno les exige es que le digan la verdad. Yo siempre les digo a mis clientes que si me mienten y descubro que me están enga-ñando puedo llegar a dejarlos tirados, se quedan sin abogado. Y aún así, en muchas ocasiones mienten. en esto hay dos clases de abogados: los que dicen lo que piensan y los que dicen lo que el cliente quiere oír. Yo siempre digo lo que pienso, sin importar las consecuencias.

—¿Y mienten en la conciencia de que son culpables…?

—no, muchas veces creen que algo que ocurrió los puede hacer culpables sin serlo. Y tienden a realizar análisis jurídicos sin tener la formación para hacerlo. entonces no le cuentan a uno qué fue lo que ocurrió en realidad, o cuentan partes y se quedan en el tintero otras de lo que realmente pasó.

—O sea, el cliente desconfía, por lo menos en un primer momento, del abogado…

—no, no creo eso, en mi caso suelo generar mucha confianza en los clientes. el asunto es más general, un aspecto propio de la condición humana, que los lleva a resistirse a la verdad… incluso ellos mismos se llegan a creer las mentiras que dicen. es increíble. en alguna oportuni-dad le dije a un cliente mira, estamos solos aquí, no nos está grabando nadie: dime la verdad, porque yo sé que lo que me cuentas no es así. Y en ese momento recapacitó y se percató que estaba diciéndome una gran mentira, y que él se la estaba creyendo y pretendía hacérmela creer a mí, una completa locura.

—Repasemos tu juego. Una vez dotado del argumento, le hacés producción, estructurás un montaje para presentarlo… ¿Qué peso le das a la puesta en escena?

—siempre he pensado que la forma y el fondo son importantes. si no estoy mal, decía pericles que queda en igual situación quien sabe y no puede expresar correctamente lo que piensa, que quien no sabe. pero yo creo que quedaría peor quien sabe y no lo puede expresar bien. Creo

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que el don de la palabra es fundamental, y también lo es la puesta en escena. es decir, transmitir el pensamiento de una manera clara, concisa, hilvanada, pero además de eso, contundente, con el tono de voz adecuado, con la postura adecuada, con la actitud adecuada. el fondo es muy impor-tante, pero la forma es determinante en el impacto que logre tu argumento.

En el tiempo que ha transcurrido desde la implantación en Colombia del Sistema Penal Acusatorio, los abogados de mayor éxito en sus casos cada vez se han ido asemejando más a sobrios actores profesionales. Es cuidada al extremo su presencia, su pos-tura corporal, su manejo de voz, la gestualidad. Pero esto no es de ahora, también Jorge Eliécer Gaitán, quien siempre fue consciente de la necesidad de una buena oratoria y una presencia escénica poderosa, solía practicar ante el espejo por horas cada movimiento, cada entonación. Y con el resultado de ese entrenamiento lograba hipnotizar audiencias y poner la barra más hostil a su favor.

—En esa dimensión, Abelardo, ¿dirías que sos un seductor con tu pensamiento puesto en escena?

—Y de hecho eso es lo que me seduce a mí de los demás. A mí no me sorprende ni el dinero ni el poder de los otros, a mi me sorprende la inteligencia. pero, sobre todo, la posibilidad de transmitir correctamente esa inteligencia. en el caso de los que ejercemos el derecho, la situación se torna más compleja, porque los abogados tenemos la obligación de aterrizar los conceptos jurídicos y ponerlos al alcance de la gente, volver la ciencia del derecho más humana, bajarla del olimpo para que la gente del común pueda comprender cómo funciona y cuál es su objetivo. entonces, para mí, la palabra, y la forma como se emplea, son fundamentales, porque no sirve de nada ser un genio, un erudito del derecho, si no se puede transmitir un argumento de la manera correcta para que llegue y logre el cometido.

“Tampoco se puede hacer mucho en esto, por ejemplo, si no se tiene el tono de voz adecuado, o si resulta que el abogado, tristemente, es tar-tamudo. lo lamento, esa persona no puede dedicarse a defender a otras. Aunque no se trata de ninguna obra de teatro, un abogado litigante es el productor, libretista, director y actor principal de un drama, en el cual lo que está en juego es algo muy serio y real, y para ello debe contar con las calidades y condiciones de forma y de fondo que exige este oficio.

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—Cuando tenés éxito en tu trabajo y tus clientes salen de prisión, ¿hay euforia en ellos, o al cabo de unos días les agobia el peso del tiempo pasado sin libertad?

—las dos cosas. es terrible esa situación, la gente no se imagina lo que puede afectar a un ser humano la privación de la libertad. durante la privación y también después, el espíritu de quien está detenido sufre una transformación total. en realidad lo que ocurre, al interior de las personas, es tan fuerte que no se sabe qué es peor, si estar adentro o afuera de la cárcel. Cuando está en prisión la persona sufre un detrimento moral, espiritual, incluso físico, grandísimo.

“Y después que salen les sobreviene una especie de resaca, un guayabo terciario por lo que aguantaron y padecieron. Tengo clientes que se han infartado, he tenido otros que han muerto al poco tiempo de salir de la cárcel… se afectan muchísimo, y hasta meses después de salir no quie-ren hablar con nadie, caminan solos por ahí, pensativos, meditabundos, depresivos… y muchos terminan con psiquiatra. Uno es el ser humano que entra a la cárcel y otro muy distinto el que sale. es terrible lo que hace la cárcel en el alma de una persona.

—He observado, entrevistando a algunas personas recluidas en cárceles, que después del shock inicial, la detención, el encierro, en unas pocas semanas la persona encarcelada comienza a adaptarse, a asumir aquello como si fuera algo normal. ¿No será que al salir la persona rompe con esa normalidad de estar sin libertad, a la que ya se había adaptado? ¿O, quizás, no hay también como una vergüenza en ese volver a la calle, a dar la cara de ex presidiario…?

—puede ser, hay muchas cosas que se juntan… la costumbre por la cárcel se da cuando son detenciones muy largas… en el caso de mis clientes, que han estado detenidos uno, dos años como máximo, yo he observado que al principio les es muy duro el golpe, se adaptan con mucha dificultad… pero se adaptan. Y luego, cuando salen, les viene esa depresión post-detención, donde hay como una especie de complejo por haber estado detenido, por haber sido sometidos, porque les acabaron su vida, su familia, y ahí entran en una depresión profunda. Hay gente que no sale de eso, y hay otra que necesita ayuda psiquiátrica para poder superarlo. de hecho, con remberto burgos de la espriella, un primo,

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que es neurocirujano, estamos contemplando la idea de escribir un libro al alimón sobre cómo afecta psíquica y emocionalmente a un ser humano el encarcelamiento. distintas experiencias me han hecho comprender que la libertad es más preciada que la vida, porque una vida sin libertad no tiene sentido. sin duda, la libertad es lo más preciado que tiene el ser humano.

—Uno observa en los más diferentes campos a tipos que se ven duros, monolíticos, de esos que no bailan, como decía Norman Mailer, y en un momento pasa algo y de golpe los ves venirse abajo, ablandados mal, quebrados…

—¡Total! no hay nadie a quien un proceso penal o la cárcel no doble. Yo he visto a los hombres más poderosos de este país llorando como niños. Y en eso hay una cosa interesante, y es que las mujeres no. He tenido muchas clientas mujeres, y te puedo asegurar que, sin excepciones, ellas son muchísimo más fuertes que los hombres, y te muestran que eso del sexo débil y el sexo fuerte no es más que una patraña. es impresionante cómo las mujeres se adaptan tan rápido a la cárcel, mientras que a los hombres les afecta terriblemente, casi sin excepciones.

“Yo llegaba a las cárceles y los clientes hombres lloraban sobre mi hombro. incluso clientes de esos de la parapolítica, que uno los veía afuera tan seguros, llegaron a extremos que no te puedes imaginar, queriéndome chantajear con estrategias burdas y baratas, como una ocasión en que uno de ellos me dijo que se iba a suicidar, porque no soportaba más el encierro. Yo le dije bueno, si te suicidas se extingue la acción penal, si te cuelgas o te pegas un tiro, hasta aquí llega el proceso penal, tú decides. A mí no me mortifiques, tampoco estoy para eso. porque en esos casos hay que aplicarles terapia de choque a los clientes.

“eso es bastante normal, aunque parezca excepcional, siempre llega un momento en los procesos en que el cliente empieza a manipular al abogado con ese cuento de que si no sale pronto se va a suicidar, o se va a dejar morir de pena moral… estupideces que nadie hace, porque si tú te vas a suicidar no dices nada. Yo soy radical ahí. lo he hecho varias veces y me ha resultado, la gente se tranquiliza. les digo suicídate, me voy y no les contesto el teléfono por dos días. pero eso son los hombres, las mujeres no hablan de esas imbecilidades. la psicología y la psiquiatría son herramientas fundamentales para el ejercicio del derecho, porque se trata

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de ciencias que estudian la conducta humana. si el abogado se decide por el derecho penal, es esencial que comprenda la conducta humana normal, pero es aun más importante que entienda la conducta humana anormal.

Una cárcel, en Colombia y en cualquier parte del mundo, es el último lugar donde cualquier persona quisiera pasar sus días. Cruzar esa frontera es entrar a un reino de mentiras, deslealtad y oprobio que impregna todos los niveles del ser. Los que tienen dinero hacen lo posible por salvar su pellejo y contratan a los abogados de mayor renombre, los que han ganado muchos casos mediáticos, aquellos de los que los medios de comunicación ha-blan y a través de ellos la gente se entera. Los que no tienen con qué, se quedan dándole vuelta a la posibilidad de huir, de escapar. Y todos, una y otra vez, repasan los días en que pensaban que eso nunca les iba a ocurrir a ellos, que nunca serían atrapados.

—Se piensa en este país que la impunidad reina… —no, eso es mentira, esa es una percepción errada. Aquí a la gente

que delinque la persiguen, todos los que hacen algo por fuera de lo legal terminan mal un día, el estado nunca pierde. es inevitable responder un día por las consecuencias de lo que se hace mal. la vida es como un hotel, nadie se va sin pagar la cuenta, o como dice Alberto Casas: tarde o temprano su radio será un philips. la gente suele confundir la condena impuesta con los niveles de impunidad. por lo general se piensa que condenas de cinco o diez años son irrisorias, y se desconoce que son fruto de algunos descuentos autorizados por la ley. la gente no sabe lo que significa estar preso en este país, no tienen idea siquiera de lo que es un día de cárcel en Colombia. es como estar preso en saigón, algo así, una imagen de esas de prisioneros de guerra, ¿te acuerdas de Chuck norris, prisionero de guerra en Vietnam?, así. las cárceles en Colombia son abominables, unas cloacas. estar un día preso no tiene precio, para todo lo demás hay Mastercard.

“Yo te digo una cosa, la cárcel es algo a lo que no me he podido acostumbrar, las cárceles todavía me sobrecogen, me afectan. sí, voy a una cárcel, hago mi trabajo, visito a mis clientes, pero nunca salgo como entré. solamente poner un pie en esos sitios me afecta, tengo que llegar a mi casa a bañarme, me siento contaminado por el ambiente de la cárcel.

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es horrible. Y si así se siente uno como abogado, imagínate como puede sentirse la persona que está detenida, a la que le regulan su alimentación, su salida, su vida, como si fuera un animal. la gente no sabe lo que es estar privado de la libertad.

Alguien sin influencias, ni dinero, a quien le toque por suerte caer en un lugar como La Picota, La Modelo, o El Buen Pastor, deberá ganarse el derecho a comer, a dormir, además de su seguridad física. Porque la cárcel es un espacio de altísima inseguridad, convertido en un negocio más. Lejos de reeducar a los delincuentes, para cumplir con la función resocializadora de la pena, la cárcel es una fuente de enriquecimiento para unos, así como un rebusque para otros, que allí obtienen comida y techo gratis, además de relacionarse con otros criminales y potenciar sus actividades. El que sufre el castigo es el ciudadano del común, el “bobo que ha caído”, ese que llegó entero luchando diariamente su vida, y al que de pronto todo se le vino abajo.

Abelardo agrega aquí: “Yo no entiendo cómo muchos extraditables, que saben que van a estar 30, 40 años en una prisión gringa, se dejan capturar vivos. es tan fuerte a veces el apego a la vida que la gente olvida lo que significa estar preso, y olvidan además que la vida sin libertad no es vida. eso es lo peor que le puede pasar a un ser humano, y por eso mi mortificación cuando tengo un cliente detenido, porque sufro en carne propia lo que él está sufriendo. Me afecto, me siento preso, somatizo su problema y siento que soy yo quien no tiene libertad. sólo sintiendo el problema como mío puedo encontrar la solución más rápida y acertada”.

Las cárceles se han construido “para regenerar”, pero perver-samente se han vuelto espacios para corromper y degenerar. Un lugar donde cometer un asesinato es una señal de poder, donde cuarenta hombres viven en una habitación hecha para doce o dieciséis, donde debes aprender a convivir con gente que no entiendes, a ser observado todo el tiempo por centenares de seres que no tienen nada que hacer, donde debes aprender a ocultar los pensamientos y a mentir, donde la tarea diaria es evitar ser violado, robado o asesinado, donde los presos se dividen en “los que mandan” y los “protegidos” que pagan o que son esclavos ap-

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tos para dar compensación sexual al que es más fuerte, no es un lugar para regenerar.

Michel Foucault pasó varias jornadas visitando prisiones en sus viajes, y de sus observaciones construyó una teoría acerca del castigo y la cárcel, del encierro y la pena, donde ve, en un Estado practicante del Panoptismo, esa necesidad de vigilar el espacio de los seres humanos, la enfermedad de legislar cada vez más y más sobre más y más ámbitos de la vida. Observando esa actitud comentada por Foucault, Louk Hulsman, jurista holandés de la Universidad de Leiden, experto en derecho penal, se ha referido en diversas publicaciones a la necesidad de una reforma proponiendo avanzar hacia la abolición del sistema penal. Según Hulsman: “la sanción nunca repara el daño producido. Habría que buscar otras alternativas a la de la cárcel. ni la cárcel ni el sistema penal sirven para solucionar los conflictos de esta sociedad”.

—Con esa mirada que tenés sobre las cárceles, ¿podrías llegar al extremo de decir que no deberían existir?

—no, no llegaría a ese extremo. Yo creo que son necesarias. lo que pasa es que humanamente me afectan, y aunque mi parte racional me diga que es necesario castigar a quienes han delinquido, a los que han violado la ley, no puedo dejar de ver a quienes están en ellas como a unos pobres seres que se equivocaron, como se puede equivocar cualquiera, y para los que la cárcel es lo peor que les podría pasar jamás. en realidad siento lástima por todos aquellos que han perdido su libertad.

—Volvamos al preso: el momento del quiebre en el detenido, ¿con qué coincide? ¿Con que me atraparon, con el reconoci-miento de un error cometido…?

—Coincide con la detención. se quiebra cuando lo detienen, luego se adapta y viene después un lapso de tiempo, de nueve meses a un año y medio, en que paulatinamente empieza a desesperar, a enloquecerse, y a considerar situaciones absurdas como el suicidio. Y ocurre ahí lo que te comentaba, que pretenden manipular con eso al abogado, sin entender que el trabajo de uno sólo va hasta cierta parte. Tú presentas tus alegatos y tienes que esperar la decisión, frente a eso no puedes hacer nada. pero los clientes, en medio de su desesperación, no entienden. el tema humano es muy, muy complicado.

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—¿Pero existe en la persona reconocimiento del error, la cagué en esto, me equivoqué en aquello…?

—A mí me ha pasado muy pocas veces, y esas pocas han sido con mujeres, fíjate. Mujeres que me han dicho sí, yo la embarré, voy a responder por esto. los hombres, en la mayoría de los casos, no actúan de forma tan honesta con el abogado, y he tenido que concientizar a muchos de ellos de la equivocación en la que incurrieron. Ante todas las evidencias probatorias los hombres, ilógicamente, buscan cincuenta mil excusas para convencerte de su inocencia, cuando es evidente que obraron de forma contraria a la ley. por ejemplo, los casos de sentencia anticipada, con las mujeres siempre fueron muchísimo más sencillos, entendieron el error, lo aceptaron y tal. los hombres no, trataban siempre de evadir la responsabilidad, permanentemente buscando excusas para no asumir las consecuencias de sus actos, con una cobardía terrible. Me impresiona eso, ¿sabes? Aun los que afuera parecían los más valientes se comportaban así. es increíble.

—¿Cómo funciona el tema de la culpa en tus clientes?

—bueno, por lo general nadie acepta ser culpable de nada. la gente no cree que es culpable, piensan que no esconden nada, y es muy extraño que un cliente te cuente toda la verdad. Uno se termina enterando de cosas a la mitad del camino. Y eso es lamentable, porque afecta sustancialmente la defensa técnica.

—¿Dirías que existen particularidades que hacen a ciertas mentes criminales?

—no, yo creo que al igual que opera la teoría de la selección natural de darwin, en el universo criminal el medio es determinante para predis-poner a las personas que delinquen. en nuestra sociedad, lamentablemente, el delito es una forma de vida. por eso he dicho muchas veces que el problema de Colombia no es un problema legal, las leyes están bien, lo que padecemos es un problema cultural, una costumbre de hacer las cosas mal hechas. Aquí a la gente le gusta meterse en contravía para llegar más rápido, evadir las normas de tránsito, desconocer la ley en general. Tuve un cliente al que le habían propuesto un negocio bueno, legal, y al mismo tiempo otro ilícito que le daba menos plata, y eligió este último, por el morbo, por la adrenalina que le producía el ilícito.

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“la decadencia es terrible, la subversión de los valores se agudizó al punto de que la mayoría de personas que delinquen no sienten que lo que están haciendo es reprochable o ilegal, simplemente porque ven que mucha gente lo hace y que tales actuaciones son aceptadas socialmente. Ahora bien, lo cierto es que cualquier persona puede convertirse en un delincuente en el momento menos esperado, y eso está comprobado científicamente. el ama de casa amorosa que nunca tuvo una discusión con su esposo, en un ataque de celos, al sorprender a su marido en la cama con otra mujer, puede terminar matándolo, convirtiéndose al tiempo en alguien que nunca imaginó. eso es lo bello y lo complejo del derecho penal, y del alma humana.

—¿Se aplicaría esto al caso de algunas relaciones con los grupos ilegales, por ejemplo los paramilitares, de que la gente no siente que ahí hay algo malo?

—Totalmente. en el tema del concierto para delinquir, con el para-militarismo, la parapolítica, encontramos que la gente veía al alcalde, a los militares, a las autoridades, de la mano de las autodefensas. entonces eso parecía que estaba bien, que era perfectamente legal, y así se creó en el inconsciente popular la falsa idea de que era por completo normal ser paramilitar, y por consiguiente lo era actuar de la mano con ellos. Y qué problema era explicarle a un alcalde de un lugar donde hubo influencia paramilitar, por ejemplo, que reunirse con ellos era ilegal.

“Yo tuve varios procesos de ese tipo, en donde los implicados me decían todo el tiempo: no doctor, si yo sólo me reuní cuatro veces con él, y nada más cuadré unas cositas. Yo les decía ¡eso es un delito! Y ellos me respondían ¿pero cómo así, si todo el mundo lo hacía? Un problema complejo, cultural. el medio social afecta mucho a la gente, porque ven que lo que después resulta ilegal, socialmente era admitido por quienes se suponía que daban la pauta de lo que estaba bien y lo que no. durante mucho tiempo en Colombia, a los mafiosos se les admitió en los clubes sociales, se les abrían las puertas en todas partes, tenían dinero en canti-dades y se les acogía sin ninguna objeción. Y esa situación tan perversa acabó afectando el sentido de la realidad de la mayoría de la gente, y quedó grabada en el inconsciente de nuestro pueblo la idea de que las cosas malas, si son socialmente admitidas están bien. eso de que el fin justifica los medios está absolutamente vigente en Colombia. lamentable, pero es un problema cultural, no de la ley.

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—Vuelvo a la práctica de tu profesión. Tus actitudes en juicios ante los fiscales, esas risitas que ponen nerviosos a esos fiscales… Más de cuatro te deben odiar en los juzgados, ¿no?

—si, claro, tengo muchos malquerientes en la rama judicial, como hay otra gente que me aprecia, y otra que me soporta. Y dentro del gremio de abogados también me he ganado unos odios terribles, incluso de gente que no conozco. pero ya sabes que a este país lo mueven la envidia, la intriga y la maledicencia. es la tragedia de Colombia. Te confieso que son mis enemigos quienes me alientan a seguir adelante.

—Eso de las risas, las caras, fijar la mirada, subrayar detalles con cierta ironía sobre la actuación del fiscal, esa actitud en la puesta en escena, ¿surge o es premeditado?

—Mi actitud en la puesta en escena siempre es muy fuerte, retadora, porque esa es la impresión que el defensor debe transmitir. Mucha firmeza en la postura, en la mirada, en el tono de voz. Y una que otra burla, cuando sea necesario (risa), pero sin llegarle a faltar el respeto a nadie. También se debe estar muy preparado para cualquier contingencia que se presente en la audiencia, para repeler cualquier ataque, y para atacar todo el tiempo, y es necesario transmitir siempre esa seguridad. la puesta en escena es fundamental porque llega un momento en que logras desconcertar y desconcentrar a la contraparte, y eso es importante porque quien pierde la concentración en un juicio, en una audiencia, está liquidado.

—Lo tuyo, en tu trabajo, ¿dirías que es la estrategia y el mo-verte ajustado a ella con tu equipo, o la capacidad de reacciones veloces en la táctica?

—lo que pasa es que para ser veloz en la acción hay que tener una buena estrategia. es decir, la táctica es la manera como se ejecuta esa es-trategia, no es un juego libre. Ahora, parte de mi estrategia, siempre, es no tener una sola estrategia. Hay que tener varias. si no, no funciona. pero siempre de la mano del material probatorio que haya, y en eso uno debe ser muy serio; si hay con qué defender a un cliente hay que representarlo hasta el final, si no se puede, no se puede. pero si hay material probato-rio, por supuesto que la estrategia va a ser mucho más amplia, flexible, rica en la gama de posibilidades para resolver el problema. Ahora, lo de tener más de una estrategia es porque los procesos penales van tomando