Alonso e Isabel, Marisol Marrero

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    Alonso e Isabel(Novela basada en los amores de

    Alonso de Ojeda y la india Isabel Mar Caribe: Siglo XVI)

    Marisol Marrero

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    © Marisol Marrero© Fundación Editorial el perro y la rana, OMMSAv. Panteón. Foro Libertador.

    Edif. Archivo General de la Nación, planta baja,

    Caracas- Venezuela, 1010.

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    [email protected]@gmail.com

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    Carlos ZerpaÑçíç éçêí~Ç~

    Carlos Herrera

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    e lp e r r o y l ar a n a

    F u n d a c i ó n E d i t o r i a l

    Å ç ä É Å Å á µ åPáginas

    Venezolanas

    La narrativa en Venezuela es el canto que dene ununiverso sincrético de imaginarios, de historias y sueños; es la fotografía de los portales que han permitido al venezolano encontrarse consigomismo.Esta colección celebra –a través de sus cuatroseries– las páginas que concentran tinta como savia de nuestra tierra, esa feria de luces que dene el camino de un pueblo entero y sus orígenes.La serieClásicosabarca las obras que por su fuerza se han convertido en referentes esenciales de la narrativa venezolana;Contemporáneos reúne

    títulos de autores que desde las últimas décadas han girado la pluma para hacer rezumar de sus palabras nuevos conceptos y perspectivas; Antologíases unespacio destinado al encuentro de voces que unidas abren senderos al deleite y la crítica;y nalmente la serieBrevesconcentra textos cuya extensión le permite al lector arroparlos en una sola mirada.

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    El que enseña al hombre de ciencia,ese mismo proveyó y dio a estos indios naturales grande ingenio y habilidad para aprender todas las ciencias,artes y oficios que han

    enseñado,porque con todos han salido en tan breve tiempo,que en viendo los oficios que en Castilla están muchos años en los aprender,acá en sólo mirarlos y verlos hacer,han

    mucho quedado maestros.Tienen el entendimiento vivo y sosegado,no orgulloso ni derramado como otras

    naciones.

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    La que después se llamaría Isabel, ve por prime vez, grandes bestias aladas sobre el mar Desde mi casa suspendida en las aguas, divisé unas cosas extr

    nunca antes vistas, que se reflejaban en la mar del golfo de Coquib Todos nos quedamos pasmados ante tal prodigio. ¿Qué podía ser allo que en la mar veíamos? De inmediato observé que mis vecinos taban los puentes levadizos, recogiendo sus canoas para ponerlasparte de atrás. El pueblo se agitó luego que repararon en las in-mbestias aladas, ancladas cerca de la isla donde enterrábamos a numuertos.

    ¿Son apariciones? —nos preguntamos.Muchos corrieron despavoridos para cobijarse en las casas; o

    los que estaban fuera, remaban o nadaban rápidamente para guarecDe pronto, vi que del mar venían las canoas de nuestros homb

    Regresaban de pescar. Ustedes también los vieron, ambos nos damos sorprendidos; nosotros por la novedad, ustedes por el mpues no sabían si los atacaríamos. Sé que los sacudió una terrible ción de extrañamiento, un vértigo en el estómago, lo mismo que sotros al verlos con barbas y diferentes trajes, pues por todas p vienen envueltos sus cuerpos, solamente se ven sus caras. Son bcomo si fueran de cal. Se visten con hierro, hasta en sus cabezas lo

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    De ellos salen los cabellos que son claros como el día. Cuando lasdes bestias, recogieron sus alas, todos remaron hacia la orilla peneen el bosque. Tronaron sus armas que van lloviendo fuego, deschispas, y el humo que de ellas sale es muy pestilente, huele al lodrido de los manglares. Ese fuego, si da contra un árbol, lo acaba mente, y si da contra la tierra, la resquebraja como el lodo cuando s

    Era tan extraño lo que estaba pasando, lo que sentíamos, qudescripción caía fuera de las posibilidades de nuestra lengua.

    ¿Es un prodigio lo que están viendo mis ojos? Todo es tan concomo si fueran las memorias de un sueño.

    Por el borde de las bestias que flotaban como nuestras canoaasomaron los hombres que brillaban al sol. Desde mi casa, oía suspos que sonaban como el metal.

    Mi padre, que es el Cacique, junto con sus guerreros, reunió doncellas para presentarlas como un símbolo de paz. Yo quise iellas contra su voluntad.

    En ese momento, aseguré a las amigas que serían entregadas: que el jefe de esos hombres será pronto mío y de nadie más”. No rara premonición me hizo decir estas palabras.

    Dieciséis de nosotras montamos en las canoas que nos condujhacia ellos, dejando a cuatro jóvenes en cada uno.

    Yo, como era hija del Cacique, debía dirigirme hacia la bestique comandaba la tropa. Además, chapuceaba las palabras del hoblanco que vino del mar hacia nuestra tierra.

    Los nuevos hombres pensaron justamente lo que mi padre quque pensaran, que era una oferta de paz, y de confianza. No nos tó que vinieran de otra realidad. Pero un mundo distinto se asomsus armas que tronaron en son de celebración, cuando entramosextraño.

    Vendrán de los sueños —pensé en ese momento— si no es asparecen a ellos.

    Cuando entramos en los bergantines (ellos los llaman así), los hbres no nos quitaban los ojos de encima. Sus ojos eran diferentes, p veían colores extraños en ellos: unos amarillos como la miel, otroscomo el mar, verdes como las esmeraldas, otros negros y marroneslos nuestros. Nos asombró este arcoíris. Tú tampoco quitaste la mmi querido hombre. Así quedó establecida la paz entre ustedes indios, que no sé hasta ahora por qué nos llaman así.

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    Después de nosotras, los demás vinieron en gran número hacibajeles, en canoas unos y otros nadando. Yo podía haberlo hechodando, pues ganaba a los hombres en las competencias, y como flenadie tenía mi puntería; por eso mi padre me dejó venir. Creo quepués de esto, la curiosidad de todos quedó satisfecha: ¡Eran de c y hueso!

    Pero, sin embargo, mi padre había urdido una estratagema, porde repente mis abuelas comenzaron a dar gritos espantosos por motras viejas de la tribu, tomaron el ejemplo, jalándose los cabellosñal de dolor. Esta era la contraseña que había puesto mi padre para per las hostilidades.

    Todas las doncellas, menos yo, se lanzaron al agua, nadando hla orilla. Nuestros hombres que estaban en las canoas, tomaron sus y dispararon cientos de flechas, sobre los relucientes hombres, qquedaron sorprendidos ante el inesperado ataque, puesto que venípasar tres meses con una tribu que los trató muy bien. Pero lo que sabías es que los indios contra los que luchaste, instigados por lostribu donde estabas, eran de los Caribes de nuestra raza. Craso eademás te informaron mal, nosotros no comemos carne humana, eun asunto ritual. Cuando entramos en lucha, y algún Cacique u homimportante muere, éste es quemado y sus cenizas son ingeridasnuestros guerreros porque creen que así tomarán su fuerza y energí

    —Lo que no me queda claro —dijo don Alonso— es por qué tte lanzaste al mar como las otras muchachas.

    —Mis ojos asustados y curiosos se prendaron de ti desde el prmomento. Me gustó tu don de mando, pues en seguida te pusiste aórdenes, no obstante la sorpresa. Mis gentes son guerreros, y aprmos por sobre todas las cosas el valor. Tú no te amedrentaste. Pomi padre se alegró de que me quedara contigo, porque eres unchador. Imagínate mi sorpresa cuando mandaste que me bajaran entrañas del enorme cuerpo. Nunca había visto algo como esto. Ppequeños ojos, vi que los que nadaban alrededor arrojaban dardlanzas que habían ocultado bajo el agua. Hasta yo tuve que esqalgunos en los huecos de la nariz de la bestia. Pensé en tu sorpcuando viste que hasta del agua te hacían armas. Pero te repurápido al mandar bajar las lanchas para perseguir a los míos, dezando sus canoas con furia. El combate fue grande, pero más mur

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    de los nuestros que iban desnudos. En ese momento, comprendí e jetivo de sus resguardos metálicos.

    Las lágrimas saltaron de mis ojos. ¿Qué harían conmigo ahdespués de tantos muertos?, ¿qué extraña fuerza me obligó a queden este lugar?

    Ahora puedo confesarte que sentí miedo, y que fui yo quien aa escapar a las dos jóvenes y al guerrero que atraparon tus hombrequité las cuerdas y ellos se echaron a nadar hasta tomar la orilla. Uno se enteraron hasta la mañana. Se sorprendieron de que yo nosiese ir con ellos, pero tenía la seguridad de que tú no me harías ndaño. Lo vi en tus ojos.

    —No debiste confiarte tanto, pues veintidós hombres de los mestán heridos, y otro murió por un dardo envenenado —afirmó Apreocupado.

    A la mañana siguiente, el Capitán y sus hombres bajaron al pupero encontraron las casas vacías. Todos habían huido. Las granfrescas chozas fueron respetadas, para no causar una irritación inútoda la costa, ya que sabía de la bravura de su gente. Esto me lo coél cuando regresó al bergantín, y se dirigió a mí, exclamando:

    —¡Ah!…¡ah! eres una india sumamente hermosa, pero traicilla. Te pregunto de nuevo, ¿por qué te quedaste?

    En ese momento, ninguno de los dos entendía el lenguaje del oPor eso le pude decir:

    —Porque me iré mañana, quería saber cómo eran ustedes. Slos veo de cerca, creería que eran dioses, y eso no lo podía permiti

    Y así fue. Al día siguiente yo me escapé nadando, porque no een el mundo un hombre que pueda detenerme. Cuando llegué a lata, todos me esperaban preocupados, temían por mí.

    Yo les conté que al cacique de ellos le llamaban Alonso y qumuy joven, mediano de estatura, bien proporcionado, y de carácte vo y enérgico.

    —¡Dinos más! —me increparon mis hermanas—. ¡Sigue conta—Lo único que les puedo decir es que su cara es muy agracia

    sus ojos, grandes e inquisitivos, relampaguean como el mar al med—¿Qué comen esos hombres, hermana?—Sus alimentos son grandes y blancos como si fueran de pa

    parecen a la caña de maíz en su sabor. Un poco dulce, como enmedefinitivamente es comida dulce.

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    A la mañana siguiente, vi que las naves se retiraban un pocosabía que no se habían ido porque con la batalla no pudieron cogerde nuestros manantiales, que salían del cerro. A ellos se les habíantado las pipas. Pero al fin, al ver tanta hostilidad, terminaron porcosteando hacia el poniente, para hacerse de tan preciado alimentseguí por tierra hacia el río, sabía que bajarían por agua. Allí valgunos de mis familiares que se sorprendieron al verme llegar, pefui a la desembocadura del río sin darles ninguna explicación. Leque no me siguieran, que iría a refrescarme y nadar un poco, y que volvería a comer con ellos.

    Me estaba bañando, cuando oí el sonido de los hierros que cararizan a tus hombres.

    —¿Quién anda ahí? — pregunté al sospechar tu presencia.—Soy yo, Alonso —contestó él—. Quiero verte bañándote en eA estas alturas ya sabía poner los labios a la manera de ellos.

    de todas maneras, nos acariciamos con la mirada, desde el primetante. Yo trataba de aprender aquella jerigonza que oía por primeraMis oídos no se acostumbraban a ella. Son palabras ruidosas, fuComo un chaparrón cayendo sobre una charca. A veces silban comserpientes ¡Da miedo!

    Él me ofreció la mano, y yo la tomé entre las mías para salir delEra tan claro el día, tan cálido, que al joven guerrero le provocó acoen la hierba junto a mí. Por un momento lo intentó, pero yo lo detuv

    —¡Mejor vete! —le pedí—. Aquí hay demasiados secretos. Sposees, tu vida correrá peligro. ¡Ni lo intentes! Veo tus deseos quebién son los míos.

    —¡Sólo quiero probar tus labios! —exclamó él.Lo entendí por sus gestos, pues se acercó demasiado a ellos. Yo le contesté: —Empollaré tu mirada en mi nido. Te juro q

    será fructífero.Algo tan poético resultó obsceno en los gestos, pero esto lo

    hizo fue enardecer más al joven Capitán.Al día siguiente, a eso del anochecer, la que más tarde se llam

    Isabel, nadó hacia el barco de Ojeda. No le dispararon porque vierlarga cabellera que se desparramaba entre las aguas. El Capitán lamandó que la subieran a bordo.

    ¡Qué atleta! —dijo para sí—. Nada cientos de metros para llhasta aquí.

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    Alonso se quedó sorprendido ante ella, no porque el carabelóagitara iracundo, sino por las palabras de la hermosa mujer, qresultaban incomprensibles.

    —Nacieron los polluelos de tus ojos —musitó ella en sus oaunque él no supiera lo que decía.

    Veía su rostro moreno. Sentía su aliento cálido en la oreja. corrientazo recorrió su espina dorsal, haciendo enrojecer su rosabía de la lujuria de estas mujeres del otro lado del mar.

    Uno de sus marinos, observando el sofocón de su Capitán, fabrir las ventanillas para que entrara la brisa del mar.

    Ella se dio cuenta de que estaba rodeada por los marinos. Aquhombres la miraban desdeñosos. Los veía horribles, grotescos.

    —¿Qué vine a hacer yo aquí? —se preguntó enfadada consigoma, dándole la espalda desnuda a don Alonso, que la miraba encade tanta frescura.

    —En esta tierra la piel huele de otra manera —le habló él baacercándose a su cuello.

    —Tú hueles muy fuerte —contesté— pero no deja de ser estilante ese olor. (Qué extrañas resultaban estas palabras saliendo dlabios. Eran melcochosas, como el atol de maíz. Se me atorabangarganta, produciéndome una tos persistente. Pero... ¡hay que vque uno hace por amor!)

    A todas estas yo comprendía bastante lo que ellos decían, habían pasado varios meses costeando y yo siempre he sido muy en entender las demás lenguas, incluso hablo cinco, de diferentesblos. Por eso supe lo que él decía y pude contestarle.

    Él volvió a hablarme: —¡Qué descarada eres, mi amor, a vechaces sonrojar como un chiquillo! No deja de sorprenderme esa ridad, esa falta de recato en las mujeres de este lado del mar. pergusta esa espontaneidad que no tienen las mujeres de mi tierra, recatadas, remilgadas, envueltas totalmente en trapos, con huecsus batas para hacer el amor.

    —Bueno, ¿qué te pasa? —preguntó don Alonso a la india que s—No ves los ojos de tus hombres. Me siguen como a una serp

    —contesté.—Sí —replicó Ojeda—. ¡Son unos cretinos!, te pido perdón

    ellos. Qué ofensiva debe parecerte su lujuriosa curiosidad. Me guantes de que te fueras, saber tu nombre.

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    —¡No tengo nombre! —contesté furiosa.—Bueno, querida Isabel, así te llamaré de ahora en adelante.

    pera un poco que voy a traerte un regalo. Es un espejo para que vrostro —le dijo él, besándola.

    —Me tratas como hacen tus hombres con las demás, regalándcuentas y espejitos. No seas iluso. Yo soy una cacica, prefiero moreflejarme en él. Yo tengo el agua clara para eso.

    No había pasado una semana, cuando Isabel regresó a la caraVenía a decirle que se marcharía con él por amor. Alonso, sorprenante aquella actitud tan franca y directa, se quedó encantado, perosó en las consecuencias que esto traería.

    Bueno —se dijo— la suerte está echada. El Paraíso terrenal sramente es este, como dice Escoto, bajo la línea equinoccial.

    Yo me sentí como un pequeño pez dentro del mar, no tenía dóasirme en el caos que produjo tu gran nave. Sentí que una parte dehundía, pero, a la vez, el pulso de la vida corría poderoso, salvaje.

    Mi mundo se encuentra en un estado de transición e incertidubre. Estoy a punto de estallar, también de derretirme, de disolverm

    —Personas como tú son un peligro para la tranquilidad demente —opinó él— y me incitas al pecado.

    Yo no sabía en el lío que me había metido, él era un hombre cortejaba el peligro como si lo amase, y peleaba más por el placepelea, que por el honor que esperaba le redundase. Era perfecto eejercicios guerreros y varoniles. Osado, de corazón libre, lo cudemostró al llevarme con él, en contra de todas las costumbres época, de su religión y de los prejuicios que abundaban entre su ge

    —Isabel, tú insistes en preguntarme por mi tierra, ¿en verdad interesada en ella?

    Yo le contesté que sí, que especialmente me moría por conocsus mujeres, para saber de quién celarlo.

    —Primero te enseñaré las partes que componen este navío, que sepas por dónde andas. Este sitio en el que estamos se llama ¿Ves esa sección levantada y dividida? La parte más baja se usa pmacenar tesoros y municiones. Los pasajeros más importantes y lociales duermen en la parte intermedia. Allí se dice misa, que es uque nosotros ofrecemos a nuestro Dios. En la parte superior, estcamarote, y la brújula, que es indispensable para orientarnos en mares desconocidos. Detrás de esta área están los mandos del barc

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    cocina está en la cubierta, frente a popa. Ahora sí estoy dispuesto tarte el recorrido que hemos hecho. Venimos de muy lejos —sudon Alonso ante el recuerdo—. He luchado en muchas guerCuando decidí venir para acá, pasé antes por unas islas llamadasFortuna; allí tomé provisiones y agua para el largo viaje que meraba. Luego tardé veintiún días para llegar al continente, del cualtus tierras, forman parte. Desde allí, corrí hasta el golfo de Pariasando por las embocaduras de muchos ríos, especialmente el Orique arrastra tal cantidad de agua que dulcifica las del mar largo trDespués pasamos a la isla de Trinidad, donde vimos los primindios, que dice un amigo mío llamado Bartolomé, son Caribes ctú. “Bien formados, vigorosos, diestros en las flechas, lanzas ycosas”. Ya sé cuáles son esas otras cosas —agregó Alonso muy Luego continuó:

    —Nos metimos en un golfo muy estrecho que se llama la BocDragón, siguiendo hasta Cumaná o Golfo de las Perlas. De hicimos rumbo en dirección opuesta, para dirigirnos hacia la islaMargarita. Regresamos a Maracapana, donde descargamos. Caallí mis bajeles, y construí un pequeño bajel, pues los que traíestaban en muy mal estado. El viaje fue demasiado largo para ellofuimos muy bien recibidos por los indios, quienes nos ayudaron reparaciones y nos alimentaron muy bien. Ellos nos pidieron quprotegiéramos de los Caribes, que les hacían muy mala vida. Yomi palabra, y luché contra sus enemigos para que los dejaran en pconfieso que hicimos una carnicería. Eran muy fieros. Pero sigucon mi tierra, en este momento, hay un renacer, puesto que exhombres que se dedican al conocimiento de las cosas. Grandes dores como Copérnico, Cervantes, Shakespeare y otros. Sobre tomuy importante Copérnico, pues éste sentó las bases para el viaalmirante Colón, un hombre que conocerás cuando vayamos aEspañola. Casi que estamos descubriendo, junto con el mundo dtedes, al hombre mismo.

    Él notó que aquello no tenía sentido para mí, por lo que, sonrdome, exclamó:

    —Isabel, me parece que debemos esperar un poco. Primero tique aprender bien nuestro idioma, y también escribirlo. Despucontaré la larga historia de mi pueblo.

    —Ya te entiendo, Alonso, quiero saber.

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    —Bueno, querida, primero te explicaré lo que son los siglo juntas los días en treinta de ellos, estos forman un mes. Doce mesun año, y cien años un siglo.

    Yo puse unos caracoles en el suelo de madera de la embarcacihice un dibujo con ellos. Un día un caracol, siete caracoles una se y treinta caracoles un mes.

    —No tengo más caracoles, pero si los tuviera haría treinta carles, más treinta, hasta llegar a doce grupos de treinta, así tendría ude los tuyos, ¿no es verdad? y si continúo lograría dos años, y lueg y así seguido.

    —Tienes razón, aprendes rápido.—Pero, ¡un siglo son demasiados caracoles! —exclamé—. No

    do conseguir tantos, aunque esté un año recogiéndolos.—Es cierto. Un ser humano no dura ni cuarenta años en pr

    medio. Algunos con suerte un poco más. Por eso no te alcanzancaracoles. Bien, mi amor, escúchame con atención: hace unos scomenzó en mi país un período que llaman Renacimiento, conescritos de un hombre llamado Dante Alighieri. Éste escribía cosaamor, por eso me gusta leerlo. Él expresa las emociones de cuandestá enamorado.

    —¿Como lo que siento yo por ti? ¿Eso es estar enamorado?—Sí, supongo que sí. Cuando regrese a mi tierra, conseguiré

    libro de él para leértelo, te va a gustar. Petrarca, también manifiesentimiento amoroso en sus poemas. Él admiraba mucho los cuentcientos de caracoles atrás, lo que nosotros llamamos el pasado. Susamiento es cristiano, como eso que te enseñan los monjes que vienlos barcos. Los libros de Boccacio, otro de los hombres que ecuentos como tú, los tenemos prohibidos porque son muy sensual El Decamerón, su principal obra, deja ver la realidad de nuestra época damente. También un libro llamadoLa Celestina , es de este estilo.

    —¿Qué significa eso?, ¿por qué se prohíbe un libro si es pap—Porque es inmoral, dicen cosas que van contra los preceptos

    religión que nosotros profesamos, y tales escritos incitan al vicio. Lsí te puedo decir es que el legado de muchos caracoles atrás, será sporque renace el mundo griego, que más tarde te explicaré lo que e

    —También nosotros tenemos muchos cuentos —repliqué yo,ciéndome la importante.

    —Ahora dime de ellos —manifestó él.

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    —Hay una provincia que llaman Honopueva, cuya gente vive riveras de un gran lago. Ellos duermen bajo el agua, de allí descimis antepasados, por eso nadamos tan bien. Otro pueblo vecino, ptener hueco para botar los excrementos, se sustentan con el olor flores, frutas y yerbas.

    —Es muy hermoso lo que me cuentas.—Y ahora, ¿por qué no me hablas de tus mujeres?—Te contaré, aunque no sé si te gustará lo que voy a decirte, p

    to que tú eres una guerrera: el ideal de nuestras mujeres consistemente en amar a un hombre, admirarle y servirle.

    —Esa es la dominación a través de la sumisión —repliasombrada.

    —No, es la tradición judeocristiana —dijo don Alonso—. El apropio de la mujer viene siendo rebajado desde hace cientos decoles. Ellas viven solamente para conseguir un marido que las tenga. Vienen al Nuevo Mundo a conseguir maridos con posibilidde fortuna, y ¡qué desilusión! se encuentran con hombres maltrpor la guerra, y ya con hijos y mujeres indígenas, a las que no qudejar. Esto origina una doble vida que va contra los preceptos de nreligión. Pero es así, esta es la base de la familia en estos mundos.

    —No entiendo mucho, Alonso. ¿No tienen otro objetivo en vida sino dedicar todos sus deseos al hombre?, ¿entonces, todemás les parece aburrido e insípido? Con razón trato de enseñnadar a las mujeres españolas y no quieren. Tampoco se interesamo nosotras en la siembra, en las épocas propicias para hacerlo, yrecolección del maíz, la yuca, calabazas y otras legumbres.

    Me parece extraña esa manera de ser, con razón no tengo nadqué hablar con ellas. Aquí, en muchos pueblos, las mujeres socicas, que quiere decir jefas, y mandan y gobiernan ellas, nomaridos, aunque los tengan. Tal es el caso de Orocomay, AnapApacuama y Arara.

    —Creo que las mujeres de mi tierra gustan de sufrir respectsexo, la reproducción y también en su actitud ante la vida —dijoAlonso—. Definitivamente, pocas son como tú. No digo que nhaya, pero escasean.

    —Ser femenina es aceptar el sufrimiento —comenté yo sosaltada.

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    —No, creo que no —dudó él— pero, en la mayoría, la vida sees enferma. Su tragedia es sangrienta: la desfloración, la regla, el De todo ello, hacen un escándalo.

    —Sigo sin entender. La sangre es nuestro privilegio. Nos hace tes ese líquido divino que nos sostiene, hasta el punto de darnos ede derramarlo. Lo que sí quiero que entiendas, es que ser tu mujerparecerme a ti, ni a las mujeres de tu pueblo. Me niego a ello.

    —¡Pero precisamente por eso es que me interesas, que te qupara mí!, porque para ti ser mujer es compartir mis acciones de gandar conmigo en el barco, arrojar la lanza lo más lejos posible, más rápido, dar en el blanco con las flechas, remar con el vienademás, lo principal, hacer el amor desnuda, sin esas batas con un jero en el medio de su sexo, para poder penetrar en él. Aunque unuestros cronistas, dice que “la índole de las mujeres de esta tierque les gusta más lo ajeno que lo suyo, por eso aman más a lostianos”.

    —Pues sabes tú, yo pienso que se debe a que nuestros homtienen la pinga más chiquita, y nos maravilla vuestra exuberancia.que yo me equivoco y tú eres único?

    Él se sonrió complacido ante tanta franqueza: —No tienes medio, Isabel. Me dejas anonadado.

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    Carne adobada con especias y otras recetasComo a los peces, una mujer puede atrapar a un hombre por la

    ca. Esto lo digo porque el mes que estuvimos en el golfo de Coquifuimos muy bien alimentados por Isabel. Cada día nos traía un pdistinto, y nos comentaba la receta en su media lengua, se veía qudisfrutaba en hacerlo. Lo extraño de esta mujer, es que ademácocinar, cazaba la presa con su lanza arponada, sacada de la espinazoñosa de la raya.

    A veces —me contaba Isabel— sentía el resuello del venado trsí, otras venteaba la presa cuando pasaba, y la seguía hasta maPrefería los animales jóvenes, por más gustosos.

    Alonso se acerca, brilla su espada toledana bajo el sol inclemQuería verme cocinar las cosas que le llevaba al navío. Se tomó uriesgo al hacerlo, puesto que mi gente no estaba muy conforme cpresencia.

    La primera cosa que le llevé de comer, fue el “pan de pescaddon Alonso le gustó mucho, así como también a sus hombres allegados.

    Yo le expliqué cómo se hacía. Se cocina el pescado en agua después se golpea y se amasa. Luego, con esa mezcla se hacenpanecillos que se cuecen sobre las brasas del fogón.

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    “Son sabrosos”, comentó él. Además huelen muy bien. Agrael ofrecimiento del pan.

    Al despuntar el Sol, nos trajo un “ciervo amarillo adobado”llamaban venado. Ella comentó que aliñó la carne con orégano saque es muy oloroso y rico en substancias alimenticias para los aniLa carne se anima con el orégano, pues le da un aroma muy agrad

    Pasaron varios días sin que Isabel viniera. Cuando regresó, noque había salido a pescar con su hermano un “salavavo”, que en indígena significa gordura, obesidad, grosor extremado. Mis soldpor no entender bien a Isabel, lo llamaron “sábalo”.

    “Este pez es hermosísimo, muy grande. Asado a las brasas egran vianda” —dijo Isabel. En la época del año en que la hembrpreñada se le sacan los huevos, que son grasosos, ¡al estar frescdeliciosos! Cuando se les pone al sol, y se les seca bien para consemucho tiempo, se tornan un poco duros, pero no pierden la suculeEstos huevos estimulan en el hombre los deseos de amar; debido alas mujeres de esta región son muy fecundas.

    Mis hombres se estaban inquietando porque nos veían comienunos pocos las delicias de Isabel, mientras ellos comían cecina, vino. Ella se dio cuenta, y un día se apareció con una bebida lla“cocuy”. Me hizo señas desde la playa para que me acercara en epues tenía muchas jarras de barro a sus pies, lo que quería decialcanzaría para todos. Mis hombres se pusieron muy contentosgentilmente les explicó cómo se preparaba aquel fuerte licor, pellos les había gustado mucho:

    —Para elaborarlo, abrimos un hoyo en el suelo, de un metro ode circunferencia. La hondura puede ser igual al ancho. En él se cuna camada de leña y, arriba de ésta, una de piedra. Sobre la tierpone el cocuy, que es una penca de esas que ustedes pueden ver alejos. Después, se cubre con las mismas hojas y luego se le echaencima. Prendida la leña, se le deja hornear por muchos caracolesacarlo, se desprende la penca del tallo llamado “pelona”, y se le ezumo, que da este licor fuerte y claro. ¡Cuidado se emborrachan!

    También para todos, nos trajo cantidades de peces salados, secal sol enteros o en tasajos.

    Yo no sabía cómo corresponder a Isabel, pues cuando le daba ctas de vidrio y espejitos, se reía de mí enseñándome sus collarperlas entre las que se ensartaban pequeñas ranas de oro. Era realm

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    encantadora con toda su frescura y espontaneidad. El día en que pmos, ella me conminó a degustar, “la miel que arrancan las abejaflores de cardón”. Creo que esto fue simbólico.

    Carne adobada con especias y otras recetas

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    Isabel sigue viaje con don Alonso,

    después de estar un mes en sus costasOs amo como hay que amar:con desesperación.

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    —Véngase, Isabel, conmigo —me dijo don Alonso. Yo, aterrada, lo seguí hacia el barco, pues estaba decidida a

    con él. No había marcha atrás. Ya conmigo instalada en su nave, el capitán Ojeda siguió ex

    rando la costa, hasta que encontró un puerto seguro que llamó Bartolomé. Yo, en mis labores de traductora, les comuniqué que, idioma, los indios lo llamaban Maracaibo, a lo cual Juan de la Coamigo de Alonso que iba levantando la costa en un mapa, no me hmenor caso. Eso sí, le puso al golfo “Veneciuela”, que quiere denuestro idioma, Luz de la Diosa, de la tierra de los templos. Esta traducción que se me ocurre, por lo difícil de la palabra. También leque todas las tierras que habían recorrido, se llamaban “Americúaquiere decir tierra de los vientos.

    Quien sí me hizo caso, fue un señor que llamaban Morigo Vpucci, que decidió lo llamáramos Américo en lo sucesivo, quiéncon cuáles intenciones. Él dijo que simplemente le gustó el nombr

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    Aprendí tan rápido su lengua, que yo misma estoy asombrada.fue la llave para el entendimiento con los demás indios, por eso frecibidos con mucha cortesía. Además, yo era la hija del Caciquetierras cercanas y, supuestamente, cuando él muriera, yo heredaautoridad, pues era su hija mayor.

    De ahora en adelante, por espacio de nueve días, costeando fuconducidos de pueblo en pueblo, festejados y agasajados por sustantes. Yo me veía como una reina al lado de mi guerrero; jamáhabía sentido tan bien. Los indios miraban a don Alonso como usobrehumano, casi un dios. Bailaban a nuestro alrededor, y cantpara impresionarlo. Yo traducía sus canciones de la mejor manerexplicaba a los castellanos, que éstas eran historias de sus antepacon sus guerras, sus familias, sus amores y sus ritos. Los marinAlonso estaban encantados con las mujeres de aquí. Decían eranbellas, tan es así, que muchos se juntaron con ellas. ¿Sería que segejemplo de su Capitán? Don Alonso dijo que se las llevaran ebarcos si ellas consentían. Definitivamente, no eran como los dpueblo, pues los hombres aceptaban que trataran a los extranjerointimidad.

    Cuando decidimos partir, el país en masa nos agasajó. Esa nouno de los hombres del Capitán sacó un raro instrumento llam vihuela, y cantó una canción muy hermosa llamadaOjos claros serenos .

    Al abandonar el golfo de Coquibacoa, que así también lo maban, continuamos costeando de localidad en localidad, hasta lal cabo de La Vela, así lo nombró don Alonso.

    El mal estado de los navíos tenía molesto al Capitán, así cotambién ver que sus esperanzas de enriquecerse rápido se esfumpues no había suficiente oro ni piedras preciosas. Parece que estoexigía su señora Reina, y no quería decepcionarla, lo que lo indabandonar estas costas y dirigirse a La Española, cosa que tenía pbida por su Rey. Pero él no es hombre de obedecer órdenes ciegamni de evadir dificultades; es más, esto lo estimula a vencerlas.

    El pretexto que se le ocurrió para no cumplir estas órdenesque debía calafatear y dar carena a sus bajeles, así como tambiécurarse provisiones. Su verdadero objetivo era cortar palo de que abundaba en la costa oriental de la isla, y de esta manera no tan pobre de recursos a su país.

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    Anclamos en Yaquino. Él saltó a tierra. Yo no pude acompañporque estaba un poco mareada por la falta de costumbre de navtantos días. Aunque quería aprovechar para lavar la ropa que me immi amado.

    —En la nave no puedes andar semidesnuda. Tienes que aprenmuchas cosas —me regañó él, y al decir esto, me entregó variotidos, que nunca supe de dónde los sacó.

    —Te los acepto, porque ya me está cansando la mirada y losmentarios de tus hombres. Quiero que te enorgullezcas de mí. Lo varé con soltura, te lo prometo, sobre todo los zapatos, que parecgrillos que les ponen a tus presos. Sin embargo, usaré mis alparga vez en cuando. Deberías probártelas, Alonso, son muy cómodascansarás con ellas.

    —Mira, ten cuidado al quedarte a bordo, pues el almirante Coel mismo que descubrió tu mundo, supo de nuestra llegada y nagradó. Por eso mandó a esas dos carabelas que ves a lo lejos. seguro de que las comanda Roldán, que es un hombre muy astuto.

    —No te preocupes, tú sabes que yo sé defenderme.Roldán tenía fama de ser tan atrevido como Ojeda. Por eso los

    hombres se trabaron en una guerra de astucias. A mi hombre, lellaban los ojos cuando bajó a tierra con veinticinco hombres armados. Se dirigió hacia los bosques donde había un pueblo de inpara que nos hicieran pan de casabe. Este era de una raíz llamada que nosotros plantábamos mucho.

    Roldán, cuando llegó a nuestra altura, también desembarcó cogran número de hombres, y se colocó entre Ojeda y sus navíos partarle el paso. Yo seguía todos sus movimientos, por eso decidí enun indio para que le diera aviso. Él nadó silenciosamente, comonosotros sabíamos hacerlo, hasta el otro lado de la bahía, para darnuevas al Capitán.

    Como ven, yo también sé de tácticas guerreras.Don Alonso, ya avisado, se presentó ante Roldán con seis h

    bres; a los demás los dejó agazapados cubriéndole las espaldas.—Capitán Ojeda —interrogó Roldán— ¿Por qué desembarcó

    esta isla, particularmente en este sitio tan remoto, sin antes presenal Almirante?

    —Yo vengo de un viaje de descubrimiento, y toqué en la islapara reparar mis botes y hacerme de alimentos —replicó Ojeda.

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    —Enséñeme los papeles que le acreditan a descubrir —conmRoldán.

    —No los tengo aquí, pues los dejé en el barco —contestó.Roldan pasó entonces a la nave y le fue enseñada la licencia

    descubrir firmada por el obispo Fonseca. También pudo ver a mupersonas conocidas, que habían estado ya en La Española, quienconfirmaron la verdad de lo que el Capitán había dicho.

    —Yo presentaré mis respetos a Colón —afirmó don Alonscuente con ello, iré a La Española.

    Cuando el Almirante supo la naturaleza del viaje de Ojeda, y licencia para descubrir, se sintió profundamente ofendido, siendoun atentado contra sus prerrogativas, pero se quedó esperando laplicaciones del intruso, para obtener información, puesto que ésllegó nunca. Temía que lo arrestaran.

    Nosotros nos fuimos del lugar apenas arreglados los bajeles, minados de cocinar los casabes. De allí, pasamos a la costa de Jadonde llegamos en febrero. Habían pasado muchos caracoles.españoles de esa provincia nos recibieron bien, pues eran amigonos casamos Alonso y yo. Él me decía que no podíamos seguir ambados, porque su religión y la santa Virgen, que siempre llevabasigo, no se lo permitían.

    Los residentes de Jaragua nos proveyeron de cuanto necesitmos, incluso de un hermoso vestido blanco de muchos vuelos, tela transparente y voladora como las alas de un pájaro, que debíami larga cabellera en la ceremonia.

    —Se ve hermosa, doña Isabel —dijeron todos al unísono. Yo misma me sorprendí de ver mi imagen en el espejo del ca

    rote del Capitán. Hasta ahora no lo había usado por el qué diránsiempre se escabullía hacia mí cuando todos los demás se reco¡Pero claro!, todos sabían que dormíamos juntos. Yo nunca entendqué debía ser un secreto, si él era el jefe. Después comprendí. No pmos hacerlo hasta que un sacerdote nos diera su bendición, y nos rara marido y mujer. Extrañas costumbres a las cuales me sometamor al Capitán.

    Esa noche se prendieron fogatas en la playa para nuestro mmonio. La luna estaba alta y hermosa. Parecía que fuera ella la qcasaba. El sacerdote nos mandó a buscar para proceder a la cerempero en ese momento nosotros nos habíamos apartado a un lugar l

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    de la playa. Él me apretaba fuertemente contra sí, sentí su armacontra mis senos. Pero más abajo la dureza persistía tibia.

    Desabrochó su espada que cayó en la arena, produciendo un rseco al caer contra las piedras. Mis bragas se humedecieron al code su vientre rígido. La incomodidad de la ropa interior, como elllamaban, era patente. De un tirón procedí a quitármela, quería ssu dureza contra mis muslos.

    ¡Qué manía de taparse tienen estas mujeres! ¡No me pondré ubragas nunca más en la vida! —aseguré a don Alonso, que enmomento se incrustaba en mis ijares. Sentí un mareo en mi vieun hormigueo sin fin, y lo apreté muy fuerte, como queriendo fume en él.

    —¡Don Alonso, don Alonso, que el cura espera! —gritaronsoldados.

    Por supuesto, las bragas quedaron en la playa, la boda fue sin e—Siempre lista —susurró mi amado en mis oídos.Después que el cura efectuó sus ritos, Alonso tomó mi mano e

    las suyas y me dijo ante todos los presentes:—Ahora ya eres mi mujer, sabré amarte y protegerte. Aunque

    de protegerte lo sabes hacer sola —dijo riéndose—. A veces pientu conducta es bárbara, tendrás que suavizarla para presentarte corte. Pero no me preocupo por eso, tú aprendes demasiado rápido

    No me gustó que me dijera esto en público, pero después todoconsejos de la cordura desaparecieron. Fue una noche de amor per

    Entre los invitados a la boda había muchos de los que se amnaron con Roldán. Ellos estaban descontentos de que él se hubieragado a los caprichos del Almirante. Le dijeron al Capitán que estfuriosos porque tenían tiempo que ni siquiera recibían la paga.

    Yo miré de reojo a mi amado, no creía que el día de nuestra bfuera adecuado para hablar de estas cosas. Pero él, ante todo, era udado, y furioso oyó sus quejas, prometiendo que haría saber de su ción a los Reyes cuando llegara a España, y que iría a Santo Domiobligaría a don Cristóbal a pagarles de inmediato, y que si no lo habotaría de la isla.

    ¡Hay que ver que un hombre borracho habla tonterías! Yo sade su fogosidad, pero pensé que no llegaría a tanto. Se arriesdemasiado al hablar estas cosas delante de todos, pues podía llegaoídos del Almirante y tener serios problemas.

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    Afortunadamente para Colón y para el mismo Capitán, lleRoldán en ese mismo instante. Seguía los pasos de mi apasionadobre pisada por pisada. Pero Roldán, como vio que sus antiguos coñeros lo iban a apresar, salió rápidamente de Jaragua. Cuando mi asupo esto, hizo que nos retiráramos al barco. No quería problemasdía de nuestra boda. Tampoco quería levantarse contra el gobiepues estaba en cosas de amores, como él decía.

    —No hay reposo ni paz, hasta que estoy sobre ti, Isabel. Y aeste bellaco no me deja gozarte tranquilo. En este momento no qpeleas, sólo estoy para combates en la cama, allí somos dos guemano a mano. Tus flechas contra mi espada.

    —¡Qué carajo vino a hacer Roldán a Jaragua! —refunfuñó.A la mañana siguiente, Alonso recibió una carta de Roldán, r

    minando su conducta, y la confusión que había generado en la islpedía que bajara a tierra para arreglar estos problemas de manera tosa. Parecía una mujercita detrás de Alonso, ya me tenía cansada

    Mi Capitán, que tenía una resaca espantosa, no bajó a tierra, d yendo su carta. Y para más, se apoderó de uno de sus mensajeros.

    —¡Me tiene harto! —exclamó rabioso—. ¡Le voy a dar gueguerra quiere!

    Diciendo esto, bajó a la playa y se apoderó de otro hombre, niendo a ambos como rehenes, para que le devolvieran a un mmanco de los suyos, que había desertado. Amenazó matar a los dno le devolvían al marino.

    Roldán mandó a un compañero en una canoa, a decir a don Aloque puesto que él no quería venir a tierra, Roldán pasaría a confercon él a bordo, si para ello le enviaba un bote. Él lo mandó hacia la y se lo atraparon, dejándolo sin bote de acceso. Este fue un triunfel contrario.

    —¡Buen contendor! —se rió don Alonso ante su propia torppensando que ya era tiempo de hacerle ofertas de paz. Se acercplaya en el bote más pequeño. Roldán lo esperaba en el que habíaturado, de esta manera tuvieron una conferencia de bote a bote, cmayor cautela.

    —Escuche, Capitán —dijo Ojeda—. Usted me está siguienhace tiempo para apresarme y llevarme a Santo Domingo. No meen paz ni el día de mi boda.

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    —Eso no es cierto —aseguró el marino—. El almirante Colóespera amistosamente. Para probárselo, le devolveré el bote.

    Hubo intercambio de prisioneros, y nuestro Capitán se hizo vela al día siguiente, rumbo hacia el Viejo Continente.

    “Mi adorado ha ganado esta porfía”, pensé. Su fogosa juvensu manera de ser, su carácter especial lo habían logrado. “Solamuna mujer enamorada piensa esto de un camorrero obstinado” —recriminé.

    Pero las historias que se contaban de él en los dos continentehicieron sumamente popular, incluso el casarse conmigo lo conven un héroe del romance.

    Luego nos dirigimos hacia un mar obscuro terriblemente azul,ellos llamaban mar abierto. Es muy diferente al nuestro que es ctransparente y tibio. Aquí, en estas aguas sin límites, lo único cálidel cuerpo de Alonso, que se encendía cada vez más. Noche tras nretozábamos en sus sábanas de hilo crudo. Entrelazados nuestros pos alcanzábamos la Vía Láctea con nuestros dedos.

    Esa noche, él golpeteaba sobre mí como mazo del pilón sobmaíz. Yo ondulaba como una serpiente bajo él; me volví anacocuaima.

    —Isabel —desfalleció él— cual espada entro en combate, dejmi lengua se detenga en tu ombligo largamente, me gusta ese colodetiene en sus profundidades. ¡Canela pura!

    Mientras él habla sofocado, yo me deslizo voluptuosa haciapiernas, un deleite exquisito se apodera de todo mi cuerpo. Ahor vuelvo caribe, caníbal. Tu cuerpo apetitoso muerdo pedazo a peClavo mis dientes en tu carne, en tu pelvis, en tus orejas.

    —No grites, Alonso, vas a despertar a tus soldados.Él aprieta mi cintura con las manos, los senos se me hinchan

    su deseo.—Un hombre como tú es insuperable, Alonso, apenas me ves

    estás inmenso como una palmera. Además, me gustan tus nalgas tes, tus brazos musculosos.

    Mis palabras lo hacen enloquecer, alcanza hasta mi fondo, enperfecto, voluptuoso. Pierdo el control, me sumerjo en una hondosin fin erizada de placer.

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    —Ya basta de la posición del misionero —dije con ahogo, retdome para no enloquecer—. Hagámoslo como en mi tierra, sólpodré contenerme para seguir tu ritmo.

    —Quiero hacerlo de todas maneras —replicó él, y cayó de indiato sobre mí como deseaba—. Eres suave al tacto, como un caestrecha, sin demasiada humedad. ¡Eres perfecta, mi amor!

    Ahora me voltea, vuelvo a la posición original. Besa mis mechupa mis labios, me besa toda... ¡Ah! ¡Qué delicia de hombre!

    —Tú me succionas en tus adentros. Me gusta esa presión, vuelves loco. ¿Quién podría dejarte después de estar contigo?

    Su saliva cargada de pasión se juntó con la mía en interminabesos. Juntos gritamos, estallamos. Por fin, su espada de guerrero en mi vaina. La violencia del placer se aplaca poco a poco entre susCuando el goce cesa, no se retira, sino que yace sobre mí. Mansamoigo su respiración perfecta de hombre sano y fuerte. No me duesino que lo observo palmo a palmo. Su carne tiembla cuando pasdedos por sus labios dormidos.

    Se despierta, me estruja contra sí. Yo entrelazo mis piernas cosuyas, y veo que revive de inmediato.

    De nuevo, hasta el amanecer, navegamos muy hondo. La paspensé, es una fuerza impetuosa, nos despoja de nuestra existencianos convierte en seres sobrenaturales. Es una energía todopoderodon de los dioses. Es algo que tenía escondido y que de repente sdentro de mí. ¡Amo a este hombre con locura! Despierta en mí secinfinitos.

    Yendo en seguimiento de dicho viaje, y habiendo navegado mtiempo, mandó el capitán Ojeda hacer “Consejo de mar”, porque él era cosmógrafo y piloto, debía dar órdenes sobre el modo qdebía seguir en la navegación.

    —De aquí en adelante —dijo dirigiéndose a la tripulaciónreventará la mar contra la nave, por ser las brisas muchas. Debtener en esto cuidado. ¡Seguid mis órdenes al pie de la letra! implacable en esto!

    Ante este mar que bambolea el barco constantemente, yo me r y caí enferma, por eso no pude asistir a la misa cantada del domaunque Alonso insistió en ello, puesto que creía que aún moraba la fuerza poderosa de que hacía gala en la intimidad.

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    Por ser noche y estar la mar en calma, salí a cubierta para desel mareo, y ver el cielo que lucía muy estrellado. Lo sentí tan bajparecía estar al alcance de mis manos. De súbito, refrescó tanto elto, que tuve que regresar al camarote.

    Por la mañana, con buen tiempo y corrientes favorables, hicimlargo trecho, pues llegamos a unas islas donde pudimos hacer agGocé mucho de las tierras, al poder caminar y reponerme de los ctantes vómitos. ¡Ya no sabía ni el día en que vivía, y menos el añocristianos!

    Pasamos allí la jornada, por ser el tiempo contrario. Despuéremo, abordamos el navío de nuevo, con hartos peligros puestohabía muchos tiburones. Los hombres saltaron sobre cubierta conseguridad, lo mismo que don Alonso. Yo, pese a que él me tomó ebrazos, casi que me arrastraba. El mar daba vueltas a mi alreded veía hasta en el cielo. Quería vomitarlo.

    Después tuvimos grandes dificultades, habiendo sido meneinclusive lastrar el barco y sacarle el agua por un barreno, pero logseguir adelante por el buen manejo del Capitán.

    Ese día salí a tomar sol, pues estaba desfallecida de las náuAlonso me ayudaba a mantenerme en pie. Desde ese momento no vimos a ver tierra. ¡Creí morir! Había hasta pájaros que parecían sobre cubierta, pero al fijarme bien, tratando de vencer el mareque... ¡eran peces voladores! Con ellos pudimos comer varios días

    —¡Buen augurio! —exclamé—. De aquí en adelante, todo irá b

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    Isabel cuenta de sus aventuras en España Llegamos a España el diez de junio. Tan pronto arribamos al p

    to de Cádiz, don Alonso se entrevistó con el obispo Fonseca, pero me llevó a una costurera llamada doña Mercedes, que tenía vestidelaborados para emergencias, especialmente unos que llamaban efiesta o de gala.

    Me miraban como un animalillo. Recuerdo que hacía pocopensadores cristianos, reconocieron en los indios la naturaleza huen el alma y en el cuerpo. Así que yo era casi un demonio vestidenaguas, o mejor dicho, sin ellas, porque nunca me las puse segúnmetí a don Alonso. Doña Mercedes tomó una especie de cinta y topasármela por todo el cuerpo. Yo me sentí incómoda, ¿qué preteesta mujer?, ¿amarrarme con ella, como hizo Ojeda con Canoabome atrevía a agredir a la mujer, porque Alonso me decía, que siepensara antes de actuar. Menos mal que llegó él en ese momento, yo estaba dispuesta a darle un sopapo a la doña.

    —Mira, Isabel —recriminó Alonso al ver mi actitud— esta ces para tomar las medidas de tu cuerpo y hacerte los vestidos de aca ellas, así te quedarán perfectas, no como los trajes que te di en turras, que te quedaban anchos y no resaltaban tu figura. Ya verás cute los pongas, serás la más exótica mujer de estas tierras.

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    Cuando estuvieron mis vestidos, muy bien arreglada acompadon Alonso, para entregar la documentación con el primer mapVenezuela, y del Nuevo Mundo, que elaboró Juan de la Cosa, al Ilsimo obispo Fonseca, que seguía siendo grande amigo de mi ampesar de sus dificultades. Él lo recibió con alegría abrazándolomucha fuerza. Después le preguntó acerca de mí.

    —Es mi esposa —dijo Alonso— nos casamos en Yaquino.El Fonseca se quedó asombrado, me miró de arriba a abajo, de

    por detalle. Me imagino que fue grosero según sus costumbres,no, lanzó una carcajada, y palmoteó las espaldas de Ojeda, diciend

    —No tienes arreglo, siempre eres el primero en todo. Mira ocurrencia, ¡casado de verdad! ¿Es el primer matrimonio de unarigen con un europeo?

    —Creo que sí —contestó enfadado—. Pero hablando de otra c¿qué te parece el mapa que te traje?

    —Perfecto, al fin tenemos noticias exactas de las perlas de Mgarita, y de todas las costas de Coquibacoa. ¿Sabes una cosa, AlEstoy pensando auparte para que te nombren Gobernador de comarca.

    Yo enseguida capté la situación, y casi grité: ¡Volveré a mis tpor fin! Pero pasaría mucho tiempo para que lo hiciera, pues permcimos año y medio en Castilla, mientras Alonso gestionaba a travFonseca nuevas capitulaciones con la Corona, para que lo autorizade nuevo a las Indias. Esto requirió muchos trámites.

    Yo recibí honores especiales por ser una princesa de las nuevarras, según ellos. Aunque tenían algo de cierto estas aseveracione yo era la hija de un cacique, como decir un rey, claro que en otras ciones, pero ellos no lo sabían.

    También en su pueblo natal me rindieron honores, pero sus faliares, especialmente su hermana, valiéndose de mi ignorancia sus costumbres, quiso ridiculizarme, haciendo que comprara untido espantoso color perico que contrastaba con mi piel de mahorrorosa; para completar me compró una sombrilla roja que palas alas de una corocora de mi tierra. Alonso, cuando me vio, sefurioso y me arrancó los vestidos de encima, lanzando con gran la sombrilla lejos de sí.

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    —¡Vámonos de aquí inmediatamente! —gritó Alonso encolzado— ¡Vete a vestir de nuevo! ¿Qué se habrá creído esa engreími hermana?

    A todas estas, yo no sabía lo que pasaba; para mí fue perfectamte amable.

    —¿Qué importa un color más o menos? Fíjate que los obisposrecen unas guacamayas.

    —No vas a entender, Isabel, poco a poco te iré refinando el gde acuerdo a nuestras normas. Mientras tanto yo te escogeré la vmenta. De ahora en adelante, serás la esposa del primer Gobernad Tierra Firme. ¿Sabes lo que eso significa, mujer?

    Por fin nombraron a don Alonso Gobernador de Coquibac¡Qué contenta estoy, vuelvo a las playas de mi lago!

    Saldremos del puerto de Cádiz después de las Navidades, rumCoquibacoa. A don Alonso, le dieron la orden para equipar un númde bajeles, que no pasara de diez, y que además no tocara la cosParia, ni los alrededores de Margarita, puesto que ésta la había dbierto Colón, y le pertenecía por ley su usufructo. También dabstenerse de esclavizar indios, sin permiso de los Soberanos. encomienda, en especial, colonizar Coquibacoa, y, en recompegozar de la mitad de los productos del territorio.

    —Habrase visto qué desfachatez —recriminé a don Alonso. Vnen y disponen de nosotros, de nuestras tierras, de todo lo que hay ddel mar. ¡Son unos usurpadores! ¿Es que acaso quieren domesticcomo a los animales? Me preocupa la humanización de nuestra gmediante la deshumanización de los medios para hacerlo.

    Él contestó, afligido, que yo no dejaba de tener razón, pero qusoldados como él tenían una misión, y esta era someter por la fuequien se opusiera a la conquista.

    —Así sea una injusticia, Alonso.—Sí, aunque lo sea. También hay opresores en tu pueblo. Tú m

    ma eres parte de ellos, someten a otras tribus por la fuerza.—Hay otras alternativas, mi señor. No convertirse en opresor d

    opresores, sino en restauradores de la humanidad de ambos. Algunlos libros que leímos en el viaje, hablaban de liberarse a sí mismoliberar a los opresores de su inhumanidad. Y ahora tú me vienes codel deber del soldado. ¡Qué asco! Ustedes son voraces, se nutrenmuerte.

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    —Y ustedes, son caníbales, se nutren de la vida, del desalientmiedo. Recuerda que te conté de un pueblo donde estuvimos antetuyo. Ellos me pidieron protección, para que los defendiera dcaribes que los acosaban. Sé que fui violento, pero quería congraccon ellos.

    —Tienes la virtud de enredarme con tus argumentos.—No, querida, es la realidad que es muy cruel. Por ejemplo, p

    cosas que haces, por tu manera de ser, sé cómo piensas.—¿Cómo crees que pienso?—No lo sé exactamente, pero sí te observo, y veo lo que haces

    se reproduce en tu cabeza, en tus ideas.—Entonces, allí también nos capturan, nos esclavizan, nos rap

    ¡qué horror!—Sí, y les sacamos ganancias también.—¿Cómo protegerme de tal cosa, Alonso?— Mientras defiendas intereses que no son los tuyos, y que in

    están en contra de toda tu gente, aunque sean enemigos, no podefenderte.

    —Entonces, estoy perdida.—No necesariamente. Lo que debes hacer es estar atenta a lo

    realizas porque a veces uno hace cosas que no sabe que las haceeres tú en lo profundo.

    —¡Por eso es que te amo, porque me haces pensar!—Al defenderme a mí de los tuyos, estás contra ellos —cont

    hablando—. Yo soy el invasor de tu pueblo, quiero que estés consde ello para que después no me recrimines. No dejes que te destruquiero eso, sino que sigas siendo tú misma, que estés conmigo siepero consciente, lúcida, para que después no me juzgues y me oditengo que hacer lo que debo hacer, soy un soldado. Date cuentaperder tu lenguaje y aprender el mío, también es una forma de domción, y a propósito: dime, ¿qué sueñas, Isabel?

    —¿Para qué?—Porque hasta allá nos metemos nosotros. Los sueños te dice

    lo que te estás convirtiendo.—¿No eres un poco sádico, mi Capitán?—No. Te repito, soy realista. Fíjate en el sacerdote que te en

    religión, ¿qué te dice?, ¿qué es Dios para él?, ¿qué piensa de usted

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    —Que todo lo nuestro es malo. Nuestra manera de ser, de vestirnos, de bañarnos todos los días, de reírnos, de hacer pipí singüenza, de amar espontáneamente. Sí, tu Dios está teñido de obridad, no nos quiere, no nos acepta como somos. ¡Le horrorizamCreo que su Dios es muy gordo. Y ahora empiezo a entender. están convirtiendo no sólo en esclavos de hecho, sino en escmentales. Nos empezamos a rechazar a nosotros mismos. La odiencia, la esclavitud, la sumisión, se instalan dentro de nosopero es una cuestión de supervivencia, ahora lo sé. Si protestamomatan con la superioridad de sus armas y de sus artes de guerra.

    —Sí —razonó don Alonso— estamos totalmente dentro decabeza.

    —Yo me revolví enojada y me lancé contra él. Quería golpecara de cínico.

    —¡No te alteres! Es una cárcel sin barrotes. Al menos la tuya, de estar dentro de tu cabeza, prefiero estar dentro de otra parte —besando precisamente esa otra parte.

    Los razonamientos terminaron en la cama endoselada de la mdre de mi conquistador, que al fin y al cabo también había sido quistado.

    —Entonces —acusé entre besos— ya no necesitamos tus soldporque se han metido dentro de nosotros.

    —Literalmente sí, mi querida. Eres demasiado inteligente, eso quiero que no te desperdicies, y aprendas definitivamente a escribir. Yo sé que es un arma de doble filo. Te integras, pero tamsabrás defenderte.

    Tengo que grabarme esto en la cabeza. Llevo un soldado esñol dentro de mí, me pesan sus herrajes. Me sofoca esta opresióel cerebro.

    ¡Llevo un soldado español dentro de mí! ¡Llevo un soldado espdentro de mí!, y lo convertí en canción con sonsonete y todo.

    Alonso salió hacia la cocina, tenía hambre. Como vi que tard yo me levanté tras él. Cuando me acerqué, oí su voz conversandomadre; estaban cerca del fogón. Casi no pude contener la risa cuescuché los cuentos de Alonso acerca de mis tierras:

    —Tienen unos pájaros muy extraños: el colibrí que se mantienrocío de las flores como las abejas. Son muy ligeros, se cuelgan árboles con su pico largo y fino, para dormir. Cuando truena, despi

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    se echa a volar. Es casi como si resucitara. Contra la tristeza y loscomen una especie de tórtolas que siempre andan en parejas. Sonfieles: cuando se muere uno, el otro anda siempre llorando soliAseguran que su caldo contrarresta la tristeza. A las mujeres ceque la ingieren, se les quita esta tarrasbaquiña. También a los hom

    —Es increíble, hijo —dijo doña Engracia—. Pero sigue contaes muy interesante.

    —Las gallinas, son muy raras, pues tienen la cabeza azul y lasredondas. Los machos son muy grandes y los llaman pavos. Tienepapada y gran pechuga. Un pico de carne acompaña al verdaderogándole hasta el piso. Bufan como toros en las plazas. Los que qumal a otro, dan de comer este pico blanduzco, para que no pueda ael miembro varonil.

    La risa de doña Engracia resonó en la cocina. No podía connerse, le hizo mucha gracia el comentario de su hijo.

    Él prosiguió narrando. Yo, quieta en la penumbra, también son—Hay una especie de conejo como calabaza, que ellos lla

    “cachicamo”. está todo armado de conchas, muy duras y reciasanimal se llama “iguana”, parece un dragón verde, lleno de escson del tamaño de un brazo. Anda en los árboles, y a veces en elNo tiene ponzoña, ni hace mal a nadie, pero fea sí es, aunque bde comer.

    «Los “caimanes” son grandísimos lagartos muy gruesos e Tienen pies y manos, y colas largas. La boca es muy ancha. Puedegarse hasta a un hombre entero. Son negros y cubiertos de una comuy dura. Andan en los ríos y en el mar, a orillas de los mangdonde ponen sus huevos. Hay una serpiente que no me vas a creertiene dos cabezas, y en cada una de ellas tiene ojos y boca y lengtiene cola ninguna, anda hacia ambas partes, a veces guía una caba veces la otra. Cuando aparece en una casa, es señal de que la está embarazada, pues parece que le gusta la leche de las parturiHay brebajes de esta culebra, para tener el miembro siempre arm—Los dos rieron a la vez. Yo me fui a dormir y los dejé con la cháSe estaban divirtiendo mucho a costa de nuestras costumbres. Ydivertía con las de ellos.

    Al día siguiente, Alonso me llamó muy temprano. Yo no qlevantarme. No me acostumbraba a este frío tan intenso.

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    —Se acerca la Navidad, Isabel, ya verás qué hermosa es. Andatete y abrígate muy bien que vamos a la misa del gallo.

    —Yo no me quito las mantas de encima, ni loca que estuviera. tú solo.

    —No, quiero que oigas los cantos de Navidad. Es una experieque no puedes perderte, después no sabremos cuándo regresare¡Anda, haragana, levántate!

    Me costó muchísimo salir de las cobijas, estaba por completozada del frío que tenía. Hubiera preferido quedarme con Alonso accada en el calor del lecho. Parece que esta era una fiesta muy impopues sentí que toda la casa se levantaba para ir a la misa. La madAlonso, con todo su séquito, pasó ante la puerta de nuestro cuadejándome una capa de piel blanca muy abrigada. Le agradecí elregalándole después, una esmeralda que me había obsequiado mi cuando tuve mis primeras reglas, día que en nuestra casa se celecon mucha seriedad. Mi adorado hombre estaba muy contento, ppor fin, su madre había tenido un gesto amable para con mi person

    Doña Engracia de Medinaceli, que así se llamaba la matrona,hizo la amabilidad de esperarnos para asistir con nosotros a la misuna manera de influir en su hijo, para que se quedara en su paísregresara al Nuevo Mundo, pues ella temía por él. Pensaba que aceptaba a mí, él lo pensaría mejor. No conocía a su hijo cuandoponía su empeño en una cosa.

    Partimos todos juntos por las calles aún oscuras. Los candilealcanzaban para poder ver los cagajones que dejaban los cabAlonso me advertía de vez en cuando para no pisarlos, o me tomasus brazos al pasar los charcos muy comunes en aquella hora, emuchas personas inescrupulosas echaban los orines a la calle. Tono salía de mi asombro ante aquellas casas tan altas, más aún cullegué a la catedral. Ahí sí me quedé alelada ante la magnificenciagran construcción de piedra. El olor del incienso, el de la cantida velas prendidas y el aroma de los nardos, produjeron en mí una sción extraña, entre erótica y mística. Si hubiera sido posible abrazmi amado allí mismo, delante de todo el mundo; tal era mi exaltaci

    Alonso notó mi inquietud, y me apretó fuerte entre sus brazosmadre nos miró de mala manera. Yo me retiré un poco ante la socomprensiva de él, que procedió a explicarme lo que estaba paspues todo era alucinante para mí. No podía creer lo que estaba vie

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    Todo era tan alejado de mi realidad, que me costaba digerirlo. Así me entendía.

    —Observa, Isabel. La capilla musical consta de cuarenta cane instrumentistas, que son los que llevan esos objetos musicaleslas manos. En esta corte, hay una intensa actividad musical y liteEsta última es la que a ti te gusta tanto, esa que tiene que ver coescritura y lectura de libros.

    —¡Es hermoso lo que cantan! —exclamé yo.—Sí, es una recopilación del cancionero del Duque de Cala

    que es única en su género, porque escoge una selección de villanasí se llaman estos cantos, que provienen de cantos profanos, adapal ambiente religioso. Estas son mis festividades preferidas, Isabeso quería que vinieras, a pesar del frío que sé que te molesta.

    En ese momento entran en escena siete pastores, el Niño, la Vi y San José. Cantan en sus respectivas lenguas loas a la Virgen y ante el pesebre. La Virgen, diligente, canta el Magnificat y recibe elolivo de Jesús en la última intervención.

    Yo realmente estoy arrobada, casi mareada de tantas cosas nuLa suntuosa capilla no cabe en mis ojos poco acostumbrados adimensiones. ¡Este dios debe ser muy poderoso!

    —Alonso, sostenme que voy a caer al suelo.La madre de él sacó diligente un saquito que olía muy fuerte

    acercó a mi nariz. Reviví de inmediato.—Sé que son demasiadas emociones juntas —dijo él abra

    dome— pero no te desmayes otra vez que vieneLa Trulla . Es uno demis villancicos preferidos, además este es sinónimo de algarabíallicio. Lo popular llevado a lo sagrado. Te va a gustar. ¡Escucha!

    Por fin salimos del templo. Un viento frío nos recibió, pero cnamos todos juntos y apretujados para protegernos de él. Seguíantando los villancicos por las calles que se habían animado.

    —Esta es la feria de Navidad —me informó Alonso—. Todoaños en esta fecha se instalan en las calles un sinnúmero de vendeque presentan productos de todas partes.

    —Vamos a tomar un vaso de vino caliente, esto te quitará el fmi madre también.

    Mi curiosidad se había acrecentado ante tantas cosas que veípuestas. Nosotros también hacíamos mercados, pero lo más exóti

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    lo que traían los indios de las montañas de arriba del lago. Estos cados de España no tienen comparación.

    Alonso comenzó a explicarme cada cosa. —Mira, Isabel, estalanas y sedas de Venecia, una bella ciudad muy poderosa donde t varé antes de regresar al Nuevo Mundo, pues en cierta medidparece al tuyo. Ellos venden monedas de plata y oro, añil para pinsedas, piedras preciosas y porcelanas. También puedes encontrar cias orientales, esas que a ti te gusta cocinar: pimienta, nuez mostamarindo, clavo, jengibre, y hasta canela de tu tierra. Fíjate enpuesto: hay frutas secas de Creta, trigo de Sicilia, oro de Tún Trípoli; y lana, aceite de oliva, coral y cobre de Languedoc. Hay cles de Apulia, sal de Chipre, sosa y alumbre de Siria, perfumePersia, ámbar, almizcle, antigüedades, marfil de África. Pielesnorte de Europa, azafrán y miel de Cataluña, cristal, metales forjadhasta mapas, brújulas y relojes de arena.

    —Alonso, compra un reloj de esos. Estoy cansada de ver la hormi sombra. Cuando no hay sol me veo en aprietos, sobre todo cuanno regresas de tus incursiones.

    A mi amado siempre le parecían graciosas mis ocurrencias, ptanto, lo que hizo fue reírse, y comprarme uno de aquellos relojes.

    —Yo creí —dijo— que te antojarías de alguna joya, pero noeres más original. ¡Mírese que un reloj de arena! Yo compré una bnueva, la que tengo ya ha recibido muchos golpes de tantas tormen

    —Mira, Alonso, allí hay medallas, camafeos, manuscritos de liarmas que a ti te interesan tanto. Vamos a verlas.

    —Mira tú las joyas, mientras yo veo los instrumentos astromicos. Quizás encuentre alguna novedad.

    —No, Alonso, no te separes de mí, puedo perderme entre tagente. Sin tus brazos no soy nada en este mundo.

    —¡Una guerrera como tú decir eso! ¡Me asombras!Él no sabía por lo que estaba pasando, esto era un sueño llevad

    realidad. Se empezaba a vivir el mundo de las pesadillas o de los amás profundos. No es real, ni este amor tampoco lo era, por ser dsiado intenso.

    Una salamandra incrustada de rubíes me trajo de nuevo atierra, junto con la cruz de Malta, las cadenas de oro, los cruciflos anillos de oro.

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    —Cuando nos casamos —expresó mi esposo— no tenía un aque regalarte, así que escoge uno, el que más te guste. Este es unbolo de unión. Yo también debo llevarlo siempre.

    Yo elegí uno muy simple según él, pero muy sobrio. Lo queencantó de todo esto, es que sería algo para apretarnos más. Peroirónico, por este metal se mataban los españoles entre sí, y a nostambién.

    —Tienes que explicarme esto, Alonso. No lo entiendo.Nos dirigimos, con nuestros anillos puestos, hacia un puesto l

    de santos y de imágenes de la santa virgen que tanto adorabaamado, hasta celos de ella tenía. Alonso escogió una muy bdiciendo: “Esta será para la capilla del pueblo que fundaremos costas de Coquibacoa”. Yo me quedé impresionada de imaginuna iglesia en mis tierras desiertas.

    —Alonso, ¿tú pretendes que mi gente acepte a esta virgen? Cque te será difícil. La adoración al Sol está arraigada profundameno ser que la vean como la madre tierra de la fertilidad.

    —Pero vayamos un poco más allá. En los mercados de los dogos, hay un hombre que vende manuscritos y libros de personas qhan muerto. En realidad, me dijo que vende muy poco, porque la tiene miedo a estos libros por eso de que son de personas fallecidahe hecho asidua de estos mercados. Después de misa, le hago coma tu madre sólo para comprar libros.

    —Extraña afición —respondió.—Por ésta me he hecho amiga de tu madre, pues ella lee mu

    Cuando estás de viaje, me enseña muchas cosas, así como tambiamiga, doña Beatriz Galindo, que enseña latín a la reina Isabel. Eque llaman “La Latina”. Tú la conoces, Alonso. Me está enseñesta lengua. Recuerda que para mí es fácil aprender idiomas.

    —Veo que aprovechas bien el tiempo en que yo no estoy conti—Pero esto le disgusta a tu hermana. Creo que no me puede

    me odia.—¿Siguen sus intrigas contra ti? Si es así, mantenme inform

    pues nos podemos ir a vivir con el obispo Fonseca. Total, no estarmucho tiempo aquí.

    —¡Mira, Alonso! Ahí están los libros de Antonio de Nebr Introductiones in latinam grammaticam. Doña Beatriz me dijo que si loencontraba lo comprara, pues es muy bueno. El otro domingo co

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    suGramática sobre la lengua castellana . Él es el único que ha escritosobre esto.

    —¡Me tienes sorprendido, Isabel!—Te sorprenderé más si te digo que don Hernando de Talave

    que es el confesor de la Reina, me regaló un libro de don Diego Vque se llamaHistoria del mundo hasta nuestra época , pues se quedó en-cantado de que yo supiera tan bien el castellano y de que estuaprendiendo el latín con la amiga de la Reina.

    —Me estás haciendo buenas relaciones. Tu capacidad de apreno deja de asombrarme. Cuando estemos en casa te leeré yo —susurró él— pero cosas del amor, que son las que a mí me gustan. la otra cara de la moneda.

    Cuando llegamos a ella, nos encerramos en nuestro aposenAlonso, como me prometió, y ya desnudos, puso el libro del Dantbre mi pubis, y lo leyó desde allí. Su voz retumbaba en mi vientfinal, yo no sabía lo que me leía, sólo su voz... la saliva chispeasus zetas... el aliento candente sobre mi piel.

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    Doña Isabel cuenta del viajeque hizo por amor al Gobernador a las regioneignotas de El Dorado

    Os agradezco desde el fondo de mi corazón la desesperación que me causáis,y detesto la tranquilidad en que vivía antes de conoceros.

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    Las mujeres sólo emprendemos grandes aventuras por amorcomo los hombres, que lo hacen por ambición. Por eso, siempracompaña la guerra y la muerte. Aunque descubriría en este viajelos hombres atacan por miedo, por un profundo temor que siempracompaña.

    Navegamos hacia la tierra de mis antepasados, una tierra que nexistió más que en la imaginación de los conquistadores, puestoellos no la podían ver. A don Alonso lo llamaron Gobernador desprincipio, aunque todavía no se sabía lo que habría de gobernar. Emí me causaba mucha gracia y le gastaba bromas que a él no le daban, por supuesto.

    Partimos del puerto de Cádiz en busca de El Dorado. Don Alono le había dicho a Fonseca que antes de llegar a la GobernacióCoquibacoa pasaría por esta zona. Era un secreto tan bien guardque yo misma no lo sabía. Claro, ahora entiendo, a él le ofrecier

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    Gobernación de todas las tierras que fuera descubriendo. Por lo tel misterioso Dorado sería de él si lo viera primero, aunque estulejos de su inicial Gobernación. ¡Qué pícaros!, seguro que Foestaba metido por medio.

    Él no sabía de los peligros de los ríos que habríamos de cruzael camino, acontecen diversos hechos que iré narrando poco a pues con él iba una cantidad de hombres, entre los cuales se enconun grupo de aventureros que se le habían unido en búsqueda detuna. Esto preocupaba al obispo Fonseca, pues se temía que matanovel Gobernador. Por eso, al conocer los socios que llevaba su ale dirigió una carta muy preocupado antes de que mi amado saliepuerto. Yo la leí, y no me gustó nada las alusiones que hacía de msona, pero eso sí, le avisaba que tenía sospecha de algunos de lodados que llevaba consigo, pues eran unos ambiciosos, especial Juan de Vergara, que comandaba uno de los cuatro navíos, llamSanta María de la Granada ; y García de Ocampo, que capitaneaba laSanta María de la Antigua . Y había otros más, y que por unos cuantohombres menos no había de dejar de hacer su jornada. Le rogabechase fuera, que si por compasión de verles pobres y necesitadoquisiese sacar, don Alonso mismo les proveería y sustentaría, miél iba a descubrir la tierra, y que después de descubierta podía envellos y hacerles el bien que quisiese. Y que así mismo le rogaba llevase consigo a doña Isabel, pues él bien sabía que siendo una ipodía perjudicar, pues ante un enfrentamiento, ella estaría consuyos, y que se corrían rumores de que ella lo tenía hechizado; smente estos comentarios partieron de la hermana de Ojeda. Y fuera verdad o no, además de ser cosa tan fea y de mal ejemplo, pnuevas que de ella tenía, antes le causaría más daño que provecho vada. Esto puso suspicaz a don Alonso. Él me decía que todos lodados estaban enamorados de mí, que tendría que cuidarme de aen adelante, especialmente de Vergara, que se le salían los ojos cme veía. No podía disimularlo.

    —Incluso arden en fuego los más recatados y discretos —obdon Alonso— “porque tu buen donaire y tus meneos, ponen espuelas al deseo”.

    Mientras me decía esto al oído, metía sus manos por mi falda acariciarme las nalgas.

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    —No deja de tener razón mi amigo en escribirme —cavilóGobernador pero, por supuesto no le hizo caso. Es más, por recomdación mía no le respondió, aunque yo sabía que los soldados seña ya me estaban mirando de mala manera, muy lujuriosos ellos. Bastener mala fama, para ser un bocado apetecible para los hombres.

    Llevaba el Gobernador, por guías, unos indios que había caprado, y le dieron noticias de El Dorado, así mismo un español había entrado por el río de La Santa María de la Mar Dulce.

    ¡No crean que yo fui solamente como esposa de Alonso de Oen este viaje! Pues no, yo tuve que ganármelo contándole las histolos primeros blancos que estuvieron por aquí. Esto nos apoyaría viaje, pues se sabía muy poco del camino que íbamos a empreHasta entonces no había caído en cuenta, aunque siempre me preg¿para qué Alonso quería la información que Colón le había entregFonseca, si el único que había entrado hasta Coquibacoa era él?

    —¡Presta atención, Alonso, que esto es muy importante par viaje! Vamos a ir aguas arriba, el río entra en la mar doce leguas sinamargor de ésta lo corrompa. Tenemos que tener cuidado con la corriente, pues intentar ir por tierra es imposible, de manera que mos en gran peligro por lo desconocido de la región. Los hombresdrán gran trabajo físico, porque deberán ser remeros, soldadmarinos. Para subir el río, no servirán las velas. Yo nunca he estadaquí, pero creo entender un poco su lengua. De lo único que esegura es de que, según narran las historias nuestras, la gente parestos lugares, buscando el mar. Seguramente encontraremos unasdras pintadas que son parte de la leyenda. Si es así, entenderé su iditrataré de comunicarme.

    Doña Isabel cuenta del viaje que hizo...

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    De cómo se corrió la voz de que los guíasdesvariaban y los traían engañados, que no habtal Dorado, ni más qué buscar de lo encontradoEl capitán Ojeda se mostraba muy diligente dando órdenes a d

    tra y siniestra. Todo parecía ir perfecto. Para asegurarse del éxitoexpedición despachó a Pedro de Ojeda, su sobrino, que capitaneanaveSanta María de la Magdalena , que con treinta hombres se adelan-tase, veinte leguas río arriba y que, juntando también a la margen dtoda la comida que pudiese, esperase al capitán Vergara, y ambosguardasen allí para que todos juntos emprendieran el viaje río arrib

    De repente, instalada ya en las riberas, me doy cuenta de que edescribiendo el viaje: “¡Está bueno!” —pensé—. “Ahora estoy ctida en la cronista del Capitán. Bien, toda mujer enamorada ha heesto alguna vez, así que no tiene nada de raro que yo escriba y emientras lo ame”.

    Vergara contravino las órdenes, pues éste se echó a navegar y reunió con Pedro, nuestro sobrino, donde le mandó don Alonso.que con poca comida sobrepasó la boca de otros ríos más adelpasándose más de doscientas leguas río arriba, hasta que hambtos, y con muchas dificultades encallaron en una isla que llamó cnombre. Yo creo que esto es lo que quería el soldado, destacadescubrir por su cuenta el Dorado, para hacerse rico de una veztodas. No había otra explicación para su conducta. Alonso debió

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    cuenta de las intenciones de Vergara, porque se rio socarronam—¡Ja! ¡ja!, buen chasco que se llevó, si creía encontrar el oro tan

    Como nosotros nos demoramos en llegar a ese lugar, el joPedro estaba inquieto, porque el hambre les había llevado a comemanes pequeños que mataban con sus arcabuces. Además, comindios eran belicosos, fortificaron un sitio con un grueso palenVarios días tardamos nosotros en llegar, mientras tanto los hombrVergara hicieron desastres con los naturales. Increíbles historiamatanzas y traiciones nos esperaban, pero ya el mal estaba hechocrueldades de los españoles volaron por todas aquellas tierras. El imperaba ahora.

    Mientras tanto, nosotros esperábamos el otro bergantín que semoró en llegar, como siempre sucede. En realidad, Alonso no pesta circunstancia. Fue un error que pagaría más tarde con el cansala rebeldía de los soldados. Y para colmo de males, cuando por finel barco, se le abrió el casco por no haber secado bien la madera. Lmura con la que salimos había causado todos estos trastornos. Asnos quedamos con una sola nao, para dar cabida a toda la tripulacidon Alonso no le quedó otro remedio que instalar una ranchería aderecho del río para que se quedaran veinte hombres, teniendo cude levantar unas defensas de troncos de árboles para defenderse. Mmal que llevábamos buenos carpinteros e instrumentos para cmadera. Esta fue la causa de detenernos más tiempo, haciendo de ncanoas y balsas donde cupiese la gente para el regreso.

    Un día me desperté llorando, no podía contenerme. Alonso qsaber por qué lo hacía, cuál era la causa de esta tristeza.

    —¿Qué congoja tienes que así lloras? Si es que tienes alguna sidad, dímelo, si te preocupa nuestro destino, te aseguro que vas cansar en buena tierra, pues tras la necesidad hay abundancia.

    —Señor, esta tristeza no es por eso, ni temo yo a la pobreza si junto a ti, pues vos sois mi riqueza, y no quiero más bien en estaMas te contare mi sueño, el que me hace llorar en esta hora —con yo, en mi nuevo lenguaje aprendido en los libros.

    No podía dejar de llorar, mis lágrimas eran incontenibles. Sólquedó abrazarlo fuertemente. Mi hombre, apretó mis senos contpecho. Esto hizo que contuviera mi llanto y le pudiera contar el sque me mortificaba.

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    —Soñé robos, incendios, tiranías. Sangrientos tratos y traicio Te vi tendido en el suelo, con la palidez de la muerte, atravesaduna flecha envenenada. Encarnizados en ti, no me veían arrodilsintiendo en mi pecho tu flechazo. Al despertar, no sabía si era cmiré mis pechos y sangraban, dormía todavía.

    —No debes tener por verdad los sueños, pues muchos sientenperecen, y no por eso es cierto que acontece. Además, yo soy inmlas flechas y a las espadas. Me protege la Virgen que me regaló mi el Obispo —me dijo Alonso, sonriente escuchando mis congojas.

    —Te engañas a ti mismo —sollocé—. Hay muchos falsos y dores en tu ejército, y peligros en las flechas de mi gente. No darriesgarte tanto, sin ti no podría vivir.

    —Mi felicidad y pensamientos en ti están, Isabel. No quiero sigas preocupándote, me haces daño con esto.

    Los días siguientes, la pasó de un humor de perros. Era tantarabia e impotencia, que no tenía ni tiempo de hacer el amor. Realmestuve pensando largo tiempo si valía la pena seguir adelante eempresa, la del viaje hacia los sueños de él.

    Por todos los inconvenientes que tuvimos con el bergantín, vimos obligados a dejar matalotaje y ganados, quedando la mayoren tierra, con pertrechos de guerra, y los caballos que se quedaron rrones y sin dueños por aquellos montes.

    ¡Ay de mí! Cómo sufría viéndolo tan preocupado. A veces sepertaba con pesadillas en la noche. Yo le ponía pañitos fríos en la cpara que descansara, también mojaba sus pies en aguas perfumPero la gente siempre piensa mal, especialmente los soldados, bruincultos que decían que Alonso estaba frágil y flaco y que se habítado demasiado a la mujer que llevaba, la cual lo tenía hechizado,por ella se regía y gobernaba y que a los soldados que delinquían lodenaba en pena a remar en la canoa de doña Isabel. Además, el Case apartaba del campo con la doña Isabel, para poder comunicarsecuentarse más a menudo, y que aborrecía la compañía de los soldaque le pesaba le estuviesen mirando cuando comía… y que por ellmuy olvidadas las cosas de la guerra.

    Todas estas habladurías de los soldados, yo se las comenté aAlonso. Éste se echó a reír.

    —Pero sí es verdad —comentó ahogado por las carcajadas—el mundo entero no hay ningún señuelo comparable a la mujer

    De cómo se corrió la voz de que los guías...

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    ninguna tentación que sea más sugestiva. Tú no sabes nada de tu p¿o te haces la tonta? Sí, es verdad, me tienes totalmente dominsujeto a tus bragas. ven para acá y te lo demuestro.

    En ese momento, yo fui el objetivo contra quien iban todos losgustos de los inconvenientes por los que pasábamos. No sabían qen casa tenía suficiente con los míos, pero estas reacciones de Ahacían que cada día me enamorase más de él.

    Por fin, logramos salir río arriba, todos con mucho disgusto ppérdida del ganado y lo demás que tuvimos que dejar, y también inseguridad en que quedaban los hombres.

    El segundo día de la navegación perdimos de vista a los quhabían quedado. De allí en adelante, toda era tierra llana. Al terceel navío, por ir tan mal acondicionado, dio en un bajo y se le salpedazo de quilla. Pasamos un gran susto, casi nos fuimos a piquque tuvimos que hacer a la orilla para repararlo. No sé cómo decíatodo esto, que el Capitán se la pasaba en mis enaguas. Él ni siquiquedó allí reparando el mal, sino que siguió adelante, hacia destaba su sobrino, pues estaba preocupado por éste. Era una granponsabilidad que tenía, pues lo había enviado sin prever las dificuque se le podían presentar. Pero ellos habían cumplido la encomipues nos consiguieron alimentos frescos, con los indios, que ezona eran muy pacíficos. Además, Pedro era tan simpático como

    Yo me puse a hacer algo inusual en un papel grueso, que no eramis notas habituales. Iba dibujando un mapa con las islas, bajos, ates, y otros, así como pueblos indios.

    Las nuves amenazan lluvia (quiero dejar sentado que esc“nuves” con v pequeña, porque así me gusta, pues ellas son horizo y ese palo alto interrumpe su desarrollo). El calor es muy fueraguacero no tarda en caer. Los pájaros se alborotan en los nidoschirus, arrendajos, pájaros negros y amarillos, también veo cerdo vajes, que los indios llaman huanganas.

    Encallamos en un bajo de nuevo. Tuvimos que saltar a tierra que los soldados pudieran desencallarlo. Me asusté mucho, puserpientes negras y amarillas como los pájaros, cruzan la corrientcasas de la orilla se levantan en horcones. Se sube a ellas por unalera tallada en un tronco de árbol inclinado. Las paredes son de verticales, el piso de palma y el techo de guano igual a la de noso

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    Coquibacoa. De sus habitantes. No sé qué decir, pues todos habíando ante la fama, bien ganada, de asesinos que tenían los españoles.

    Don Alonso mandó fuese adelante el barco, con toda la comidahabía traído hasta allí, para socorrer a Juan de Vergara que debía disgustado por la tardanza, aunque él se había adelantado por su cdesobedeciendo órdenes. Así que, de nuevo, me fui sin mi amGobernador. Navegó el bergantín sin detenerse. Veo en las aguasfines grises que saltan ante nosotros. Por fin damos con la boca ddonde nos esperaban nuestros compañeros de viaje, alegrándose mde vernos.

    Todas las noches saltábamos a tierra para dormir, pues no atrevíamos a hacerlo en el bergantín porque los maderos que bajrío abajo eran peligrosos. Al siguiente día pude observar a algindios. Las mujeres iban todas desnudas de la cintura para arriba,hombres totalmente, igual que en nuestro pueblo: lo que pa