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Adorable rebelde dahlia kosinski

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Transcripto por Helectra

Si alguna vez pensaste que ser la hija del director del colegio te otorga algún privilegio

especial, ya mismo te sacaré la idea de la cabeza. Tomemos, por ejemplo, ese asunto del curso

de Literatura Superior de la señora McCracken. La señora McCracken es una de las profesoras

menos populares del Colegio Secundario Knox, y casi todos los que reúnen las condiciones

para entrar en sus clases se las arreglan de alguna manera para salir de ellas lo antes posible.

Pero no yo, la hija del director. Es que mi padre está muy orgulloso de su programa de cursos

superiores, y se sentiría muy ofendido si su propia hija no aceptara el honor de ser admitida.

Bueno, lo que es yo, no me sentía muy honrada en ese hermoso viernes del veranito de San

Juan de Michigan, el cuarto día de mi último año escolar, sentada en la clase de la señora

McCracken con otros cuatro pobres tontos (que por sus propias razones privadas tampoco

podrían salir de allí).

Algunos detalles con respecto a la señora McCracken. Tiene más o menos setenta años, es

grandota, pechugona, con pelo de algodón, ojos de águila, lengua viperina y, por lo general

puntiaguda como una tachuela. Si una quiere explicarle porque de ninguna, pero ninguna

manera le puede entregar su monografía a tiempo, te clava los ojos con su mirada de acero y

responde: ―Es evidente que te equivocaste si pensabas que me importaría‖. Además antepone

un ―señor‖ al nombre de todos los autores que leemos. Por ejemplo, dice ―el señor

Shakespeare‖ o ―el señor Jonson‖. Como si no fueran de veras famosos escritores, sino

personas comunes corrientes que trabajan en un banco o algo por el estilo. Excepto cuando se

trata de Charles Dickens, a quien llama ―el querido señor Dickens‖. Se le humedecen un poco

los ojos cada vez que habla de él, lo cual sucede a menudo. Hace tres años que estudio

literatura con la señora McCracken y nunca hemos leído nada escrito con posterioridad a 1900,

porque cada vez que nos encontramos con Historia de dos ciudades o David Copperfield, o

cualquiera de sus obras, la señora McCracken exclama: ―Oh, chicos, el señor Dickens tenía

tanto talento que todavía no puedo decidirme a seguir adelante‖. ¿Qué les parece si leemos

Grandes ilusiones?; y así hasta las vacaciones de verano.

― Muy bien, alumnos: por favor, abran el texto del señor Homero en el renglón 137 ―

ordenó la señora McCracken, a la vez que daba agudos golpecitos con su lápiz sobre el

escritorio ―. ¿Quién quiere empezar a leer?

Suspire. No se porque tenía la sensación de que mi último año iba a ser un gran engorro. No

sólo por la clase de literatura y su inmutable lista de lecturas. Se trataba de mí, Melanie Merrill,

y de mi inmutable vida social. En el rating de popularidad, supongo que estoy justo en el

medio. Eso significa que siempre me las arreglo y encuentro un acompañante para las fiestas de

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promoción, pero nunca para el Gran Baile de Otoño. Las chicas realmente populares tienen

invitaciones para todas las fiestas. Katie Crimson, por ejemplo, mi mejor amiga fue a más o

menos quinientos bailes desde que tenía, doce años. Debo admitir que ser la mejor amiga de

alguien tan popular me ha dado cierto grado de respetabilidad.

Soy respetable, sí, pero no es porque brille en alguna forma especial. Quiero decir que no

tengo un novio y no pertenezco a ningún grupo determinado. La mayor parte de la gente me

tiene como la hija del director… un artefacto escolar tan permanente e inevitable como el

lavatorio de los baños, pero no mucho más atractivo. En realidad, aunque no soy una alumna

de promedio diez, ni una soplona, ni una persona obediente, de alguna manera la reputación de

ser… ¡―tan buena, pobre‖!. A veces pienso que todo eso viene incluido en el hecho de ser la

hija del director; básicamente, tendría que haber ido por ahí sembrando bombas y copiándome

en los exámenes para la gente se de cuenta que no soy tan buenita.

Con todo, no podía menos que soñar que este año sería distinto. Tal vez dejara de ser Melanie

Merrill, la hija del director, y empezara a ser popular o hermosa o sociable. Tal vez…

― Melanie Merrill ― llamó la señora McCracken, interrumpiendo mis cavilaciones ―

¿Tendrías la amabilidad de leer en voz alta para nosotros?

Otra cosa negativa de la señora McCracken. La manera en que dice: ―¿Tendrías la

amabilidad?‖ o ―¿Te importaría?‖. Es su forma de recalcar que somos estudiantes y que, por

más que, por más que nos importe, no podemos decirlo porque estábamos a punto de

recibirnos.

Abrí mi ejemplar de La odisea y comencé a leer en voz alta. En realidad, no me importa tanto.

No es tan estresante porque los demás siguen la lectura en sus textos. Además, después los

profesores no vuelven a llamarte porque consideran que ya has participado lo suficiente.

Las ventanas del aula estaban abiertas y la cálida brisa de septiembre golpeaba en las

persianas. Escuché como mi propia voz bajaba y subía al ritmo de las palabras. Llegué a la

parte en que Ulises y sus compañeros asestan el golpe contra el ojo del cíclope:

Después, entre todos, alzamos el palo y lo introdujimos con gran fuerza en el ojo del gigante

dormido, que chirrió como cuando el herrero enfría un hierro al rojo…

¡BAM!

Mi voz se quebró y yo prácticamente me salí de la piel, dado que el ruido se había producido

justo detrás de mí. Me dí vuelta en mi asiento y vi a Brad Hopkins, el capitán del equipo de

futbol, tendido en el piso con los ojos cerrados y un enorme chichón en la frente.

― ¡Santo Dios! ― exclamó irritada la señora McCracken desde su atril ―. Señor Hopkins,

¿Tendría la amabilidad de volver a ocupar su asiento?

Las pestañas de Brad aletearon, pero él no se despertó.

Robin Christiansen, que estaba sentado junto a Brad, levantó la mano.

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― Señora McCracken, Brad se desmayó.

La señora McCracken frunció el seño. Dio la vuelta a su escritorio y se ubicó para ver mejor a

Brad.

― ¡Oh caramba! ― musitó.

Se apresuró a recorrer el pasillo y se arrodilló junto a él.

― ¿Bradley? ― le dio unas palmaditas en la mejilla. ― Bradley ¿estás bien?

Brad gimió. Abrió los ojos y vio a la señora McCracken. Volvió a cerrar los ojos.

― ¿Bradley? ― La voz de la señora McCracken se hizo más aguda. ― ¡Bradley, despierta!

Él lanzó un gran suspiro y habló con los ojos todavía cerrados.

― Creo… creo que me desmayé.

La señora McCracken también suspiró.

― Ya lo veo ― dijo ― ¿Qué ocurre? ¿No desayunaste esta mañana?

Brad tragó saliva.

― No. Quiero decir, sí, desayune. Fue sólo que… oír lo de… lo del palo ardiente…

Volvió a tragar saliva.

La señora McCracken se acomodó sobre sus talones y le dio unas palmaditas en las manos.

― Vamos, vamos, Bradley ― dijo con energía ― No hace falta que hables más del asunto.

¿Quieres ir al consultorio de la enfermera Carlin?

Él hizo un gesto afirmativo.

― ¿Puedes caminar?

Brad asintió.

Los labios de la señora McCracken se fruncieron ligeramente.

― Te convendría abrir los ojos, Bradley. ― Se puso de pie. ― Melanie, si fueras tan amable,

¿tendrías la bondad de acompañar a Bradley al consultorio de la enfermera Carlin, dado que

fue tu apasionada lectura lo que pareció impresionarlo?

Volvió al frente del aula golpeando los tacones contra el piso.

Ayudé a Brad a levantarse y salimos con paso lento al vestíbulo. Mientras nos alejábamos, oí

que la señora McCracken decía:

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― Bien, jóvenes, creo que todos acabamos de ser testigos de que el poder de la literatura es

realmente grande.

Puse los ojos en blanco. Ya podría ver la pregunta del examen final:‖ ¿Qué poderosos versos

de La odisea, hicieron que Bradley Hopkins se desmayara?‖.

Brad se frotó la frente.

Yo traté de no mirar el espantoso chichón que tenía sobre el ojo.

― ¿Estás bien? ― pregunté con voz suave.

Él dejó escapar una bocanada de aire y sonrió.

― Sí, o al menos creo que lo estaré.

Caminamos en silencio. Brad Hopkins es la estrella de atletismo de la escuela y resulta muy

buen mozo a su manera, con su cuerpo enrome y macizo. Probablemente muchas chicas se

habrían sentido emocionadas de acompañarlo a cualquier lado, incluso al consultorio. Pero yo

conozco a Brad desde el jardín de infantes. No era emocionante para mí, sólo era un poco más

de todo auque a lo que estaba acostumbrada: Brad en su rol de muchacho popular, y yo en mi

rol de solicita hija del director.

Nos detuvimos frente a la puerta del consultorio de la enfermera Carlin y la secretaria, la

señora Zimmerman, hablaban con un chico al que nunca había visto.

Era un típico muchacho de buena apariencia, delgado, con vaqueros y una remera bajo una

muy usada camisa de franela. Llevaba corto el pelo castaño claro, aunque un poco despeinado,

como si se hubiera pasado las manos por él mientras esperaba que la increíblemente lenta

señora Zimmerman se ocupara de él. No vi sus ojos hasta que no se dio vuelta para mirarnos.

Eran de un verde claro y brillante, con largas pestañas marrones. En una chica habrían

resultado espléndidos, pero en un muchacho parecían… bueno penetrantes. El chico me miró

con una expresión que no terminé de entender.

― ¡Brad Hopkins! ― exclamó la enfermera Carlin ― ¿Qué te pasó?

Brad se tocó el chichón de la frente.

― Es una larga historia ― dijo ― ¿Podría recostarme un rato en la camilla?

― Por supuesto ― repuso la enfermera Carlin mientras lo tomaba del brazo ― Nicolette

Dunlap está allí ahora, pero sólo tiene calambres. Podemos hacer que saga de allí.

El chico nuevo sonrió y yo sentí que me encogía. Bueno ¡adiós privacidad para Nicolette

Dunlap!

Vi que la enfermera Carlin se llevaba a Brad y me di vuelta para retirarme.

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― Un momento, Melanie ― me atajó la señora Zimmerman ― Te presento al estudiante más

reciente del Colegio Knox. ― Se volvió hacia el muchacho nuevo ― Esta es Melanie Merrill,

la hija de nuestro director. Te acompañará a la clase.

Traté de sonreír con indiferencia, pero de buena gana había matado a la señora Zimmerman.

―Melanie Merrill la hija de nuestro director‖ ¿Es que jamás tendría oportunidad de demostrar

que yo tenía una identidad propia?

La señora Zimmerman sonrió.

― Primero tenemos que completar unos formularios. Bien, jovencito… ― Revolvió algunos

papeles. ― ¿Tu nombre es Bruce?

― Sí ― asintió el chico nuevo.

La señora Zimmerman terminó de llenar los formularios. Ella jamás permite que lo hagan los

estudiantes mismos, porque dice que no les entiende la letra. Mi padre dice que escribe todo en

código para volverse indispensable e impedir que él la eche. Por supuesto, si eso es cierto, todo

el sistema escolar quedaría reducido a nada cuando ella se retire.

La señora Zimmerman mordisqueó la punta de su lapicera y examinó los papeles. Lugo

extendió la mano a Bruce.

― Bienvenido al Colegio Knox, Bruce Conner. ― Hizo un gesto en dirección a mi. ―

Melanie te mostrará donde está tu armario y te acompañará a tú primera clase, que es…―

Volvió a revolver unos papeles. ― Literatura Superior con la señora McCracken.

―Que suerte para Bruce‖, pensé.

La señora McCracken entregó a Bruce unos veinte libros de texto un millón de hojas de papel.

Juntos salimos del vestíbulo.

― Acabo de conocer a tu padre ― dijo Bruce, en un tono como al pasar.

Lo miré por el rabillo del ojo. Casi había deseado que Bruce hubiera tenido su encuentro de

bienvenida con el señor Weller, el asistente del director. Pero luego recordé que se encontraba

en un congreso por el fin de semana en Grand Rapids, cosa de la cual me había enterado

porque esa noche su hijo Bobby daba una fiesta.

Decidí cambiar de tema.

― Deja que te ayude con eso ― dije. Tomé algunos libros texto y la pila de papales que

llevaba. Miré el papel que indicaba el número del armario de Bruce. ― Tu armario está en el

ala sur. Te mostraré donde es y podrás dejar los libros allí o hacer cualquier otra cosa.

Bruce pareció divertido.

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― Caramba, lo dices de una manera tan… profesional. Como si todo el tiempo no hicieras

otra cosa que mostrarle sus armarios a la gente. Autoritaria al mismo tiempo indiferente. ¿Eres

una estudiante regular?

― ¿Qué quieres decir?

― ¿Vas al colegio aquí o este es tu empleo? ¿Eres algo así como la embajadora de los

estudiantes?

― Oh, vamos. ― Fruncí la nariz ― Claro que voy al colegio aquí.

― Bueno, uno nunca sabe ― se defendió Bruce ―. Pensé que tal vez ya hubieras terminado el

secundario y que tu padre, por ser el director, te había dado este empleo.

Lo miré fijo. ¿Estaba bromeando?

― A los padres les gusta ayudar a que sus hijos consigan empleo, ¿sabes? ― siguió Bruce ―

Escucha esto. Durante un verano trabajé en un supermercado y estuvieron a punto de echarme

porque no conseguía que la máquina registradora anduviera rápido. Además, les hacía toda

clase de favores a mis amigos, de modo que me resultaba difícil lograr que el balance saliera

bien. Pero mis padres sacaron una máquina registradora de juguete del altillo, y todas las

noches yo me paraba atrás y ellos pasaban junto a mí simulando que comparaban artículos de

almacén en nuestra propia cocina.

Yo fruncí el ceño.

― ¿Y eso que tiene que ver con…?

― Bueno, supongo que tu padre quería ayudarte. Profesionalmente, quiero decir. Para

encaminarte. Y debo decir que te estás desempeñando muy bien. Como si hubieras nacido para

ser asistente de director o algo el estilo.

Sentí que las mejillas me ardían.

― No recuerdo… no recuerdo haber pedido tu opinión ― tartamudeé.

Los ojos de Bruce se agrandaron sorprendidos.

― Caramba, ¿por qué te pones tan nerviosa? No puedes culparme por encontrar extraño que no

estés en clase.

― Me limité a acompañar a Brad al consultorio ― dije en tono cortante ―. Eso no me

convierte en un comité de recepción unipersonal.

― ¿Brad es ese tipo que parce como si alguien le hubiera dado en la cabeza con una sartén?

― Ajá ― asentí, aliviada por hablar de algo que no estuviera relacionado con mi capacidad

como embajadora de estudiantes.

Empezamos a subir las escaleras del ala sur.

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― ¿Es tu novio?

No pude evitar la risa.

― ¿Brad Hopkins? Claro que no. Él es…― Furiosa, deje de hablar. La idea de salir con Brad

Hopkins era de lo más extravagante, pero no había ninguna necesidad de que es tipo lo supiera.

― Me imagino que debe ser difícil conseguir citas cuando una es la hija del director ―

Comento Bruce, pensativo.

― ¿Por qué lo dices?

― Oh, supongo que… ― Bruce pareció reflexionar. ― Bueno, la hija del director de mi otra

escuela también tenía mi edad y era… bueno insignificante y… en fin, es una historia

realmente espantosa, pero fue al baile de graduación con su tío. Pensó que no se darían cuenta

pero no engañó a nadie.

Mi presión arterial debió haber subido a veinte en dos segundos. Llegamos al final de la

escalera. Apreté los puños con tanta fuerza que me lastime las palmas de las manos.

― Eres grosero y detestable…

Él pareció sorprenderse.

― Caramba, yo no digo…

― ¡Me comparas con una chica insignificante que tiene que usar a sus parientes como

acompañantes! ― grité. No podía creerlo. Diez minutos antes tenía esperanzas de que durante

este años escolar pudiera brillar un poco, y viene este tipo y me dice lo más campante que es

inútil… que no soy más que la insignificante hija del director.

― No te estaba comparando ― Protestó Bruce ―. Me limitaba a decir que debe resultar duro

ser la hija del director. Si contra los otros… digamos, cinco millones de problemas.

Me quedé helada.

― No tengo cinco millones de problemas.

― No me refería a ti. Me refería a…

― Mi único problema ― dije en voz bien alta y clara ― es que ya desperdicié demasiado

tiempo en permitir que me insultes.

Le arrojé a los brazos los libros que llevaba. Él se tambaleo un poco y dejó caer dos de ellos.

No espere a que los recogiera. Furiosa, tiré sus formularios al aire y bajé a los tumbos la

escalera, en medio de una llovizna de papales blancos.

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Transcripto por Helectra

Más tarde, en ese mismo día sentada en el antepecho de la ventana abierta de la cocina, me

puse a mirar hacia la calle en espera de que mi familia estuviera lista para salir a cenar, cosa

que hacíamos todos los viernes por la noche. Empezaba a sentirme un poco demasiado grande

para esas cenas. Me refiera a que, cuando yo misma veía a alguien de mi edad, chica o chico,

cenando con sus padres en una noche de fin de semana, siempre especulaba con una cantidad

astronómica de razones por las cuales esa persona no tenía ningún tipo de vida social.

Por otra parte toda la gente que conozco se siente un poco incómoda con su familia, y creo

que yo me siento más incómoda que nadie. No me malinterpreten. Quiero a mi familia y todo

lo demás, pero debo decir que son un poco extraños. Les daré un poco de información básica,

empezando por mí, Melanie Merrill, si bien soy la menos extraña del grupo: dieciséis años,

ojos pardos, pelo castaño claro, cutis pálido, cuerpo normal. La gente siempre discute acerca de

cual es mi ―mejor rasgo‖, lo cual debería darles una idea de mi aspecto, dado que la gente

realmente atractiva siempre es justamente eso: atractiva, sin nada de esas tonterías sobre los

mejores rasgos. Como mi mejor amiga Katie, por ejemplo. Ella es menudita y rubia, con un

corte de pelo tipo duende, y todos dicen que es encantadora o adorable y punto.

Katie dice que daría cualquier cosa por tener mi pelo, pero ahí está la cuestión: ella es mi

mejor amiga, tiene que decir cosas así. Por si les interesa, mi pelo no tiene nada de

espectacular, salvo que no me lo corto hace una década. De todos modos, mamá dice que mi

mejor rasgo es mi cutis de ―porcelana‖, lo que en realidad significa que tengo una piel blanca

como pocas (Una vez, en la playa, un chico acostado en una lona cerca de la mía me dio las

gracias, porque era probable ― dijo ― que mi piel estuviera reflejando el sol para que él

tuviera un mejor bronceado. Pero esa es otra historia) A veces mamá cambia de idea y dice que

mi mejor rasgo son mis ojos, porque son muy grandes. Claro, tendrían que ver las fotos de la

familia, donde siempre parezco un ciervo asombrado o un asesino de masas.

Después vienen mis hermanas mellizas, Anne y Liz, de nueve años de edad y que, por suerte

no son idénticas. Lo último que necesitan es que las vistan con ropa igual. Liz es tierna y rubia,

como mamá, y muy tímida. Anne tiene el pelo oscuro, es pecosa y usa trenzas, y es probable

que haya nacido hablando. A veces, cuando estoy lejos de ellas, trato de recordar la voz de Liz

y no puedo hacerlo. Y no porque hable poco. Creo que es porque Anne habla demasiado.

Luego está mi hermana de once meses, Debbie. La idea era que fuese un varón, pero salió tan

linda que, basta mirarla para que no haya dudas de que es una nena. Es un montón de rulos

rubios con enormes ojos azules y dulce piel de bebe. Cierta vez, un ejecutivo de publicidad la

vio en el supermercado y arregló con mis padres para que la llevaran a una prueba de avisos de

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comida para bebes. Por desgracia, antes de la prueba, mamá vio un fragmento de un programa

llamado sesenta minutos, en el cual mostraban cómo trataban a los chicos en los avisos, y

canceló el trato. En fin, que así es de hermosa Debbie, Además, es muy dulce y simpática y

todos estamos locos por ella.

También mamá es muy atractiva. Si la ven en el parque empujando el cochecito de Debbie,

probablemente pensarán que tiene veintisiete años en lugar de treinta y siete, y Debbie es su

primer bebé. Es alta y esbelta, con un pelo rubio y ondulado que le llega al mentón, y unos

hermosos ojos azules, de ese color que casi llega a ser azul marino. Además, tiene los pómulos

salientes y una gran sonrisa. Al verla, se puede entender porque papá, que es veinte años

mayor, decidió fugarse dos días después que ella terminó el colegio, arriesgándose a perder su

puesto de profesor y causando un gran escándalo.

Es un poco más difícil entender ― a primera vista, quiero decir ― porqué mamá se escapó

con mi padre. Como ya dije, él tiene veinte años más y su aspecto es el de un director de

colegio segundario: mandíbula cuadrada, pelo oscuro con canas en las sienes, anteojos

anticuados montados sobre armazón de carey, postura correctísima, nunca un pelo fuera de

lugar. En realidad me alegra que sea tan meticuloso. Me dolería verlo atravesar el patio con la

bocamanga del pantalón enredada en sus calcetines o algo por estilo.

Pero eso son solo las apariencias. Si conocieran de veras a mis padres, entenderían porque se

sintieron mutuamente atraídos: no hay dos personas más ingenuas y menos frívolas que ellos.

Por ejemplo, papá, que se pasa cuarenta horas semanales en compañía de adolescentes, y

mamá, que se dedicaba a ilustrar libros para chicos, no han entendido aun el concepto de lo que

es popular y lo que no lo es.

Un caso: todos los años papá invita a los diez mejores alumnos a un asado. Ahora bien no

hace falta decir que, cualquier persona popular que se encuentre entre los diez mejores,

rápidamente encontrará una excusa para no venir. Pero la gente impopular ― los locos de las

matemáticas, los monstruos de ciencias, los chicos de camisas almidonadas, las chicas de blusa

y anteojos de vidrio grueso ― ¡vienen todos! ¡Le traen flores a mamá! Y se quedan y se

quedan, charlando con mis padres hasta que prácticamente tenemos que echarlos. Y luego,

mientras mis padres están ordenando todo, no hay vez que uno no diga: ―¡Qué lindo grupo de

adolescentes!‖. Y el otro le contesta: ―Oh, ¿tú también lo pensaste? No sé cómo pueden ser tan

inteligentes‖.

¿Se dan cuenta? ―¡Son tan inteligentes!‖ Como si ser tan inteligentes no fuera la causa de

quedar automáticamente afuera del círculo de la popularidad. Por ejemplo, el años pasado un

chico se pasó una hora cuarenta y cinco minutos hablándole a mamá del castillo que había

construido con fósforos. Y ella se preguntó cómo es que un chico tan brillante no encabeza la

lista de todas las muchachas de un colegio secundario…

Sentada en la ventana, suspiré y sacudí la cabeza. ¿Qué podía hacer? Eran mi familia y yo los

quería. Me resultaba difícil no aparecer en público con ellos. Además, me dije, yo tenía algo de

vida social. De hecho estaba esperando la llamada de Katie para hablar sobre lo que nos

pondríamos para ir a la fiesta de Bobby Weller.

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Miré mi reloj. Hacía veinte minutos que Katie tendría que haber llamado, al llegar a su casa

después del ensayo de las chicas animadoras de los partidos de fútbol.

Un movimiento en la calle llamó mi atención. Alguien había pasado junto a la ventana de la

casa de los Jameson, cosa bastante extraña porque los Jameson hace dos meses que se

mudaron.

― ¡Mamá! ― grité.

― ¿Qué pasa querida? ― respondió la voz de mi madre desde la escalera.

― ¿Alguien se mudo a la casa de los Jameson?

― Sí ― contestó ella con impaciencia. Odia mantener conversaciones a los gritos. ― El

camión de mudanza estuvo aquí ayer.

Observé la casa de enfrente, intrigada por saber quien viviría allí. Tal vez tuvieran alguien de

mi edad… Alguien simpático, me ilusione. De repente se me ocurrió que, cualquiera fuese el

nuevo vecino, probablemente iba a molestar con el teléfono, ya que tenemos una línea

conjunta.

Seguro que tengo que explicar lo que es una línea conjunta porque la mayor parte de la gente

de menos de cincuenta años jamás oyó habla de eso. Pero papá cree que tener una línea

conjunta es una excelente manera de ahorrar dinero en las facturas de teléfono. Si por mi

fuera, ahorraría dinero de otra forma, comprando manteca de una marca desconocida, por

ejemplo, pero hasta dónde puedo recordar, siempre hemos tenido una línea conjunta, de modo

que ya me acostumbré.

La idea básica es que compartimos una línea telefónica con la casa de enfrente. No estoy

segura de cómo funciona desde el punto de vista técnico; todo lo que sé es que, a veces,

cuando uno levantaba el tubo, en vez del tono habitual se oía al señor Jameson hablando con

voz monótona sobre su úlcera con algún amigo, y entonces uno tenía que colgar y esperar que

terminara. Y a veces, cuando era el señor Jameson quien levantaba el tubo, me oía a mí que

parloteaba con Katie, diciendo: ―Está bien, le dije, está bien…‖, instante por el cual el señor

Jameson irrumpía para decir: ―Por favor, chicas, ¿no podrían dejar sus chismes para otro

momento? Tengo que hacer una llamada urgente‖.

Ahora bien, ¿Cuántas llamadas urgentes tenía que hacer en su vida? Seguro que no todas las

veces que él decía, puedo garantizarlo. Nadie…

El teléfono me arrancó de mi ensueño.

― ¿Hola?

― ¿Melanie? ― era Katie. ― Hace media hora que llamo y la línea me da siempre ocupada.

― Creo que nuestros vecinos están usando la línea conjunta ― contesté.

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― Oh, caramba ― dijo Katie ― Pensé que cuando los Jameson se mudaran terminaríamos

con ese asunto.

― Bueno, papá dice que, supuestamente, la compañía telefónica debe avisarnos si los nuevos

vecinos quieren cancelas la línea conjunta ― expliqué. ― Hasta ahora no hemos tenido

noticias.

Katie suspiró. Creo que se irrita más que yo con esto de la línea conjunta.

― En fin, ¿qué vas a ponerte esta noche?

― No lo sé ― dije. ― Tal vez el suéter verde.

― Oh, te queda estupendo.

― Dices lo mismo de todo lo que me pongo.

― No es cierto ― protestó Katie, indignada. ― No lo digo de esa camisa con rayas

horizontales. La que deja que se te vea con toda claridad el bretel del corpiño.

― Oh, cómo me gustaría ver eso ― se oyó la voz de un tipo desconocido en la línea.

Tanto Katie como yo quedamos atónitas y en silencio durante un instante. Después, en voz

muy baja, Katie dijo:

― ¿Mel?

― Estoy aquí ― contesté en un susurro.

― No va a servir de nada que hablen murmurando ― dijo la voz ― Quiero decir no es como si

estuvieran susurrando al oído de la otra. Cualquier cosa que digan seguirá viajando por la

misma línea telefónica.

Me puse más derecha, aunque estaba sola en la cocina.

― Señor ― comencé con mi voz más digna. ― Esta es una conversación privada.

― Podían haberme engañado ― contestó el tipo. Su voz me resultaba vagamente familiar,

pero no pude ubicarla con exactitud. ― Todo lo que hice fue levantar el tubo y allí estaban

ustedes. Eso no suena muy….

― Señor, por favor, cuelgue ― dije con firmeza.

― Vamos, todavía no me enteré de lo que se va a poner Katie ― se quejó él.

Suspiré exasperada.

― Katie ― dije en voz alta ―, te llamo más tarde.

― Esta bien ― dijo ella, y colgamos.

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Volví a la ventana y miré con rencor hacia la casa de enfrente. Adiós a la esperanza de que

los nuevos vecinos tuvieran un hijo simpático. Que detestable era ese individuo.

Cierto movimiento llamó mi atención. Una figura había aparecido en una de las ventanas de

la antigua casa de los Jameson, con algo blanco en la mano. A pesar de mis esfuerzos no logre

descubrir que era. Me di vuelta con rapidez y revolví uno de los cajones de la cocina hasta

encontrar los prismáticos que usa mamá para observar los pájaros.

Cuando Volví a la ventana la figura seguía allí. Levanté los prismáticos hasta mis ojos, y

luego las manos me empezaron a temblar con tanta violencia que casi los dejé caer.

El objeto blanco era un letrero hecho a mano que decía HOLA, MELANIE. La figura que lo

sostenía y agitaba alegremente era Bruce Conner.

Muy bien, de modo que Bruce Conner, el tipo que de la manera más ruda y ofensiva me

había caratulado como la aburrida e insignificante hija del director en el mismo instante en que

puso el pie en el Colegio Knox, vivía enfrente. Y compartía una línea telefónica con mi

familia. Pero yo no iba a permitir que esos factores arruinaran el resto de mi último año… Ni

tampoco que me arruinaran esa noche en especial. Me las arreglé para borrar a Bruce de mi

mente durante la cena con mi familia. Y cuando llegamos a casa después de cenar, empecé a

prepararme para la fiesta de Bobby Weller. Me puse un vestido corto de encaje negro que Katie

me había traído desde San Francisco. Por lo general, no uso vestidos, me limito a vaqueros y

suéteres, pero ese vestido me gustaba y la fiesta me ofrecía una buena excusa para usarlo.

Además estaba tratando de cambiar mi imagen, ¿entienden?

Por supuesto ― me recordé a mi misma ― no resultaba tan patética como para necesitar

cambiar mi imagen con desesperación. Porque no es que nunca haya tenido una cita. Mi

historia romántica no será lo que se dice impactante, pero algo de experiencia tengo. De hecho

tuve mi primera a los doce años y fue con ― quédense sentados ― un marinero de diecinueve

que nos estaba pintando la casa para ganarse unos dólares durante su permanencia en tierra, o

como sea que lo llamen a eso. En realidad, no es tan excitante como parece porque mis padres

no sabían que era una cita o no me habrían dejado ir, y yo no sabía que era una cita, o no habría

ido. Tanto mis padres como yo pensábamos que el marinero ― su nombre era Jerry ― me

llevaba al cine por la tarde con su hermanita menor. (En fin, sólo me llevaba a ver una película

que su hermanita ya había visto).

De todos modos, Jerry parecía muy seguro de que era una cita porque, no bien llegamos al

cine, me llevo a la última fila y me pasó el brazo por los hombros. Dijo:

― Me gustas, de veras, Melanie.

― Tú también me gustas de veras ― conteste yo, porque aquello era lo que, al parecer, había

que decir por cortesía. Después, incluso antes de que empezara la película, me dio un enorme y

húmedo beso. Yo quedé muy sorprendida. Creo que Jerry se dio cuenta de que había ido muy

lejos y no volvió a besarme, aunque si llamó esa noche a las once y dijo:

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― ¿Qué pensaste de mi beso?

Yo dije:

― No demasiado ― Y él nunca más volvió a llamar.

De bodoque, básicamente, los cuatro años siguientes los dediqué a estar enamorada de Ben

Crimson. Ben es el hermano mayor de Katie. Tiene tan buena apariencia y el tan popular como

ella, y me gustó casi desde el momento que nos conocimos en la escuela primaria. Durante los

dos primeros años del secundario trate en lo posible de que no se notara; me imaginaba que no

había manera que me correspondiese, y era probable que Katie se pusiera incómodamente

protectora conmigo.

Luego pasó algo increíble. Ben me invitó al baile de promoción de mi segundo año. Fue algo

así como el día más grande de mi vida, dicho desde un punto de vista romántico. Ben me dio

un beso de buenas noches y me dijo que hacía mucho que le gustaba, pero que se sentía raro

por ser yo una de las amigas de Katie. Bueno, ¡haberlo sabido antes! En fin, Ben terminó su

año dos semanas más tarde y lo mandaron a Notre Dame para un verano de entrenamiento de

fútbol antes de que empezara el nuevo año escolar. Cuando lo vi, para Navidad, estaba saliendo

con la mitad de las chicas animadoras del equipo y ya era demasiado maduro para una chica de

colegio secundario como yo.

Después de Ben, prácticamente estuve libre de enamoramientos. Fui al baile de fin de curso

con un chico llamado Jon Stillerman, cuyo padre es el profesor de química. Pasamos un buen

rato en el baile e incluso salimos algunas veces después de eso, pero de alguna manera se

percibía que allí no había chispas. Además. Es un poco ―demasiado‖ que la hija del director

saliera con el hijo del profesor de química.

Terminé de vestirme para la fiesta de Bobby y fui a la cocina. Katie ya estaba allí, hablando

con mis padres. Llevaba unos vaqueros y una camisa de terciopelo rojo. Su hermoso pelo

sedoso de color trigo brillaba bajo la luz.

― Oh, te pusiste el vestido que te regale ― dijo complacida.

Me apreté los codos, súbitamente cohibida.

― ¿Estoy demasiado elegante y ridícula?

― Estás estupenda querida ― me aseguró mamá.

― De veras estás espléndida ― coincidió Katie. ― Salgamos.

― ¿A dónde van? ― preguntó papá.

― A una fiesta… en casa de los Johnson ― dije eligiendo un nombre al azar. Si papá llegaba

a enterarse de que íbamos a casa de los weller, podía ponerse nervioso, pues sabía que el señor

y la señora Weller se encontraban en Grand Rapids.

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― ¿Van a una fiesta a las diez de la noche? ― Preguntó. Esa es otra cosa que no entiende de

los adolescentes… nuestra manera de ser prácticamente noctámbulos.

Por último, salimos y comenzamos a recorrer las pocas cuadras que nos separaba de la casa

de los Weller. Casi no habíamos llegado a la mitad del trayecto cuando empezamos a oír la

música.

― Supongo que eso significa que será una fiesta entretenida ― comentó Katie.

― Espero que el ruido no llegue hasta mis padres ― dije en tono de broma ― Podrían

preguntarse qué es lo que pasa y darse una vuelta para investigar.

Nos acercamos a la severa casa de ladrillos de los Weller, que casi literalmente palpitaba de

música y conversaciones a gritos. Bobby Weller estaba parado en el porche delantero, fumando

un cigarrillo. Bobby no se maneja muy bien con la presión que implica ser hijo de un miembro

del cuerpo docente del colegio. Fuma y bebe y se rodea de malas compañías. Sin embargo, mal

que me pese, me cae bien. Supongo que lo mismo ocurre con los profesores, porque no dejan

de aprobarlo aunque jamás presente un trabajo. La escuela entera mantiene una amable

conspiración para que no se entere el señor Weller, una de esas personas penosamente ingenuas

que, con toda probabilidad, tampoco lo habría creído.

― Hola, Bobby ― saludé.

― Hola, Mel ― Me dedico una de esas sonrisas suyas vagas y aletargadas. ― Hola, Katie.

Entren.

Nos abrimos paso hacia la cocina a través de la multitud. Había cifras astronómicas de

botellas vacías esparcidas por todas las superficies del cuarto.

Lo único que quedaba para beber era un ponche de color rojo brillante en un bol de vidrio

muy sucio y cubierto de huellas digitales. Katie y yo nos servimos dos copas con un cucharón.

Lo probé.

― ¿refresco?

Katie bebió un sorbo y asintió.

― Claro que, conociendo a Bobby contiene algo más que refresco.

Volví a probarlo.

― Probablemente tengas razón, pero es tan dulce que no puedo adivinar de qué se trata.

Katie vio a un conocido en un rincón de la cocina y se dirigió hacia allí para saludarlo. Yo

estaba agregando un poco de jugo de fruta en mi copa, cuando una voz a mi espalda dijo:

― Eso no parece un suéter verde.

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Me di vuelta. Bruce Conner había acercado una silla a la heladera y, sentado frente a la

puerta abierta, inspeccionaba su contenido. Me aparte el flequillo de la frente con una

sensación de aturdimiento.

― Decidí no ponérmelo ― repuse con voz fría.

― Es evidente. ― Bruce abrió un frasco de aceitunas negras y me lo ofreció. Sacudí la

cabeza.

― ¿Volviste a llamar a Katie para decirle que habías cambiado de idea con respecto al suéter?

¿Por qué las chicas tendrán que hacer eso? ¿Y vas a tirar la blusa rayas de la que hablaba

Katie? ― Me miró de cerca. ― A propósito no veo la forma de tu corpiño con ese vestido. ¿O

es que no lo llevas puesto?

Anes de que pudiera pensar una respuesta cortante, Swiss Kriss entró en la cocina y dedicó a

Bruce una dulce y brillante sonrisa. Bruce le ofreció el tarro de aceitunas.

Debo explicar que Swiss Kriss es la chica más bonita y popular del colegio. Su nombre, por

supuesto, no es Swiss Kriss. En realidad es Krista Snowden, pero años atrás tenía un novio que

tomaba mucha cocoa caliente y empezó a llamarla así por una marca de cocoa en cuya caja

aparecía una chica vestida a la suiza: Swiss Miss. El nombre le quedó. Ahora, al comienzo de

año, cuando los profesores pasan lista y preguntan por Krista Snowden, ella dice: ―Me gustaría

que me llamen Swiss Kriss, por favor‖

Siempre lleva trenzado su largo pelo rubio y, por supuesto, en Halloween, la fiesta de las

brujas, se disfraza de Swiss Miss, con pantalones de cuero y todo, como los que usan allá.

Incluso cuando no es Halloween, tiende a vestirse como Swiss Miss: cuellos a lo Peter Pan,

tiradores, faldas cortas plisadas y, a veces, medias que le llegan a la rodilla. Ah,

ocasionalmente se pone vaqueros y una especie de camisa plisada de franela para lograr una

apariencia más austera, pero nunca se aleja del estilo montañoso.

No hace falta decir que Swiss Kriss es casi la chica más linda del mundo: rasgos menudos y

regulares, nariz pequeña, ojos azul oscuro, labios rojos, piel delicada, estatura no muy alta… se

la imaginan, ¿no?

Y es muy aplomada. Tiene que serlo, si quiere tener éxito en ese asunto de Swiss Kriss.

Ahora le dedicó a Bruce otra sonrisa radiante, mostrando las perlitas de sus dientes de bebe.

― Gracias, estoy tratando de dejarlas.

― Te comprendo ― contestó Bruce ― Tuve un terrible problema hace unos años. Pero ahora

solo como aceitunas en las fiestas.

Swiss Kriss se echó a reír mientras se alejaba ondeando la falda de su traje tirolés.

Sentí una puntada de celos, ¿Pero por qué iba a estar celosa de Swiss Kriss y Bruce?

Supongo que Swiss Kriss es de esas personas que hacen brotar los celos que llevo dentro.

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Bruce me miró.

― Melanie, estás obstruyendo el paso ― dijo.

Deslizó una mano por mi cintura y me sacó con suavidad del camino.

Sentí un extraño aleteo en el estomago. De repente, me sentí conciente de lo delgado que era

el encaje de mi vestido. Luego pasó Juliet Miller y Bruce me soltó.

Se puso una aceituna negra en cada dedo y sonrió con aire travieso.

― ¿Te divertiste en la cena con tus padres?

― Sí, claro ― respondí, sin dejar de sentir la calidez de su mano en mi cintura. Luego fruncí

el ceño.

― ¿Cómo te enteraste de eso?

― Te vi. Estaba comiendo con los chicos del colegio.

Sentí que me contraía. De modo que Bruce había visto a la hija del director y su familia

cercana compartiendo saludablemente el pan en una noche de viernes. Estoy segura que debe

pensar que soy un clavo más grande de lo que supuso al verme por primera vez. Como si lo

viera: Bruce y su mesa lleno de amigos señalando y haciendo muecas ante el espectáculo de mi

familia y yo.

¿Pero cómo se había hecho de amigos tan rápido? ¿Estaba en el Colegio Knox desde hacía un

día exacto y ya cenaba con chicos de la escuela?

Crucé los brazos.

― Hablas como si nunca hubieras comido con tus padres.

Bruce comenzó a masticar las aceitunas que tenía entre los dedos.

― No en… un restaurante… en una noche de fin de semana. ― Sus ojos verdes bailotearon.

― Me habría dado miedo que todos me miraran pensando qué clase de fracasado cenaba con

sus padres en lugar de hacerlo con sus amigos.

¡De modo que se estaba burlando de mí!

― No tengo por qué escuchar esto ― declaré, y pasé a su lado justo en el momento que él

empezaba a atacar el plato de pollo frito.

Me dirigí al rincón de la cocina donde Katie charlaba con Alex Case y Marty Richards, dos

chicos del colegio populares y apuestos, pero totalmente hiperactivos. Cada vez que los veo

pienso en semillas de limón, porque, cuando tenían doce años Marty le metió una en la nariz a

Alex hubo que sacársela cirugía mediante.

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― ¿Qué le dijo el médico al muchacho que se quejaba de que nadie le prestaba atención? ― le

estaba diciendo Alex a Katie.

Katie sonrió con indulgencia.

― ¿qué?

― ¡El siguiente! ― gritó Alex y Marty se echó a reír

Yo suspiré.

― Me voy ― le dije a Katie ― Puedes quedarte, si quieres.

― ¿Qué pasa? ¿El chico nuevo te dijo algo?

― No. Solo quiero irme.

Marty me dirigió una mirada de conocedor.

― Estás cansada, ¿eh? Supongo que o eres muy trasnochadora.

Lo mire con ojos relampagueantes. Marty en el fondo es inofensivo, pero no hay duda de que

adhiere a esto: Melanie-es-la-hija-del-director-por-lo-tranto-debe-ser-una-muy-buena-chica-en-

la-escuela. Hago lo posible por ignorarlo.

Katie también lo ignoró.

― Bueno me voy contigo ― dijo un poco confundida ― ¿Por qué no te quedas a dormir en

mi casa? De todos modos mañana tenemos que estudiar juntas.

Estábamos saliendo de la cocina cuando nos encontramos con el señor y la señora Weller que

entraba en ese momento. Tenían una expresión aturdida y horrorizada en la cara. Me pregunté

que se había hecho de sus planes de pasar la noche en Grand Rapids.

Por suerte, no creo que el señor Weller haya reparado en mí. Miraba a Bruce, que

mordisqueaba el último muslo de pollo.

― Hijo ― dijo el señor Weller ― ese pollo era para nuestra cena del domingo.

Por supuesto, la llegada de los Weller provocó un éxodo masivo, y yo me encontré aplastada

contra la pared a causa de la estampida. Swiss Kriss estaba justo frente a mí y se detuvo de

repente, mirando por encima de mi hombro. Seguí la dirección de su mirada.

Bruce nos sonreía, con sus ojos verdes bailoteando alegremente. Hizo un ceremonioso gesto

de saludo con el muslo de pollo y en el acto, mientras la multitud me llevaba hacia la puerta,

sentí u inesperado hormigueo en la columna. Ese gesto, ¿estaría dirigido a mí por casualidad?

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Transcripto por Helectra

Seguro que ustedes conocen a algún profesor o a un miembro del cuerpo docente que está

siempre malhumorado, que habla en tono monocorde y que nunca tiene contacto visual con los

alumnos. Bueno, quizás no conozcan a ninguno, pero hay un término técnico para ese

comportamiento: consunción psicológica. Cuando ciertas personas pasan cuarenta o más horas

siendo objeto de burlas y mentiras por parte de los adolescentes, se vuelven grandes candidatas

a contraerla.

Lo cual me lleva a hablar de Doc Ellis. Doc Ellis es probablemente el peor caso de

consunción psicológica de la historia, cosa que no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que

no sólo enseñaba geometría hace veinte años, cuando mamá cursaba la materia, sino veinte

años antes, cuando papá estaba en el secundario. Eso debería darles una idea de la edad de Doc

Ellis. Sus trajes también parecen haber resistido varias generaciones. Ya saben a qué me

refiero: manchados, arrugados, con los puños raídos, solapas anchas. Está bien, está bien, sé

que no debería juzgarlo por su falta de elegancia y, de hecho, no tengo porque hacerlo… Puedo

juzgarlo por su personalidad, que, para decirlo corto, es insoportable.

No sólo tiene la susodicha consunción psicológica derivada de haber enseñado demasiado

tiempo en el secundario ― demasiadas décadas ― sino que, nunca deseó ser docente a ese

nivel. El quería ser profesor universitario, pero su tesis doctoral fue rechazada ― al menos de

acuerdo con la leyenda ― lo cual dio pie a que todo el mundo lo llamara ―Doc‖, por doctor,

con un dejo de ligero sarcasmo. Su venganza consiste en ser lo más irritante posible y en

presentar exámenes dificilísimos.

El primer examen difícil estaba programado para la segunda semana del curso lectivo. Al

comenzar la hora, Doc distribuyó las pruebas y ― con su voz cansada y cáustica ― anunció

que podíamos empezar a ―desaprobar‖. Luego se apoderó de sus cigarrillos y salio al vestíbulo

a fumar (ya les dije que sufre de consunción psicológica).

A través del aula, intercambié miradas esperanzadas con Katie. Las dos somos un desastre en

matemática, de modo que habíamos pasado el fin de semana estudiando para esa prueba. Al

menos nos pareció que era todo el fin de semana, aunque probablemente hayan sido tres o

cuatro horas. De todos modos, habíamos estudiado tanto que, por una vez, no me sentía

condenada al fracaso.

Resolví los tres primeros problemas bastante rápido, me encontré cometiendo un error en el

cuarto y lo corregí. Estaba tan concentrada, que sólo al rato me di cuenta de que todos se reían

por lo bajo y se agitaban en sus asientos. Desorientada, levanté la vista y vi a Bruce Conner

revolviendo los papeles del atril de Doc Ellis.

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Fruncí el ceño y miré en dirección a Katie, pero ella parecía tan confundida como yo.

Bruce encontró lo que buscaba y se aclaró la garganta. Se estiró el cuello de su camiseta de

rugby hasta extenderlo de modo que pareciera el de las camisas pasadas de moda de Doc.

― Ya pueden comenzar a copiarse ― dijo con la voz ronca de Doc Ellis, en tono de ustedes-

son-mi-perdición. Y luego leyó las respuestas de la prueba.

Oí el instantáneo deslizar de los lápices sobre el papel, pero estaba demasiado sorprendida

como para moverme. No era que nunca me hubiese encontrado con alguien que se copiaba, ―

eso es prácticamente un arte en el Colegio Knox ―, pero aquello resultaba tan… desfachatado.

¡Y yo había estudiado tanto! Sentí que se me hacía un nudo en el estómago al pensar en todo

el esfuerzo del fin de semana, en todas esas horas mal gastadas.

― Para quienes no son tan despiertos como para entender las cosas a la primera vez ― siguió

Bruce con la voz monótona de Doc Ellis ―, permítanme que repita. Cuarenta y ocho grados,

doscientos cincuenta y tres pies cuadrados, cinco grados…

Era una buena imitación, debía admitirlo, pero de todas formas me dieron ganas de matar a

Bruce.

Pensaba todavía en el tema dos horas más tarde, mientras me abría paso a través del vestíbulo

en dirección a la cafetería. Bruce Conner estaba apoyado en mi armario como si fuera un mal

sueño. En realidad, al acercarme más, me di cuenta de que era el armario de Juliet Miller.

― Hola, Melanie ― dijo.

― No empieces, ¿eh? ― contesté con amargura.

Hice girar mi combinación y abrí la puerta de metal con tanta furia que él pego un salto hacia

atrás.

― ¿Estás enojada conmigo otra vez? ― preguntó.

― Di más bien‖todavía‖ ― farfulle.

― Oh, vamos… ― dijo él ― Te prometo no volverme a burlar de tu puesto de embajadora de

los estudiantes o del puesto de tu papá como director. ¿Qué tengo que hacer para que hagamos

las paces? ¿Quieres escuchar la historia de aquella vez que mi papá intervino en una feria de

ciencias en la escuela y nadie pasó por su quiosco?

Lo miré sorprendida

― ¿A qué se dedica?

― ¡Ja! Sabía que te interesaría ― dijo Bruce con tono presumido ―. Es dermatólogo.

― Olvida la pregunta ― contesté tajante, furiosa porque había logrado distraerme ― Te

habría matado por hacer trampa en la prueba de geometría. ― Se me pusieron los pelos de

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punta de sólo pensarlo ― Sé que eres nuevo aquí y probablemente quieres que todos te

consideren muy listo o algo por el estilo, pero tal vez deberías pensar en los demás de vez en

cuando, gente que de veras estudió mucho para pasar esa prueba o que…

― ¿Eso es lo que crees? ― Bruce me miró alzando una ceja ― ¿Qué trataba de dármelas de

listo?

Tiré mis libros dentro del armario.

― Oh, lo siento ― dijo en tono sarcástico ― Supongo que soy muy injusta con alguien que

obliga a toda la clase a copiarse…

Bruce torció la boca.

― ¿Por qué te crees tan santa? ¿Quieres escuchar las cosas desde mi punto de vista? ¿Cómo te

suena eso?

Cerré con violencia el armario y me crucé de brazos.

― Te escucho.

― Claro, y con ánimo realmente imparcial, no hay más que verte la cara.

Apreté los labios con fuerza mientras lo observaba. Durante los pocos días transcurridos

desde nuestros encuentro, había empezado a considerar a Bruce como un perpetuo tonto… un

tipo que no podía tomarse nada en serio. Pero, ahora, algo que no había antes brillaba en sus

ojos. Parecía de veras dolorido. ¿Por mi culpa? ¿Acaso le importaba que lo sermoneara o que o

no fuera su público más receptivo?

Inhale una gran bocanada de aire y traté de parecer lo mas imparcial posible.

― Esta bien. Te escucho con gran atención.

Bruce sonrió débilmente. No pude dejar de notar que sus ojos se iluminaban.

― Muy bien. Cuando fui a la oficina esta mañana para entregar a la señora Zimmerman mis

antecedentes escolares, oí a la chica que trabaja allí… ¿Cómo se llama? ¿Angela?

― ¿Angela Olivier?

― Si ella. Bueno, estaba hablando con otra chica del lío que había tenido que arreglar en la

máquina Xerox. Luego sacó del bolsillo una hoja arrugada y dijo que era una copia de la

prueba de Doc Ellis. Supongo que debe asistir a su clase de la sexta hora.

Lo miré con firmeza.

― Ángela no es capaz de resolver todos esos problemas y encontrar las respuestas correctas.

(Esto puede sonar poco caritativo, pero créanme que es así.)

Bruce levantó las manos con las palmas abiertas.

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― ¡Lo sé! Dijo que iba a pagarle a William Emmett para que lo hiciera en la biblioteca, y que

luego les daría los resultados a sus amigos.

Me mordí los labios. Había algo de verdad en eso. William Emmett es la clase de personaje

astuto y poco confiable, bueno para la matemática, capaz de resolver una prueba de

contrabando por cinco dólares o algo así. Pero aquello no redimía a Bruce.

― De todas maneras, no tenías porque darle las respuestas a nuestros compañeros.

Bruce se encogió de hombros.

― No, habría podido delatar a Ángela Olivier y empezar a pensar en una vida de paria en el

amistoso Colegio Knox.

― Bueno, no digo que… ― Hice una pausa. No podía discutir con él. Era indudable que

delatar a alguien resultaba un asunto peligroso. ― Sin embargo…

― Piensa en lo divertido que fue hacerlo de esta manera, Melanie ― se apresuró a decir

Bruce, acercándose a mi ―. Imagínate a Doc Ellis, sentado en su cuarto de alquiler mientras

fuma y corrige una prueba perfecta tras otra…

― ¿Cuarto de alquiler?

― Claro, me lo imagino viviendo en un cuarto alquilado, como para fingir que todavía está en

un dormitorio universitario o algo por el estilo.

Escondí mi sonrisa detrás de una mano. Bruce parecía hablar de un ensueño.

― Como sea. ¿Pero lo ves, disponiéndose a disfrutar de una alegre sesión de sentimiento de

superioridad hacia nosotros, para luego, lentamente, darse cuenta de que…

― Para darse cuenta que nos copiamos y nos puede aplazar a todos ― dije con brusquedad.

― Vamos ― dijo Bruce conciliador ― Ya pasó todo. Por lo menos divirtámonos un poco…

― ¿Mientras veo como todo mi esfuerzo se va por los caños? ― Lo interrumpí ―

Bruce sacudió la cabeza, sin dejar de sonreír levemente.

― Ya veo que no lograré convencerte. ― Luego apareció una expresión preocupada en su

cara.

― No irás a decirle nada de esto a tú papá, ¿no?

Me sentí muy desilusionada.

― ¿Se debe a eso todo este asunto de tratar de que seamos amigos? ― La rabia me cerraba la

garganta; mis palabras fueron solo un susurro.- No soy una soplona, Bruce, y no necesito que

me recuerdes que mantenga la boca cerrada.

― Melanie…

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― Además ― proseguí ― la razón la cual no le contaré es porque nunca lo hago. Estuve en

esta situación un millón de veces y jamás lo he hecho. Y a nadie como a ti me encantaría ver

metido en un lío.

Bruce aceptó mi explosión de cólera con mucha calma… con mucho más calma de lo que me

habría gustado. Luego adoptó una expresión pensativa.

― ¿qué te parece la señora McCracken? ― preguntó por fin.

― ¿Cómo?

― dijiste que no sabías a quien más te encantaría ver metido en un lío, y yo dije…

― ¡Ya oí lo que dijiste!

― Relájate – aconsejó él con suavidad- Te va a dar un infarto. Tienes que aprender a tomarte

todo en forma más divertida.

Empezó a caminar en dirección a la cafetería. Vi que sus hombros se sacudían de risa.

― ¡En la vida hay otra cosas además de la diversión! ― le grite ― La diversión no es…―

Dejé de hablar de golpe al imaginar cómo sonaría lo que estaba diciendo.

Me sentí como un duende maligno, como un diablito mezquino que afirma: ―Jamás existirá la

diversión‖. Y yo normalmente no era así. Todo se debía que Bruce me hacía sentir tan… tan

severa. Por supuesto, otros chicos me hacían sentir así a veces, por ejemplo Marty Richards y

sus comentarios sobre ya-paso-tu-hora-de-ir-a-la-cama. Pero, de alguna manera, podía lograr

que Marty no me importase. Con Bruce la cosa era distinta. Bruce me ponía loca.

Después de la escuela, saqué del armario mi uniforme de camarera y me dirigí al baño para

cambiarme. No daré muchos detalles acerca de mi trabajo en la Cafetería de la Campana. Baste

decir que uno de mis mayores objetivos profesionales es encontrar, algún día, un trabajo que no

requiera el uso de ese particular tono marrón con que se empeñan en vestirnos aquí.

Para hacer las cosas más difíciles; la gerencia ha implementado una nueva política: todos los

empleados deben presentarse a cumplir sus tareas con el uniforme puesto. Esta brillante

política fue establecida en nombre de la moral y la eficiencia; la gerencia parece pensar que, si

llegamos con el uniforme puesto, enseguida estaremos llenos de vitalidad y ganas de trabajar a

la manera como ellos la entienden. Por suerte esta política es solo un experimento. Espero que

en un par de semanas la gerencia se dé cuenta de que el hecho de hacernos vestir de etiqueta

para el trabajo más pronto de lo necesario no va a fomentar precisamente nuestra

predisposición laboral.

Mientras me ponía el uniforme, consideré la idea de sugerirle al promotor de la cafetería

algún tipo de concurso de belleza con chicas de todo el país vestida con el famoso uniforme.

Podrían ofrecer algún premio fantástico, como un millón de dólares, a la chica que de veras se

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las arreglara para parecer atractiva con esa ropa. La compañía recibiría toneladas de publicidad

y, al mismo tiempo, tendría la seguridad de que no debería otorgar el premio. Ni una súper

modelo se vería bonita con el marrón que a ellos les tanto les gusta.

Terminé de cambiarme y, estaba a punto de abrir la puerta del baño, cuando oí risas de

muchachos afuera. Sí, ya sé que tarde o temprano algún chico va a descubrirme caminando por

un pasillo de la escuela con el uniforme puesto, pero estaba decidida a lograr que esa

eventualidad se mantuviera lo más lejana posible. Me quedé junto a la puerta del baño y esperé

que las risas se acallaran.

Pero los chicos no parecían moverse.

― ¿Entonces crees que esto va a andar? ― preguntó uno de ellos. Parecía encontrarse justo

del otro lado de la puerta.

― Confía en mí. Cambiamos los carteles en las puertas de los baños de mi otro colegio y todo

salió estupendo. Te diré, no me gusta hacer siempre la misma picardía, pero esta vale la pena.

Es asombroso como se atonta la gente cuando se da cuenta de que está en el lugar equivocado.

Especialmente cierta clase de chica inocente, ¿tú me entiendes?

El corazón me empezó a latir desbocado. Estaba casi segura de que el primero en hablar

había sido Marty Richards, pero no tenía ninguna duda acerca del segundo. Bruce Conner,

preparándose para gozar con la humillación de alguien. Y era fácil imaginar a quien incluiría

dentro de la categoría de ―cierta clase de chica inocente‖. Yo.

Dada la forma en que se presentaban las cosas, los chicos parecían estar bien aprovisionados

y pensaban trabajar en la puerta del baño. Me vi a mi misma esperando detrás de la puerta

cambiada de sexo hasta que se marcharan.

― ¿De modo que vas a organizar una fiesta para el próximo fin de semana?

Ahora ya tenía la certeza de que el chico que hablaba con Bruce era Marty.

―_ Todavía no lo sé ― contestó Bruce.

― Pensé que habías dicho que tus padres no iban a estar en la cuidad.

― Así es ― respondió Bruce pacientemente ― Pero todavía no se si quiero organizar una

fiesta.

― ¿Por qué no?

― Bueno, no conozco a mucha gente ― explicó Bruce ― Y no quiero que las cosas se

descontrolen.

―_ Eso no pasará. ― Aseguró Marty.

Me pregunté en que estaría pensado Marty para hablar así. ¿Cómo podía prometer que todos

los que fueran a la fiesta de Bruce iban a comportarse correctamente? Buena suerte para Marty.

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― Además ― continuo Bruce ― mis padres me matan si llegan a enterarse.

― ¿Cómo van a enterarse?

― Digamos que se rompe algo muy valioso ― dijo Bruce en tono razonable ― Por otra parte,

vivo justo enfrente de Merrill, imagínate.

― Oh, es un buen tipo ― lo tranquilizó Marty ―. No creo que te delate.

Sonreí. ¡Gracias Marty Richards! Me encantaba que los chicos del colegio, en especial los

más populares, no fueran tan descarados como para dejar de reconocer que papá esa un tipo

decente a pesar de su cargo de director.

― Puede ser ― dijo Bruce ― Pero Melanie es otra historia. Con ella siempre hay una especie

de vigilancia constante.

Sentí como si el planeta comenzara a girar lentamente. Las palabras de Bruce resonaron en

mi mente una veinte veces durante el lapso de dos latido de corazón. Me sentí aturdida, ―Por

favor defiéndeme ― le suplique a Marty en silencio ― Dile a Bruce que no sabe de qué

habla… que a pesar de todo lo que te burlas de mí, no soy solo la hija santurrona del director.

Que en realidad soy muy lista‖

― Si supongo que no es la chica más divertida del mundo ― comentó Marty.

Sentí que me sonrojaba. ¿Así que no era la chica más divertida del mundo? Bueno, no, tal

vez no se me conociera precisamente por organizar fiestas en las cuales las persianas

temblaban de tanto bochinche, pero montones de chicas no eran así y no se las encasillaba

como santurronas aburridas y mojigatas. No podía creerlo. ¿Marty dice que papá es muy buen

tipo, pero piensa que yo… yo sería capaz de llamar a la policía porque mi vecino de una fiesta?

Me hacía quedar como la abuela de alguien.

― En mi opinión, es un caso grave de síndrome de hija del director ― continuo Bruce ― Es

una lástima porque ella es… bueno, es… no sé, es algo así como…

― ¿Cómo que Conner? ― preguntó Marty impaciente.

Bruce se aclaró la garganta,

― Bueno, es como demasiado criticona. Puesto a que hoy fue la única persona en la clase de

Doc Ellis que no apreció mi… en fin, mi humilde esfuerzo con respecto a la hoja de

soluciones.

En ese momento, el corazón me latía con tanta violencia que casi estaba segura de que debía

oírse a través de la puerta. ¿Pensaba sinceramente que yo era la única persona? ¿Pensaba que

no era más que la latosa permanente del colegio? Y en todo caso. ¿Qué me importaba lo que

pensara de mí? En ese preciso instante, mi único deseo era que, de alguna manera, él y Marty

desaparecieran para que yo pudiera correr como loca a mi trabajo.

― Caballeros, ¿qué es lo que hacen ustedes exactamente en la puerta del baño?

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Me habría echado a llorar de alivio. ¡La señora McCracken al rescate! Nunca pensé que iba a

gustarme tanto escuchar el sonido monótono de su voz

― Oh, bueno… Hola señora McCracken ― tartamudeo Marty ― Sólo estábamos… bueno…

― Estábamos lustrando ese letrero ― Intervino Bruce con rapidez ― Siempre pensé que es

una vergüenza que las instalaciones de la escuela no estén en buenas condiciones. Sólo

queríamos aportar nuestra contribución. Bueno, ahora que todo está listo, creo que nos

iremos…

La señora McCracken hizo chasquear su lengua. Luego se oyeron pasos, una conversación

confusa, y por último estuve a solas de nuevo. Pero no me escapé del baño enseguida. En lugar

de eso, me detuve frente al espejo con la cara roja. ―Un caso grave de síndrome de hija del

director‖, me repetí a mí misma. ―Demasiado criticona‖. Sabía que no estaba precisamente

hermosa con mi uniforme de camarera, pero las palabras de Bruce me hicieron sentir más

insignificante que nunca.

Después del trabajo, me las arreglé para tranquilizarme. No iba a permitir ― repito, no iba a

permitir ― que la opinión de Brice Conner tuviera semejante efecto en mí. Después de mi

breve turno laboral, llegué a casa a la hora del postre.

Me estaba sirviendo un poco de ensalada que mamá me había reservado, cuando sonó el

teléfono. Tuve la súbita premonición de que era Doc Ellis y el corazón me latió un poco más

rápido.

Papá habló unos minutos y luego volvió a sentarse a la mesa. Tomó su tenedor y dijo,

pensativo:

― Era Rupert Ellis.

A pesar del golpeteo de mi corazón, estuve a punto de echarme a reír. ¿Qué era eso de

―Rupert‖? Siempre resulta gracioso oír a los profesores llamarse por sus nombres de pila,

incluso cuando tienen nombres de pila menos horribles.

Papá me miraba de una manera rara.

― ¿Te sientes bien Melanie?

― Sí, claro ― aseguré, y tomé un poco de leche.

― ¿Cómo está Rupert? ― preguntó mamá en tono jovial. No es muy adicta descubrir matices.

Una puede entrar en el cuarto blanca como un fantasma y decir: ―Acaba de llamar de la

morgue‖, ella contestaría: ―¿De veras? ¿Cómo andan las cosas por la morgue?

Papá seguía mirándome.

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― Dijo que había descubierto algo curioso. Estaba corrigiendo las pruebas de hoy y notó que

Bobby Weller sacó un diez

― Lo felicito ― dijo mi madre sin darse cuenda de que allí había algo raro.

Papá la miró.

― Como te decía ― prosiguió ― Rupert siguió corrigiendo otras pruebas y observó que todas

habían sacado resultados perfectos.

Esta vez no pude contener la risa. ¿Se imaginan a Doc Ellis corrigiendo una prueba perfecta

tras otra darse cuenta de que algo andaba mal sólo al llegar a la buena nota de Bobby Weller?

Volví a reírme y un poco de leche pasó de mi boca al vaso.

―_ Grosera ― dijo Liz al verme.

― Perdón ― me disculpe con una sonrisa.

― Oh ― dijo mamá, comprendiendo por fin. ― Suena a una copia organizada en gran escala.

Mi padre suspiró.

― Rupert dijo que todavía no había corregido tu prueba, Melanie, pero supongo que no tiene

importancia. De todos modos, no puede tener en cuenta esas notas.

― ¿Por qué no? ― protestó Liz ― puede haber sido una prueba fácil, o una coincidencia, o

cualquier otra cosa.

― ¿Coincidencia? ― ironizó Anne ― ¿Sabes cuál es el porcentaje de probabilidades?

Liz se encogió de hombros.

― No ― dijo con tono cansado.

― Yo podría resolver el problema mentalmente si conociera todos los detalles ― Continuo

Anne. Tiene mucho talento para la matemática ― ¿Cuántos alumnos son y cuantas preguntas

había? ― Preguntó.

― En realidad, no te importa ― le dijo Liz ― Sólo quieres lucirte. Es como dice la señorita

Gregson…

― Chicas ― intervino papá ― no es momento…

― Liz, ¿Qué dice la señorita Gregson con exactitud? ― preguntó mamá.

― Que a Anne le gusta lucirse ― respondió Liz alegremente ― que no alienta a los que

necesitan más tiempo, que…

― Mucho más tiempo ― murmuró Anne en tono sombrío, mientras echaba una mirada

asesina a Liz.

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― querida ― dijo mamá ― ya sabes que estamos orgullosos de tu capacidad para matemática,

pero…

― ¡Ta! ― grito Debbie desde su sillita alta.

― Chicas ― volvió a decir mi padre ― Escuchen…

― Es verdad, te gusta hacer ostentación de tus dotes, Anne ― dije a toda velocidad antes de

que papá pudiera continuar. No quería seguir hablando de Doc Ellis y, si algo aprendí a lo

largo de los años, es que, por lo general, puedo dejar a papá fuera de una conversación por

medio de una pelea con mis hermanas.

Él se echó hacia atrás en la silla, derrotado, con una expresión el semblante que decía: ¿Es

que todos los padres con cuatro hijas son intimidados así?

― Un minuto, Mel. Quiero preguntarte algo_ me atajó papá esa noche cuando entré en la

cocina para comer algo liviano. Él estaba bañando a Debbie en la pileta.

― ¡Ta! ― gritó Debbie, muerta de risa, y tiró agua por todos lados al verme.

― Hola, Debbie preciosa ― dije yo, inclinándome para besar su cabecita llena de jabón.

― ¡Ga! ― me contestó. Todavía no ha pronunciado su primera palabra, pero mamá asegura

que lo hará en el momento menos pensado.

Tomé una manzana de la frutera que había sobre la mesada, mientras esperaba que mi padre

dijera lo que tenía entre ceja y ceja.

Él levantó a Debbie, la paró sobre la mesada y comenzó a secarla con una toalla color rosa.

― ¡Ra! ― chilló Debbie loca de contenta. Le encanta que la sequen.

― Mel ― volvió a decir papá ― ¿Hay algo que sepas y quieras decirme sobre las pruebas de

Doc Ellis?

Mordí la manzana.

― No ― dije con cautela.

Mi padre y yo hicimos un trato hace mucho tiempo. Nuca me hace preguntas directas sobre

incidentes ocurridos en el colegio; le limita a preguntarme si hay algo que quiera decirle. O

tengo la libertad de decir sí o no y lo dejamos así.

― Me lo imaginé.

Siguió secando a Debbie, envolviéndola por completo en la toalla rosa. Los observé a ambos

bajo el brillo amarillento de la luz de la cocina. Papá parecía cansado, pero sus manos tocaban

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a Debbie con infinita paciencia, como si no tuviera nada mejor que hacer que secar a un bebé a

seco.

― Lamento lo de la prueba ― dijo por fin ― se lo mucho que estudiaste.

Lo cual les demuestra la fe absoluta que me tiene mi padre. Me acerqué y lo abracé desde

atrás. Enfrente vi una sobra que se movía y me pregunté si sería Bruce. ¿Podría vernos a los

tres a la luz de la lámpara de la cocina?

Sacudí la cabeza, decidida a desterrar todo pensamiento relativo a Bruce Conner.

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Transcripto por Helectra

El sábado por la mañana estaba sentada en la puerta de atrás con el camisón puesto, diciendo:

―Sí, mamá… sí, comeré las albóndigas… sí, sacaré la basura… No, no voy a ir a ninguna

fiesta…‖

Ese fin de semana, mis padres iban a llevar a mis hermanas a hacer una gira turística por el

norte de Michigan. No tenía que ir con ellos porqué viajar en auto me descompone con

facilidad.

Y si así no hubiera sido, lo habría simulado, porque no hay nada más aburrido que pasear en

auto haciendo comentarios sobre las hojas rojas o doradas. Me sorprende que Anne y Liz

todavía no sean listas como para poner objeciones. En realidad, pienso que durante gran parte

del viaje juegan a la batalla naval.

Mi madre cambió de posición a Debbie y la apoyó en su otra cadera.

― Y no hagas llamadas a larga distancia ― dijo para terminar.

― Mamás, ¿a quién voy a llamar?

― Ah no sé… ― sonrió. ― Supongo que me estaba esforzando por encontrar un último

consejo.

― Créeme ya cubriste todos los rubros.

Papá tocó la bocina. Era el único sentado en el auto. Anne y Liz permanecían de pie junto al

portón trasero abierto, sobre quien iba a ir atrás en la camioneta. Si pudiera darle un consejo a

papá, le diría: No conseguirás hacer que una mujer suba al auto, hasta que no esté lista para

subir al auto. En realidad, ya he transmitido este pequeño fragmento de sabiduría, pero él

parece no creerlo.

― Adiós querida ― dijo mamá. Me dio un beso en la mejilla y salió en dirección al auto.

Cerré la puerta con una legre suspiro. La casa estaba a mi disposición por veinticuatro horas.

Katie iba a venir pronto para pasar el día y la noche conmigo. Tendríamos todo el fin de

semana para charlar y dormir y comer cosas poco nutritivas y hacer todo eso que los padres

desaprueban.

Decidí sorprender a Katie y hacer panqueques para una combinación de desayuno/almuerzo.

Preparé la masa y puse a calentar la sartén. Los primeros panqueques salieron quemados y

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pegoteados, de modo que los tiré a la basura. Estaba haciendo uno enorme en forma de Ratón

Mickey, cuando sonó el timbre.

Atravesé corriendo toda la casa y abrí de golpe.

― Apúrate y entra ― dije ―, porque estoy haciendo panqueques y no…

Me interrumpí horrorizada. No era Katie quien estaba parado en el porche. Era Bruce

Conner, que sonreía con aire de indolente.

― ¿Puedo pedirte un poco de destapador de cañerías?

Me cruce de brazos.

― Muy chistoso. Adiós.

― Epa ― protesto Bruce ―. No es una broma; la bañera de casa está a punto de desbordarse

y mis padres se fueron con el auto y… ¿acaso crees que inventé todo esto sólo para verte en tu

excepcionalmente corto camisón?

Me ruboricé hasta la raíz de los cabellos. Llevaba puesto ese tonto baby-doll de satén color

café que me había regalado mi abuela. Me regala uno para navidad y otro para mi cumpleaños.

No se con exactitud lo que está tratando de decirme. En fin, aquel en particular no sólo era

corto, sino que tenía ya un par de años y me quedaba un poco chico.

Apreté las manos contra el ridículo ruedo corto por si pasaba una ráfaga de viento, y dije con

voz helada:

― Hay muchas casas en la cuadra. Ve a pedirle a alguien que no odie a muerte…

Una alarma zumbó enojada en la cocina. Dejé de hablar y me apresuré a volver allí. La

cocina estaba llena de humo y mi panqueque en forma de Ratón Mickey era una ruina

carbonizada. Saqué la sartén del fuego y trate de abrir una ventana.

― Caramba ― dijo una voz detrás de mí ― ¿te parece que nos tapemos la boca con unos

trapos mojados?

Me di vuelta de golpe. Bruce estaba parado justo ahí, en la cocina. Agité la mano para disipar

un poco el humo que tenía frente a la cara y lo miré con ojos relampagueantes.

― ¿qué haces aquí?

― Vine a pedir prestado un poco de destapador de cañerías ― dijo con paciencia ― Creo que

acabamos de hablar de eso.

― Y yo dije que no podías hacerlo ― le contesté en forma cortante. La alarma volvió a sonar

y yo me paré en puntas de pie para desactivarla.

Bruce se echó a reír.

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― Veo Londres, veo Francia…

― ¡Cállate! ― grité ― Bajé los brazos y abrí un cajón de la cocina. Me puse el delantal que

usa papá para los asados. Por suerte, era tan grande que me daba dos vueltas.

Bruce sonrió.

― Ahora te pareces a las fantasías que solía tener con aquella hermosa profesora de economía

domestica de mi otra escuela.

Lo señalé con la espátula.

― ¡No me hables de tus fantasías! ― Saqué el frasco de destapador de debajo de la pileta y se

lo di._ Tienes dos segundos para irte de aquí.

Se apoyó en la mesada. Llevaba una remera salmón: parecía tan vieja que sospeche que su

color original había sido rojo. El rosáceo realzaba su cara morena, y sus ojos centelleaban. Sin

motivo alguno recordé la sensación que me había provocado su mano en mi cintura durante la

fiesta de Bobby Weller. Parecía tan fresco y pulcro que me sentí todavía más desaliñada y

desprotegida en mi camisón.

― ¿Y tú familia donde está? ― preguntó Bruce.

― Fuera de la cuidad ― contesté automáticamente ― tenía entendido que tú bañera se estaba

desbordando.

― Así será si le cae una gota más de agua. Fuera de la cuidad, ¿eh? ― dijo, acercándose a mí_

Y veo que de verás te estás liberando, con esos panqueques en forma de Ratón Mickey. Muy

audaz de tu parte. ¿Qué cosa excitante tienes preparada para esta noche? ¿Una tortilla en forma

del Pato Donald?

Le dirigí una mirada fulminante. Él me devolvió una sonrisa.

― Bueno que tengas suerte con los panqueques ― dijo en tono indiferente.

Pensé en lo feliz que me sentía hacía sólo diez minutos, ante la perspectiva de mi perezoso

fin de semana. Y ahora venía él, para decirme por millonésima vez lo aburrida y mojigata que

era.

― Adiós ― dije en voz bien alta.

― Ya me voy ya me voy ― repuso Bruce ― De todos modos, el ambiente excitante que hay

en este lugares demasiado para mí.

Lo seguí a través de la sala, todavía armada con la espátula. Se demoró junto a la puerta.

― Supongo que sería mucho pedir que organizaras una fiesta ― dijo en tono burlón ―

Después de todo, eres la hija del director, y una chica tan buenita… Eh, espera…

Lo empujé materialmente hacia fuera. Se tambaleo en el porche y cerré de un portazo.

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Me di vuelta y me vi reflejada en el espejo del vestíbulo. Era la viva imagen de la furia: piel

cenicienta, ojos relampagueantes, respiración agitada, labios apretados, frente transpirada.

Bueno era lógico que me viera furiosa. Estaba furiosa. Pero, de alguna manera, aun cuando

estuviera tan llena de rabia, no pude menos que desear haber lucido más bonita mientras Bruce

estaba en casa.

Katie tardó horas en llegar y, cuando lo hizo, las malas noticias se notaban en su cara.

― ¿Qué pasó? ― le pregunté mientras tomaba su campera.

Katie se dejó caer en el sillón con un profundo suspiro.

― ¿No vas a creer quién me invitó al Baile de Otoño

― ¿Quién?

― Adivina ― dijo en tono dramático ― Trata de adivinar. Piensa en la última persona que

desearías que tuviera tu número de teléfono. Es más que te llamara y te invitara a salir.

Pensé un segundo.

― ¿Marea Alta Pat?

Katie gimió y tiró su bolso de fin de semana al piso.

― ¡Sí! ― gritó ― ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!

Me eché a reír.

― ¿Quieres decir que adiviné? ¿De veras adiviné?

Katie me dirigió una mirada asesina.

― ¿Qué le ves de gracioso?

Me puse seria.

― Lo siento, Katie. No creí que te referías a Pat.

Marea Alta Pat representa la última elección de una chica para salir. No me siento cómoda al

decirlo porque no es un mal tipo. En el colegio hay chicos más siniestros. No ha nada

demasiado llamativo en Marea Alta Pat ― es más o menos gordinflón, con pelo castaño

enrulado ―, salvo tal vez por sus mejillas, un poco demasiado rosadas. Además, por supuesto,

está el hecho de que siempre usa pantalones demasiados cortos para él. Uno piensa que cuando

los chicos comenzaron a llamarlo ―Marea Alta Pat‖, habría captado el mensaje y habría dejado

de ponérselos, pero no. Trato de no llamarlo por su apodo, pero como todo el mundo le dice

―Marea Alta Pat‖, resulta difícil recordarlo.

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Creo que lo que de veras condena a Pat a no ser tan popular es su personalidad demasiado

ansiosa y amigable. De hecho, es tan amigable que si uno es una persona razonablemente

bondadosa, se siente mal al ignorarlo o alejarse cuando se pone aburrido en exceso.

Katie volvió a suspirar tan hondo que tuve una breve visión de sus pulmones vacíos de aires

llevándola al desmayo.

― ¿Qué voy a hacer?

― ¿Qué quieres decir? ― pregunté ― ¿acaso no dijiste que no?

― ¡Claro que dije que no! ― sollozó Katie.

― Katie, Katie ― dije en tono tranquilizador, con la misma voz que habría usado frente a un

loco armado con un revólver ― Sé que resulta muy incómodo rechazar la invitación de

alguien al Baile de Otoño, pero, créeme todo va a salir bien.

― ¡No, no va a salir bien! ― Katie saltó del sillón y me puso las manos sobre los hombros.

Sus palabras surgieron rápidas, en un susurro, como si estuviera dando una información de

vital importancia. ― Mamá dice que debo ir con el primer chico que me invite, si es que

quiero. Piensa que todo este asunto del rechazo crea una atmósfera perjudicial, de mucho

aislamiento, y que de todos modos, no tendría que tomar demasiado enserio lo del Baile de

Otoño.

― ¡Oh, no! ―_ Horrorizada me tape la boa. ― ¿De modo que es Marea Alta Pat o nadie

más?

― ¿No podrías dejar de repetir su nombre a cada minuto? ― Katie seguía habándome furiosa

en voz muy baja._ Mamá ni se habría enterado de que Marea… de que me había invitado, si no

fuera porque atendió el teléfono y le pidió autorización.

― ¿Qué le pidió qué?

― Ya me oíste.

― Caramba ― dije entre dientes ― ¿Acaso pensaba que te estaba proponiendo matrimonio?

― ¡Ya lo sé! ― gimió Katie_ Sólo dime qué debo hacer.

Le puse una mano sobre el hombro con gesto de compasión. Ella se irguió y tomó un pañuelo

de papel de una caja que había sobre la mesita de café. Había anochecido y las ventanas de los

Conner estaban cálidamente iluminadas. Ya había autos alineados a ambos lados de la calle.

― ¡Oh, mira! ― dijo mi amiga en voz baja ― en la casa de Bruce están de fiesta.

Katie espiaba con los prismáticos que mamá solía usar para observar a los pájaros.

― Acaban de sacar otros barrilito ― anunció.

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Eran las doce, y la fiesta de Bruce era tan ruidosa que dudo que alguien haya conciliado el

sueño en un radio de quince kilómetros. Katie y yo, sentadas junto a la ventana de mi

dormitorio, en pijama, mirábamos. Esto suena más dramático de lo que fue en realidad. Tengan

en cuenta que la fiesta era tan bulliciosa que no podíamos ver televisión, no podíamos escuchar

la radio, no podíamos hablar por teléfono. ¡Casi no podíamos oírnos entre nosotras! Uve un

pobre consuelo al pensar que todos los asistentes a la fiesta iban a sufrir una carencia auditiva

permanente.

Katie se estaba portando como una buena amiga. Cuando le conté la dolorosa historia de lo

que había escuchado desde la puerta del baño, enseguida dijo que ni se le ocurriría ir a una

fiesta organizada por semejante payaso. Pero yo vi que sus ojos brillaban mientras observaba a

los otros invitados. ―Pobre Katie‖, pensé. No puede ir a la fiesta más grande del año porque es

la mejor amiga de la empalagosa hija del director.

Parecía imposible pero, de golpe, la música proveniente de la casa de Bruce salto a un

decibel más alto. Sentí como si el ritmo golpeara con fuerza en mi esternón. Hasta me sentí un

poco descompuesta.

Los autos estaban estacionados en doble y triple fila hasta perderse de vista. Creo que vi más

auto esa noche que en todo el resto del año. En cada ventana de la casa se veían cantidad de

siluetas. Cada vez que una desaparecía del ángulo de visión, otras cinco personas ocupaban el

lugar libre. El flujo de gente ante la puerta principal era continuo. Bruce estaba parado allí y…

Les saqué los prismáticos a Katie y espié con ellos.

― ¡Les está aceptando dinero! ― grité ― Les está cobrado entrada. ¡Y es probable que

obtenga muchas ganancias!

Katie me miró confundida y, de pronto, me di cuenta de que no había podido oír nada de lo

que yo había dicho. Le rodeé la oreja con las manos y empecé a repetirle mis palabras, pero

ella hizo un gesto de impaciencia y señalo la calle.

Un patrullero se abría camino entre los autos estacionados. Se detuvo frente a la casa de los

Conner y un policía bajó de un salto y atravesó el jardín con pasos firmes.

La música se interrumpió de inmediato. El policía permaneció en el porche con Bruce,

gesticulando con aire severo.

― Quisiera saber si Bruce puede oír lo que le dicen ― comentó Katie ― O si los tímpanos le

estallaron hace una hora.

― Es probable que se limite a asentir con la cabeza cada vez que sospeche que es el momento

adecuado ― coincidí.

Miramos unos minutos más como la gente salía de la casa y trataba de encontrar sus autos.

Aquello parecía un río humano.

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― Por fin podemos dormir ― dijo Katie dejándose caer sobre una de las cama gemelas de mi

cuarto. ― Buenas noches.

Se tapó los ojos con el brazo y se durmió en dos segundos. Yo me demoré junto a la ventana,

mientras miraba a las últimas personas que se retiraban.

Bruce seguía de pie en el porche, con el policía a su lado, y saludaba a todos con cortesía.

Cuando el último invitado se hubo ido, le dio la mano al policía y luego observó al patrullero

hasta que desaprecio en la curva de la esquina.

Se apoyó contra una de las columnas del porche. O veía su silueta a la perfección gracias a la

luz que brillaba en cada ventana. Me pregunté por qué no se movía, por qué no recogía las

botellas de cerveza y trataba de hacer que la casa de sus padres volviera a algo lo más parecido

a la normalidad. No parecía un chico que acababa de dar una fiesta. Parecía un adulto, una

persona madura, alguien carente de preocupaciones. A pesar mío admiré su tranquilidad al

verlo parado en su porche delantero, respirando el aire fresco de la noche.

Al cabo de un rato, se irguió y se estiró. Luego hizo un gesto de saludo en dirección a mi

ventana.

Por un instante sentí que me sonrojaba avergonzada. ¿Se habría dado cuenta que yo estuve

mirando todo el tiempo? ―Con Melanie cerca, siempre hay una especie de vigilancia

constante‖, oí decirle a Marty. ¿Qué pasaría se llegaba a pensar que había sido yo la que había

llamado a la policía?

Pero con el último gesto de saludo, de alguna manera sentí que, por una vez al menos, no se

estaba burlando de mí. Era como si compartiéramos un secreto, aunque yo no sabía decir en

qué consistía.

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Transcripto por Helectra

Durante un par de días después del episodio del gran embuste, Doc Ellis se lo vio tan triste y

abatido que de veras sentí pena por él. Pero luego pareció recobrar su humor ácido de siempre

y se dedicó a preparar una nueva prueba de matemáticas diabólicamente difícil.

Ahora estaba de pie frente a la clase.

― He corregido las pruebas ― dijo en tono de fastidio ― Creo que la mayor parte de ustedes

― ¿Me atreveré a decir todos ustedes? ― descubrirán que les ha ido menos bien en la Nueva

Prueba Mejorada que en el viejo modelo.

Empezó a caminar ida y vuelta por el pasillo, distribuyendo hojas y haciendo comentarios

sarcásticos.

― Te desbarrancaste, Debra… Mitchell, me asombra que hayas manejado tan bien el material

de la semana pasada… Lamento decepcionarte, Melanie.

Dejó caer mi prueba boca arriba sobre mi banco. Doc Ellis no es un hombre de cosas

evasivas, anónimas y boca abajo. Miré la nota: un tres. Todo encajaba. Ninguna cantidad de

horas de estudio podía prepararme para la horrenda y difícil Nueva Prueba Mejorada.

Sonó el timbre. Recogí los libros y me dirigí a la clase siguiente. Bruce me siguió.

― ¿Qué te sacaste? ― preguntó alegremente.

Yo no dejé de mirar hacia delante. Era culpa suya que hubiéramos tenido una Nueva Prueba

Mejorada, y no pensaba disimular mi rabia.

― Tres ― dije con frialdad.

― Oh, yo me saqué un dos ― dijo él ― Cambié una de mis preguntas tantas veces que en la

hoja ya había un agujero.

Le dediqué una sonrisa helada.

― Lamento no compadecerte.

― Está bien ― dijo él, ignorando mi sarcasmo. Siguió caminando a mi lado y, dado que

también estaba en mí clase siguiente ― iniciación del arte dramático ― me imagine que tenía

intenciones de acompañarme hasta allí. Caminamos en silencio un instante y luego, al pasar por

el centro de información Bruce me tocó el codo.

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― Espera un minuto ― dijo en tono despreocupado ― quiero ver la pizarra.

Me detuve con una sensación de curiosidad. Bruce no parecía ser la clase de persona deseosa

de utilizar la pizarra universitaria de viajes que es sobre todo un boletín de anuncios de visitas a

distintas universidades. Se supone que todo aquel que va a visitar una universidad debe poner

un anuncio para ir con otros compañeros y, de ese modo, ahorrar nafta, disminuir la polución y,

en general, escaparse de los padres por un día o dos. Papá está excesivamente orgulloso de esa

pizarra, aun cuando siempre resulta inútil. Supongo que la mayoría de los padres son

demasiado detallistas y quieren ir a ver las cosas con sus propios ojos.

― ¿Crees que mucha gente estará dispuesta a cerrar trato para esas visitas? ― me preguntó

Bruce con una risita tonta.

Miré por encima de su hombro los anuncios que estaba leyendo. Todos eran para lugares

como la Universidad Norteamericana de Beirut y la Universidad de Cambridge y la Nueva

Escuela de Economía de Delhi. En el espacio libre para ―Nafta/otros gastos‖ habían escrito

―2.800 dólares de pasaje aéreo‖ y, debajo de ―Duración estimada del viaje‖, se leía ―356

horas‖.

Sacudí la cabeza. Papá iba a quedar anonadado.

― ¿Tuviste algo que ver con esto? ― pregunté en tono de sospecha.

― ¿Yo? ― preguntó él a su vez, con aire inocente.

― La pizarra universitaria de viajes significa mucho para mi padre ― le dije.

― Ya veo porqué ― repuso Bruce ― Es muy útil.

Entrecerré los ojos.

― ¿Qué me cuentas de lo de la semana pasada, cuando arreglaron el timbre de la puerta de

recibo para que sonara con música de baile? ― pregunté ― Papá tuvo que llamar a un

electricista especializado para que viniera a desconectarlo.

Bruce hizo un solemne gesto de sentimiento.

― Muy bien hecho. Resulta difícil tomarse el estudio en serio cuando el timbre de la puerta

suena como una canción

― ¡Oh, dame un minuto de descanso! ― exclamé furiosa en nombre de mi padre ― Ni se te

ocurra simular que no…

― ¿Qué me dices de las apuestas sobre la edad de la señora McCracken? ― me interrumpió

Bruce con una brillante sonrisa.

Tuve que parpadear.

― ¡Entonces fuiste tú!

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― Bueno, no dije eso exactamente…

Puse los ojos en blanco y me precipité por delante de él para atravesar el vestíbulo y llegar a

la clase de arte dramático, una de mis favoritas. El profesor, el señor Munger, es un alma buena

que alienta a todos sin tener en cuenta su capacidad para actuar y jamás regaña o sermonea.

Además no teníamos pruebas escritas.

― Hola a todo el mundo ― dijo el señor Munger con la voz ronca, una vez que estuvimos

sentados ― Me duele la garganta así que les pido que se queden tranquilos y lean Doce

hombres en pugna ― Se encogió de hombros ― O que se ocupen de la tarea para sus otras

materias, o que charlen entre ustedes o hagan cualquier otra cosa.

Se sentó en su escritorio y comenzó a leer una revista de historietas de Batman. Yo estaba a

punto de empezar mi tarea para matemática cuando se oyó un golpe en la puerta.

El señor Munger señaló a Rose Smith.

― ¿Qué? ― preguntó ella.

― Di ―entre‖ ― le ordenó el señor Munger, siempre con su vos ronca.

Rose se aclaró la garganta como si fuera a intervenir en un ensayo para el Teatro Nacional y

dijo: ―¡Entre!‖ en forma tonta y dramática.

La puerta se abrió y entró un enorme tipo musculoso empujando una carretilla. También

llevaba una tablita con un sujetapapeles

― Ejercito de salvación ― anunció ― Vengo a recoger la máquina de hacer algodón de

azúcar.

Sucede que el Colegio Secundario Knox tiene una de esas máquinas. O bien la tiene el señor

Munger. Se la pasa haciendo algodón de azúcar en sus horas libres.

El señor Munger pareció sorprenderse.

― Me temo que hay un error ― dijo con su ronquera ― yo no tengo una máquina de hacer

algodón de azúcar.

El tipo del Ejército de Salvación miró a la máquina ubicada en un rincón.

El señor Munger sonrió con ironía.

― Bueno, no tengo una que desee regalar ― se corrigió.

El tipo de Ejército de Salvación parecía estar harto.

― Oiga, don, recibí la llamada y me vine hasta aquí.

El señor Munger alzó las cejas.

― Yo no hice la llamada.

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El tipo del Ejército de Salvación pareció reflexionar.

― Bueno, alguien hizo una llamada.

Miré enseguida a Bruce. Resplandecía lleno de orgullo.

― Oiga, no importa quien llamó ― dijo el hombre del Ejército de Salvación ― La cosa es

que yo me vine hasta aquí. De todos modos, ¿qué están haciendo con la máquina? ¿Acaso una

escuela es un lugar para eso?

Quise defender al señor Munger. Es cierto que hacer algodón de azúcar en el tiempo libre tal

vez no sea del todo normal, y tal vez no contribuya a promover la causa de una educación más

elevada, pero ¿a quién perjudicaba?

No a Bruce, con seguridad, a quien, era obvio, le encanaba causar problemas por el sólo

placer de hacerlo.

El fornido señor del Ejército de Salvación se inclinó sobre el señor Munger.

― ¿No preferiría que muchos pobres tuvieran esa golosina?

Al señor Munger se lo vió perplejo.

― Bueno, supongo…― se animó de golpe, al parecer motivado por un espíritu comunitario.

― ¡Adelante llévesela! ― declaró con ademán grandioso ― Désela a los niños necesitados.

¡Me alegra donarla!

Suspiré. Supongo que donar una máquina de hacer algodón de azúcar es una buena idea,

dentro de todo, pero no pude menos que pensar que el señor Munger extrañaría su máquina

cuando llegara la quinta hora. Volví a mirar a Bruce, que trabajaba en su tarea de alemán con

estudiada indiferencia.

― Escuchen todos, el gran día ha llegado ― dijo sonrisita horas más tarde, con una sonrisa

frenética.

Sonrisita es el profesor de bilogía, y el gran día al que aludía era nuestra primera clase en el

laboratorio de disección. Por supuesto en su opinión, el día realmente grande sería el momento

de llegar a la Unidad Ocho (reproducción). Sonrisita se desvive por enseñar educación sexual.

El primer día de clase nos miró con expresión radiante y dijo: ―Sé que desean llegar a la unidad

ocho con tanta ansiedad como yo, pero tendremos que esperar‖. Es un demente. Tiene esa

sonrisa loca en la cara todo el tiempo, razón por la cual, nadie, ni quiere papá, deja de llamarlo

Sonrisita. Fundamentalmente es una especie de pervertido, pero disfraza muy bien su

perversión debajo del lenguaje académico, y yo creo que el colegio no puede despedirlo sólo

por hablar mucho sobre estambres y pistilos y esperma y óvulos.

Sonrisita hojeó una pila de papales y nos miró radiante.

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― Asigné a cada uno de ustedes un compañero de laboratorio.

La noticia fue recibida con un coro generalizado de gemidos. Todos saben que Sonrisita

desea que cada pareja de compañeros de laboratorio esté integrada por un chico y una chica a

fin de vigilar sus movimientos y ver si se enamoran, o se besan, o hacen lo que sea que espera

que hagan.

Se que suena raro, pero es la verdad. El primer día de clase, sonrisita había dicho: ―¿Por qué

no se mezclan entre ustedes? Mañana vendré con un diagrama de sus asientos‖. De modo que

tuvimos que sentarnos en distintos lugares mientras charlábamos y Sonrisita son observaba con

ojos de halcón. Al día siguiente llegó corriendo con el diagrama, que tenía todo organizado en

― ¡adivinen! ― Parejas de chica y chico. No negaba que hacía eso como una especie de

actividad casamentera.

De modo que al segundo día de clase me encontré sentada junto a Teddy Inman. Teddy

Inman, es un chico más grande que repitió dos o tres veces y, si fuera posible, es aun más

pervertido que el propio sonrisita. El año pasado lo suspendieron por traer ejemplares de

Playboy al colegio vender páginas sueltas a los de primer año a cinco centavos cada una. Por

si eso fuera poco en general es bastante siniestro: usa campera de cuero y siempre, y está

adoptando actitudes insolentes y haciendo gestos despectivos. Ahora bien, imagínense a

Sonrisita evaluando el asunto y pensando: ―Mmmm, creo que pondré a Melanie con Teddy…

¡Tal vez hagan buenas migas!‖. Debo decir que no me hacía sentir muy bien la imagen que eso

proyectaba de mi misma.

― Bien, ahora escuchen todos: aquí están sus compañeros ― nos dijo sonrisita con voz de

trueno ― Brad Hopkins, Juliet Miller.

Brad y Juliet intercambiaron miradas de agradecimiento. Siempre habían sido amigos.

― Rose Smith y Bobby Weller.

Rose dedicó a Sonrisita una mirada asesina. Yo también lo habría hecho. ¿Se imaginan tener

al lento de la escuela como compañero de laboratorio? Bobby pareció sorprenderse por el solo

hecho de que habían pronunciado su nombre.

― Swiss Kriss y Teddy Inman ― continuó sonrisita.

Teddy dirigió una mirada tétrica a Swiss Kriss, quien se veía evidentemente aterrorizada. No

la culpé. No pasaría mucho tiempo antes que Teddy hiciera algo detestable, como por ejemplo

apoyarle una mano en la pierna.

Sonrisita siguió poniendo a toda la clase en pareja. Por fin, me miró directo a la cara, con un

brillo en los ojos.

― Y por último, pero no por eso menos importantes, Melanie Merill y Bruce Conner ―

anunció con energía, antes de dejar a un lado la carpeta ― Y ahora, ¡vamos al laboratorio a

disecar a esos gusanos!

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Caminé aturdida hasta el laboratorio sin dejar de mirar hacia delante. Había estado tan

interesada en los compañeros de los demás, que no me detuve a pensar en el mío.

Así que estaba atrapada con Bruce. En ese momento consideré que Teddy Inman o Bobby

Weller eran compañeros de laboratorio muy atractivos.

Bruce estuvo junto a mí de un salto.

― Bueno ¿no te parece una feliz coincidencia? ― dijo con alegría ― ¿o no es una

coincidencia? Tal vez utilizaste tu influencia familiar para sobornar a sonrisita y tenerme de

compañero.

Puse el escalpelo de mi equipote instrumentos contra su garganta.

― Escucha ― dije con los dientes apretados ― Voy a ser tu compañera de laboratorio sólo si

te guardas esos odiosos comentarios para ti y si haces todo el trabajo pesado.

Pareció reflexionar.

― ¿Qué entiendes exactamente por ―pesado‖?

Aparté el escalpelo.

― Tocar los gusanos con las manos, incluso con guantes. Lo mismo vale para los sapos y los

cerdos cuando lleguemos a ellos. Abrir los gusanos o los sapos, y en especial los cerdos. Secar

la sangre que se derrame. Tocar todo aquello que una vez pudo haber sido el cerebro de algo.

Bruce frunció el ceño.

― ¿Entonces tú que harás?

Agité las pinzas de cirugía delante de sus ojos.

― Escarbaré una vez que hayas terminado con la parte sucia, identificaré los órganos y todo

eso.

― Muy bien ― dijo él ― Trato hecho ― sus ojos brillaron ― Ahora, con respecto a callarme

los comentarios odiosos, lo lamento, pero es mucho pedir.

Puse los ojos en blanco.

― ¡Que castigo! ― dije por lo bajo.

Abrimos la caja que contenía el gusano. Yo retrocedí ante el olor a formaldehído. En el fondo

el gusano yacía rígido y como hecho de goma.

― Oh ― constaté aliviada ― está muerto.

― Por supuesto ― Bruce se echó a reír ― ¿Qué pensabas que primero tendríamos que darle

un golpe en la cabeza?

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Me sonrojé.

― Bueno, no…

― Me complace ver que ustedes dos se llevan bien ― dijo sonrisita detrás de nosotros. Ese es

otro rasgo de sonrisita: uno casi nunca tiene problemas por hablar en clase, porque siempre

piensa que uno esta flirteando, cosa que aprueba. Nos dedicó una ridícula sonrisa con todos sus

dientes y siguió su camino.

― ¡Caramba! ― exclamó Bruce mientras se ponía los guantes de plástico.

― Hay algo que anda muy mal en ese tipo.

― Lo sé.

En silencio, trabajamos con el gusano durante unos minutos. La cosa o era tan terrible.

Probablemente lo habían conservado en formaldehido durante veinte años y estaba tan flexible

y contrahecho que ni siquiera parecía una animal de verdad… o un invertebrado de verdad,

para el caso.

Trabajar con Bruce tampoco resultó tan malo como pensaba. Era muy concienzudo, tomaba

notas, e incluso rotulaba mis dibujos a medida que le dictaba los nombres. Por cierto, mi

situación era mejor que la de Rose, que se encontraba junto a nosotros criticando a Bobby

Weller. Bobby parecía hipnotizado por el movimiento del agitador, que disolvía Sulaco de

cobre para la clase de química de la quinta hora con la boca un poco abierta.

― Bueno, bueno, bueno ― exclamó Bruce ligeramente sorprendido ― Acabas de aplastarle el

cerebro. Tenía entendido que no quería saber nada con cerebros.

― ¿Eso es el cerebro? ― Llena de dudas miré de soslayo la punta de las pinzas ― ¿cómo lo

sabes? Es tan chiquito.

― Bueno, no creo que los gusanos tengan muchos pensamientos ― repuso Bruce ― Pero

claro, tampoco los tendrías tú si lo único que hicieras fuese arrastrarte por el suelo todo el día.

Examinamos juntos el cerebro destruido del gusano, pegado a mis pinzas. De repente, me di

cuenta de que nunca había estado tan cerca de Bruce. Provocaba una sensación extraña, como

cuando una ve a una celebridad en persona. Éramos de la misma estatura, y pude notar que sus

espesas pestañas marrones eran doradas en las puntas. Su cutis estaba realmente libre de granos

― una gran hazaña en el colegio secundario ― y era casi oliváceo. Por primera vez vi que

tenía pómulos salientes. Sabía que cualquier chica se habría derretido por esos pómulos: me

pregunté si tendría hermanas y si tendrían pómulos parecidos. Pero no podía pensar en ningún

familia de Bruce. Parecía, tan único, tan él mismo que no lograba imaginar a nadie con sus

rasgos.

Noté que los penetrantes ojos de Bruce me examinaban con una expresión vigilante que no

pude reconocer bien.

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― Escuche, Sonrisita ― dijo en voz baja, sin dejar de mirarme.

― ¿sí? ― respondió el profesor de inmediato. Ni me había dado cuenta de que estaba al lado

de nosotros.

― Melanie quiere decirle algo ― dijo Bruce. Todavía estaba cerca de mí y me miraba con

fijeza.

― ¿Qué pasa? ― preguntó Sonrisita.

― Quiere decirle… ― Bruce desvió los ojos y se alejó de mí para ocuparse del equipo de

laboratorio ― Quiere decirle que está muy contenta de que nos haya puesto como compañeros

de laboratorio.

Yo quedé boquiabierta. ¡Cómo se atrevía a avergonzarme así!

― Me encanta oír eso ― dijo Sonrisita radiante, y me hizo un rápido gesto con sus cejas

espesas.

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Transcripto por Helectra

Al día siguiente, a la hora de almorzar, estaba repasando para la prueba d español cuando

escuché que una voz conocida preguntaba con burlona cortesía: ―¿Este asiento está ocupado?-

Supe que era Bruce aun antes de levantar la vista. Lo había visto más temprano en la mesa de

Alex Chase y Marty Richards la cual, da la casualidad, es la más popular de la cafetería. Él

solo pensarlo me provocó un familiar aleteo de celos: Bruce tenía una multitud de amigos.

― Si ― dije.

De todos modos se sentó frente a mí en el lugar que Katie había dejado libre cinco minutos

antes y miró su bandeja.

― Supongo que debería decir: ―¿Este almuerzo es de alguien?‖. Caramba una hamburguesa.

Ya comí salsa de ají.

Tomó la hamburguesa y le dio un mordisco.

Yo me estremecí.

― No seas grosero. No sabes de quien es la comida ni porqué la dejaron.

― Es verdad ― siguió masticando ― Aunque está riquísima ― me miró ― ¿Crees que los

camareros coman las sobras de tu plato cuando le llevan de vuelta a la cocina?

― Nunca pensé en eso ― dije con frialdad, repentinamente segura de que no iba a pensar en

otra cosa cada vez que comiese afuera.

― Y además ― continuó Bruce entre bocado y bocado de la hamburguesa de Katie ― ¿Qué

me dices si de veras le gusta lo que estás comiendo y esperan unas migajas, y tú sales

pidiéndoles que te devuelvan los restos para llevárselos al perro?

Sacudí la cabeza por toda respuesta mientras observaba como Bruce hacía desaparecer el

almuerzo de Katie.

― ¿Cómo puedes comer eso? _ pregunté_ yo odio las hamburguesas del colegio.

― Claro, pero tendrías que haber ido al colegio que iba antes ― dijo Bruce ― ¿Quieres oír la

historia del chico nuevo que comió pizza y se descompuso, y nadie podía imaginar la causa

porque muchas personas habían comido la misma pizza y nadie se descompuso?

― ¿Tenía gripe? ― traté de adivinar.

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― No, se descubrió que había algo ― alguna bacteria ― en la comida, y todos estábamos

inmunizados porque, sin saberlo, la habíamos estado comiendo durante años, pero el chico

nuevo no estaba inmunizado y tendrías que haber visto…

Miré a Bruce a los ojos.

― Esa historia no tiene un solo detalle que te disculpe.

Bruce pareció sentirse absurdamente complacido, como si yo acabara de hacerle un enorme

cumplido.

― Lo se_ dijo sin preocuparse ― Escucha, quiero preguntarte algo.

― No, yo no llama a la policía la noche de tu fiesta ― me adelanté, y di vuelta una página de

mi libro de español.

― No era eso ― dijo Bruce ― Ya sé que no llamaste a la policía. Fue la señora Hewllet. Me

enteré porque también llamó a mis padres. ¿Por qué iba a pensar que habías sido tú?

Lo miré con expresión inflexible. De repente, su conversación con Marty volvió a mi mente

con asombrosa claridad. ―Con Melanie es como sentir una vigilancia constante… es un caso

agudo de síndrome de hija del director‖. El recuerdo hizo que me ardiera la cara.

Bruce me miraba atentamente, con un alteo extraño en la profundidad de sus ojos.

― ¿Melanie? ― dijo con voz suave ― ¿Qué pasa?

Sacudí la cabeza. No iba a darle la satisfacción de hacerle saber que había oído ese diálogo

humillante.

― Nada.

Él se encogió de hombros.

― Bueno, lo que quería preguntarte ― dijo con lentitud mientras comía el postre de Katie ―

era si querías ser vicepresidenta del club que voy a fundar.

Entrecerré los ojos.

― ¿Qué clase de club? ¿Está auspiciado por el colegio?

Pareció interesado.

― ¿Qué quieres decir?

― Quiero decir, ¿Tiene el respaldo de algún profesor o de… bueno, ya sabes, un entrenador o

algo por el estilo?

Bruce frunció el ceño.

― No sabía que necesitaba eso.

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― Lo necesitas, si quieres que figure en los formularios para ingresar a la universidad ―

aclaré ― ¿Qué clase de club dijiste que era?

― Todavía no lo sé.

― ¿Qué nombre tiene?

― Todavía no lo elegí.

― Bueno, ¿qué va a hacer el club? ― pregunté exasperada.

Hizo un gesto con la mano como para descartar el tema.

― Nada importante, salvo que pensé quesería bueno tener una especie de fundación para

recaudar fondos a fin de dar una fiesta.

― ¿Quién va a dar dinero a un grupo de chicos para dar una fiesta? ― quise saber.

― Bueno, obvio que no le diré a nadie para que estoy recaudando fondos ― dijo Bruce con

paciencia ― Pero no creo que nadie haga preguntas. Por ejemplo, cuando compras en una

venta de tortas. ¿Interrogas a la persona que te las vende?

― No, pero…

― Es por eso que el club necesita un nombre realmente bueno ― dijo Bruce ― En tu calidad

de vicepresidenta, ¿puedes hacer alguna sugerencia?

― Mira ― dije mientras me levantaba y recogía mis libros ― no voy a ser vicepresidenta de

ningún club que sea tan deshonesto y carente de escrúpulos.

― Epa ― reaccionó Bruce sin irritarse ― No te pedí un análisis moral del proyecto. Es sí o

no. ¿Quieres ser vicepresidenta o no?

― ¡No! ― le grité ― ¡No! ¡No!

La gente se dio vuelta para mirarnos.

― ¿Podrías hablar más fuete? ― dijo él con una sonrisa ― No te oí bien.

Dos noches más tarde, después del postre, mamá comentó al pasar.

― Por fin conocí al chico que se mudó a la casa de enfrente. Parece muy buena persona.

― ¿Bruce Conner? ― pregunté mientras pasaba la cuchara por el fondo de mi plato de crema.

― Oh, ¿ese es Bruce Conner? ― dijo mi madre ― No sabía que era justamente él de quien

siempre estás hablando.

Pareció reflexionar.

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― No estoy siempre hablando de él ― protesté ruborizada.

― ¿Dónde lo viste? ― preguntó papá.

― Pasé por un lavadero de autos ― dijo mamá lamiendo su propia cuchara ― Un club

llamado Guardianes de la Democracia.

Papá y yo gemimos al unísono.

― ¿Qué pasa? ― Mamá pareció sorprenderse ― el letrero decía que era un lugar donde se

recolectaban fondos, de modo que me detuve y me hice lavar el auto.

― Querida, Guardianes de la Democracia es un club falso ― le explicó papá ― Además yo

hice lavar el auto el sábado.

― Caramba, ¿Cómo descubriste que era un club falso? ― pregunté.

Mi padre suspiró.

― Los consejeros escolares se están volviendo locos ― respondió ― Parece que a todo chico

que se afilia al club lo nombran presidente, sólo para que quede bien en los formularios de

ingreso a la universidad.

Me aclaré la garganta.

― Pensé que se necesitaba respaldo oficial para incluir algo en un formulario.

― Lo tiene ― dijo papá en pocas palabras ― Al Kildaire es el benefactor del club.

Puse los ojos en blanco. El señor Kildaire es un profesor maduro pero de aspecto juvenil, uno

de los pocos hippies que quedan, que está desesperado por tener chicos como él. Ya conocen el

tipo: se disfraza en noche de brujas, se pone el Kilt en San Patricio, da clases en el jardín

cuando hace calor.

― ¿Por qué se están volviendo locos los consejeros? ― preguntó Anne. Siempre está muy

interesada en todo lo relacionado con el colegio secundario y la forma en que la gente se

comporta allí. Creo que espera tener todo claro incluso antes de que le toque ir.

― Porque la gete que se integre al club va a parecer tan buena como la que realmente estudió

duro ― explicó mi padre.

Mamá frunció el ceño.

― Creo que estás exagerando ― dijo sin darle importancia ― Veamos, ¿Cuántos chicos se

inscribieron de veras en ese club?

― De acuerdo con los datos de esta tarde, quinientos quince.

― ¡Quinientos quince! ― exclamé ― ¡Hace dos días ese club ni siquiera existía!

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― Lo sé, pero las noticias se están propagando a toda velocidad ― dijo papá ― Al parecer,

todo lo que uno debe hacer es firmar una hoja de papel que tiene Bruce y a se convierte en

socio del club.

― ¿No puedes hacer que el señor Kildaire le retire su apoyo? ― pregunté desesperada. Pensé

en la pobre Katie, que cierta vez se pasó un semestre soportando que abusaran de su cerebro en

el club de ajedrez, sólo para mejorar sus antecedentes y completar mejor el formulario de

ingreso a la universidad. ¿Y yo? ¿Yo, que pasé horas y horas en la banda de la escuela, tocando

la flauta en primera fila mientras el señor McDermott gritaba y desparramaba saliva por encima

de todos los instrumentos de viento? ¿Yo, y todos esos meses en el equipo de tenis

congelándome con esa faldita corta? ¿Y todas esas aburridas reuniones a las que tuve que

asistir para la Sociedad Nacional de Honor, mientras la profesora de latín, la señora Ronald, se

rascaba con el puntero? Por supuesto, en cierto modo disfrutaba de todas esas actividades,

pero no habría tenido tanto aguante de no ser por mis formularios de ingreso. Y ahora parecía

que podía haber llevado una vida fácil y, sin embargo, estar capacitada para incluir la actividad

de ―Guardianes de la Democracia, Presidenta‖.

― Temo que no puedo ni pensar ni pensar en sacar a Al Kildaire de ese proyecto ― dijo

papá_ está encantado con él. Nunca ha sido tan popular; los chicos le dan palmaditas en la

espalda y lo felicitan. Además parece que Bruce lo convenció de que el Club de veras va a

realizar algo bueno.

― Bueno estoy segura de que así será _ dijo mamá con suavidad ― Después de todo se

dedican a lavar autos.

― Mamá _ dije exasperada ― eso es para juntar fondos y organizar una fiesta.

― ¿Estás segura? _ dijo ella al levantarse para sacar los platos de la mesa ― A mí me pareció

todo muy lícito, y ese Bruce no dejó de hablar y hablar de buenos emprendimientos.

Suspiré enojada y llevé mi bol de helado a la cocina. Miré por la ventana y vi a Bruce

sentado en su sala, matándose de risa por algo que había en la televisión. De repente, recordé

que él me había pedido ser vicepresidenta de un club en donde todos los demás eran…

¡presidentes!

Observé la cara contorsionada de risa mientras una cólera impotente me invadía. Sin

quererlo, apreté los puños y, de golpe, tiré mi cuchara por la ventana en dirección a él. Voló en

silencio, inofensiva, brillando en la noche.

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Transcripto por Nyx.alexa

Al día siguiente, la clase de literatura se interrumpió por misericordia divina justo cuando la

señora McCraken me estaba haciendo una pregunta sobre Beowulf, el poema medieval.

— Vengan, vengan —llamó Rose Smith asomándose a la puerta —. ¡Es el Día del Clavel!

El Día del Clavel es un día en el que la gente, en forma anónima o no, hace que le lleven una

flor a cualquier persona del colegio, en la tercera hora. Los claveles vienen en tres colores:

Blanco por la amistad, Rojo por el amor, y Rosa por un admirador secreto.

Rose entró con un carrito lleno de flores. Entregar los claveles es una de sus muchas

obligaciones en su carácter de capitana del grupo femenino de hinchas en las competencias

deportiva.

— Presten atención y no se impacienten — Pidió, y consulto su lista. Lo dijo como si nos

estuviéramos amontonando a su alrededor, pidiendo claveles a gritos, cuando en realidad todos

esperábamos lo más tranquilos.

La vida de Rose está dedicada íntegramente a mejorar su imagen. Rose espera que cada chico

que salga con ella la haga más popular. Y que cada clase que tome la haga parecer más

inteligente. Cada vez que saluda a alguien, tiene la esperanza de que eso la haga parecer más

sociable. Cada vestido que se compra debe elevarla a la categoría de árbitro de la moda.

Lo sé porque estuve con ella desde el jardín de infantes, y antes del jardín de infantes

estuvimos en la misma guardería, y antes de eso, nacimos juntas en el mismo hospital. Pero a

pesar de tanta historia compartida, Rose nos descartó a mí y a otros amigos cuando quedó claro

que no íbamos a contribuir a mejorar su rating de popularidad, y ahora solo nos habla cuando

podemos hacerle un favor.

Por ejemplo, en ese mismo instante estaba leyendo mi nombre como si no tuviera la menor

idea de quién era yo.

— ¿Melanie Merrill? ¿Melanie? ¿Melanie?

— Estoy aquí, Rose — dije, y levanté la mano.

Rose recorrió el pasillo con un revoloteo de su corta falda roja de capitana.

— Tres claveles rojos y uno blanco para ti, Melanie — dijo al ponerlos sobre mi banco.

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Supe sin necesidad de mirar que mis claveles eran de Katie. Como también sabía que Katie

iba a recibir lo mismo de mí. Se trataba de un viejo pacto entre ella y yo, en el sentido de que

debíamos protegernos por si no recibíamos ningún clavel. En realidad yo era la única que

necesitaba esa protección; Katie siempre parecía tener un grupo de admiradores secretos.

— ¿Bruce Conner? — llamó Rose — Tienes…

— No, Gracias — La interrumpió bruce en tono indiferente a mi espalda. Brad Hopkins se las

había arreglado para abandonar la clase después de la catástrofe de La Odisea, y ahora Bruce se

sentaba en el banco de atrás. — No me interesa aceptarlos.

— Pero tienes cinco claveles rojos — Protestó Rose.

Miré con atención las flores que rose le mostraba a Bruce. ¿En serio tenía cinco claveles

rojos? ¿Tenía cinco admiradoras o todos provenían de la misma chica? ¿De quién serían?

Pero Bruce no parecía sentir curiosidad.

— Elijo no aceptarlos — Repitió, paciente —. Por favor, dáselos a otro.

—Pero…

— Por favor.

Rose se encogió de hombros.

— ¿Katie Crimson? ¿Katie? ¿Katie?

Atravesó la habitación, y yo me di vuelta, en verdad intrigada.

— ¿Por qué no quisiste los claveles?

Bruce se encogió de hombros.

— No me gusta el Día del Clavel.

Levanté una ceja.

— ¿Qué tiene de malo para que no te guste?

— Pienso que es injusto.

— ¿injusto? — Me sorprendí —. ¿Para quién? ¿Te refieres a la gente pobre? Los claveles no

cuestan casi nada y, además, las ganancias van a la sociedad norteamericana del cáncer.

Bruce me miró con una sonrisa sardónica.

— Ah — dijo —. De modo que todo se hace en nombre de la beneficencia, ¿no es así?

Yo monté en cólera.

— No solo en ―nombre‖ de la beneficencia. De veras damos ese dinero para beneficencia.

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— Hmmm —Musitó él en tono evasivo — Bueno, dime una cosa. Eres la hija del director, por

lo tanto debes saber cuánto le cuesta al colegio comprar esos claveles. ¿Tengo razón?

— Claro que lo se — Repuse con vehemencia —.Los compramos de una floristería al por

mayor, y cuesta cinco centavos cada uno.

— Aja. — Bruce tomo su lapicera con aire pensativo. — ¿y cuántos chicos hay en la escuelas?

— Mil doscientos.

— ¿y cuántos de ellos mandan realmente esos claveles?

— Muchos—contesté impaciente. ¿Adónde quería llegar? — Digamos, digamos… dos

tercios.

— Muy bien — anotó Bruce con displicencia —. De modo que serían ochocientos chicos,

cada uno compra un clavel, y cinco insignificantes centavos… lo cual da… hmmm… cuarenta

dólares. Apuesto a que la sociedad Norteamericana del Cáncer planifica todo su presupuesto en

base a esa donación — dijo con voz burlona —. ¿No te parece?

Me Mordí los labios.

— Bueno… a pesar de que no es mucho dinero, sigue siendo mejor que nada. Y en todo caso,

no es injusto.

— Pero si el objetivo del Día del Clavel es la beneficencia — dijo bruce en tono racional —,

¿Por qué no hacer algo que dé mucho dinero?

— Bueno, nadie dijo que la beneficencia sea el único objetivo del Día del Clavel —argumenté.

— ¡Exactamente! — Exclamó Bruce con una sonrisa de triunfo —. El objetivo del Día del

Clavel es que la gente que es popular se sienta todavía más popular, y que la gente que no es

popular se sienta peor.

Entrecerré los ojos.

— ¿Y eso qué quiere decir?

— Quiere decir que, si tienes un novio o una novia, ya lo sabes, ¿correcto? — explicó Bruce

con toda la paciencia —. Ya estás saliendo con ellos. De manera que no resulta una gran

revelación recibir un clavel rojo en las tercera hora, ¿correcto?

—Bueno, claro que no, pero…

— y si eres amigo de alguien en el colegio, almuerzas con él o con ella casi todos los días,

¿correcto? De modo que esa persona ya sabe que es tu amiga antes de recibir el clavel. — Sus

brillantes ojos verdes me observaban muy atentos. — ¿y cuántas veces viste realmente que

alguien recibiera el clavel de un admirador secreto?

— Montones de veces — dije a la defensiva.

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— Muy bien — dijo Bruce —. ¿Y quiénes los recibieron? Las chicas más populares de la

clase, ¿Correcto? Quienes ya sabían que eran populares y bonitas y que muchos pobres tontos

estaban enamorados de ellas, ¿correcto?

— ¿No podrías dejar de decir ―Correcto‖ al final de cada frase? — dije irritada, mientras

sonaba el timbre.

Recogí mis libros y claveles y salí al vestíbulo, sin dejar de pensar en lo que había dicho

Bruce.

En cierto modo, tenía razón. El Día del Clavel de veras podría hacer sentir muy mal a cierta

gente. Piensen en Pat, Por ejemplo. ¿Cómo se sentiría durante el Día del Clavel cada año,

yendo por ahí sin ninguna flor, mientras que ciertos chicos — los populares — arrastraban

ramos enteros? ¿Y qué decir de mi pacto con Katie? Es evidente que me aterrorizaba la

perspectiva de quedarme sin claveles y parecer poco popular.

Sin embargo, resultaba raro que alguien en vías de convertirse en el chico más popular de la

escuela pensara que el Día del Clavel era injusto. De hecho era difícil imaginar que Bruce

creyera que algo era injusto. ¿Era justo llevar a cabo esa sesión de copia en gran escala para

Geometría? ¿Era justo privar al señor Munger de su máquina de algodón de azúcar (aun

cuando, a la larga, eso hiciera felices a muchos chicos)?

Rose pasó a mi lado y me dedicó un gran gesto de aprobación porque yo llevaba cuatro

claveles. Me estremecí. De repente, las flores perdieron todo su atractivo. Recordé a Bruce en

su banco, negándose a recibir los cinco claveles rojos. La imagen era fuerte, dulce,

extrañamente conmovedora.

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Transcripto por Maka.Mayi

― ¡Hola! ― me dijo Bruce en tono vivaz al día siguiente, cuando yo entraba en la clase de la

señora McCracken.

― Hola ― dije yo, con más reserva, mientras tomaba asiento. Bruce había ido a la peluquería

y su lacio pelo castaño, muy corto, se erizaba en ciertos lugares. Parecía tener más o menos seis

años. Sentí la extraña necesidad de pasar la mano por ese pelo. Se lo veía tan suave…

Me di vuelta hacia el frente de la clase y traté de alejar ese pensamiento de mi mente.

Bruce se inclino hacía adelante.

― ¿Puedo preguntarte algo?

Suspiré.

― ¿Acaso puedo impedírtelo?

El sonrío.

― ¿Con quién irás al Baile de Otoño?

Mi corazón dio un vuelco. ¿Iba a invitarme? Luego temblé. ―No seas tonta ― me dije ―

Seguro que se está preparando para decir algo realmente detestable.‖

― No iré ― dije con rapidez ― Nunca voy.

― ¿Nunca? ― Repitió Bruce incrédulo.

Me sonroje. ¿En qué estaba pensando para decir semejante cosa? Me refiero a que nunca

había ido por que nadie me invitaba, pero no tenia por que hacer la publicidad del hecho, y

menos con Bruce. Me aclaré la garganta.

― No me gusta… Quiero decir…

Por suerte, tocó el segundo timbre y llego la señora McCracken y comenzó a hablar con voz

monótona sobre los Cuentos de Canterbury, del señor Chaucer.

Me acomodé en mi banco y compuse la cara para lograr una expresión de cuidadosa

atención, agradecidísima por que la clase había empezado.

Pero debía admitirlo, Bruce había preguntado algo interesante. ¿Con quién iba a ir al Baile de

Otoño? O, dado que estábamos en clase de literatura, ¿con quién tendría el gusto de ir?

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Por supuesto, es cierto que nunca voy al Baile de Otoño. Pero también es cierto que todos los

años tengo la esperanza de que alguien me invite.

Bueno no cualquiera. El muchacho con quien me gustaría ir debería ser divertido y apuesto,

inteligente y popular. Por supuesto, eso es nada más que un ideal, la cuestión es sólo cómo

encontrar un compañero aceptable. De modo que borren ―inteligente‖ de la lista, por que no

tiene que ser un científico experto en viajes espaciales para llevarme al Baile de Otoño. Creo

que también podemos olvidar lo de divertido. Muy bien, eso nos deja con apuesto y popular, lo

cual todavía es demasiado ambicioso para alguien que jamás ha ido al Baile de Otoño.

― ¿Qué quieres decir con eso de que nunca vas? ― Susurro Bruce en mí oído ―. ¿Significa

que nunca vas por una cuestión de principios o porque nadie te invita?

― No es de tu incumbencia ― farfullé, y rogué que la señora McCracken no nos sorprendiera

hablando en clase.

― Eso significa que nadie te invitó ― dedujo Bruce en voz baja.

― ¡He recibido demasiadas invitaciones! ― susurre furiosa.

― Oh, estoy seguro --- dijo Bruce en tono compasivo ― Probablemente los hijos de los otros

profesores y tal vez algún primo tuyo que no vive en la ciudad y a quien nadie conoce…

― ¡Oh, que sabes tú! --- repliqué en tono incisivo ― ¿Con qué derecho…?

Me interrumpí, demasiado afligida como para seguir hablando. ¿Era esa mi imagen? ¿Una

chica deprimente que debía recurrir a la parentela para conseguir una cita? ¿Y cómo lo

había adivinado Bruce? Resultaba particularmente injusto, porque no había sido así ― una cita

por lástima ― con Ben, aun cuando él era hermano de mi amiga.

― No olvidemos la historia de la hija del director de mi colegio anterior ― susurró

Bruce con su aliento en mi cuello ―. Fue al baile de promoción con…

― ¡Con su tío! ― completé yo, dándome vuelta para mirarlo de frente ―. ¡Lo sé, lo sé! Pero

eso no tiene nada que ver conmigo, y si lo mencionas una vez más, te…

― Melanie Merrill ― dijo la señora McCracken con voz severa ―. ¿Hay algo que quisiera

compartir con el resto de la clase?

Me ruboricé y me di vuelta de golpe.

― ¿Bien? ― urgió la señora McCraken -― Estoy segura de que a todos nos interesa mucho.

Sacudí la cabeza. Pude oír la risita tonta de Bruce detrás de mí.

― Muy bien, entonces… ― dijo la señora McCraken ― Si podemos continuar…

Escondí la cara en Chaucer, decidida a no permitir que Bruce volviera a distraerme en clase.

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― ¿Cómo lo hacen? ― me preguntó Bruce después de clase, alcanzándome mientras yo

atravesaba el vestíbulo.

― ¿Cómo hacen qué? ― pregunté con indiferencia mientras luchaba con el cierre de mi bolso.

Bruce se acercó y me tomo los libros, lo cual me dejó las manos libres.

― ¿Cómo hacen siempre los profesores para saber cuando uno está hablando de algo personal

y que puede resultar escabroso? ― dijo.

Abrí mi bolso, que dejó oír un chillido de triunfo, y empecé a revolverlo en busca de un chicle.

― ¿De qué hablas? ― pregunté en tono cortante ―. Había decidido fingir que la conversación

acerca de mi (falta de) acompañante para el Baile de Otoño jamás había existido.

― La señora McCraken ― dijo Bruce, paciente ― Me refiero a que, si hubiéramos estado

hablando de por qué no habíamos hecho la tarea, habría dicho; ―Melanie Merrill, ¿tendrías la

gentileza de contarnos qué le dijo la esposa de Bath, personaje del señor Chaucer, a Miller?‖, o

algo por el estilo. Pero dado que estábamos hablando de tu vida amorosa, cumplió con esa

humillante rutina de tienes-algo-que-decirnos.

Lo miré con ojos relampagueantes. Debía admitir que tenía razón, pero, aún con razón o sin

ella, él no tenía por qué sacar a relucir mi vida amorosa. ¿Por qué no se limitaba a dejar el tema

de lado?

― Mi pregunta ― continuó Bruce ― es cuando sabe que debe decir eso. Y no es sólo ella.

¡Lo hacen todos los profesores! En toda mi vida, cuando hablaba de algo personal en clase, ni

una sola vez el profesor me pregunto sobre la lectura. Y ni una sola vez estaba cuchichiando

algo sobre la lectura y el profesor me preguntó si deseaba compartir lo que decía con la clase.

Lo miré. Sus brillantes ojos verdes prácticamente ardían. Otra vez sentí impulsos de

revolverle el pelo. Durante un segundo, me pregunté si no me estaría volviendo loca.

― ¿Cómo lo saben? ― me dijo ― ¿Lo aprenden en la universidad? ¿Será así nomás?

Sonó el timbre. Bruce se acercó más a mí.

― Además, hay otras preguntas ― dijo en tono misterioso y desapareció en el vestíbulo

llevándose mis libros, que no recuperé sino hasta la quinta hora.

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Transcripto por Moshalutz

Esa noche, al levantar el tubo del teléfono para llamar a Katie, oí voces en la línea conjunta.

Suspire.

Los Conner pensaban anularla, pero se suponía que les iba a llevar un tiempo hacer conectar

su propia línea.

Estuve a punto de colgar, pero luego me dije:

―¿Por qué no escuchar un minuto?‖.Volví a poner el tubo junto a mi oído.

— Bueno — estaba diciendo Bruce —. ¿Vas a ir al baile de otoño?

Mi corazón empezó a latir enloquecido.

¿Estaba por oír cómo invitaba a salir a una chica?

— Craso error — contesto Marty Richards, con tanto énfasis que casi me echo a reír--.Odio

los bailes No vas a decirme que tu si iras.

— No lo sé — dijo Bruce antes de reírse —. Casi seguro que no. La chica a quien me gustaría

invitar jamás aceptaría.

— En fin, esa noche iremos a jugar al bowling o algo por estilo — comentó Marty, la propia

esencia del consuelo.

— Esta bien — dijo Bruce —. Escucha ¿quieres venir a ver conmigo Las chicas de la playa

por cable?

— Oh sí, no bien — comenzó Marty, pero yo ya no escuchaba. Colgué con suavidad.

―La chica a quien me gustaría invitar jamás aceptaría‖, me repetí mientras me sentaba en un

banco frente a la mesada de la cocina. Sentí que se me aceleraba el pulso. ¿Estaría hablando de

mí? Lo recordé inclinándose hacia mi durante la clase de literatura, y también recordé ese

extraño aleteo que a veces veía en sus ojos cuando me hablaba. Luego pensé en su mano cálida

en mi cintura, en la fiesta de Bobby, e imagine la sensación que me causaría esa mano si nos

estuviéramos dirigiendo a la pista de baile…

Luego recordé algo más; su comparación con la insignificante hija del director de su colegio

anterior.

Baje del banco de un salto y salí de la cocina.

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Era una completa locura pensar en bailar con Bruce Conner.

A pesar de mi decisión, seguía pensando en la conversación entre Bruce y Marty cuando

sonó el teléfono, después de la cena.

—Hola, ¿Melanie? Habla Swiss Kriss.

Pensé que Katie me estaba haciendo una broma, y no les cuento lo cerca que estuve de

cometer una estupidez irreparable, como la de emitir un largo grito alpino (¡Yodelayeehoo!),

cosa que habría significado el fin de mi vida social, por pobre que sea.

Por suerte dude, en la esperanza de que fuera de veras Swiss Kriss. Supongo que eso me hace

muy mezquina porque, por lo que sé de ella, no es muy buena persona. Katie me contó que

cierta vez la pusieron como compañera de Swiss Kriss en un viaje de reconocimiento — ahora

que lo pienso era para la clase de alemán y fueron a Frankenmuth, que es esa mísera trampa

para turistas en el sur de Michigan especializada en queso suizo, en sauerbraten (carne de vaca

macerada en vinagre), y en chocolate Lindt

En fin, parece que Katie y Swiss Kriss se sentaron juntas en el viaje de isla durante una hora

y media, y Swiss Kriss le hizo muchas preguntas acerca de su vida, y Katie se sintió contenta y

halagada e iba pensando: ―Bueno, Swiss Kriss es de veras encantadora‖. Luego, al subir de

nuevo al ómnibus para el regreso, Swiss Kriss se sentó al lado de Katie y le dijo: ―¡Hola! Soy

Kriss ¿Cómo te llamas?‖.

Ahí pueden ver qué capacidad tiene la chica para escuchar y para sentir un interés autentico.

Pero no puede negarse que Swiss Kriss es en verdad hermosa y extremadamente popular, y si

había decidido buscar mi número telefónico y marcarlo, vamos, eso me halagaba.

— Hola, Swiss Kriss — dije

—Hola Melanie— contesto ella.

Debo decir algo a su favor, con toda seguridad, nunca dejara de observar las reglas de la

conversación, siempre va a decir por favor y gracias, y mencionará el nombre de su

interlocutor tan a menudo como sea posible.

—Te llamo —continuo Swiss Kriss— porque alguien me dio tu nombre y sugirió que podrías

estar interesada en trabajar en la comisión del Baile de Otoño.

—Me encantaría — dije al instante, lo cual, por supuesto, era una mentira. Porque ¿a qué

persona cuerda le encantaría trabajar en la comisión del Baile de Otoño? Con todo, no pude

menos que sentirme halagada. Después de todo, Swiss Kriss no llamaría a cualquiera. Tal vez

mi imagen estuviera mejorando.

— Estupendo — dijo Swiss Kriss son su voz suave —. La comisión del Baile de Otoño se

reúne todos los martes y viernes después de clase. ¿Quieres hacerme alguna pregunta?

— Bueno, solo una — conteste — ¿Quien te dijo mi nombre?

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— Oh, alguien — dijo Swiss Kriss en tono vago

— ¿Quien?

— Alguien — repitió Swiss Kriss, ya molesta

Es imposible calcular el tiempo que habríamos podido seguir repitiendo esas dos palabras

(―¿Quién?‖. ―Alguien‖), pero al final me di cuenta de que Swiss Kriss no estaba protegiendo el

anonimato de nadie, en realidad, no recordaba quien había sido. Estoy segura de que,

cualquiera hubiera sido la conversación que tuvo lugar sobre mí, se había borrado de su mente

al instante de haber terminado.

Supongo que debería sentirme afortunada de que haya recordado anotar mi nombre.

— En fin — dijo Swiss Kriss —, pensé que deberíamos tener una temática alpina.

Contuve una risita.

— Suena muy bien— dije con prudencia.

— Se me ocurre que podríamos poner montañas de cartulina en las paredes— continuó Swiss

Kriss —. Y tal vez una enorme montaña de cartón piedra en el medio del gimnasio, como para

tener que escalarla para pasar de un extremo a otro del salón.

Tuve una breve visión del juicio que podrían hacerle al colegio como resultado de vente

chicos tratando de escalar un montículo de cartón piedra y cayéndose.

—Tal vez se pudiera instalar un declive en el piso del gimnasio— sugerí.

— ¡Caramba, es una Buena idea! — Reconoció Swiss Kriss—. ¿Cómo lo podemos hacer?

Sonreí.

— Bueno, en realidad no creo que sea posible, a menos que haya un terremoto. Era una

broma.

— Oh. — Swiss Kriss estaba decepcionada — De todos modos, voy a llamar al encargado

para preguntarle. Nunca se sabe— Sonaba un poco más optimista — Bueno, gracias Cynthia.

— Melanie — la corregí.

— ¿Qué?

— Mi nombre es Melanie — dije vacilante —. ¿Recuerdas? Tú me llamaste.

—Oh, por supuesto— dijo Swiss Kriss muy tranquila— Cynthia es la siguiente persona en mi

lista. Lo siento. Y ahora, ¡Adiós!

Colgué y espere un minuto mientras observaba el teléfono. Estaba casi convencida de que

Swiss Kriss perdería su puesto en la lista otra vez, para volver a llamar y decir: ―Hola, habla

Swiss Kriss, ¿Te gustaría trabajar en la comisión del Baile de Otoño?‖.

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Pero el teléfono no sonó, de modo que subí a hacer mi tarea de matemática con una

sensación de alegría (¿Y cada cuanto tiempo le ocurre eso a alguien que debe hacer una tarea

de matemática?).

Yo, la llamada embajadora de los estudiantes, iba a estar en la comisión del Baile de Otoño.

Nadie me lo había pedido antes. Me sentí como una actriz principiante al ser descubierta por un

productor de Hollywood. O quizá como una solitaria extraterrestre al descubrir signos de vida

en otro planeta… Como si todo un mundo nuevo se estuviera abriendo ante mí.

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Transcripto por Merygold y Maka.mayi

Al día siguiente, Katie me llamó después de clase y dijo:

― No vas a creerlo. ¡Pasó la cosa más excitante de la Tierra!

No pude decir nada por un instante, tanta era mi decepción. Sucede la cosa más excitante de

la Tierra y yo estoy en lo del dentista.

A veces me preocupa que la esencia de mi vida entera pueda resumirse en ese tipo de frase.

¡Como cuando una vez leí en el diario lo de esa chica que se salvó de morir en un accidente de

avión porque se había quedado en su casa, enrulándose el pelo! Quiero decir, sin duda ella y su

familia deben haberse sentido muy contentos porque perdió el vuelo, pero, sinceramente, ¿no

se imaginan que clase de persona era?

― ¿Melanie? ― dijo Katie ― ¿Estás ahí?

― Si ― respondí, todavía descompuesta por un sentimiento de derrota ―. ¿Qué pasó?

― ¿No lo sabes? ― dijo Katie ― ¿De veras no lo sabes?

― Si supiera, ¿estaría preguntándote que pasó? ― repuse irritada.

― Está bien ― dijo Katie alegremente, entusiasmada con su historia ― Hoy estábamos todos

en clase de literatura, y no vas a creer lo que nos hizo hacer la señora McCracken.

― ¿Qué? ― dije, ya un poco cansada.

― Nos hizo cantar esa ridícula tonada inglesa del siglo trece ― dijo Katie con deleite ― Es

decir, teníamos que seguir a un tipo que cantaba en un disco, pero tuvimos que hacerlo de a

uno.

― ¡Oh caramba! ― me compadecí.

― Fue horrible ― siguió Katie ― Llamó a una chica y, mientras ella cantaba con un hilito de

voz, todos los demás nos mirábamos y esperábamos que la tierra se abriera y se tragara a la

señora McCracken.

― Es espantoso, Katie ― asentí, un poco impaciente ― ¿Pero no vas a decirme lo que pasó?

― Estoy llegando ― me aseguró Katie ― Cuando la chica iba por la mitad de la canción dos

detectives de la sección de estupefacientes, vestidos de civil, entraron como una tromba y se

apoderaron del macetero que la señora McCraken tiene en la ventana.

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― ¿Qué? ― dije boquiabierta.

― Por supuesto, en ese momento no sabía que eran policías vestidos de civil ― continuó

Katie vivazmente ―. Pensé que eran hombres de negocios o algo por el estilo. Pero entonces

Bruce dijo…

― Mira ― la interrumpí ― por favor no me menciones a ese tipo, por favor te lo pido. ¿Te

gustaría que hable de Marea…?

― Está bien ― concluyó Katie a toda velocidad ― En fin no vas a creerlo, pero ¡los

detectives confiscaron el macetero porque dijeron que la señora McCraken cultivaba

marihuana allí dentro!

Caramba, jamás volveré a pedir turno con el dentista durante las horas de clase.

― ¿Era cierto? ― pregunté por fin ― ¿De veras cultivaba droga?

Traté de recordar si alguna vez había visto a la señora McCracken regar el macetero o algo

por el estilo. Quizás me llamaran como testigo.

― Bueno, supongo que sí, porque se fueron con el macetero ― dijo Katie.

― ¿Dónde está la señora McCracken ahora? ― pregunté ― ¿La arrestaron o qué?

― No ― dijo Katie, pesarosa ― Si bien todos pensaron que iban a hacerlo. Cuando la hicieron

salir del aula, ella clamaba que era inocente.

Oí la voz de mamá que me llamaba para ir a cenar.

― Tengo que cortar. Estamos por comer y quiero hablarle a papá de esto.

― Esta bien, pero luego llámame y cuéntame todo lo que diga tu papá acerca de la señora

McCracken ― pidió Katie ― Y si el teléfono te da ocupado, será mi madre hablando con mi

abuela sobre absolutamente nada, de modo que llama a la operadora para pedir una

interrupción de urgencia.

― De acuerdo ― dije y colgamos.

― ¡Papá! ― grité.

― ¿Qué?

― ¿Dónde estás?

― ¡En la sala!

Fui a la sala y me paré cerca de él, que estaba reclinado en su mecedora.

― Papá, ¿Cómo pudiste olvidarte de decirme que la señora McCraken había sido arrestada por

cultivar marihuana en el macetero de la ventana?

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Antes de que pudiera responder, sonó el timbre.

― Voy yo ― dije y le dediqué una mirada cargada de significados ― Después quiero que me

cuentes toda la historia.

Él suspiro.

― ¡La cena está lista! ― volvió a anunciar mamá desde la cocina. Abrí la puerta de calle. Dos

hombres en traje de civil estaban de pie en el porche. Ya había oscurecido, y el viento

comenzaba a despeinarles el pelo cortado casi al ras.

― Hola ― dije.

― Hola ― contestó uno de ellos ― Estamos buscando a Martin Merrill.

Me crucé de brazos. Puedo reconocer a un detective apenas lo veo.

― ¿Puedo ver su placa o distintivo o como se llame? ― pregunté.

El hombre sonrió y mostró rápidamente su credencial. Me hice a un lado para permitirles el

paso.

― Oh, caramba ― dijo mamá al salir de la cocina. Se veía bastante confusa. ― Estábamos a

punto de sentarnos a comer y no me gusta demorarme porque la nena se pone muy molesta…

¿Quieren acompañarnos?

Siempre invita a la gente a cenar, incluso sin tener la más minima idea de quienes son.

Desafío a un ladrón a que entre en nuestra casa por la fuerza y salga sin obtener una invitación

a cenar por parte de mi madre.

Los detectives se miraron.

― En realidad, necesitábamos hablar unos minutos con el señor Merrill para aclarar algo ―

dijo uno de ellos.

― Bueno, ¿pero no tienen apetito? ― argumentó mamá ― En algún momento tienen que

comer. ¿No?

― ¿Cuál es el menú? ― dijo el detective nº 2 con ojos brillantes ― Hay muy buen olor.

― Carne asada ― dijo mi madre con una sonrisa alentadora dirigida a él ― Con papas y

arvejas.

― ¿Y salsa? ― preguntó el hombre.

Mamá asintió.

― Por supuesto ― dijo ― Jamás serviría carne asada sin salsa.

― Eso me suena muy bien ― dijo el detective. Nos dijo que su nombre era Marcus y que su

compañero era el detective Kaminsky.

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Luego agregó que debía lavarse las manos, y mientras Liz le mostraba el camino, el detective

Kaminsky ayudó a Annie a poner dos cubiertos más en la mesa. Nos sentamos a comer.

― Entonces ― dije con tono casual ― ¿la señora McCracken va a estar en el colegio mañana?

― Oh, sí ― repuso el detective Marcus ― Ni siquiera la llevamos a comisaría.

― ¿De veras? ― preguntó mamá ― Parece que las madres de los compañeros de juego de

Debbie se enteraron de una versión muy distinta.

Dijeron que la habían arrastrado a la cárcel y demás.

― Hmmm ― dijo el detective Kaminsky. Estaba sentado entre Annie y Liz ― Nos limitamos

a interrogarla en la oficina del colegio, confiscamos el macetero y lo llevamos al laboratorio

para hacer un análisis.

― ¿Y qué encontraron? ― preguntó papá.

El detective Kaminsky pareció incomodo.

― Encontramos una cantidad de semillas suficiente como para producir unos cien gramos de

marihuana.

Mi padre apoyó la cabeza en sus manos.

― No creerán realmente que Virginia McCracken cultivaba marihuana ¿no? ― Mi madre

parecía muy divertida. Le dio a Debbie una cucharada de puré de batata ― La conocemos hace

años, y si hay una persona escrupulosa…

― Oh, no señora ― dijo el detective Marcus ― Estamos seguro de que la señora McCracken

no sabía que estaba infringiendo la ley. Pensó que cultivaba geranios.

― ¡Geranios! ― exclamó mamá ― ¿De dónde saco ella esa idea?

― Alguien le dio semillas para que las plantara ― explicó el detective Marcus ― ¿Puedo

servirme un poco más de salsa, por favor?

Anne le pasó la salsera.

― ¿Me muestra su revólver después de la cena? ― le preguntó ― ¿podemos ir al patio trasero

y tirar contra algo?¿contra una lata o una botella?¿Cuantos años hay que tener para ser mujer

policía? ¿Quiere darme un problema matemático para que lo resuelva mentalmente?

― Anne, espera un momento ― dijo papá.

Miró al detective Kaminsky

― ¿Puedo saber que hay detrás de todo esto, por favor?

El detective Kaminsky suspiró.

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― Lo que hay detrás de todo esto es…bueno complicado. Porque a pesar de lo que ella creía,

es un hecho que la señora McCracken cultivaba marihuana ― Hizo una pausa para comer unas

arvejas.― En terreno propiedad del colegio, lo cual agravaría el cargo de tenencia de

marihuana.

― ¿Hay alguna posibilidad de que ustedes puedan retirar los cargos?― pregunto mi padre con

tono sobrio.

― Bueno ― dijo el detective Marcus mientras mojaba un trozo de pan en la salsa ― en

realidad vinimos aquí para ver si los directivos del colegio están dispuestos a no entablar un

pleito y pagar una multa.

― ¿De cuánto es la multa?

El detective Marcus carraspeó.

― Doscientos dólares.

Mi padre suspiró, tamborileando los dedos sobre la mesa.

― Se que no suena bien ― se apresuró a decir el detective Kaminsky ― pero no podemos

limitarnos a fingir que no hemos encontrado marihuana cultivada en una propiedad escolar.

Mi padre se mordió los labios con expresión irónica.

― Supongo que no ― dijo.

― ¿Puedo preguntarles como llegaron a investigar el macetero de la señora McCracken?

― Recibimos una llamada anónima ― contestó el detective Marcus con la boca llena de

arvejas. El detective Marcus es de esas personas que a mamá le encanta tener como invitado

porque se sirve tres porciones de cada cosa.

Papá hizo a un lado su plato sin tocar

― Tengo una última pregunta ― dijo ― ¿La señora McCracken recuerda quién le dio las

semillas?

El detective Kaminsky hizo un gesto de asentimiento.

― Oh si señor ― sacó una libreta del bolsillo y la abrió ― Un chico llamado Bruce Conner.

Estamos investigando esa información.

Después de haberse marchado los detectives, mi padre se encerró en su estudio durante unos

minutos. Luego volvió a la cocina, donde mamá y yo lavábamos los platos, y dijo:

― Bruce Conner y sus padres van a venir a tomar café con postre dentro de treinta minutos.

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― Estupendo ― aprobó mamá con calma.

― ¿Estupendo? ― repetí incrédula.

― ¿Cuál es el problema Melanie? ― Preguntó mamá ― Tenemos helado casero y justo hoy

compré unas masitas en la panadería.

― No me refiero al postre, mamá ― gemí yo ―. En primer lugar, ¿Por qué tienen que venir

aquí los Conner? ¿Por qué no piden turno para una entrevista, como hace la gente normal?

― Lo sugerí ― dijo papá ―, pero ambos son dermatólogos con consultorios llenos de gente

y…

― ¿Pero café con postre? ― pregunté ―. Este no es exactamente un acontecimiento social.

Cerré los ojos. Me sentí como el adivino de Edipo rey (que leímos en el colegio el año

pasado), que predice la fatalidad mientras nadie escucha.

― Querida, ¿puedes sacar el juego de café? ― pidió mamá. Se volvió hacia mi padre ―

Martín, ¿por qué no vas a ver si las chicas están haciendo su tarea para el colegio?

Mientras ayudaba a mamá a poner las tazas de café y los bols para el helado sobre la mesada,

pensé que quizá no fuera tan horrible que los Conner vinieran a casa. Después de todo, razoné,

Bruce había visto a mi familia en todo su esplendor. Yo sólo había observado la suya desde la

ventana. Pero ahora, con un poco de suerte, vería a los padres de Bruce llenarlo de vergüenza.

Después de todo, ¿quién no estaba secretamente avergonzado de sus padres?

Acababa de sacar la vajilla cuando sonó el timbre. Dejé todo y fui al vestíbulo. Papá estaba

dando la mano a los padres de Bruce.

― Y esta es mi hija Melanie ― me presentó.

Estreché la mano del doctor Conner. Era alto, con abundante pelo gris y curtida piel de color

rojo. Me pregunte si yo tendría como dermatólogo a alguien con una piel como esa.

Mamá Conner (llamémosla Conner Dos) se parecía más a Bruce, con su piel suave y

olivácea, las mismas pestañas largas. Sin embargo tenía pelo oscuro, y el de Bruce era castaño

claro.

― Hola, Melanie ― dijo con afabilidad ―. Estábamos deseando conocerte.

― Es un placer ― dijo el doctor Conner con voz profunda.

Eran de una cortesía decepcionante. Me pregunté cómo esas dos personas normales habían

criado a Bruce.

― Hola mi nombre es Bruce ― dijo Bruce, y extendió la mano.

Yo puse los ojos en blanco. Por suerte, mamá me llamó y salí corriendo hacia la cocina

mientras papá hacía pasar a todos a la sala.

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― Ya saqué el helado ― dijo mamá ―. Tengo que ir a la sala para estar con los invitados.

¿Podrías servir tú? Ah, y pregunta también quién quiere café.

Se deslizó fuera de la cocina. Yo suspiré. Ahora tenía que ser la mucama de la familia. Por no

decir la mucama de Bruce Conner. Maravilloso.

Dispuse los bols y las masitas en una bandeja y entré como una tromba en la sala para

agasajar a los invitados.

― Gracias Melanie ― dijo Conner Dos.

El doctor Conner tomó su bol y sonrió. Serví a mis padres y luego presente la bandeja a

Bruce.

― Hola ¿me podría traer un especial de pollo?

Por un instante, tuve una nítida visión en la que yo aplastaba la bandeja de plata de mi

bisabuela sobre su cabeza. ¿Acaso eso estropearía la bandeja? ¿El espíritu de mi bisabuela lo

entendería?

En lugar de sacrificar la bandeja, decidí servirle el helado a Bruce. Incliné la bandeja y dejé

que el bol cayera sobre sus rodillas.

― Epa… ― exclamó él, tomándolo justo a tiempo entre sus manos.

― ¿Café? ― pregunté a los doctores Conner con voz jovial.

Ambos asintieron cortésmente, y yo volví a la cocina a buscar las tazas. Estaba tratando de

decidir si iba a llevar la cafetera totalmente llena, cuando Bruce apareció en la puerta.

― Disculpe ― dijo ― pero me gustaría hablar con el gerente. Nuestra camarera, una joven

muy torpe, no pasa por nuestra mesa desde hace mucho tiempo, y yo quisiera más helado.

Le dirigí una mirada asesina.

― Tu camarera esta fuera de servicio ― dije en tono cortante. Le puse la cafetera en las

manos. ― Lleva esto.

Como de costumbre, él no pareció notar mi estado de ánimo.

― Bueno ¿qué opinas de mis padres? ― preguntó.

― Parecen… muy buenos ― dije, un poco asombrada. ¿Es que no se avergonzaba de sus

padres, como todas las personas normales? Aunque no debía estar tan avergonzado, sí iba por

ahí en busca de una opinión sobre ellos.

― La mayor parte de la gente se siente nerviosa con ellos ― comentó en tono indiferente.

― No sé por qué ― dije con aire altivo, y deje caer unas cucharitas en la bandeja.

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― Porqué ambos son dermatólogos ― explicó Bruce ―. Mis amigos siempre piensan que mis

padres se dedican a encontrar granos en la cara y esas cosas.

Estudié a Bruce de reojo. ¿Eso significaba que sus amigos, sin ninguna necesidad, se

preocupaban por que los doctores Conner iban a evaluar su piel? ¿O significaba que sus padres

de veras criticaban el cutis de sus amigos?

Bruce sonrió y se acercó a mí.

― No te preocupes ― susurró ―. Mañana te diré si necesitas una consulta o algo por el estilo.

― ¡Sal del paso! ― ladré. Pase junto a él y me dirigí a la sala.

― Bueno ― estaba diciendo papá ― les pedí que vinieran porque tenemos que hablar de la

señora McCracken.

― ¿La profesora de literatura que trafica con droga? ― preguntó Conner Dos para mayor

claridad, mientras yo le servia el café.

― Bueno, que cultiva droga ― la corrigió papá ― Y vea usted que interesante, le dijo a la

policía que fue Bruce quien le dio las semillas de marihuana.

Me senté junto a mi madre y observé a los Conner. Parecían estar muy nerviosos.

Probablemente habían tenido millones de reuniones como esta desde que su hijo vino al

mundo. Todos miramos a Bruce.

― ¿Esas semillas? ― Preguntó él con inocencia ― Pensé que eran semillas de geranio.

― Estoy seguro de que fue así ― dijo mi padre en tono bondadoso.

― La señora McCracken adora los geranios ― agregó Bruce con una sonrisa de orgullo.

― Bueno, fue muy generoso de tu parte darle las semillas. ― Papá hizo una pausa para

revolver su café. ― Pero además está ese pequeño detalle de la llamada anónima que recibió la

policía.

Pensé que a Conner Dos se le iban a salir los ojos de las órbitas, tan exasperada se le veía.

― Bruce, por Dios…

― Mamá, no hice más que darle las semillas ― dijo Bruce en tono sincero. Había abierto

mucho los ojos. Cualquier chico sabe que eso los hace parecer más francos.

― El tema es ― dijo papá con suavidad ― que la policía graba las llamadas anónimas.

― ¿De veras? ― preguntó Bruce muy nervioso. Su taza de café se balanceó sobre el plato.

― Así es ― dijo papá ―. De hecho, dos detectives acaban de estar en esta misma sala hace

treinta minutos. Me hicieron escuchar la cinta y me preguntaron si conocía a la persona a quien

pertenecía la voz.

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Mamá y yo tosimos al unísono y luego, rápidamente, borramos nuestras sonrisas con las

servilletas. Hacía treinta minutos, los detectives Kaminsky y Marcus estaban jugando al tenis

de mesa con Anne y Liz. Aunque eso, por cierto, había sido digno de verse, no fue muy

dramático. Y por cierto nadie había escuchado una cinta que ni siquiera fue mencionada.

― De modo que ― continuó mi padre ―, sí bien estoy seguro de que Bruce creía de veras

que las semillas que le dio a la señora McCracken eran de geranio ― tuve una súbita visión de

la señora McCracken, ajena a todo, regando con amor su macetero, y casi me hecho a reír ―,

el hecho es que Bruce luego llamó a la policía e informó que se estaba cultivando marihuana en

un edificio escolar… Bueno, ahí está la contradicción.

― ¿Qué dijeron los detectives? ― quiso saber el doctor Conner, el número Uno. Sus labios

estaban apretados en una delgada línea blanca. ― ¿Van a presentar cargos?

― En realidad, no ― lo tranquilizó papá ―. Pero en lugar de eso, debemos pagar una multa.

― ¿De cuánto? ― preguntó el doctor Conner con cautela.

A pesar de que había otras cuatro personas en la habitación, oí que Bruce, ansioso, tragaba

saliva.

― ¿Alguien quiere más café? ― ofreció mamá con si típica indiferencia en los momentos

críticos.

― No, gracias ― dijo el doctor Conner. Conner Dos meneó la cabeza.

Mi padre dirigió una breve mirada a mi madre, luego volvió hacia los Conner.

― La multa es de doscientos dólares.

― Ya veo ― dijo el doctor Conner.

Hubo un largo silencio. El ambiente de tensión que había en el cuarto podía cortarse con un

cuchillo. Bruce permanecía sentado, con las manos cruzadas sobre las rodillas. Yo estaba

deleitada. ¡Por fin alguien le iba hacer pagar algo a Bruce Conner! Parecía demasiado bueno

para ser verdad.

― Bien. ― El doctor Conner se volvió hacia su hijo. ― ¿Bruce? ¿Tienes alguna idea de cómo

se va a pagar esa multa?

― No ― dijo Bruce, apesadumbrado.

― En realidad, yo sí tengo una idea ― intervino mi padre.

Lo miré sorprendida. Estaba estudiando su bol Vacío.

― Tuve un otoño muy agitado ― continuó ― En consecuencia, no tuve tiempo de hacer todo

el trabajo de jardinería que me habría gustado. Tengo árboles que necesitan ser podados, hojas

que hay que rastrillar y, además, autos que requieren lavado.

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Tuve una horrible sensación en la boca del estómago.

― Sí Bruce pudiera invertir unos cuantos fines de semana en hacer eso ― dijo papá ―, creo

que valdría los doscientos dólares.

Los ojos de Bruce se agrandaron.

― Oh, bueno, yo no sé nada de…

― Me parece razonable ― dijo la doctora Conner apoyando una mano firme en el brazo de su

hijo ―. ¿Por qué no arreglamos para que Bruce esté aquí alrededor de las nueve el sábado por

la mañ…? ― Se interrumpió y me miró. ― Mi Dios, Melanie. ¿Te sientes bien? Te has puesto

terriblemente pálida. ¿Quieres un poco de agua? ¿Melanie? ¿Melanie?

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Transcripto por Andrek y florrii

PROFESORA INTERROGADA POR CASO DE DROGAS

La policía cree que el allanamiento fue una broma pesada.

KNOX, Michigan. — Oficiales de la policía allanaron ayer, en respuesta a un llamado

anónimo, un aula del Colegio Secundario Knox y descubrieron semillas de marihuana

cultivadas en un macetero ubicado en una ventana. Fueron sustraídas más de quince plantas.

La profesora, señora Virginia McCracken, afirma haber creído que el macetero sólo contenía

geranios. Cuando se le dijo que los geranios en poco se parecen a las plantas de marihuana, la

señora McCracken respondió que no tenía manera de saberlo porque nunca había logrado que

las plantas crecieran.

La señora McCracken fue dejada libre de culpa y cargo. La policía dice que las semillas de

marihuana tenían un valor comercial de menos de cien dólares.

"No parece que estemos ante una camarilla envuelta en drogas en un colegio secundario ni

nada parecido — manifestó anoche el detective Arthur Kaminsky ante los periodistas —, Esto

es pura y exclusivamente la obra de un pícaro. "

Los directivos del Colegio Knox no han hecho comentarios formales, salvo para decir que los

maceteros han sido prohibidos en las ventanas de todas las aulas.

— ¿No te encanta la manera en que la señora McCracken simuló no saber cómo es la

marihuana? — me preguntó Bruce mientras leía el diario por encima de mi hombro. Alcé la

vista hacia sus ojos verdes. — Es probable que la esté fumando desde hace años.

Bruce nunca finge que no es totalmente inocente de andar husmeando o de escuchar

disimuladamente o algo por el estilo. Para desgracia mía, yo había terminado por integrar la

comisión del Baile de Otoño y ambos asistíamos a una de las aburridas sesiones de Swiss

Kriss. Día a día yo respetaba más a la gente popular... Las cosas que soportan son asombrosas.

Doblé el periódico.

— No voy a hablar contigo — contesté en un susurro.

— Acabas de hacerlo — repuso Bruce, molesto —. Además, estás obligada a hablarme.

Mañana voy a ir a tu casa.

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— No me lo recuerdes.

— ¿Te cuento lo de la llamada telefónica que me hizo la señora McCracken anoche?

— No.

— Estaba recostado en el sillón, comiendo unas pasa de uva, y suena el teléfono —continuó

Bruce —, Atiendo y oigo una voz gruñona y sarcástica que dice: "¿Hablo con el joven señor

Conner?"

Suspire. Resultaba difícil no escuchar las historias de Bruce. Jamás le pasa algo normal.

— De modo que contesté: "No, esto es un centro de rehabilitación para drogadictos; ¿está

preparada para admitir que tiene un problema?", y colgué — dijo Bruce —. Pero después me

sentí renervioso toda la noche, de miedo a que volviera a llamar.

Lo miré. Ahora que hablábamos del tema de las semillas, no pude menos que sentir un poco

de curiosidad por todo el asunto.

— ¿De dónde sacaste esas semillas?

Bruce sonrió apenas.

— Bobby Weller.

— ¡Bobby Weller! — exclamé. Sabía que Bobby andaba en malas compañías, pero de todos

modos resultaba sorprendente.

Swiss Kriss se aclaró la garganta en el frente de la habitación.

— Disculpen — dijo con su dulce y suavecita voz.

— Era mi primer día aquí — susurró Bruce — y por casualidad me senté al lado de él durante

el almuerzo. Bobby me dijo: "Eh, compañero, ¿te gusta compartir?"

A mí pesar, miré a Bruce con admiración. Es asombroso lo bien que imita a la gente. Hablaba

a la perfección con la voz lenta y aletargada de Bobby.

— Pensé que se refería a compartir una fiesta, amigos, o algo así — continuó —. De modo

que le dije que sí, claro, y Bobby siguió: "Bueno, entonces esto te gustará". Y me entrego una

bolsa con semillas.

— ¿Entonces por qué se las diste a la señora McCracken?

Sonrió.

— Bueno, no quería plantarlas yo mismo, pero tenía mucha curiosidad por saber qué eran.

— Oh, vamos —repuse con amargura —. Como si no lo hubieras sabido.

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— Es que no estaba del todo seguro — se defendió Bruce —. Y me dije: ¿Qué mejor manera

de saberlo que dárselas a la señora McCracken? Tiene ese macetero en la ventana, lleno de

plantas muertas. Pensé que se sentiría agradecida por una ayudita en materia de jardinería.

Lo miré sin compasión.

— ¿Y por qué tuviste que llamar a la policía?

— Oh, sólo para divertirme un poco — contestó Bruce con naturalidad.

— ¿Divertirte? — repetí incrédula —. Pudiste haberte metido en un problema muy serio,

¿sabes? Tuviste suerte de salir tan fácilmente de todo eso.

Bruce me dio unas palmaditas en el hombro.

— Me alegro de que estés hablando conmigo. ¿Qué haría yo sin tus palabras de advertencia y

censura?

Entrecerré los ojos. No iba a permitir que me hiciera sentir como una prejuiciosa... Bueno,

una prejuiciosa embajadora de los estudiantes o algo por el estilo.

— Lo digo en serio, Bruce. Lo que hiciste fue completamente ridículo. Estoy segura de que

muchos estarían de acuerdo conmigo.

— Si hubieras estado allí cuando vinieron los policías, no dirías eso. — Sonrió con expresión

soñadora. — Te digo que fue mejor de lo que esperaba. De haber sabido que tenías hora con el

dentista, habría esperado un día más.

Acercó su silla a la mía. Nuestras rodillas se rozaron y yo sentí una agitación en el pecho.

Deseé no ser la siempre tan consciente de su contacto. Deseé no recordar la sensación que me

había provocado su mano en la cintura.

— Hablando de otra cosa — dijo Bruce —, ¿por qué estás en la comisión del Baile de Otoño?

Pensé que nunca ibas al Baile de Otoño por una cuestión de principios o algo parecido.

— Tal vez haya cambiado de opinión.

— ¡Oh, qué bien, alguien te invitó!

— Dije "tal vez" — contesté, tajante.

— Hmmm — dijo Bruce —. Eso significa que todavía nadie te invitó, pero que te anotaste en

la comisión del Baile de Otoño en la esperanza de encontrar un montón de personas que se

mueren por ir y tampoco tienen acompañante.

Puse los ojos en blanco.

— ¿Alguna vez dije que me muero por ir? — pregunté —. ¿Lo hice? ¿Acaso esas palabras

salieron de mi boca?

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— No — admitió Bruce —. Sólo estoy adivinando.

— Bueno, pues no adivines.

— ¿Sabes una cosa? — susurró Bruce —. Puedo decir que eres la hija mayor porque no te

salen muy bien las réplicas. Decir: "Bueno, pues no adivines", no hace más que incentivar mis

deseos de burlarme de ti. Si tuvieras hermanos mayores, serías más rápida en materia de...

— ¿De humillar a la gente? —Levanté una ceja.

— Exactamente — dijo Bruce en tono de aprobación —. Y ahora, si de veras quieres que

sigamos charlando, pregúntame qué pasó en mi baile de fin de curso del primer año.

— Tal vez te asombres — repuse lentamente —, pero a mí no me importa lo que pasó en tu

baile de fin de curso de primer año.

—Vaya si me asombra —dijo Bruce—. Porque me sentí muy mal, y creo q tú habrías estado

muy complacida.

Miré hacia el frente del aula.

En el pizarrón, Swiss Kriss escriba posibles nombres para el baile con su adornada letra

cursiva. Hasta el momento había escrito NOCHES ALPINAS, GLORIOSO BAILE DE

OTOÑO Y ROMANCE EN LA MONTAÑA.

— De veras creó que podemos encontrar algo mejor dijo ansiosa —. Ninguno de estos

nombres es... bueno, bastante "suizo".

— Está bien — me dirigí a Bruce —. Cuéntame la anécdota.

Después de todo, oír su relato iba a ser mejor que escuchar a Swiss Kriss.

— Muy bien — comenzó Bruce alegremente —. Fui al baile de fin de año con una chica que

me parecía imponente, y después de bailar la cuarta pieza, me dice: "¡Esta vez sí seguiste el

ritmo!".

En ese momento sentí un nudo en el estómago. "Una chica que me parecía imponente", repetí

para mis adentros. ¿Qué clase de chica consideraría él imponente?

Bruce me observaba.

— ¿No es horrible? — dijo —. El hecho de decirme que esa vez sí había seguido el ritmo es

un insulto muy grande. ¿Cómo crees que había quedado el resto del tiempo?

Enderecé los hombros y traté de serenarme.

— No es una historia tan humillante como pensé que iba a ser. Cuéntame otra.

Bruce sacudió la cabeza.

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— Primero dime con quién vas a ir a el Baile de Otoño — repuso —. Es decir, suponiendo que

ya tengas acompañante. ¿Qué daño puede causarte? A la larga, todos vamos a enterarnos, ¿no

te parece?

Swiss Kriss volvió a aclararse la garganta.

— Disculpen — dijo —. Agradecería que ahí atrás no hablen tanto. — Sonrió con gentileza,

absolutamente cautivadora con su blusa celeste y su falda corta. —Bien, como iba diciendo, si

sus padres alguna vez fueron a Suiza, o a algún lugar cercano a Suiza... — pareció ponerse un

poco nerviosa al llegar a este punto; me pregunto si alguna vez miró un globo terráqueo —

hagan que me llamen para charlar acerca de la donación de sus recuerdos de viaje.

Bruce seguía mirándome.

— Dime quién es, Melanie — susurró —. Prometo no reírme.

— ¿Por qué estás tan interesado?— pregunté —. ¿Con quién irás tú al baile?

— ¿Yo? — dijo Bruce con aire travieso.

— Si, tú — repetí. Recordé su conversación telefónica con Marty y el corazón empezó a

latirme con fuerza. — ¿A quién vas a llevar a...?

Me detuve, súbitamente consciente de que la habitación había quedado en silencio y de

golpe, Bruce y yo éramos el centro de la atención de todo el mundo.

Bruce sonrió.

— Lamento no poder ir al Baile de Otoño contigo, Melanie — dijo en voz alta y clara —,

pero ya me lo pidió alguien.

Sentí que me sonrojaba.

— Tú... tú sabes que no te estoy pidiendo...

— No debes avergonzarte — dijo Bruce con suavidad —. Tendrías que habérmelo pedido

antes.

¡Jamás te lo pedí!

— Disculpen — dijo Swiss Kriss con un pestañeo de sus enormes ojos azules —. Creo que

nos estamos apartando de nuestro objetivo. ¡Por favor, atención todos! ¡Piensen en suizo!

Me abaniqué con una libreta. Por lo menos, ya no nos miraban.

— ¿Por qué no me dices con quién vas a ir tú, Bruce? — Dije con aspereza —, ¿O es un

secreto?

— En absoluto — contestó él —. Iré con Swiss Kriss.

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— ¿Qué pasa conmigo? — le pregunté a Katie esa tarde mientras caminábamos hacia mi casa

en medio de la brillante luz otoñal. Katie llevaba puesto un suéter de muchos colores apagados

que su abuela le había tejido. Odiaba ese suéter, y sólo lo usaba por mantener la armonía

familiar. Aunque nunca descubrí porque lo odiaba. A mí me parecía ideal para ella, con esos

hermosos matices de azul, dorado y rosa.

Katie suspiró compasiva.

— Melanie — dijo con cautela —, sé que sólo tratabas de poner a Bruce en su lugar, pero ya

sabes cómo es. Nunca se toma nada en serio y le encanta burlarse de ti… —Frunció el ceño. —

Oh, no pensarías que iba a invitarte, ¿verdad?

— ¡Claro que no! — dije indignada, mientras me ruborizaba furiosa —. ¿Por qué iba a

pensarlo? ¿Por qué iba a desear pensarlo? ¿Acaso alguna vez dije dos palabras positivas sobre

Bruce Conner?

— No — admitió Katie —. Ni siquiera recuerdo que hayas dicho una sola.

Me apretó una mano.

— Y va a ir con Swiss Kriss — proseguí —. ¿Cómo voy a seguir viviendo después de esto?

Ya sería malo que todos pensaran que le pedí al buen amigo de Bruce Conner que me llevara al

baile, pero no, se lo pedí… quiero decir, piensan que se lo pedí, al tipo-que-en realidad-va-a-

llevar-a-la-chica-más-popular-del-colegio.

— Oh, yo no apostaría a que de veras van a ir juntos. Es probable que Swiss Kriss no recuerde

quién es cuando vaya a buscarla — dijo Katie, quien obviamente todavía recordaba el incidente

de Frankenmuth.

— No sé — dudé en tono sombrío —. Después de todo, ella sí se lo pidió… Al menos, es lo

que Bruce dijo. Me pregunto qué diablos le ve.

— Sé que tú no lo tragas, pero hay algo atractivo en Bruce — comentó Katie.

— ¡Atractivo!— repetí — Atractivos son los cachorros, atractivas son las sales de baño,

atractivo es el chocolate… ¡puaf! ¡Ya estaba pensando en Swiss Kriss de nuevo! Atractivo es

el té caliente…

— Se me ocurre que el pelo — dijo Katie meditativa, ignorándome —. Se lo ve tan… suave.

— ¿Suave? — Se me hizo un nudo en el estómago al imaginarme tocando su revuelto pelo

castaño. Alejé el pensamiento de mi mente. — ¿Por qué no te acompaña Bruce a tu casa, si eso

es lo que sientes? — dije con desdén.

— Repito: no lo tragas — constató Katie rápidamente —. En fin ¿Qué me cuentas de mi

propio problema con respecto al Baile de Otoño? ¿Qué voy a hacer?

Suspiré. Francamente, me alegró cambiar de tema.

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— Está bien, recuérdame en qué punto estábamos. En la actualidad no puedes ir, a menos que

lo hagas con Pat, ¿correcto?

— No, a menos que encuentre una mentira muy convincente para explicar porque tengo que ir

a la biblioteca con un vestido semiformal — dijo Katie, resentida.

— De acuerdo…

Permanecí en silencio un momento.

— ¿Y? — me urgió ella —. ¿Tienes alguna buena idea?

— Tengo una — dije con cautela —. Aunque no creo que se la pueda llamar una idea de veras

buena.

— Oh, habla — se impacientó Katie.

Inhalé una larga bocanada de aire.

— ¿Quién es tu compañero de laboratorio en la clase de Sonrisita?

Katie frunció el ceño.

— Gus Pendleton. ¿Por qué?

— ¿No te gustaría ir al Baile de Otoño con él? — dije, tratando de mostrar algún entusiasmo.

— ¿Qué?

— ¿No te gustaría ir al Baile de Otoño con Gus…?

— ¡Ya te oí! — Me interrumpió Katie — ¿Con Gus Pendleton? ¿Estás loca?

— Sí — contesté —. Pero sólo a título informativo: ¿Qué tiene de malo Gus Pendleton?

— Te diré — contestó Katie en tono presumido —. Dado que vivo justo detrás de los

Pendleton, te puedo decir con exactitud lo que tiene de malo Gus. Está construyendo un fuerte

en su patio trasero.

— ¿De veras? — dije con interés a pesar mío.

Katie asintió.

— Sí, tiene toda esa basura…madera y otras cosas.

— Bueno, eso no quiere decir…

— Y además, vino a pedirle a papá si le podía dar alguna cinta aisladora que nos sobrara, y

papá le preguntó para qué, y Gus dijo: ―Estoy construyendo un fuerte‖.

Katie me miró con expresión de triunfo.

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Me resultaba difícil argumentar que ir al Baile de Otoño con alguien que estaba construyendo

un fuerte sonaba cualquier cosa menos alentador. Pero tampoco era para desesperarse.

— Sin embargo — dije alegremente —, Gus Pendleton es mejor que Marea Alta Pat.

Katie suspiró.

— Sí, supongo que sí… Pero ¿Por qué Gus?

Me encogí de hombros.

— Sólo pensé… Ya sabes cómo Sonrisita se la pasa esperando que todos los que trabajan en

pareja se enamoren. Y pensé que, si le explicaba que tú y Gus de veras querían ir al Baile de

Otoño juntos — Katie gimió y yo hablé en voz más alta —entonces él podría, tú sabes, hacerle

ver las cosas a tu madre. Después de todo, es probable que ella escuche a un profesor.

— Antes que nada — dijo Katie —, y debes creerme, esta es sólo una de muchas, muchas

razones, Gus Pendleton jamás demostró el menos interés en mí.— De repente, lanzó una risita.

— Aunque supongo que podría ofrecerme para coser almohadas para el fuerte o algo por el

estilo.

Yo también reí.

— Quizá puedan ir allí después del baile — sugerí--. Un lugar íntimo y romántico…

Katie gimió.

— Escucha, Mel, esto no tiene nada de gracioso. ¿No puedes proponer algo mejor?

— Bueno, trataré —dije vacilante.

— Está bien — aceptó Katie — Te llamaré más tarde.

Nos despedimos y me encaminé a casa.

Una vez adentro, oí a Anne que parloteaba con mamá.

— ¿Por qué no puedo hablarle? — decía.

— Porque vino a ayudar a papá con el jardín, querida — dijo mi madre —. Y no quiero que le

distraigas.

— Bueno, ¿le puedo decir hola?

— Por supuesto.

— ¿Puedo hacerle, digamos, cinco preguntas?

— No.

— ¿Por qué no?

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— Preciosa, acabo de decirte…

— Bueno, ¿Melanie puede hablarle?

— Anne, eso es diferente. Se conocen del colegio.

— ¡No es justo! ¡Si ella puede hablarle, yo también!

Puse los ojos en blanco mientras me dirigía a la cocina. ¡Imaginen que alguien tenga celos de

mi maravilloso privilegio de hablar con Bruce!

— No te preocupes, Anne — le dije — No quiero volver a hablar nunca con Bruce.

— ¿Por qué no? — Preguntó ella — ¿Por qué no te invito al Baile de Otoño?

La mire fijo.

— ¿De qué hablas?

Las mejillas de Anne estaban rojas de placer.

— Llamó tu amiga Rose y me dijo que te dejaba un mensaje: ―Dile a Melanie que lamento lo

de Bruce y el desastre del Baile de Otoño‖.

— Pedazo de animalito entrometido…— le lancé en tono cortante a Anne.

— ¡Melanie! —se escandalizó mamá.

— Bueno, es la verdad — exclamé al borde de las lágrimas — Y mañana no va a ser capaz de

mantener la boca cerrada frente a Bruce, y...y…— No pude pensar en otra acusación contra mi

hermana, pero necesitaba liberarme de algo más. — ¡Y probablemente me hará quedar como

una tonta más grande aún!

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Transcripto por Sofi.r.o y Merygold

El sábado por la mañana, un golpe en la pared me despertó de repente. Sonó como si un

gorila hubiera dado con una liana contra el costado de mi casa.

Hundí la cara en la almohada y traté de volver a dormirme.

El golpe se produjo de nuevo. Seguido de un sonido sordo y escurridizo, como si el gorila se

estuviera abriendo paso a lo largo del costado de la casa. Luego se produjo el inconfundible

sonido de mi ventana al ser abierta.

Cerré los ojos con fuerza. ―No, no puede ser‖, me dije.

― Hola, Melanie ― dijo el gorila, cuya voz se parecía extrañamente a la de Bruce.

Me di vuelta en la cama. La cabeza de Bruce asomaba por la ventana de mi dormitorio,

ubicado en el segundo piso.

― Esto tiene que ser un mal sueño ― dije. Volví a cerrar los ojos.

― No, es la realidad ― me corrigió Bruce.

Espié. Bruce todavía estaba allí, con la armadura para podar árboles de papá. Y llevaba una

bincha roja en la frente.

Debo explicar que mi padre tiene todo ese equipo profesional para podar árboles porque

Anne y Liz se asustan de la oscuridad (aunque lo niegan), y si una hojita cualquiera les roza la

ventana, se vuelven locas y despiertan a papá totalmente histéricas. Entonces, con el tiempo, mi

padre decidió que, para preservar sus ocho horas de sueño, debía hacer una inversión en un

equipo profesional para podar árboles y en esa armadura. La idea es que puede trepar árboles

con eso puesto y, si se cae, quedará allí colgado hasta que mamá llame a los bomberos, o a

quien sea que uno debe llamar para sacar a un hombre de esa situación.

Pero ahora Bruce estaba usando esa armadura como mecanismo volador, libre de ruedas. Se

colgaba de mi ventana como rana arbórea.

Nos miramos en silencio durante un momento, cosa rara en él, que habla tanto. ¿Qué

esperaba que hiciera yo? ¿Qué gritara ―¡Ladrones!‖?

Por fin, dije:

― ¿Sabías que entrar por la fuerza en un lugar es un delito? Trata de ingresar a la universidad

con eso en tu solicitud.

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Bruce sonrió.

― Bueno, no rompí nada y no voy a entrar. ― Pareció reflexionar. ― Pero es un buen punto.

― Miró mi habitación. ― Caramba, tienes un tocador.

― ¿Y?

― Mi hermana tiene uno ― dijo ―. Siempre pensé que era un poco como tener un mueble

que aumentaba tu sentido de la vanidad o que...

― Mira ― dije. Me senté en la cama, manteniendo la sabana sobre mi pecho. Tenía puesto

otro camisón tipo baby-doll y no quería oír ningún comentario. ― ¿No se supone que debes

estar trabajando?

― Estuve trabajando casi dos horas ― protestó Bruce ―. Y todo el tiempo tu hermanita se

queda parada debajo del árbol y me hace preguntas, y tu padre se asoma por la ventana de su

dormitorio diciendo: ―No, esa rama no. Esa ramita tampoco‖.

― Bueno, eso es el resultado de cultivar droga en clase ― dije yo.

El teléfono sonó en el vestíbulo ubicado frente a mi dormitorio. Miré en esa dirección.

Volvió a sonar.

― ¿No vas a contestar? ― preguntó Bruce con un sonrisa.

Vacilé. ¿Por qué no atendía otro? ¿Por qué tendría puesto ese estúpido camisón? ¿No había

aprendió la lección aquella vez que Bruce vino en busca del destapador de cañerías? Suspiré.

El teléfono volvió a sonar y tomé una decisión. No iba a permitir que Bruce Conner me tuviera

de rehén en mi propia cama.

Hice a un lado las sabanas y fui hacia la ventana.

Bruce abrió mucho los ojos y silbó.

― Epa, Melanie, ese es mejor todavía que el otro…

Cerré la ventana con violencia. Casi no tuvo tiempo de sacar los dedos del camino. Se las

arregló para permanecer allí, aferrado al antepecho.

― ¡Será mejor que vayas a atender el teléfono! ― gritó a través del vidrio ―. ¡Puede ser

alguien que quiera invitarte al Baile de Otoño!

Luego perdió el equilibrio y se deslizó por la pared como una chinche de agua.

En línea estaba Alex Chase.

― Hola, Melanie. Juliet Miller me dejó ¿Quieres ir al Baile de Otoño?

Ahora bien, eso resultó ofensivo en varios niveles.

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Antes que nada, tengan en cuenta la introducción a la charla. Está bien, yo no soy la primera

elección de Alex para una cita. ¿Acaso tiene que sacarlo a relucir? Por supuesto, tal vez pensó

que yo sabía que él salía con Juliet, por lo cual, si hubiera dicho: ―¿Quieres ir al Baile de

Otoño?‖, yo habría podido contestar: ―Creía que estabas saliendo con Juliet‖, y luego él habría

tenido que revelar el incomodo detalle de que ella lo había dejado. De modo que tal vez pensó

que se estaba mostrando realmente sincero y honorable. Sin embargo, ¿yo no merezco un poco

de consideración? ¿Un poco de cortesía? ¿No podía haber puesto primero la parte referida al

hecho de ir juntos al baile?

En segundo lugar, ¿cómo estaba Alex tan seguro de que yo no tenía ya otra cita? Es decir, ¿no

habría resultado igualmente fácil y mucho más halagador llamarme y decirme: ―Juliet Miller

me dejó y, si todavía no tienes cita para el Baile de Otoño, qué me contestas‖?

Por supuesto, también hay que tener en cuanta a manera de ser de Alex. Recordé su

comportamiento en la fiesta de Bobby Weller y pienso que, a pesar de lo buen mozo que es, yo

no estoy muy segura de que querría ir al Baile de Otoño con alguien que piensa que este es un

buen chiste: ―¿Qué es de color vede y rojo y se mueve a doscientas revoluciones por minuto?...

¡Una rana en una licuadora!‖. Sin embargo, apuesto y popular habían sido las dos cualidades

que no podía borrar de mi lista de requisitos para el acompañante al baile. Supongo que habría

tenido que sentirme halagada por ser su segunda elección.

Pero en ese caso, ¿cómo sabía y que era su segunda elección? Podría haber llamado a la

mitad de las chicas del colegio antes de llegar a mí. Probablemente se había pasado toda la

mañana llamando a las chicas y diciendo: ―Hola… Habla Alex… Escucha se me ocurrió…

Estoy seguro, de que ya tienes acompañante… ¿No? Me resulta difícil creerlo… Oh, bueno,

Juliet y yo rompimos…‖.

Tal vez estaba tan desanimado por el rechazo, que acortó su discurso hasta llegar a ―Juliet

Miller me dejó. ¿Quieres ir al Baile de Otoño?‖, ¡y sólo entonces se decidió a llamarme!

Oí que Alex carraspeaba y me di cuenta de que esperaba una respuesta. ¿Qué se suponía que

dijera? Dudé entre: ―Escucha, muchacho, un orangután tiene mejores modales que tú‖ y ―Perdí

todo el respeto que te tenía cuando esa semilla de limón se quedó atascada en tu nariz hace

tiempo, en la escuela primaria‖.

Finalmente, inhalé una profunda bocanada de aire.

― Me encantaría ― dije.

Almorcé en mi dormitorio porque mamá había decidido invitar a Bruce a comer. Traté de

decirme que no me estaba escondiendo, que sólo se trataba de no pasar toda la comida mirando

la cara sonriente de Bruce. Dados los resultados, podía haber comido sola en el comedor,

puesto que mi familia y Bruce lo hicieron afuera, en la mesa de picnic.

Comí un sándwich tostado de queso y luego me senté en la cama, tratando de ensimismarme

en la obra de Dickens, ya que de todas maneras tenía que estudiarla para la escuela.

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Las voces provenientes de la mesa de picnic flotaron con claridad a través de mi ventana

abierta.

― Veo que casi terminaste con los árboles del costado norte de la casa, Bruce.

― Papá, ¿por qué siempre dices norte y sur en lugar de izquierda o derecha o algo así?

― Porque es más preciso.

― ¡Claro, la gente inteligente habla con precisión, Liz!

Dejé a un lado el libro y me arrastré hasta la ventana.

― Anne, preciosa, no muerdas de ese modo ― estaba diciendo mamá con su tono de gentil

reproche. Acarició la espalda de Liz. ― Algunas personas usan unos términos otras, otros…

No tiene nada que ver con la inteligencia.

― Muchas gracias ― dijo papá con tono de disgusto, pero estaba sonriendo.

― Mi padre usa norte y sur, digamos, en forma exclusiva ― dijo Bruce ―. Y, francamente,

eso me vuelve loco.

Anne estaba sentada a su lado.

― ¿Qué quieres decir?

― Bueno, por ejemplo si lo estás ayudando a mover algo, como esa pesadísima silla que mi

madre no deja de hacernos trasladar de un cuarto a otro. Justo cuando te estás tambaleando

debajo de todo ese pero, él dice: ―Ten cuidado, que el lado este no raye la pared‖. Y entonces

tiene que detenerte y calcular dónde está el este, mientras tu columna vertebral se acorta dos

centímetros.

Mamá se echó a reír.

― Abandono el caso.

―Cierra la ventana y vuelve a tu libro‖, me ordené a mí misma, pero no pude hacerlo.

Permanecí junto a la ventana, hipnotizada, observando cómo almorzaban. Había viento, y el

pelo ondulado de mamá y los suaves rizos de Liz aleteaban. Bruce estaba sentado en el

extremo del banco, junto a Anne, con Debbie en su sillita alta a la cabecera, y la ayudaba a

llevarse pedazos de queso a la boca. Mi hermanita todavía no es un as en materia de percepción

de profundidad.

No logré apartar los ojos del grupo reunido alrededor de la mesa de picnic. Eran la viva

imagen de la familia perfecta. A todos se los veía muy bien juntos, incluso a Bruce. De

repente me pareció que él encajaba allí con toda naturalidad.

Dormí una larga siesta y, cuando me desperté, la casa estaba en silencio. Miré por la ventana

y vi que el auto no estaba en el camino de entrada. Probablemente, toda la familia se había ido

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a algún lugar. Tal vez habían llevado a Bruce con ellos. Tal vez estaban en el juzgado,

empezando los trámites de adopción.

Decidí probarme mi vestido para el baile frente al espejo de cuerpo entero de mis padres.

Mamá me había ayudado a elegirlo unos días antes –estaba en medio de uno de sus poco

frecuentes momentos dispendiosos- y quiso regalarme uno aun cuando todavía no me habían

invitado.

Saqué el vestido del placard. Era muy sencillo, de seda negra, sin breteles, aunque tenía unas

cosas misteriosas de poner y sacar a mitad de camino entre mangas y guantes, que se colocaban

en los brazos.

Me puse el vestido y casi me hago una hernia al abrochar el cierre de atrás. Metí los brazos

en las cosas parecidas a mangas y taconeé a través del vestíbulo para ir a mirarme en el espejo

de mis padres.

No estaba segura de que el negro hubiera sido una buena elección. Me había probado un

vestido color rosa pálido que era de veras precioso y justo cuando estaba a punto de decir que

lo quería, la vendedora comento. ―Por Dios, eres tan pálida que no se sabe dónde termina el

vestido y donde empiezas tú‖.

Muchas gracias, señora. En fin, no tuve el vestido rosa. De hecho, después de eso ni siquiera

probé otros vestidos de tonos pastel, de modo que mis elecciones recayeron en el rojo, el azul

eléctrico y el negro. Eliminé el rojo cuando mamá me dijo que se me veía como una postal

romántica. Y el azul era tan profundo que hacia resaltar las venas en mi piel pálida. De modo

que me decidí por el negro porque no quería nada con volados y encajes.

Pero ahora, al mirarme pensé que quizás lucía demasiado seria, el vestido negro, mi pelo

castaño y los asustados ojos marrones, y luego toda esa piel pálida.

¿Pero por qué me preocupaba tanto si mi acompañante era un chico que probablemente diría:

―Oye, ahí hay un fungus amongus‖. Y trataría de sacarme un piojo imaginario del pelo? Ojala

Alex no fuera tan hiperactivo. Ojala su personalidad hiciera juego con su apariencia. Sin

embargo nadie tenía por qué saber que yo no encontraba absolutamente encantadora la

hiperactividad de Alex.

Tal vez todos pensaron que nos estábamos enamorando. Tal vez la noche del Baile de Otoño

fuera de veras mágica y Alex de veras se enamorara de mi, y yo tuviera un maravilloso efecto

calmante sobre él.

Suspiré. Tal vez, si me recogía el pelo, luciera mejor.

Me levanté el pelo y lo aseguré con una enorme cantidad de tres horquillas que encontré en la

cómoda de mamá. Varios mechones cayeron enseguida, de modo que decidí ir a buscar más

horquillas al baño de abajo.

Estaba en mitad de la escalera cuando oí el inconfundible sonido de alguien que levantaba la

tapa de la bombonera de cristal tallado de la sala.

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Me quedé inmóvil, aferrada a la baranda. ¿Un intruso? No parecía probable que un loco

hiciera una pausa para comerse una menta antes de subir y atacarme. ¿Un ladrón? Enderece los

hombros.

― ¿Quién es? ― pregunté.

Silencio. El sonido de la tapa al ser puesta en su lugar.

― ¿Quién es? ― volví a decir con voz un poco más temblorosa.

En mi radio de visión apareció Bruce. Llevaba vaqueros y una ramera con una camisa de

franela atada a la cintura. Tenía el pelo lleno de remolinos. Su cara angulosa estaba sonrojada a

causa del sol y el viento.

Suspiré irritada.

― ¿Por qué no me contestabas? ― dije en tono cortante.

El tragó.

― No podía ― farfulló ― Tenía la boca cerrada y pegoteada por el dulce más viejo del

mundo.

― Te lo mereces, por andar curioseando en esa vieja bombonera ― lo increpé ― Me asombra

que hayas podido sacara algo de allí, está todo derretido y compacto. La dejamos para cuando

viene mi abuelo a visitarnos.

Bruce seguía deslizando la lengua por su boca.

― Es por eso que comí una menta ― dijo ― Por qué mi hizo recordar a mis abuelos. Tienen

una bombonera exactamente igual, que era una gran fuente de atracción para mi cuando era

chico.

― ¿Por qué?-pregunté distraída. Mi corazón estaba volviendo a su ritmo normal.

Bruce apartó algunos mechones rebeldes de su frente.

― Primero porque es imposible levantar esa tapa sin que nadie te oiga en la casa. El sonido

abarca un radio de casi un kilómetro.

― Caramba, es verdad ― admití.

― Además, debo haber roto la bombonera de mis abuelos unas diez veces ― dijo Bruce ― Lo

cual es un buen record infantil. Es…

― En resumen, ¿Qué estás haciendo aquí? ― lo interrumpí ―¿.No se supone que debes estar

trabajando en el jardín?.

Bruce bostezó.

― Estaba cansado, y tu mamá dijo que podía dormir una siesta en el sillón.

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Puse los ojos en blanco. Esto sí que iba a resultar un castigo. Más que un jardinero o algo así,

Bruce parecía ser la mascota de la familia. Supongo que es una suerte que mi madre le diera

permiso para dormir en el sillón y que no le haya dicho ―¿Por qué no vas arriba y te recuestas

en la cama de Melanie?

Ella también está durmiendo la siesta‖ Menos mal que no bajé envuelta en una toalla o que…

― Caramba ― dijo Bruce de repente ― Estás distinta.

Baje la vista para mirar mi vestido de baile consciente que por primera vez de lo que llevaba

puesto.

― Oh, yo…yo…no acostumbro a pasearme así por la casa. Fue solo que…

― Se te ve estupenda ― declaró Bruce se acerco al pie de la escalera ― Ven aquí.

― Solo estaba…― volví a empezar, pero Bruce extendió la mano para tomar la mía y me hizo

bajar los escalones que faltaban para llegar al vestíbulo del frente.

― No bromeo, se te ve estupenda-insistió, inclinando la cabeza a un costado ― El negro te

sienta bien.

Lo miré escéptica, esperando que empezara a burlarse de mí.

-¿Debido a mi…personalidad resplandeciente?-pregunté con sarcasmo.

-No –dijo lentamente-supongo que se debe a que tu pelo es brillante…No vas a llevarlo

recogido ¿no?

Demasiado consciente de mí misma, me toque el pelo sujeto con las horquillas.

― Pensé…

― No, es absolutamente necesario que lo lleves suelto

― Espera ― Saqué las tres horquillas. ― ¿Ves? Ahora es demasiado.

― De ninguna manera ― dijo Bruce ― Ahora está mejor.

Extendió la mano y la deslizó por las puntas de mi cabello. Sus dedos rozaron mis hombros

desnudos y se detuvieron allí de forma casi imperceptible.

De golpe, me quedé sin aliento. Había permanecido igualmente cerca de Bruce aquel día en

el laboratorio, pero esto era diferente. El aire que había entre nosotros estaba electrizado. De

alguna manera, resultaba maravilloso y perfecto estar de pie junto a él, con mi vestido para el

Baile de Otoño, sintiendo su contacto ligero y cálido en los hombros.

― Oye ― dijo Bruce con suavidad ― ¿Cómo haces para que se te formen esos tirabuzones en

el pelo?

― Hmmm… ¿Esto? ― dije yo ― Me lo enrosco en un dedo.

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Bruce hizo un bucle con su propio dedo y mi pelo, y luego lo soltó, mientras miraba como se

deshacía.

― Claro…Así ― dijo.

Levanté la vista y me encontré con su mirada.

Olí el sol y el viento en su pelo y su ropa. Era un olor bueno, limpio. Me hizo pensar en el

otoño y en las hojas y en manzanas asadas y en la Noche de Brujas y en fogatas y en pilas de

heno, y en otras cosas que no recordaba desde hacía años. Durante un momento, pareció que

toda mi infancia estaba incluida en el aroma de Bruce Conner, mientras el permanecía cerca de

mí al pie de la escalera en esa tarde de otoño, con la brillante luz del sol que entraba por las

ventanas.

Bruce todavía me miraba, sonriendo con tanta dulzura que supe que, si le decía lo que

pensaba en esos momentos él contestaría ―Se con exactitud a qué te refieres‖ Su expresión era

tan distinta a la de constante vanidad que le era propia, que bajé los ojos confundida.

Su frente tocó la mía. Nuestras narices chocaron con algo de sorpresa. Pensé que iba a

besarme pero ni siquiera pensé en detenerlo. Sus labios rozaron apenas los míos.

Luego él se aparto y me miró, sus ojos verdes estaban llenos de esa inquietud que sólo le

había visto unas pocas veces, sólo que ahora estaban más penetrantes, y mucho más tiernos.

Cerré los ojos y Bruce volvió a besarme con más urgencia esta vez.

Sus manos se hundieron en mi pelo para sostenerme la cabeza.

Mi mente se nubló. O no, el mundo se estaba nublando Bruce me sostenía con la adorable

presión de sus manos en mi nuca. Apoyé las palmas de mis propias manos en su pecho y me

estremecí sorprendida. Él temblaba.

Me hizo apoyar de espaldas en la baranda de la escalera. Las barras de madera se me

clavaron en los hombros, pero no me importó. Puse la mano en su nuca. Su pelo era tan suave

como imaginaba. Y desee que no dejara de besarme nunca.

La puerta de la calle se abrió de golpe y papá entró como una tromba, seguido de mi madre,

que llevaba a Debbie sobre la cadera.

Grité con lo cual probablemente destrocé el tímpano de Bruce, y nos separamos de un salto.

― Por Dios, ¿Qué sucede? ― dijo mamá

― Nada ― Me toqué la nuca con gesto nervioso. Tenía la piel húmeda ― Me asustaron eso es

todo.

― Lo siento querida ― dijo ella ― ¿Durmieron una linda siesta?

Mi madre comenzó a desatar los lazos del pelo de Debbie.

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― ¿Bruce? ¿Melanie?

Pero nosotros no respondimos. Estábamos demasiado ocupados mirándonos fijo, con la clase

de sonrisa prolongada, lenta e intima que en general se asocia a parejas que se han visto

separadas por la guerra o alguna calamidad, y luego vuelven a reunirse.

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Transcripto por Nyx.Alexa

― Hola, ¿Qué tal? ― dijo Bruce con suavidad.

― Hola ― le conteste en un susurro.

Era domingo, un día después de nuestro beso, y Bruce había venido a lustrar el auto. Pero en

lugar de ponerse enseguida a trabajar, me sorprendió en la cocina. Yo le había dado la mitad de

mi sándwich tostado de queso, y ahora estábamos sentados a la mesa, limitándonos a mirarnos

fijo.

No podía creer lo bien que me sentía allí con él ¿De veras era ese el chico al que tanto había

odiado durante el primer mes de clases? Está bien, tal vez no fuera exactamente odio. Pero el

me había vuelto loca al hacerme sentir tan aburrida, tan estirada, tan… hija del director.

Sentada con él en esa mañana soleada, mirándolo mientras tomaba un largo sorbo de agua,

observándolo mientras él me observaba a mí, que terminaba el sándwich de queso, me sentía

cualquier cosa menos aburrida.

Bruce extendió la mano y me apartó unos rizos de la frente.

― El pelo te brilla bajo el sol. No pensé que el pelo castaño pudiera ser tan reluciente.

Me sonroje.

― Hmmm reluciente. Nadie nunca uso esa palabra para describir mi pelo.

― Es una buena cualidad para el pelo ― dijo él ―. En especial si brilla bajo el sol y tiene esas

cositas que parecen tirabuzones.

Por un instante más nos miramos el pelo, los ojos, la piel. Luego me sentí vagamente

consciente de los familiares sonidos otoñales que provenían del jardín. Anne que saltaba sobre

una gran pila de hojas, mamá diciéndole que dejara de hacerlo porque las hojas rastrilladas

había que ponerlas en bolsas.

― Será mejor que te pongas a trabajar ― le dije a Bruce con suavidad ―. Mis padres pueden

comenzar a preguntarse qué está pasando.

Bruce levanto una ceja.

― ¿De veras quieres que me ponga a trabajar?

Me encogí de hombros.

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― Bueno, no, no quiero exactamente que tú…

― Piensas demasiado en lo que debería hacer la gente Melanie ― dijo él con dulzura.

― No es verdad ― me defendí.

El me sonrió.

― ¿Ah, no? ¿Entonces por qué es tan importante que lustre el auto y embolse algunas hojas?

Ni siquiera tus padres parecen demasiado severos al respecto.

― Escucha ― dije, poniéndome rígida ―, sólo porque pienso que, si estás en la casa de

alguien para trabajar como castigo por meter semillas de marihuana en el macetero de una

profesora sería de veras bueno que hicieras algo de trabajo, no quiere decir que yo sea una

aburrida, mojigata y pesada hija de director, con nada mejor que hacer que…

― Melanie, Melanie ― Bruce me apretó las manos entre las suyas. ― ¿Quién dijo que eras

aburrida o mojigata o cualquier otra cosa?

―Tú‖, quise contestarle, al recordar de golpe todo lo que había oído decirle a Marty Richards

aquel día en el baño. Está bien, tal vez no haya dicho exactamente que yo era aburrida o

mojigata, pero podía muy bien haberlo hecho.

― Bueno… tú… hace unas dos semanas… yo oí…

Pero no pude terminar de hablar Bruce me había rodeado la cara con sus manos. Sus

penetrantes ojos verdes estaban fijos en los míos.

― No eres aburrida en absoluto, Melanie ― susurró con voz ronca.

Volví a abrir la boca, pero no logré encontrar mi voz.

Él sacudió la cabeza y sonrió.

― Sabes, me gustaría haberme atrevido a pedírtelo.

― ¿A pedirme qué?

― Que me acompañaras al baile.

Sentí que el corazón se me agrandaba.

― ¿Pensaste en invitarme a ir contigo al Baile de Otoño?

El asintió.

― Pero creí que no aceptarías. Parecías odiarme tanto.

― ¡Odiarte! ― dije, riéndome.

Me miró con expresión irónica.

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― Es difícil de creer ¿eh? ¿De dónde pude haber sacado esa idea?

Me sonrojé. Me sentí un millón de veces mejor que unos minutos antes. ¿Por qué había sido

tan susceptible? Bruce sólo me hacía bromas. Y aquella conversación escuchada en el baño…

bueno, probablemente la había interpretado mal.

Le dí un puntapié juguetón por debajo de la mesa.

― Bueno, ¿y qué es Swiss Kriss? ¿Tú segunda elección?

Bruce se encogió de hombros.

― Oh, fue ella quien me invitó. No iba a decirle que no. Además, ¿había otra manera mejor de

darte celos?

― ¿Quieres decirme que aceptaste llevar al baile a la chica más linda del colegio sólo para

darme celos? ― pregunté.

― Acepté llevar a la chica a quien algunos consideran la más linda para darte celos ―

contestó ―. ¿Funcionó?

― ¡Oh no! ― Le dije, mientras hacía un gesto de rechazo con la mano ―. Casi no pensé en

eso hasta ahora.

Media hora más tarde, Bruce y yo seguíamos hablando con toda naturalidad cuando oí que

Anne subía por la escalera. Había decidido no decir nada más acerca del trabajo en el jardín.

Tal vez él tuviera razón, tal vez, en efecto, me tomaba las cosas demasiado a pecho algunas

veces. Después de todo, ¿qué me importaba si lustraba o no el auto? Todo lo que deseaba era

mirar fijo los ojos de Bruce.

En eso estaba precisamente cuando llegó Katie. Al vernos sentados en la mesa, pareció

sorprenderse un poco.

― Hola ― dijo con cautela.

― Hola, Katie ― respondió Bruce.

Yo sonreí. A esa altura, prácticamente explotaba de ganas de contarle a Katie lo que pasaba

con Bruce.

― Acerca una silla.

Katie se sentó.

― Escucha, vine porque… ¿Recuerdas lo que hablamos con respecto a Gus Pendleton?

¿Todavía quieres hacerlo?

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― ¿Qué cosa? ― preguntó Bruce. De modo que tuvimos que contarle toda la historia del

dilema de Katie con respecto al Baile de Otoño, y mi idea de hacer que Sonrisita arreglara una

cita con Gus Pendleton.

― No es muy buena idea que digamos ― dijo Katie en tono sombrío.

― Oye ― protesté ofendida.

Bruce pareció reflexionar.

― ¿No quieres ir con Pat?

Ella lo miró. Él se encogió de hombros.

― Está bien, debes ir con Gus. En realidad, creo que no sé nada de él.

― Está construyendo un fuerte en su patio trasero ― se apresuró a decir Katie.

― Katie ― la previne yo,

― Oh, está bien, de todos modos, es la mejor idea ― dijo Katie ―. ¿Llamarás a Sonrisita,

Melanie? ¿Por favor?

¿Cómo hago para meterme en estas situaciones? Sin embargo, me sentí contenta de poder

resolver el dilema del Baile de Otoño de Katie. Llevé a la mesa el teléfono inalámbrico y la

guía telefónica.

Mientras marcaba el número, Katie se aferró a mi muñeca con tanta fuerza que casi me la

separa de la mano.

― Asegúrate de decirle que no mencione esto frente a la clase o algo por el estilo. Dile… dile

que resultara doloroso para Marea Alta Pat.

― Está bien, está bien ― dije con impaciencia. El teléfono de Sonrisita ya estaba sonando.

― ¿Hola?

Aclaré mi garganta.

― Por favor, ¿Podría hablar con Sonrisita… quiero decir, con el señor Ramsden?

Pensé que debía llamarlo por su nombre verdadero porque estábamos a punto de pedirle un

favor, pero Sonrisita dijo:

― Habla Sonrisita.

― Oh, hola ― dije yo ―. Bueno, soy Melanie Merrill.

― Hola, Melanie. ― No parecía sorprendido por mi llamada. ― ¿Quieres hablar de tu tarea?

― dijo, muy dispuesto.

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― Este… no ― dije yo ―. Es por algo personal.

― ¿De veras? ― Saltó Sonrisita enseguida.

Me sonrojé. Katie y Bruce se reían por lo bajo.

― En fin, sí, aunque no se trata de mi. Se trata de Katie Crimson y Gus Pendleton.

― ¿Sí?

― ¿Los conoce? ― dije con timidez. Claro que los conocía.

― Sí ― volvió a decir Sonrisita.

― Bueno, es sólo que… quieren ir juntos al Baile de Otoño.

― Me encanta la idea ― dijo Sonrisita ―. Supuse que llegarían a gustarse.

― Sí, pero el tema es que no pueden porque la mamá de Katie dice que debe ir con el primer

chico que la invite y ya alguien lo hizo. Y entonces pensamos que…

― ¿Qué pensaron? ― quiso saber Sonrisita.

― Pensamos que tal vez usted puede llamar a la mamá de Katie y…

― ¿Y qué?

Trague saliva. Sonrisita no me estaba facilitando las cosas, por cierto.

― Y convencerla de que… dado que usted en cierto modo los puso en pareja…

esperábamos…

― Oh ― dijo Sonrisita, comprendiendo al fin ― Claro.

― ¡Gracias! ― dije aliviada.

― Ningún problema, Melanie. ― No demostró estar dispuesto a colgar, y durante un instante

horrible estuve segura de que Sonrisita iba a decir: ―Escucha, estoy algo nervioso. ¿Te

importaría que hiciéramos un poco de interpretación de roles? Tú serás yo y yo seré la mamá

de Katie‖. Pero se limitó a decir. ― ¿Me das el número de Katie?

Se lo dí.

― Y, además… ¿podría no mencionarlo en clase? ― dije-. Porque Marea…, quiero decir, el

chico que invitó a Katie antes, se sentiría muy mortificado.

― Por supuesto ― afirmó Sonrisita ―. Soy un maestro en el arte de la sutileza.

Dudé entre señalarle o no a Sonrisita que cualquiera que diga ―Soy un maestro en el arte de la

sutileza‖ probablemente no lo es.

― ¿Quieres que vuelva a llamar para contarte cómo anduvo todo?

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― ¡No! ― exclamé ―. Quiero decir, no, está bien así. Estoy segura de que nos enteraremos

por la mamá de Katie.

― Muy bien ― dijo Sonrisita ―. Adiós.

― Adiós ― respondí débilmente, y colgué. Después, con gesto teatral, me dejé caer sobre la

alfombra.

— Caramba, de veras es tétrico pensar que sonrisitas tiene mi número de teléfono —reflexiono

Katie, arrugando la nariz.

La miré.

— ¿Cuan tétrico crees que me resulta a mi pasar que fui yo quien lo llamo? — dije —.Es

probable que tenga pesadillas por el resto de mi vida.

— Bueno, Gracias, Me l— dijo Katie enseguida —.Eres una diosa.

— Miren, no quiero entrometerme — intervino Bruce —, ¿pero Gus Pendleton sabe que va a

llevar a Katie al Baile de Otoño?

Katie y yo nos miramos con los ojos muy abiertos.

Entonces hicimos que Bruce llamar a Gus y le dijera que, por vía clandestina, se había

enterado de que Katie iría con él al baile si la invitaba. Por supuesto pensó que eso era

estupendo. Es probable que haya estado enamorado de Katie durante años. Cualquier

muchacho que viviera detrás de los Crimson y la viera todo el tiempo lo habría estado. No los

voy a aburrir con toda la conversación, que fue muy previsible. El único punto importante fue

que, cuando Bruce llamo y preguntó por Gus, su madre dijo:‖Un momento, voy a llamarlo, está

en su fuerte‖, lo cual probablemente haya hecho que Katie sintiera dudas con respecto a todo

el proyecto, pero para entonces ya era demasiado tarde.

Y aunque el resto de la tarde Bruce y yo no dejamos de reírnos y decir:‖un momento, está

en su fuerte‖, no fue muy cómodo porque, por supuesto, ya habíamos hecho citas para el baile

y no entre nosotros.

— Pareces preocupada, Melanie — observó el señor Bob, el gerente nocturno de la cafetería

de la campana.

— ¿sí? — dije en tono ausente.

Era miércoles por la noche, y yo me ocupaba de pasar los pedidos a través de la ventanilla

con el señor Bob porque estábamos escasos de personal. Era la única empleada con quien él

admitía trabajar. El señor Bob pensaba que todos los demás eran demasiado alocados o

irresponsables o no lo bastante serios con respecto a sus tareas en la cafetería. Yo le caía muy

bien. Eso es lo que una debe soportar cuando se tiene reputación de chica seria. Algo muy poco

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gratificante. Porque, los otros, los que el señor Bob consideraba tan tontos, estaban en la

trastienda tirando queso y burlándose de los clientes y divirtiéndose en grande.

— Espero que no pase nada malo — dijo el señor Bob en tono sombrío. Su preocupación más

grande es que alguno de sus empleados tenga una crisis personal que afecte su desempeño en el

trabajo.

Le dirigí una sonrisa tranquilizadora.

— No, me siento muy bien.

En realidad, estaba pensando en Bruce. Lo hacía a menudo en esos pocos días transcurridos

desde nuestro beso. En ese preciso instante recordaba como lo veía el día anterior, cuando

habíamos estudiado juntos en la sala de su casa. Nos hallábamos sentados cada uno en un

extremo del sofá, y nuestros pies, descalzos pero con medias, se tocaban. El Pelo de Bruce

estaba tan revuelto como siempre. Incluso cuando leía, tenía la cara más animada que yo

conocía. Sus cejas se juntaban, sus ojos recorrían las páginas con rapidez, su boca se movía con

intima diversión…

— ¡Melanie! — me llamó al orden el señor Bob.

Un auto acababa de estacionar junto al sistema de intercomunicación.

— lo siento —balbuceé. Apreté el botón del intercomunicador

―BienvenidosalaCafeteriadelaCampanaSirva-sehacersupedido.‖ Ustedes también lo dirían así si

lo tuvieran que repetir tan a menudo como yo.

— QuisieraunaCocaporfavor — dijo una voz.

Oh, estupendo, un sabelotodo. Puse los ojos en blanco. ¿Cuándo se va a dar cuenta la gente se

que los pobres infelices como yo que deben trabajar en una cafetería no tienen mucho sentido

del humor al respecto?

El señor Bob puso un vaso de Coca y una pajita en una bolsa y me entrego todo. Me asome

por la ventanilla de atención a los clientes.

— son noventa centavos, por favor.

Bruce me sonrió desde su auto.

— Ah, caramba — dije sin darme cuenta —Estaba pensando en ti.

— ¿De veras?

Me ruboricé. Muy sumisa, tome su dólar y le di el vuelto.

— Gracias, señorita — dijo en voz demasiado alta —. Usted tiene un excelente estilo para

atender a los clientes. Estoy seguro de que la espera una brillante carrera aquí. Ah, y se la ve

adorable con ese uniforme.

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Luego se alejo a toda velocidad.

Tapé mi sonrisa con una mano. El señor Bob me miró con expresión sombría, pero evitó mis

ojos. Me pregunté adonde iría Bruce ¿A la biblioteca? ¿A algún sitio con Marty Richards?

El intercomunicador volvió a sonar.

— ¿Hola? — dije distraída.

— ¡Melanie! — dijo el señor Bob, escandalizado.

La persona que estaba en el auto se echo a reír.

— ¡Hola! — gritó, rea Bruce de nuevo. — Lo siento, pensé que estaba en la ventanilla de la

cafetería. No me di cuenta de que era una residencia privada.

Yo me eché a reír, sin importar la expresión atónita del señor Bob. Bruce pidió otra Coca. Yo

seguí sonriendo después de dársela y luego observé cómo se alejaba en su auto.

— Por dios, Melanie — protestó el señor Bob —.Pensé que podía confiar en que no se te

ocurriera hacer que tu novio te visitara en horas de trabajo.

— ¡Mi Novio! — Exclamé.

Alcé la vista hacia el cielorraso y vi mi imagen reflejada en el enorme espejo de seguridad

que el señor Bob había instalado allí. Por supuesto, llevaba mi uniforme de estilo militar y el

pelo se me escapaba con desprolijidad del estúpido gorro que me obligaban a usar, pero mis

mejillas estaban sonrojadas y mis ojos brillaban.

— ¿Novio? — repetí para mis adentros. De repente, me sentí hermosa.

Esa noche soñé que unos albañiles levantaban una construcción sobre mi dormitorio. Oía el

ruido de sus herramientas de trabajo y los gritos que cruzaban entre ellos. Uno sonaba como

Bruce, el otro como Marty Richards.

―No, aquí — decía el albañil Bruce —. Quiero que ella lo vea apenas se despierte.‖

―Es un gesto en verdad romántico — decía el albañil Marty —. Pero esto pesa una tonelada.‖

―Bueno, así está bien — decía el albañil Bruce —. ¿Todavía tienes los guantes puestos?

Correcto, no tenemos que dejar huellas digitales…‖

Me di vuelta en la cama y caí en un sueño profundo.

Al día siguiente, estaba sentada a la mesa, en pijama, llevándome cereal a la boca en una

especie de letargo matutino, cuando papá dijo desde la sala:

— ¿Qué demonios hay en el jardín?

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Mamá y yo nos miramos sorprendidas. Ella puso una galletita entre las manos regordetas de

Debbie y enseguida fuimos a la sala.

— ¿Dijiste que había algo en el jardín, querido? — dijo mi madre. Su cara todavía estaba

adorablemente hinchada de sueño.

— ¡Miren! — Exclamó papá indignado—. ¡Miren la monstruosidad que hay sobre el césped!

Mi madre espió por la ventana.

— ¿de dónde habrá venido?

Mi padre levantó los brazos.

— ¡Ni siquiera sé qué es, y menos de donde vino! ¿Qué vamos hacer con eso? Ya se está

hundiendo en el pasto. Probablemente va a perjudicar la tierra…— Me miró. — ¿Por qué

sonreías?

— Por nada — Dije con rapidez. Me acerqué más a la ventana, rozando las cortinas con la

cara. El objeto que había en nuestro jardín delantero era la campana gigantesca que

previamente había estado instalada en el techo de la Cafetería de la Campana.

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Transcripto por Merygold

Bruce arrojó otro puñado de hojas sobre la enorme pila que había armado después de

rastrillar toda la tarde junto al camino de entrada.

― A propósito, gracias por ayudarme a rastrillar.

Yo también arrojé hojas sobre la pila.

― No te ofendas, pero no lo hice para ayudarte ― dije ― Fue mi regalo del Día del Padre

para papá.

― ¿Rastrillar hojas?

Hice un gesto de asentimiento.

― Papá es una de esas personas que nunca sabe que pedir, entonces dice que quiere regalos

caseros.

― Oh, caramba igual que mi abuelo ― comentó Bruce.

― Para el Día del Padre le di un ridículo bono de regalo válido por un día de rastrillar hojas en

otoño, un día de juntar nieve en invierno, ese tipo de cosas.

Bruce dejó caer su rastrillo se estiró.

― ¿Eso no te da ganas de jurar que siempre les dirás a tus hijos que cosas bonitas y concretas

querrás de regalo? ― Preguntó Luego se reanimó ― Sin embargo, tu padre estuvo muy bien al

permitirnos hacer una fogata con las hojas.

― Lo sé-dije ― Fue algo muy extraño de su parte. Es probable que ahora esté adentro

llamando a los bomberos.

Bruce se echó a reír y miró el jardín vacío.

― Bueno, creo que ya hemos terminado, ¿Lo encendemos?

― Claro ― dije ― y fui a la cocina en busca de combustible y fósforos.

― Melanie ― Llamó mamá desde la sala ― ¡tengan cuidado!

― Está bien…

― Puse un termo con chocolate caliente sobre la mesada, es para ustedes ― dijo.

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― Oh que bien ― dije, apoderándome de él ― Gracias

Volví a salir y me di cuenta de que ya casi había anochecido. Entregué el termo a Bruce y

luego, con mucho cuidado, derramé combustible sobre nuestra pila de hojas

Le mostré los fósforos.

― ¿Quieres encargarte de hacer los honores?

Él estaba bebiendo directamente del termo. Hizo una pausa y se limpió la boca con la manga.

― Por supuesto.

Encendió un fósforo y lo arrojó a la pila, que ardió casi blanca durante un segundo, para

luego empezar a encenderse con más fuerza. Las hojas despedían un intenso olor a madera.

Bebí directamente del termo y contemplé el fuego.

Bruce, a mi lado, recogió su rastrillo y se apoyó en él, se estremeció.

― Me duele la espalda.

― A mi también ― Lo miré ― por supuesto la espalda no te dolería tanto si no hubieras

robado la campana de la cafetería.

Se echó a reír.

― ¿Lo viste en la crónica policial de hoy? Decía que esa estúpida campana en realidad cuesta

más de quinientos dólares, lo cual significa que robarla es un delito.

― ¿Bruce? ― sacudí la cabeza ― Es una suerte para ti que no te hayan descubierto. Y que

papá no haya hecho demasiadas preguntas. Jamás entrarías en la universidad con eso en tu

solicitud de ingreso.

― Oh, no sé…― Bruce pareció reflexionar ― Si yo estuviera al frente de una universidad me

gustaría entrevistar a chicos con cosas totalmente inapropiadas como esa en sus solicitudes. Me

gustaría escuchar las historias que hay detrás.

Traté de imaginarme a Bruce frente a una universidad, pero mi inspiración no me ayudó.

Estudié su perfil contra la luz naranja de nuestra fogata. Parecía que con esa luz temblorosa, y

durante un momento sentí un poco de miedo…esa rara sensación de ser un extraño en tu propio

jardín delantero, cuando tu casa esta toda iluminada y de repente estás seguro de que, si tocaras

el timbre nadie te reconocería.

― Eh ― dijo Bruce ― ¿Qué pasa? ― Me sonrió, y de golpe me sentí mucho mejor, como

siempre cuando me sonreía.

― Nada ― repuse ― Estoy muy bien

Extendió una mano en busca del termo.

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― Melanie ― dijo con suavidad ― de veras lamento haberle dicho a Swiss Kriss que iría al

baile con ella.

― Está bien ― dije enseguida. No estaba muy segura acerca de con qué estaba yo de acuerdo.

¿Con el hecho de que iba con Swiss Kriss, con el hecho de que no iba conmigo, con el hecho

de que el si iba a ir al baile?

― No sé como zafarme ― prosiguió ― Además tu le dijiste a Alex que irías con él.

― Lo sé ― lo tranquilicé.

Bruce extendió la mano para tomar la mía.

― Pero habrá otros bailes, ¿no? Y podemos bailar juntos en el Baile de Otoño. ¿Correcto?

― Correcto ― dije suavemente. Si en ese momento Bruce me hubiera propuesto escaparnos a

México, yo habría contestado ―correcto‖ con la misma suavidad.

― Melanie ― exclamó él de repente ―, tienes las manos llenas de ampollas.

Ambos miramos mis manos. Yo parpadeé.

― Ni me había dado cuenta ― dije.

Bruce sonrió. Con gran ternura deslizó las puntas de los dedos por las ampollas que había en

mis manos. Observé su cara a la luz de la fogata. ¿Cómo pudo parecerme que era un extraño?

Sentí que lo conocía de toda la vida.

Me acerqué a él. Él fuego crepitó, su aliento era dulce, olía chocolate, y yo me sentía feliz,

tan feliz.

El jueves por la tarde, estaba en el baño de las chicas pintándome los labios y observando a

Swiss Kriss por el rabillo del ojo. Acá debo detenerme un momento y describir lo que tenía

puesto: una blusa blanca con volados, pantalones de cuero verde muy estrechos, y tiradores.

Ahora bien, si yo usara todo eso, parecería Robin Hood. Lo cual no quiere decir que Swiss

Kriss pareciera una estudiante normal de hecho parecía un inmigrante de la Familia Trapp.

Pero se la veía esplendida. En ese momento, me deprimió. De repente me sentí segura de que

estaría tan hermosa en el Baile de Otoño, que Bruce se olvidaría de mí. Yo estaría obligada a

no despegarme de Alex, quien, probablemente, (a) le hablaría todo el tiempo de Juliet Miller;

(b) me contaría infinidad de chistes groseros, (c) trataría de meterse una menta en la nariz, (d)

trataría de meter una menta en mi nariz…

― ¿Melanie? ― dijo Katie, apareciendo súbitamente junto a mí e interrumpiendo mis

pensamientos ― ¿Melanie?

― ¿Hmmm?

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Traté de calmar los latidos precipitados de mi corazón.

Katie estaba llena de noticias

― ¿Te enteraste? ― comenzó ― Marea Alta Pat va a dar una fiesta después del Baile de

Otoño y piensa invitar a todo el colegio.

Yo parpadeé

― Eso es una locura. Nadie invitaría da todo el colegio. Ni siquiera el propio colegio invita da

todo el alumnado a nada. Incluso debes tener una entrada en los bailes.

― Me lo dijo Bobby Weller ― afirmó Katie con insistencia.

― ¿De veras? ― Uno no consideraría a Bobby Weller una fuente de información confiable en

ningún sentido, pero cuando se trata de fiestas, por lo general maneja bien las cosas. ― El

Baile de Otoño es mañana.

― Es verdad ― confirmó Swiss Kriss con su voz suave, sincera ― Aparentemente, sus padres

decidieron irse de la ciudad ayer.

― Oh, pobre Pat ― dije. Nunca supe de nadie tan poco popular como Marea Alta Pat que

organizara una fiesta. Y para colmo, ¿ha invitado a todo el colegio! ― Debe tener miedo de

que no vaya nadie ― pensé en voz alta.

― Oh no, irá todo el mundo ― aseguró Swiss Kriss.

― En serió ― dijimos Katie y yo a coro. Swiss Kriss asintió, frunciendo levemente el ceño

ante nuestras caras de incrédulas.

― Si –dijo va a ser algo muy descontrolado.

― ¿Descontrolado? ― repetí.

Swiss Kriss sonrió con gentileza.

― Si, porqué Marea Alta Pat no es, digamos, amigo de nadie. De modo que…en fin, no

tenemos por qué ser cuidadosos en su casa. Los Marea Alta tienen una bodega en el sótano

¿Saben? Estamos planeando tomarla por asalto.

Fruncí el ceño.

― ¿Bruce está enterado de tus planes para…eh…tomar la bodega por asalto?

Durante un momento. Swiss Kriss me miró con cara inexpresiva.

― Oh si, toda la fiesta fue idea suya ― volvió a prestar atención a su imagen reflejada en el

espejo y se aplicó lápiz labial en su perfecta boca en forma de corazón.

― ¿Qué opinan de este color? ― preguntó en tono reflexivo ― Se llama Rojo Alpino.

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― Hola Melanie ― me saludó la doctora Conner. Estaba sentada ante la mesa de la cocina,

pelando arvejas.

― Hola, doctora Conner ― respondí ¿Está Bruce?

― Si, está en su cuarto con Marty Richards ― dijo la doctora Conner. ¿Por qué no subes?

― Está bien ― dije ― Gracias.

Comencé a subir la escalera con lentitud. Había preferido que Marty no estuviera allí porqué

deseaba hablar con Bruce a solas.

Mi conversación con Swiss Kriss me había tenido preocupada toda la tarde. No podía

imaginar a un grupo de personas populares arrasando la casa de Pat…con Bruce detrás de todo

el asunto. Claro que yo no era tan tonta como para dejarle la última palabra a Swiss Kriss, se

tratara de lo que se tratara. Quería dar a Bruce la oportunidad de explicar que sucedía en

realidad. Ahora bien, yo no había planeado escuchar a hurtadillas la conversación entre Bruce y

Marty, pero cuando uno oye su propio nombre a través de una puerta cerrada, resulta difícil

golpear y preguntar si puede integrarse mientras siguen hablando del tema.

― No, Melanie no es la clase de persona que se metería en eso ― estaba diciendo Bruce.

― Claro supongo que no va por ahí tomando bodegas por asalto ― comentó Marty.

Los dos se echaron a reír.

― En fin, con respecto a ese asunto de la bodega ― empezó Bruce.

― Oye tal vez no tengamos que tomarla por asalto ― replicó Marty ansioso ¿No crees que

podrías convencer a Marea Alta Pat de que nos deje entrar?

Bruce bostezó.

― Creo que, en este momento. Pat haría cualquier cosa que le pidiera.

Marty bufó

― Es cierto fue alucinante la forma en que aceptó enseguida tu sugerencia de que hiciéramos

una fiesta en su casa. Podrías ser mago profesional, ¿sabes?

Me mordí los labios ¿De modo que la fiesta había sido idea de Bruce?

― Si así soy yo. ― Bruce volvió a bostezar ― Caramba estoy cansado

― ¿Te quedaste hasta tarde con Swiss Kriss?

¿Swiss Kriss? El solo pensarlo me hizo sentir un nudo en el estómago. No pueden creer que

Bruce fuera a quedarse hasta tarde con Swiss Kriss.

― Hmmm…

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― En fin, ya sé que no podrías haberte quedado hasta tarde con Melanie ― continuó Marty ―

Se acuesta a las ocho o algo por el estilo. ¿Verdad?

― Hmmm

Mi mente era un torbellino. Esperé unos segundos que Bruce lo contradijera, pero todo lo que

oí fueron unos murmullos y algo de risa.

No necesitaba oír más. Me apresuré a recorrer el vestíbulo en dirección a la escalera con el

corazón desbocado. Había ido a confirmar que Bruce no planeaba aprovecharse del muchacho

menos popular de la escuela , y descubrí en cambio algo mucho peor de lo que había

imaginado ―Se acuesta a las ocho o algo por el estilo‖ Las palabras retumbaban en mi cabeza

¿Por qué Bruce no se lo había contradicho? Me había asegurado que no se había estado

burlando de mí. Pero lo que oí no eran burlas…porqué yo no estaba cerca para que se rieran de

mí. Lo que oí fue un dialogo tranquilo racional y despreciativo acerca de mi.

―Hasta tarde con Swiss Kriss…‖

Jamás debí confiar él, jamás debí olvidar aquella conversación que él y Mary habían

mantenido en la puerta del baño. ¿Cómo pude permitir que me gustara alguien que se

aprovecha de Pat de esa manera? ¿Cómo pudo gustarme alguien que se aprovecharía de mí?

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Transcripto por Nyx.Alexa

A las siete en punto del día del Baile de Otoño, Alex Chase llegó a mi casa, muy elegante con

su traje azul marino y, en lugar de un ramillete, me dio una caja con un ratón muerto adentro.

Está bien, está bien, no era realmente un ratón muerto; era el ratón de imitación con el que

juegan el gato de la familia Chase. Miré fijo el ratón, mientras Alex se reía a carcajadas; luego

corrió hasta el auto en busca de las flores verdaderas. Oh, fue algo de veras distinguido, puedo

asegurarlo.

Mi madre nos sacó una foto en el porche delantero, parados uno junto al otro. Vi que,

enfrente, Bruce subía a su auto.

— Oh, mira, ahí está Bruce — dijo Alex —. ¡Hola, Bruce!

Él miro en dirección a nosotros e hizo un ademán de saludo. Yo no dejé de mirar a otro lado.

Llegamos al baile y la primera persona que vi fue a Swiss Kriss. Llevaba un vestido corto de

terciopelo rojo con piel blanca en el cuello, el ruedo y las mangas. ¿Dónde encontraba esa

ropa? ¿Tendría a un anciano que trabaje en los Alpes pera mayor gloria de vestuario? Había

recogido su pelo rubio en un gracioso rodete en la base de la nuca y, no obstante la opinión de

Bruce sobre las chicas que llevaban el pelo recogido, se le veía estupendo. Le enmarcaba la

cara el número exacto de rizos. Su piel parecía terciopelo, sus labios eran rojos como su

vestido… Me sentí una bruja a su lado.

La primera persona que vio Alex fue a Juliet Miller, y se apresuró a correr hacia ella para

llevarle un vaso de ponche. Suspiré y fui en busca de mi propio vaso de ponche.

Permanecí solitaria junto a la ponchera, sintiéndome invisible, como un fantasma de bailes

pasados. El gimnasio estaba estupendo. Habíamos armado un enorme pabellón de telas oscuras

con estrellas que cubrían las paredes. Algunas cabras un poco cursis poblaban las escenas aquí

y allá, pero hasta ellas lucían bien en el medio de la suave iluminación.

Miré a mi alrededor en busca de alguien conocido. Rose pasó flotando del brazos de Brad

Hopkisn. Me dedicó una gran sonrisa y un gesto de saludos; evidentemente se sentía generosa

para reconocerme.

Un momento después, localicé a Katie no muy lejos, en la pista de baile. Llevaba un vestido

corto azul con algo así como lentejuelas cosidas en la tela. Tenía aros brillantes en forma de

estrellas. Su pelo color trigo parecía platinado bajo aquella luz, y el vestido era del mismo color

de sus ojos. Gus la miraba con reverencia.

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Me sorprendió mirándola y levantó ligeramente las cejas. Yo conocía ese gesto. Me estaba

preguntado si necesitaba compañía. Sacudí la cabeza.

Pat también estaba allí, con un traje demasiado chico. Había venido solo. Sentí compasión

por él. El Baile de Otoño no era un acontecimiento para ir solo. Aunque supuse que yo también

puede haber estado sola, teniendo en cuenta la atención que me prestaba Alex.

Swiss Kriss pasó con un revoloteo de su vestido de terciopelo.

— Por supuesto, Bruce y yo estaremos allí — le estaba diciendo a alguien —. Bruce lo planeó

todo.

No pensé que pudiera experimentar una opresión en el pecho más grande aun, pero en ese

momento sentí como si estuviera llena de nudos. ―Bruce y yo.‖ Como si fueran una pareja

formal. Recordé la conversación telefónica que había escuchado a hurtadillas. Bruce decía: ―La

chica a quien quiero invitar nunca aceptaría‖. ¿En verdad pensé que alguna vez se refería a mí?

Por supuesto, hablaba de Swiss Kriss. Ella jamás iba a interferir en sus planes con respecto a la

fiesta de Marea Alta Pat; con ella, no tendría que preocuparse de que era ―vigilando‖.

Levanté la vista hacia las estrellas del pabellón. Había pasado horas pegando esas estúpidas

estrellas, imaginado como una idiota que esa noche seria maravillosa y romántica.

— ¿Tienes tortícolis?

La voz de Bruce en mi oído.

— ¿Qué?

Él sonrió.

— Estuviste mirando el cielorraso tanto tiempo que me preocupé, pensé que el cuello te había

quedado duro.

Me di vuelta y me serví otro vaso de ponche.

— ¿Dónde estuviste ayer? — preguntó Bruce— Te llamé, pero tu mamá dijo que no estabas

en casa.

— Entonces no estaba en casa — respondí, lacónica.

Bruce me estudio un momento un momento.

— ¿Quieres bailar?

— No, Gracias.

Él sonrió vacilante. El traje oscuro y la camisa blanca hicieron que su sonrisa pareciera

especialmente luminosa.

Me temblaba la mano. Dejé a un lado el ponche y empecé a alejarme.

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Bruce me tomó del brazo.

— ¿Qué pasa, Melanie? — Preguntó con suavidad—. ¿Estás… estás enojada por que vine con

Swiss Kriss? No te pongas celosa. Se te ve…

— No es Eso — Susurré en seguida.

— ¿Entonces qué es?

No pude Contestar. De repente se me había nublado la vista. Todas las luces brillaban

mientras mis lágrimas estaban a punto de caer. ―No voy a llorar‖, me propuse con firmeza, y

miré el piso.

— ¿Melanie? — Insistió Bruce. Puso su mano bajo mi barbilla.

―No me toques‖, pensé, pero levante la vista pese a mí. Vi que descubría mis ojos llenos de

lágrimas y que fruncía levemente el ceño.

— ¿Melanie? —repitió.

Me Incliné hacia él. Parecía tan sincero que, de pronto, quise contarle todo lo que me

preocupaba.

— Es sobre…

— Me encantó nuestra conversación telefónica, Melanie — dijo Sonrisita vivazmente,

surgiendo de la nada con Alex a su lado. Sonrisita era uno de los acompañantes, lo cual resulta

una absoluta ironía, pero no importa. Me dedicó una gran sonrisa imbécil y se alejó.

— Hola, Bruce — dijo Alex con naturalidad —. Melanie, ¿Vienes conmigo?

Lo miré en medio de una bruma. Mi instante de intimidad con Bruce de golpe pareció muy

lejano y completamente irreal.

— Oh… sí.

— Melanie… — empezó Bruce.

Enlacé mi Brazo en el de Alex. Sin Mirar a Bruce.

— Te veo más tarde — le dijo Alex por encima del hombro.

Miré mi reloj. Habíamos estado cuarenta minutos en el baile. Parecían cuarenta horas.

— ¿Quieres ir a casa de Marea Alta Pat después de que comamos algo? — preguntó Alex.

Sacudí la cabeza.

— En realidad, no me siento muy bien — murmuré —. ¿Podrías llevarme a casa?

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Ya en casa, saqué todo el maquillaje, me puse el equipo de gimnasia y me uní a mi familia

para compartir una cena tardía.

Permanecí en silencio, ignorando las miradas que me dirigían mis padres. No dejaba de

pensar en la fiesta de Pat. Una parte de mi quería ir allí para controlar en persona los daños y

prejuicios. ¿Pero cómo podría hacerlo? Que fuera la hija del director no me convierte en una

completa ingenua.

Suspiré estaba extendiendo la mano hacia la ensaladera cuando Debbie, súbitamente, golpeo

su bandeja con el puñito.

— Ve — dijo.

Dejé caer la cuchara en la ensaladera e intercambié una mirada con mis padres.

— ¿Dijo algo? — preguntó mama en tono esperanzado.

— No se — contestó papa, mirando a la beba con atención—. Debbie, ¿dijiste algo, tesoro?

—Ve — repitió Debbie.

Sentí que un trozo de cerdo asado se me quedaba atascado en la garganta.

— Vuelve a decirlo — Pedí en voz ronca.

— Ve — Dijo Debbie, obediente. Anne le dio unas palmaditas en la espalda.

El corazón empezó a latir con violencia. Reconozco un presagio cuando me lo ofrecen.

— Tengo que ir a un sitio — dije, mientras me levantaba.

Papá pareció sorprendido.

— Pensé que te sentías mal.

Pero mamá se limitó a mirarme y luego miró a Debbie.

— Creo que está bien que vaya — dijo en tono ligero —. No vuelvas muy tarde.

— Pierde cuidado — dije.

Besé la frente de Debbie, Tomé mi Campera y me dirigí a la puerta del frente. Estaba

corriendo incluso antes de llegar a la calle.

Está bien, mirando de forma retrospectiva, resulta evidente que al menos debería haberme

puesto un poco de lápiz labial antes de ir a casa de Pat. Pero sentí que estaba en juego temas

más importantes que la mera belleza.

Además, la belleza es una cosa y mi apariencia era otra. Tenía la cara blanca como la leche,

sin una gota de maquillaje, cosa que probablemente hacia que mis ojos parecieran más grandes

y asustados que nunca. Llevaba pantalones grises de gimnasia, un suéter desteñido que había

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sido de mi abuelo, y una gorra de béisbol roja aplastada sobre mi pelo, que todavía tenia un

montón de spray. ¿Se lo imaginan? ¿Pueden ver que escandalosa estaba? Bueno, ahora

imaginen quien fue la primera persona que vi cuando llegue resoplando a la casa de lo Marea

Alta. Swiss Kriss.

Estaba paseando por el jardín de adelante en medio de unas decientas personas. Fruncí el

ceño ¿Por qué estaban todos en el jardín y no en el interior de la casa? ¿Había llegado la policía

y los obligado a salir? Pero ni, esa multitud se veía demasiado tranquila.

Me abrí paso entre la gente hasta poder llegar al porche. Bruce estaba en mangas de camisa,

llenando vasos de un ponche misterioso. Pat se encontraba junto a él.

Teddy Inman subió los escalones del porche.

— Oye, bruce — dijo —. ¿No vamos a entrar?

Bruce sacudió la cabeza mientras le daba a una chica un vaso de papel lleno de ponche y le

dedicaba una de sus sonrisas relampagueantes.

— No — dijo —. Pat y yo decidimos que nos quedaríamos aquí afuera.

— Pero…

— ¿Alguien quiere más ponche? — gritó Bruce, y enseguida se vio rodeado de gente que

sostenía en alto sus vasos. Le dirigió a Pat una sonrisa por encima del hombro.

— ¡Melanie!

Me di vuelta. Katie estaba detrás de mí. Gus permanecía a su lado. Estaban tomados de la

mano.

— Pensé que te sentías mal.

— Así fue — dije simplemente. Saludé con la mano es dirección a Gus. — ¿Qué paso? — le

pregunté a Katie en voz baja —. Esperaba encontrarme con un caos total.

—Ya se — contestó Katie. Bajando la voz. — Cuando Gus y yo llegamos, había unas pocas

personas en la casa y muchas atrás, junto a la piscina. Pero después vino Bruce y los obligó a

todos a salir y poner en orden esos tachos de basura en el porche.

Fruncí el ceño. ¿Bruce poniendo en orden tachos de basura? Yo había pensado que no le

importaba lo destruida que quedara la casa…Creía que esa era la razón por la cual quiso que la

fiesta se organizara allí.

— ¿Melanie? Hola — dijo Katie haciendo castañear los dedos delante de mi cara —. ¿Todo

bien? Estas como flotando en el espacio.

Sacudí la cabeza para aclarar las ideas.

— Solo pensaba…

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— ¿Qué paso entre tú y Alex?

Le aparte el brazo.

— Te lo cuento más tarde — dije —.Tengo que hablar con Bruce.

Me di vuelta, pero Bruce ya no estaba en el Porche. Mi mente daba vueltas. Yo no sabía que

pensar ni que sentir ni que iba a decirle a Bruce cuando lo encontrara. Pero me abrí paso entre

la multitud y al hacerlo, choqué contra Swiss Kriss y le hice derramar su ponche sobre su

perfecto traje de duende.

Lo encontré en el patio de atrás, con una red en la mano, sacando vasos de plástico, colillas

de cigarro y otras basuras de la piscina. El hecho de verlo hizo resurgir en mí el terrible dolor

que había sentido al oírlo hablar con Marty. ―No dejes que te engañe‖, me aconseje por debajo.

Me había equivocado al confiar en él antes…No iba a volver a bajar la guardia.

Me detuve junto al borde de la piscina.

— Bueno — empecé — ¿Qué significa este repentino acto de limpieza?

Levantó la vista brevemente; sus ojos verdes relampaguearon.

— ¿De qué hablas? Hay unos vasos en la piscina y, como puedes ver, los estoy recogiendo.

— Oh, y supongo que esto tiene algo que ver con tu acto del señor mago— dije con

brusquedad—. Estás tratando bien a Marea Alta Pat para que te permita saquear su bodega.

Bruce frunció el ceño.

— Te estás equivocando, Melanie. Sé que no cuento con tu aprobación, que ni siquiera me

acerco a tu tipo de vida acorde con tus principios, ¿pero tengo que disculparme por limpiar la

piscina de alguien?

Levanté las manos al aire.

— ¡Como si esto se tratara de limpiar! Vamos Bruce, oí tu conversación con Marty. Sé que lo

de esta fiesta fue idea tuya, sé que planeabas arrasar el lugar. Y sé…

Las palabras no lograron seguir saliendo de mi garganta.

— ¿Sabes qué? ¿Qué fueron exactamente lo que me oíste decir a marty?

La cara me ardía. Trate de controlar la respiración.

— Que Estabas planeando convencer a Pat de que te dejara en la bodega. Que…que…

— ¿Qué? — quiso saber Bruce, y apretó la mandíbula.

De repente, los ojos se me llenaron de lágrimas.

— Que te habías… quedado hasta tarde con Swiss Kriss…

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Bruce torció la boca.

— ¿Qué había hecho qué?

Se incorporó y comenzó a acercarse a mí, pero extendí una mano para mantenerlo alejado.

Las lágrimas habían comenzado a deslizarse por mis mejillas. Una parte de mi quería volver

corriendo a casa, pero también necesitaba seguir hablando.

— Me enloqueció pesar que de veras me estabas tomando en serio. Quiero decir, todo lo que

hiciste fue insultarme y agredirme desde el principio. Para ti, solo soy un enorme estereotipo.

Solo porque soy la hija del director, tú deduces…

— ¿Yo deduzco? ¿Yo deduzco? —Bruce me agarró el brazo. — que yo sepa, eres tú la que ha

estado haciendo deducciones todo el tiempo.

— ¿Qué dices? — Pregunté, soltando mi brazo.

— Digo que, no importa lo que haga, siempre me consideras una especie de criminal. Te

preocupas demasiado que la gente te vea como una chica seriecita porque eres la hija del

directo. Pero tú, solo porque a veces me guste divertirme y organizar algunas picardías, tienes

que pensar lo peor de mí. — Bruce respiraba en forma entrecortada. Sus mejillas ardían. —

Oyes unas pocas palabras fuera de contexto y te dejas llevar por eso. ¿Acaso se te ocurrió

preguntarme ―a mi‖ que pensaba después de oírme hablar con Marty?

Me sentí avergonzada.

— Bueno…yo…

— A veces Marty es un gran idiota — Continuó Bruce —. Si mal no recuerdo. Fue él quien

saco a relucir el nombre de Swiss Kriss Yo estaba casi dormido. Y lamento no haber corrido en

tu defensa, pero, francamente, no me afecta demasiado lo que diga la gente. En lo que a mí

respecta, la gente puede tener todas las locas opiniones que se le antoje.

Bruce estaba ahora tan cerca que tenía la certeza de que podía oír los latidos de mi corazón.

Todo lo que decía caía sobre mí en oleadas oscuras. Pensé en la conversación que había

escuchado… ¿Qué había dicho el con exactitud? No demasiado. Fue Marty el que habló la

mayor parte del tiempo. Pero yo enseguida culpe a Bruce de todo.

Levante la vista hacia él.

— Oh, Bruce — dije desanimada —. Lo siento. Supongo que… no pude olvidarme de tus

bromas acerca de ser la hija del director…

— Melanie. — Bruce me acarició la mejilla. — Es difícil no hacerte bromas. Eres la persona

de quien uno más puede burlarse en el mundo…Te enojas con tanta facilidad…— Extendió la

mano y la llevo un mechón de mi pelo detrás de mi oreja. — Nunca pensé en ti como si solo

fueras la hija del director. ¿Cuándo vas a aceptarlo?

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Sentí que se me agrandaba el corazón.

—Supongo…supongo que estoy empezando a hacerlo en este mismo instante.

Ahora bien, ¿quieren explicarme algo que nunca puede entender? ¿Por qué, en las novelas

románticas, los protagonistas se unen justo cuando el aspecto de ella es de lo peor? En Lo que

el viento se llevó, Rhett le revela su amor a Scarlett cuando ella está toda transpirada y llena de

hollín, mientras Atlanta se incendia. En Rebeca, Max se declara a la narradora justo después de

haber paseado en el convertible de él, cuando tiene todo el pelo hecho una gran maraña. Son

libros, ¿verdad? Es ficción, ¿No es cierto? Es todo inventado del autor. Entonces, ¿Por qué no

hacer que el gran momento llegue cuando el pelo de la protagonista está en un buen día y ella

se vea elegante? Por ejemplo, habría sido mucho más conveniente para Bruce besarme en el

gimnasio, cuando yo estaba maquillada y tenía puesto mi vestido negro. Pero una no puede

elegir donde van a ocurrir las cosas y, si se pasa la vida planificando, puede ser que nunca

sucedan.

Miré a Bruce un segundo y luego me acerqué y lo besé. Pareció sorprenderse, pero al cabo de

un instante ya me estaba devolviendo el beso. Le rodeé en cuello con los brazos. Todo era igual

al recuerdo de lo que había pasado aquel día junto a la escalera. Sentí vértigo, el mundo giró

lentamente debajo de nosotros. Y los brazos de Bruce temblaron como si él estuviera muy

nervioso. O muy feliz.

Entonces me di cuenta de que tal vez esa fuera un mejor ocasión que cualquiera otra que se

hubiera dado en el Baile de Otoño. Por cierto, las estrellas que brillaban en el jardín junto a la

piscina de Pat eran mil veces más relucientes, y más hermosas, y más reales.

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