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Adam Smith estaba inicialmente interesado en la ética. En el libro "Teoría de los
Sentimientos Morales" se encuentra la base de su filosofía liberal y su definición del orden
natural de la sociedad. Consigue el puesto de preceptor del hijo del duque de Buccleugh con
el que inicia en 1763 un viaje de más de dos años por el continente europeo que le permite
conocer a F. Quesnay y R.J. Turgot.
En 1768 consigue el empleo de Comisario de Aduanas (como había
sido su padre) en Edimburgo, puesto que ocupará el resto de su vida y
que no pareció estar en contradicción con su espíritu librecambista. Es
precisamente en esta época, ya alejado de la vida académica, cuando
escribe "La Riqueza de las Naciones".
En su obra se detecta la influencia de su amigo personal Hume y de R.
Cantillon.
Vea también la entrada Smith en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio webLa
publicación del libro "Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las
Naciones" de Adam Smith en 1776, es considerado el origen de la Economía como ciencia.
Los clásicos escribieron en una época en la que la industria estaba conociendo un desarrollo
sin precedentes. Su preocupación principal fue el crecimiento económico y temas
relacionados como la distribución, el valor, el comercio internacional, etc. Uno de sus
objetivos principales fue la denuncia de las ideas mercantilistas restrictivas de la libre
competencia que estaban aún muy extendidas en su época. Para Adam Smith, el Estado
debía abstenerse de intervenir en la economía ya que si los hombres actuaban libremente en
la búsqueda de su propio interés, había una mano invisible que convertía sus esfuerzos en
beneficios para todos.
Nació en Kirkcaldy, Escocia. Su padre, inspector de aduanas, murió poco antes de su
nacimiento. A los 14 años ingresa en la Universidad de Glasgow donde se convierte en
discípulo del profesor de filosofía moral F. Hutchison. Después ingresa en la Universidad de
Oxford donde permanece seis años. En 1748 ocupa un puesto de profesor de literatura en la
Universidad de Edimburgo y en 1751 pasa a la de Glasgow donde substituye a Hutchison en
la cátedra de Filosofía Moral.
ESTAS FUERON SUS PALABRAS
Pero es sólo por su propio provecho que un hombre emplea su capital en apoyo de la
industria; por tanto, siempre se esforzará en usarlo en la industria cuyo producto tienda a ser
de mayor valor o en intercambiarlo por la mayor cantidad posible de dinero u otros bienes...
En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un
fin que no formaba parte de su intención. Y tampoco es lo peor para la sociedad que esto
haya sido así. Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad
mejor que cuando realmente desea hacerlo.
Adam Smith, "La Riqueza de las Naciones", Libro IV, Cap. 2
Lea estos textos en castellano, incluidos en este CD-ROM o sitio web
Fragmentos de La ía de los sentimientos morales
Adam Smith - Condorcet: Compendio de "La Riqueza de las Naciones"
"El Libro del Desarrollo" por Alfredo Vergara
"Adam Smith: economista y filósofo" por Julio H. Cole (formato PDF. Requiere Acrobat
Reader)
Elies Furio Blasco: ADAM SMITH.
Smith y el crecimiento económico.
El análisis del valor y de la distribución.
La política económica en Adam Smith.
CRECIMIENTO, ACUMULACIÓN Y TENDENCIAS PROFUNDAS: LA ECONOMÍA
POLÍTICA.
Adam Smith
Smith y el crecimiento económico
“Los mayores adelantamientos en las facultades o principios productivos del trabajo, y la
destreza, pericia y acierto con que éste se aplica y dirige en la sociedad, no parecen efectos
de otra causa que de la división del trabajo mismo.” (Smith, 1775). “Esta división del trabajo
se entenderá más fácilmente considerando el modo con que interviene en ciertas
manufacturas particulares. Especialmente en aquellas grandes manufacturas destinadas a
proveer a una demanda relativamente significativa y que emplea un número tan grande de
operarios”. Smith pone como ejemplo la fábrica de alfileres:
“... en el estado en que hoy día se halla este oficio no sólo es un artefacto particular la obra
entera o total de un alfiler, sino que incluye cierto número de ramos, de los cuales cada uno
constituye un oficio distinto y peculiar. Uno tira el metal o alambre, otro lo endereza, otro lo
corta, el cuarto lo afila, el quinto lo prepara para ponerle la cabeza; y el formar ésta requiere
dos o tres distintas operaciones; el colocarla es otra operación particular; es distinto oficio el
blanquear todo el alfiler; y muy diferente, también, el de colocarlos ordenadamente en los
papeles. Con que el importante negocio de hacer un alfiler viene a dividirse en dieciocho o
más operaciones distintas, las cuales en unas ocasiones se forjan por distintas manos y en
otras una mano sola forma tres o cuatro diferentes. ..., estas ... personas podrían hacer cada
día más de cuarenta y ocho mil alfileres, ... Pero si éstos hubieran trabajado separada e
independientemente, ..., ninguno ciertamente hubiera podido llegar a fabricar veinte alfileres
al día, y acaso ni aún uno solo, ...”
Para Smith, en todas las demás manufacturas y artefactos, los efectos de la división del
trabajo son muy semejantes a los de este oficio frívolo, aunque en muchas de ellas ni éste
puede admitir tantas subdivisiones ni reducirse a una sencillez tan exacta de operaciones. La
agricultura por su naturaleza no admite tantas subdivisiones del trabajo, ni hay entre sus
operaciones una separación tan completa como entre las manufacturas.
“Este considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad
de la Obra en consecuencia de la división del trabajo nace de tres circunstancias diferentes:
de la mayor destreza de cada operario particular, del ahorro de aquel tiempo que
comúnmente se pierde en pasar de una operación a otra de distinta especie y, por último, de
la invención de un número grande de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, habilitando
a un hombre para hacer la labor de muchos”. (Smith, 1775).
El adelantamiento en destreza hace que aumente la cantidad de producto que es capaz de
producir un operario, y la división del trabajo, al reducir la labor a una operación sola y
simple, y realizar esa misma labor a diario, aumenta considerablemente su destreza. En
cuanto a lo segundo, la ventaja que se saca de aprovechar aquel tiempo que se pierde al
pasar de una especie de labor a otra, es mucho más importante de lo que a primera vista
puede pensarse y tiene como consecuencia reducir de un modo significativo el tiempo
necesario para producir producto. En cuanto a lo tercero y último, “¿quién habrá que no
conozca lo mucho que facilita y abrevia el trabajo la aplicación y la maquinaria propia?” Para
Smith la invención de las máquinas se debe y se ve facilitada por la misma división del
trabajo. “Una gran parte de las máquinas empleadas en aquellas manufacturas en que se
halla muy subdividido el trabajo fueron en su origen inventos de algún artesano, que
embebido siempre en una simple operación hizo conspirar todas sus ideas en busca del
método y medio más fácil de hacerla y perfeccionarla.”
Esto no implica que todos los avances de la maquinaria fuesen inventados por los mismos
que las usaron. También intervinieron los que se dedican a la fabricación de maquinaria.
Smith reconoce tres orígenes distintos en la mejora de la maquinaria: en el propio puesto de
trabajo y por el propio trabajador; por el fabricante de maquinaria; y por los científicos y
técnicos en los laboratorios.
“Esta división del trabajo, que tantas ventajas trae a la sociedad, no es en su origen efecto de
una premeditación humana que prevea y se proponga, como fin intencional, aquella general
opulencia que la división dicha ocasiona: es como una consecuencia necesaria, aunque lenta
y gradual, de cierta propensión genial del hombre que tiene por objeto una utilidad menos
extensiva. La propensión es de negociar, cambiar o permutar una cosa por otra.”
“Como la mayor parte de los buenos oficios que de otros recibimos, y de que necesitamos,
los obtenemos por contrato o por compra, esta misma disposición permutativa es la causa
original de la división del trabajo.”
“No es tan grande, ..., la diferencia de los talentos naturales de los hombres, ..., cuando
llegan a alcanzar un grado de perfección, las más de las veces es efecto y no causa de la
división del trabajo.”
“Como el poder permutativo, o la facultad de cambiar una cosa por otra, es lo que motiva la
división del trabajo, lo extensivo de esta división no puede menos de regularse y ceñirse por
la extensión de aquella facultad o, en otros términos, según lo extenso que sea el mercado
público” (Smith, 1775) .
Además de la dimensión del mercado, existen otros factores que influyen en el grado de
división del trabajo. Estos son: la estandarización del producto, la estabilidad de la demanda
del producto y la certidumbre respecto al comportamiento a medio y largo plazo de la
demanda del producto. Cuanto mayor sea la estandarización u homogeneidad de los
productos fabricados mayores posibilidades habrá de utilizar maquinaria específica y también
de parcelar la producción. De ahí que mayor podrá llegar a ser la división del trabajo. No
obstante, el grado de estandarización es, en parte, una cuestión de definición. Muchos de los
productos, especialmente los industriales, pueden considerarse como una «cesta de bienes».
Por tanto, cualquier producto podrá variar entre uno en el que todos los componentes de la
cesta sean iguales a otro producto en que sean diferentes. En el primer caso, el producto
será totalmente estandarizado.
La estabilidad de la demanda del producto afectará a la división del trabajo por dos vías. Por
una parte, cuando la demanda del producto es inestable y presenta fluctuaciones, en la parte
baja del ciclo económico, ciertos factores productivos, especialmente el trabajo, dejarán de
utilizarse. Esto hará que se reduzcan las ganancias de la división del trabajo. De hecho, la
inestabilidad de la demanda puede equipararse con un nivel de demanda estable menor. Así
pues, todo lo mayor que sea la inestabilidad de la demanda del producto, menor será la
división del trabajo.
Por otra parte, en la medida en que la división del trabajo supone una inversión en capital
mayor y el capital está tan especializado que no se puede transferir a otros usos durante las
depresiones de la demanda, el desempleo periódico del capital que supone la inestabilidad
también será un freno para la división del trabajo. En general, se puede elaborar un
argumento parecido para cualquier factor de producción que se considere fijo o cuasifijo.
Cuanto mayor sea el peso de los costes fijos, mayor será la sensibilidad frente a la
inestabilidad de la demanda.
La relación entre la incertidumbre y la división del trabajo se sigue de un conjunto muy similar
de consideraciones. Incluso, cuando la demanda del producto es inestable a lo largo del
tiempo, se pueden estabilizar los programas de producción y obtener las economías de
divisibilidad mediante variaciones de las existencias, pero la inversión en existencias será
desalentada cuando las fluctuaciones sean impredecibles. No se estará dispuesto a
mantener existencias si se desconoce el comportamiento futuro de la demanda. La
incertidumbre desalentará, pues, la inversión en factores fijos que parecen acompañar a la
división del trabajo.
En resumen, la productividad es una función de la destreza, la capacidad de innovar, el
ahorro de tiempo y la especialización de los factores productivos. Cada una de éstas,
asimismo, es una función de la división del trabajo. La división del trabajo es función de la
dimensión del mercado, la estandarización del producto y la estabilidad y certidumbre de la
demanda del producto.
El análisis del valor y de la distribución
La importancia atribuida al mercado como regulador de la división del trabajo, exigía una
explicación de la naturaleza del proceso económico y, especialmente, una determinación del
valor. Smith, en este sentido, distingue entre valor en uso y valor en cambio: “la palabra valor
tiene dos distintas inteligencias; porque a veces significa la utilidad de algún objeto particular,
y otras aquella aptitud o poder que tiene para cambiarse por otros bienes a voluntad del que
posee la cosa” (Smith, 1776). Y, para investigar los principios que regulan el valor
permutable, investiga, en primer lugar, cuál es la medida real de dicho valor; en segundo
lugar, cuáles son los componentes del precio real; y, en tercer lugar, las circunstancias
diferentes que provocan modificaciones en el mismo.
La valoración y, consiguientemente, la determinación cuantitativa del producto neto, requiere
que las dos agregaciones sean reducidas a la homogeneidad mediante el cómputo en
términos de valor. La formulación de una teoría del valor llega a ser así una parte integrante
e indispensable de la teoría de la distribución (Napoleoni, 1973).
Visto así, al igual que otros muchos economistas clásicos, el análisis del valor de Smith es al
mismo tiempo un análisis de la distribución. Si el primero es consustancial a su teoría del
crecimiento económico, el segundo no puede quedar marginado. No obstante, habrá como
mínimo que esperar hasta David Ricardo para que esto se manifieste con toda su crudeza.
“El valor real de todas las distintas partes componentes del precio de las cosas viene, de esta
suerte, a medirse por la cantidad del trabajo ajeno que cada una de ellas puede adquirir, o
para cuya adquisición habilita al dueño de la cosas. El trabajo no sólo mide el valor de
aquella parte de precio que se resuelve en él, sino de las que se resuelven en ganancias del
fondo y renta de la tierra.
“En toda sociedad, pues, el precio de las cosas se resuelve por último análisis en una u otra
de estas partes, o en las tres a un tiempo, y todas tres entran en la composición de aquel
precio con más o menos ventajas, o con más o menos parte en él, según los progresos o
adelantos de la sociedad.” (Smith, 1976, p 97).
Para Smith, el trabajo es la medida real del valor en cambio de toda clase de mercancías. Y,
la cantidad de trabajo, que equilibradamente una mercancía puede disponer, está
determinada por el «precio natural» de la propia mercancía, es decir, por aquel precio que
corresponde a las tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta. Evidentemente, las
tasas naturales del salario, del beneficio y de la renta son también valores de los que sería
necesario precisar por qué están, a su vez, determinados. Por ello, no se consigue formular
una teoría del valor de cambio que satisfaga aquel requisito formal esencial que consiste en
determinar los valores a partir de elementos que no dependen ellos mismos de los valores.
En este sentido, como dice Napoleoni, la teoría del valor de Smith es un fracaso.
Pero, en opinión de este mismo autor, existe un segundo sentido en el que la teoría
smithiana no es un fracaso. Lejos de ser un fracaso constituye una etapa decisiva del
pensamiento económico: en el contexto de una teoría del desarrollo capitalista, llega a
asumir el significado de criterio para la determinación de la existencia y de la intensidad del
mismo desarrollo. Es en este sentido en que el concepto de valor adquiere toda su relevancia
como término del lenguaje smithiano y del análisis clásico.
Para quedar completo el modelo smithiano, se requiere una descripción de los mecanismos
de la transformación y de los factores que gobernaban la asignación de la fuerza de trabajo
entre empleos productivos y no productivos. Su previsión de que la productividad del trabajo
subiría conforme el mercado se ampliara podía ayudarle sólo en una parte del camino hacia
una explicación de la expansión económica. El análisis más fundamental del cambio
dinámico descansaba sobre la teoría de la acumulación de capital.
La política económica en Adam Smith
En opinión de Barber (1967), el conjunto de conceptos e ideas económicas de Adam Smith y
sus actitudes hacia la política económica formaban parte de un todo. Consideraba el
crecimiento económico como el fin básico, cuya deseabilidad estaba más allá de todo
disputa. Y, por ello, la pertinencia de cualquier política particular debería medirse por sus
efectos sobre el crecimiento económico y, particularmente, sobre la acumulación de capital y
la especialización del trabajo.
De acuerdo con Viner (1927), La Riqueza de las Naciones contenía un ataque específico
contra ciertos tipos de actuación gubernativa de los que Smith estaba convencido, tanto a
priori como sobre una base empírica, de que actuaban contra la prosperidad nacional: las
subvenciones, los derechos de aduana, las prohibiciones respecto al comercio exterior, las
leyes de aprendizaje y establecimiento, los monopolios legales, las leyes de sucesión, que
obstaculizaban el libre comercio de la tierra.
Bajo estos criterios, la regulación y el control estatal, en términos generales, eran vistos
como perjudiciales. Pues, su efecto final era impedir una ampliación del mercado y desviar la
actividad económica de su curso natural. De modo que toda intervención gubernativa no era
bien vista. En su opinión, muchas de las actuaciones públicas que tenían objetivos
bienintencionados, acababan generando efectos contrarios. Por ejemplo las Leyes de
Pobres, al exigir la residencia en una parroquia concreta como condición para recibir, en su
caso, el subsidio, restringían la movilidad de la mano de obra y, por ello, reducían el
crecimiento económico y la generación de riqueza distribuible.
Al oponerse a muchas de las prácticas de los gobiernos de la época, Smith era coherente
con su sistema analítico. Pero las críticas a los gobiernos no se derivaban directamente de
su análisis, pues cuestionaba en ocasiones el que el laissez faire condujera al mejor de los
mundos posibles. A veces, los intereses privados no regulados -tanto como los gobiernos-
podrían comportarse de modo que suprimieran el progreso.
Este aparente conflicto conceptual, es resuelto -en opinión de Barber (1967)- mediante la
consideración de que el crecimiento económico y el orden de competencia se reforzaban
mutuamente. Los controles impedían la existencia de un ambiente de competencia, y ésta,
suponía Smith, maximiza el crecimiento. Pero el mantenimiento de la competencia exigía una
atmósfera de expansión económica. El progreso adquiría así un valor tanto instrumental
como intrínseco: era el agente catalítico esencial para convertir la potencial discordia en
armonía, y el disolvente de las barreras a la competencia efectiva. Sólo entonces podían ser
frenadas las tendencias de la oferta a actuar contra el interés público. De forma similar, se
requería de un clima de demanda creciente de mano de obra para neutralizar el poder de los
capitalistas para abusar de los trabajadores desorganizados. Si la competencia era deseable
como estímulo para el crecimiento, la expansión económica no era menos exigible para
promover de un modo efectivo la competencia. No obstante, para Smith, el crecimiento
implicaba otro supuesto que hacía innecesarias ciertas actuaciones públicas. En los
beneficios del crecimiento participaban todas las clases sociales.
En su análisis general de las funciones propias del Estado, Smith dejó bien claro que
restringiría las actividades del gobierno. De acuerdo con el sistema de la libertad natural, el
soberano tiene únicamente tres deberes: primero, el deber de proteger a la sociedad de la
violencia y la invasión de sociedades independientes; segundo, el deber de establecer una
administración de justicia exacta; y, tercero, el deber de erigir y mantener ciertas instituciones
públicas y determinadas obras públicas.
Esta tercera función suponía llevar a cabo una serie de actuaciones que ningún individuo o
pequeño grupo de individuos tendría nunca interés en mantener, ya que los beneficios que
comportaban no podrían compensar el gasto de ninguno de ellos, aunque frecuentemente
compensase con creces a la sociedad en su conjunto. Pues, las obras e instituciones
públicas de esta clase, dice, son aquéllas que tienden a facilitar el comercio y a promover la
instrucción del pueblo. Para Smith, la participación del gobierno en la educación general del
pueblo contribuiría a mejorar la industria, pues mejoraría a los ciudadanos. La educación
pública era, además, necesaria para contrarrestar los perniciosos efectos de la división del
trabajo y la desigual distribución de la riqueza.
Por otra parte, Smith -de acuerdo con Viner (1927)- hizo importante concesiones a la
posibilidad de la promoción por parte del gobierno del bienestar general mediante obras e
instituciones públicas. En muchas ocasiones, Smith apoyó las restricciones gubernativas
sobre la iniciativa privada donde no estuvieran involucradas la justicia o la defensa, y donde
el único objetivo fuese mejorar la dirección que la iniciativa privada daba a la inversión de
capital, el curso del comercio y la utilización del trabajo.
En definitiva, siguiendo a Viner, cabe reconocer que Smith no fue un abogado doctrinario del
laissez faire. Vio un amplio y elástico ámbito de actividad para el gobierno, mediante la
mejora de los niveles de competencia. Atribuyó gran capacidad para servir al bienestar
general a la iniciativa individual aplicada de modo competitivo para promover fines
individuales. Dedicó un mayor esfuerzo a su exposición de la libertad individual que a
explorar las posibilidades del Gobierno. No obstante, Smith se dio cuenta de que el interés y
la competencia traicionaban a veces el interés público al que se suponía debían servir, y
estaba preparado para que el Gobierno ejerciera alguna medida de control sobre ellos donde
fuera preciso y cuando éste demostrara tener la suficiente capacidad para acometer la tarea
David Ricardo (1772-1823)
Hijo de un banquero judío que emigró de Holanda a Inglaterra, fue, ante todo y a plenitud, un
inglés de su tiempo. Y no solo por su conversión al cuaquerismo en el momento de su
matrimonio, sino por su profunda compenetración con la realidad inglesa de inicios del nuevo
siglo.
A diferencia de Adam Smith, en cuyos trabajos se apoyó, Ricardo
se preocupó sólo en segunda instancia en averiguar las causas
del crecimiento o, si se prefiere el origen de "la riqueza de las
naciones". Aunque también se podría decir que sus
preocupaciones en torno al crecimiento lo llevaron a interesarse en
primer lugar en los factores que explican la distribución de la renta.
Al autor de los "Principios de economía política y tributación"
(1817) lo inquietaba especialmente la tendencia de la baja de los
beneficios. Tendencia a su entender inevitable en la economía
inglesa, pero que podía contrarrestarse con el desarrollo del
comercio exterior. No a la manera de Adam Smith, que destacaba el papel de las
exportaciones de manufacturas en la profundización de la división del trabajo. Sí a través de
las importaciones de cereales baratos que impedirían que suba el salario normal. Y, por
ende, facilitarían el aumento de los beneficios y la acumulación necesaria para el
crecimiento.
La entrada Ricardo en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio web
Elies Furio Blasco: DAVID RICARDO.
Teoría del valor en Ricardo.
Ricardo y los economistas posteriores.
La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo.
ESTAS FUERON SUS PALABRAS
Para la prosperidad general, no puede considerarse nunca excesiva la facilidad que se de a
la circulación e intercambio de toda clase de propiedad, ya que es por ese medio que el
capital de toda clase tiene la posibilidad de encontrar el camino hacia las manos de aquellos
que mejor lo emplearán en aumentar el producto del país.
Texto en castellano incluido en este CD-ROM
Valor y riqueza
Obras
The High Price of Bullion, A Proof of the Depreciation of Bank Notes, 1810.
Observations on some Passages in a Article in the Edinburgh Review, on the Depreciation of
the Paper Currency, 1811.
Reply to Mr. Bosanquet's Practical Observation on the Report of the Bullion Committee, 1811.
An Essay on the Influence of a Low Price of Corn on the Profits of Stock showing the
inexpediency of Restrictions on Importation; with remarks on Mr Malthus' two last
Publications" 1815
Proposals for an Economical and Secure Currency, with Observations on the profits of the
Bank of England, as they regard the Public and the Proprietors of Bank Stock, 1816.
On the Principles of Political Economy and Taxation , 1817.
Notes on Malthus' Principles of Political Economy, 1820 (publ. 1928).
"Funding System", 1820, Encyclopedia Britannica
On Protection in Agriculture, 1822.
Mr Ricardo's Speech on Mr Western's Motion, for a Committee to consider the Effects
produced by the Resumption of Cash payments, 1822.
Plan for the Establishment of a National Bank, 1824.
The Works of David Ricardo, Esq., M.P. With a Notice of the Live and Writings of the Author,
1846, editado por J.R. McCulloch.
David Ricardo
Teoría del valor en Ricardo
El término valor, al igual que en Adam Smith, tiene dos sentidos: valor de uso y valor de
cambio. “Poseyendo utilidad, las cosas derivan su valor en cambio de dos causas: de su
escasez y de la cantidad de trabajo necesaria para obtenerlas”. Sin embargo, la relevancia
de unas y otras es radicalmente distinta.
“Existen algunas cosas cuyo valor está determinado solamente por su escasez. Ningún
trabajo puede aumentar su cantidad y, por consiguiente, su valor no puede ser reducido
aumentando la oferta ... Su valor es enteramente independiente de la cantidad de trabajo
necesaria para producirlas, y varía según el grado de riqueza y las inclinaciones de los que
desean poseerlas.”
“Estas cosas, sin embargo, constituyen una parte muy pequeña de la masa de artículos que
se cambian diariamente en el mercado. La gran mayoría de estas cosas que son objeto de
deseo se obtienen por medio del trabajo; y pueden ser multiplicadas no sólo en un país, sino
en muchos, casi sin límite alguno, si estamos dispuestos a emplear el trabajo necesario para
obtenerlas.”
“Así, pues, al hablar de las cosas, de su valor en cambio y de las leyes que regulan sus
precios respectivos, nos referimos siempre a aquéllas cuya cantidad puede ser aumentada
por el esfuerzo de la industria humana y en cuya producción la competencia actúa sin
restricciones.” (Ricardo, 1821).
Aquí se encuentra uno de los fundamentos claves sobre los que se asienta la Economía
política de Ricardo y, también, de los economistas clásicos y que, posteriormente, serán
abandonados de la mano de la Economía marginalista.
La Economía política ricardiana tiene en la producción los cimientos sobre los cuales se
desarrolla todo su esquema analítico. Como nos recuerda Pasinetti (1974), la teoría del valor
ricardiana descansa fundamentalmente en los costes de producción medidos en unidades de
trabajo. Ricardo se preocupa exclusivamente de las mercancías que resultan de un proceso
de producción; y de estas mercancías lo que le preocupa no es el precio efectivo o de
mercado que resulta de desviaciones accidentales y temporales; por contra, el centro de su
preocupación es el «precio natural y primario», derivado de las condiciones técnicas de
producción. Estas condiciones técnicas remitían a la cantidad de trabajo incorporado en la
producción de las distintas mercancías. El valor (natural) relativo entre dos mercancías está
en proporción directa a la relación del trabajo incorporado.
No obstante, a este principio general, el propio Ricardo reconoce una serie de excepciones
que discute más abiertamente en su tercera edición de los Principios. Estas excepciones son
presentadas en tres grupos: a) proporciones diferentes de capital fijo y circulante; b) duración
temporal desigual del capital fijo; y, c) distinta rapidez de retorno del capital circulante.
Junto a éstas, existe un punto en que también se ve cuestionado el principio general
ricardiano, el cual fue criticado abiertamente por sus contemporáneos: incluso aunque las
cantidades relativas de trabajo necesarias para producirlas sigan siendo las mismas, una
variación en la distribución de la renta comporta un cambio en el precio relativo de dos
mercancías. Ésta será una dificultad adicional importante a la búsqueda de su patrón
invariable de valor. Dificultad que nace en parte de las relaciones terminológicas entre
acumulación y distribución.
Sin embargo, aunque reconocía estas excepciones, Ricardo mantuvo en lo fundamental su
teoría y trató de vencer los reparos apelando al orden de la magnitud de las desviaciones
causadas, que por su parte consideraba que las excepciones sólo podían provocar
insignificantes desviaciones a su regla general.
Este proceder encaja perfectamente en la actitud ricardiana de buscar siempre los
fundamentos de las cosas. Las relaciones de detalle sólo le preocupaban a la luz de las
tendencias básicas; cuando resultaban demasiado complicadas y creaban dificultades,
aquéllas que consideraba menos importantes eran congeladas mediante toscos supuestos
(Pasinetti, 1974). Pero, este modo de proceder está en parte detrás del fracaso ricardiano en
solucionar el problema que subsiste en su teoría del valor. Ahora bien que Ricardo no
consiga resolver los problemas fundamentales que plantea en sus Principios y que algunos
de ellos encuentren, de la mano de Sraffa (1960), su resolución un siglo más tarde, no
significa en modo alguno, como recuerda Napoleoni (1973), que éstos no fuesen problemas
fundamentales de la Ciencia Económica.
La política económica como base del análisis económico: D. Ricardo
La contribución más importante de David Ricardo sobre política económica se centro en las
Leyes de Cereales. Ricardo, al abogar por su abolición, se vio en la necesidad de desarrollar
todo un esquema analítico y conceptual que pudiese justificar las mismas dados los
perniciosos efectos que, en su opinión, tenían dichas leyes sobre el conjunto de la economía.
Es decir, Ricardo, al oponerse a las Leyes de Cereales, no simplemente estaba luchando a
favor de la libertad de comercio y de movimiento de recursos, sino que consideraba que
afectaban a las posibilidades de una expansión económica estable.
El mecanismo tenía su base en la interconexión existente, en el marco ricardiano, entre
distribución y crecimiento. Las Leyes de Cereales suponían un elevado precio de los mismos,
cuyas consecuencias inmediatas eran elevar los salarios y las ganancias de los
terratenientes, al poner en cultivo tierras marginales. De este modo se ejercía una presión a
la baja sobre los beneficios de los capitalistas; y, se frenaban las condiciones y posibilidades
de acumulación de capital. En definitiva, en el caso de Ricardo, al igual que sucediese en el
caso de Adam Smith, el crecimiento económico era el vector u objetivo que actuaba como
criterio para valorar la oportunidad y repercusiones de distintas actuaciones públicas.
No obstante, esa postura ricardiana, además de propiciar su desarrollo conceptual sobre la
acumulación de capital, también contribuyó a la elaboración de su teoría de la ventaja
comparativa; esto es, sus argumentos a favor del libre comercio. Formuló éstos de un modo
coherente con su enfoque general: comparando las cantidades de trabajo necesaria para
obtener los bienes en el interior de diferentes países. Si los costes de los bienes
internacionalmente comerciables -expresados desde el punto de vista del factor trabajo-
difieren entre dos países, cada uno podía beneficiarse especializándose en la producción de
aquel bien en el que tuviese ventajas comparativas. De este modo, ambos países se
beneficiaban del comercio internacional. Pero, en el trasfondo de estos argumentos no se
encuentra simplemente la necesidad de reconocer las ganancias generales de la
especialización y del comercio. Era necesario, sobre todo, advertir la importancia de que el
comercio británico discurriera por unos cauces que impidieran la erosión de los beneficios de
los capitalistas internos.
No obstante, la efectiva realización de los beneficios del comercio internacional exigía un
saneado sistema financiero internacional. Las posiciones ricardianas en materia monetaria y
financiera estaban dominadas por esta preocupación. El sistema monetario nacional debería,
en su opinión, regularse para evitar la desorganización de la división internacional del trabajo.
Los aumentos de la masa monetaria en el interior de una economía amenazaban la posición
comercial de un país, en la medida en que llevaran a aumentos de precios que hicieran las
exportaciones menos competitivas en el mercado exterior y las importaciones más atractivas
en el mercado interior.
La posición de Ricardo, en cuestiones monetarias, era bullonista. Mantuvo que la oferta
monetaria interna debería quedar ligada estrictamente con la reserva de oro del país. En este
contexto, la emisión de billetes de un país que sufriera una pérdida de oro, a través de un
saldo comercial desfavorable, se contraería automáticamente. Una reducción de la oferta
monetaria tendería a deprimir el nivel de precios, induciendo así reajustes en el comercio
exterior. Las exportaciones del país deficitario se harían más atractivas en el mercado
internacional, mientras que, al declinar los precios de los productos interiores, las
importaciones se verían dificultadas.
Respecto a las cuestiones tributarias, Ricardo las analizaba a partir de su incidencia sobre el
crecimiento económico. Aunque contrario, en términos generales, a una intervención
gubernativa en economía, reconocía ciertas funciones estatales como necesarias y que
solamente podían ser realizadas por los gobiernos..
Karl Marx, 1818-1883
Carlos Marx nació en Tréveris en 1818, hijo de un abogado judío.
Estudió en Bonn y en Berlín y se doctoró en Jena en 1841 con una
disertación sobre la filosofía de Epicuro. En vista del trato de que
fué objeto su amigo, el profesor de Teología Bruno Bauer, y en
atención a él, renunció a su intento de lograr una cátedra de
profesor agregado en Bonn. Marx fué primero colaborador y luego
director de la Rheinische Zeitung, hasta que, habiendo sido
suprimido este periódico, pasó a París en 1843, y allí, junto con el
neohegeliano Ruge, esforzóse por editar los Anuarios francoalemanes. Fué también en Paris
donde trabó amistad con Federico Engels.
Marx, que en sus estudios se había ocupado principalmente de la filosofía hegeliana, tuvo en
Francia ocasión de conocer el socialismo más de cerca. Expulsado del país a instancias del
Gobierno prusiano, trasladóse en 1845 a Bélgica, donde, en 1847, publicó contra Proudhon
la Misère de la philosophie y, en colaboración con Engels, escribió el Manifiesto del Partido
comunista.
La revolución de 1848 llevó a Marx de nuevo a París y a Colonia, iniciando en esta última
ciudad la publicación de la Neue Rheinische Zeitung. Allí se agregó a su círculo Lassalle.
Expulsado de Alemania y de Francia, Marx pasó a Londres en 1849. En la capital de
Inglaterra dedicóse, junto con Engels, al estudio de esta nación, la más avanzada
socialmente (1), y de sus trabajos verificados en el British Museum surgieron sus obras más
importantes. La familiarización con las condiciones de trabajo de la Gran Bretaña constituye
el tercero de los momentos cruciales en la carrera ideológica de Marx.
En 1864 pasó a ocupar un puesto destacado en la Asociación Internacional de Trabajadores,
de reciente creación; puesto que abandonó cuando el fracaso de la Commune de Paris, y la
oposición interna de los grupos anarquistas acaudillados por Bakunin le hicieron creer inútil la
persistencia en la lucha.
Karl Marx, discípulo de Ricardo, vive la primera gran crisis del capitalismo industrial en la
década de 1830 y la consecuente crisis política de 1848. Tiene por tanto que dar una
explicación de esas convulsiones. La teoría que elabora predice la evolución socioeconómica
futura e invita a los trabajadores a participar activamente acelerando la transformación del
sistema.
Partiendo de la teoría ricardiana del valor-trabajo, deduce que el salario percibido por los
trabajadores es exactamente el coste de producirlo. La plusvalía es la diferencia entre el
valor de las mercancías producidas y el valor de la fuerza de trabajo que se haya utilizado.
Las relaciones de producción en el sistema capitalista y la superestructura jurídica que
emana de ellas determinan que la plusvalía sea apropiada por la clase burguesa, los
propietarios de los medios de producción. Las fuerzas del sistema empujan a la clase
dominante a una continua acumulación de capital lo que provoca la disminución de la tasa de
beneficios a la vez que la concentración del capital en muy pocas manos. La progresiva
mecanización crea un permanente ejército industrial de reserva que mantiene los salarios al
borde de la depauperación. La contradicción entre la concentración de capital en pocas
manos y la organización por la industria de masivas estructuras disciplinadas de trabajadores
provocará necesariamente el estallido de la revolución social y la "expropiación de los
expropiadores".
Manifiesto del Partido Comunista
Karl Marx
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja
Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el
Poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más
avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de
comunista?
De este hecho resulta una doble enseñanza:
Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos,
sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio Partido.
Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han
redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano,
flamenco y danés.
I
Burgueses y Proletarios[1]
La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días[2] es las luchas de
clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros[3] y oficiales, en
una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases
beligerantes.
En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división
de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales.
En la antigua Roma hallamos patricios caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media
señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas
clases todavía encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesas, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no
ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas
condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado
las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más en dos
grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la
burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de
este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en
ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la
colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de
cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la
industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del
elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la
demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la
manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del
trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno
del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la máquina revolucionaron entonces la producción
industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media
industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios jefes de verdaderos ejércitos
industriales, —los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la
navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en
el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la
navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y
relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.
La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de
desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del
correspondiente éxito político[4]. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores
feudales; asociación armada y autónoma en la comuna[5]; en unos sitios, República urbana
independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía[6]; después durante el
periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías feudales o absolutas
y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del
establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la
hegemonía exclusiva del Poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del
Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la
clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales,
patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus
“superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre
los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del
fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las
aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple - valor de
cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y
desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por
ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y
brutal.
La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se
tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote,
al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan
admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha
sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado
maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las
catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a
las Cruzadas.
La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello
todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el
contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes.
Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones
sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas
las anteriores.[7] Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas
antes de haber podido osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profano, y los hombres al fin se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones
de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecer en todas partes, crear
vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la
producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha
quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido
destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias,
cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por
industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las
más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país,
sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción
productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo
aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un
intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto
a la producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La
estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las
numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización
a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías
constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a
los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no
quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la
llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su
imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha
aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo,
substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo
que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o
semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el
Oriente al Occidente.
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la
propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de
producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada
de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi
únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras
diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un
solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.
La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha
creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones
pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas,
la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el
ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la
apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si
salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes
fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de
desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad
feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria
manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de
corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de
impulsarla[8]. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se
rompieron.
En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política
adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.
Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de
producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad
burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se
asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha
desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas la historia de la industria y
del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas
contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que
condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis
comerciales que, con su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante, la
cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se
destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino
incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia
social, que en cualquier época anterior hubiera aparecido absurdo, se extiende sobre la
sociedad la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente
retrotraía a un estado de barbarie momentánea: diríase que el hambre, que una guerra
devastadora mundial la ha privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el
comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las
fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y[9]
de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas
para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las
fuerzas productivas salvan este obstáculo precipitan en el desorden a toda la sociedad
burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas
resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas
productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de
los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más extensas y más
violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra
la propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también los hombres que empuñaron esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrollo la burguesía, es decir, el capital, desarróllase
también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de
encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos
obreros, obligados a venderse al detal, son una mercancía como cualquier otro artículo de
comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las
fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario
todo carácter substantivo y le hacen perder con ello atractivo para el obrero. Este se
convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más
sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al
obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y
para perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo[10], como el de toda mercancía, es igual
a su coste de producción por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más
bajos los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del
trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo[11] bien mediante la prolongación de la jornada,
bien por el aumento de trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de
las máquinas, etcétera
La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran
fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están
organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la
vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos
de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la
máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más
mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que se proclama que no
tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el
desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres
es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las
diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de
trabajo, cuyo costo varia según la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el
prestamista, etcétera
Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la
escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos,
porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas
industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su
habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal
suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población. El proletariado pasa
por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su
surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una
misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués
aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las
relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de
producción[12]: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen
las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida
del trabajador de la Edad Media.
En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la
competencia. Si los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la
consecuencia de su propia unidad, sino de la unidad de la burguesía, que para alcanzar sus
propios fines políticos debe —y por ahora aún puede— poner en movimiento a todo el
proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios
enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los vestigios de la
monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los
pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos
de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la
burguesía.
Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los
concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquiere mayor conciencia de la
misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez
más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario,
casi en todas partes, a un nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia
de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada
vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al
obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones individuales entre el obrero y el
burgués adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros
empiezan a formar coaliciones[13] contra los burgueses y actúan en común para la defensa
de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para choques
circunstanciales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.
A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas
no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es
favorecida por el crecimiento de lo medios de comunicación creados por la gran industria y
que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para
que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se
centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Más toda lucha de clases es una
lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus
caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los
ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase, y, por tanto, en partido político, es sin osar
socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más
fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para
obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de
la jornada de diez horas en Inglaterra.
En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de
desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente. Al principio, contra la
aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos intereses
entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la
burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al
proletariado, a reclamar su ayuda y a arrastrarle así el movimiento político. De tal manera, la
burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación[14], es decir,
armas contra ella misma.
Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita en las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o al menos las amenazas en sus
condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de
educación.[15]
Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso
de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan
violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a
la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el “porvenir. Y así como antes una
parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se
pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han
elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase
verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el
desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.
Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el
campesino—, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia
como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía,
son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias
únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado,
defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan
sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la
vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin
embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la
reacción para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de
existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y
con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo
industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en
Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional.
Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales
se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes, trataron de consolidar la
situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de
apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino
aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación
existente hasta nuestros días. los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que
destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada
existente.
Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente[16] de la inmensa mayoría
en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual; no
puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada
por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es
primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar
en primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso
de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente,
hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado,
derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo
entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas
condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en
pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño
burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El
obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende
siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador
cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la
riqueza. Es, pues evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el
papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las
condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de
asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se
ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser
mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir
que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo incompatible con la de la sociedad.
La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la
acumulación de la riqueza en manos de particulares[17] la formación y el acrecentamiento
del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo
asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El
progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario,
sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión
revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los
pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La
burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del
proletariado son igualmente inevitables.
II
Proletarios y Comunistas
¿Qué relación mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?.
Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales[18] a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los de más partidos proletarios en que, por una parte,
en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los interese
comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en
que, en las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la
burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto[19] de los partidos obreros
de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente,
tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la
marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación
burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases
existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La
abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica
peculiar y exclusiva del comunismo.
Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas
transformaciones históricas.
La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad
burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo no es abolición de la propiedad en general, sino la
abolición de la propiedad burguesa.
Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada
expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los
antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros.[20]
En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de
la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda
actividad, de toda independencia individual.
¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a la
propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que precede
a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y
está aboliéndola a diario.
¿O tal ves o referís a la propiedad privada moderna, a la propiedad burguesa?
Pero, ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el
proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al
trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo
asalariado, para explotarlo a su vez. En su forma actual, la propiedad se mueve en el
antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este
antagonismo.
Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición meramente personal en la producción,
sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en
movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en último
término, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad.
El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.
En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos
los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad
social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su carácter de
clase.
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los
medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida, como tal obrero. Por
consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que
necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de ninguna manera abolir esta
apropiación personal de los productos de trabajo, indispensable a la mera reproducción de la
vida humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder
sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa
apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan sólo en la
medida en que el interés de la clase dominante exige que viva. En la sociedad burguesa, el
trabajo viviente no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la
sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y
hacer más fácil la vida de los trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al presente; en la sociedad
comunista es el presente el que domina al pasado. En la sociedad burguesa el capital es
independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de
independencia y de personalidad.
¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera como la
abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de
abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.
Por la libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad
de comercio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecido el chalaneo, desaparecerá también la libertad de chalanear. Las
declamaciones sobre la libertad de chalaneo, lo mismo que las demás bravatas liberales de
nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas al chalaneo encadenado y al burgués
sojuzgado de la Edad Media, pero no ante la abolición comunista del chalaneo, de las
relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía.
Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual
la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros.
Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes, existe para nosotros. Nos
reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a
condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.
En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo
que queremos.
Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital, en
dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser
monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede
transformarse en propiedad burguesa[21] desde ese instante la personalidad queda
suprimida.
Reconocía, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués.
Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales, no
quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno por medio de esta apropiación.
Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y
sobrevendría una indolencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de
la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no
trabajan. toda objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay
capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de
los productos materiales han sido hechas igualmente respecto a la apropiación y a la
producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la
desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura.
La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el
adiestramiento que los transforma en máquinas.
Más no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el
criterio de vuestras naciones burguesas de libertad, cultura, derecho, etcétera. Vuestras
ideas son en sí mismas producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas,
como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase dirigida en ley; voluntad
cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra
clase.
La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la
Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro transitorio modo de producción y de
propiedad —relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción—,
la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la
propiedad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para
la propiedad burguesa.
¡Queréis abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de
los comunistas.
¿En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro
privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero
encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en
la prostitución pública.
La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y
ambos desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este
crimen.
Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica
por la educación social.
Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones
sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad
a través de la escuela, etcétera? Los comunistas no han intentado esta injerencia de la
sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a
la influencia de la clase dominante.
Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que
unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria
destruye todo vínculo de familia para el proletario, y transforma a los niños en simples
artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres? —
nos grita a coro toda la burguesía.
Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que
los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede
por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte.
No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple
instrumento de producción.
Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses
la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los
comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha
existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus
obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en encornudarse
mutuamente.
El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría
acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente
disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la
abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las
mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y privada.
Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el
proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de
clase nacional[22], constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en
el sentido burgués.
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con
el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial con la uniformidad
de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.
El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común del
proletariado, al menos el de los países civilizados; es una de las primeras condiciones de su
emancipación.
En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida
la explotación de una nación por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones,
desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.
En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de
la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen detallado.
¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación
sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social,
cambia también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del
hombre?
¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con
la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más
que las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el
hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y
la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones
de vida.
En el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando
en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la
sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las
ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado
de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia[23]
“Sin duda —se nos dirá—, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas,
etcétera, se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico. Pero la religión, la moral,
la filosofía, la política, el derecho, se han mantenido siempre a través de estas
transformaciones.
Existen además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etcétera, que son
comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades
eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso
contradice a todo el desarrollo histórico anterior.
¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido
hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que
revisten formas diversas en las diferentes épocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte
de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente,
no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todas las edades, a despecho de
toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas
comunes, dentro de unas formas[24] —formas de conciencia—, que no desaparecerán
completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase.
La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad
tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera
más radical con las ideas tradicionales.
Mas, dejemos aquí las objeciones hechas por la burguesía al comunismo.
Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la elevación del
proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su
dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para
centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez
posible la suma de las fuerzas productivas.
Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del
derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción
de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles,
pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas[25] y serán
indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.
Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas
partes las siguientes medidas:
1º Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del
Estado.
2º. Fuerte impuesto progresivo.
3º. Abolición del derecho de herencia.
4º. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
5º. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con
capital del Estado y monopolio exclusivo.
6º. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7º. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de
producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan
general.
8º. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente
para la agricultura.
9º. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer
gradualmente la oposición[26] entre la ciudad y el campo[27].
10º. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las
fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción
material, etcétera.
Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se
haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público
perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es violencia organizada
de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se
constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase
dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de
producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones
para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general[28], y, por tanto, su
propia dominación como clase.
En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase,
surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del
libre desenvolvimiento de todos.
III
Literatura Socialista y Comunista
I. El Socialismo Reaccionario
a) El socialismo feudal.
Por su posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaban llamadas a escribir libelos
contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830 y en el
movimiento inglés por la reforma, habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado
advenedizo. En adelante, no podía hablarse siquiera de una lucha política seria. No les
quedaba más que lucha literaria.
Pero, también en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la Restauración[29]
había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la aristocracia
aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulará su acta de acusación
contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Dióse de esta suerte la
satisfacción de componer canciones satíricas contra su nuevo amo y de musitarle al oído
profecías más o menos siniestras.
Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del
pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga, mordaz e
ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón, su incapacidad absoluta para comprender la
marcha de la historia moderna concluyó siempre por cubrirle de ridículo.
A guisa de bandera, estos señores enarbolaban un mísero zurrón de proletario, a fin de
atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía que sus posaderas estaban
ornadas con el viejo blasón feudal y se dispersaban en medio de grandes e irreverentes
carcajadas.
Una parte de los legitimistas franceses y la “Joven Inglaterra”[30] han dado al mundo este
espectáculo.
Cuando los campeones del feudalismo demuestran que su modo de explotación era distinto
del de la burguesía, olvidan una cosa y es que ellos explotaban en condiciones y
circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su
dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es
precisamente un retoño fatal del régimen social suyo.
Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal
acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber creado bajo su régimen
una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo orden social.
Lo que imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en general,
sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.
Por eso, en la práctica política, toman parte en todas las medidas de represión contra la
clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología ampulosa, se las ingenian para
recoger las manzanas de oro caídas del árbol de la industria y trocar el honor, el amor y la
fidelidad por el comercio en lanas, azúcar de remolacha y aguardiente[31].
Del mismo modo que el cura y el señor feudal marcharon siempre de la mano, el socialismo
clerical marcha unido con el socialismo feudal.
Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el
cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado?
¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne, la
vida monástica y la iglesia? El socialismo cristiano[32] no es más que el agua bendita con
que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.
b) El socialismo pequeño-burgués.
La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es la única
clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la sociedad
burguesa moderna. Los villanos de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños
agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesa moderna. En los países
de una industria y un comercio menos desarrollados esta clase continúa vegetando al lado
de la burguesía en auge. En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se
ha formado —y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin
cesar— una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la
burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas
del proletariado a causa de la competencia, y, con el desarrollo de la gran industria, ven
aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente
de la sociedad moderna y en que serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y
en la agricultura por capataces y empleados.
En países como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la
población, es natural que los escritores que defendían la causa del proletariado contra la
burguesía, aplicasen a su crítica del régimen burgués el rasero del pequeño burgués y del
pequeño campesino, y defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la pequeña
burguesía. Así se formó el socialismo pequeño-burgués. Sismondi es el más alto exponente
de esta literatura, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra.
Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones a las modernas relaciones
de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas. Demostró de
una manera irrefutable los efectos destructores del maquinismo y de la división del trabajo, la
concentración de los capitales y de la propiedad territorial, la super-producción, la crisis,
inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado,
la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas,
la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas
costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de
restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas
relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los
medios modernos de producción de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones
de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro
caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.
Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal; he aquí su
última palabra.
En su ulterior desarrollo esta tendencia ha caído en una decepción cobarde[33]
c) El socialismo alemán o socialismo verdadero.
La literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía
dominante y es la expresión literaria de la lucha contra dicha dominación, fue introducida en
Alemania en el momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha contra el
absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos e ingenios de salón alemanes se lanzaron
ávidamente sobre esta literatura: pero olvidaron que con la importación de la literatura
francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales
de Francia. En las condiciones alemanas. la literatura francesa perdió toda significación
práctica inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer más bien una
especulación ociosa sobre la sociedad verdadera[34], sobre la realización de la esencia
humana[35]. De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII las reivindicaciones de
la primera revolución francesa no eran más que las reivindicaciones de la “razón práctica” en
general, y las manifestaciones de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no
expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como debe
ser, de la voluntad verdaderamente humana.
Toda la labor de los literatos alemanes se redujo únicamente a poner de acuerdo las nuevas
ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente, a asimilarse las ideas
francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas.
Y se las asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera; por la traducción.
Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del
antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos. Los
literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana francesa.
Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés. Por ejemplo: bajo la crítica
francesa de las funciones del dinero, escribían: “enajenación de la esencia humana”; bajo la
crítica francesa del Estado burgués decían: “eliminación del poder de lo universal abstracto”,
y así sucesivamente.
A esta interpelación de su fraseología filosófica en la crítica francesa le dieron el nombre de
“filosofía de la acción”, “socialismo verdadero”, ciencia alemana del socialismo”,
“fundamentación filosófica del socialismo”, etcétera.
De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y
como en manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra
otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la “estrechez francesa” y haber
defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de
los intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del
hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en
el cielo brumoso de la fantasía filosófica.
Este socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de
escolar y que con tanto estrépito charlantesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo
poco a poco su inocencia pedantesca. La lucha de la burguesía alemana, y principalmente
de la burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el
movimiento liberal adquiría un carácter más serio.
De esta suerte, ofreciósele al “verdadero” socialismo la ocasión tan deseada de contraponer
al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales
contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la concurrencia burguesa, contra
la libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad
burguesa y de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que
más bien perderían todo, en este movimiento burgués. El socialismo alemán olvidó muy a
propósito que la crítica francesa, de la cual era simple eco insípido, presuponía la sociedad
burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de existencia y una
constitución política adecuada, es decir, precisamente las premisas que todavía se trataba de
conquistar en Alemania.
Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de clérigos, de pedagogos, de
hidalgo rústicos y de burócratas, este socialismo se convirtió en una espantajo propicio
contra la burguesía que se levantaba amenazadora.
Formó el complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos
gobiernos respondieron a los alzamientos de los obreros alemanes.
Si el “verdadero” socialismo se convirtió de este modo en un arma en manos de los
gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además, directamente, un interés
reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán[36]. La clase de los pequeños
burgueses, legada por el siglo XVI, y desde entonces renaciendo sin cesar bajo diversas
formas, constituye para Alemania la verdadera base social del orden establecido.
Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y
política de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la concentración
de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado revolucionario. A la pequeña
burguesía le pareció que el verdadero” socialismo podía matar los dos pájaros de un tiro. Y
éste se propagó como una epidemia.
Tejido con los hilos de araña de la especulación, bordado de flores retóricas y bañado por un
rocío sentimental, ese ropaje fantástico en que los socialistas alemanes envolvieron sus tres
o cuatro descarnadas “verdades eternas”, no hizo sino aumentar la demanda de su
mercancía entre semejante público.
Por su parte, el socialismo alemán comprendió cada vez mejor que estaba llamado a ser el
representante pomposo de esta pequeña burguesía.
Proclamó que la nación alemana era la nación modelo y el mesócrata alemán el hombre
modelo. A todas las infamias de este hombre modelo les dio un sentido oculto, un sentido
superior y socialista, contrario a lo que era realidad. Fue consecuente hasta el fin,
manifestándose de un modo directo contra la tendencia “brutalmente destructiva” del
comunismo y declarando su imparcial elevación por encima de todas las luchas de clases.
Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas socialistas y comunistas que circulan
en Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante literatura[37].
2. El Socialismo Conservador o Burgués
Una parte de la burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la
sociedad burguesa.
A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que
pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia,
los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los
reformadores domésticos de toda suerte. Y hasta se ha llegado a elaborar este socialismo
burgués en sistemas completos.
Citemos como ejemplo la “Filosofía de la Miseria”, de Proudhon.
Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna,
pero sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren perpetuar la
sociedad actual, pero sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, representa el mundo en que
ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués elabora en un sistema más
o menos completo esta representación consoladora. Cuando invita al proletariado a realizar
su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a
continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha
formado de ella.
Otra forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los
obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio
político el que podrá beneficiarles sino, solamente una transformación de las condiciones
materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero, por transformación de las
condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de
las relaciones de producción burguesas —lo que no es posible más que por vía
revolucionaria—, sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las
mismas relaciones de producción burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones
entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para
reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la
administración de su Estado.
El socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada, sino cuando se convierte en
simple figura retórica.
¡Libre cambio, en interés de la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés de la clase
obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase obrera! He ahí la última palabra del
socialismo burgués, la única que ha dicho seriamente.
El socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son
burgueses en interés de la clase obrera.
3. El Socialismo y el Comunismo Crítico-Utópicos.
No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas, ha
formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etcétera).
Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios intereses
de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el periodo del derrumbamiento
de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil desarrollo del mismo
proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación,
condiciones que surgen sólo como producto del advenimiento de la época burguesa. La
literatura revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado, era
forzosamente, por su contenido, reaccionario. Preconizaba un ascetismo general y un burdo
igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint -Simón, de
Fourier, de Owen, etcétera, hacen su aparición en el periodo inicial y rudimentario de la lucha
entre el proletariado y la burguesía, periodo descrito anteriormente.
Los inventores de estos sistemas, por cierto se dan cuenta del antagonismo de las clases,
así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad
dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún
movimiento político que le sea propio.
Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la industria,
ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del
proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social de unas leyes sociales que permitan
crear esas condiciones.
En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las
condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la
organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada
por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución
práctica de sus planes sociales.
En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los
intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para
ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.
Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como, su propia posición social, les
lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las
condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados.
Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con
preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer
que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedad posibles.
Repudian, por eso, toda acción política, y en particular toda acción revolucionaria; se
proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo
evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos,
que, naturalmente fracasan siempre.
Estas fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en que el
proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún su propia situación de una
manera también fantástica, corresponden a[38] las primeras aspiraciones instintivas de los
obreros hacia una completa transformación de la sociedad. Mas estas obras socialistas y
comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad
existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los
obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura[39], tales como la desaparición
del contraste entre la ciudad y el campo[40], la abolición de la familia, de la ganancia privada
y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del Estado
en una simple administración de la producción; todas estas tesis no hacen sino enunciar la
desaparición del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a
perfilarse y del que los inventores de sistema no conocen todavía sino las primeras formas
indistintas y confusas. Así, estas tesis tampoco tienen más que un sentido puramente
utópico.
La importancia del socialismo y del comunismo crítico utópicos está en razón inversa al
desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y toma formas más
definidas, el fantástico afán de abstraerse de ella, esa fantástica oposición que se le hace,
pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos
los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos
son siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a
pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son
consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando
con la experimentación de sus utopías sociales; con establecer falansterios aislados, crear
colonias interiores en sus países o fundar una pequeña Icaria[41], edición en dozavo de la
nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven forzados a
apelar a la filantropía de los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van
cayendo en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más
arriba y sólo se distinguen de ellos por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa
y fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por eso, se oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase obrera, pues
no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo Evangelio.
Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas, en Francia,
contra los reformistas[42].
IV
Actitud de los Comunistas Ante los
Diferentes Partidos de Oposición
Después de lo dicho en el capítulo II, la posición de los comunistas ante los partidos obreros
ya construidos se explica por sí misma, y por tanto su posición ante los cartistas de
Inglaterra, y los partidarios de la reforma agraria en América del Norte.
Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera:
pero, al mismo tiempo representan y defienden también, dentro del movimiento actual, el
porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista
Democrático[43] contra la burguesía conservadora y radical, sin embargo, al derecho de
criticar las ilusiones y la fraseología legadas por la tradición revolucionaria. En Suiza apoyan
a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de elementos contradictorios,
en parte de socialistas democráticos, al estilo francés, y en parte de burgueses radicales.
Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que ve en una revolución agraria la
condición de la liberación nacional; es decir, al partido que provocó en 1846 la insurrección
de Cracovia. En Alemania, el Partido Comunista lucha de acuerdo con la burguesía, en tanto
que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial
feudal y la pequeña burguesía reaccionaria. Pero jamás, en ningún momento, se olvida este
partido de inculcar a los obreros la más clara conciencia del antagonismo hostil que existe
entre la burguesía y el proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de
inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la
dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto
sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha
contra la misma burguesía. Los comunistas fijan su principal atención en Alemania, porque
Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa y porque llevará a cabo esta
revolución bajo las condiciones más progresivas de la civilización europea en general, y con
un proletariado mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia
en el siglo XVIII, y por lo tanto, la revolución burguesa alemana no podrá ser sino el preludio
inmediato de una revolución proletaria.
En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el
régimen social y político existente. En todos estos movimientos ponen en primer término
como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea
la forma más o menos desarrollada que ésta revista.
En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos
democráticos de todos los países.
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente
que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden
social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los
proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio un
mundo que ganar.
¡Proletarios de Todos los Países, Unidos!
[1] Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los
medios de producción social, qué emplean el trabajo asalariado. Por proletarios se
comprende a la clase de los trabajadores asalariados, modernos que, privados de medios de
producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. (Nota
de F. Engels, 1888).
[2] Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que precedió a
toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida. Posteriormente, Haxthausen ha
descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra; Maurer ha demostrado que ésta fue
la base social de la que partieron históricamente todas las tribus teutonas, y se ha ido
descubriendo poco a poco que la comunidad rural, con la posesión colectiva de la tierra, es o
ha sido la forma primitiva de la sociedad, desde las Indias hasta Irlanda. La organización
interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en lo que tiene de típico,
con el culminante descubrimiento hecho por Morgan de la verdadera naturaleza de la gens y
de su lugar en la tribu. Con la disolución de estas comunidades primitivas comenzó la
división de la sociedad en clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado analizar
este proceso en la obra “El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado”. (Nota
de F. Engels a la edición Inglesa de 1888).
[3] Zunftbürger, esto es, miembro de un gremio con todos los derechos, maestro del mismo, y
no su dirigente. (Nota de F. Engels 1888).
[4] En 1888, a las palabras “éxito político” se ha añadido “de esta clase”.
[5] “Comunas” se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes de arrancar a
sus amos y señores feudales la autonomía local y los derechos políticos como “tercer
estado”. En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico del
desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como país típico de su desarrollo político.
(Nota de F. Engels, 1888).
[6] En 1883, a las palabras “república urbana independiente” se ha añadido” (como en Italia y
en Alemania)”, y a las palabras “tercer estado tributario de la monarquía” las palabras “(como
en Francia)”.
[7] En la edición alemana de 1890, en lugar de “anteriores” dice “otras”.
[8] En la edición inglesa de 1888, esta frase ha sido omitida. pág. 39
[9] En la edición alemana de 1872 y en las posteriores de 1883 y 1890 las palabras “de la
civilización burguesa y” han sido omitidas.
[10] En sus escritos posteriores, Marx y Engels, en lugar de “valor del trabajo” y “precio del
trabajo”, utilizaron “valor de la fuerza de trabajo” y precio de la fuerza de trabajo”,
[11] En 188, en lugar de “cantidad de trabajo” dice dureza del trabajo”.
[12] En 1888 en lugar de esta frase dice “Ellos dirigen sus ataques no contra las relaciones
burguesas de producción, sino contra los mismos instrumentos de producción”
[13] En 1888, después de “coaliciones” ha sido añadido “(tradeuniones)”.
[14] En 1888, en lugar de “elementos de su propia educación” dice “elementos de su propia
educación política y general”
[15] En 1888, en lugar de “elementos de educación” dice “ elementos de ilustración y
progreso”.
[16] En 1888, a “el movimiento independiente” se añade “y consciente”.
[17] En 1888, “la acumulación de la riqueza en manos de particulares” han sido omitidas.
[18] En 1888, en lugar de “especiales” dice “sectarios”.
[19] En 1888, en lugar de “el sector más resuelto” dice “el sector más avanzado y más
resuelto”.
[20] En 1888, en lugar de “la explotación de los unos por los otros” dice “la explotación de la
mayoría por la minoría”.
[21] En 1888, a “en propiedad burguesa” se ha añadido “en capital”.
[22] En 1888, en lugar de “elevarse a la condición de clase nacional” dice “elevarse a la
condición de clase dirigente de la nación”.
[23] En la edición alemana de 1872 y en las ediciones posteriores , en lugar de “en el dominio
de la conciencia” dice “en el dominio del saber”.
[24] En 1890, las palabras “dentro de unas formas” han sido omitidas.
[25] En 1888, a las palabras “se sobrepasarán a sí mismas” se ha añadido “exigiendo
ulteriormente atacar al viejo orden social”.
[26] En 1872 en lugar de “la oposición” dice “las diferencias”.
[27] En 1888, dice “9. Combinación de la agricultura y la industria; abolición gradual de las
diferencias entre la ciudad y el campo, mediante la distribución más equilibrada de la
población en el país”.
[28] En 1872 y 1883 y 1890 en lugar de “las condiciones para la existencia del antagonismo
de clase y de las clases en general”.
[29] No se trata aquí de la Restauración inglesa de 1660-1689, sino de la francesa de 1814-
1830. (Nota de F. Engels, 1888).
[30] Los legitimistas eran los sostenedores de la dinastía de los Borbones que fueron
destronados en 1830 y que representaba el interés hereditario de los grandes terratenientes.
En la lucha en contra de la dinastía de Orleans, que fue sostenida por la aristocracia
financiera y la gran burguesía, una parte de los legitimistas frecuentemente recurrían a una
suerte de demagogia social y pretendían ser los protectores de la clase trabajadora en contra
de la explotación de la burguesía.
“Joven Inglaterra”, un grupo de políticos ingleses y hombres de letras que pertenecían al
Partido Tory. Se organizaron a principios de 1840. Los representantes de la “Joven
Inglaterra” reflejaban el descontento de la aristocracia de la tierra que se oponía al
crecimiento de las fuerzas económicas y políticas de la burguesía. Ellos recurrieron a
métodos demagógicos, con miras a poner a la clase trabajadora bajo su influencia y usarla
finalmente para combatir a los burgueses.
[31] Esto se refiere en primer término a Alemania, donde los terratenientes aristócratas y los
“junkers” cultivan por cuenta propia gran parte de sus tierras con ayuda de administradores, y
poseen, además, grandes fábricas de azúcar de remolacha y destilerías de alcohol de
patatas. Los más acaudalados aristócratas británicos todavía no han llegado a tanto: pero
también ellos saben cómo pueden compensar la disminución de la renta, cediendo sus
nombres a los fundadores de toda clase de sociedades anónimas de reputación más o
menos dudosa. (Nota de F. Engels, 1888).
[32] En 1848, de “socialismo cristiano” dice “socialismo sagrado y actual”.
[33] En 1888, dice “Finalmente, cuando hechos históricos irrefutables desvanecieron todos
los efectos embriagadores de las falsas ilusiones, esta forma de socialismo acabó en un
miserable abatimiento”.
[34] En 1872 y en 1883 y 1890, las palabras “sobre la sociedad verdadera” han sido omitidas.
[35] En 1888 esta frase ha sido omitida.
[36] En 1888, “pequeño burgués alemán” y “pequeña burguesía alemana” han sido
sustituidas, en el apartado socialismo “verdadero”, por las expresiones “filisteos alemanes” y
“filisteo pequeñoburgués alemán”.
[37] La tormenta revolucionaria de 1848 barrió esta miserable escuela y ha quitado a sus
partidarios todo deseo de seguir haciendo socialismo. el principal representante y el tipo
clásico de esta escuela es el señor Karl Grün. (N. de F. Engels, 1890).
[38] En 1872, 1883 y 1890, en “corresponden” dice “provienen de”.
[39] En 1888, en “Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura” dice “Las medidas
prácticas propuestas en ellas”.
[40] En 1888, en “el contraste entre la ciudad y el campo” dice “de la diferencia entre la
ciudad y el campo”.
[41] Falansterios se llamaban las colonias socialistas proyectadas por Carlos Fourier. Icaria
era el nombre dado por Cabet a su país utópico y más tarde a su colonia comunista en
América (Nota de F. Engels, 1888).
Owen llamó a sus sociedades comunistas modelo “home-Colonies” (colonias interiores) El
falansterio era el nombre de los palacios proyectados por Fourier. Llamábase Icaria el país
fantástico-utópico, cuyas instituciones comunistas describía Caber. (Nota de F. Engels,
1890).
[42] Se refiere a los partidos del periódico La Réforme, órgano del Partido Socialista
Democrático. Ellos propugnaban el establecimiento de una república y llevar a cabo las
reformas democráticas sociales.
[43] Este partido estaba representado en el parlamento por Ledru-Rollin, en la literatura por
Luis Blanc y en la prensa diaria por La Réforme. El nombre de Socialista Democrático
significaba, en boca de sus inventores, la parte del Partido Democrático o Republicano que
tenía un matiz más o menos socialista. (Nota de F. Engels, 1888).
Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista Democrático estaba
representado en política por Ledru-Rollin y en la literatura por Luis Blanc; hallábase, pues a
cien mil leguas de la social democracia alemana de nuestro tiempo. (Nota de F. Engels,
1890).
Vea tambien
MARX en el Diccionario BZM en este mismo CD-ROM o sitio web
Elies Furio Blasco: MARX Y LA TEORÍA ECONÓMICA. Marx y sus antecesores. Los nuevos
conceptos (marxistas). La dinámica en la Economía marxista.
Aquí puede leer textos en castellano de Karl Marx incluido en este CD-ROM o sitio web.
Manifiesto del Partido Comunista
Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política
Salario, precio y ganancia
Aquí puede leer el panegírico de Karl Marx leído por F. Engels ante su tumba incluido en este
CD-ROM
OBRAS
1844 Manuscritos económicos y filosóficos.
1845 Tesis sobre Feuerbach.
1845 Trabajo asalariado y capital.
1848 (con Engels) Manifiesto del Partido Comunista.
1850 (con Engels) Circular del Comité Central a la Liga Comunista.
1851/1852 El dieciocho brumario de Luis Bonaparte.
1858 [Simón] Bolívar y Ponte.
1864-1877 El Capital.
1864 Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores.
1865 Salario, precio y ganancia.
1870/71 La Guerra Civil en Francia.
1871 (con Engels) De las resoluciones de la Conferencia de Delegados de la Asociación
Internacional de los Trabajadores (Londres, 23 de septiembre de 1871).
1875 Crítica al Programa de Gotha.
KARL MARX
PROLOGO A CONTRIBUCION A LA CRITICA DE LA ECONOMIA POLITICA 1859
Estudio el sistema de la economía burguesa por este orden: capital, propiedad del suelo,
trabajo asalariado, Estado, comercio exterior, mercado mundial. Bajo los tres primeros títulos,
investigo las condiciones económicas de vida de las tres grandes clases en que se divide la
moderna sociedad burguesa; la conexión entre los tres títulos restantes salta a la vista. la
primera sección del libro primero, que trata del capital, contiene los siguientes capítulos: 1. La
mercancía; 2. El dinero o la circulación simple; 3. El capital en general. los dos primeros
capítulos forman el contenido del presente fascículo. Tengo ante mí todos los materiales de
la obra en forma de monografías, redactadas, con grandes intervalos de tiempo para el
esclarecimiento de mis propias ideas y no para su publicación; la elaboración sistemática de
todos estos materiales con arreglo al plan apuntado, dependerá de circunstancias externas.
Aunque había esbozado una introducción general, prescindo de ella, pues, bien pensada la
cosa, creo que el adelantar los resultados que han de demostrarse, más bien sería un
estorbo, y el lector que quiera realmente seguirme deberá estar dispuesto a remontarse de lo
particular a lo general. En cambio, me parecen oportunas aquí algunas referencias acerca de
la trayectoria de mis estudios de economía política.
Mis estudios profesionales eran los de Jurisprudencia, de la que, sin embargo, sólo me
preocupé como disciplina secundaria, al lado de la filosofía y de la historia. En 1842-1843,
siendo redactor de la Rheinische Zeitung, me vi por vez primera en el trance difícil de tener
que opinar acerca de los llamados intereses materiales. Los debates de la Dieta renana
sobre la tala furtiva y la parcelación de la propiedad del suelo, la polémica oficial mantenida
entre el señor Von Schaper, a la sazón gobernador de la provincia renana, y la Rhinische
Zeitung, sobre la situación de los campesinos del Mosela, fue lo que me movió a ocuparme
por vez primera de cuestiones económicas. Por otra parte, en aquellos tiempos en que el
buen deseo de “marchar a la vanguardia” superaba con mucho el conocimiento de la materia,
la Rheinische Zeitung dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo francés, teñido
de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra de aquellas chapucerías, pero
confesando al mismo tiempo francamente, en una controversia con la Allgemeine Augsburger
Zeitung, que mis estudios hasta entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del
contenido propiamente dicho de las tendencias francesas. Lejos de esto, aproveché
ávidamente la ilusión de los gerentes de la Rheinische Zeitung, quienes creían que
suavizando la posición del periódico iban a conseguir que se revocase la sentencia de
muerte ya decretada contra él, para retirarme de la escena pública a mi cuarto de estudio.
Mi primer trabajo, emprendido para resolver las dudas que me asaltaban, fue una revisión
crítica de la filosofía hegeliana del derecho, trabajo cuya introducción vio la luz en los
Deutsch-Franzosische Jahrbücher, publicados en París en 1844. Mis investigaciones
desembocaban en el resultado que sigue:
Tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí
mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el
contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el
precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de , y que la anatomía
de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas, adonde me
trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot, hube de proseguir
mis estudios de economía política, comenzados en París. El resultado general a que llegué, y
que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la
producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones
necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a
una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de
estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la que se eleva un edificio [Uberbau] jurídico y político y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material
determina [bedingen] el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la
conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que
determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o,
lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de
las cuales se han desenvuelto hasta allí.
De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas
suyas. Se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se
revoluciona, más o menos rápidamente, todo el inmenso edificio erigido sobre ella. Cuando
se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales
ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la
exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas,
artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren
conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo y del mismo modo que no podemos
juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas
de revolución por su conciencia, sino que, por el comentario, hay que explicarse esta
conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las
fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social
desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de
ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las
condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad
antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede
alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan
cuando ya se dan, o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su
realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas progresivas de
la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal,
y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma
antagónica del proceso social de producción; antagónica no en el sentido de un antagonismo
individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los
individuos. pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad
burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este
antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad
humana.
Friedrich Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la
publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas, en los
Deutsch-Franzoisische Jahrbücher, había llegado por distinto camino (Véase su libro La
Situación de la Clase Obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando en la
primavera de 1845 se estableció también en Bruselas, acordamos contrastar conjuntamente
nuestro punto de vista con el ideológico de la filosofía alemana. En el fondo, deseábamos
liquidar nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una
crítica de la filosofía posthegeliana. El manuscrito -dos gruesos volúmenes en octavo- llevaba
ya la mar de tiempo en Westfalia, en el sitio en que había de editarse, cuando nos enteramos
de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de esto,
entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues
nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, estaba conseguido. Entre los
trabajos dispersos en que por aquel entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos
u otros aspectos, sólo citaré el Manifiesto del Partido Comunista, redactado en colaboración
con Engels, y mi Discurso sobre el Libre Cambio. Los puntos decisivos de nuestra
concepción fueron expuestos por vez primera, científicamente, aunque sólo en forma
polémica, en mi escrito Miseria de la Filosofía, publicada en 1847 y dirigida contra Proudhon.
La publicación de un estudio escrito en alemán sobre el Trabajo Asalariado, en el que
recogía las conferencias dictadas por mí en la Asociación obrera alemana de Bruselas, fue
interrumpida por la revolución de Febrero, que trajo como consecuencia mi alejamiento
forzoso de Bélgica.
La publicación de la Neue Rheinische Zeitung, en 1844-1849, y los acontecimientos
posteriores, interrumpieron mis estudios económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en
Londres. Los inmensos materiales para la historia de la economía política acumulados en el
British Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la observación de la
sociedad burguesa, y, finalmente, la nueva fase de desarrollo en que parecía entrar ésta con
el descubrimiento de oro de California y de Australia, me impulsaron a volver a empezar
desde el principio, abriéndome paso de un modo crítico, a través de los nuevos materiales.
estos estudios me llevaban, a veces, por sí mismos, a campos aparentemente alejados en
los que tenía que detenerme durante más o menos tiempo. pero fue la imperiosa necesidad
de ganarme la vida lo que redujo el tiempo de que disponía. Mi colaboración desde hace ya
ocho años en el primer periódico anglo-americano, el New York Tribune, me obligaba a
desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en casos excepcionales me
dedico a escribir crónicas periodísticas. Los artículos sobre los acontecimientos más
salientes de Inglaterra y el continente formaban una parte tan importante de mi colaboración,
que esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados
fuera de la órbita de la ciencia económica propiamente dicha.
Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la economía política tiende
simplemente a demostrar que mis ideas, cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por
mucho que choquen con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de
largos años de concienzuda investigación. Y a la puerta de la ciencia, como a la puerta del
infierno, debiera estamparse esta consigna:
Qui si convien lasciare ogni sospetto
Ogni viltá convien che qui sia morta
“Abandónese aquí todo recelo
Mátese aquí cualquier vileza”.
(Dante).
Karl MARX
Londres, enero de 1859.
F. Engels
Discurso ante la tumba de Marx
(1883)
Discurso pronunciado en inglés por F. Engels en el cementerio de Highgate, el 17 de marzo
de 1883. Publicado en alemán en el Sozialdemokrat del 22 de marzo de 1883.
Digitalizado por José Angel Sordo para el Marxists Internet Archive, 1999.
Reeditado por Juan Carlos M. Coll
< BLOCKQUOTE>, 05/2001.
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde , dejó de pensar el más grande pensador
de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos
dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la
ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha
abierto la muerte de esta figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la
ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza
ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y
vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la
producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la
correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir
de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas
artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por
tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es
esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción
capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El descubrimiento de la plusvalía iluminó de
pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los
economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de
hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo
campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó
a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese
descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la
mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza
revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento
hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en
modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un
descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionaria en la industria y en
el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos
realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al
derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella,
contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera
vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las
condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su
elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del
Rin, 1842; Vorwärts* de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del
Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de
folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que,
por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores,
que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera
creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo
mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los
conservadores que los ultra-demócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx
apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo
contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado
por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y
América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo
tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través
de los siglos, y con él su obra.
John Maynard Keynes (1883-1946)
Nace en Cambridge. Hijo de John Neville Keynes, estudia en Eton y
en el Kings College de Cambridge. Se gradúa en matemáticas y se
especializa en economía estudiando con Alfred Marshall y A. Pigou.
Entra como funcionario del India Office en 1906. Permanece dos
años en Asia hasta que en 1908 entra como profesor de Economía
en Cambridge, puesto que mantiene hasta hasta 1915. En 1916
ingresa en el Tesoro británico donde ocupa cargos importantes.
Representa a este organismo en la Conferencia de Paz de París,
puesto del que dimite en 1919 por estar en contra del régimen de
reparaciones que se estaba imponiendo a Alemania. Vuelve a
Cambridge como profesor, simultaneando su trabajo docente con
actividades privadas en empresas de seguros e inversiones lo que
le proporciona importantes ingresos. Critica la política deflacionista del gobierno y se opone
inútilmente a la vuelta al patrón oro.
En la década de los años treinta los países de occidente sufrieron la más grave crisis
económica conocida hasta la fecha: la Gran Depresión. El marginalismo no estaba
capacitado para explicar ese fenómeno. En 1936 J.M. Keynes publica su Teoría General de
la Ocupación, el Interés y el Dinero, el libro que, sin duda alguna, ha influido de forma más
profunda en la forma de vida de las sociedades industriales tras la segunda Guerra Mundial.
Las decisiones de ahorro las toman unos individuos en función de sus ingresos mientras que
las decisiones de inversión las toman los empresarios en función de sus expectativas. No
hay ninguna razón por la que ahorro e inversión deban coincidir. Cuando las expectativas de
los empresarios son favorables, grandes volúmenes de inversión provocan una fase
expansiva. Cuando las expectativas son desfavorables la contracción de la demanda puede
provocar una depresión. El Estado puede impedir la caída de la demanda aumentando sus
propios gastos.
Durante la segunda guerra mundial Keynes se reincorpora al Tesoro. En 1944 encabeza la
delegación británica en la Conferencia de Bretton Woods de la que surgirán el Banco Mundial
y el Fondo Monetario Internacional. Muere dos años después, en 1946, en Sussex.
Vea, en este mismo CD-ROM o sitio web
John M. Keynes
Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero - Libro I
El final del laissez-faire
Ver también
David de Ugarte (CV) (2004): Lord Keynes, especulador postimpresionista, Contribuciones a
la Economía.
José de Jesús Rodríguez Vargas (2005): EL TRÁNSFUGA DEL LIBERALISMO: KEYNES
Elies Furio Blasco: JOHN MAYNARD KEYNES. INTRODUCCIÓN. LA TEORÍA GENERAL.
Crítica a la Economía prekeynesiana. EL PRINCIPIO DE LA DEMANDA EFECTIVA.
CATEGORÍAS KEYNESIANAS (1): EXPECTATIVAS, EFICIENCIA MARGINAL DEL
CAPITAL Y FLUCTUACIONES. CATEGORÍAS KEYNESIANAS (2): LA PROPENSIÓN A
CONSUMIR Y EL MULTIPLICADOR. LA FUNCIÓN DE OFERTA GLOBAL Y LA FUNCIÓN
DE OCUPACIÓN EN LA TEORÍA GENERAL: EL CRECIMIENTO ECONÓMICO. EL PAPEL
DEL ESTADO EN EL SISTEMA KEYNESIANO.
Mario Gómez Olivares (2005): Keynesianas, Libros Gratis de Economía.
Mario Gómez Olivares (2005): Keynes em Cambridge 1932-1935, Libros Gratis de Economía
Desde aquí puede comprar a través de Internet, utilizando los servicios de Amazon, las
siguientes obras de Keynes en español:
Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero
Breve Tratado Sobre La Reforma Monetaria
Las Consecuencias Económicas de la Paz
Libro I
CAPÍTULO I
LA TEORÍA GENERAL
He llamado a este libro Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, recalcando el
sufijo general, con objeto de que el título sirva para contrastar mis argumentos y
conclusiones con los de la teoría clásica 1 en que me eduqué y que domina el pensamiento
económico, tanto práctico como teórico, de los académicos y gobernantes de esta
generación igual que lo ha dominado durante los últimos cien años. Sostendré que los
postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general,
porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de
equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son
las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan
y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales.
1 "Los economistas clásicos" fue una denominación inventada por Marx para referirse a
Ricardo, James Mill y sus predecesores, es decir, para los fundadores de la teoría que
culminó en Ricardo, Me he acostumbrado quizá cometiendo un solecismo, a incluir en "la
escuela clásica" a los continuadores de Ricardo, es decir, aquellos que. adoptaron y
perfeccionaron la teoría económica ricardiana, incluyendo (por ejemplo) a J.S. Mill, Marshall,
Edgeworth y el profesor Pigou.
CAPÍTULO 2
LOS POSTULADOS DE LA ECONOMÍA CLÁSICA
La mayor parte de los tratados sobre la teoría del valor y de la producción se refieren, en
primer término, a la distribución de un volumen dado de recursos empleados en diferentes
usos, y a las condiciones que, supuesta la ocupación de esta cantidad de recursos,
determinen su remuneración relativa y el relativo valor de sus productos.1
1 Esto, según la tradición ricardiana; porque Ricardo negó expresamente que tuviera interés
el monto del dividendo nacional como hecho independiente de su distribución. Con esto
fijaba correctamente el carácter de su propia teoría; pero sus sucesores, con visión menos
clara, han usado la teoría clásica en estudios sobre las causas de la riqueza. Véase la carta
de Ricardo a Malthus de 9 de octubre de 1820: "Ud. supone que la Economía Política es una
investigación de la naturaleza y causas de la riqueza -y yo estimo que debería llamarse
investigación de las leyes que determinan el reparto de los productos de la industria entre las
clases que concurren a su formación. No puede enunciarse ninguna ley respecto a
cantidades, pero si con bastante exactitud para las porciones relativas. Cada día me
convenzo más de que la primera investigación es vana e ilusoria y que la segunda es el
verdadero objeto de la ciencia."
También se ha sujetado con frecuencia a un procedimiento descriptivo lo relativo al monto
de los recursos disponibles (entendiendo por tales el volumen de población susceptible de
tomar empleo), los límites de la riqueza natural y el equipo de producción acumulado; pero
rara vez se ha examinado detenidamente en la teoría pura, la explicación de lo que
determina la ocupación real de los recursos disponibles. Decir que no se ha considerado en
absoluto, sería absurdo, por supuesto; porque todo estudio sobre los altibajos de la
ocupación, que han sido muchos, ha tenido que ver con el tema. No quiero decir que se haya
pasado por alto, sino que la teoría fundamental en que descansa se ha creído tan sencilla y
evidente que casi no había para qué mencionarla.2
2 Por ejemplo, el profesor Pigou en su Economics of Welfare (4ª ed., p. 127) escribe (las
itálicas son mías): "A través de esta discusión, excepto cuando se especifique lo contrario, se
hace caso omiso de que algunos recursos se encuentren sin empleo contra la voluntad de
sus propietarios. Esto no afecta a la esencia del argumento, en tanto que simplifica su
exposición." Así, mientras Ricardo rechazó expresamente cualquier intento de referirse al
dividendo nacional como un todo, el profesor Pigou sostiene, en su libro que se ocupa
especialmente del problema del dividendo nacional, que tal teoría es válida, tanto en los
casos de desocupación involuntaria como en el de ocupación plena.
I
A mi modo de ver, la teoría clásica de la ocupación -que se supone sencilla y fácil- descansa
en dos postulados fundamentales, que casi no se han discutido y son los siguientes:
l. El salario es igual al producto marginal del trabajo.
Esto es, el salario real de una persona ocupada es igual al valor que se perdería si la
ocupación se redujera en una unidad (después de deducir cualquier otro costo que se evitara
con esta rebaja de la producción), sujeto, sin embargo, al requisito de que la igualdad puede
ser perturbada, de acuerdo con ciertos principios, si la competencia y los mercados son
imperfectos.
II. La utilidad del salario, cuando se usa determinado volumen de trabajo, es igual a la
desutilidad marginal de ese mismo volumen de ocupación.
Esto es, el salario real de una persona ocupada es el que basta precisamente (según la
opinión de ésta) para provocar la ocupación del volumen de mano de obra realmente
ocupado, quedando esto sujeto a la condición de que la igualdad para cada unidad individual
de trabajo (ecuación entre la utilidad del salario real y la desutilidad del trabajo) puede
alterarse por combinaciones entre las unidades disponibles, de modo semejante a como las
imperfecciones de la competencia condicionan el primer postulado. Por desutilidad debe
entenderse cualquier motivo que induzca a un hombre o a un grupo de hombres a
abstenerse de trabajar antes que aceptar un salario que represente para ellos una utilidad
inferior a cierto límite.
Este postulado es compatible con lo que podría llamarse desocupación "friccional" (o debida
a resistencia), porque una interpretación realista del mismo admite legítimamente varios
desajustes que se oponen a un estado de ocupación total continua; por ejemplo, la
desocupación debida a un desequilibrio temporal de las cantidades relativas de recursos
especializados, a causa de cálculos erróneos o de intermitencias en la demanda; o bien de
retardos debidos a cambios imprevistos o a que la transferencia de hombres de una
ocupación a otra no pueda efectuarse sin cierta dilación; de manera que en una sociedad
dinámica siempre habrá algunos recursos no empleados por hallarse "entre oficios
sucesivos" (between jobs). El postulado es también compatible, además de con la
desocupación "friccional", con la desocupación "voluntaria" que resulta de la negativa o
incapacidad de una unidad de trabajo para aceptar una remuneración correspondiente al
valor del producto atribuible a su productividad marginal, a causa de la legislación o las
prácticas sociales, del agrupamiento para la contratación colectiva, de la lentitud para
adaptarse a los cambios económicos, o simplemente a consecuencia de la obstinación
humana. Estas dos clases de desocupación son inteligibles, pero los postulados clásicos no
admiten la posibilidad de una tercera, que definiré como "involuntaria".
Hechas estas salvedades, el volumen de recursos ocupados está claramente determinado,
conforme a la teoría clásica, por los dos postulados. El primero nos da la curva de demanda
de ocupación y el segundo la de oferta; el volumen de ocupación se fija donde la utilidad
marginal del producto compensa la desutilidad de la ocupación marginal.
De esto se deduciría que sólo hay cuatro posibilidades de aumentar la ocupación:
a) un mejoramiento en la organización o en la previsión, que disminuya la desocupación
"friccional";
b) una reducción de la desutilidad marginal del trabajo, expresada por el salario real para el
que todavía existe trabajo disponible, de manera que baje la desocupación "voluntaria";
c) un aumento de la productividad marginal física del trabajo en las industrias que producen
artículos para asalariados (para usar el término adecuado del profesor Pigou aplicable a los
artículos de cuyo precio depende la utilidad del salario no minal); o
d) un aumento en el precio de los artículos para no-asalariados, relativamente al de los que
sí lo son; acompañado por un desplazamiento de los gastos de quienes no ganan salarios,
de los artículos para asalariados a los otros artículos.
Ésta es, según mi leal saber y entender, la esencia de la Teoría de la desocupación del
profesor Pigou -la única descripción detallada que existe de la teoría/clásica de la
ocupación.3
3 La Theory oi Unemployment del profesor Pigou se examina más detalladamente en el
Apéndice al cap. 19.
II
¿Es cierto que las categorías anteriores son inteligibles debido a que la población rara vez
desarrolla la cantidad de trabajo que desearía con el salario corriente? Porque debe
reconocerse que, por regla general, si se solicitara, se contaría con más mano de obra al
nivel existente de salario nominal.4 La escuela clásica reconcilia este fenómeno con su
segundo postulado aduciendo que, mientras la demanda de mano de obra al nivel existente
de salario nominal puede satisfacerse antes de que todos los que deseen trabajar con estos
salarios estén ocupados, tal situación se debe a un acuerdo tácito o expreso entre los
trabajadores para no trabajar por menos, y que si todos los trabajadores admitieran una
reducción de los salarios nominales aumentaría la ocupación. De ser así, tal desocupación,
aunque aparentemente involuntaria, no lo sería en sentido estricto, y debería incluirse en la
clase de la desocupación "voluntaria", causada por los efectos de la contratación colectiva,
etc.
4 Cf. la cita anterior del profesor Pigou en la nota 2 ante.
Esto exige dos observaciones, la primera de las cuales, que se refiere a la actitud de los
trabajadores hacia los salarios reales y a los nominales, respectivamente, no es teóricamente
fundamental, pero la segunda sí lo es.
Supongamos, por el momento, que los obreros no están dispuestos a trabajar por un salario
nominal menor y que una reducción del nivel existente de salarios nominales conduciría,
mediante huelgas o por cualquier otro medio, a que parte de la mano de obra realmente
ocupada se retirara del mercado. ¿Se deduce de esto que el nivel presente de salarios reales
mide con precisión la desutilidad marginal del trabajo? No necesariamente; porque aunque
una reducción en el nivel existente de salarios nominales ocasionara retiro de trabajo; no se
desprende de ello que una baja en el valor del salario nominal, medido en artículos para
asalariados, produciría el mismo resultado si fuera debida a un alza en el precio de las
mercancías respectivas. En otras palabras, puede suceder que, dentro de ciertos límites, lo
que los obreros reclaman sea un mínimo de salario nominal y no de salario real.
La escuela clásica ha supuesto tácitamente que esto no significa una variación importante en
su teoría; pero no es así, porque si la oferta de mano de obra no es función del salario real
como su única variable, su argumento se derrumba enteramente y deja el problema de que la
ocupación será muy indeterminada.5 Los autores de esta escuela no parecen haberse dado
cuenta de que su curva de oferta de mano de obra se desplazará con cada movimiento de
los precios, a menos que tal oferta sea función dependiente sólo del salario real. De este
modo, su método está supeditado a sus particulares suposiciones y no puede adaptarse para
examinar el caso más general.
5 Este tema se trata detalladamente en el Apéndice al cap. 19.
Ahora bien; la experiencia diaria nos dice, sin dejar lugar a duda, que, lejos de ser mera
posibilidad aquella situación en que los trabajadores estipulan (dentro de ciertos límites) un
salario nominal y no real, es el caso normal. Si bien los trabajadores suelen resistirse a una
reducción de su salario nominal, no acostumbran abandonar el trabajo cuando suben los
precios de las mercancías para asalariados. Se dice algunas veces que sería ilógico por
parte de la mano de obra resistir a una rebaja del salario nominal y no a otra del salario real.
Por razones que damos más adelante (p. 27), Y afortunadamente, como veremos después,
esto puede no estar tan falto de lógica como parece a primera vista; pero lógica o ilógica,
ésta es la conducta real de los obreros.
Más aún, el aserto de que la falta de ocupación que caracteriza una depresión se debe a la
negativa de los obreros a aceptar una rebaja en el salario nominal, no se apoya en hechos.
No, es muy exacto decir que la desocupación en Estados Unidos en 1932 se debió a la
obstinada negativa del trabajo a aceptar una rebaja en los salarios nominales 'o a la tenaz
demanda de un salario real superior al que consentía la productividad del sistema
económico.
Son amplias las variaciones que sufre el volumen de ocupación sin que haya ningún cambio
aparente en las exigencias mínimas reales de los obreros ni en su productividad. Los obreros
no son -ni mucho menos- más obstinados en la depresión que en el auge, ni flaquea su
productividad física. Estos hemos de la. experiencia son, prima facie, un motivo para poner
en tela de juicio la propiedad del análisis clásico.
Sería interesante observar los resultados de una investigación estadística acerca de las
verdaderas relaciones entre los cambios del salario nominal y los del real. En el caso de una
modificación privativa de una industria dada uno podría esperar que el cambio en los salarios
reales ocurriera en el mismo sentido que en los nominales; pero cuando hay alteraciones en
el nivel general de los salarios, se encontrará, según creo, que la modificación de los reales
que va unida a la de los nominales, lejos de presentarse normalmente en el mismo sentido,
ocurrirá casi siempre en el contrario. Es decir, que cuando los salarios nominales se elevan,
los salarios reales bajan; y que cuando aquéllos descienden, éstos suben. Tal cosa se debe
a quejen periodo corto, los salarios nominales descendentes y los reales ascendentes son,
cada uno de ellos por razones privativas, fenómenos ligados a la baja de la ocupación, pues
aunque los obreros están más dispuestos a aceptar reducciones en su remuneración al bajar
el empleo, los salarios reales suben inevitablemente, en las mismas circunstancias, debido
aL mayor rendimiento marginal de un determinado equipo de capital, cuando la producción
disminuye.
Si efectivamente. fuera cierto que el salario real existente es un mínimo por debajo del cual
no pudiera contarse en cualquier circunstancia con más trabajo que el empleado en la
actualidad, no existiría la desocupación involuntaria, aparte de la "friccional". Sin embargo,.
sería absurdo suponer que siempre es así, parque generalmente hay más mano de obra
disponible que la ahora empleada al salario nominal vigente, aun cuando el precio de las
mercancías para asalariados esté subiendo y, en consecuencia, el salario real bajando. Si
esto es verdad, la equivalencia de tales mercancías con el salario nominal existente no es
una indicación precisa de la desutilidad marginal del trabajo, y el segundo postulado no es
válido.
Hay otra objeción más importante. El segundo postulado parte de la idea de que los salarios
reales de los trabajadores dependen de los contratos que éstos celebran con los
empresarios. Se admite, por supuesto, que esos convenios se realizan de hecho en términos
monetarios e incluso que los salarios reales aceptables por los obreros no son enteramente
independientes del correspondiente salario nominal. Sin embargo, se toma este salario
nominal, al que se ha llegado por dicho procedimiento, para determinar el real. De este modo
la teoría clásica supone que los obreros tienen siempre la posibilidad de reducir su salario
real, aceptando una rebaja en el nominal. El postulado de que el salario real tiende a
igualarse con la desutilidad marginal del trabajo, claramente supone que los obreros están en
posición de fijar por sí mismos su salario real, aunque no el volumen de ocupación que de él
se deriva.
La teoría tradicional sostiene, en pocas palabras, que los convenios sobre salarios entre
empresarios y trabajadores determinan el .salario real, de manera que, suponiendo la libre
competencia entre los patrones y ninguna combinación restrictiva entre los trabajadores,
éstos. pueden, si lo desean, hacer coincidir sus salarios reales con la desutilidad marginal del
trabajo resultante del empleo ofrecido por los empresarios con dicho salario. pe no ser cierto
esto, no queda razón alguna para esperar que exista tendencia a la igualdad entre el salario
real y la desutilidad marginal del trabajo.
No debe olvidarse que las conclusiones clásicas pretenden ser aplicables al trabajo en su
totalidad y no quiere decir simplemente que un individuo aislado pueda obtener empleo
aceptando una reducción de su salario nominal que sus compañeros rehúsan. Se suponen
aplicables lo mismo a un sistema cerrado que a otro abierto y que no depende de las
características de un sistema abierto, ni de los efectos de una reducción de los salarios
nominales en un solo país sobre su comercio. exterior, que está, por supuesto,
completamente fuera del campo de este estudio. Tampoco se basan en las consecuencias
indirectas de ciertas reacciones que una reducción de las nóminas de salados en términos
monetarios ejercen sobre el sistema bancario y el estado del crédito, efectos que
examinaremos detalladamente en el capítulo 19. Las conclusiones se basan en la creencia
de que, en un sistema cerrado, tina reducción en el nivel general de los salarios nominales
irá acompañada, al menos en periodos cortos, y sujeta sólo a salvedades de poca monta, por
cierta reducción de los salarios reales, que no siempre es proporcional.
Ahora bien, el supuesto de que el nivel general de los salarios reales depende de los
convenios entre empresarios y trabajadores sobre la base de salarios nominales, no es cierto
de manera evidente. En realidad, es extraño .que se hayan hecho tan frágiles intentos para
demostrarlo o refutado, porque está muy lejos de concordar con el sentido general de la
teoría clásica, la cual nos ha enseñado a creer que los precios están determinados por el
costo primo marginal, medido en dinero, y que los salarios nominales influyen
sustancialmente en dicho costo. De este modo, si los salarios nominales cambian, debería
esperarse que la escuela clásica sostuviera que los precios cambiarían casi en la misma
proporción, dejando el nivel de los salarios reales y el de la desocupación prácticamente lo
mismo que antes, explicando que cualquier pequeña ganancia o pérdida del trabajo, se
efectuaría a expensas de las ganancias o de otros elementos del costo marginal, que no han
sido tocados.6
6 A mi modo de ver, este argumento contiene una gran dosis de verdad, aunque los
resultados completos de un cambio en los salarios nominales son más complejos, como se
verá en el cap. 19.
Parece ser, sin embargo, que los clásicos se han desviado de este punto de vista, en parte a
causa de su arraigada convicción de que los obreros están en posibilidad de fijar su propio
salario, y en parte, quizá, por la preocupación de que los precios dependen de la cantidad de
dinero. La creencia en el principio de que los obreros están siempre en posibilidad de poder
determinar su propio salario real, una vez aceptada, se ha sostenido porque se confunde con
la afirmación de que tienen siempre a su disposición los medios para fijar qué salario real
corresponderá a la ocupación plena, es decir, al volumen máximo de ocupación compatible
con un salario real dado.
Para resumir: existen dos objeciones contra el segundo postulado de la teoría clásica. La
primera hace relación a la conducta real de los obreros; una baja en los salarios reales
debida a un alza de los precios, permaneciendo iguales los nominales, no produce, por regla
general, una disminución de la oferta de mano de obra disponible al nivel del salario
corriente, por debajo del volumen de ocupación anterior al alza de los 'precios. Suponer lo
contrario equivale a admitir que todos aquellos que por el momento están sin ocupación,
aunque deseosos de trabajar al salario corriente, retirarán su oferta de trabajo si el costo de
la vida se eleva un poco. A pesar de todo, esta extraña hipótesis parece servir de base a la
Theory of Unemployment 7 del profesor Pigou y es la que todos los miembros de la escuela
ortodoxa admiten tácitamente.
7 CE. cap. 19, Apéndice.
La otra y más importante objeción que desarrollaremos en los capítulos siguientes surge de
nuestra inconformidad con el supuesto de que el nivel general de los salarios reales están
directamente determinado por el carácter de los convenios sobre salarios. Al suponer tal
cosa, la escuela clásica resbaló, cayendo en una hipótesis ilícita; porque los obreros en su
conjunto no pueden disponer de un medio que les permita hacer coincidir el equivalente del
nivel general de los salarios nominales' en artículos para asalariados, con la desutilidad
marginal del volumen de ocupación existente. Es posible que no exista un procedimiento
para que el trabajador pueda reducir su salario real a una cantidad determinada, revisando
los convenios monetarios con los empresarios. Éste será nuestro caballo de ,batalla y
trataremos de demostrar que, en primer término, son otras varias las fuerzas que determinan
el nivel general de los salarios reales. El esfuerzo por dilucidar este problema será una de
nuestras mayores preocupaciones. Vamos a sostener que ha existido una confusión
fundamental respecto a la forma en que opera en realidad a este respecto la economía en
que vivimos.
III
Aunque a menudo se cree que la lucha por los salarios monetarios entre individuos y grupos
determina el nivel general de los salarios reales, de hecho tiene otra finalidad. Desde el
momento que existe movilidad imperfecta del trabajo y que los salarios no tienden a producir
igualdad precisa de ventajas netas para diferentes ocupaciones, cualquier individuo o grupo
de individuos que consienta una reducción de sus salarios nominales en relación con otros,
sufrirá una disminución relativa de sus salarios reales, cosa que basta para justificar su
resistencia a ella. Por el contrario, sería impracticable oponerse a toda reducción de los
salarios reales debida a un cambio en el poder adquisitivo del dinero, que afecta a todos los
trabajadores por igual; y, de hecho, por lo general no se opone resistencia a esta clase de
fenómenos, a menos que sean extremos. Más aún, la oposición a las reducciones en los
salarios nominales, aplicada a determinadas industrias, no levanta la misma barrera
insuperable a un aumento en la ocupación global que resultaría de una oposición parecida a
toda disminución de los salarios reales.
En otras palabras, la lucha en torno a los salarios nominales afecta primordialmente a la
distribución del monto total de salarios reales entre los diferentes grupos de trabajadores y no
a su promedio por unidad de ocupación, que depende, como veremos, de un conjunto de
fuerzas diferentes. El efecto de la unión de un grupo de trabajadores consiste en proteger su
salario real relativo. El nivel general de los salarios reales depende de otras fuerzas del
sistema económico.
Así, tenemos la suerte de que los trabajadores, bien que inconscientemente, son por instinto
economistas más razonables que la escuela clásica en la medida en que se resisten a
permitir reducciones de sus salarios nominales, que nunca o rara vez son de carácter
general; aun cuando el equivalente real existente de estos salarios exceda de la desutilidad
marginal del volumen de ocupación correspondiente. Lo mismo que cuando, por otra parte,
no se oponen a las disminuciones del salario real que acompañan a los aumentos en el
volumen total de ocupación, a menos que lleguen al extremo de amenazar con una reducción
del salario real por bajo de la desutilidad marginal del volumen existente de ocupación. Todo
sindicato opondrá cierta resistencia, pero como ninguno pensaría en declarar una huelga
cada vez que aumente el costo de la vida, no presentan obstáculos a un aumento en el
volumen total de ocupación, como lo pretende la escuela clásica.
IV
Debemos definir ahora la tercera clase de desocupación, la llamada "involuntaria" en sentido
estricto, cuya posibilidad de existencia no admite la teoría clásica.
Adviértase que por desocupación "involuntaria" no queremos decir la mera existencia de una
capacidad inagotable de trabajo. Una jornada de ocho horas no significa desocupación
aunque no esté más allá de la capacidad humana de trabajar diez; ni tampoco
consideraríamos como desocupación "involuntaria" el abandono del trabajo por un grupo de
obreros porque les parezca mejor no trabajar que admitir menos de cierta remuneración.
Más aún, será conveniente eliminar la desocupación "friccional" de nuestra definición, la cual
queda, por tanto, como sigue: los hombres se encuentran involuntariamente sin empleo
cuando, en el caso de que se produzca una pequeña alza en el precio de los artículos para
asalariados, en relación con el salario nominal, tanto la oferta total de mano de obra
dispuesta a trabajar por el salario nominal corriente como la demanda total de la misma a
dicho salario son mayores que el volumen de ocupación existente. En el capítulo siguiente (p.
38) daremos otra definición que, sin embargo, equivale a lo mismo.
De esta definición se deduce que la igualdad entre el salario real y la desutilidad marginal de
la ocupación, presupuesta por el segundo postulado, interpretado de modo realista,
corresponde a la ausencia de la desocupación "involuntaria", Describiremos este estado de
cosas como ocupación "plena", con la que son compatibles tanto la desocupación "debida a
resistencias" como la "voluntaria". Esto está de acuerdo, como veremos, con otras
características de la escuela clásica, que más bien se considera como una teoría de la
distribución en condiciones de ocupación plena. En la medida en que los postulados clásicos
sean válidos, la desocupación, que en el sentido anterior es involuntaria, no puede existir. La
desocupación aparente debe, en consecuencia, ser resultado de una pérdida temporal del
trabajo del tipo de "cambio de un trabajo a otro" o de una demanda intermitente de factores
altamente especializados, o del efecto de la cláusula de inclusión de un sindicato sobre la
ocupación libre. Por eso los escritores que siguen la tradición clásica; pasado por alto el
supuesto especial que cimienta su teoría, han llegado inevitablemente a la conclusión,
perfectamente lógica de acuerdo con su hipótesis, de que la desocupación visible (salvo las
excepciones admitidas) tiene que ser consecuencia, a fin de cuentas, de que los factores no
empleados se nieguen a aceptar una remuneración que corresponda a su productividad
marginal. Un economista clásico puede simpatizar con el obrero cuando éste se niega a
aceptar una reducción de su salario monetario, y admitirá que puede no ser inteligente
obligarle a sujetarse el condiciones transitorias; pero la integridad científica lo fuerza a
declarar que esta negativa es, a pesar de todo, el motivo último de la dificultad.
Evidentemente, sin embargo, si la teoría clásica es aplicable sólo al caso de la ocupación
plena, es una falacia aplicada a los problemas de la desocupación involuntaria -si tal cosa
existe (¿quién lo negará?) -. Los teóricos clásicos se asemejan a los geómetras euclidianos
en un mundo no euclidiano que, quienes' al descubrir que en la realidad las líneas
aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las critican por no conservarse
derechas -como único remedio para los desafortunados tropiezos que ocurren-. No obstante,
en verdad, no hay más remedio que tirar por la borda el axioma de las paralelas y elaborar
una geometría no euclidiana. Hoy la. economía exige algo semejante; necesitamos desechar
el segundo postulado de la doctrina clásica y elaborar la teoría del comportamiento de un
sistema en el cual sea posible la desocupación involuntaria en su sentido riguroso.
V
Al recalcar nuestro punto de partida, divergente del sistema clásico, no debemos olvidar una
concordancia importante porque mantendremos el primer postulado como hasta aquí, sujeto
únicamente a las mismas correcciones hechas a la teoría clásica, y debemos detenernos un
momento a considerar lo que entraña.
Quiere decir que con una determinada organización, equipo y técnica, los salarios reales y el
volumen de producción (y por consiguiente de empleo) están relacionados en una sola
forma, de tal manera que, en términos generales, un aumento de la ocupación sólo puede
ocurrir acompañada de un descenso en la tasa de salarios reales. Así, pues, no discuto este
hecho vital que los economistas clásicos han considerado (con razón) como irrevocable. En
un estado conocido de organización, equipo y técnica, el salario real que gana una unidad de
trabajo tiene una correlación única (inversa) con el volumen de ocupación. Por eso, si esta
última aumenta, entonces, en periodos cortos, la remuneración por unidad de trabajo, medida
en mercancías para asalariados, debe, por lo general, descender y las ganancias elevarse.8
8 El argumento se desarrolla de este modo: de n hombres empleados, el enésimo añade un
quintal diario a la cosecha y los salarios tienen un poder adquisitivo de un quintal diario. El
enésimo-más-un hombre, sin embargo, añadiría solamente 0.9 de quintal por día y el empleo
no puede, por tanto, aumentar a n + I hombres, a menos que el precio del grano suba con
relación a los salarios hasta que los que se pagan diariamente tengan un poder adquisitivo
de 0.9 de quintal. El total de los salarios montaría entonces a 9/10 (n + 1) quintales, en
comparación con n quintales a que llegaba previamente, De este modo; el empleo de un
hombre más, en caso de efectuarse, supondrá necesariamente una transferencia de ingresos
de los que antes estaban empleados a los empresarios.
Éste es simplemente el anverso de la proposición familiar de que normalmente la industria
trabaja en condiciones de rendimientos decrecientes en periodos cortos, durante los cuales
se supone que permanecen constantes el equipo, etc., en tal forma que el producto marginal
de las industrias de artículos para asalariados (que determinan el salario real)
necesariamente se reduce a medida que crece .la ocupación. Sin duda, en la medida que
esta proposición sea válida, cualquier medio de aumentar la ocupación tiene que ocasionar al
mismo tiempo una reducción del producto marginal y, en consecuencia, otra de la magnitud
de los salarios, medida en dicho producto.
Pero una vez abandonado el segundo postulado, una baja de la ocupación, aunque
necesariamente asociada con el hecho de que la mano de obra perciba un salario de valor
igual a una cantidad mayor de bienes para asalariados, no se debe necesariamente a que la
mano de obra demande mayor cantidad de tales bienes; y el que la mano de obra esté
dispuesta a aceptar menores salarios nominales no es, por fuerza, un remedio a la
desocupación. La teoría de los salarios en relación con el empleo, a que nos estamos
refiriendo, no puede aclararse por entero hasta llegar al capítulo 19 y su apéndice.
VI
Desde los tiempos de Say y Ricardo los economistas clásicos han enseñado que la oferta
crea su propia demanda -queriendo decir con esto de manera señalada, aunque no
claramente definida, que, el total de los costos de producción debe necesariamente gastarse
por completo, directa o indirectamente, en comprar los productos.
En los Principlies of Political Economy de J. S. Mill; la doctrina está expresamente expuesta:
Los medios de pago de los bienes son sencillamente otros bienes. Los medios de que
dispone cada persona para pagar la producción de otras consisten en los bienes que posee,
Todos los vendedores son, inevitablemente, y por el sentido mismo de la palabra,
compradores. Si pudiéramos duplicar repentinamente las fuerzas productoras de un país,
duplicaríamos por el mismo acto la oferta de bienes en todos los mercados; pero al mismo
tiempo duplicaríamos el poder -adquisitivo. Todos ejercerían una demanda y una oferta
dobles; todos podrían comprar el doble, porque tendrían dos veces más que ofrecer en
cambio." 9
9 Principles of Political Economy, Lib. III, cap. XIV, S 2.
Como corolario de la misma doctrina, se ha supuesto que cualquier acto individual de
abstención de consumir conduce necesariamente a que el trabajo y los bienes retirados así
de la provisión del consumo se inviertan en la producción de riqueza en forma de capital y
equivale a lo mismo. El siguiente párrafo, de Pure Theory of Domestic Values, 10 de Marshall
ilustra el punto de vista tradicional:
El ingreso total de una persona se gasta en la compra de bienes y servidos. Cierto que
generalmente se dice que un hombre gasta parte de su ingreso y ahorra la otra; pero es un
axioma económico muy conocido que el hombre compra trabajo y bienes con aquella parte
de su ingreso que ahorra, del mismo modo que lo hace ron la que gasta. Se dice que gasta
cuando procura obtener satisfacción presente de los bienes y servicios que compra, y que
ahorra cuando el trabajo y los bienes que compra los dedica a la producción de riqueza de la
cual espera derivar medios de. satisfacción en el futuro.
10 p. 34.
Es verdad que no sería fácil citar párrafos semejantes en los trabajos posteriores de
Marshall 11 o de Edgeworth o del profesor Pigou.
11 El señor J. A. Hobson, después de citar el párrafo anterior, de Mill, en su Phisiology of
lndustry (p. 102), advierte que Marshall hizo el siguiente comentario en una de sus primeras
obras, Economics of lndustry, p. 154: "Pero aunque los hombres tienen el poder de comprar,
pueden decidir no usarlo." "Sin embargo -continúa el señor Hobson-, no parece haber
captado, la importancia. crítica de este hecho y al parecer limita su acción a periodos de
crisis." A mi modo de ver, este comentario es acertado, a la luz de los trabajos posteriores de
Marshall.
En la actualidad la doctrina no se expone en forma tan cruda, pero, sin embargo, es el
soporte de la teoría clásica en conjunto, ya que sin él ésta se derrumbaría. Los economistas
contemporáneos, que podrían titubear en estar de acuerdo con Mill, no vacilan en aceptar
conclusiones que requieren su doctrina como premisa. La versión moderna de la tradición
clásica consiste en la convicción, frecuente, por ejemplo, en casi todos los trabajos del
profesor Pigou, de que el dinero no trae consigo diferencias reales, excepto las propias de la
fricción, y de que la teoría de la producción y la ocupación pueden elaborarse (como la de
Mill) como si estuvieran basadas en los cambios "reales", y con el dinero introducido
superficialmente en un capítulo posterior. El pensamiento contemporáneo está todavía
profundamente impregnado de la noción de que si la gente no gasta su dinero en una forma
lo gastará en otra.12
12 Cf. Alfred y Mary Marshall, Economics of lndustry, p. 17: "No es conveniente para el
comercio. tener vestidos hechos con material que se acaba pronto; porque si la gente no
gastara sus medios de compra en vestidos nuevos, los gastaría en dar empleo al trabajo de
alguna otra manera." El lector notará que todavía estoy haciendo citas de los primeros
trabajos de Marshall. El Marshall de los Principios se había hecho lo bastante desconfiado
para ser cauto y evasivo; pero las viejas ideas nunca fueron repudiadas o extirpadas de los
supuestos básicos de su pensamiento.
En verdad, los economistas de la postguerra rara vez logran sostener este punto de vista
firmemente, porque su pensamiento de hoy está excesivamente permeado de la tendencia
contraria y los hechos de la experiencia, están obviamente en desacuerdo con su opinión
anterior; 13 pero no han sacado consecuencias de bastante alcance, ni han modificado su
teoría fundamental.
13 Es una virtud del profesor Robbins la de ser casi el único que sigue defendiendo un
esquema sólido de pensamiento; concordando recomendaciones prácticas con sus sistema
teórico.
En primer lugar, estas conclusiones pueden haberse aplicado al tipo de economía en que
vivimos actualmente por falsa analogía con alguna de trueque, como la de Robinsón Crusoe,
en la cual los ingresos que los individuos consumen o retienen, como resultado de su
actividad productiva son, real y exclusivamente, la producción en especie resultante de dicha
actividad. Pero, fuera de esto, la conclusión de que los costos de producción se cubren
siempre globalmente con los productos de las ventas derivadas de la demanda, es muy
aceptable, porque resulta difícil distinguirla de otra proposición semejante, que es indudable:
la de que el ingreso global percibido por todos los elementos de la comunidad relacionados
con una actividad productiva necesariamente tiene un valor igual al valor de la producción.
De manera semejante, es natural suponer que todo acto de un individuo que lo enriquece sin
que aparentemente quite nada a algún otro debe también enriquecer a la comunidad en
conjunto; de tal modo que (como en el párrafo de Marshall que se acaba de citar) un acto de
ahorro individual conduce inevitablemente a otro paralelo, de inversión, porque, una vez más,
es indudable que la suma de los incrementos netos de la riqueza de los individuos debe ser
exactamente igual al total del incremento neto de riqueza de la comunidad.
Sin embargo, quienes piensan de este modo se engañan, como resultado de una ilusión
óptica, que hace a dos actividades esencialmente diversas aparecer iguales. Caen en una
falacia al suponer que existe un eslabón que liga las decisiones de abstenerse del consumo
presente con las que proveen al consumo futuro, siendo así que los motivos que determinan
las segundas no se relacionan en forma simple con los que determinan las primeras.
Por tanto, el supuesto de la igualdad entre el precio de demanda y el de oferta de la
producción total es el que debe considerarse como el "axioma de las paralelas" de la teoría
clásica. Esto admitido, todo lo demás se deduce fácilmente -las ventajas sociales de la
frugalidad privada o nacional, la actitud tradicional hacia la tasa de interés, la. teoría clásica
de la desocupación, la teoría cuantitativa del dinero, las ventajas evidentes del laissez.faire
con respecto al comercio exterior y muchas otras cosas que habremos de poner en tela de
juicio.
VII
En diversos lugares de este capítulo hemos hecho depender la teoría clásica,
sucesivamente, de los siguientes supuestos:
1) Que el salario real es igual a la desutilidad marginal de la ocupación existente;
2) Que no. existe eso que se llama desocupación involuntaria en sentido riguroso;
3) Que la oferta crea su propia demanda en el sentido de que el precio de la demanda global
es igual al precio de la oferta global para cualquier nivel de producción y de ocupación.
Estos tres supuestos, no obstante, quieren decir lo mismo, en el sentido de que todos
subsisten o se desploman juntos, pues cualquiera de ellos supone lógicamente a los otros
dos.
CAPÍTULO 3
EL PRINCIPIO DE LA DEMANDA EFECTIVA
I
Ante todo necesitamos adelantar el significado de algunos términos que serán definidos con
precisión posteriormente. Cuando la técnica, los recursos y los costos corresponden a una
situación determinada, el empleo de un volumen dado de mano de obra hace incurrir al
empresario en dos clases de gastos: en primer lugar, las cantidades que paga a los factores
de la producción (excluyendo a los otros empresarios) por sus servicios habituales, a los que
denominaremos costo de factores del volumen de ocupación de que se trate; y en segundo
lugar, las sumas que paga a otros empresarios por lo que les compra, juntamente con el
sacrificio que hace al emplear su equipo en vez de dejarlo inactivo, a lo que llamaremos
costo de uso del nivel de ocupación dado.1
1 En el cap. 6 se dará una definición precisa del costo de uso.
El excedente de valor que da la producción resultante sobre la suma del costo de factores y
el costo de uso es la ganancia, o, como lo llamaremos, el ingreso del empresario. Por
supuesto, el costo de factores es lo mismo que lo que los factores de la producción
consideran como su ingreso, pero desde el punto de vista del empresario. Así, el costo de
factores y las ganancias del empresario, juntos, ,dan lo que definiremos como el ingreso total
derivado del empleo proporcionado por el empresario. Las ganancias del empresario así
definidas, deben ser, y son, la cantidad que procura elevar al máximo cuando decide qué
volumen de empleo ofrecerá. Conviene algunas "eces, desde el punto de vista del
empresario, llamar producto de la ocupación al ingreso global (es decir, costo de factores
más ganancias) que resulta de un volumen dado de la misma. Por otra parte, el precio de la
oferta global 2 de la producción resultante de ese volumen determinado es presisamente la
expectativa de los resultados que se espera obtener y que hará costeable a los empresarios
conceder dicha ocupación.3
2 Que no debe confundirse (vide infra) con el precio de oferta de una unidad de producto en
el sentido acostumbrado de este término.
3 El lector observará que resto el costo de uso tanto del producto como del precio de oferta
global de un volumen determinado de producción, en tal forma que ambos términos deben
interpretarse como libres del costo de uso; en tanto que las sumas totales pagadas por los
compradores incluyen, por supuesto, el costo de uso. Las razones para proceder así se
darán en el cap. 6. Lo esencial es que el importe total del producto y el precio de oferta
global, limpios del costo de uso, pueden definirse en una sola forma y sin ambigüedad; en
tanto que, como el costo dI: uso depende evidentemente tanto del grado de integración de la
industria como de la extensión de las compras que realizan los empresarios entre sí, no
puede haber una definición de las sumas globales pagadas por los compradores, incluyendo
el costo de uso, el cual es independiente de estos factores. Una dificultad semejante existe
en la definición de precio de oferta en el sentido habitual, para un productor individual; y en el
caso del precio de la oferta global de la producción en conjunto, se corre el riesgo de serias
dificultades de duplicación, que no siempre se han tomado en cuenta: Si el término se
interpreta Incluyendo el costo de uso, los inconvenientes sólo pueden vencerse haciendo
supuestos especiales con respecto a la integración de los empresarios en grupos, según que
su producción sea de artículos de consumo o de capital, lo que es oscuro y complicado por sí
mismo y no corresponde a los hechos. No obstante, si el precio de oferta global se define
como antes, sin el costo de uso, estas dificultades no se presentan. Se aconseja al lector, sin
embargo, que espere el estudio más completo en el cap. 6 y su apéndice.
De esto se deduce que, dados la técnica, los recursos y el costo de factores por unidad de
empleo, el monto de éste, tanto para cada firma individual como para la industria en conjunto,
depende del producto que los empresarios esperan recibir de la producción correspondiente;
4 porque éstos se esforzarán por fijar el volumen de ocupación al nivel del cual esperan
recibir la diferencia máxima entre el importe del producto y el costo de factores.
4 Un empresario que tiene que tomar una decisión práctica respecto a la escala de su
producción, no sustentará, por supuesto, una sola previsión indudable acerca de cuál será el
importe de la venta de una producción determinada, sino varias previsiones hipotéticas,
consideradas según los diversos grados de probabilidad y exactitud. Por su previsión del
importe probable quiero decir, pues, aquella que, si fuese cierta, provocaría la misma
conducta que el conjunto de las posibilidades más variadas y vagas que forman su
esperanza en el momento que llega a tomar su resolución.
Sea Z el precio de oferta global de la produción resultante del empleo de N hombres, y la
relación entre ambos símbolos Z = F (N), que puede dominarse función de la oferta global. 5
5 En el cap. 20 se designará con el nombre de función dd empleo a una que está
íntimamente ligada con la anterior.
Llamemos D al importe del producto que los empresarios esperan recibir con el empleo de N
hombres, y a la relación correspondiente, D = f (N), a la que designaremos función de la
demanda global,
Ahora bien, si para cierto valor de N el importe que se, espera recibir es mayor que el precio
de la oferta global, es decir, si D es mayor que Z, habrá un estímulo para los empresarios en
el sentido de aumentar la ocupación por encima de N y, si es preciso, elevar los costos
compitiendo entre sí por los factores de la producción, hasta el valor de N en que Z es igual a
D. Así, el volumen de ocupación está determinado por la intersección de la función de la
demanda global y la función de oferta global, porque es en este punto donde las expectativas
de ganan cia del empresario alcanzan el máximo. El valor de D en el punto de intersección
de la función de demanda global con la función de oferta global se denominará la demanda
efectiva. Como ésta es la esencia de la teoría general de la ocupación, cuya exposición es el
objeto que nos proponemos, los capítulos siguientes se ocuparán eJUensamente de
examinar los varios factores de que dependen ambas funciones.
Por otra parte, la doctrina clásica, que se acostumbraba expresar categóricamente con el
enunciado "la oferta crea su propia demanda" y el cual sigue siendo el sostén de toda la
teoría ortodoxa, implica un supuesto especial respecto a la relación entre estas dos
funciones; porque "la oferta crea su propia demanda" debe querer decir que f (N) y F(N) son
iguales para todos los valores de N, es decir, para cuaquier volumen de producción y
ocupación; y que cuando hay un aumento en Z (= F(N) correspondiente a otro en N, D (= f
(N) crece necesariamente en la misma cantidad que Z. La teoría clásica supone, en otras
palabras, que el precio de la demanda global (o producto de las ventas) siempre se ajusta
por sí mismo al precio de la oferta global, en tal forma que cualquiera que sea el valor de N,
el producto D adquiere un valor igual al del precio de la oferta global Z que corresponde a N.
Es decir, que la demanda efectiva, en vez de tener un valor de equilibrio único, es una escala
infinita de valores, todos ellos igualmente admisibles, y que el volumen de ocupación es
indeterminado, salvo en la medida en que la desutilidad del trabajo marque un límite superior.
Si esto fuera cierto, la competencia entre los empresarios conduciría siempre a. un aumento
de la ocupación hasta el punto en que la oferta en conjunto cesara de ser elástica, es decir,
cuando un nuevo aumento en. el valor de la demanda efectiva ya no fuera acompañado por
un crecimiento de la producción. Evidentemente esto equivale a la ocupación plena. En el
capítulo anterior dimos una definición de ésta en términos de la conducta de los obreros; una
alternativa, aunque equivalente, es el que ahora hemos alcanzado, o sea, aquella situación
en que la ocupación total es inelástica frente a un aumento en la demanda efectiva de la
producción correspondiente. De este modo el principio de Say, según el cual el precio de la
demanda global de la producción en conjunto es igual al precio de la oferta global para
cualquier volumen de producción, equivale a decir que no existe obstáculo para la ocupación
plena. Sin embargo, si ésta no es la verdadera ley respecto de las funciones globales de la
demanda y la oferta, hay un capítulo de importancia capital en la teoría económica que
todavía no se ha escrito y sin el cual son fútiles todos los estudios relativos al volumen de la
ocupación global.
II
Tal vez un breve resumen de la teoría de la ocupación que se desarrollará en el curso de los
siguientes capítulos pueda ayudar al lector en esta etapa, aun cuando quizá no sea
completamente inteligible. Los términos usados se aclararán con mayor cuidado en su
oportunidad. En este resumen supondremos que el salario nominal y el costo de los otros
factores son constantes por unidad de trabajo empleado; pero esta simplificación, de la que
prescindiremos después, se usa únicamente para facilitar la exposición. El carácter esencial
del argumento es exactamente igual, sin importar que los salarios nominales, etc., sean o no
susceptibles de modificarse.
El bosquejo de nuestra teoría puede expresarse como sigue: cuando aumenta la ocupación
aumenta también el ingreso global real de la comunidad; la psicología de ésta, es tal que
cuando el ingreso real, aumenta, el consumo total crece, pero no tanto como el ingreso. De
aquí que los empresarios resentirían una pérdida si el aumento total de la ocupación se
destinara a satisfacer la mayor demanda de artículos de consumo inmediato. En
consecuencia, para justificar cualquier cantidad dada de ocupación, debe existir cierto
volumen de inversión que baste para absorber el excedente que arroja la producción total
sobre lo que la comunidad decide consumir cuando la ocupación se encuentra a dicho nivel;
porque a menos de que exista este volumen de inversión, los ingresos de los empresarios
serán menores que los requeridos para inducirlos a ofrecer la cantidad de ocupación de que
se trate. Se desprende, pór tanto, que, dado lo que llamaremos la propensión a consumir de
la comunidad, el nivel de equilibrio de la ocupación, es decir, el nivel que no induce a los
empresarios en conjunto a ampliar o contraer la ocupación, dependerá de la magnitud de la
inversión corriente. El monto de ésta dependerá, a su vez, de lo .que llamaremos el incentivo
para Invertir, que, como después se verá, depende de la relación entre la curva de eficiencia
marginal del capital y el complejo de las tasas de interés para préstamos, de diversos plazos
y riesgos.
Así, dada la propensión a consumir y la tasa de nueva inversión, sólo puede existir un nivel
de ocupación compatible con el equilibrio, ya que cualquier otro produciría una desigualdad
entre el precio de la oferta global de la producción en conjunto y el precio de su demanda
global. Este nivel no puede ser mayor que el de la ocupación plena, es decir, el salario real
no puede ser menor que la desutilidad marginal del trabajo; pero no existe razón, e.n lo
general, para esperar que' sea igual a la ocupación plena. La demanda efectiva que trae
consigo la plena ocupación es un caso especial que sólo se realiza cuando la propensión a
consumir y el incentivo para invertir se encuentran en una relación mutua particular. Esta
relación particular, que corresponde a los supuestos de la teoría clásica, es, en cierto
sentido, una relación óptima; pero sólo puede darse cuando, por accidente o por designio, la
inversión corriente provea un volumen de demanda justamente igual al excedente del precio
de la oferta global de la producción resultante de la ocupación plena, sobre lo que la
comunidad decidirá gastar en consumo cuando la ocupación se encuentre en ese estado.
Esta teoría puede resumirse en las siguientes proposiciones:
1) En determinada situación de la técnica, los recursos y los, costos, el ingreso (tanto
monetario como real) depende del volumen de ocupación N.
2) La relación entre el ingreso de la comunidad y lo que se puede esperar que gaste en
consumo, designada por D1 dependerá de las características psicológicas de la comunidad,
que llamaremos su propensión a consumir. Es decir, que el consumo dependerá del nivel de
ingreso global y, por tanto, del nivel de ocupación N, excepto cuando ocurre algún cambio en
la propensión a consumir.
3) El volumen de trabajo N que los empresarios deciden emplear depende de la suma (D) de
dos cantidades, es decir, D1, la suma que se espera gastará la comunidad en consumo, y
D2, la que se espera que dedicará a nuevas inversiones. D es lo que antes hemos llamado
demanda efectiva.
4) Desde el momento que D1 + D2 = D = F(N), en donde F es la función de la oferta global, y
como, según hemos visto en 2), D1 es función de N, que puede escribirse X (N),
dependiendo de la propensión a consumir, se deduce que F(N) - X (N) = D2.
5) De aquí se desprende que, en equilibrio, el volumen de ocupación depende: a) de la
función de la oferta global, F, b) de la propensión a consumir, X, y c) del volumen de
inversion, D2. Esta es la esencia de la teoría general de la ocupación.
6) Para cada valor de N hay una productividad marginal correspondiente de la mano de obra
en las industrias de artículos para asalariados, la que determina el salario real. El párrafo 5)
está sujeto, por tanto, a la condición de que N no puede exceder de aquel valor que reduce el
salario real hasta igualado con la desutilidad marginal de la mano de obra. Esto quiere decir
que no todos los cambios en D son compatibles con nuestro supuesto provisional de que los
salarios nominales son constantes. Por esta razón será necesario, para realizar una
exposición más completa de nuestra teoría, renunciar a esta hipótesis.
7) En la teoría clásica, de acuerdo con la cual D = F(N) para todos los valores de N, el
volumen de ocupación está en equilibrio neutral en todos los casos en que N sea inferior al
máximo, de manera que puede esperarse que la fuerza de la competencia entre los
empresarios lo eleve hasta dicho valor máximo. Sólo en este punto, según la teoría clásica,
puede existir equilibrio estable.
8) Cuando la ocupación aumenta, D1 hará la propio, pero no tanto como D; ya que cuando el
ingreso sube, el consumo lo harátambién, pero menos. La clave de nuestro problema
práctico se encuentra en esta ley psicológica; porque de aquí se sigue que cuanto. mayor
sea el volumen de ocupación, más grande será la diferencia entre el precio de la oferta global
(Z) de la producción correspondiente y la suma (D1) que los empresarios esperan recuperar
con los gastos de los consumidores.
Por tanto, si no ocurren cambios en la propensión a consumir, la ocupación no puede
aumentar, a menos que al mismo tiempo D2 crezca en tal forma que llene la diferencia
creciente entre Z y D1, Por consiguiente, el sistema económko puede encontrar en sí mismo
un equilibrio estable con N a un nivel inferior a la ocupación completa, es decir, al nivel dado
por la intersección de la función de demanda global y la función de oferta global -excepto en
los supuestos especiales de la teoría clásica, de acuerdo con los cuales actúa alguna fuerza
que, c!!ando la ocupación aumenta, siempre hace que D2 suba lo suficiente para cubrir la
distancia creciente que separa a Z de D1,
El volumen de ocupación no está, pues, fijado por la desutilidad marginal del trabajo, medida
en salarios reales, excepto en el caso de que la oferta disponible de mano de obra para una
magnitud dada de salarios reales señale un nivel máximo a la ocupación. La propensión a
consumir y el coeficiente de inversión nueva determinan, entre ambos, el volumen de
ocupación, y éste está ligado únicamente a un nivel determinado de salarios reales -no al
revés-. Si la propensión a consumir y el coeficiente de inversión nueva se traducen en una
insuficiencia de la demanda efectiva, el volumen real de ocupación se reducirá hasta quedar
por debajo de la oferta de mano de obra potencialmente disponible al actual salario real, y el
salario real de equilibrio será mayor que la desutilidad marginal del nivel de equilibrio de la
ocupación.
Este análisis nos proporciona una explicación de la paradoja de la: pobreza en medio de la
abundancia; porque la simple existencia de una demanda efectiva insuficiente puede, y a
menudo hará, que el aumento de ocupación se detenga antes que haya sido alcanzado- el
nivel de ocupación plena. La insuficiencia de la demanda efectiva frenará el proceso de la
producción aunque el producto marginal de la mano de obra exceda todavía en valor a la
desutilidad marginal de la ocupación.
Más aún, cuanto más rica sea la comunidad, mayor tenderá a ser la distancia que separa su
producción real de la potencial y, por tanto, más obvios y atroces los defectos del sistema
económico; porque una comunidad pobre estará propensa a consumir la mayor parte de su
producción, de manera que una inversión modesta será suficiente para lograr la ocupación
completa; en tanto que una comunidad rica tendrá que descubrir oportunidades de inversión
mucho más amplias para que la propensión a ahorrar de sus miembros más opulentos sea
compatible con la ocupación de los más pobres. Si en una comunidad potencialmente rica el
incentivo para invertir es débil, entonces, a pesar de su riqueza potencial, la actuación del
principio de la demanda efectiva la empujará a reducir su producción real hasta que a pesar
de dicha riqueza potencial, haya llegado a ser tan pobre que sus excedentes sobre el
consumo se hayan reducido lo bastante para corresponder a la debilidad de incentivo para
invertir.
Pero falta lo peor: no solamente es más débil la propensión marginal a consumir 6 en una
comunidad rica, sino que, debido a que su acumulación de capital es ya grande, las
oportunidades para nuevas inversiones son menos atractivas, a no ser que la tasa de interés
baje lo bastante de prisa, lo cual nos lleva a la teoría del interés y a las razones por las
cuales no baja automáticamente al nivel apropiado, de lo que nos ocuparemos en el Libro IV.
6 Definida en el cap. 10.
En esta forma, el análisis de la propensión a consumir, la definición de eficiencia marginal del
capital y la teoría de la tasa de interés son las tres lagunas principales de nuestros
conocimientos actuales, que es necesario llenar. Cuando esto se haya logrado
encontraremos que la teoría de los precios ocupa su lugar apropiado como subsidiaria de
nuestra teoría general. Veremos después, sin embargo, que el dinero juega papel esencial
en nuestra teoría de la tasa de interés e intentaremos desentrañar las características
peculiares del dinero que lo distinguen de otras cosas.
III
En la economía ricardiana, que sirve de base a lo que se nos ha enseñado por más de un
siglo, es esencial la idea de que podemos desdeñar impunemente la función de demanda
global. Es verdad que Malthus se opuso con vehemencia a la doctrina de Ricardo de que era
imposible una insuficiencia de la demanda efectiva, pero en vano, porque no pudo explicar
claramente (fuera de un llamado a la observación común de los hechos) cómo y por qué la
demanda efectiva podría ser deficiente o excesiva, no logró dar una construcción alternativa
y Ricardo conquistó a Inglaterra de una manera tan cabal como la Santa Inquisición a
España. Su teoría no fue aceptada sólo por la City, los estadistas y el mundo académico,
sino que la, controversia se detuvo y el punto de vista contrario desapareció completamente
y dejó de ser discutida. El gran enigma de la demanda efectiva, con el que Malthus había
luchado, se desvaneció de la literatura económica. Ni una sola vez puede verse mencionado
en cualquiera de los trabajos de Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou, de cuyas manos ha
recibido su mayor madurez la teoría clásica. Sólo pudo vivir furtivamente disfrazada, en las
regiones del bajo mundo de Carlos Marx, Silvio Gesell y el mayor Douglas.
Lo cabal de la victoria de los ricardianos tiene algo de curiosidad y de misterio;
probablemente se debió a un complejo de conformaciones de la doctrina al medio ambiente
en que fue proyectada. Creo que el hecho de haber llegado a conclusiones completamente
distintas de las que una persona sin instrucción del tipo medio podría esperar, contribuyó a
su prestigio intelectual. Le dio virtud el hecho de que sus enseñanzas transportadas a la
práctica, eran austeras y a veces insípidas; le dio belleza el poderse adaptar a una
superestructura lógica consistente; le dio autoridad el hecho de que podía explicar muchas
injusticias sociales y aparente crueldad como un incidente inevitable en la marcha del
progreso, y que el intento de cambiar estas cosas tenía, en términos generales, más
probabilidades de causar daño que beneficio; y, por fin, el proporcionar cierta justificación a
la libertad de acción de los capitalistas individuales le atrajo el apoyo de la fuerza social
dominante que se hallaba tras la autoridad.
Aunque la doctrina en sí ha permanecido al margen de toda duda para los economistas
ortodoxos hasta nuestros días, su completo fracaso en lo que atañe a la posibilidad de
predicción científica ha dañado enormemente, al través del tiempo, el prestigio de sus
defensores; porque, al parecer, después de Malthus los economistas profesionales
permanecieron impasibles ante la falta de concordancia entre los resultados de su teoría y
los hechos observados -una discrepancia que el hombre común y corriente no había dejado
de observar, con el resultado de una creciente renuencia a conceder a los economistas esta
manifestación de respeto que da a otros grupos científicos cuyas conclusiones teóricas son
confirmadas por la observación cuando se aplican a los hechos.
En mi opinión, el celebrado optimismo de la teoría económica tradicional puede encontrarse
también en el hecho de no haber tenido en cuenta la rémora que una insuficiencia de la
demanda efectiva puede significar para la prosperidad; porque es evidente que en una
sociedad que funcionara de acuerdo con los postulados clásicos debería existir una
tendencia natural hacia el empleo óptimo de los recursos. Puede suceder muy bien que la
teoría. clásicá represente el camino que nuestra economía debería seguir; pero suponer que
en realidad lo hace así es eliminar graciosamente nuestras dificultades. Tal optimismo es el
causante de que se mire a los economistas como Cándidos que, habiéndose apartado de
este mundo para cultivar sus jardines, predican que todo pasa del mejor modo en el más
perfecto posible de los mundos, a condición de que dejemos las cosas en libertad.
EL FINAL DEL LAISSEZ-FAIRE (1926)
John Maynard Keynes
Este ensayo, que fue publicado como opúsculo por Hogarth Press en julio de 1926, se basó
en la conferencia Sidney Ball, pronunciada por Keynes en Oxford, en noviembre de 1924, y
en una conferencia dictada por él en la Universidad de Berlín, en junio de 1926. Los capítulos
IV y V se utilizaron en Essays in persuasion.
I
La disposición hacia los asuntos públicos, que de modo apropiado sintetizamos como
individualismo y laissez-faire, tomó su alimento de muchas y diversas corrientes de
pensamiento e impulsos sentimentales. Durante más de cien años nuestros filósofos nos
gobernaron porque, por un milagro, casi todos ellos estuvieron de acuerdo o parecieron
estarlo en esta única cosa. Todavía ahora no bailamos con otro ritmo. Pero se percibe un
cambio en el ambiente. Sin embargo, oímos confusamente las que antaño fueron las más
claras y distintas voces' que siempre han inspirado al hombre político. La orquesta de
diversos instrumentos, el coro de sonido armonioso, se aleja finalmente en la distancia.
Al final del siglo XVIII, el derecho divino de los reyes cedió su lugar a la libertad natural y al
contrato, y el derecho divino de la Iglesia al principio de tolerancia y a la opinión de que una
Iglesia es «una sociedad voluntaria de hombres», que caminan juntos, de una manera que es
«absolutamente libre y espontánea» (1). Cincuenta años más tarde, el origen divino y el
imperativo categórico del deber cedieron su lugar al cálculo utilitario. En manos de Locke y
Hume, estas doctrinas fundamentaron el individualismo. El contrato supone derechos en el
individuo; la nueva ética, no siendo más que un estudio científico de las consecuencias del
egoísmo racional, colocó al individuo en el centro. «El único esfuerzo que pide la Virtud» -
dice Hume- «es el del cálculo justo y una constante preferecia por la mayor Felicidad» (2).
Estas ideas estaban de acuerdo con las nociones prácticas de conservadores y letrados.
Ellas proporcionaron un fundamento intelectual satisfactorio para los derechos de propiedad
y la libertad del individuo para hacer lo que le plazca consigo mismo y con lo que le
pertenece. Ésta fue una de las contribuciones del siglo XVIII al ambiente que todavía
respiramos.
La finalidad de ensalzar al individuo fue deponer al monarca y a la Iglesia; el efecto -a través
de la nueva significación ética atribuida al contrato- fue el de afianzar la propiedad y la
norma. Pero no tardaron en levantarse nuevamente las protestas de la sociedad contra el
individuo. Paley y Bentham aceptaron el hedonismo utilitarista (3) de las manos de Hume y
sus predecesores, pero ampliándolo a la utilidad social. Rousseau tomó el Contrato Social de
Locke y dedujo de él la Voluntad General. En todos los casos la transición se realizó en virtud
del nuevo énfasis puesto sobre la igualdad. «Locke aplica su Contrato Social para modificar
la igualdad natural de la humanidad, en tanto esta expresión implica igualdad de propiedad o
incluso de privilegio, atendiendo a la seguridad general. En la versión de la igualdad según
Rousseau, no es sólo el punto de partida, sino la finalidad» (4).
Paley y Bentham llegaron al mismo destino, pero por caminos diferentes. Paley evitó una
conclusión egoísta a su hedonismo por medio del Dios de la máquina. «La Virtud» -dijo «es
hacer el bien a la humanidad, por obediencia a la voluntad de Dios, y por amor de la felicidad
eterna»; volviendo de esta manera a la paridad entre yo y los otros. Bentham llegó al mismo
resultado por la pura razón. No existe fundamento racional, argumentó, para preferir la
felicidad de un individuo, aunque sea uno mismo, a la de cualquier otro. Por tanto, la mayor
felicidad del mayor número es el único objeto racional de la conducta, tomando la utilidad de
Hume, pero olvidando este 'corolario cínico del hombre sagaz: «No es contrario a la razón
preferir la destrucción del mundo entero a un arañazo de mi dedo, No es contrario a la razón
escoger para mí la ruina total para evitar la más pequeña incomodidad de un indio o de una
persona totalmente desconocida para mí... La razón es y sólo debe ser la esclava de las
pasiones y no puede pretender nunca otra tarea que servirlas y obedecerlas»,
Rousseau dedujo la igualdad del estado de la naturaleza, Paley de la voluntad de Dios,
Bentham de una ley matemática de indiferencia, Así entraron la igualdad y el altruismo en la
filosofía política, y a través de Rousseau y Bentham conjuntamente pasaron a la democracia
y al socialismo utilitarista,
Ésta es la segunda corriente -surgida de controversias muertas desde hace tiempo y
arrastradas en su camino por falacias largamente explotadas- que todavía impregna nuestra
atmósfera de pensamiento, Pero ésta no ha eliminado la corriente anterior. Se ha mezclado
con ella, Los primeros años del siglo XIX realizaron la milagrosa unión, Ella armonizó el
individualismo conservador de Locke, Hume, Johnson y Burke con el socialismo y el
igualitarismo democrático de Rousseau, Paley, Bentham y Godwin (5).
Sin embargo, hubiera sido difícil que esa época alcanzara esta armonía de cosas opuestas si
no hubiera sido por los economistas, que surgieron precisamente en el momento oportuno,
La idea de una armonía divina entre las ventajas privadas y el bien público es ya evidente en
Paley, Pero fueron los economistas quienes dieron a la noción una buena base científica,
¡Supone que por la acción de las leyes naturales los individuos que persiguen sus propios
intereses con conocimiento de causa, en condiciones de libertad, tienden siempre a
promover al propio tiempo el interés general! Nuestras dificultades filosóficas están resueltas,
al menos para el hombre práctico, que puede concentrar entonces sus esfuerzos en asegurar
las condiciones necesarias de libertad. A la doctrina filosófica de que el gobierno no tiene
derecho a interferir, ya la doctrina divina de que no tiene necesidad de interferir, se añade
una prueba científica de que su interferencia es inconveniente.
Ésta es la tercera corriente de pensamiento, que se puede descubrir precisamente en Adam
Smith, que estuvo lista en lo principal para permitir al bien público descansar en “el esfuerzo
natural de cada individuo para mejorar su propia condición”, pero que no fue desarrollada
completa y conscientemente hasta principios del siglo XIX. El principio del laissezfaire había
llegado a armonizar individualismo y socialismo, y a conciliar el egoísmo de Hume con el
mayor bien para el mayor número. El filósofo político podía retirarse en favor del hombre de
negocios, porque el último podía alcanzar el summum bonum sólo con perseguir su propio
beneficio privado.
Sin embargo, se necesitaban algunos otros ingredientes para completar el pastel. En primer
lugar, la corrupción e incompetencia del gobierno del siglo XVIII, una gran parte de cuya
herencia sobrevive en el diecinueve. El individualismo de los filósofos políticos apunta al
laissez-faire. La armonía divina o científica (según el caso) entre el interés privado y el
interés público apunta al laissez-faire. Pero, por encima de todo, la ineptitud de los
administradores públicos inclina decididamente al hombre práctico a favor del laissez-faire,
sentimiento que de ningún modo ha desaparecido. Casi todo lo que hizo el Estado en el siglo
XVIII, por encima de sus funciones mínimas, fue, o pareció, perjudicial o desafortunado.
Por otra parte, el progreso material entre 1750 y 1850 vino de la mano de la iniciativa
individual, y no debió casi nada a la influencia directiva de la sociedad organizada como un
todo. Así, la experiencia práctica reforzó los razonamientos a priori.
Los filósofos y economistas nos dijeron que por diversas y profundas razones la empresa
privada sin trabas había promovido el mayor bien para todos. ¿Qué otra cosa hubiera podido
agradar más al hombre de negocios? ¿Podía un observador práctico, mirándole, negar que
los beneficios del progreso que distinguían la edad en la que él vivía se debían a las
actividades de los individuos «en ascenso»? De esta manera, el terreno era fértil para una
doctrina según la que, sobre bases divinas, naturales o científicas, la acción del Estado debe
limitarse estrechamente, y la vida económica debe dejarse, sin regular hasta donde pueda
ser, a la habilidad y buen sentido de los ciudadanos individuales, movidos por el motivo
admirable de intentar progresar en el mundo.
En la época en que estaba desvaneciéndose la influencia de Paley y sus semejantes, las
innovaciones de Darwin conmovían los fundamentos de la fe. Nada podía parecer más
opuesto que la vieja y la nueva doctrina, la doctrina que veía el mundo como la obra del
relojero divino y la doctrina que parecía sacar todas las cosas de la Casualidad, del Caos y
de los Viejos Tiempos. Pero en aquel momento las nuevas ideas apuntalaron a las viejas.
Los economistas estaban enseñando que la riqueza, el comercio y la maquinaria eran las
criaturas de la libre competencia y que la libre competencia hizo a Londres. Pero los
darwinianos pudieron ir más lejos que eso: la libre competencia había hecho al hombre. El
ojo humano ya no era la demostración del proyecto, discurriendo milagrosamente todas las
cosas con la mejor intención; era el logro máximo de la casualidad, actuando en condiciones
de libre competencia y laissez-faire. El principio de supervivencia del más apto podía
considerarse como una amplia generalización de la economía ricardiana. Las interferencias
socialistas venían a ser, a la luz de esta síntesis más completa, no sólo inconvenientes, sino
sacrílegas, como calculadas para retrasar el movimiento progresivo del vigoroso proceso por
medio del cual nosotros mismos habríamos salido, como Afrodita, del limo primitivo del
océano.
Por tanto, atribuyo la unidad peculiar de la filosofía política diaria del siglo XIX al éxito que
tuvo al armonizar escuelas diversas y opuestas y al unificar todas las cosas buenas para un
único fin. Se ha visto que Hume y Paley, Burke y Rousseau, Godwin y Malthus, Cobbett y
Huskisson, Bentham y Coleridge, Darwin y el obispo de Oxford, todos, estuvieron predicando
prácticamente lo mismo: individualismo y laissez faire. Ésta era la Iglesia de Inglaterra y
aquéllos sus apóstoles, mientras que el gremio de los economistas estaba allí para probar
que la menor desviación hacia la impiedad provocaba la ruina financiera.
Estas razones y esta atmósfera constituyen las explicaciones, tanto si lo sabemos como si no
-y la mayoría de nosotros, en estos degenerados días, somos ampliamente ignorantes en la
materia-, de por qué sentimos una preferencia tan fuerte a favor del laissez-faire, y por qué la
acción del Estado para regular el valor del dinero, o el curso de la inversión, o la población,
provoca suspicacias tan apasionadas en muchos corazones íntegros. No hemos leído a
estos autores; consideraríamos absurdos sus argumentos si fueran a caer en nuestras
manos. Sin embargo, me parece que no pensaríamos como lo hacemos, si Hobbes, Locke,
Hume, Rousseau, Paley, Adam Smith, Bentham y la Srta. Martineau no hubieran pensado y
escrito como lo hicieron. Un estudio de la historia de la opinión es un preámbulo necesario
para la emancipación de la mente. No sé lo que hace más conservador a un hombre, si
conocer sólo el presente o sólo el pasado.
II
He dicho que fueron los economistas quienes proporcionaron el pretexto científico por medio
del cual el hombre práctico pudo resolver la contradicción entre egoísmo y socialismo, que
surgía del filosofar del siglo XVIII y de la decadencia de la religión revelada. Pero habiendo
dicho esto en aras de la brevedad, me apresuro a matizardo. Esto es lo que se supone que
han dicho los economistas. Ninguna doctrina semejante se encuentra en los escritos de las
principales autoridades. Es lo que dijeron los popularizadores y divulgador es. Es lo que
fueron llevados a creer los utilitaristas, que admitían al mismo tiempo el egoísmo de Hume y
el igualitarismo de Bentham, si querían hacer una síntesis (6). El lenguaje de los economistas
se prestaba a la interpretación del laissez-faire. Pero la popularidad de la doctrina debe
dejarse a la puerta de los filósofos políticos de la época, a quienes resultó corresponder, más
que a los economistas políticos.
La máxima laissez-nous faire se atribuye tradicionalmente al comerciante Legendre,
dirigiéndose a Colbert poco antes de finalizar el siglo XVII (7). Pero no hay duda de que el
primer escritor que usó la frase, y lo hizo en clara asociación con la doctrina, es el marqués
de Argenson, hacia 1751 (8) marqués fue el primer hombre que se apasionó por las ventajas
económicas de los gobiernos que dejan en libertad el comercio. Para gobernar mejor, dijo, se
debe gobernar menos (9). La verdadera causa de la decadencia de nuestras manufacturas,
declaró, es la protección que les hemos dado (10). “Dejad hacer, tal debiera ser la divisa de
todo poder público, desde que el mundo está civilizado”. “¡Detestable principio el de no
querer grandeza más que por la decadencia de nuestros vecinos! No hay más que ruindad y
malicia de corazón en los que se satisfacen con este principio, y el interés se opone a ello.
¡Dejad hacer, voto a bríos! ¡¡Dejad hacer!!”
Aquí tenemos la doctrina económica del laissez-faire, con su más ferviente expresión en el
libre comercio, del todo arropada. Las frases y la idea deben haber sido corrientes en París
desde entonces. Pero tardaron en consagrarse en la literatura; y la tradición que las asocia
con los fisiócratas, y particularmente con Gournay y Quesnay, encuentra poco apoyo en los
escritos de esta escuela, aunque ellos propusieron, por supuesto, la armonía esencial de los
intereses sociales e individuales. La frase laissez-faire no se encuentra en las obras de Adam
Smith, Ricardo o Malthus. Ni siquiera la idea está presente en forma dogmática en algunos
de estos autores. Adam Smith, por supuesto, fue un librecambista y se opuso a muchas
restricciones del comercio del siglo XVIII. Pero su actitud hacia las leyes de navegación y las
leyes de usura demuestra que no era dogmático. Incluso su famoso pasaje sobre «la mano
invisible» refleja la filosofía que asociamos con Paley, más que el dogma económico del
laissez-faire. Como han señalado Sidgwick y Cliff Leslie, la defensa que hizo Adam Smith del
“sistema obvio y sencillo de libertad natural” se deduce de su punto de vista teísta y optimista
sobre el orden del mundo, tal como lo expuso claramente en su Teoría de los Sentimientos
Morales, más que de cualquier otra proposición de la propia economía política (11) La frase
laissezfaire se introdujo, creo, en el uso popular en Inglaterra a través de un pasaje bien
conocido del Dr. Franklin (12). En efecto, no es hasta las últimas obras de Bentham -que no
fue un economista en absoluto- cuando descubrimos la regla del laissez-faire, en la forma en
que la conocieron nuestros abuelos, adoptada al servicio de la filosofía utilitarista. Por
ejemplo, en Manual de Economía Política (13), escribe: «La regla general es que el gobierno
no debe hacer ni intentar nada; la divisa o el lema del gobierno en estas ocasiones, debe ser:
¡Quieto!”... La petición que la agricultura, las manufacturas y el comercio presentan a los
gobiernos es tan modesta y razonable como la que hizo Diógenes a Alejandro: No me tapes
el sol”.
Desde entonces, la campaña política a favor del librecambio, la influencia de la denominada
Escuela de Manchester y de los utilitaristas benthamitas, las declaraciones de autoridades
económicas secundarias y las historias educativas de la Srta. Martineau y de la Sra. Marcet,
fijaron el laissezfaire en la mente popular, como conclusión práctica de la economía política
ortodoxa. Con esta gran diferencia: que habiendo sido aceptada entretanto la visión
malthusiana de la población por esta misma escuela de pensamiento, el optimista laissez-
faire de la segunda mitad del siglo XVIII cedió su puesto al pesimista laissez-faire de la
primera mitad del siglo XIX (14).
En las Conversations on political economy de la Sra. Marcet (1817), Caroline se mantiene
tanto como puede en favor del control de los gastos del rico. Pero en la página 418 tiene que
admitir la derrota:
CAROLINE. Cuanto más aprendo sobre este tema, más me siento convencida de que los
intereses de las naciones, como los de los individuos, lejos de oponerse entre si, están en el
más perfecto acuerdo.
SRA. B. Las opiniones liberales y amplias llevarán siempre a conclusiones similares, y nos
enseñan a abrigar sentimientos de benevolencia universal hacia los demás; de aquí la
superioridad de la ciencia sobre el simple conocimiento práctico.
En 1850, las Easy lessons for the use of young people, del arzobispo Whately, que la
Sociedad para la Promoción del Conocimiento Cristiano distribuía al por mayor, no admite ni
siquiera aquellas dudas que la Sra. B. permitió ocasionalmente tener a Caroline.
«Probablemente causa más daño que bien» -concluye el pequeño libro- «cualquier
interferencia del Gobierno en las transacciones monetarias de los hombres, tanto si se
arrienda como si se toma en arriendo, o en las compraventas de cualquier clase.» La
verdadera libertad es «que a cada hombre debe dejársele en libertad de disponer de su
propiedad, de su tiempo, fuerza y habilidad, en cualquier modo que él pueda pensar que le
conviene, supuesto que no perjudique a sus vecinos». .
En pocas palabras, el dogma se había apropiado de la máquina educativa; había llegado a
ser una máxima para ser copiada. La filosofía política, que los siglos XVII y XVIII habían
forjado para derribar a reyes y prelados, se había convertido en leche para bebes y había
entrado literalmente en el cuarto de los niños.
Finalmente, en las obras de Bastiat llegamos a la expresión más extravagante y poética de la
religión del economista político. En sus Armonías económicas, dice:
Intento demostrar la Armonía de aquellas leyes de la Providencia que gobiernan la sociedad
humana. Lo que hace que estas leyes sean armoniosas y no discordantes es que todos los
principios, todos los motivos, todos los impulsos a la acción, todos los intereses, cooperan
hacia un gran resultado final... y ese resultado es la aproximación indefinida de todas las
clases hacia un nivel que siempre es creciente; en otras palabras, la igualación de los
individuos en la mejora general.
y cuando, como otros sacerdotes, traza su Credo, lo hace como sigue:
Creo que Él, que ha dispuesto el universo material, no ha apartado Su mirada del orden' del
mundo social. Creo que Él ha combinado y hecho que actúen en armonía tanto los agentes
libres como las moléculas inertes... Creo que la invencible tendencia social es una
aproximación constante de los hombres hacia un nivel moral, intelectual y físico común, con,
al mismo tiempo, una elevación progresiva e indefinida de ese nivel. Creo que todo lo que se
necesita para un desarrollo gradual y pacifico de la humanidad es que sus tendencias no
sean obstaculizadas y que la libertad de sus movimientos no sea destruida.
Desde la época de John Stuart Mill, economistas con autoridad han reaccionado fuertemente
contra todas las ideas semejantes. «Apenas un solo economista inglés de reputación»-como
ha expresado el profesor Cannan- «se adherirá a un ataque frontal contra el socialismo en
general» -aunque, como también añade- «casi todos los economistas, con reputación o sin
ella están siempre a punto de polemizar en la mayoría de propuestas socialistas» (15). Los
economistas ya no tienen ningún vínculo con las filosofías teológicas o políticas que dieron
nacimiento al dogma de la armonía social, y su análisis científico les lleva a' conclusiones
diferentes.
Cairnes, en la conferencia introductoria sobre «Economía política y laissez-faire”, que
pronunció en el University College de Londres, en 1870, fue tal vez el primer economista
ortodoxo que dirigió un ataque frontal contra el laissez-faire en general. «La máxima del
laissez-faire» -declaró- «no tiene base científica alguna, y a lo sumo es una simple y hábil
regla práctica» (16). Esta ha sido, en los cincuenta años últimos, la opinión de todos los
economistas importantes. Una parte del trabajo más importante de Alfred Marshall -por poner
un ejemplo- se dedicó a la explicación de los principales casos en los que el interés privado y
el interés social no estaban en armonía. Sin embargo, la actitud cauta y nada dogmática de
los mejores economistas no ha prevalecido contra la opinión general de que un laissez-faire
individualista es lo que ellos debieron enseñar y lo que de hecho enseñaron.
III
Los economistas, como otros científicos, han escogido las hipótesis de las que parten, que
ofrecen a los principiantes, porque es lo más simple y no porque es lo más próximo a los
hechos. En parte por esta razón, pero en parte -lo admito porque se han visto sesgados por
las tradiciones sobre la materia, han empezado suponiendo un estado de cosas en el que la
distribución ideal de los recursos productivos puede producirse a través de la actuación
independiente de los individuos, mediante el método de prueba y error, de tal modo que
aquellos individuos que actúan en la dirección correcta eliminarán por la competencia a
aquellos que lo hacen en la dirección equivocada. Esto implica que no debe haber piedad ni
protección para aquellos que embarcan su capital o su trabajo en la dirección errónea. Es un
método que permite el ascenso de los que tienen más éxito en la persecución del beneficio, a
través de una lucha despiadada por la supervivencia, que selecciona al más eficiente
mediante la bancarrota del menos eficiente. No cuenta el coste de la lucha, sino sólo los
beneficios del resultado final, que se supone son permanentes. Siendo el objeto de la vida
cortar las hojas de las ramas hasta la mayor altura posible, la manera más plausible de
alcanzar este fin es permitir que las jirafas con el cuello más largo dejen morir de hambre a
las que lo tienen más corto.
Concordando con este método de alcanzar la distribución ideal de los instrumentos de
producción entre los diferentes fines, hay un supuesto similar sobre el modo de alcanzar la
distribución ideal de lo que está disponible para el consumo.
En primer lugar, cada individuo descubrirá cuál entre los objetos posibles de consumo, él
desea más, por el método de prueba y error «en el margen», y de esta manera no sólo cada
consumidor distribuirá su consumo más ventajosamente, sino que cada objeto de consumo
encontrará su camino hacia la boca del consumidor cuya satisfacción es la mayor cuando se
la compara con la de los demás, porque ese consumidor ofrecerá más que los otros. Así, si
dejamos que las jirafas se comporten libremente, (1) se cortará la máxima cantidad de hojas,
porque las jirafas con el cuello más largo, a fuerza de matar de hambre a las otras, se
colocarán más cerca de los árboles; (2) cada jirafa tratará de tomar las hojas que le parezcan
más suculentas entre las que estén a su alcance; y (3) las jirafas a las que apetezca una hoja
dada más que cualquier otra, se estirarán al máximo para alcanzarla. De esta manera, más y
más jugosas hojas serán engullidas, y cada hoja alcanzará la garganta que ella crea que ha
acreditado un mayor esfuerzo.
Sin embargo, este supuesto de condiciones en las que la selección natural sin limitaciones
lleva al progreso, sólo es uno de los dos supuestos provisionales que, tomados como verdad
literal, se han convertido en los contrafuertes gemelos del laissez-faire. El otro es la eficacia,
y ciertamente la necesidad, de la oportunidad para hacer dinero privado ilimitadamente,
como un incentivo al máximo esfuerzo. En condiciones de laissez-faire aumenta el beneficio
del individuo que, por habilidad o por buena fortuna, se halla con sus recursos productivos en
el lugar correcto y en el tiempo apropiado. Un sistema que permite al individuo industrioso o
afortunado cosechar la totalidad de los frutos de esta coyuntura ofrece evidentemente un
inmenso incentivo para la práctica del arte de estar en el sitio adecuado y en el tiempo
oportuno. De esta manera, uno de los motivos humanos más poderosos, es decir, él amor
del dinero, se empareja con la tarea de distribuir los recursos económicos del modo mejor
calculado para aumentar la riqueza.
El paralelismo entre el laissez-faire económico y el darwinismo, que ya se ha advertido
brevemente, se ve ahora, como Herbert Spencer fue el primero en reconocer, que es muy
estrecho. Al igual que Darwin invocó el amor sexual, que actúa a través de la selección
sexual, como ayuda de la selección natural mediante la competencia, para dirigir la evolución
a lo largo de las líneas que serían tan deseables como efectivas, así el individualista invoca
el amor del dinero, actuando a través de la persecución del beneficio, como ayuda de la
selección natural; para obtener la producción en la escala más grande posible de lo que se
desea con más fuerza, medido por el valor de cambio.
La belleza y la simplicidad de una teoría semejante son tan grandes que es fácil olvidar que
no se deduce de los hechos, sino de una hipótesis incompleta introducida en aras de la
simplicidad. Aparte de otras objeciones que se mencionarán más adelante, la conclusión de
que los individuos que actúan independientemente para su propio provecho producirán el
mayor agregado de riqueza depende de una variedad de supuestos irreales, en el sentido de
que los procesos de producción y consumo no son de ninguna manera orgánicos, que existe
un conocimiento previo suficiente de las condiciones y requisitos y de que existen
oportunidades adecuadas de obtener este conocimiento. Porque los economistas,
generalmente, dejan para una etapa posterior de su argumentación las complicaciones que
aparecen -(1) cuando las unidades eficientes de producción son grandes en relación con las
unidades de consumo, (2) cuando los gastos generales o costes comunes están presentes,
(3) cuando las economías internas tienden a la agregación de la producción, (4) cuando el
tiempo necesario para el ajuste es largo, (5) cuando la ignorancia prevalece sobre el
conocimiento, y (6) cuando los monopolios y las concentraciones interfieren en la igualdad en
la negociación-, dejan para un estadio posterior su análisis de los hechos reales. Además,
muchos de aquellos que reconocen que la hipótesis simplificada no corresponde con
precisión al hecho concluyen, sin embargo, que representa lo que es «natural» y, por tanto,
ideal. Consideran la hipótesis simplificada como salud, y las complicaciones adicionales
como enfermedad.
Sin embargo, además de esta cuestión de hecho, hay otras consideraciones, bastante
familiares, que nos llevan directamente al cálculo del coste y del carácter de la propia lucha
competitiva y la tendencia a que la 'riqueza se distribuya donde no es muy apreciada. Si nos
preocupa el bienestar de las jirafas, no debemos pasar por alto los sufrimientos de los cuellos
más cortos que están muertos de hambre o las dulces hojas que caen al suelo y son
pisoteadas en la lucha, o el hartazgo de las que tienen el cuello largo, o el mal aspecto de
ansiedad o voracidad agresiva que nubla los pacíficos rostros del rebaño.
Pero los principios del laissez-faire han tenido otros aliados, además de los manuales de
economía. Debe admitirse que han sido confirmados en las mentes de pensadores profundos
y del público razonable por la escasa calidad de las propuestas alternativas: el
proteccionismo por un lado y el socialismo marxista por el otro. Sin embargo, estas doctrinas
se caracterizan, no sólo o principalmente por infringir la presunción general en favor del
laissez-faire, sino por la simple falacia lógica. Ambos son ejemplos de pobreza de
Pensamiento, de incapacidad para analizar un proceso y seguido hasta su conclusión. Los
argumentos contra ellos, aunque reforzados por el principio del laissez-faire, en rigor no lo
necesitan. De los dos, el proteccionismo es, por lo menos, plausible, y las fuerzas que
trabajan por su popularidad no son de extrañar. Pero el socialismo marxista ha de
permanecer siempre como un portento para los historiadores de la opinión, cómo una
doctrina tan ilógica y tan torpe puede haber ejercido de modo tan poderoso y duradero una
influencia sobre las mentes de los hombres y, a través de ellas, sobre los acontecimientos de
la historia. De alguna manera, las evidentes deficiencias científicas de estas dos escuelas
contribuyeron grandemente al prestigio y autoridad del laissez-faire decimonónico.
Tampoco ha animado la más notable divergencia en la acción social centralizada a gran
escala -el régimen de la última guerra- a los reformadores ni ha disipado los antiguos
prejuicios. Hay mucho que decir, ciertamente, sobre ambos extremos. La experiencia de la
guerra en la organización de la producción socializada ha dejado a algunos observadores
próximos optimistamente ansiosos de repetida en condiciones de paz. El socialismo de
guerra alcanzó incuestionablemente una producción de riqueza en una escala mucho mayor
de la que nosotros hayamos conocido nunca en paz, pues aunque los bienes y servicios
producidos eran destinados a la extinción inmediata e inútil, no obstante eran riqueza, Sin
embargo, la disipación del esfuerzo fue también prodigiosa, y la atmósfera de despilfarro y de
no tener en cuenta el coste molestó a cualquier espíritu ahorrativo o providente.
Finalmente, el individualismo y el laissez-faire no podían, a pesar de sus profundas raíces en
las filosofías políticas y morales de finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve,
haber asegurado su dominio perpetuo sobre la dirección de los asuntos públicos, si no
hubiera sido por su conformidad con las necesidades y los deseos del mundo de los
negocios de la época. Ellos llenaron de objeto a nuestros héroes de antaño, los grandes
hombres de negocios. «Por lo menos la mitad del n”ejor talento en el mundo occidental» -
acostumbraba a decir Marshall- «se dedica a los negocios». Una gran parte de «la
imaginación más eminente» de la época estuvo empleada de este modo. Fue en las
actividades de estos hombres donde estuvieron centradas nuestras esperanzas de progreso.
Los hombres de este tipo -escribió Marshall (19)- viven experimentando constantemente
visiones cambiantes, modeladas en su propio cerebro, de los diferentes medios que pueden
conducir1es al fin deseado; de las dificultades que la naturaleza pone en cada camino y de
las estratagemas con que piensan que podrán vencer1as. Este esfuerzo imaginativo no es
apreciado por el público, ya que no puede mostrarse exteriormente; su potencialidad está
disciplinada por una fuerte voluntad; y su mayor gloria consiste en haber logrado grandes
fines por medios tan sencillos que nadie llegue a saber, y sólo los expertos puedan adivinar,
cuántos otros procedimientos, todos ellos más atractivos y brillantes para un observador
precipitado, ha sido necesario descartar a favor del elegido. La imaginación de un hombre de
este tipo se emplea: igual que la de un ajedrecista, en adivinar los obstáculos que pueden
oponerse al desarrollo normal de sus ambiciosos planes y en desechar constantemente las
jugadas brillantes por imaginarse las reacciones del adversario contra las mismas. La gran
resistencia de su sistema nervioso figura al extremo opuesto, en la escala de la naturaleza
humana, de la nerviosa irresponsabilidad de quienes conciban precipitadamente proyectos
utópicos. Éstos pueden ser comparados a los malos ajedrecistas, quienes con fácil osadía
resuelven rápidamente los problemas más difici1es moviendo ellos mismos todas las piezas,
tanto las blancas como las negras.
Ésta es una excelente pintura del gran capitán de industria, del maestro del individualismo,
que nos sirve al propio tiempo que se sirve a sí mismo, justamente como lo hace cualquier
otro artista. Sin embargo, éste, a su vez, se está convirtiendo en un ídolo deslucido. Cada
vez dudamos más de que sea él quien nos conduce de la mano al paraíso.
Todos estos elementos han contribuido a la tendencia intelectual corriente, al maquillaje
mental, a la ortodoxia de la época. La fuerza de muchas de las razones originales ha
desaparecido, pero, como de costumbre, la vitalidad de las conclusiones las sobrevive.
Sugerir una acción social en favor del bien público de la ciudad de Londres es como discutir
el Origen de las especies con un obispo de hace sesenta años. La primera reacción no es
intelectual, sino moral. Una ortodoxia está en cuestión, y cuanto más persuasivos sean los
argumentos, tanto más grave será la ofensa. Sin embargo, aventurándome en la cueva del
monstruo aletargado, por lo menos he rastreado sus quejas y genealogía, de manera que
demuestre que nos ha gobernado más por derecho hereditario que por mérito personal.
IV
Eliminemos los principios metafísicos o generales sobre los que, de cuando en cuando, se ha
fundamentado el laissez-faire. No es verdad que los individuos tengan una «libertad natural»
sancionada por la costumbre de sus actividades económicas. No existe un «convenio» que
confiera derechos perpetuos sobre aquellos que tienen o sobre aquellos que adquieren. El
mundo no se gobierna desde arriba, de manera que no siempre coinciden el interés privado y
el social. No es dirigido aquí abajo de manera que coincidan en la práctica. No es una
deducción correcta de los principios de la economía que el interés propio ilustrado produzca
siempre el interés público. Ni es verdad que el interés propio sea generalmente ilustrado,
más a menudo, los individuos que actúan por separado persiguiendo sus propios fines son
demasiado ignorantes o demasiado débiles incluso para alcanzar éstos. La experiencia no
demuestra que los individuos, cuando forman una unidad social, sean siempre menos
clarividentes que cuando actúan por separado.
Por lo tanto, no podemos establecer sobre fundamentos abstractos, sino que debemos tratar
en sus méritos en detalle, lo que Burke denominaba «uno de los problemas más delicados en
legislación, es decir, determinar lo que el Estado debe asumir para dirigir por la sabiduría
pública, y lo que debe dejar, con tan poca interferencia como sea posible, al esfuerzo
individual» (17). Hemos de distinguir ante lo que Bentham, en su olvidada pero útil
nomenclatura, acostumbraba a denominar Agenda y No-Agenda. Y hacer esto sin la
presunción previa de Bentham de que la interferencia es, al mismo tiempo, «generalmente
inútil» y «generalmente perniciosa» (18) Tal vez la principal tarea de los economistas en esta
hora sea distinguir de nuevo la Agenda del gobierno de la No-Agenda; y la tarea pareja de
los políticos sea ingeniar formas de gobierno dentro de una democracia que sean capaces de
cumplir la Agenda. Ilustraré lo que pienso mediante dos ejemplos.
(1) Creo que, en muchos casos, la medida ideal para la unidad de control y organización está
situada en algún punto entre el individuo y el Estado moderno. Sugiero, por tanto, que el
progreso radica en el aumento del reconocimiento de los cuerpos semiautónomos dentro del
Estado -cuerpos cuyo criterio de acción dentro de su propio campo es únicamente el bien
público tal como ellos lo entienden, y de los cuales están excluidos los motivos de reflexión
de interés privado; aunque todavía pueda ser necesario dejarles algún lugar, hasta que el
ámbito del altruismo de los hombres se amplíe al interés de grupos particulares, clases o
facultades-, cuerpos que en el curso ordinario de los negocios son principalmente autónomos
dentro de sus limitaciones prescritas, pero que están sujetos en último término a la soberanía
de la democracia expresada a través del Parlamento.
Propongo una vuelta, si así puede decirse, hacia las concepciones medievales de
autonomías separadas. Pero, al menos en Inglaterra, las corporaciones son un modo de
gobierno que jamás ha dejado de ser importante y es consustancial a nuestras instituciones.
Es fácil dar ejemplos de lo qUe ya existe, de autonomías separadas que han tomado la
modalidad que he dicho o se están acercando a ella: las universidades, el Banco de
Inglaterra, el Puerto de Londres, incluso tal vez las compañías de ferrocarril. En Alemania
hay, sin duda, instancias análogas.
Pero más interesantes que éstas es la tendencia de las instituciones capitalistas, cuando han
alcanzado una cierta edad y tamaño, a aproximarse al status de las corporaciones públicas
más que al de la empresa privada individualista. Uno de los desarrollos más interesantes e
inadvertido s de las recientes décadas ha sido la tendencia de la gran empresa a
socializarse. En el crecimiento de una gran institución -particularmente un gran ferrocarril o
una gran empresa de utilidad pública, pero también un gran banco o una gran compañía de
seguros- se llega a un punto en el que los propietarios del capital, es decir, los accionistas,
están casi enteramente disociados de la dirección, con el resultado de que el interés personal
directo de la última en la persecución del mayor beneficio viene a ser completamente
secundario. Cuando se alcanza este estadio, la estabilidad general y el prestigio de la
institución son más tenidos en cuenta por la dirección que el beneficio máximo por los
accionistas. A éstos debe bastarles con percibir dividendos convencionalmente adecuados;
pero una vez que esto queda asegurado, el interés directo de la dirección consiste a menudo
en evitar las críticas del público y de los clientes de la empresa. Éste es particularmente el
caso si su gran tamaño o su posición semimonopolista atraen la atención del público y la
hacen vulnerable a los ataques de éste. Tal vez el ejemplo extremo de esta tendencia en el
caso de una institución, teóricamente la propiedad sin limitaciones de personas privadas, sea
el Banco de Inglaterra. Es casi cierto decir que no hay ninguna clase de personas en el reino
en quienes 'menos piense el gobernador del Banco de Inglaterra, cuando decide sobre su
política, que en sus accionistas. Sus derechos, más allá de su dividendo convencional, se
han hundido en las proximidades del cero. Pero lo propio es particularmente cierto en
muchas otras grandes instituciones. A medida que pasa el tiempo, están socializándose por
sí mismas.
No se trata de una ganancia pura. Las mismas causas promueven el conservadurismo y la
decadencia de la empresa. De hecho, ya tenemos en estos casos muchos de los defectos,
así como de las ventajas, del socialismo de Estado. Sin embargo, aquí vemos, creo, una
línea natural de evolución. La batalla del socialismo contra el beneficio privado ilimitado está
siendo ganada en detalle, hora por hora. En estos campos particulares -continúa siendo
agudo en otras partes- éste no es ya el problema apremiante. No hay, por ejemplo, ninguna
cuestión política de las que se consideran importantes que sea tan realmente intrascendente,
tan irrelevante para la reorganización de la vida económica de la Gran Bretaña, como la
nacionalización de los ferrocarriles.
Es verdad que muchas grandes empresas, particularmente empresas de servicios públicos y
otras, requieren un gran capital fijo, incluso necesitan estar semisocializadas. Pero debemos
ser flexibles al contemplar las formas de este semisocialismo. Debemos aprovechar por
completo las tendencias naturales de la época, y probablemente debemos preferir
corporaciones semiautónomas a órganos del gobierno central de los que son directamente
responsables los ministros del Estado.
Critico el socialismo de Estado doctrinario, no porque aspire a poner los impulsos altruistas
de los hombres al servicio de la sociedad, o porque parta del laissez-faire, o porque reduzca
la libertad natural del hombre para conquistar el mundo, o porque tenga valor para realizar
experimentos audaces. Aplaudo todas estas cosas. Lo critico porque pierde la significación
de lo que está ocurriendo realmente; porque, de hecho, es poco más que una reliquia
cubierta de polvo de un plan para afrontar los problemas de hace cincuenta años, basado en
una comprensión equivocada de lo que alguien dijo hace cien años. El socialismo de Estado
del siglo XIX procede de Bentham, la libre competencia, etc., y es una versión, en algunos
aspectos más clara y en otros más confusa, de la misma filosofía en la que se basa el
individualismo decimonónico. Ambos ponen igualmente todo su énfasis en la libertad, el uno
negativamente para evitar las limitaciones de la libertad existente, el otro positivamente para
destruir los monopolios naturales o adquiridos. Son reacciones diferentes a la misma
atmósfera intelectual.
(2) A continuación llegamos a un criterio de la Agenda que es particularmente relevante en
relación con lo que es urgente y deseable hacer en el próximo futuro. Debemos tender a
separar aquellos servicios que son técnicamente sociales de aquellos que son técnicamente
individuales. La Agenda del Estado más importante no se refiere a aquellas actividades que
los individuos privados ya están desarrollando, sino a aquellas funciones que caen fuera de
la esfera del individuo, aquellas decisiones que nadie toma si el Estado no lo hace. Lo
importante para el gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y
hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se
hacen en absoluto.
No es mi propósito en esta ocasión desarrollar políticas prácticas. Por tanto, me limito a
enumerar algunos ejemplos de lo que quiero decir, entre aquellos problemas sobre los que
he reflexionado más.
Muchos de los mayores males económicos de nuestro tiempo son la consecuencia del
riesgo, la incertidumbre y la ignorancia. Ello es así porque los individuos particulares,
afortunados en situación o capacidad, pueden aprovecharse de la incertidumbre y de la
ignorancia, y también porque por la misma razón los grandes negocios son a menudo una
lotería, existen grandes desigualdades de riqueza; y estos mismos factores son también la
causa del desempleo del trabajo, o de la frustración de expectativas razonables de negocio, y
del deterioro de la eficiencia y de la producción. Sin embargo, el remedio no está al alcance
de la acción de los individuos; incluso puede que convenga a sus intereses agravar la
enfermedad. Creo que el remedio para estas cosas ha de buscarse en parte en el control
deliberado del dinero y del crédito por medio de una institución central, y en parte en la
recogida y publicación en gran escala de datos relativos a la situación económica, incluyendo
la publicidad completa, si es necesario por ley, de todos los hechos económicos que sea útil
conocer. Estas medidas involucrarían a la sociedad en el ejercicio de la inteligencia directiva
a través de algún órgano de acción apropiado sobre muchos de los enredos internos de los
negocios privados, aunque dejarían en libertad la iniciativa y la empresa privadas. Aun
suponiendo que estas medidas se mostraran insuficientes, nos proporcionarían un mejor
conocimiento del que tenemos ahora para dar el siguiente paso.
Mi segundo ejemplo se refiere a los ahorros y a la inversión. Creo que hace falta alguna
acción coordinada de juicio inteligente en la medida en que es deseable que la comunidad
como un todo ahorre, en la medida en que estos ahorros vayan al exterior en forma de
inversiones extranjeras, y si la organización actual del mercado de inversión distribuye los
ahorros por los canales más productivos para el país. No creo que estos asuntos tengan que
dejarse enteramente al arbitrio de la opinión y de los beneficios privados, como ahora.
Mi tercer ejemplo se refiere a la población. Ya ha llegado el momento en que cada país
necesita una política nacional meditada sobre qué tamaño de la población, mayor, igualo
menor que el actual, es más conveniente. Y habiendo establecido esta política, debemos
tomar las providencias para desarrollada. Puede llegar el tiempo, un poco más adelante, en
que la comunidad como un todo deba prestar atención tanto a la cualidad innata como a las
simples cifras de sus futuros miembros.
V (20)
Estas reflexiones se han dirigido hacia las mejoras posibles en la técnica del capitalismo
moderno por medio de la agencia de la acción colectiva. No hay nada en ellas seriamente
incompatible con lo que me parece es la característica esencial del capitalismo, es decir, la
dependencia de un intenso atractivo por hacer dinero y por los instintos de amor al dinero de
los individuos como principal estímulo de la máquina económica, Ni debo desviarme, tan
cerca del final, hacia otros campos. Sin embargo, hago bien en recordarles, en conclusión,
que las discusiones más vehementes y las divisiones de opinión más profundamente
sentidas se producirán probablemente en los próximos años, no en torno a cuestiones
técnicas, en las que los argumentos por ambas partes son principalmente económicos, sino
en torno a aquellas que, a falta de mejores palabras, pueden denominarse psicológicas o, tal
vez, morales.
En Europa, o al menos en algunas partes de Europa -pero no, pienso, en los Estados Unidos
de América- existe una reacción latente, algo difusa, en contra de fundamentar la sociedad,
en la medida en que lo hacemos, en alimentar, animar y proteger los motivos monetarios de
los individuos. Una preferencia por organizar nuestros asuntos de tal manera que el motivo
monetario fuera lo más pequeño posible, en lugar de ser lo mayor posible, no necesita ser
enteramente a priori, sino que puede basarse en la comparación de experiencias. Diferentes
personas, de acuerdo con su elección de profesión, ven que el motivo monetario juega un
papel mayor o menor en su vida diaria, y los historiadores pueden hablamos sobre otras
fases de la organización social en las que este motivo ha jugado un papel mucho menor que
en la actualidad. La mayoría de religiones y la mayoría de filosofías critican, por decido de un
modo discreto, un modo de vida que esté influido principalmente por consideraciones de
beneficio monetario personal. Por otra parte, la mayoría de los hombres de hoy rechazan las
nociones ascéticas y no dudan de las ventajas reales de la riqueza. Además, les parece
obvio que uno no pueda prescindir del motivo monetario y que, aparte de ciertos abusos
admitidos, éste juega bien su papel. En resumen, el hombre medio desvía su atención del
problema y no tiene una idea clara de lo que realmente piensa y siente sobre toda esta
confusa cuestión,
La confusión del pensamiento y del sentimiento lleva a la confusión del lenguaje, Mucha
gente, que está realmente criticando al capitalismo como modo de vida, argumenta como si
lo estuviera haciendo sobre la base de su ineficiencia para alcanzar sus propios objetivos,
Por el contrario, los devotos del capitalismo son a menudo indebidamente conservadores, y
rechazan las reformas de su técnica, que podrían realmente reforzado y conservado por
miedo de que puedan resultar ser los primeros pasos hacia fuera del propio capitalismo. Sin
embargo, puede llegar un día en el que veamos más claro que ahora cuándo estamos
hablando del capitalismo como una técnica eficiente o ineficiente, y cuándo estamos
hablando de él como algo deseable o cuestionable en sí mismo. Por mi parte, pienso que el
capitalismo, dirigido con sensatez, puede probablemente hacerse más eficiente para
alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista, pero que en sí mismo
es en muchos sentidos extremadamente cuestionable. Nuestro problema es construir una
organización social que sea lo más eficiente posible sin contrariar nuestra idea de un modo
de vida satisfactorio.
El siguiente paso adelante debe venir, no de la agitación política o de los experimentos
prematuros, sino del pensamiento. Necesitamos aclarar nuestros propios sentimientos
mediante un esfuerzo de la mente. En la actualidad, nuestra simpatía y nuestra opinión
propenden a estar en lados diferentes, lo que constituye un estado mental angustiado y
paralizante. En el campo de la acción, los reformadores no tendrán éxito hasta que puedan
perseguir firmemente un objetivo claro y definido, con sus inteligencias y sentimientos en
sintonía. No hay ningún partido en el mundo, en el momento actual, que me parezca estar
persiguiendo objetivos correctos por medio de métodos correctos. La pobreza material
proporciona el incentivo para cambiar precisamente en situaciones en las que hay muy poco
margen para la experimentación. La prosperidad material suprime el incentivo precisamente
cuando no sería arriesgado probar suerte. Europa carece de medios, América de la voluntad,
para dar algún paso. Necesitamos una nueva serie de convicciones que broten naturalmente
de un sincero examen de nuestros propios sentimientos íntimos en relación con los hechos
exteriores.
Notas
1- Locke, A letter concerning toleration.
2- An inquiry concerning the principles of morals, sección LX.
3- “Omito” -dice el arcediano Paley- “mucha perorata corriente sobre la dignidad y capacidad
de nuestra naturaleza, la superioridad del alma sobre el cuerpo, de la parte racional sobre la
parte animal de nuestra constitución; sobre la excelencia, el refinamiento y la delicadeza de
algunas satisfacciones, y la indignidad, grosería y sensualidad de otras: porque sostengo que
los placeres no se diferencian en nada más que en la continuidad e intensidad» (Principles of
moral and political philosophy, libro 1, cap. 6).
4- Leslie Stephen, English thought in the Eighteenth Century, 11, 192.
5- Godwin llevó el laissez-faire tan lejos que pensó que todo gobierno era un mal, en lo cual
estuvo Bentham casi de acuerdo. La doctrina de la igualdad se convierte con él en una de
individualismo extremo, rayano en la anarquía. «El ejercicio universal de la opinión privada» -
dice- «es una doctrina tan inefablemente maravillosa que el verdadero político sentirá
ciertamente una infinita repugnancia a admitir la idea de interferir en él” (véase Leslie
Stephen, op. cit. 11, 277).
6- Se puede considerar con simpatía la opinión de Coleridge, tal como la resumió Leslie
Stephen, de que «los utilitaristas destruyeron todo elemento de cohesión, hicieron de la
sociedad una lucha de intereses egoístas y atentaron contra las mismas raíces de todo
orden, patriotismo, poesía y religión».
7- «¿Qué debemos hacer para ayudaros?», preguntó Colbert. “Dejaros hacer”, respondió
Legendre (N. del T.: En francés en el original).
8- Para la historia de la frase, véase Oncken, «Die Maxime Laissez faire et laissez passer»,
de donde están tomadas muchas de las citas siguientes. Las quejas del marqués de
Argenson pasaron inadvertidas hasta que Oncken las puso de manifiesto, en parte porque
los pasajes relevantes publicados durante su vida eran anónimos (Journal oeconomique,
1751), ven parte porque sus obras no fueron publicadas de forma completa (aunque es
probable que pasaran privadamente de mano en mano durante su vida) hasta 1858
(Mémoires et journal inédit du Marquis d'Argenson).
9- “Para gobernar mejor, sería preciso gobernar menos» (N. del T.: En francés en el original).
10- “Puede decirse lo mismo en nuestras fábricas: la verdadera causa de su declive es la
excesiva protección que se les otorga» (N. del T.: En francés en el original).
11- Sidgwick. Principles of political economy, p. 20.
12- Bentham utiliza la expresión «laissez-nous faire» (Works, p. 440).
13- Escrito en 1793, se publicó un capítulo en la Bibliothéque Britannique en 1798; se
imprimió por primera vez de modo completo en la edición de Bowring de sus Works (1843)
14- Cf. Sidgwick, op. cit. p. 22: «incluso aquellos economistas que se adhirieron en lo
principal a las limitaciones de la esfera del gobierno según Adam Smith, exigieron estas
limitaciones de un modo más bien poco entusiasta y nada triunfal; no como admiradores del
orden social hoy por hoy resultante de la «libertad natural»- sino como convencidos de que
por lo menos es preferible a cualquier orden artificial por el que el gobierno pudiera
sustituirlo».
15- Historia de las teorías de la producción y distribución, p. 494.
16- Cairnes describió bien la (moción predominante» en el siguiente pasaje de la misma
conferencia: «La noción predominante es que la economía política intenta demostrar que la
riqueza puede acumularse más deprisa y distribuirse de manera más conveniente; es decir,
que el bienestar humano puede promoverse de un modo más efectivo por el simple
procedimiento de permitir que la gente actúe por si misma; es decir, dejando que los
individuos sigan los dictados del interés propio. sin limitados ni por el Estado ni por la opinión
pública, en tanto que no incurran en violencia o fraude. Ésta es la doctrina conocida
comúnmente como laissez-faire; y de acuerdo con ella, me parece que a la economía política
se la considera generalmente como una especie de traducción científica de esta máxima,
una justificación de la libertad de la empresa individual y del contrato como la solución única
e idónea de todos los problemas industriales;»
17- “Posibilidades sociales de la caballerosidad económica», Economic Journal, XVII (1907),
9.
18- Citado por McCulloch en sus Principios de economía política.
19- Manual de economía política de Bentham publicado póstumamente en la edición de
Bowring (1843).
20- El número del capítulo no aparece, por supuesto, en la edición original de Essays in
persuasion (Nota del editor).
OBRAS
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MORO, TOMÁS (1478-1535):
Tomás Moro
Thomas More (1527) de Hans Holbein el Joven. Frick Collection
(Nueva York)
Mártir
Nombre Thomas More
Nacimiento 7 de febrero de 1478
Londres
Fallecimiento 6 de julio de 1535
Londres
Venerado en Iglesia Católica
Comunión Anglicana
Canonización 1935 por el Papa Pío XI
Festividad 22 de junio (Iglesia Católica)
6 de junio (Comunión Anglicana)
Atributos palma de martirio
Patronazgo Políticos
Para la obra de teatro del siglo XVII, véase Sir Thomas More (obra de teatro).
Thomas More, conocido por la castellanización de su nombre como Tomás Moro y en latín
como Thomas Morus (Londres, 7 de febrero de 1478 - Londres, 6 de julio de 1535), fue un
pensador, teólogo, político, humanista y escritor inglés, que fue además poeta, traductor,
canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y abogado. Su obra más
famosa es Utopía, donde busca relatar la organización de una sociedad ideal.
En 1535 fue enjuiciado por orden del rey Enrique VIII, acusado de alta traición por no prestar
el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana ni aceptar el Acta de
Supremacía. Fue declarado culpable y recibió condena. Permaneció en prisión hasta ser
decapitado el 6 de julio de ese mismo año. En 1935 fue canonizado por la iglesia católica,
quien lo considera un santo y mártir.
Biografía
Nació en Londres (Inglaterra) el 7 de febrero de 1478, hijo de John More, mayordomo del
Lincoln's Inn, jurista y posteriormente nombrado caballero y juez de la curia real. En 1486,
tras cinco años de enseñanza primaria en el Saint Anthony School, considerada la mejor
escuela de gramática de Londres[cita requerida], además de la única gratuita, fue conducido
según la costumbre entre las buenas familias al Palacio de Lambeth, donde sirvió como paje
del cardenal John Morton, arzobispo de Canterbury y lord canciller de Inglaterra.
Con catorce años, Tomás Moro ingresa en 1492 en el Canterbury College de la Universidad
de Oxford, donde pasa dos años estudiando la doctrina escolástica que allí se impartía y
perfeccionando su retórica. Sin embargo, Moro se marchó de Oxford dos años después sin
graduarse y en 1494 se dedicó a estudiar leyes en el New Inn de Londres y posteriormente
en el Lincoln's Inn, institución en la que había trabajado su padre. Posiblemente durante esta
época aprendió el francés, necesario tanto para las cortes de justicia inglesas como para el
trabajo diplomático, uniéndose este idioma al inglés y latín ya aprendidos durante sus
estudios primarios.
En torno a 1497, comienza a escribir poesías, con una ironía que le valió cierta fama y
reconocimiento. En esta época tiene sus primeros encuentros con los precursores del
Renacimiento, conociendo a Erasmo de Rotterdam, con quien entablaría amistad, y a John
Skelton.
Hacia 1501 ingresó en la Tercera orden de San Francisco, viviendo como laico en un
convento cartujo hasta 1504. Allí se dedicaría al estudio religioso y alrededor de 1501
traduciría epigramas griegos al latín y comentaría De civitate Dei, de San Agustín. A través
de los humanistas ingleses tiene contacto con Italia. Tras realizar una traducción (publicada
en 1510) de una biografía de Giovanni Pico della Mirandola escrita por su sobrino
Gianfrancesco, quedó prendado del sentimiento de la obra que adoptó para sí, y que
marcaría definitivamente el curso de su vida[cita requerida].
Al abandonar la Orden de los Cartujos, en 1505, contrae matrimonio con Jane Colt y ese
mismo año nace su hija Margaret, quien sería su discípula. Habiendo abandonado la Orden
de los Cartujos, recibido en leyes, ejerce como abogado con éxito, en parte gracias a su
preocupación por la justicia y la equidad; más tarde sería juez de pleitos civiles y profesor de
Derecho.
En 1506 nace su segunda hija, Elizabeth. Ese año traduce al latín Luciano en compañía de
Erasmo. Un año más tarde nace Cecily, su tercera hija. Tomás Moro es pensionado y
mayordomo en el Lincoln's Inn, donde realiza conferencias entre 1511 y 1516. En 1509 nace
su hijo John. Moro participa en gestiones entre grandes compañías de Londres y Amberes.
Ese mismo año escribe poemas para la coronación de Enrique VIII. En 1510 es nombrado
miembro del parlamento y vicesheriff de Londres. Un año más tarde muere su esposa Jane y
se casa con Alice Middleton, viuda siete años mayor que Moro y con una hija, Alice.
En 1513 escribe History of King Richard III, libro que inspirará al personaje de William
Shakespeare[cita requerida].
En 1515 es enviado a una embajada comercial en Flandes. Ese año escribe el libro segundo
de Utopía. Un año más tarde escribe el libro primero de Utopía y la obra completa es
publicada en Lovaina. En 1517 es enviado a Calais para resolver problemas mercantiles. Es
nombrado master of requests y miembro del Consejo Real. En 1520 ayuda a Enrique VIII a
escribir Asertio septem sacramentorum. Moro es hecho caballero y vicetesorero. Ese mismo
año su hija Margaret se casa con William Roper, quien sería el primer biógrafo de Tomás
Moro.
En 1524 es nombrado Administrador de la Universidad de Oxford; en 1525 Administrador de
la Universidad de Cambridge y Canciller de Lancaster. Traslada su residencia a Chelsea y
escribe una carta a Iohannis Bugenhagen defendiendo la supremacía papal. En 1528 el
obispo de Londres le permite leer libros heréticos para refutarlos.
En 1530 no firma la carta de nobles y prelados que solicita del papa la anulación del
matrimonio real. En 1532 renuncia a su cargo de canciller. En 1534 se niega a firmar el Acta
de Supremacía que representa repudio a la supremacía papal. El Acta establece condena a
quienes no la acepten y el 17 de abril del mismo año es encarcelado. Un año más tarde es
decapitado, el 6 de julio de 1535.
[editar]Vida pública
Miembro del Parlamento desde 1504, fue elegido juez y subprefecto en la ciudad de Londres,
y se opuso a algunas medidas de Enrique VII. Con la llegada de Enrique VIII, protector del
humanismo y de las ciencias, Moro entró al servicio del Rey y se convirtió en miembro de su
Consejo Privado.
Moro viajó por Europa y recibió la influencia de distintas universidades. Desde allí escribió un
poema dedicado al rey, que acababa de tomar posesión de su trono. La obra llegó a manos
del rey, que hizo llamarlo, naciendo a partir de entonces entre ambos una amistad. Enrique
VIII se sirvió de su diplomacia y tacto, confiándole algunas misiones diplomáticas en países
europeos; más tarde lo nombró para varios cargos menores (tesorero, etc.), y por fin Lord
Canciller, en 1529. Fue el primer Canciller laico después de varios siglos.
En 1521 fue condecorado con el título de knight (caballero). En 1524 fue nombrado High
Steward (censor y patrón) de la Universidad de Oxford, de la que había sido alumno. En
1525 fue nombrado también High Steward de la Universidad de Cambridge.
[editar]Condena y muerte
El Rey Enrique VIII se enemistó con Tomás Moro debido a las desavenencias surgidas en
torno a la validez de su matrimonio con su esposa Catalina de Aragón que Tomás, como
Canciller, apoyaba. Enrique VIII había pedido al Papa la concesión de la nulidad de su
matrimonio con Catalina de Aragón y la negativa de éste supuso la ruptura de Inglaterra con
la Iglesia Católica de Roma y el nombramiento del rey como cabeza de la Iglesia de
Inglaterra.
El rey insistió en obtener la nulidad de su matrimonio a fin de poder casarse nuevamente
para conseguir su deseo de tener un hijo varón, que Catalina de Aragón no podía ya darle.
La nulidad hubiese borrado la infidelidad y le hubiera permitido un matrimonio válido a los
ojos de la Iglesia Católica, legitimando los hijos que pudiera tener de su matrimonio con Ana
Bolena y todo hubiese quedado en un asunto intrascendente.
Las sucesivas negativas de Tomás Moro a aceptar algunos de los deseos del rey acabaron
por provocar el rencor de Enrique VIII, que acabó encarcelando a Tomás Moro en la Torre de
Londres, tras la negativa de éste a pronunciar el juramento que reconocía a Enrique VIII
como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra, tras la ruptura con Roma.
Finalmente el rey, enojado, mandó juzgar a Moro, quien en un juicio sumario fue acusado de
alta traición y condenado a muerte (ya había sido condenado a cadena perpetua
anteriormente). Otros dirigentes europeos como el Papa o el emperador Carlos V, quien veía
en él al mejor pensador del momento, presionaron para que se le perdonara la vida y se la
conmutara por cadena perpetua o destierro, pero no sirvió de nada y fue decapitado una
semana después, el 6 de julio de 1535.
Mantuvo hasta el final su sentido del humor, confiando plenamente en el Dios misericordioso
que le recibiría al cruzar el umbral de la muerte. Mientras subía al cadalso se dirigió al
verdugo en estos términos: «¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré
valérmelas por mí mismo». Luego, al arrodillarse dijo: «Fíjese que mi barba ha crecido en la
cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla.
Permítame que la aparte». Finalmente, ya apartando su ironía, se dirigió a los presentes: «I
die being the King's good servant-but God's first» (Muero siendo el buen siervo del Rey, pero
primero de Dios).
Moro no fue el único que estuvo en la encrucijada de si debía seguir al Rey Enrique VIII o a
la Iglesia Romana. El por entonces recién nombrado cardenal Juan Fisher también pasó por
el mismo trance; Enrique VIII le mandó el capelo cardenalicio cuando Fisher estaba en
prisión, y fue también ejecutado.
[editar]Obras
Su obra cumbre fue Utopía (1516), en la que aborda problemas sociales de la humanidad, y
con la que se ganó el reconocimiento de todos los eruditos de Europa. Uno de sus
inspiradores fue su íntimo amigo Erasmo de Rotterdam. La redactó durante una de las
misiones asignadas por el rey en Amberes.
El resto de sus obras van desde retratos de personajes públicos, como el caso de Life of Pico
della Mirandola (Vida de Pico della Mirandola) o Histórica Richardi Tertii (La Historia de
Ricardo III), como a poemas y epigramas de su juventud (Epigrammata). Mención importante
dentro de su obra merecen los diágolos-tratados que realizó en defensa de la fe tradicional
atacando duramente a los reformistas tanto laicos como religiosos. Entre este tipo de obras
se encuentran por ejemplo Responsio ad Lutherum (Respuesta a Lutero), A Dialogue
Concerning Heresies (Un diálogo sobre la herejía), The Confutation of Tyndale's Answer
(Refutación de la respuesta de Tyndale) o The Answer to a Poisoned Book (Respuesta a un
libro envenenado).
Además de escritos en defensa de la Iglesia de Roma, también escribió sobre los aspectos
más espirituales de la religión. Así, se encuentran escritos como Treatise on the Passion
(Tratado sobre la Pasión de Cristo), Treatise on the Blessed Body (Tratado sobre el Cuerpo
Santo), Instructions and Prayers o De Tristia Christi (La Agonía de Cristo), redactada este
último de su puño y letra en la Torre de Londres, en el tiempo que estuvo confinado antes de
su decapitación el 6 de julio de 1535. Este último manuscrito, salvado de la confiscación
decretada por Enrique VIII, pasó por voluntad de su hija Margaret a manos españolas y a
través de Fray Pedro de Soto, confesor del Emperador Carlos V, fue a parar a Valencia,
patria de Luis Vives, amigo íntimo de Moro. Actualmente se conserva dentro de la colección
que pertenece al museo del Real Colegio del Corpus Christi de Valencia.
Otras obras que escribió son las traducciones desde el latín que hizo de Lucano, así como
varias cartas1 y pequeños textos: Letter to Bugenhagen, Supplication of Souls, Letter Against
Frith, The Apology, The Debellation of Salem and Bizance, A Dialogue of Comfort Against
Tribulation, Letter to Martin Dorp, Letter to the University of Oxford, Letter to Edward Lee,
Letter to a Monk.
[editar]Canonización
Tomás Moro fue beatificado junto a otros 53 mártires (entre ellos John Fisher) por el papa
León XIII en 1886, y finalmente proclamado santo por la Iglesia Católica el 19 de mayo de
1935 (junto a John Fisher), por el Papa Pío XI. Juan Pablo II, el 31 de octubre del año 2000,
lo proclamó patrón de los políticos y los gobernantes,2 respondiendo así a la demanda que,
en 1985, le presentó el Presidente de la República Italiana, Francesco Cossiga, y que
recogió centenares de firmas de jefes de Gobierno y de Estado, parlamentarios y políticos.
[editar]Referencias en la cultura audiovisual
La película Un hombre para la eternidad, dirigida por Fred Zinnemann, interpretada por Paul
Scofield y premiada con seis premios Óscar, entre ellos el de mejor película, narra los últimos
años de Tomás Moro y sus difíciles relaciones con Enrique VIII, centrándola en su conflicto
entre seguir sus creencias religiosas y la obediencia al rey. Está basada en una obra de
teatro de Robert Bolt, guionista también de la película. Se estrenó en Londres en el Globe
Theatre (hoy Gielgud Theatre) el 1 de julio de 1960. A su vez, la obra de teatro era
adaptación de una obra escrita por el propio Bolt en 1954 para la BBC Radio.
De la obra de Bolt también existe una versión para televisión del año 1988, dirigida y
protagonizada por Charlton Heston en el papel de Tomás Moro y John Gielgud en el papel
del cardenal Wolsey.
En la serie de televisión Los Tudor se narra parte de su vida y relación con Enrique VIII.
Interpretado por Jeremy Northam. Su final es representado en la temporada 2, capítulo 5.
[editar]Notas
↑ «Son, así, 128 las cartas escritas por Moro que han llegado hasta nosotros» (Anna
Sardaro: La correspondencia de Tomás Moro, EUNSA, Pamplona, 2007, ISBN 978-84-313-
2457-5, p. 94).
↑ Motu proprio de Juan Pablo II del 31-10-2000.
[editar]Bibliografía
Ackroyd, Peter (2003). Tomás Moro. Barcelona: Edhasa. ISBN 84-350-2634-5.
Baczko, Bronislaw (1991). Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas.
Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. ISBN 9506022247.
Berglar, Peter (2004). La hora de Tomás Moro: solo frente al poder. Madrid: Ediciones
Palabra. ISBN 9788482398389.
Vázquez de Prada, Andrés (1999). Sir Tomás Moro, Lord Canciller de Inglaterra. Madrid:
Ediciones Rialp. ISBN 9788432132476.
Silva y Verastegui, Álvaro de (2007). Tomás Moro. Marcial Pons. ISBN 978-84-96467-48-4.
Del Águila, Rafael.Vallespin, Fernando (1990). Historia de la teoría Política Vol.2. Alianza
Editorial.Madrid 1995. ISBN 84-206-0484-4 (Tomo 2).
Ropeer Williams (2009). La vida de Sir Tomás Moro. Universidad de Navarra. ISBN 978-84-
313-1810-9.
Ropeer Williams (2009). La vida de Sir Tomás Moro. Universidad de Navarra. ISBN 978-84-
313-1810-9.
Paloma Castillo Ramirez,Tommaso Moro, il Primato della coscienza, 2010, Paoline Milano C.
9788831536752
[editar]Enlaces externos
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Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Tomás Moro.
Wikisource contiene obras originales de o sobre Tomás Moro.
El príncipe y la utopía: Nicolás Maquiavelo y Tomas Moropensador y humanista inglés, uno
de los fundadores del socialismo utópico. Jurista por su formación. Ocupó altos cargos en el
gobierno inglés, entre ellos el de Lord Canciller. Fue decapitado por negarse a reconocer al
rey Enrique VIII como jefe de la Iglesia. En su “Libro de oro, tan útil como festivo, sobre la
mejor organización del Estado y sobre la nueva Isla de Utopía” (1516), sometió a dura crítica
al feudalismo y las relaciones capitalistas que entonces estaban naciendo en Inglaterra.
Condenando el parasitismo de la nobleza inglesa, Moro escribió que ésta, “como los
zánganos, vive del trabajo ajeno”, concretamente del trabajo de los arrendatarios, a los que
“monda hasta la carne viva” sin la menor compasión. Veía en la propiedad privada la causa
principal de las calamidades sociales. Escribió que, en el régimen de propiedad privada por
más que la sociedad florezca, el hombre muere de hambre “si no se preocupa de si mismo”.
Soñando con una mejor organización de la sociedad, Moro traza en su libro la imagen del
régimen socialista ideal del país de Utopía. En este país impera la igualdad entre los
hombres, no existe la propiedad privada, la producción es social, aunque distribuida en
talleres independientes (con entrega del producto a los depósitos colectivos), no se da la
oposición entre la ciudad y el campo, entre el trabajo físico y el intelectual, los productos se
distribuyen según las necesidades, el régimen político es de tipo republicano. La idea de
Moro acerca de un régimen ideal de la sociedad influyó en sentido progresivo sobre la
evolución del pensamiento social: en pleno siglo XVI, Moro se asomó al futuro y predijo
genialmente algunos de sus rasgos.
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de Borísov, Zhamin y Makárova
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Robert Owen, 1771-1858
Es uno de los socialistas utópicos pre-marxistas
más conocidos.
Nacido en Newton, Gales, uno de los grandes industriales
textiles británicos. Sus planes de reforma social le llevaron a
establecer en Escocia la cooperativa obrera New Lanark.
Intentó extender su sistema a cooperativas agrícolas en New
Harmony, Indiana. Todos estos experimentos sociales acabaron en fracaso y le arruinaron.
OWEN, ROBERT (1771—1858):
Nombre Robert Owen
Nacimiento 14 de mayo de 1771
Gales
Fallecimiento 17 de noviembre de 1858, 87 años
Nacionalidad británico
Ocupación empresario, empresario, político
Robert Owen (14 de mayo de 1771 - 17 de noviembre de 1858), socialista utópico,
considerado como el padre del cooperativismo.
Biografía
Originario de Gales, de familia menestral, trabajó desde los 10 años; a los 20 años se hace
con la dirección de una fábrica de tejidos en Manchester. El primero de enero de 1800,
Robert Owen se hizo cargo de una empresa en New Lanark. A partir de su experiencia en
ese lugar escribió algunas de sus obras más importantes: La Formación del Carácter
Humano (1814) y Una Nueva Visión de la Sociedad (1823) que trata sobre las reformas del
régimen industrial y sus consecuencias para el caracter humano.
En 1825 fundó la Comunidad de New Harmony en Indiana, pero el experimento fracasó y
tuvo que vender el terreno en 1828, perdiendo con ello una buena parte de su fortuna.
Vuelve al Reino Unido y lidera un sindicato, ayudando también a otros.
Robert Owen defendía también la posibilidad de desarrollar un sistema económico alternativo
basado en la cooperativa. Su planteamiento era utópico, pero no irreal, porque pretendía
sustituir el sistema capitalista por otro más justo que evitara los problemas británicos. Desde
su perspectiva los obreros debían unirse para crear una nueva realidad europea basada en
cooperativas que fuesen más rentables que las industrias: Cooperativas de producción y
cooperativas de distribución. Estos planteamientos fueron los frutos iniciales, y en 1832 ya
existían unas 500 cooperativas que englobaban a 20.000 trabajadores. Owen centró todas
sus energías en defender los intereses de los trabajadores, y se vinculó con el Movimiento
Obrero Británico. Crea la Gran Unión Consolidada de Oficios, con el objetivo de controlar
todo el movimiento obrero británico. A los pocos meses de su fundación empieza a tener las
primeras crisis porque inician una serie de huelgas que los obreros no cualificados no
pueden soportar. Esto provocó un problema interno agravado por la presión externa. A pesar
de ese gran fracaso esa experiencia sindical demostraba:
El sindicato de masas y de ámbito estatal era posible.
Se podían plantear alternativas al sistema capitalista (como cooperativas de producción).
Owen se dedicará a escribir y defender su visión de cooperativismo. Atacará instituciones
como la familia, la religión, la herencia, etc., porque pensaba que limitaban la libertad del ser
humano.
Confía en que la solución vendrá de la propia sociedad. Numerosas cooperativas de
consumo británicas surgieron influidas por sus ideas.
Ideas
Hombre y sociedad
Desde el punto de vista de Owen, y en oposición a los filósofos del individualismo, el Hombre
es un producto social, manufacturado. El hombre sería un libro en blanco que la sociedad,
mediante sus agentes socializadores, procede a escribir. El carácter del individuo pasa a ser
creación del medio social y el azar de las circunstancias, y no consecuencia de una
naturaleza metafísica predestinada. Cree en la omnipotencia de la razón, por lo que su
ideología asienta sus bases en la educación. Se puede considerar a Owen a uno de los
padres del pensamiento pedagógico.
Parte de la idea de que las condiciones de vida determinan la suerte del individuo y, para
mejorarla, se debe reconstruir el ambiente en que vive el ser humano. Para Owen, el hombre
depende de su entorno natural y social. El hombre es bueno por naturaleza pero las
circunstancias no le dejan serlo (idea original de Rousseau, y que quizá el adapte). Quiere
mejorar el entorno del hombre para que éste sea bueno, para que emerja su bondad. El
hombre bueno trabajará mejor voluntariamente.
Reforma de la sociedad.
Fundamentalmente, su pensamiento evoluciona partiendo de la filantropía empresarial,
pasando por un socialismo de carácter utópico denominado owenismo, que culminaría en el
mesianismo social. Los aspectos más influyentes de la concepción oweniana de la reforma
social son:
La idea de que la calidad del trabajo de un obrero mantiene una relación directamente
proporcional con la calidad de vida del mismo, por lo que las medidas a aplicar consisten en
cualificar y cuantificar la producción de cada obrero, brindar mejoras en las áreas de
vivienda, higiene, educación, prohibición del trabajo infantil, salarios y determinar una
cantidad máxima de horas de trabajo (estableció diez horas y media).
La recurrencia al Estado, del cual recibió poco o nulo apoyo, como legislador y emancipador
de los cambios producidos en la comunidad ideal.
Simultáneamente las ideas de que una comunidad ejemplar puede servir de sustento de un
cambio social profundo y que la reforma social es independiente de la acción política y la
toma del poder.
La institución de comunidades agrícolas, en donde no existe la propiedad privada. Al igual
que Fourier, y en oposición a Saint-Simon, Owen supedita la industria a la agricultura.
La idea de que el trabajo es, o debería ser, la medida del valor.
Establecimiento de Bazares Obreros, establecimientos de intercambio de productos por
medio de bonos cuya unidad era la hora de trabajo rendido. Idea que anticipa a los Bancos
de Intercambio de Proudhon.
Obra
1814: Nueva visión de sociedad, ensayo sobre la formación del carácter humano.
1825: Observaciones sobre el efecto del sistema manufacturado.
Bibliografía
Jean Touchard, Historia de las Ideas Políticas. Madrid. Editorial Tecnos, 1975.
Federico Engels, Del Socialismo utópico al socialismo científico.
Thompson E. P., "La formacion de la clase obrera en Inglaterra", Crítica, Barcelona, 2002.
Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Robert Owen.relevante socialista
utópico inglés. En 1808, empezó a dirigir una importante fábrica en New Lanark (Escocia),
donde estableció la jornada de trabajo de 10 horas y media (en aquel entonces, muy corta),
fundó una escuela para los hijos de los obreros, un jardín de la infancia, una casa cuna, etc.
Hacia 1820 aproximadamente, Owen llegó a la convicción de que era necesario reorganizar
la sociedad sobre los principios del trabajo colectivo y de la propiedad social. Al régimen
capitalista contraponía una sociedad racional concebida como federación libre de pequeñas
comunidades socialistas autónomas. Owen intentó llevar a la práctica sus ideas. En 1824 se
traslada a América donde organiza la colonia “Nueva Armonía” (1825-1828). Después de
cuatro años de experimentos fracasados, Owen regresa a Inglaterra y en 1839 intenta otra
vez dar vida a la idea de les comunidades autónomas organizando en su país la colonia
“Harmony Hall” (existió hasta 1845). A comienzos de la década de 1830-1840, Owen pone
grandes esperanzas en la actividad de los sindicatos, de las cooperativas y de los mercados
de cambio. Consideraba que el valor de cada mercancía ha de determinarse en horas de
trabajo humano indispensable para producirla. En unidades “naturales” de trabajo ha de
calcularse, asimismo, el salario del obrero. De estas tesis infería Owen la conclusión utópica
acerca de la posibilidad de garantizar al obrero “la parte justa” del producto de su trabajo
transformando el sistema monetario (introducción de recibos especiales “dinero de trabajo”).
El bazar que organizó en Londres (1832) aceptaba mercancías tanto de individuos como de
cooperativas. Los tasadores calculaban el valor de la materia prima y la cantidad de tiempo
de trabajo necesaria para elaborar la mercancía. En consonancia con ello, el vendedor
recibía bonos en “horas de trabajo” y, por los bonos, tenía derecho a recibir del almacén
mercancías cuyo valor se hallaba establecido según el procedimiento indicado. El bazar
despertó el interés de los obreros agrupados en las cooperativas de Londres, y a su
alrededor empezaron a surgir cooperativas de producción. Pronto, no obstante, afloraron las
contradicciones internas de la organización del cambio en un régimen de producción
espontánea, sin planificar. Los artículos de mucho uso se agotaban rápidamente y los otros
quedaban largo tiempo almacenados. La desproporción entre las compras del bazar y las
ventas fue creciendo. En 1834, hubo que liquidar el bazar. Owen confiaba en poder
transformar la sociedad mediante la instrucción y la educación. En solicitud de ayuda para
llevar a práctica sus ideas, Owen se dirigió más de una ocasión a personajes reaccionarios
(Matternich, Nicolás I y otros). Los proyectos y ensayos de Owen para trocar en realidades
las ideas socialistas se fundaban en el sueño utópico de que la sociedad capitalista puede
transformarse en socialista “sin tener en cuenta un problema tan fundamental como el de la
lucha de clases, el de la conquista del poder político por la clase obrera, el del derrocamiento
del dominio de la clase de los explotadores” (V. I. Lenin). Al mismo tiempo, Owen hizo una
crítica, para su tiempo brillante y profunda, del capitalismo. Durante 40 años estuvo al
servicio de la clase obrera y propagó las ideas del comunismo aunque en forma utópica. Fue
el primero en formular la idea de la legislación fabril y de la protección del trabajo, y el
primero en luchar por tal idea. Owen es el único de todos los grandes utopistas que intentó
ligar —aunque partiendo de una teoría insuficiente y por ello sin éxito- el problema de la
transformación socialista con el movimiento de la clase obrera. “Todos los movimientos
sociales, todos los progresos reales registrados en Inglaterra en interés de los obreros, van
asociados al nombre de Owen”, escribió Engels en el “Anti-Dühring”. Con pleno derecho
ocupa Owen un lugar entre los grandes pensadores y hombres de acción que fueron los
precursores del comunismo científico.
PREFACIO DE ROBERT OWEN AL TERCER ENSAYO DE A NEW VIEW OF SOCIETY
[1813]
El texto de Robert Owen que aquí reproducimos traducido es el Prefacio al Tercer Ensayo
que aparece en A New View of Society. Fue escrito y publicado en 1813, que es la época
que marca el punto de inflexión entre dos Owen: el Owen empresario, productor de los
hilados de más calidad de Inglaterra, gestor reputado que dirige con éxito el establecimiento
fabril más grande de su época y cobra por ello un salario anual de 1.000 libras, aparte de ser
socio con la novena parte del capital; y el Owen activista político menos considerado por la
clase ilustrada pero que conecta plenamente con la clase trabajadora. Este segundo Owen
primero desarrollará toda su energía para conseguir leyes que mejoren las condiciones de
trabajo de los niños, después intentará sin éxito establecer una nueva sociedad en la colonia
New Harmony en Estados Unidos (empezando por comprar los terrenos con su propio
dinero, por 125.000 dólares), fundará un sindicato en 1834 que llegará a tener medio millón
de afiliados, y hará numerosos intentos prácticos de socialismo y cooperativismo seguirán
sus discípulos y estudiarán a fondo los intelectuales del socialismo. La idea principal que he
sostenido en este trabajo es que su socialismo y cooperativismo, acertado o erróneo, se
funda en su experiencia práctica como gestor de personal. En este texto podemos apreciar
hasta qué punto lo era.
Vea también
la entrada Owen en Grandes Economistas
Owen, Robert (1771-1858), en el diccionario de Economía Política de BZM.
en "Contribuciones a la Economía: Santos Redondo, Manuel: Robert Owen, pionero del
management.
DISCURSO
A los superintendentes de fábricas y a aquellos individuos en general que por dar empleo a
una población agrupada pueden fácilmente adoptar los medios para formar los sentimientos
y el comportamiento de dicha población.
Como ustedes, soy un fabricante que persigue un beneficio pecuniario. Pero habiendo
actuado durante muchos años basado en principios en muchos aspectos inversos a aquellos
en que ustedes han sido instruidos, y habiendo encontrado que mi proceder era beneficioso
para otros así como para mí mismo, incluso desde un punto de vista pecuniario, quiero
explicar estos valiosos principios, para que ustedes, así como aquellos que se encuentran
bajo su influencia, puedan compartir sus ventajas.
En dos Ensayos, ya publicados, he desarrollado algunos de estos principios y en las
páginas siguientes podrán encontrar la explicación de otros, con algunos detalles de su
aplicación en la práctica bajo las peculiares circunstancias locales en que yo asumí la
dirección de las Fábricas y Establecimientos de New Lanark.
Por estos detalles, ustedes verán que, desde el comienzo de mi dirección, consideré a los
trabajadores, junto con los mecanismos y todas las otras partes del establecimiento, como un
sistema compuesto por muchos elementos. Era mi obligación y mi interés combinarlos para
que cada trabajador, así como cada resorte, cada palanca y cada rueda pudieran realmente
cooperar con el fin de producir el mayor beneficio pecuniario para los propietarios.
Muchos de ustedes han experimentado, en los procesos de fabricación, las ventajas de una
maquinaria bien diseñada y bien construida.
La experiencia también les ha demostrado la diferencia en los resultados entre un
mecanismo limpio, bien cuidado y que siempre funcione correctamente, y aquel que está
sucio, desordenado, sin los medios para prevenir la fricción innecesaria y que por lo tanto se
deteriora y funciona mal.
En el primer caso toda la economía y la dirección son correctas, cada operación se lleva a
cabo con facilidad, orden y éxito. En el último caso, se produce lo contrario, la escena se
presenta llena de retrasos, confusión e insatisfacción entre todos los agentes e instrumentos
interesados u ocupados en el proceso general, cosa que seguramente creará grandes
pérdidas.
Por lo tanto, si dedicar el debido cuidado al estado de sus máquinas inanimadas puede
producir resultados tan beneficiosos, ¿qué no puede esperarse si dedican la misma atención
a sus máquinas vitales que están mucho más maravillosamente construidas?
Cuando ustedes adquieran un conocimiento correcto de éstas, de sus curiosos mecanismos,
de sus poderes de autoajuste; cuando el resorte principal adecuado se aplique a sus
variados movimientos, ustedes serán conscientes de su valor real y pronto se verán
inducidos a dirigir sus pensamientos con mayor frecuencia de las máquinas inanimadas a las
máquinas vivas; descubrirán que estas últimas pueden prepararse y dirigirse con mayor
facilidad para obtener un mayor aumento de beneficio pecuniario, a la vez que podrán
conseguir de ellas una alta y substancial gratificación.
¿Continuarán ustedes, entonces, gastando grandes sumas de dinero en conseguir el
mecanismo de madera, bronce o hierro mejor diseñado, para mantenerlo en perfecto estado,
suministrarle la mejor sustancia para evitar la fricción innecesaria y evitar que caiga en un
desuso prematuro?
¿Dedicarán, también, años de intensa aplicación para entender la conexión de las diversas
partes de estas máquinas sin vida, para mejorar su potencia efectiva y calcular con precisión
matemática todos sus movimientos minuciosos y combinados?
Y cuando en estas transacciones estimen el tiempo por minutos, y el dinero gastado por la
posibilidad de una ganancia mayor por fracciones, ¿no podrán dedicar parte de su atención a
considerar si una porción de su tiempo y su capital no podría aplicarse más ventajosamente
a mejorar la maquinaria viva?
Por mi experiencia, que no puede engañarme, me aventuro a asegurarles que su tiempo y su
dinero aplicados de esta forma, si están dirigidos por un verdadero conocimiento del tema,
les rendirán no cinco, diez quince por ciento de sus capitales invertidos sino con frecuencia
cincuenta y en muchos casos el cien por cien.
He invertido mucho tiempo y capital en la mejora de la maquinaria viva; y el tiempo y el
dinero invertidos de esta manera en la fábrica de New Lanark, incluso mientras estas
mejoras sólo están en parte realizadas, y sólo se han obtenido la mitad de sus efectos
favorables, ya están produciendo un rendimiento mayor del cincuenta por ciento, y en poco
tiempo crearán rendimientos iguales al cien por cien sobre el capital original invertido en
ellas.
Ciertamente, después de experimentar los efectos favorables, debidos al cuidado a la
atención de los implementas mecánicos, para una mente reflexiva resulta fácil concluir de
inmediato que por lo menos puede obtenerse una ventaja igual con la aplicación de un
cuidado y una atención similares a los instrumentos vivos. Y cuando se percibió que el
mecanismo inanimado se mejoraba grandemente mediante una construcción sólida y fuerte;
que la esencia de la economía consistía en mantenerlo limpio y bien cuidado,
suministrándole regularmente la mejor sustancia para evitar la fricción innecesaria y con una
provisión adecuada con el objeto de mantenerlo en buen estado; resulta natural concluir que
el mecanismo vivo, más delicado y complejo se podrá igualmente mejorar preparándolo para
la fuerza y la actividad; y que también resultará ser una verdadera economía mantenerlo
limpio y bien cuidado; tratándolo con consideración, que sus movimientos mentales no han
de experimentar una excesiva fricción irritante; esforzarse por todos los medios en hacerlo
más perfecto; proporcionarle regularmente una cantidad suficiente de alimentación sana y
otras cosas necesarias para la vida, que el cuerpo pueda preservarse en perfectas
condiciones de trabajo y evitando así que funcione mal o que pueda caer prematuramente en
desuso.
La experiencia demuestra que estas previsiones resultan acertadas.
Desde la introducción generalizada de mecanismos inanimados en las fábricas británicas, el
hombre, con pocas excepciones, ha sido tratado como una máquina secundaria e inferior; y
se ha prestado mucha más atención al perfeccionamiento de la materia prima de la madera y
los metales que del cuerpo y a la mente. Presten la debida atención al tema y encontrarán
que el hombre, incluso como un instrumento para creación de la riqueza, puede mejorarse
aún mucho más.
Pero, amigos míos, aún queda por considerar un aspecto mucho más interesante y
gratificante. Adopten los medios que dentro de poco todo el mundo considerará obvios, y no
sólo conseguirán mejorar parcialmente estos instrumentos vivos sino que también
aprenderán cómo impartirles esa excelencia que los haga infinitamente superiores a los del
tiempo presente y de todas las épocas anteriores.
Por lo tanto, aquí nos encontramos con un objeto que realmente merece su atención; y, en
vez de dedicar todas sus facultades a inventar mejores mecanismos inanimados, dirijan los
pensamientos, al menos en parte, a descubrir cómo combinar los materiales aún más
perfectos de cuerpo y mente, que por medio de un experimento bien diseñado, podrán ser
progresivamente mejorados.
Viéndolo así con claridad meridiana, convencido con la certeza de la misma convicción, no
perpetuemos los males realmente innecesarios que nuestra práctica presente inflige a esta
gran proporción de compatriotas nuestros. Incluso si sus intereses pecuniarios se vieran de
alguna manera perjudicados por adoptar la línea de conducta que ahora es tan necesaria,
muchos de ustedes poseen tanta riqueza que el gasto de fundar y continuar en sus
respectivos establecimientos las instituciones necesarias para mejorar sus máquinas
animadas ni siquiera se sentirá. Pero cuando tengan la demostración ocular de que, en vez
de una pérdida pecuniaria, una atención adecuadamente dirigida a la formación del carácter
y el aumento del bienestar de aquellos que están completamente a su merced, aumentará de
forma esencial sus ganancias, prosperidad y felicidad; verán que no existe razón alguna,
excepto aquella basada en la ignorancia de su propio interés, para que en el futuro no
dediquen su mayor atención a las máquinas vivas que ustedes emplean. Y al hacerlo
evitarán un aumento de la miseria humana, de la que ahora difícilmente podemos hacernos
idea.
Que puedan ustedes quedar convencidos de esta valiosa verdad, la cual si reflexionan
debidamente se les mostrará fundada en la evidencia de hechos innegables, es el deseo
sincero de el Autor
Vea también la entrada Owen en Grandes Economistas
Vea también Owen en el Diccionario Económico de Nuestro Tiempo
Ver en "Textos selectos": Robert Owen Prefacio al tercer ensayo de A New View of Society
Ver en "Contribuciones a la Economía: Santos Redondo, Manuel: Robert Owen, pionero del
management.
Ver en este mismo CD-ROM o sitio web:
La entrada Owen en el Diccionario BZM
Owen en el Diccionario Económico de Nuestro Tiempo
Owen, Robert: Prefacio al tercer ensayo de A New View of Society
Santos Redondo, Manuel: Robert Owen, pionero del management
Obras:
Observations on the Effect of the Manufacturing System, 1815
"Evidence on New Lanark", Parliamentary Papers, 1815
A New View of Society, 1816.
An Address to the Inhabitants of New Lanark, 1816
Two Memorials on Behalf of the Working Classes, 1818.
Report to the County of Lanark, 1821.
Lectures on an Entire New State of Society, 1830.