24419729 Velasco Juan Martin La Transmision de La Fe en La Sociedad Contemporanea

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    Prlogo

    La transmisin de la fe ocupa el primer plano de laspreocupaciones de la Iglesia y de las comunidadescristianas. La razn de esa preocupacin est en lagrave crisis por la que atraviesa esa transmisin, crisis que se inscribe en la crisis de la fe que padecen la

    mayor parte de los pases occidentales de tradicincristiana; que parece poner en cuestin el futuromismo del cristianismo en ellos y que constituye unade las causas ms importantes del malestar religiosoque caracteriza a los sujetos y a las comunidadescristianas de estos pases. Junto con la evangeliza-

    cin, de la que la transmisin de la fe forma parte ocon la que est estrechamente vinculada, la transmisin de la fe aparece como el objetivo pastoral prioritario de la mayor parte de las Iglesias particulares yde sus comunidades. Pero la falta continuada de respuestas eficaces a las carencias y dificultades experi

    mentadas en este terreno se est convirtiendo en unade las causas principales de la falta de entusiasmo yla perplejidad en que se encuentra la mayor parte delas comunidades cristianas del llamado PrimerMundo. Ofrecer datos, reflexiones y sugerencias enrelacin con este problema es el objetivo de las pgi

    nas que siguen1

    .

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    Las consideraciones que ofrecemos a continuacin no pretenden proponer una respuesta adecuadaal cmulo de problemas contenidos en la crisis de latransmisin de la fe. Se proponen, ms modestamente, en la primera parte, ayudar a tomar conciencia delhecho de la crisis, poner de relieve sus aspectos ms

    importantes y destacar algunas de las interpretaciones que se vienen ofreciendo del fenmeno. Por esopredominan en ella las referencias a los datos de losnumerosos -y algunos excelentes- estudios sociolgicos de que disponemos tanto en Espaa como enlos pases de nuestro entorno. El recurso a tales estudios est, a mi modo de ver, plenamente justificado.Porque creo, en primer lugar, que el conocimiento dela realidad es condicin indispensable para cualquiertipo de actuacin sobre ella y tambin, por tanto,para la llamada accin pastoral de la Iglesia.

    Tal recurso tiene, adems, otro fundamento. Lasituacin histrica posee, en efecto, valor teologal y

    teolgico. Constituye un verdadero lugar para la re-

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    velacin de Dios a cada poca. A travs de esa situacin el Espritu de Dios sigue hablando a los hombres de todos los tiempos y a las Iglesias en las queestn congregados los creyentes. Lo dijo hermosamente Fernando Urbina, ese extraordinario testigodel cristianismo del siglo xx y extraordinario telo

    go: La gran voz silenciosa de Dios, ese rumor inmenso de aguas de que habla el cntico de san Juande la Cruz, habla tambin a travs de todo lo real.Los datos de una encuesta, las experiencias aportadas por los mtodos activos y la grande y ahogadavoz del pueblo -entre el cfiro y el trueno- son tro

    zos de realidad viva: son palabra de Dios. Refirindose despus a los hombres de su poca -que talvez en esto, con algunos matices de detalle, sigasiendo la nuestra-, aada: Unos hombres de Iglesia, encerrados en sus esquemas y no queriendo verdetrs de las palabras la realidad terrible, desnuda y

    bella, dejaron de percibir ese rumor inmenso. UnaIglesia institucional encerrada en los gruesos murosde los palacios episcopales y romanos dej de or lapoderosa voz del mundo, la gigantesca voz de Dios.

    Los estudios a los que voy a referirme con profu

    sin nos ofrecen una voz de Dios que con frecuencianos pone de manifiesto los olvidos, los errores yhasta los pecados de tantas actuaciones de la Iglesia,vividos en muchos casos con buena pero inconsciente voluntad. Ahora bien, los datos en que se basanesos estudios y los anlisis y reflexiones a que lossometen nos ofrecen, adems, claves para su correcta interpretacin, alusiones a situaciones histricascapaces de iluminar la nuestra; es decir, una luz que

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    no sera sensato desdear cuando se trata de responder a ellas.

    Como la palabra de Dios, el anlisis atento de lasituacin juzga, ilumina y hasta, en ocasiones, alienta nuestra accin, aunque slo sea ayudndonos arelativizar la impresin angustiosa que produce en

    nosotros cuando padecemos su influjo sin atrevernosa mirarla de frente y tratar de comprenderla. Los resultados de tales estudios, lo he constatado una vezms, constituyen para los creyentes uno de esos signos de los tiempos a que se refera el Vaticano n como acontecimientos en los que se anuncia, en la

    forma indirecta y alusiva que le es propia, el paso deDios por nuestra historia.En la segunda parte de este ensayo intento ofre

    cer pistas para posibles respuestas de los creyentes ylas comunidades cristianas a la situacin descrita enla primera. No se trata -me parece conveniente aclararlo desde el principio- de recetas concretas.stas tendrn que ser establecidas por cada comunidad desde las circunstancias que le son propias. Songrandes principios obtenidos de la reflexin creyentesobre Dios, su presencia y su accin, y aplicados alproblema que va a ocuparnos. La meditacin sobretales principios est ayudando a no pocos cristianos

    a vivir la crisis de la comunicacin de la fe sin lairresponsabilidad que supondra ignorarla, pero tambin sin la angustia que produce ver cerrado el futuro de nuestras comunidades y sentirse obsesivamente culpabilizado por ello.

    Como sucede con otros aspectos de la crisis del

    cristianismo en nuestros pases occidentales, estoyconvencido de que el anlisis de la crisis de la trans-

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    misin de la fe puede ayudarnos a descubrir, al mismo tiempo que la gravedad de la situacin, las posibilidades que el cristianismo actual encierra para responder a ella, y las oportunidades que la mismacrisis ofrece a las comunidades para revitalizar la

    vida cristiana de sus miembros y responder positivamente a las incertidumbres que estn viviendo enrelacin con su futuro. Estoy seguro, adems, de queun estudio sereno de esa crisis a la luz de la fe, ydejndonos tambin iluminar por los recursos racionales de que disponemos, ejercer en las comunida

    des que la padecen un efecto tonificante que les dotar de nuevos recursos para responder a ella.Con todo, tambin estoy convencido de que el

    estudio de esta crisis, como, en general, el de la situacin del cristianismo en los pases occidentales detradicin cristiana, pone de relieve una muy seria crisis de las Iglesias cristianas, y que no hallaremos unarespuesta adecuada a la misma mientras no pongamos con toda decisin manos a la obra de una reforma radical de sus estructuras que les devuelva la consonancia con el Evangelio y la sintona con la sociedad que en buena parte han perdido.

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    Introduccin

    El hecho que nos ocupa es extraordinariamente complejo y requiere anlisis pormenorizados. Antes deentrar en ellos me permitir ofrecer algunas reflexiones sobre la situacin general en la que se inscribe elproblema que abordamos y aclarar algunas dificulta

    des que encierra la misma expresin transmisin dela fe con que lo designamos.

    Novedad del cristianismo

    y envejecimiento de la Iglesia

    La aparicin del cristianismo supuso en la vida religiosa, las sociedades y las culturas de su tiempo lairrupcin de un brote pequeo pero extraordinariamente virulento de novedad1. De las primeras co

    munidades que lo encarnaron y de los textos quemuy pronto produjeron, sorprende y fascina especialmente la conciencia, la experiencia y la vivencia de novedad que transparentan. Sus miembrosviven desde el principio a la espera del mira quehago nuevas todas las cosas que el Apocalipsis atri-

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    buye al Anciano sentado en el trono (Ap 21,5). Vivenen la esperanza de unos nuevos cielos y una nuevatierra en que habitar la justicia (2 P 3,13).

    Entre tanto, saben que forman parte del nuevoIsrael, de la nueva Jerusaln (Ap 3,12) con la queDios ha sellado una alianza nueva (Le 22,20; 1Cor 11,25; 2 Cor 3,6). Se reconocen en Cristo, unhombre nuevo (Ef 2,15), en una nueva creacin(2 Cor 5,17) en la que todo es nuevo. La irrupcinde la novedad cristiana los ha renovado interiormente, dotndoles de un nuevo espritu (Rm 7,6) quetransforma su mente (Rm 12,2), los hace miembrosde una nueva comunidad en la que viven de acuerdo

    con un mandamiento nuevo (Jn 13,34), tienen unnombre nuevo y entonan un cntico nuevo (Ap2,17; 5,9). No es extrao que, como de Jess habandicho sus oyentes: he aqu una doctrina nueva (Me1,27), a Pablo le pregunten los suyos: Podemossaber cul es esa doctrina nueva que t expones?.

    Realmente, la conciencia de novedad que compartenlleva a los discpulos a vivir una vida nueva (Rm6,4) que origina una nueva forma de vida, compartida en nuevas comunidades de hermanos y que secaracteriza por el gozo, la esperanza, nuevas relaciones ente sus miembros y una nueva mirada sobre el

    mundo, la vida y la misma muerte (1 Tes 4,13).La impresin de novedad que irradiaba el cristianismo influy decisivamente en la prodigiosa extensin de los cristianos, una pequea minora, sometida con frecuencia a persecuciones cruentas y que nocont ni con los resortes del poder, ni con la ayuda dela fuerza fsica, ni con los medios del prestigio humano y la sabidura del mundo. El mensaje cristiano

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    fue predicado desde el principio como buenanueva, evangelio -basado en la cruz de Cristo comomanifestacin extrema del amor de Dios a los hombres-, frente a una sociedad y unas religiones incapaces de responder a las preguntas radicales de loshumanos.

    Todava hoy, los documentos del Nuevo Testamento aparecen a los lectores actuales baados en unaire de novedad que ni el tiempo ni la costumbre, quetanto desgastan las palabras, han hecho palidecer.

    Pero la introduccin del cristianismo en la peripecia humana ha dejado su huella en el rostro del

    cristianismo y, sobre todo, en la Iglesia que lo encarna. G. von le Fort cant bellamente a la Iglesia, depositara de los dones de todas las pocas2. Pero susveinte siglos de historia han dejado en ella tambinotras cosas. Y el cristianismo, que supuso un cambioradical y una novedad en la historia humana, y que

    durante siglos intervino en la mayor parte de sustransformaciones importantes, parece haber llegadofatigado a estas ltimas etapas de su camino.

    Desde la mutacin histrica que conocemos como Modernidad, la Iglesia, alineada durante muchos aos con quienes pretendan mantener el rgi

    men antiguo, ha terminado apareciendo como unainstancia a superar o una realidad superada. A lo largo de esta poca, que ha producido el mayor nmerode revoluciones de la historia, las grandes empresasrenovadoras han nacido fuera de ella y, con frecuencia, contra ella. Es verdad que nunca han faltado en

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    su seno grupos y personas que han sabido desarrollarla capacidad renovadora que el cristianismo atesora.Pero, con frecuencia, lo han hecho sin que la Iglesiaoficial reconociera sus esfuerzos, como si estuvieratemerosa de que cada nueva conquista humana fueraa poner en entredicho su predominio sobre la sociedad y la cultura.

    De hecho, la Iglesia, al menos en los pases occidentales, aparece como una institucin avejentada.En la encuesta Jvenes espaoles '89 se afirmabacon rotundidad: Digmoslo claramente: la Iglesiasuena a viejo, a pasado, a otra poca para la granmayora de los jvenes. Desde otro pas, Blgica, la

    constatacin se repite: para muchos la Iglesia catlica... es una institucin de una poca pasada3. Deah que su imagen, para los que la miran desde fueray no pocos de los que vivimos en su interior, recuerde la parbola evanglica del vino nuevo vertido enodres viejos y del remiendo de tela nueva cosido enun pao viejo. Pocos la reconoceran hoy en la imagen que de ella ofrece el Apocalipsis como la nuevaJerusaln que baja del cielo, de junto a Dios, ataviada como una novia para su esposo, sin mancha niarruga. Avejentada en sus estructuras, en su forma deorganizacin y, a veces, en sus ritos y en sus mensa

    jes. Avejentada, sobre todo, en sus personas, como

    muestra la edad media de sus representantes y dequienes continan frecuentando sus prcticas. Pocosindicadores tan elocuentes de esta situacin como lagran cantidad de voces que, al menos en los pases

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    occidentales, vienen preguntndose en las ltimasdcadas con inquietud y hasta con angustia por elfuturo de la Iglesia. Se tiene la impresin de que elsiglo xx, que fue declarado en sus comienzos, conilusin y esperanza, el siglo de la Iglesia, ha terminado siendo para sta el siglo del malestar por su

    situacin y la preocupacin por su futuro

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    .Es verdad que seguimos diciendo en todos lostonos que el futuro se llama esperanza. Pero unaesperanza fundada slo en unas promesas que nohacemos nada para que se hagan realidad; una esperanza que no parece contar con otro futuro que elescatolgico; una esperanza mantenida slo por per

    sonas y comunidades ancianas; y, sobre todo, unaesperanza que recurre de forma inmediata, funda-mentalista, a las razones sobrenaturales, sin pararse aponer de su parte lo que humanamente, racionalmente, hay que poner para que se realice, no se parecedemasiado a una esperanza retrica o a un tenso

    voluntarismo que no quiere resignarse a la evidenciaque imponen unos hechos nada propicios para alimentar la tan aireada esperanza?

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    Races de la incapacidad de renovacin

    Dnde est la raz de una situacin tan contraria a lanaturaleza del cristianismo? Sin duda, en el hecho deque la Iglesia no se renueva. Y no lo hace, en primerlugar, porque parece faltarle el Espritu, que es lafuente de su renovacin. Porque la Iglesia vive parahacer presente a Jesucristo, que es ayer, hoy y parasiempre (Hb 13,8). Pero la verdad es que muchas desus estructuras, en lugar de presencializar, ocultan aJesucristo y a su Espritu. Porque del conjunto de laIglesia puede decirse, como K. Rahner dijo de la desu pas, que es una Iglesia terriblemente pobre en

    espiritualidad. La Iglesia vive, ciertamente, para dartestimonio del Dios vivo, contemporneo de todoslos tiempos y que con su Espritu renueva la faz dela tierra. Pero dnde se habla con lenguas defuego de Dios y de su Espritu?; dnde hay... unamistagoga de cara a la experiencia viva de Dios que

    parta del ncleo de la propia existencia?

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    . Parececomo si, incapaces de transparentar a Dios, nos dedicsemos a escenificar acontecimientos para mayorgloria de la institucin de la Iglesia. Como si muchosque decimos estar consagrados a las tareas del Reinoestuvisemos en realidad dedicados a asegurar lasupervivencia de las estructuras de la Iglesia.

    De esta primera raz de la falta de renovacin dela Iglesia procede la segunda, ms visible, pero, enparte al menos, derivada de la primera. La Iglesia actual no se renueva, porque est fallando en ella el

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    relevo generacional que origina la crisis de la transmisin de la fe, y le falta la renovacin que procurael contacto con los otros, con los diferentes, que leprocurara una bien entendida evangelizacin. Poreso venimos hablando desde hace dcadas de la necesidad y la urgencia de la evangelizacin, y en los

    ltimos aos hemos comenzado a preocuparnos de lanecesidad y la urgencia de la transmisin de la fe.Pero, comenzando por la evangelizacin, sucede

    con ella que llevamos casi un siglo hablando de sunecesidad; llevamos dos o tres dcadas proclamandoque es la hora de la evangelizacin, de la nuevaevangelizacin, pero todo se queda en ros de palabras y discursos, y la evangelizacin no progresa,porque somos incapaces de poner a la Iglesia, deponernos a nosotros mismos en estado de evangelizacin. Ms an, despus de vivir una ralentizacinimportante en la evangelizacin de los pueblos nocristianos, en las misiones a los gentiles6, hoy

    constatamos adems que nuestros pases de tradicincristiana se han convertido tambin en pases demisin, y ni en los unos ni en los otros progresa realmente la evangelizacin.

    Por otra parte, la toma de conciencia de la crisisde la transmisin de la fe est suponiendo una radi-

    calizacin de la crisis de la evangelizacin. Porque laquiebra de la transmisin significa que hoy comenzamos a sentirnos incapaces de transmitir el cristianismo a los mismos bautizados que se alejan de la fe

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    y la prctica de la vida cristiana, y a las nuevas generaciones surgidas en el interior de las familias y lascomunidades cristianas. El hecho, en realidad, venaanuncindose desde hace tiempo. Hoy ha terminadopor imponrsenos ante la evidencia de la falta de

    jvenes en nuestras comunidades y ante el envejeci

    miento de los efectivos ms activos de la Iglesia.La toma de conciencia de este hecho constituyeuna fuente importante de sufrimiento para numerosos padres, para maestros y educadores cristianos ypara los dirigentes de las comunidades. El sufrimiento procede, por una parte, del dolor de ver que noconseguimos transmitir lo mejor de la vida -la fe quepuede darle un sentido, la esperanza que la abre alfuturo, el amor que la torna digna de ser vivida- aaquellos que recibieron la vida en nuestras familias yen nuestras comunidades. Otra fuente del sufrimiento que produce en muchos adultos la crisis de latransmisin de la fe consiste en que sentimos que eldistanciamiento de los jvenes de la fe constituyeuna desaprobacin tcita o expresa, no tanto del cristianismo en cuanto tal, como de nuestra forma devivirlo. Pero estamos demasiado apegados a esas formas de cristianismo que apresuradamente calificamos de tradicionales para poner en cuestin nues

    tra comprensin y nuestra vivencia del cristianismo einiciar un camino de renovacin para el que, faltos deespritu, nos sentimos sin fuerza y sin ideas.

    Cabria referirse tambin al sufrimiento de aquellos en quienes se produce la quiebra de la cadena dela transmisin, por las consecuencias que esa quiebra

    tiene para sus vidas. Los obispos franceses lo hanhecho al describir la crisis de la transmisin, a la que

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    nos referiremos enseguida, en un texto que vale lapena citar completo:

    Bajo los envites combinados de la generalizacin delespritu crtico, del encuentro de las culturas y de losprogresos de la tcnica, los estilos de vida fundamentales transmitidos por las grandes tradiciones se res

    quebrajan. Es la gramtica elemental de la existenciahumana la que viene a faltar...En muchos campos de la existencia -y especial

    mente para las jvenes generaciones- ya no es posibledescansar serenamente en las tradiciones y usos recibidos, sin aceptar hacer un esfuerzo de apropiacinpersonal. Esta situacin resulta agobiante para las per

    sonas obligadas a descender a sus mayores profundidades para extraer los recursos necesarios paraafrontar las situaciones de precariedad con que seencuentran.

    Cuando este esfuerzo de apropiacin personal serevela imposible, la prdida de los puntos de referencia ticos resulta casi inevitable, y aparece la tenta

    cin de hundirse en la duda o el desnimo, o bien deperder el sentido de las propias responsabilidades.Esta crisis de transmisin generalizada acarrea muchas fragilidades personales y permite tambin comprender que toda nuestra sociedad vive bajo el signode una fragilidad idntica por lo que respecta a susrazones para vivir y para construir su futuro7.

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    Coartadas para ocultarnos el hechoo nuestra responsabilidad en l

    Durante algn tiempo hemos intentado disimulamosel hecho acudiendo a una serie de excusas y coartadas de corto alcance. As, nos hemos dicho, la trans

    misin fracasa porque la situacin la hace imposible.Y cuando hablamos de la situacin, nos referimos ala secularizacin, la cultura, el impacto de los mediosde comunicacin, el influjo de determinadas polticas, etc. Es, en definitiva, la reaccin de la parbolaante la presencia de la cizaa en el campo: el enemigo lo ha hecho. Pero la historia nos ensea que elcristianismo ha crecido y se ha desarrollado y extendido en pocas notablemente ms difciles que lanuestra y a costa de sacrificios y esfuerzos muchomayores que los que exige la nuestra.

    Nos hemos consolado tambin pensando: el cristianismo es una vocacin extremadamente exigente,

    y las generaciones posmodernas, incapaces de tomaropciones radicales y adoptar compromisos estables,son incapaces tambin de asumir sus exigencias.Pero hoy sabemos que no pocos jvenes actualesoptan tambin por causas exigentes y se comprometen con ellas, y son capaces de dedicarles un tiempoy unos esfuerzos que no les exigira la aceptacin delcristianismo ms bien blando que les presentamos.Justamente, hay quien afirma, probablemente no sinalguna razn, que una de las causas del fracaso de latransmisin est en el cristianismo desvirtuado, light,al que les pedimos adherirse.

    Nos decimos tambin, para justificar nuestra in

    capacidad para convocar al cristianismo, que nuestra

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    poca es, desde el punto de vista espiritual, un desierto. Que vivimos en una cultura materialista, positivista, centrada en el inters, la bsqueda de la ganancia y del disfrute inmediato, que hace imposibleel acercamiento al cristianismo y la percepcin desus valores. Pero hoy sabemos que el materialismo

    puro y duro est en crisis precisamente en grandesgrupos de jvenes, y que emerge una generacin queestima los valores posmaterialistas y rechaza unacivilizacin basada en valores puramente materiales.Adems, cabe preguntarse en qu medida ha contribuido a la extensin de esa civilizacin nuestra

    manera de vivir el cristianismo como asunto privado,ajeno a la vida, orientado exclusivamente al ms ally que ha perdido su condicin de forma alternativade vida.

    La ltima coartada para explicarnos la crisis de latransmisin de la fe, sin que esa crisis nos comprometa demasiado, ha sido la pretendida carencia en

    sus destinatarios de la mnima sensibilidad para loreligioso que sirva de punto de contacto para el anuncio del Evangelio. La indiferencia religiosa de los

    jvenes es tal, nos decimos, que carecen, como MaxWeber deca de s mismo, de odo para lo religioso,por lo que ningn mensaje que proceda de ese mun

    do puede producir en ellos el menor eco. San Pablo,nos repetimos, pudo conectar con los atenienses remitindolos al Dios desconocido al que tenan dedicado un altar en la ciudad, y citando a uno de suspoetas que haba hablado de los hombres como pertenecientes al linaje de Dios. Nuestra cultura, encambio, habra perdido el sentido para lo religioso y

    estara incapacitada para recibir cualquier comunica-

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    cin que proceda del mundo de lo sagrado o pretenda introducir en l.Tampoco este hecho, ciertamente innegable, ex

    plica todas nuestras dificultades en este terreno, niconstituye un obstculo insalvable para la transmisin de la fe. Primero, porque ni siquiera la seculari

    zacin ms avanzada elimina de las personas y lassociedades la capacidad para lo religioso. Los nuevosmovimientos religiosos que proliferan de forma especial en reas muy secularizadas de nuestro mundomuestran la pervivencia y la vitalidad de lo religioso,y desmienten las tesis que identifican secularizaciny desaparicin de la religin. Por otra parte, es posible que en situaciones de muy radical crisis de lasreligiones y de rpido progreso de la secularizacinel ejercicio de determinadas dimensiones humanaspara la relacin con el Absoluto desempee en lavida de las personas funciones homologas a las queejerce la religin en otras pocas; y es posible, por

    tanto, que la presencia de tales dimensiones, comolas que se expresan en las preguntas ltimas, la necesidad de sentido, la sensibilidad para los valores ticos, la experiencia esttica, etc., constituya un puntode contacto suficiente para que la presentacin delcristianismo suscite preguntas, despierte deseos y

    nostalgias y produzca ecos tambin en personas muyafectadas por la crisis de las religiones o muysecularizadas.

    Con el recorrido de todas estas explicaciones, quehe tachado de coartadas, no pretendo ignorar lainfluencia de los hechos a que se refieren en las difi

    cultades por las que atraviesa la transmisin de la fe.Pretendo slo llamar la atencin sobre el hecho de

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    que ninguna de ellas las explica adecuadamente, yque ninguna, ni el conjunto de todas ellas, nos eximede preguntamos por nuestra propia responsabilidaden la crisis. Por otra parte, esta apelacin a nuestraresponsabilidad en modo alguno constituye una invitacin a la autoculpabilizacin obsesiva.

    Causas de las dificultades para la transmisinen nuestro propio interior

    La situacin nos invita a mirar tambin hacia nuestrointerior. Tal vez tengamos que reconocer que nues

    tras comunidades no transmiten porque no tienen qutransmitir, o, mejor, porque no somos de verdad cristianos, no vivimos como tales, no constituimos lasemilla, la levadura, la luz, la sal que el Evangelionos invita a ser, y que, en la medida en que lo son, ypor el solo hecho de serlo, germinan, fermentan, ilu

    minan y sazonan. Es decir, que tal vez la falta derenovacin generacional que padece el cristianismose deba en buena medida a la falta de renovacininterior, espiritual: la renovacin, procedente del Espritu de Dios, de las generaciones encargadas de latransmisin.

    Una nueva dificultad procede, probablemente, dela forma en que entendemos la misma transmisin.Es posible que a veces queramos transmitir a nuestros jvenes no slo el cristianismo, sino el cristianismo tal como nosotros lo vivimos y pensamos quelo vivieron las generaciones que nos han precedido.Ms que transmitir el cristianismo, parece como siquisiramos producir entre nuestros hijos cristianos

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    clnicos que reproduzcan exactamente nuestro propio cristianismo. No caemos en la cuenta de que talforma de transmisin no puede funcionar, porqueno se prestan a ella ni el contenido de la transmisin,que no es un depsito de verdades, normas y costumbres, sino una vida, una persona, que slo sedejan transmitir adaptndose a las nuevas condiciones y produciendo en cada paso de la transmisinnuevas formas de vida; ni el hecho mismo de latransmisin, en el que los destinatarios de la mismason tambin sujetos activos y no slo pasivos, omeros receptores de lo transmitido. Por eso es inevi

    table que el resultado del proceso de transmisin,cuando tal resultado se produce, refleje tanto la personalidad, la mentalidad, la sensibilidad de esos destinatarios, condicionadas siempre por su nueva situacin histrica, como las de los llamados agentes delproceso.

    Por ltimo, es importante que nos preguntemos sila crisis de la transmisin no se deber a que intentamos transmitir un cristianismo, el nuestro, que, adems de falto de vida, tal vez sea un cristianismo anacrnico y hasta insignificante. No es verdad que loscristianos adultos de nuestra generacin debemosconfesar nuestra insatisfaccin con el cristianismoque recibimos y que tal vez nos hayamos contentadocon mantener? No es verdad que nuestra ilusin seha limitado a conservar la fe, a no perderla, sin proponernos -o al menos sin lograrlo- encarnarla ennuestra vida, inculturarla, como se dice ahora, en elmomento histrico que nos ha tocado vivir? No es

    verdad que la pastoral de la que nosotros fuimosobjeto y la que nosotros mismos hemos realizado

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    ha sido sobre todo una pastoral de conservacin,de mantenimiento, que reproduca la actitud delsiervo de la parbola que recibe un denario y lo en-tierra bajo capas pesadas de rutina, costumbres, tradiciones, conformismo, por miedo a perderlo? Uncristianismo as no puede ser transmitido, porque es

    una semilla caducada, que pudo tener vigencia enotro tiempo, pero que hace mucho que la ha perdido.

    De hecho, venimos observando hace aos que losalejados del cristianismo en nuestro tiempo no sontanto ateos convencidos y militantes como agnsticos e indiferentes poscristianos. Es decir, personas

    capaces de admitir la funcin histrica y cultural delcristianismo en otros tiempos, pero que lo percibencomo cosa de otras pocas, como agua pasada que yano puede mover los molinos de la nuestra. Pero porqu lo perciben as? No ser porque con nuestramanera de vivirlo estamos presentando un cristianismo que es parte del patrimonio cultural, pieza de

    museo, material de exposicin? En realidad, nuestrasdificultades, las de los adultos de nuestra generacin,para vivir cristianamente se derivan en parte de quesomos incapaces de encarnar nuestro cristianismo enla tierra de nuestra cultura y de hacerle producir frutos que, para ser de vida eterna, tienen que ser

    capaces de germinar en cada estacin de la historia.Pasemos ahora a analizar la frmula transmisinde la fe, sometida a no pocas discusiones.

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    Puede la fe ser transmitida?

    Son muchos los que critican la validez de la expresin para designar el hecho al que se refiere, y ven enella una fuente importante de malentendidos quecondenaran a desenfocar el planteamiento mismo

    del problema. La fe, dicen, no es objeto de transmisin o, al menos, no es objeto de transmisin humana. Nadie puede transmitir a otro lo que es la decisin ms personal, que tiene lugar en lo ms ntimode la persona, que tiene por objeto nico la presenciay la llamada personalsima de Dios, y a la que elsujeto, consiguientemente, ha de responder de la

    forma ms personal. Objeto de transmisin, si acaso,sern los contenidos doctrinales en que se formulaesa fe, los ritos en que se celebra, las formas de vida,los valores, los usos y costumbres que la fe origina.Objeto de transmisin ser, pues, la religin o la religiosidad en que cristaliza la opcin creyente, pero no

    la opcin creyente misma.Sin negar el fundamento y la pertinencia de estaobservacin, con la que nos enfrentaremos ms adelante, podemos adelantar desde ahora que se fundaen una concepcin del creer que separa indebidamente la fe como acto personal, de las mediacionesen las que se encarna, mediaciones que, aunque deban distinguirse, no pueden separarse de ella, porqueson indispensables para su realizacin. La religin,de la que forman parte tanto el acto personal delcreer como las mediaciones en las que se encarna,constituye un hecho complejo que, aunque tenga sucentro en la adhesin personal del sujeto al misterio

    de Dios, necesita -en virtud de la condicin humana:

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    corporal, mundana, racional, comunitaria, histrica,etc. del sujeto que cree-, para hacerse realidad, encarnarse en todas esas mediaciones que forman partedel complejo fenmeno que constituye cada religin.Nadie vive una religin desde cero, ni crea su religin de la nada. Como en todas las dems dimensiones de lo humano, cada sujeto religioso nace en una

    religin que le antecede y, a travs del lenguaje, lacultura, el universo simblico, los usos, las creencias, etc., le procura los medios para realizar efectivamente el reconocimiento personal de la Trascendencia, es decir, el acto de creer, gracias al cual seapropiar, personalizar y recrear el capital cultural

    y religioso que ponen a su disposicin la familia, lasociedad, la cultura y la institucin religiosa de lageneracin humana concreta en la que nace. Sin todoello, el sujeto creyente no podra nombrar, interpretar ni, por tanto, vivir la experiencia que le convierteen creyente.

    Transmisin, tradicin y memoria

    La razn ltima de la implicacin de la tradicin reli

    giosa en la fe es la naturaleza misma de la vida humana, que slo existe como proceso en el que el sujeto, primero hereda, y despus asume y hace suyo,para finalmente transmitirlo, el caudal de la humanidad en que se inscribe esa vida. Se basa, adems, enel hecho de que el proceso de la vida comporta laconciencia, la interpretacin y la valoracin de esavida, elementos todos vehiculados por la cultu-

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    ra, el lenguaje y la religin de cada generacinhumana8.En este sentido, no slo puede hablarse de una

    transmisin de la fe, sino que debe aadirse que latransmisin, como momento integrante de la tradicin, forma parte del complejo hecho que llamamos

    creer. La condicin constitutivamente histrica delsujeto introduce la transmisin en las condicionesmismas de posibilidad y en la realizacin efectiva dela fe. Porque es verdad que las diferentes religionestienen su origen en un hecho y una experiencia fundantes, vividos como irrupcin del Misterio en lavida de una persona o un grupo y designado en las

    diferentes religiones con el nombre de revelacinu otros equivalentes. Pero es verdad, adems, que esarevelacin slo es efectiva, slo se realiza, en la apropiacin personal por cada sujeto de esa revelacin.Ahora bien, la revelacin y su aceptacin por el hombre se producen, por una parte, en el interior de una

    comunidad y una historia y, por otra, generan inmediatamente un conjunto de experiencias, ideas, comportamientos y grupos humanos especficos que, conel paso del tiempo, constituyen una tradicin querequiere para su supervivencia la transmisin degeneracin en generacin. La misma condensacinde la revelacin en las Escrituras Sagradas requiereun proceso de seleccin y exclusin de tradicionesprevias, imposible sin la intervencin de determinados mecanismos de transmisin, que est en la basede la constitucin del canon de esas Escrituras.

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    Por eso podemos concluir que la memoria esten el fundamento mismo de la religin y que entrereligin y memoria existe un lazo estructural9. Latradicin, que es la puesta en ejercicio y la condensacin de esa memoria, no slo interviene en latransmisin de la religin, sino que forma parte de su

    ejercicio y su vivencia efectiva. De toda religinpuede decirse lo que la Constitucin Dei Verbum delConcilio Vaticano n dice de la Iglesia: La Iglesia ensu doctrina, vida y culto perpeta y transmite a todaslas generaciones todo lo que ella misma es, todo loque ella misma cree (n. 8).

    La tradicin, por otra parte, comporta tres elementos fundamentales: el contenido transmitido, lotraditum, es decir, el conjunto de creencias, usos,costumbres, smbolos... que una generacin entrega ala siguiente; el acto mismo de transmitir, traditiocomo acto de tradere, el hecho de donar o entregar;

    y la recepcin que le corresponde. En ese acto complejo intervienen unos agentes autorizados: familia,maestros y, en definitiva, una institucin religiosaque pone en juego todas las estructuras, medios yrecursos de que dispone.

    Anotemos, para completar esta primera descrip

    cin de la tradicin en que se inscribe la transmisin a la que se refiere nuestro enunciado, dos aspectos importantes. La tradicin no es mera continuacin o reproduccin por parte de los agentes de la

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    transmisin, como sucede con la transmisin de laherencia biolgica; ni mero traspaso jurdico de laposesin, como sucede en la herencia de los bienes.El proceso de la transmisin incluido en la tradicinreligiosa comporta asimilacin, reinterpretacin y,por tanto, momentos de ruptura, tan importantes como los de continuidad, exigidos por la situacin

    necesariamente diferente de las sucesivas generaciones que intervienen en el proceso10.

    En segundo lugar, observemos que la tradicin nosignifica tan slo el conjunto de lo entregado en elacto de transmitir, ni el acto mismo de la transmisin.Comporta, adems, la capacidad del contenido de esa

    memoria para inspirar y orientar, en grados diversosde intensidad, la vida, el momento presente de lageneracin que recibe esa condensacin de la memoria de la que vive. La tradicin comporta, pues, unaspecto de autoridad reconocida a ese pasado pararegular los asuntos del presente11.

    El funcionamiento concreto del proceso de transmisin depender en buena medida de la situacin dela generacin a la que se transmite el legado, de sudistanciamiento o proximidad en relacin con lageneracin transmisora, del suelo de convicciones yevidencias que le procura la propia cultura, de la

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    capacidad que esa situacin otorga a los sujetos paraintegrar los contenidos de la tradicin y para aceptarel carcter normativo que les confiere su condicinde tradicionales.

    Resumiendo los elementos fundamentales de estaprimera aproximacin al hecho designado por la ex

    presin transmisin de la fe, ste comporta, poruna parte, la referencia a la adhesin personal delsujeto, sin la que la transmisin dejara al margen elelemento central de lo que se pretende transmitir;pero comporta, adems, la memoria, la tradicin originada por las generaciones de creyentes, en la que

    nace el destinatario de la transmisin y sin la que lesera imposible entrar en contacto con la Presencia ala que se adhiere. Probablemente, una de las dificultades ms importantes para la realizacin y la comprensin del fenmeno de la transmisin de la feconsista en descubrir, tener en cuenta y realizar la

    debida articulacin de esos dos elementos. La meratransmisin de unos contenidos, por ms abundantes que stos sean, no es ciertamente transmisin dela fe. Pero suscitar la adhesin creyente requiereunos contenidos que slo se le hacen presentes alsujeto en la tradicin y que sta le comunica como de

    alguna manera normativos para su forma de creer.Lo expresaba con toda precisin un autor francs:

    la transmisin es ciertamente asunto de libertad enrespuesta al ofrecimiento de Dios. Pero sin la decisin y la audacia de transmitir por parte de la comunidad cristiana no se dara la ocasin del encuentro

    de las dos libertades. De Dios hemos recibido laposibilidad de creer; de la Iglesia, los datos que per-

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    miten expresar la fe y vivirla autnticamente. Latransmisin se propone, en ltima instancia, dar lapalabra al otro. Porque la palabra de fe debe ser lasuya y no una pura reproduccin de otra palabracualquiera. Pero esa palabra suya ser palabra de fesiendo una manera indita de decir la nica fe de laIglesia12.

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    PRIMERA PARTELA TRANSMISIN DE LA FE

    EN LA IGLESIA ACTUAL

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    1. La crisis de la transmisin de la fe

    La crisis de la transmisin de la fe en las sociedadesoccidentales es un hecho observado a simple vista,

    padecido y muy intensa y frecuentemente lamentadopor los creyentes, las comunidades cristianas y susresponsables. De esa crisis son indicios claros el manifiesto envejecimiento de las comunidades y las dificultades experimentadas por padres y educadoresen la transmisin de sus convicciones, valores y hbitos de vida, sobre todo en el terreno de la religin.

    A ese hecho se refera ya, en otros trminos, aescala social y cultural, Pablo vi, cuando lamentabacomo uno de los acontecimientos ms graves denuestro tiempo la ruptura entre el Evangelio y la cultura moderna1. Recordemos, slo a modo de ejemplo,algunos testimonios ms recientes. En un libro que

    lleva por ttulo, precisamente, Crisis de la transmisin de la fe, J-J. Degenhardt se expresaba en estostrminos: Estamos en nuestro pas (Alemania), y noslo en l, ante una grave crisis de la comunicacinde la fe. La crisis, precisa el arzobispo Degenhardt,no es un problema de comunicacin de la fe entendi-

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    da en sentido estricto como catequesis, enseanza dela religin, educacin religiosa; es mucho ms profunda, y abarca amplios mbitos en la vida del creyente y de la comunidad eclesial. En la misma obra,W. Kasper aade a esta constatacin que la crisis dela transmisin de la fe que padece Alemania es unproblema mundial2.

    Los obispos franceses, en su ya citada carta Proponer la fe en la sociedad actual, se refieren a unacrisis de transmisin generalizada que describenen estos trminos: De hecho, la comunicacin de lafe se encuentra hoy en da comprometida o muydificultada en amplios sectores de la sociedad

    francesa3.Las constataciones de los sujetos implicados en

    los procesos de transmisin de la fe se ven confirmadas por los estudios de los socilogos de la religin.Tambin entre ellos la constatacin del hecho es unnime, aunque lo formulen en trminos diferentes. El

    proceso de transmisin de las tradiciones religiosasest gravemente precarizado, escribe un socilogoprotestante de la religin. Una prestigiosa socilogase refiere a una constatacin masiva: la crisis de lareproduccin institucional de lo religioso; una crisisque es subrayada por todos los trabajos sobre larelacin de los jvenes con la religin4.

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    El hecho es tambin observado y descrito deforma sistemtica en los estudios de los socilogosde la religin sobre la situacin en Espaa. Tales estudios nos permiten, adems, destacar los aspectosms importantes del fenmeno, introducindonos yaen la interpretacin del mismo. En la obra Jvenes

    espaoles '99, Javier Elzo y Juan Gonzlez-Anleohablan del agotamiento de \a socializacin religiosade los jvenes, la debilidad de la socializacin religiosa, y la prdida de la transmisin religiosa entrelas generaciones. Comparando datos observados endiferentes naciones europeas, constatan que Espaapresenta el ms alto porcentaje de... prdida de latransmisin religiosa, y hacen suya una afirmacindel autor del estudio que ofrece esos datos, segn lacual ese hecho traduce la aceleracin brutal delcambio religioso en Espaa5. Como ilustracin deesta realidad, ofrecen la distancia que en 1990 exista entre las generaciones adultas y juveniles en

    Europa y en Espaa. Para el conjunto de los quincepases estudiados, el indicador sinttico de religiosidad en la poblacin situada entre 10 y 29 aos es 15,mientras que en la poblacin de ms de 60 aos eseindicador es 47. Estas cifras en Espaa son, para lapoblacin joven, 11, y para la mayor de 60 aos, 55,

    con una diferencia entre las dos de 44 puntos6

    . Por lodems, la misma diferencia entre jvenes y adultosaparece en los diferentes indicadores (prcticas, creencias, pertenencia religiosa...) en las numerosasencuestas que conocemos. Los datos, concluyen los

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    autores de ese excelente estudio, son indicativosevidentes de la gran falla que se ha producido enEspaa en la transmisin religiosa7.

    2. Grandes lneas de interpretaciny explicacin de la crisis

    de la transmisin de la fe

    La crisis de la transmisin de la fe se inscribe

    en el marco de una crisis ms amplia

    Como primer elemento para la interpretacin delfenmeno, son muchos los autores que se refieren almismo como un caso particular de un fenmeno msamplio. A la hora de determinar cul es ese fenmeno, muchos remiten a la crisis generalizada de la religin que viene incubndose desde el comienzo de laModernidad y que se ha difundido entre la masa delas poblaciones de las sociedades avanzadas en la

    segunda mitad del siglo xx. La crisis de la transmisin de la fe se debera, en primer lugar, a la crisismisma de la fe y sus contenidos y, en segundo lugar,a la falta de credibilidad y plausibilidad de los distintos elementos del fenmeno religioso, especialmente de sus instituciones8.

    Sin negar estos hechos y su influjo, otros socilogos remiten, como marco ms amplio de la crisisde la transmisin religiosa, a la crisis de la transmisin de la cultura, los valores y las convicciones enlas sociedades occidentales y, ms generalmente to-

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    dava, a la crisis de la comunicacin y el dilogoentre las generaciones en esas mismas sociedades9.En relacin con esto ltimo, se ha observado,

    como primer indicio del fenmeno, la exclusin quepadecen los ancianos. Las personas mayores -escribe el autor de Vejez y sociedad: a la escucha de nues

    tros mayores-, se encuentran cada vez ms excluidas del resto de la sociedad. No tienen ocasinde expresarse y, cuando lo hacen, los jvenes nolos escuchan, porque su discurso parece hoy dadesvalorizado10.

    Pero el hecho no afecta slo a los ancianos. Muchos padres, escribe un socilogo, expresan en lasencuestas de opinin un sentimiento de fracaso enmateria de educacin y se quejan de no haber sidocapaces de transmitir a sus hijos sus valores y suvisin de la vida. Les inquieta el que sus hijas e hijosno sigan la forma de vida que ellos tenan a su edad,y viven esto como una desaprobacin por su parte.

    Consecuencia y seal de ello es el hecho de que, haceun siglo, tres cuartas partes de los franceses abrazaban la profesin de sus padres, mientras que ahora lacifra de los que lo hacen no llega al 20%. Se tratara,concluyen algunos, de una verdadera avera en lacorrea de transmisin tradicional en nuestras socie

    dades. Una avera que ofrece los sntomas mspreocupantes en el clima reinante en los centros deenseanza11.

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    De forma ms sistemtica, D. Hervieu-Lger ligala crisis de la transmisin a varios hechos sociales,como son, en primer lugar, la destotalizacin de laexperiencia humana, que resulta de la diferenciacinde las instituciones y que mina el fundamento de lossistemas religiosos, al descalificar su pretensin deconstituir cdigos globales de sentido capaces deconferir su coherencia a toda experiencia humana,tanto individual como colectiva; y, en segundo lugar,el predominio de la innovacin, el presente y el instante en las sociedades contemporneas, que haceimposible la referencia a una ascendencia y un lina

    je compartido y a la memoria, elementos estructura

    les ambos de las construcciones religiosas. Las sociedades modernas habran llegado a ser ampliamente a-religiosas, segn esta autora, por ser sociedadesamnsicas, sin memoria, en las que impera la impotencia creciente para hacer vivir una memoria colectiva portadora de sentido para el presente y de

    orientaciones para el futuro. Tal impotencia se debera fundamentalmente a la deconstruccin de lossistemas globales de sentido que comporta la diferenciacin de las instituciones, y a la prdida de lasestructuras imaginarias de la continuidad ligadas a laestabilidad de las pertenencias familiares, locales,

    culturales, etc., a travs de las cuales los individuosy los grupos se han venido representando a lo largode los siglos la continuidad de la ascendencia, dellinaje, en que los inscriba la creencia12.

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    As, el vaciamiento religioso observado en las sociedades modernas, que tiene una de sus claves en lacrisis de la transmisin, tendra su ltima razn deser en la situacin de amnesia que produce, en lassociedades tecnolgicamente ms avanzadas, la dislocacin pura y simple de toda memoria que no seainmediata y funcional13.

    La secularizacin y la consiguiente disociacin

    entre socializacin cultural y religiosa

    Pero descendamos de estas explicaciones globales y

    tericas a la descripcin de los elementos concretosque intervienen en la lamentada crisis de transmisin. Se ha aludido con frecuencia a la secularizacincomo primero de los fenmenos responsables de estey otros aspectos de la crisis de la vida religiosa en lassociedades modernas. Es bien sabido que el trmino

    secularizacin encierra muchos significados. Elms frecuentemente subrayado, en la cuestin concreta que aqu nos ocupa, se refiere al hecho de que-en virtud de la progresiva autonomizacin de losdiferentes aspectos de la vida social y personal (ciencia, poltica, tica, organizacin social y formas devida) respecto de la dependencia de la religin- staha dejado de ser el factor determinante en la organizacin del conjunto de la vida social y personal, elhorizonte en el que deben inscribirse todos los demsaspectos.

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    Es indudable que la secularizacin as entendidaha influido de forma decisiva en las formas de latransmisin religiosa, hasta ponerla radicalmente encrisis. En efecto, a lo largo de los siglos en que lareligin enmarcaba la sociedad, impregnaba la cultura y orientaba la vida de las personas, el proceso desocializacin por el que las jvenes generacionespasaban a formar parte de la sociedad y la cultura enla que nacan integraba los aspectos sociales y culturales con los religiosos, de forma que socializacinsocio-cultural y religiosa marchaban unidas y se condicionaban mutuamente, haciendo que el nio pasase a ser a la vez miembro de la nacin y de la cultu

    ra de los padres y miembro de la Iglesia que orientaba e impregnaba la sociedad y la cultura de talesnaciones. Los autores del estudio Jvenes espaoles'99 se referan a esa forma de transmisin religiosaligada a la socializacin general en estos trminos:

    La socializacin religiosa puede y debe entenderseen un doble sentido. Toda socializacin es, a la vez,transmisin de valores, creencias y normas; modeliza-cin de acuerdo con determinados ideales y pautas; eincorporacin a una sociedad, un grupo o una organizacin. Pero en la dinmica sociedad-Iglesia, la socializacin se ha presentado durante siglos, al menos en

    los viejos pases cristianos, como un proceso de doblesentido: la sociedad socializaba a nios y jvenes atravs de la familia, la escuela, las leyes, normas ycostumbres, para que fueran "buenos cristianos" y vivieran como tales; la Iglesia colaboraba con la sociedad en la formacin de "buenos ciudadanos" -o "buenos subditos, sumisos y disciplinados"-, legitimandolas normas y valores de la sociedad, proporcionando a

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    sta un suplemento de control social de los individuos, impulsando virtudes pblicas y privadas14.

    Es evidente que el proceso de secularizacin,cada vez ms extendido y radicalizado a lo largo delsiglo xx, sobre todo en su segunda mitad, al eliminarla conexin estrecha de interdependencia entre socie

    dad-cultura, por una parte, y religin-Iglesia, porotra, ha llevado a que el proceso de socializacinsuceda al margen de la religin y de la influencia dela Iglesia, con lo que las generaciones jvenes realizan el proceso de incorporacin a la sociedad y deapropiacin de la cultura sin contacto alguno con la

    religin en no pocos casos, o, al menos, sin que lareligin forme parte de los contenidos en los que sesocializan, ni intervenga en el proceso mismo de lasocializacin.

    Esta eliminacin del influjo de la religin delproceso de socializacin se ve radicalizada por el he

    cho de que la secularizacin no slo comporta actualmente autonomizacin de la sociedad y la cultura de todo condicionamiento por la religin, sinoque, en la prctica, est desembocando en la desaparicin de la religin del mbito de lo social y de lacultura, hasta el punto de que se ha podido hablar delestablecimiento de una cultura de la ausencia de

    Dios15, que elimina la presencia y el influjo de lareligin de los medios de comunicacin y los caucesde la transmisin de la cultura.

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    En esta situacin, para bien y para mal, la transmisin de la fe, si se opera, ser a travs de caucespropios, independientes de los que actan generalmente en los procesos de socializacin y de transmisin de la cultura. Ms adelante nos preguntaremospor la existencia y la vigencia de tales cauces propiosen la prctica. Pero antes anotemos una nueva formade influjo negativo de la secularizacin sobre latransmisin religiosa.

    Crisis de la transmisin como efecto de la crisis

    de la autoridad de lo tradicional

    Subraybamos hace un momento la conexin estructural entre religin y memoria, y la condicin constitutivamente tradicional de toda religin. Pues bien, lasecularizacin -adems de operar el tantas vecesreferido proceso de desencantamiento del mundo por

    el avance de la racionalidad moderna- est en relacin con otra serie de factores socioculturales queoriginan la crisis y la ruptura de la memoria colectiva y ponen en cuestin su carcter normativo para elpresente, tocando as de lleno en el corazn mismodel proceso de la transmisin religiosa. Aludamos,

    por ejemplo, a la importancia decisiva de la innovacin en las sociedades modernas sometidas a cambios cada vez ms rpidos y profundos16; aludamostambin a la ruptura del imaginario de la continuidad, tan caracterstico de la civilizacin parro-

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    quial, estrechamente ligada a las sociedades campesinas, a la vigencia de la autoridad clerical y a la organizacin unitaria de la vida de una colectividad entorno a un espacio reducido y a un tiempo perfectamente dominado. Aludamos, por ltimo, a la crticade las autoridades basadas en la tradicin que supuso la Ilustracin con su insistencia en la autonomade la razn del individuo y su invitacin al sujeto aatreverse a pensar por s mismo. La ruptura de estacultura, fuertemente impregnada de religiosidad, porla urbanizacin y la innovacin ha llevado a la desaparicin de la evidencia de la continuidad y a ladesplausibilizacin de la autoridad de la tradicin y

    la memoria. Todo este proceso ha puesto en cuestinel carcter normativo inherente al proceso mismo dela tradicin como transmisin de la memoria de unlinaje, de una ascendencia en la que el proceso desocializacin religiosa inscriba a los individuos.

    De esta forma, no es slo que se haya producido

    la disociacin entre socializacin sociocultural ysocializacin religiosa. Es, adems, que el mismoproceso de socializacin religiosa cambia de signo,al perder la tradicin la autoridad incuestionable enque se basaba.

    La posmodernidad y su propuesta de una

    autoconfiguracin desregulada de la propia creencia

    En la misma direccin ha operado un tercer factor:la modernidad psicolgica, a la que se ha referidoJ. Baudrillard como caracterstica de la transmodernidad o de la alta modernidad, que designbamos

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    hasta hace poco como posmoderaidad. La modernidad psicolgica designa el movimiento hacia el predominio de la autonoma del individuo, la importancia atribuida a su propia realizacin, al desarrollo dela propia persona, frente a las pretensiones de lasdiferentes autoridades, principios e instituciones, de

    regular sus comportamientos. La introduccin de este nuevo elemento opera en el terreno religioso ladesregulacin general de las creencias y de las prcticas, y sta termina conduciendo a que cada sujetodefina, segn sus propios criterios y con elementostomados de diferentes tradiciones, siempre en tornoa la propia experiencia, una vida religiosa que hapasado a caracterizarse precisamente por tener suorigen no en una tradicin que se imponga al individuo y en la que ste nazca, sino, a lo ms, en una tradicin o en las diferentes tradiciones que el sujetoelige, y a las que se refiere con entera libertad. Aqullegamos, pues, a la ms perfecta desintegracin del

    proceso mismo de la transmisin de una tradicin17.

    3. La familia en la crisis de la transmisin

    En este marco sociocultural ms amplio se compren

    de mejor el lugar de la familia en la crisis de la transmisin religiosa. Que la familia desempea en latransmisin un papel fundamental y que la familiatiene mucho que ver en la crisis de la transmisinreligiosa, es algo que no admite duda. Pero, acepta-

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    do esto, hay que considerar si las mismas familias noson el lugar sensible en el que repercuten unos factores sociales y culturales que ellas no dominan, sinoen los que se ven envueltas.

    Derrumbamiento de la familia tradicional

    y aparicin de nuevos modelos de familia

    El punto de partida de cualquier consideracin delproblema no puede ser otro que la constatacin delcambio radical y notablemente rpido que han vivido las familias de los pases occidentales en el lti

    mo siglo. Escuchemos de nuevo el testimonio de lossocilogos:

    El derrumbamiento de la familia tradicional, todaella orientada a la reproduccin de la vida y la transmisin, de generacin en generacin, de un patrimonio biolgico, material y simblico, constituye proba

    blemente el factor central en esta dislocacin del imaginario de la continuidad, ncleo de la "crisis religiosa moderna" y, en especial, de la "crisis de la transmisin de la fe"18.

    Aspectos de la transformacin en curso son loscambios introducidos por los nuevos usos y las nue

    vas legislaciones en materia familiar: legalizacindel divorcio, despenalizacin del aborto, reconocimiento social y legal de las familias monoparentales,progresiva reduccin de las tasas de natalidad, elevacin de la edad media del matrimonio, aumento de la

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    tasa de divorcios, etc. Tales cambios inducen a la vezque expresan transformaciones importantes de ordencualitativo en la comprensin misma de la familia. Elindividuo, la pareja y su relacin, el desarrollo personal de la mujer y el varn y su felicidad presenteocupan el primer lugar de los intereses de los cnyu

    ges. De la familia se espera, ante todo, que se consagre a la satisfaccin de las necesidades emocionalesy afectivas vividas en presente, sin que prime la consideracin del linaje y su continuidad, ni ocupen elprimer lugar de sus intereses la estabilidad y la continuidad familiares.

    Es verdad que estos cambios no han hecho disminuir ni la importancia ni el aprecio por la familia,que ocupa en las encuestas de opinin el primer lugaren la estima de los sujetos. La familia representahoy para el 99% de los espaoles uno de los valoresms importantes. La familia sigue siendo el gruposocial de referencia para las personas de todas lasedades19. Pero es evidente que se trata de un nuevomodelo de familia. Frente a la familia-historia, caracterizada por la articulacin entre la solidaridadafectiva y un pacto de continuidad asumido por susmiembros, van imponindose la familia fusional,caracterizada por el primado de los intercambios

    afectivos, extremadamente vulnerable al desencantamiento del sentimiento amoroso, y la familia-club,caracterizada por la autonoma concedida a los individuos que la componen y que descansa sobre la eva-

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    luacin realista de las ventajas y las limitaciones dela vida en comn20.En este marco general de la evolucin de la fami

    lia se inscribe otra serie de hechos que afectan deforma decisiva a la vida religiosa de la misma e influyen, por tanto, en las posibilidades de accin de lasfamilias como rgano de transmisin a sus hijos de lavida religiosa y de la fe.

    Influencia sobre la transmisin de la fe

    de la nueva situacin de las familias

    La secuencia de estudios sobre la situacin religiosaa lo largo de varios decenios y la correlacin de susresultados con la religiosidad de las diferentes fran

    jas de edades permiten conocer con relativa precisinlas peculiaridades religiosas de las diferentes generaciones y el posible influjo de las mismas en la evolucin de los resultados en relacin con la transmisinde la fe. Estos estudios permiten establecer una correlacin entre el acceso al matrimonio y a la condicin de padres y educadores y, por tanto, de agentesde la posible transmisin, de la generacin que sufrila crisis religiosa consiguiente al cambio de los aossesenta y setenta del siglo pasado y la evolucin

    negativa de la religiosidad de los jvenes de los aosposteriores. Un estudio del comienzo de los aosnoventa se refera a tres generaciones de espaoles:la del nacional-catolicismo, que comprende a los

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    nacidos antes de 1944; la del Concilio, que abarca alos nacidos entre 1944 y 1963; y la del cambio, a laque pertenecen los nacidos entre 1964 y 1974. Estaltima es caracterizada en el estudio como primerageneracin cuya socializacin est marcada por lasecularizacin de la sociedad; en ella predomina el

    grupo de indiferentes y ateos, muy por encima de loscatlicos practicantes. Esta tercera generacintiene aproximadamente la mitad de catlicos practicantes, en cualquier grado, que el grupo de mayoresde 60 aos, y ha triplicado el porcentaje de indiferentes y ateos en relacin con ese mismo grupo:

    42,6% frente a 14,6%21

    .A partir de estos datos prevean los autores delestudio un nuevo factor negativo para la religiosidad

    juvenil, originado por las deficiencias y dificultadesaadidas a la socializacin religiosa familiar, factorinducido, sobre todo, por la entrada en escena de una

    generacin de madres secularizadas. Esas deficiencias se deberan, por una parte, al acceso en mayor nmero de las madres de esa generacin al trabajo fuera del hogar, con menores posibilidades dedesarrollar su influencia en la educacin de los hijos;y, por otra, a su mayor alejamiento de la religin y su

    orientacin hacia formas de religiosidad crticasfrente a la institucin de la Iglesia, configuradas deforma desregulada, a partir de preferencias personales, y entendidas prioritariamente como un factorms al servicio de la realizacin personal, para smismas y, por tanto, tambin para sus hijos.

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    Las previsiones de este estudio aparecen confirmadas en los estudios ms recientes. As, Jvenesespaoles '99, tras referirse a tres crisis (las de 1960-70, 1970-75 y 1994-99) que se han saldado con fuertes descensos del nivel de religiosidad juvenil, y trasaludir como factores que los han producido a losdesarraigos y dislocamientos de la urbanizacin ace

    lerada, el desfondamiento del modelo del nacional-catolicismo, el impacto de las ideologas de lamodernidad a partir de los aos sesenta, la deficiente recepcin del Vaticano n y la secularizacin, juntocon la ola de progresismo y permisividad de los aosochenta, se refieren, en el caso de la juventud que

    aparece en el ltimo informe, al agotamiento de lasocializacin religiosa de los jvenes, que ha hechoque los jvenes actuales ingresen en la juventud conuna identidad catlica muy debilitada y aterricen enel planeta juvenil con un capital religioso notablemente disminuido. La debilidad de la socializacinva unida a la no influencia religiosa de la primerageneracin de padres secularizados, que ya no transmiten ideas ni actitudes religiosas a sus hijos. Lasecularizacin incipiente de los aos sesenta y setenta, concluyen, se ha ido consolidando y ha descompuesto la memoria religiosa colectiva, que, como veamos, forma parte de toda religin establecida, basa

    da en acontecimientos fundantes, cuya vigencia pararegular el presente y orientar el futuro depende de lamemoria actualizada por la transmisin22.

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    Estos juicios se ven confirmados por hechos como la escasa valoracin de lo religioso por los adultos, reflejada de forma convergente en diferentes estudios. As, en un estudio sobre los valores, ideales eintereses de la sociedad espaola, y en una relacinde seis de esos valores, slo el 4% de los espaoles

    se refiere a la religin, en ltimo lugar de la escala.En otro estudio, en un listado de once cualidadesque inculcar a los nios, slo el 27% citaba la religin; y en otro sobre los valores que fomentan lasfamilias, el sentido religioso aparece en ltimolugar. ste, concluyen los autores del estudio en

    cuestin, es el legado de los adultos a los jvenes:un soberano desinters por la religin y el sentidoreligioso23.

    A estos datos cabra aadir que es posible que enlos ltimos aos los padres de la generacin del cambio se hayan visto ayudados en las tareas educativas

    de los hijos por la generacin anterior, la de los abuelos y, sobre todo, las abuelas, menos afectadas por lacrisis y que probablemente han paliado los efectosnegativos de la falta de transmisin por los padres

    jvenes. La desaparicin de estas ayudas en los aosque vienen hace prever, por tanto, una situacin todava ms negativa para la transmisin de la fe en lasociedad espaola de los prximos aos.

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    Pero la insistencia en la familia no puede hacernos olvidar que existen otros factores decisivos en elproceso de transmisin de algo que, como la fe, conforma una forma de vida de acuerdo con unos valores llamados a transformar el conjunto de las relaciones humanas.

    4. Carcter social del proceso de transmisin

    En l insisten pastoralistas y pedagogos como necesario para corregir una concepcin de ese proceso

    excesivamente individualista y privatista como lavigente hasta hace poco, seguramente, entre otrasrazones, porque el carcter oficialmente religioso dela sociedad pareca monopolizar los aspectos sociales del mismo. En relacin con este aspecto, nosencontramos ante un doble hecho. Por una parte, esevidente que una transmisin eficaz del cristianismo

    requiere determinados condicionamientos sociales.Por otra, los que ofrece la sociedad contemporneason cada vez menos favorables para la transmisin dela religin, por las formas de vida y el tipo de relaciones que impone a las personas, y por los valoresque difunde.

    Para que pueda producirse la transmisin de algocomo la fe, son indispensables unas relaciones basadas en vnculos interpersonales slidos y duraderos,ms all de las meras relaciones funcionales. Sloesas relaciones pueden producir procesos personalesde identificacin como los que se realizan en elencuentro con personas concretas que tratan de llevar

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    sinceramente la prctica del cristianismo a su vidadiaria y estn dispuestos a hablar de ello con losdems y a darles testimonio24.

    La familia ofrece, sin duda, un lugar propicio enla medida en que permite alcanzar una intensidad deinteraccin capaz de dar lugar a identificaciones estables25. Pero, independientemente de que no siempreel modelo vigente de familia podra lograrlo, hoy sesubrayan algunas carencias de la familia como talpara imponer formas fundamentales de relacinfrente al tipo dominante de relaciones sociales26.

    En efecto, aunque las relaciones con los padressean indispensables para el desarrollo personal, es

    tambin imprescindible para el nio, y sobre todopara el adolescente, lanzado a esa edad a nuevas relaciones al margen de la familia, que se encuentren,fuera del mbito familiar con personas que piensen,hablen, vivan y acten como cristianos27.

    De ah que uno de los problemas fundamentalespara la transmisin de la fe sea encontrar hoy unas

    situaciones sociales suficientemente intensas y estables de las que puedan surgir relaciones personalescapaces de favorecer la asimilacin de los valorescristianos28.

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    Dnde encontrar tales situaciones? La familia sequeda corta. Tampoco las grandes instituciones, como la Iglesia-gran-institucin en medio de la sociedad, pueden proporcionarlas, porque la forma deorganizacin y de funcionamiento que impone sutamao no puede influir eficazmente en el mbito

    de la vida personal. Slo grupos vitales abarcablesconstituyen el medio para que surjan y se desarrollentales relaciones. De ah que las formas sociales msapropiadas para la transmisin de la fe se siten entrela familia, la Iglesia como institucin y las grandesinstituciones sociales. Esos grupos son justamentelas comunidades: su situacin estructural en la in

    terseccin de la esfera privada y pblica las convierte en el lugar social privilegiado, en medio por excelencia para la transmisin del cristianismo comoforma de vida y sistema de valores a las generaciones futuras.

    Ms adelante tendremos ocasin de sacar conse

    cuencias prcticas de estas observaciones de carcterfundamentalmente sociolgico, ponindolas en relacin con las exigencias teolgicas en cuanto al sujeto de la transmisin.

    Cabe, tras el recorrido por los diferentes aspectos de la crisis, establecer un balance sobre el alcance de la misma? Lo intentaremos a continuacin,

    preguntndonos con otros observadores si estamosante la interrupcin de la transmisin de la fe o siasistimos tan slo a un cambio importante en laforma de su realizacin.

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    5. Quiebra o cambio de la transmisin de la fe?

    En un artculo que resume los trabajos de la ltimareunin del Equipo Europeo de Catequesis, titulado

    La transmisin religiosa interrumpida, dos especialistas de pedagoga religiosa de Friburgo y Estrasburgo sostenan la tesis de que la transmisin religiosa en la cultura actual no ha desaparecido, sinoque se ha transformado29. Para orientar en la direccin del cambio al que se refieren, remiten a la experiencia y el testimonio como los rganos, lugares ymodalidades actuales de una posible transmisin. Aconclusiones parecidas llega un estudio de R. Cam-

    piche, socilogo suizo de la religin, consagrado alhecho de la transmisin y basado en datos americanos, aplicables, segn l, a la situacin europea. Laorientacin del estudio aparece claramente en el ttulo del mismo: Entre el ejemplo y la experiencia: dela transmisin por la familia de una tradicin, a la

    transmisin de un ethos religioso. Apoyndose enestudios anteriores, el autor propone la hiptesis deque los vectores de la transmisin religiosa (familia,escuela y organizaciones religiosas) no se han vueltoobsoletos, aunque, eso s, su rol y su estatuto hancambiado. Ms concretamente, en relacin con la

    familia, sta ya no es depositara de una tradicin ode una identidad religiosa, sino el lugar de aprendizaje de un ethos religioso. La religin, aade, ya nose hereda..., sino que es objeto de una reapropiacinpor el individuo que puede desembocar en situacio-

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    nes diferentes, tales como la ruptura definitiva, elrestablecimiento condicional, la continuidad de surelacin con la institucin religiosa o la eleccin deun itinerario enteramente personal30. En el nuevomodelo de transmisin, el ejemplo es sustituido engran medida por la experiencia personal, convertidaen la norma predominante que legitima la eleccinde una orientacin tica o religiosa, debido a que unvalor o una creencia, para ser asumidos, deben habersido previamente apreciados, gustados y juzgadostiles.

    Tal modelo hara pasar la comprensin de latransmisin religiosa, de la reproduccin, a la re

    composicin de la religin. La nueva generacin depadres responsables de la transmisin en Amrica aque se refiere este estudio, padres de una generacinque se corresponde aproximadamente con la que ennuestro pas hemos denominado generacin de lacrisis, es la que vive una religin caracterizada por

    la desregulacin institucional del creer, es decir, porhaber roto a la vez con la regulacin estricta de suvida religiosa por parte de la institucin eclesisticay la tradicin que representa. Desde esa posicin, esfrecuente que vivan su relacin con los hijos -desdeel punto de vista religioso- bajo la forma del permanecer neutrales y dejarlos libres de realizar sus opciones religiosas cuando estn en disposicin deadoptarlas. Es una generacin que no quiso retomarla herencia religiosa de sus padres de forma automtica e incondicional, sino que prefiri recrear por s

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    misma su propia creencia despus de haber experimentado la utilidad de sta y que, en consecuencia,se abstuvo de transmitir esa creencia a sus hijos, porrespeto hacia su libertad.

    Ahora bien, mientras los padres de esa generacin disponan de un bagaje religioso desde el que

    operar su recomposicin del propio creer, sus hijosya no disponen del utillaje cultural que les permitadescodificar las amalgamas de creencias de sus padres y captar los ejes en torno a los cuales se estructuran, sobre todo en relacin con el elemento institucional de la religin.

    En la misma direccin comienza a operar unnuevo factor que viene a caracterizar la situacin delos hijos: el mestizaje religioso -no siempre relativoa padres de diferentes razas o nacionalidades- defamilias de distintas procedencias y que se refierencon frecuencia a tradiciones y estilos religiosos notablemente diferentes. El nuevo modelo de transmisinrefuerza -a la vez que se ve reforzado por l- eserasgo tan caracterstico de la situacin religiosa denominado Believing without belonging3\ creer sinpertenecer, que produce creyentes no afiliados y quees uno de los aspectos de la crisis generalizada de lasinstituciones religiosas.

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    6. Resultado ms importante del nuevo modelode transmisin: de la reproduccinde la religiosidad de los padres y maestros,a la pluralidad de identidades religiosasentre los jvenes destinatariosde la transmisin

    La dispersin que se sigue de este modelo de transmisin explica la variedad de formas de identificacin religiosa de las generaciones jvenes y la granvariedad de tipos que ofrece la juventud en relacincon la religin. Roland Campiche enumera una variedad de itinerarios que clasifica en estos cinco gru

    pos: creyentes no afiliados; tradicionalistas; los quehan vuelto a la religin, no necesariamente a aqullade la que emigraron, y con un fuerte componente deeleccin, de acuerdo con sus gustos; los buscadores,que pueblan el universo de los nuevos movimientosreligiosos; y los secularistas32. La simple enumeracin de estos grupos ofrece una idea de la variedadde resultados que puede conseguir la transmisinreligiosa en la actualidad.

    Sin entrar en el desarrollo de esta enumeracin-y reconociendo que sera muy instructivo para verlos resultados de la nueva forma que va revistiendo elproceso de transmisin-, vamos a referirnos a la que

    ofrecen J. Gonzlez-Anleo y J. Elzo en el estudio, yavarias veces citado, Jvenes espaoles '99, que abarca estos cinco tipos: los irreligiosos (5,94% deltotal); los normativistas de forma nominal (21% deltotal), normativistas, porque piensan tericamente

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    que para que una persona pueda ser considerada religiosa debe seguir las normas de la Iglesia, y deforma nominal, porque no creen que sea requisitopara esa consideracin el cumplimiento de algunasotras normas o preceptos de la Iglesia, como los relativos a la moral individual; los no religiosos, humanistas (33,1% del total), que han roto decididamentecon la religin, pero reconocen una especie de religiosidad de carcter tico que puede comportar elaltruismo, el ejercicio de la solidaridad y, en general,un humanismo no apoyado en el reconocimiento explcito de una Trascendencia ni en la pertenencia a

    una Iglesia; los moralistas religiosos (6,96%); y loscatlicos autnomos (32,9% del total). Este ltimocolectivo, casi una tercera parte del total de los jvenes, se autoidentifica como catlico y se consideramiembro de la Iglesia; practica en mayor o menormedida; dice rezar de vez en cuando (slo el 20% deellos dice no rezar nunca); pero slo un 12% de ellosconsideran requisito para que una persona pueda serconsiderada religiosa la pertenencia a la Iglesia; otro12%, el casarse por la Iglesia; y un 10%, el seguir lasnormas de la Iglesia33.

    D. Hervieu-Lger ha ofrecido una tipologa,notablemente diferente e igualmente interesante para

    agrupar las bsquedas personales de construccin dela propia identidad religiosa de los jvenes actualesdestinatarios de los procesos de transmisin, segnprivilegien los componentes comunitario, tico, cultural o emocional; componentes que, a falta de unaregulacin institucional, combinan personalmente de

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    formas variadas34. As, la identidad puede ser organizada en torno a lo emocional y lo comunitario, originando un tipo de jvenes que encarnan un cristianismo afectivo. El segundo tipo de jvenes se organiza en torno al eje cultural y comunitario y da lugara un cristianismo patrimonial que conjuga la con

    ciencia de la pertenencia comunitaria y la de la posesin de una herencia cultural. El tercer tipo de religiosidad juvenil, construida en torno a la dimensintica y emocional, origina el cristianismo hu-mani-tario. El cuarto, basado en los aspectos ticos ycomunitarios, da lugar al cristianismo poltico.Una ltima forma de identificacin, producto de laconjugacin de la dimensin tica y la cultural, produce un humanismo referido a la tradicin culturalcristiana, tipo en el que la dimensin religiosa puede quedar casi volatilizada.

    De este texto importan tanto la rejilla de lecturade las identidades cristianas que proporciona, comoel horizonte que abre hacia la gran pluralidad de posibles identificaciones que los jvenes actuales persiguen y logran, en su intento de construir con recursos propios una identidad cristiana que les resultaimposible recibir perfectamente hecha de la institucin religiosa o de la propia familia. Ese horizontepuede ayudar a quienes intentan realizar la tarea detransmitir la fe o, en trminos menos impropios,acompaar a los ms jvenes en la bsqueda de laconstruccin de la propia identidad cristiana35.

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    Estos ltimos datos, que muestran el resultadoefectivo de los procesos de transmisin religiosa enlas actuales generaciones juveniles, ponen de relievela variedad de situaciones a que conduce una transmisin que, tanto por parte de los padres que transmiten como de los hijos destinatarios de la transmi

    sin, en primer lugar, han roto con el carcter normativo de la tradicin y con la regulacin de los contenidos por la institucin religiosa; en segundo lugar,han superado la transmisin como reproduccin deun capital de ideas, normas y valores; y, en tercerlugar, privilegian la experiencia personal como criterio de validacin de esos contenidos y entienden latransmisin fundamentalmente como reapropiacinpersonal. Tales datos muestran, pues, el resultadode ese cambio en el sentido de la transmisin queobservan y estudian los analistas que no se contentan con la simple constatacin de la ruptura de latransmisin.

    Los cambios observados en el funcionamiento dela familia como rgano de transmisin y los resultados que esos cambios producen se ven agravados porla situacin sociocultural de secularizacin avanzada, a la que ya nos hemos referido, y el influjo queen ese contexto de cultura de la ausencia de Diosejercen los medios de comunicacin y los centros de

    enseanza.A la vista de unos resultados que parecen condu

    cir a una pluralidad de identidades religiosas -algunas de las cuales, precisamente entre las representadas por un nmero mayor de jvenes (me refiero alos normativistas de forma nominal [21%], los no

    religiosos humanistas [33%] y los catlicos crticos

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    [32,9%] de la clasificacin de Gonzlez-Anleo yElzo; y a los tipos de cristianismo poltico y delhumanismo referido a la tradicin cultural cristianaen la tipologa de Hervieu-Lger) parecen suponerdesviaciones notables de la forma oficial de definiresa identidad-, me parece imprescindible preguntar

    se si ese resultado es el nico posible, o si caben respuestas a las dificultades mayores que ha originadoesa situacin, sin dejar de dotar a los destinatarios dela transmisin de elementos que les permitan lograresa identidad sin prdida de los rasgos caractersticosde un cristianismo fiel a la tradicin y capaz de responder a los retos de la nueva situacin sociocultural.

    Para responder a esta cuestin decisiva, proceder resumiendo los puntos neurlgicos de la situacinque hemos descrito e intentando mostrar la existencia en el cristianismo de recursos que permiten responder a ellos sin prdida de la propia identidad,pero realizndola bajo formas renovadas, a la alturade esta poca, respondiendo a las dificultades que

    plantea y a las oportunidades que contiene para unamejor realizacin del cristianismo.

    7. Puntos neurlgicos de la situacin descrita

    Como ya hemos observado, el anlisis de los datosque nos ofrecen los estudios sobre la situacin ponede relieve la existencia de unas transformacionesmuy profundas del fenmeno de la transmisin, entodos los rdenes de la vida humana, que requierenun replanteamiento radical del proceso mismo de la

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    transmisin religiosa. Los aspectos ms importantesde la compleja situacin de crisis que hemos descrito podran resumirse en stos:

    1) La quiebra de la transmisin religiosa tal comovena operndose en situaciones de predominiode lo religioso sobre lo social y lo cultural, cuando esa transmisin formaba parte de un procesode socializacin que inclua lo religioso comofactor determinante de la realidad socioculturalen que se socializaba a los destinatarios de eseproceso.

    2) La quiebra de la tradicin como entrega de undepsito de ideas, valores y normas capaces deregular el presente y de orientar el futuro de lassociedades y las personas que lo reciban dispuestas a reproducirlo.

    3) La prdida de credibilidad de las instituciones -yen nuestro caso de la institucin religiosa- comogarantes autorizadas de los contenidos transmitidos y de su carcter normativo sobre el presentey el futuro de los destinatarios de la transmisin.

    La toma de conciencia de la situacin y su gravedad ha llevado a algunos a la conclusin de que enlas nuevas circunstancias la transmisin de la fe sehace sencillamente imposible, como lo probara laquiebra que, segn ellos ya se ha producido. Tal conclusin pondra en peligro inminente el futuro del

    cristianismo en los pases occidentales. De acuerdocon esta visin de las cosas, cabra preguntarse con

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    toda seriedad si los cristianos adultos seremos enellos los ltimos cristianos36.Pero la pregunta tal vez pueda plantearse en otros

    trminos: la evolucin de la cultura occidental hahecho imposible una forma determinada de comprender y realizar la tradicin y la transmisin de lafe que, aunque haya estado vigente durante muchotiempo, no se identifica ni con la tradicin cristiana,sin ms, ni con la forma ms autntica de transmisin de la fe. En ese caso, la actual situacin de crisis estara exigiendo de los cristianos una renovacinde la comprensin y realizacin de la transmisin dela fe que, al precio de romper con modelos heredados

    que han estado vigentes durante mucho tiempo, asegurara su futuro, aunque bajo formas notablementediferentes y, tal vez, todava no claramente previsibles. De hecho, ya hemos anotado que lo que losdatos ofrecen, ms que la quiebra de la transmisin,es una pluralidad de formas nuevas de transmisin

    que producen una pluralidad de formas de recepcinque origina formas notablemente variadas de sercristianos entre los destinatarios de la transmisin,como muestran las tipologas de la religiosidad juvenil a que acabamos de referirnos.

    Es esta segunda hiptesis la que me parece impo

    ner la descripcin e interpretacin de la situacin quehemos ofrecido y la que intentar justificar en lasreflexiones que siguen. Para ello, comencemos porreferirnos a los tres factores que acabamos de enumerar como ms importantes en el desencadena-

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    miento de la crisis, y veamos si el cristianismo contiene recursos para responder a ellos, sin que en elintento se vea condenado a la prdida de la propiaidentidad.

    Transmitir la fe al margen del procesode socializacin socio-cultural

    En relacin con el primer aspecto de la crisis -laquiebra de la transmisin como parte del proceso desocializacin-, es indudable que tal hecho dificultanotablemente la transmisin de la fe, realizada durante mucho tiempo de acuerdo con ese modelo. Pero somos muchos los que pensamos que, lejos deponerla en peligro, esa crisis nos est urgiendo a buscar nuevos procedimientos que sean respetuosos, poruna parte, de la situacin de secularizacin y, porotra, de la peculiaridad del acto personal de fe, a

    cuyo servicio est la transmisin.La carta ya citada de los obispos franceses, Pro

    poner la fe en la sociedad actual, lo expresaba connotable claridad: En los tiempos en que la Iglesia seidentificaba prcticamente con la sociedad global...la transmisin de la fe se realizaba de una forma casi

    automtica... Se haba vuelto difcil comprobar eladagio segn el cual uno no nace cristiano, sino quese hace cristiano. Hoy -contina el texto- somosconscientes de los inconvenientes de aquella situacin excesivamente cmoda. Entre esos inconvenientes, la carta seala una especie de mundaniza-

    cin de la fe. Podran sealarse, adems, las escasasoportunidades que esa situacin ofreca para la per-

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