1 Bourdieu Por Un Corporativismo

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    Por un corporativismode lo universal*

    Criterios, n 32, julio-diciembre 1994, pp. 5-14

    * Pour un corporatisme de luniversel, en: Pierre Bourdieu,Les Rgles de lart. Genseet structure du champ littraire, Pars, Seuil, 1992, pp. 459-472.

    Pierre Bourdieu

    Criterios, La Habana, 2007. Cuando se cite, en cualquier soporte, alguna parte de este texto, se debermencionar a su autor y a su traductor, as como la direccin de esta pgina electrnica. Se prohibereproducirlo y difundirlo ntegramente sin las previas autorizaciones escritas correspondientes.

    A diferencia de los captulos precedentes, ste es, y quiere serlo, una tomade posicin normativa basada en la conviccin de que, del conocimiento dela lgica del funcionamiento de los campos de produccin cultural, es posi-ble extraer un programa realista para una accin colectiva de los intelectua-

    les. Semejante programa se impone con particular urgencia en estos tiem-pos de restauracin: bajo el efecto de todo un conjunto de factores conver-gentes, las ms preciosas conquistas colectivas de los intelectuales, empe-zando por las disposiciones crticas que eran a la vez el producto y lagaranta de su autonoma, se ven amenazadas. Est de moda proclamarpor todas partes, con mucha bulla, la muerte de los intelectuales, es decir,el fin de uno de los ltimos contrapoderes crticos capaces de oponerse alas fuerzas del orden econmico y poltico. Y los profetas que anuncian ladesgracia son reclutados, evidentemente, entre los que slo ganaran conesa desaparicin: esos plumferos a los que su impaciencia por verseimpresos, interpretados, conocidos, ensalzados, como deca Flaubert, losempuja a toda clase de transacciones con los poderes del momento periodsticos, econmicos o polticos, quisieran desembarazarse de losque se obstinan en defender o en encarnar las virtudes y los valores amena-zados, pero todava amenazantes para su inexistencia. Resulta significativo

    Antao, los sofistas le hablaban a un peque-o nmero de personas; hoy da, la prensa

    peridica les permite desorientar a toda unanacin.

    HONORDE BALZAC

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    que uno de los ms representativos de esos filsofos periodistas, comolos llamaba Wittgenstein, haya incriminado expresamente a Baudelaire, antesde hacer, para la televisin, una historia de los intelectuales en la cual a lamanera de aquel personaje de Walter de la Mare que slo vea la parteinferior del mundo, los rodapis, los pies, los zapatos l refiere de esainmensa aventura slo lo que l puede aprovechar de ella, las cobardas,las traiciones, las bajezas, las mezquindades.

    Me dirijo aqu a todos los que conciben la cultura no como un patrimo-nio, cultura muerta a la que se le rinde el culto obligado de una piedad

    ritual, ni como un instrumento de dominacin y de distincin, cultura bas-tin y Bastilla, que se les opone a los Brbaros de adentro y de afuera amenudo los mismos, hoy da, para los nuevos defensores del Occidente, sino como instrumento de libertad que supone la libertad, como modusoperandi que permite la superacin permanente del opus operatum, de lacultura cosa, y cerrada [chose, et close]. sos me concedern, espero, elderecho que me concedo aqu de apelar a esa encarnacin moderna delpoder crtico de los intelectuales que podra ser un intelectual colectivocapaz de pronunciar un discurso de libertad, que no conozca ningn otrolmite que las constricciones y los controles que cada artista, cada escritory cada cientfico, armado de todo el saber adquirido por sus predecesores,haga pesar sobre s mismo y sobre todos los otros.

    El intelectual es un ser paradjico, que slo puede ser concebido comotal cuando se lo aprehende a travs de la alternativa obligada de la autono-ma y el compromiso [engagement], de la cultura pura y la poltica. Y esas porque l se ha constituido, histricamente, en y por la superacin deesa oposicin: los escritores, los artistas y los cientficos se afirmaron porprimera vez como intelectuales cuando, en el momento del caso Dreyfus,intervinieron en la vida poltica en calidad de tales, es decir, con una auto-ridad especfica basada en la pertenencia al mundo relativamente autno-mo del arte, de la ciencia y de la literatura, y en todos los valores asociadosa esa autonoma desinters, competencia, etc.

    El intelectual es un personaje bidimensional que slo existe y subsiste

    como tal si (y solamente si) es investido de una autoridad especfica, con-ferida por un mundo intelectual autnomo (es decir, independiente de lospoderes religiosos, polticos, econmicos) cuyas leyes especficas l respe-ta, y si (y solamente si) implica esa autoridad especfica en luchas polticas.Lejos de existir, como se cree comnmente, una antinomia entre la bs-queda de la autonoma (que caracteriza al arte, la ciencia o la literatura

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    calificados de puros) y la bsqueda de la eficacia poltica, es aumentan-do su autonoma (y con ello, entre otras cosas, su libertad de crtica conrespecto de los poderes) como los intelectuales pueden aumentar la efica-cia de una accin poltica cuyos fines y medios hallan su principio en lalgica especfica de los campos de produccin cultural.

    Es preciso y suficiente repudiar la vieja alternativa entre el arte puro yel arte comprometido que todos tenemos en la mente, y que resurge peri-dicamente en los debates literarios, para estar en condiciones de definir loque podran ser las grandes orientaciones de una accin colectiva de los

    intelectuales. Pero esa especie de expulsin de las formas de pensamientoque nos aplicamos a nosotros mismos cuando nos tomamos por objeto depensamiento es tremendamente difcil. Es por eso que, antes de enunciaresas orientaciones y para poder hacerlo, hay que tratar de explicitar tancompletamente como sea posible el inconsciente que la historia mismacuyo producto son los intelectuales ha depositado en cada intelectual. Con-tra la amnesia de la gnesis, que est en el principio de todas las formas dela ilusin trascendental, no hay antdoto ms eficaz que la reconstruccinde la historia olvidada o censurada [refoule] que se perpeta en esasformas de pensamiento aparentemente ahistricas que estructuran nuestrapercepcin del mundo y de nosotros mismos.

    Historia extraordinariamente repetitiva, porque el cambio constantereviste en ella la forma de un movimiento de pndulo entre las dos actitu-des posibles hacia la poltica, el compromiso y el alejamiento (eso al menoshasta la superacin de la oposicin con Zola y los partidarios de Dreyfus).El compromiso de los filsofos que Voltaire, en el artculo del

    Dictionnaire philosophique titulado El hombre de letras, opone, en1765, al oscurantismo escolstico de las universidades decadentes y de lasAcademias, donde se dicen las cosas a medias, halla su prolongacin enla participacin de los hombres de letras en la Revolucin Francesa aunque, como ha mostrado Robert Darnton, la bohemia literaria apro-veche en los desrdenes revolucionarios la ocasin de una revanchacontra los ms consagrados continuadores de los filsofos. En el pero-

    do de restauracin postrevolucionaria, los hombres de letras, por serconsiderados responsables no slo del movimiento de las ideas revolucio-narias a travs del papel de opinion makers que les haba conferido lamultiplicacin de los peridicos en la primera fase de la Revolucin, sinotambin de los excesos del Terror, son rodeados de desconfianza, y hastade desprecio, por la joven generacin de los aos 1820 y muy especial-

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    mente por los romnticos que, en la primera fase del movimiento, recusany rechazan la pretensin del filsofo de intervenir en la vida poltica y deproponer una visin racional del devenir histrico. Pero, hallndose ame-nazada la autonoma del campo intelectual por la poltica reaccionaria de laRestauracin, los poetas romnticos, que se haban visto llevados a afirmarsu deseo de autonoma en una rehabilitacin de la sensibilidad y el senti-miento religiosos contra la Razn y la crtica de los dogmas, no tardan enreivindicar, como Michelet y Saint-Simon, la libertad para el escritor y elcientfico y en asumir, de hecho, la funcin proftica que era la del filsofo

    del siglo XVIII.Pero, nuevo movimiento de pndulo, el romanticismo populista queparece haberse apoderado de la casi totalidad de los escritores en el pero-do que precede a la revolucin de 1848 no sobrevive al fracaso del movi-miento y a la instauracin del Segundo Imperio: el derrumbe de las ilusio-nes, que llamar a propsito cuarentiocheras (para evocar la analoga conlas ilusiones sesentiocheras [soixante-huitardes] cuyo desplome todavaobsesiona a nuestro presente), conduce a ese extraordinario desencanto,tan vigorosamente evocado por Flaubert en La educacin sentimental,que proporciona un terreno favorable a una nueva afirmacin de la autono-ma, radicalmente elitista esta vez, de los intelectuales. Los defensores delarte por el arte, como Flaubert o Thophile Gautier, afirman la autonomadel artista oponindose tanto al arte social y a la bohemia literariacomo al arte burgus, subordinado en materia de arte, y tambin de arte devivir, a las normas de la clientela burguesa. Se oponen a ese nuevo podernaciente que es la industria cultural rechazando los yugos de la literaturaindustrial (salvo a ttulo de sustituto alimentario de la renta, como enGautier o Nerval). No admitiendo otro juicio que el de sus iguales, afirmanel cierre del campo literario sobre s mismo, pero tambin la renuncia delescritor a salir de su torre de marfil para ejercer cualquier forma de poder(rompiendo en eso con el poeta vates la Hugo o el cientfico profeta laMichelet).

    Por una aparente paradoja, slo al final del siglo, en el momento en

    que el campo literario, el campo artstico y el campo cientfico alcanzan laautonoma, es que los agentes ms autnomos de esos campos autnomospueden intervenir en el campo poltico en calidad de intelectuales y noen calidad de productores culturales convertidos en hombres polticos, a lamanera de Guizot o de Lamartine, es decir, con una autoridad basada enla autonoma del campo y todos los valores que a l se asocian pureza

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    tica, competencia especfica, etc. Concretamente, la autoridad propia-mente artstica o cientfica se afirma en actos polticos como el Yo acu-so de Zola y las peticiones destinadas a apoyarlo. Esas intervenciones deun nuevo tipo tienden a darles el ms alto valor a las dos dimensionesconstitutivas de la identidad del intelectual que se inventa a travs de ellas,la pureza y el compromiso, dando nacimiento a una poltica de lapureza que es la anttesis perfecta de la razn de Estado. Ellas implican, enefecto, la afirmacin del derecho de transgredir los valores ms sagradosde la colectividad los del patriotismo, por ejemplo, con el apoyo dado al

    artculo difamatorio de Zola contra el ejrcito o, mucho ms tarde, durantela guerra de Argelia, el llamado a apoyar al enemigo, en nombre de losvalores que trascienden los del Estado [cit] o, si se prefiere, en nombre deuna forma particular de universalismo tico y cientfico que puede servirde fundamento no slo a una especie de magisterio moral, sino tambin auna movilizacin colectiva para un combate destinado a promover esosvalores.

    Habra bastado con aadirle a esa rpida evocacin de las grandesetapas de la gnesis de la figura del intelectual algunas indicaciones sobre lapoltica cultural de la Repblica de 1848 o la de la Comuna para tener uncuadro casi completo de las relaciones posibles entre los productores cultu-rales y los poderes tal como podemos observarlas, sea en la historia de unsolo pas, sea en el espacio poltico actual de los Estados europeos. Lahistoria aporta una enseanza importante: estamos en un juego en el quetodas las jugadas que se hacen hoy, aqu o all, ya han sido hechas desde el rechazo de lo poltico y el regreso a lo religioso hasta la resistenciaa la accin de un poder poltico hostil a las cosas intelectuales, pasando porla rebelin contra la dominacin de lo que algunos llaman hoy los media oel abandono desilusionado de las utopas revolucionarias.

    Pero el hecho de hallarse as en un final de partida no conducenecesariamente al desencanto. Est claro, en efecto, que el intelectual (o,mejor dicho, los campos autnomos que lo hacen posible) no se instituyde una vez por todas y para siempre con Zola y que los poseedores de

    capital cultural siempre pueden sufrir una regresin, al trmino de unadescomposicin de esa especie de combinacin inestable que define alintelectual, hacia una u otra de las posiciones aparentemente excluyentes,es decir, hacia el papel del escritor, del artista o del cientfico puros ohacia el papel de actor poltico periodista, hombre poltico, experto. Ade-ms, contrariamente a lo que podra hacer creer la visin ingenuamente

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    hegeliana de la historia intelectual, la reivindicacin de la autonoma queest inscrita en la existencia misma de un campo de produccin culturaldebe tener en cuenta obstculos y poderes incesantemente renovados, tr-tese de los poderes externos, como los de la Iglesia, del Estado o de lasgrandes empresas econmicas, o de los poderes internos, y en particularlos que da el control de los instrumentos de produccin y de difusinespecficos (prensa, edicin, radio, televisin).

    sa es una de las razones con las diferencias segn las historiasnacionales que hacen que las variaciones, segn los pases, del estado de

    las relaciones presentes y pasadas entre el campo intelectual y los poderespolticos oculten a la vista las invariantes, sin embargo ms importantes,que son el fundamento real de la unidad posible de los intelectuales detodos los pases. La misma intencin de autonoma puede, en efecto, ex-presarse en tomas de posicin opuestas (laicas en un caso, religiosas enotro) segn la estructura y la historia de los poderes contra los cuales elladebe afirmarse. Los intelectuales de los diferentes pases deben ser plena-mente conscientes de ese mecanismo si quieren evitar dejarse dividir poroposiciones coyunturales y fenomnicas que tienen por principio el hechode que la misma voluntad de emancipacin choque contra obstculos dife-rentes.

    Yo podra tomar aqu el ejemplo de los filsofos franceses y los filso-fos alemanes ms relevantes que, por el hecho de que oponen el mismoafn de autonoma a tradiciones histricas opuestas, se oponen aparente-mente en relaciones aparentemente invertidas con la verdad y con la razn.Pero podra tomar asimismo el ejemplo de un problema como el de lossondeos de opinin, que algunos, en Occidente, pueden considerar comoun instrumento particularmente sutil de dominacin, mientras que puedeparecerle a otros, en los pases del Este de Europa, una conquista de lalibertad.

    Para comprender y dominar las oposiciones que pueden dividirlos, losintelectuales de los diferentes pases europeos deben tener siempre en mentela estructura y la historia de los poderes contra los cuales deben afirmarse

    para existir como intelectuales; deben, por ejemplo, aprender a reconoceren las palabras de tal o cual de sus cofrades extranjeros (y, en particular, enlo que esas palabras pueden tener de desconcertante o de chocante) elefecto de la distancia histrica y geogrfica respecto de experiencias dedespotismo poltico como el nazismo o el stalinismo, o respecto de movi-mientos polticos ambiguos como las revueltas estudiantiles de 1968, o, en

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    el orden de los poderes internos, el efecto de la experiencia presente ypasada de mundos intelectuales muy desigualmente sometidos a la censuraabierta o larvada de la poltica o de la economa, de la universidad o de laacademia, etc.

    Cuando hablamos en calidad de intelectuales, es decir, con la ambicinde lo universal, es, en todo momento, el inconsciente histrico inscrito enla experiencia de un campo intelectual singular el que habla por nuestraboca. Creo que no tenemos ninguna posibilidad de llegar a una verdaderacomunicacin sino a condicin de objetivar y dominar los inconscientes

    histricos que nos separan, es decir, las historias especficas de los univer-sos intelectuales de los que nuestras categoras de percepcin y de pensa-miento son un producto.

    Quiero pasar ahora a la exposicin de las razones particulares queimponen hoy, con una urgencia especial, una movilizacin de los intelec-tuales y la creacin de una verdadera Internacional de los intelectualesdedicada a defender la autonoma de los universos de produccin culturalo, para parodiar un lenguaje hoy da poco apreciado, la propiedad de losproductores culturales sobre sus instrumentos de produccin y de circula-cin (por ende, de evaluacin y de consagracin). No creo someterme auna visin apocalptica del estado del campo de produccin cultural en losdiferentes pases europeos al decir que esta autonoma est muy amenaza-da o, para ser ms preciso, que amenazas de una especie completamentenueva pesan hoy da sobre su funcionamiento; y que los artistas, los escri-tores y los cientficos estn excluidos de una manera cada vez ms comple-ta del debate p blico, porque son menos propensos a intervenir en l y, ala vez, porque se les ofrece cada vez menos la posibilidad de intervenireficazmente en l.

    Las amenazas que gravitan sobre la autonoma resultan de la interpe-netracin cada vez mayor entre el mundo del arte y el mundo del dinero.Pienso en las nuevas formas de mecenazgo, y en las nuevas alianzas quese instauran entre ciertas empresas econmicas, a menudo las ms moder-nistas como, en Alemania, Daimler-Benz o los bancos, y los produc-

    tores culturales; pienso tambin en la apelacin cada vez ms frecuente dela investigacin universitaria a patrocinadores o en la creacin de centrosde enseanza directamente subordinados a la empresa (como, en Alema-nia, los Technologiezentren o, en Francia, las escuelas de comercio).

    Pero la dominacin o el imperio de la economa sobre la investigacinartstica o cientfica se ejerce tambin en el interior mismo del campo a

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    travs del control de los medios de produccin y de difusin cultural, yhasta de las instancias de consagracin. Los productores ligados a grandesburocracias culturales (peridicos, radio, televisin) se ven cada vez msforzados a aceptar y adoptar normas y obligaciones ligadas a las exigenciasdel mercado y, especialmente, a las presiones ms o menos fuertes y direc-tas de los anunciantes; y tienden ms o menos inconscientemente a consti-tuir en medida universal de la realizacin intelectual las formas de la activi-dad intelectual a las que sus condiciones de trabajo los condenan (pienso,por ejemplo, en elfast writing y elfast readingque son a menudo la ley de

    la produccin y la crtica periodsticas). Podemos preguntarnos si la divi-sin en dos mercados, que es caracterstica de los campos de produccincultural desde mediados del siglo XIX, con, de un lado, el campo restringi-do de los productores para productores, y, del otro, el campo de la granproduccin y la literatura industrial, no est amenazada de desaparicin,al tender cada vez ms la lgica de la produccin comercial a imponerse ala produccin de vanguardia (especialmente, en el caso de la literatura, atravs de las constricciones que pesan sobre el mercado de los libros).Yhabra que analizar las nuevas formas de dominacin y de dependencia,como las que instaura el mecenazgo, y contra las cuales los beneficiariosno han desarrollado an sistemas de defensa apropiados, por no habertomado conciencia de todos los efectos de las mismas; habra que analizartambin las constricciones que el mecenazgo de estado, aunque permitaescapar aparentemente a las presiones directas del mercado, impone, sea atravs del reconocimiento que l concede espontneamente a los que loreconocen porque tienen necesidad de l para obtener una forma de reco-nocimiento que no pueden conseguir con su obra misma, sea, ms sutil-mente, a travs del mecanismo de las comisiones y de los comits, lugaresde una cooptacin negativa que desemboca con la mayor frecuencia enuna verdadera standardizacin de la investigacin, sea cientfica o artstica.

    La exclusin del debate pblico de los artistas, los escritores y loscientficos es el resultado de la accin conjugada de varios factores: algu-nos dependen de la evolucin interna de la produccin cultural como la

    especializacin cada vez ms avanzada que lleva a los investigadores aprohibirse las vastas ambiciones del intelectual a la antigua, mientras queotros son el resultado de la dominacin cada vez mayor de una tecnocraciaque, con la complicidad a menudo inconsciente de los periodistas, atrapa-dos tambin en el juego de sus competencias, pone a los ciudadanos devacaciones favoreciendo la irresponsabilidad organizada, segn la ex-

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    presin de Ulrich Beck, y que halla una complicidad inmediata en unatecnocracia de la comunicacin, cada vez ms presente, a travs de losmedia, en el universo mismo de la produccin cultural. Habra que desa-rrollar, por ejemplo, el anlisis de la produccin y de la reproduccin delpoder tecnocrtico o, mejor dicho, epistemocrtico, para comprender ladelegacin casi incondicional, basada en la autoridad social de la institucinescolar, que la gran mayora de los ciudadanos le concede, respecto de lascuestiones ms vitales, a la nobleza de Estado (y cuyo mejor ejemplo es laconfianza casi ilimitada de que disfrutan, especialmente en Francia, los que

    han sido llamados los nuclecratas).Teniendo tanto menos cosas que comunicar (de hecho y de derecho)cuanto ms amplio es su xito, medido con arreglo a la amplitud del pbli-co al cual se dirigen, los que controlan el acceso a los instrumentos decomunicacin tienden a instaurar el vaco de la monotona meditica en elcentro del aparato de comunicacin y a imponer cada vez ms los proble-mas superficiales y artificiales generados exclusivamente por la competen-cia por el ms vasto auditorio hasta en el campo poltico y los campos deproduccin cultural. Las ms profundas fuerzas de la inercia del mundosocial por no hablar siquiera de las potencias econmicas que, especial-mente a travs de la publicidad, ejercen un dominio directo sobre la prensaescrita y hablada pueden as imponer una dominacin tanto ms invisi-ble cuanto que slo se realiza a travs de las complejas redes de dependen-cia recproca, a la manera de la censura que se ejerce a travs de loscontroles cruzados de la competencia y de los controles interiorizados de laautocensura.

    Esos nuevos maestros en pensar sin pensar monopolizan el debatepblico en detrimento de los profesionales de la poltica (parlamentarios,sindicalistas, etc.); y tambin de los intelectuales, que son sometidos, hastaen su universo propio, a especies de coerciones especficas, como lasencuestas tendentes a producir clasificaciones manipuladas, o las listas delaureados que los peridicos publican en ocasin de los aniversarios, etc., otambin las verdaderas campaas de prensa tendentes a desacreditar las

    producciones destinadas al mercado restringido (y de ciclo largo) en prove-cho de los productos de circulacin amplia y de ciclo corto, que los nuevosproductores lanzan al mercado.

    Se ha podido demostrar que la manifestacin poltica exitosa es la queha llegado a hacerse visible en los peridicos y sobre todo en la televisin,y, por ende, a imponerles a los periodistas la idea de que es exitosa al

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    tiempo que las formas ms sofisticadas de manifestacin son concebidas yproducidas, a veces con la ayuda de consejeros en comunicacin, hacia ypara los periodistas que deben rendir cuenta de ellas.1 De la misma mane-ra, una parte cada vez ms importante de la produccin cultural cuandono proviene de gente que, trabajando en los media, estn seguros de tenerel apoyo de los media es definida en su fecha de aparicin, su ttulo, suformato, su volumen, su contenido y su estilo de manera que colme lasexpectativas de los periodistas que la harn existir hablando de ella.

    No es de hoy el hecho de que existe una literatura comercial y de que

    las necesidades del comercio se imponen en el seno del campo cultural.Pero la dominacin de los poseedores del poder sobre los instrumentos decirculacin y de consagracin, sin duda, nunca ha sido tan amplia ytan profunda; y nunca tan confusa la frontera entre la obra de bsqueda yel best-seller. Esa confusin de las fronteras a la que los productores lla-mados mediticos son espontneamente propensos (como de ello testi-monia el hecho de que las listas periodsticas de laureados yuxtaponensiempre los productores ms autnomos y los ms heternomos) constitu-ye, sin duda, la peor amenaza para la autonoma de la produccin cultural.El productor heternomo, el que los italianos denominan de manera mag-nfica tuttologo, es, sin duda, el caballo de Troya a travs del cual todas lasformas de dominacin social la del mercado, la de la moda, la del esta-do, la de la poltica, la del periodismo llegan a ejercerse en el campo deproduccin cultural. La condena que se puede emitir contra esosdoxsofos,como los llamaba Platn, est implicada en la idea de que la fuerza espec-fica del intelectual, incluso en poltica, slo puede descansar en la autono-ma que da la capacidad de responder a las exigencias internas del campo.El zhdanovismo, que florece siempre entre los escritores o los artistas me-diocres o fracasados, no es ms que un testimonio, entre otros, de que laheteronoma se realiza siempre en un determinado campo a travs de losproductores menos capaces de tener xito segn las normas que ese campoimpone.

    El orden anrquico que reina en un campo intelectual que ha llegado a

    un alto grado de autonoma, siempre es frgil y est amenazado, en lamedida en que constituye un desafo a las leyes del mundo econmicohabitual, y a las reglas del sentido comn. Y no puede descansar sin peligrosolamente en el herosmo de unos cuantos. No es la virtud la que puede

    1 P. Champaigne, Faire lopinion: le nouveau jeu politique, Pars, Minuit, 1990.

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    fundar un orden intelectual libre; es un orden intelectual libre el que puedefundar la virtud intelectual. La naturaleza paradjica, aparentemente con-tradictoria, del intelectual, hace que toda accin poltica tendente a reforzarla eficacia poltica de sus empresas est condenada a darse consignas deapariencia contradictoria: de un lado, reforzar la autonoma, especialmentereforzando su tajante separacin de los intelectuales heternomos, y lu-chando para asegurarles a los productores culturales las condiciones eco-nmicas y sociales de la autonoma con respecto a todos los poderes, sinexcluir el de las burocracias de Estado (y, ante todo, en materia de publica-

    cin y de evaluacin de los productos de la actividad intelectual); de otrolado, arrancar a los productores culturales a la tentacin de la torre demarfil, animndolos a luchar al menos para conseguir el poder sobre losinstrumentos de produccin y de consagracin y a entrar en la vida delmundo para afirmar en ella los valores asociados a su autonoma.

    Esa lucha debe sercolectiva, porque la eficacia de los poderes que seejercen sobre ellos resulta, en gran parte, del hecho de que los intelectualeslos afrontan en formacin dispersa, y en medio de la competencia. Y tam-bin porque las tentativas de movilizacin siempre sern sospechosas, yestarn condenadas al fracaso, mientras se pueda sospechar que estn puestasal servicio de las luchas por el liderazgo de un intelectual o de un grupo deintelectuales. Los productores culturales slo hallarn en el mundo social elpuesto que les corresponde si, sacrificando de una vez para siempre el mitodel intelectual orgnico, sin caer en la mitologa complementaria, la delmandarn retirado de todo, aceptan trabajar colectivamente en defensa desus intereses propios: lo que debera conducirlos a afirmarse como un po-der internacional de crtica y de vigilancia, y hasta de proposicin, frente alos tecncratas, o, por una ambicin a la vez ms elevada y ms realista y, por ende, limitada a su esfera propia, a implicarse en una accinracional de defensa de las condiciones econmicas y sociales de la autono-ma de esos universos sociales privilegiados donde se producen y se repro-ducen los instrumentos materiales e intelectuales de lo que llamamos laRazn. EsaRealpolitik de la razn estar, sin duda alguna, expuesta a la

    sospecha de corporativismo. Pero le corresponder mostrar, mediante losfines al servicio de los cuales ella pondr los medios, duramente conquista-dos, de su autonoma, que se trata de un corporativismo de lo universal.

    Traduccin del francs: Desiderio Navarro