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Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

 

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII Grupo de Estudios del Siglo XVIII – Universidad de Salamanca La Gaceta de Estudios del Siglo XVIII es una publicación anual, internacional y plurilingüe (español, inglés y francés) que aporta un enfoque interdisciplinar a los estudios del siglo XVIII, tomando como referencia principal el periodo histórico que va de 1700 a 1833. Dirección editorial: Manuel Ambrosio Sánchez Sánchez (Universidad de Salamanca) Editores: Miriam Borham Puyal (Universidad de Salamanca) Daniel Escandell Montiel (Universidad de Salamanca) Consejo editorial: Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC) Juan Carlos Cruz Suárez (Aarhus Universitet) María Jesús García Garrosa (Universidad de Valladolid) Francisco Jarauta Marion (Universidad de Murcia) Juliet McMaster (University of Alberta) Pedro Javier Pardo García (Universidad de Salamanca) Fernando Rodríguez de la Flor (Universidad de Salamanca) Russell P. Sebold (University of Pennsylvania, emérito) Jane Spencer (University of Exeter) Comité científico: Michael Burden (Oxford University) Brycchan Carey (Kingston University) José Checa Beltrán (CSIC) Alberto González Troyano (Universidad de Sevilla) Matthew Grenby (Newcastle University) Miguel Ángel Lama Hernández (Universidad de Extremadura) Elena de Lorenzo Álvarez (Universidad de Oviedo) María Losada Friend (Universidad de Huelva) José Montero Reguera (Universidad de Vigo) José Manuel Pedrosa Bartolomé (Universidad de Alcalá de Henares) Manuel María Pérez López (Universidad de Salamanca) Juan Félix Pimentel de Igea (CSIC) Carmen Ramírez Gómez (Universidad de Sevilla) Pedro Emanuel Rosa Grincho-Serra (Universidad de Salamanca) Isadora Rose-de Viejo (investigadora independiente) Carlos Saguar Quer (Universidad Complutense de Madrid) Álvaro Torrente Sánchez-Guisande (Universidad Complutense de Madrid) Jesusa Vega González (Universidad Autónoma de Madrid) ISSN: 2340-6100 Editorial Delirio | www.delirio.es Los contenidos se publican bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-No Comercial 3.0 Unported (CC 3.0 by-nc). Diseño del logo: Daniel Escandell | Ilustración de portada: La Verdad, el Tiempo y la Historia, de Francisco de Goya (1812). Stockholm Nationalmuseum. Las opiniones expresadas en cada artículo son responsabilidad exclusiva de sus autores. La revista no comparte necesariamente las afirmaciones incluidas en los trabajos. La revista es una publicación académica abierta, gratuita y sin ánimo de lucro y recurre, bajo responsabilidad de los autores, a la cita (textual o multimedia) con fines docentes o de investigación con el objetivo de realizar un análisis, comentario o juicio crítico.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

 

Índice Editorial

Artículos ♦ Cultura de la melancolía e ideologías del retiro y del desengaño en tiempos del

infante Don Luis de Borbón. Fernando R. de la Flor, pág. 8

♦ James Bruce, viajero infatigable y revitalizador de la apocalíptica hebrea. Carlos

Santos Carretero, pág. 54

♦ La ficción del manuscrito encontrado y la influencia de Cervantes y Fielding en

Geschichte des Agathon (1766-1767), de C.M. Wieland. Alfredo Moro Martín,

pág. 67

♦ Miguel de Sequeiros, traducteur de Thomas Simon Gueullette: Les Mille et Un

Quarts d’Heure (1715) au miroir de Los Mil y un quarto de hora (1742).

Carmen Ramírez Gómez, pág. 90

Reseñas ♦ De las luces al realismo. Ensayos crí t icos (Siglos XVIII, XIX y XX), de

Alberto González Troyano. Miriam Borham Puyal, pág. 113

Miscelánea ♦ Compendio bibliográfico de estudios interdisciplinares sobre los siglos XVIII y

XIX. 2007-2012. Daniel Escandell Montiel, pág. 118

Sobre los autores

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Editorial

En 1998 se inició formalmente la andadura del Grupo de Estudios del Siglo XVIII de la

Universidad de Salamanca, un año que marcó la constitución oficial de una actividad

investigadora que se estaba realizando desde mucho antes, por supuesto. Desde su misma

fundación, el GES XVIII se propuso sumar profesores y estudiantes de la Universidad de

Salamanca, así como docentes e investigadores de otras universidades e instituciones españolas

e internacionales. Unir la labor de investigadores de dilatada trayectoria, con su experiencia y

conocimientos con la energía y vitalidad de jóvenes estudiantes universitarios ha sido un rasgo

característico de este grupo de estudios y algo que, creemos, le ha permitido afrontar diversos

proyectos de diferente calado a lo largo de los años.

Al catálogo de textos recuperados y editados por diversos miembros del grupo hay que

añadir la labor editorial que supuso, en una primera época, la Gacetilla de Estudios Literarios

del Grupo de Estudios del Siglo XVIII, una publicación impresa que evocaba a las hojas

volanderas en su diversidad de textos y en su formato de presentación. Lo heterogéneo del

proyecto le hizo ganarse un hueco en los corazones de investigadores que todavía hoy nos

preguntan por esa revista. Durante su trayectoria, la Gacetilla se envió a a los departamentos de

universidades españolas e internacionales afines a los intereses del GES XVIII.

Con el recuerdo de la Gacetilla, que vio su último número publicado en 2005, y

motivados por el afán de traer de vuelta parte de su esencia, nace esta Gaceta de Estudios del

Siglo XVIII. La nueva revista del grupo llega con un doble objetivo: por un lado, aportar un

enfoque interdisciplinar e internacional a los estudios dieciochescos sin restricciones

regionales que limiten el alcance de los mismos; por otro, combinar la publicación de artículos

de investigación con reseñas y dejar espacio a publicaciones misceláneas que puedan aportar

otras áreas de conocimiento y desarrollo. De este modo, la nueva época de la revista del GES

XVIII refuerza los valores de la original y los amplifica gracias a su paso a la publicación en

formato digital.

Las razones de este cambio resultan, sin duda, evidentes. La mayor difusión que aporta

internet, las ventajas de la inmediatez de la edición no impresa y la capacidad de este espacio

digital para integrar diferentes recursos que sean esenciales en diversas disciplinas nos llevan a

realizar este cambio de soporte con la firme convicción de que no es solo una imposición de los

tiempos actuales, sino una sustancial ventaja de los mismos.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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La Gaceta de Estudios del Siglo XVIII publicará artículos sobre el siglo XVIII, tomando

este en una amplia concepción que ha comprendido tradicionalmente el periodo que va de

1700 a 1833, pero que puede abarcar otras fechas en diferentes tradiciones internacionales.

Aceptar esta circunstancia no es abrir la mano sin más o mostrar una actitud laxa, sino

reconocer que la historia intelectual de esta época no es homogénea, ya no en el mundo, sino

en Europa misma. La vocación interdisciplinar y transnacional de la revista nos lleva a aceptar

esta circunstancia con la normalidad que debe esperarse en la primera línea de las

investigaciones contemporáneas. Asimismo, las contribuciones serán en español, inglés o

francés, un elemento plurilingüístico que consideramos esencial para poder abarcar las

múltiples tradiciones dieciochescas y, al mismo tiempo, garantizar que se trata de lenguas de

suficiente impacto y relevancia internacional como para dar una difusión suficiente a los

estudios recogidos.

Este número fundacional para la nueva época se ha compuesto con artículos que nos

han llegado tras una petición de contribuciones remitida a colaboradores cercanos y miembros

de los comités del GES XVIII o de esta revista. Por supuesto, todos los artículos han sido

sometidos a un proceso de revisión y desde este mismo momento la Gaceta de Estudios del

Siglo XVIII lanza su llamamiento para recibir artículos de cara a la publicación del próximo

número, previsto para primavera de 2014.

En las siguientes páginas encontrará las colaboraciones de Fernando Rodríguez de la

Flor y Carmen Rodríguez Gómez, dos destacados investigadores de los estudios de los siglos

XVIII y XIX que han aportado dos textos para apadrinar la fundación de la revista y que han

aceptado, asimismo, ser parte de los comités de la misma. Sus artículos arropan las

aportaciones de dos jóvenes investigadores, Alfredo Moro y Carlos Santos. Estas cuatro

colaboraciones articulan un número europeísta y abierto a diferentes frentes de los estudios

dieciochescos, aunque centrado en el ámbito filológico. Se complementan con la reseña del

libro De las luces al realismo. Ensayos críticos (Siglos XVIII, XIX y XX) y un compendio

bibliográfico de las publicaciones que han aparecido en España en los últimos cinco años

(2007-2012) y que pueden resultar de interés para los estudiosos de este campo.

Por supuesto, desde este mismo momento trabajamos ya en la preparación del

siguiente número de esta revista, anual, académica y centrada en los estudios dieciochescos que

busca convertirse en un nuevo espacio de referencia para académicos, investigadores,

estudiantes e incluso simples curiosos que quieran saber más sobre los temas que aquí se

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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cubrirán. Estos primeros pasos nos han permitido constituir una estructura sólida e

internacional con destacados especialistas en diferentes áreas del conocimiento, pero siempre

dentro del marco histórico del siglo XVIII.

Pueden encontrar toda la información sobre este proyecto editorial en la página web del

GES XVIII, albergada en los servidores de la Universidad de Salamanca:

http://www.usal.es/gesxviii. La normativa, el proceso de envío de artículos y, cómo no, las

últimas novedades y actualizaciones sobre el grupo y la revista, se difunden a través de ese sitio.

Confiamos en que la revista sea de su agrado y esperamos contar con su colaboración en el

futuro.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

 

Artículos

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Cultura de la melancolía e ideologías del retiro y del desengaño en tiempos del infante Don Luis de Borbón

The culture of melancholy and the ideology of retreat and disillusionment in the era of prince Don Luis de Borbón

Fernando Rodríguez de la Flor (Universidad de Salamanca)*

[email protected] Artículo recibido: 08-05-2013 | Artículo aceptado: 31-05-2013

Abstract: The present essay belongs to the area of cultural studies and engages in a comprehensive reading of the atmosphere, buildings, events and personalities, which constitute the key of an era. The article analyzes different cultural artifacts endowed with a signification that concurs with the prevailing leitmotif of the late phases of the Enlightenment: melancholy. Keywords: Melancholy, Enlightenment, conversation pieces Resumen: El presente trabajo se inscribe en el dominio de los estudios culturales al proponer una lectura integrada de ambientes, edificios, sucesos y personalidades, de todos los cuales se ofrece una interpretación que desea brindar una clave epocal de importancia. En efecto, el texto analítico reúne artefactos culturales de distinta naturaleza para atribuirles un sentido que finalmente concuerde con el que es uno de los grandes leit motivs de la cultura de la Ilustración en su edad tardía: la melancolía. Palabras clave: Melancolía, Ilustración, escena nocturna Sobre el autor: Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Salamanca y vocal del patronato del Museo Nacional de Escultura. Ha dedicado parte de sus estudios a las representaciones del Antiguo Régimen y su discurso icónico, lo que ha resultado en libros como Imago. El orden visual y figurativo del Barroco (2009), Giro visual. Decadencias de la lecto-escritura y primacía de la imagen (2009) y Era melancólica. Figuras del imaginario barroco (2007), entre otros.

* Este trabajo se realiza en el marco del proyecto “Naturalezas figuradas” del Consejo Superior de Investigaciones científicas, bajo la referencia: HAR2010 15O99.

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El historiador no elige de modo casual o arbitrario sus documentos de la masa indeterminada e inerte del

archivo: él sigue el hilo sutil e inaparente de las signaturas, que exigen aquí y ahora su lectura. Y de la

capacidad de leer estas signaturas, que son por naturaleza efímeras, depende justamente, según

Benjamín, el rango del investigador.

Giorgio Agamben, Signatura rerum

El “lado oscuro” y la “mala noche”

Hace unos treinta años, el historiador Jean Starobinski escribió un libro importante

que contenía muchas de las claves para entender el arte en general desarrollado a fines del

XVIII, al que él pretendió caracterizar de una manera precisa. El libro se titula 1789. Los

emblemas de la razón (Starobinski, 1988). Aquel estudio multidisciplinar apareció y se situaba

en los años finales de la década de los años ochenta del siglo pasado. Años aquellos –es preciso

recordarlo ahora–, en los que de modo prioritario se destacaba por entonces sobre todo el

perfil épico y, por decirlo así, incluso los “destellos heroicos” (innovadores) de que aparecía

adornada la Ilustración española. Se reconocía el ingente trabajo desarrollado en pos de una

racionalización del espacio social, que estaba dominado en aquel entonces todavía por el

oscurantismo tardo barroco. Se tendía también en aquel momento a evaluar positivamente

todos los esfuerzos por instaurar el reinado de la razonabilidad universal –proceso denominado

en la Península, con una fórmula expresiva que daba cauce a este optimismo historiográfico:

época o siglo de “las Luces”–. Con ello se cumplía el previsible fin que recibía el largo tiempo

que Enmanuel Kant había caracterizado como de la “autoculpable minoría de edad del

hombre”. En consecuencia, el arte mismo de aquella época era leído como constituido por una

tensión proyectiva y utópica –innovadora, si se quiere– que, recogiendo lo mejor de la tradición

clásica, direccionaba a la sociedad hacia un futuro de universal emancipación, en el que se

reproyectaban lo que habían sido los ideales del humanismo secular, especialmente los del

humanismo cristiano del siglo XVI.

Los tonos exaltados se hicieron hace veinte años, en consecuencia, más que evidentes

para caracterizar aquella Ilustración, entendida como raro momento esplendente y, en el caso

español, además se concentraron en la figura “positiva” del monarca Carlos III, cuyo

centenario –1788-1988– luego dio paso en nuestro país a la ola de recuperación

historiográfica de todo un siglo XVIII ilustrado que antes parecía perdido, inexistente o, más

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bien, inatendido o desconsiderado, y del que acaso sólo el libro de Bottineau (1961) y algunos

otros trabajos, como el de Sarrailh (1957), venían a atestiguar algo de la fuerza e importancia

que habría cobrado aquella Ilustración española, puesta en contraste y bajo la mirada crítica del

resto de “ilustraciones” europeas. Entonces, es preciso destacar que hubo un momento en los

estudios sobre el siglo XVIII en que se puso de relieve la energía del cambio y de la

transformación operada por esa misma Ilustración, que aparecía de algún modo

irreversiblemente encarada a un futuro incrementado, y con la que habría por fuerza de

sintetizar el momento de la Transición española a Democracia en otros años setenta, pero esta

vez del siglo XX (R. de la Flor, 2009).

Pues bien, entre los “logros” materiales de aquella Ilustración, en efecto, y sin duda,

debe quedar reseñado el Palacio de la Mosquera, y debe formar parte también de su archivo la

figura histórica de aquel Infante que lo concibió, como retiro: el infante don Luis. Ello forma

parte de esta esfera considerada brillante y en lo que se refiere a lo estético altamente

cualificada, que caracterizaba el mundo de valores de las élites ilustradas, en particular muy

interesados en el mundo de la arquitectura. Tal vez quepa decir de esta percepción que, en todo

caso, aquellos tonos eran más ciertos y más rotundamente verdaderos y consolidados para toda

Europa antes que para la propia España. Tales logros y desempeños ilustrados en esta

perspectiva y dimensión eran, al cabo, en “el seno infeliz de nuestra España” (como escribía

José Manuel Quintana –1980: 270–) una excepción notable y, como veremos, la historia del

Palacio de la Mosquera, que constituye el locus al que queremos anclar nuestra reflexión en

torno al “vaciamiento” del espíritu de la Ilustración (ver fig.1) Domínguez-Fuentes, 2009),

está relacionada con ello, de una manera no sólo material-anecdótica, sino también y sobre todo

simbólica, pues no tardarían mucho tiempo en entrar aquellas expectativas y esperanzas en una

severa decadencia y apagamiento, al no poder perpetuarse en su propio espíritu, ni hallar

continuidad sino, al contrario, encontrarse pronto con una brusca interrupción de su decurso

en el siglo siguiente, el XIX. De ello parece dar fe la ruina inmediata casi del proyecto

ambicioso que en La Mosquera intentó cuajar pero no pudo. Cosa de la que creemos un

Francisco de Goya se hizo intérprete maestro, a base de anticiparlo o, digamos mejor, de

presentirlo1.

                                                                                                               1 Ha sido Calvo Serraller (2013: 25) quien ha identificado la mansión de La Mosquera con el reino de

Tánatos; mientras el otro palacio del Infante, el de Boadilla, lo sería de Eros.

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Fig. 1

La cuestión más general de la relación de Goya con la Ilustración admite el análisis de

todo tipo de registros, pero, sin duda, la desesperanza en la capacidad de aquella para asentar

definitivamente sus conquistas sociales forma parte intrínseca de la lectura de mundo que

indudablemente el pintor llevó a cabo, a medida que aquel tiempo excepcional se precipitaba en

su disolución, y del que solo sobreviviría el momento de postrer fulgor que vino a representar la

constitución gaditana del 12 (Pérez Sánchez, 1988; González Troyano, 2012). De nuevo, de

todo ello también la propia historia del Palacio de la Mosquera puede venir a dar cuenta

ejemplar, pues en él no tardaron mucho las cosas en dejar de permanecer en la situación en que

las había dejado el Infante, que si pensó en una obra que habría de ser duradera para su estirpe

y para los ideales que la misma representaba, se equivocaba.

Como se va viendo, toda metáfora lumínica, como aquella que se impuso en

terminología española –“las luces”–, tiene empero siempre su envés en la sombra, y es evidente

dentro de este juego metafísico que el infante de don Luis (y acaso con él todo su mundo) es

una figura que hay que situar más bien, atendiendo a su peripecia y a la de sus elitistas ideales,

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del lado “nocturno” de aquella Ilustración; del lado pronto en pérdida de la misma, ya que, en

definitiva, por tantos rasgos, su “estrella” o destino en su conjunto pertenece, más que a una

parte luminosa, a aquello otro que Guillermo Carnero denominó la “cara oscura del Siglo de

Las Luces” (Carnero, 1983).

El mito “solar” de la Ilustración puede ser sometido pues a una lectura que revele en

esta época una cierta ofuscación de su aparente brillantez. Se impone por entonces una nueva

conciencia a la hora de percibir lo que en efecto fue un progresivo deslizamiento hacia un

“régimen nocturno de las representaciones” (Durand, 1981), del que, tantas obras de la

cultura occidental de aquel momento, como sucede con las óperas de Mozart e, incluso, su

propio requiem, darán buena cuenta. En esta órbita de naturaleza depresiva se inscriben

también productos simbólicos mucho menos conocidos o reconocidos, los cuales van desde la

“música nocturna” de Madrid, concebida por Luigi Bocherini, hasta las Noches lúgubres de

Cadalso, autor este último, coetáneo del Infante don Luis. Con todo, es a este último a quien en

algún momento deberemos volver en nuestro análisis de su figura psicohistórica y la de su

mundo, que trata de atravesar todo tipo de discursos que se disponían por entonces para dar

cuenta de la peculiar lectura de la realidad que en aquel momento estaban realizando los artistas

más sensibles a eso que se llama el “aire de los tiempos”, el stimmung o estado de “espíritu de

una época” decisiva de las décadas del 70 y 80 del setecientos (Gümbrecht, 2011). Clima

estético moral que en ese momento estaba ya girando de signo, inaugurándose con ello un

nuevo paradigma y empezando a formalizarse otro imaginario bien distinto, según se aprecia en

la consideración de sus analistas de hoy2.

Así pues, se diría que, muy lentamente, es lo cierto, otras consideraciones de muy

distinto signo de aquellas primeras triunfalistas que tuvieron su expresión en el contexto del

revival que cambiaba el signo, implementándolo, de la Ilustración traída por Carlos III, se han

ido imponiendo sobre el período. Y, a un momento de máxima diafanización, le ha sucedido

otro que tiene ahora un marcado interés por los espacios de sombra, por lo que podríamos

llamar, de nuevo, la “cara oculta” del siglo. Se pone desde hace tiempo el acento en lo que se

denominan los “enemigos de la ilustración” (Paguen, 2002), los “antilumieres”, los

                                                                                                               2 Folke Nordström (1989: 264) sitúa con precisión el momento de la entrada en el campo cultural de esta

afección, que marca un cambio en la percepción de lo estético: “Es probable, como ya se ha demostrado que fuera en 1779 cuando Goya, que contaba entonces treinta y tres años, entró en contacto con la naciente tendencia prerromántica en la literatura española. La atmósfera melancólica, patente en poemas como Noches lúgubres de Cadalso, en Clori de Jovellanos y en La noche y la soledad de Meléndez Valdés, se refleja también en el cuadro denominado “La cita” de Goya, de finales de ese mismo año.

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antiilustrados, y salen finalmente a la escena los fracasos y decadencias de la propia Ilustración,

sus puntos oscuros, y con ellos su inconsciente e irracionalidad (Canterla, 2009). Todo lo cual

incide en la visualización de lo que pudo conformar ese aspecto depresivo que acometió a los

hombres más influyentes del momento y marcó sus destinos con un signo dramático. Más en la

medida de que esos personajes fueran españoles, pues es de ellos de los que nos hemos

comprometido aquí a hablar a propósito de la evidencia “presencial” que nos suministra una

pieza arquitectónica como la del Palacio de La Mosquera y cuanto a él atañe. Alto lugar de

memoria hispana, que propondré desde ahora mismo como un emblema mayor de todo lo que

la Ilustración significó. Sobre todo si apuntamos a lo que fue su difícil y finalmente decadente

travesía por la historia3.

Amenaza en la fiesta

En todo caso, ese será nuestro argumento. Nuestro modo de leer tales figuras que se

proyectan en la historia, en un momento que, después de todo, se nos antoja central; en un

tiempo (el de los dos decenios del XVIII que se precipitan a su final antes de la década

conclusiva) acerca del cual proponemos que puede ser definido más por sus rasgos de duelo y

melancolía, que por aquellos otros de exaltación de nuevos valores –incluyendo aquí el matiz de

la innovación y reproyección artística– y de confianza en un progreso definido, orientado,

constante. Decididamente, el Infante, su corte de artistas y familiares –Paret y Alcázar,

Bocherini, Goya, el pintor de cámara Manuel de la Cruz, los Font, todos al servicio del “Quarto

del Infante”4, no pueden ser definidos como aquellos a los que recientemente Onfray (2009)

ha denominado en cuanto “ultras de la razón”; es decir: intelectuales poseedores de un espíritu

firme y confiado en el progreso, sino que, antes bien, se presentan en la destacada forma de

agentes autoconscientes de la situación de una cultura colocada en la tesitura de un paso fuerte,

en un momento titubeante y tembloroso, como bien metaforiza esa vela en la mesa-velador que

el Infante observa con atención en el cuadro de Goya sobre esa misma “Familia del Infante don

Luis” (ver fig. 2), a la que luego habremos de volver una y otra vez.

                                                                                                               3 Conexión, en suma, de la Ilustración como archivo de energías transformadoras con el campo de la

negatividad y la destrudo, de la que da cuenta un tratado importante de Lessing (1992). 4 Muchos de ellos, retratados por Francisco de Goya, junto a otros servidores de Luis de Borbón, en el

cuadro que va a ser uno de nuestros argumentos, de “La familia del Infante don Luis” (Angulo, 1940).

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Fig. 2

Se trata de un mundo que, en definitiva, está transitando desde la era de la confianza en

la razón y el progreso a otro momento en que la inestabilidad y el “Sturm und Drang” se

insinúan en el horizonte (Junquera, 1996).

Frente a lo que son descritos como “esplendores” de la Ilustración dieciochesca, que

no son otros que los frutos de la educación y de la estética extendiéndose sin freno ni límite

temporal por la acción de las minorías ilustradas y sus decisiones de gobierno en pro de una

ilustración general, Starobinski desveló el sentido de una serie de emblemas o piezas maestras

que daban cauce a un nuevo tono “crepuscular”, ciertamente inédito hasta entonces, y que,

incluso, cobraban un aspecto amenazante, precisamente para estas minorías a punto de salir del

escenario de la historia. Esto siquiera fuera porque independientemente de su influencia, se

estaba constituyendo el espacio en adelante decisivo de lo que ha sido definido como una

“esfera pública plebeya”, por lo demás liquidadora de los valores estético-morales mantenidos

por las élites ilustradas5. Ello amenazaba de modo particular el estatuto en que se desenvolvía la

propia “utopía estética”, la idea conductora que animaba la acción de estas clases en pos de una

ideal de separación de la esfera del arte de la de la cotidianeidad, de la realidad y de la vida (R.

de la Flor, 1996). Pues es cierto que, al fin y al cabo, el comienzo de una era (y la irrupción del

paradigma de signo igualitario revolucionario como nuevo agente histórico, lo es), lo que

verdaderamente anuncia es que otra llega a su fin (momento este del final donde podemos

considerar que llega al paroxismo una expresión artística específica, a partir del cual desaparece

                                                                                                               5 Una obra de teatro de Antonio Buero Vallejo (1999 ), Un soñador para un pueblo, pone esto en escena,

dramatizándolo a través de la reflexión sobre la vida de Esquilache en la corte de Carlos III.

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y es sustituida). En definitiva, la modernidad en ese momento y para alguna clase de sujetos

sensibles podía ser vivida como catástrofe (Juanes, 2006; Fóldényi, 2008). Rousseau, hacia

1762, ya lo preanuncia en un texto significativo de su Émile ou de l´éducation:

¿Los golpes de la fortuna son tan raros que pensáis contaros entre los que quedan exentos? Nos cercamos al estado de crisis y al siglo de las revoluciones. (Rousseau, 1996: 252)

Aquel, tout court entendido como el “tiempo del Infante”, es el momento algo tardío

que dio precisamente por entonces lugar al arte de Guardi, también de Tiépolo (relacionado

con el propio don Luis), del mismo Mozart nocturnal y de su libretista Da Ponte y, en fin,

también de Piranesi y Hubert. En muchas de las representaciones de estos artistas, el mundo

cobra un aire inestable y los juegos y las máscaras proliferan en este momento singular (Gómez

Castellano, 2013), y acaban convirtiéndose casi en un preciso emblema epocal en cuya

representación recae incluso Paret y Alcázar, el artista protegido por el Infante, el cual los

utiliza como una suerte de “cifra” ambigua para designar aspectos psicológicos de la sociedad

elitista de su tiempo, en su extraordinario “Baile en máscara”, una obra de 1767 (ver fig. 3).

Pues, en efecto, podemos considerar la figura del carnaval que se adueñó de la época como una

construcción psicopolítica que ayuda a sublimar, por un instante, los enfrentamientos de clase,

que por entonces llegan a un punto culminante, al mismo tiempo tal fórmula transmite

conceptos vinculados a la transitoriedad y la inestabilidad final de un mundo de tonos, de nuevo

lo decimos, “crepusculares”6.

                                                                                                               6 Sobre la dimensión estética que cobra el carnaval, y también sobre sus implicaciones biográficas en la

obra de Goya, véase ahora Stoichita (2000) y, también, Gómez Castellano (2013).

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Fig. 3

Ello presagia el final de régimen para un cierto tipo de vidas vueltas inviables y frágiles,

como las de las clases mismas que quedan vinculadas a espacios palaciegos (y la palabra misma y

su concepto están ya preñadas de amenazas y presagios): la aristocracia (y, más allá de ello, la

propia realeza, directamente amenazada en su estatuto). Hecho lo suficientemente dramático

en su momento para que sea percibido precisamente por la conciencia de los artistas que

figuran al servicio de estas élites, y que se apresuran entonces a reflejar el paso de este umbral,

por lo demás lleno de dudas y vacilaciones. Como quizá pudiéramos entender que así sucede en

ese absolutamente enigmático cuadro de Carlos IV vuelto de espaldas y pintado por Juan

Bauzil, en lo que, sin duda, pasa por ser un verdadero retrato psicológico-moral del exilio

italiano del monarca español, que merced a este retrato negativo se convierte en la

representación misma del declive del mundo y del poder “anciene regime”, que muchos otros

aristócratas europeos debieron compartir también con él en aquella época7 (ver fig. 4). Como

se lee en el catálogo de la ultima exposición donde el cuadro se incluyó –Carlos IV. Mecenas y

coleccionista–: “Este conmovedor retrato nos evoca la situación vital de Carlos IV en el exilio,

al tener que abandonar precipitadamente sus amados palacios y las preciadas posesiones de sus

casas de campo que tanto se preocupó de alhajar, tras la abdicación y precipitada partida del

Real Sitio de Aranjuez de 1808” (Jordán de Urries; Luis Sancho, 2009).

                                                                                                               7 Se trata de un retrato “a perfil perdido”, cuyo antecedente acaso lo podamos encontrar en un carboncillo

que realizó François Boucher en 1740, “Cabeza de muchacha con el cabello recogido vista desde detrás”, donde, de nuevo es el envés del rostro lo que la representación muestre.

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Fig. 4

Se trata, como resulta evidente, de una clase aristocrática –de la que reyes e infantes

son justamente la cúspide– sobre la que planea el fantasma del regicidio, un asunto tratado, por

ejemplo, en aquellos mismos años, por García de la Huerta en su tragedia española La Raquel.

Reuniendo todos estos efectos, Zizek ha explicado en unos términos conclusivos lo que

significa el paso de un umbral epocal, –justamente como aquel que se pudo producir a finales

del siglo XVIII–, y bajo cuyas determinaciones hubieron de transitar las clases aristocráticas

hacia el nuevo tiempo:

Debemos partir de la noción de que lo nuevo surge para resolver la insoportable tensión que habita lo antiguo, y que ya estaba presente en ello de modo negativo, en forma de una tristeza y de un anhelo infinitos. (Zizek, 2008: 117)

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Emblemas de melancolía

El primero de aquellos llamados “emblemas”, en los que reparaba Starobinski en aquel

libro suyo maestro, daba campo a valores que podemos considerar depresivos y nocturnales, y

que resultan ser aquellos con los que nosotros hemos podido confrontar la lectura que

quisiéramos hacer de la existencia misma de La Mosquera; también el cuadro que en su interior

pintó Goya en el último de los veranos que pasó allí, en la pequeña corte del Infante, en 1784,

y, en general, de todo aquel episodio de la historia cultural española que envuelven las décadas

finales del siglo XVIII. Tal punto divergente, y acaso hasta de explícita amenaza, que entraba en

dialéctica y confrontación directa con la cultura de signo cortesano y aristocrático, (el “arte de

corte”, como lo había denominado Bottineau), lo presentaba el propio Goya en uno de sus

cartones para tapices –El invierno–, en el que en un gesto, sin duda de intencionalidad política,

desplazaba su mirada desde las clases altas y sus mundos hedonistas y sofisticados, abiertos al

interés del mecenazgo y el clientelismo, hacia lo que es la consideración de la vida de las clases

bajas y su difícil subsistencia en un mundo insolidario para con sus necesidades. Estas últimas

ciertamente intensificadas en aquel momento en atención a los rigores de la crisis de

subsistencia y las malas cosechas, cuestiones que se habían ido haciendo urgentes y perentorias

conforme se precipitaba el siglo8. Y ello tanto en Francia como en la propia España. La vida

fastuosa de las clases nobles debía tocar a su fin9. Esta es la conciencia que alumbró finalmente

el 89, y que, poco antes, en 1767, había producido ya en España la revuelta de las multitudes

del, así denominado, “pueblo”, contra el despotismo ilustrado ejercido desde el contorno

cortesano. Como ha hecho notar recientemente Alberto Medina:

El motín de Esquilache constituye para Campomanes un ataque al centro del sistema, un cuestionamiento de la legitimidad misma del monarca absoluto y el entramado ideológico que lo sustenta. (Medina, 2009: 138 )

Entre el 67 y el 89 del siglo XVIII se producen un conjunto de representaciones que

ponen un signo de gravedad y duda acerca del destino en España de la cultura aristocrática,

restringida a la Corte y sus aledaños que, como se sabe, conforme se precipita el siglo entrará                                                                                                                

8 Juan Meléndez Valdés es otro de esos ilustrados que también desplazan su atención hacia los mundos decaídos de las clases bajas y trabajadoras, en cuanto que estas son acumuladoras de un potencial de rebelión futura ante la explotación y la injusticia que sufren: “… En la corte / en juegos, banquetes, damas / el oro de sus estados / con ciego furor malgastan / y el labrador indigente / sólo, llorando, en la parva / ve el trigo que un mayordomo / inhumano le arrebata…” (en “La despedida de un anciano”, Meléndez Valdés, 1979: 201).

9 Expresión de ello es la polémica sobre el lujo que se desató finalmente en los últimos decenios del siglo XVIII, y de la que puede verse un documento interesante de Meléndez Valdés, “Reflexiones sobre el lujo” (1979).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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en un momento de máxima turbulencia, provocándose el primero de los muchos finales

provisionales que en España ha recibido el orden monárquico aristocrático de signo borbónico.

El mundo feudal, en efecto, agotaba sus últimos instantes de predominio sin control

popular, por lo menos en el imaginario que poco a poco se llenaba de figuraciones que

suponían la necesidad de un cambio trascendente del panorama social. Aquel mundo había

institucionalizado la diferencia y había levantado entre los hombres todo un sistema de

separaciones, de obstáculos y de diferencias cualitativas. Una infraestructura prácticamente

conformada por trabajadores sin derechos (de los que, por cierto, Goya se hará cargo en sus

cuadros de pobres, obreros y albañiles: “Los pobres en la fuente”; “Alegoría del invierno”; “El

albañil borracho”; “El albañil herido”), por su parte, había alimentado la proyección de un

sueño utópico de belleza sin restricción ni límites, de estética y de frivolidad material a que se

había entregado una delgada élite social. Esto es lo que sobre todo en la segunda parte de la

vida del Infante don Luis había empezado a formularse con doctrina ya de los nuevos tiempos,

presagiando la inviabilidad de tal situación social que por momentos se volvió compleja. A lo

que, por lo demás, no parece –lo digo por el caso del propio Goya y de otros creadores situados

en esta estela– que determinados artistas se mantuvieran insensibles. Un “malestar en la

cultura”, un “fastidio” o melancolía universal aquí comienza lo que es su andadura moderna10.

Y no debe ser entendido tan sólo como una paradoja que en el culmen de la utopía de belleza y

de la estatización hedonista de los mundos de la vida se dejen sentir las huellas mismas de una

depresión inminente. Un memorialista de los tiempos de la Revolución Francesa expresa este

sentimiento paradojal, cuando observaba que “cuando estalló la Revolución en el mundo

político y en la burguesía se estaba cansado de vivir dichosamente” (Krakauer, 1946: 94).

Otras clases, sin embargo, cobraban conciencia de la diferencia y de la injusticia en que

se había movido el Antiguo Régimen, comenzando a alimentar esos “contingentes de ira” de

los que ha hablado recientemente Sloterdijk (2012). Y hasta el mismo Goya, haciéndose eco de

tal “malestar”, y aunque en todo momento pintor “cortesano” y por tanto sometido al régimen

de mecenazgo, acabaría por pintar la situación explosiva del campesinado, de las clases

trabajadoras del mar y de los oficios bajos. Poniendo esto de relieve, resultaba que en aquel

libro pionero de Starobinski (1988) estaba ya contenido, aunque fuera de manera tangencial,

                                                                                                               10 La primera expresión de tal complejo afectivo, como se sabe, pertenece a Sigmund Freud (2006). En

este sentido, véase como el término es aplicado a Cadalso en Francisco La Rubia y Jesús Torrecilla (Eds.) (1996). Para la segunda expresión –“fastidio universal”– el autor es el propio Cadalso. Véase sobre este punto el libro de Glendinning (1962).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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algo del asunto que nos hemos dado, pues siempre, pero más cuando el arte adquiere una

connotación exclusivamente cortesana y de consumo aristocrático, como es el caso que aquí

nos incita a reflexión, habrá que situar el artefacto artístico en el contexto en tensión con lo que

es la lucha de la humanidad por su emancipación universal. Al confrontar el arte de ese período,

no podemos dejar de lado que, precisamente, aquel se encontraba en diálogo, no con los

hallazgos y situación del propio campo artístico (aunque, naturalmente, también lo hacía), sino

que, de modo más preciso, tal arte y concepción de lo estético con lo que en verdad entraba en

dialéctica fuerte era con la agenda de los asuntos relevantes en su tiempo y con la figuración

mental, es decir, “de sentido”, o forma en el imaginario colectivo que por entonces recibía el

“mundo de la vida”.

El hecho es el de interpretar los decenios últimos del siglo XVIII como el momento de

una autoconciencia histórica de una clase y de sus artistas, que saben que están viviendo el final

de una época y aguardan el futuro con temor y desesperanza para ellos (Seoane, 2000). Quizá

la disposición anímica que de modo más evidente atestigua la recaída libidinal ante el signo

inescrutable de los nuevos tiempos sea la melancolía; y en este fin de siglo, en efecto, ese es el

afecto que parece adueñarse de los espíritus superiores y de los productores simbólicos. Se

trata de la percepción de la existencia de un horizonte cerrado u opaco, aliado a la sensación de

ruina inminente del mundo, tal y como se conocía, del que, por ejemplo, hace expresión un

texto de José de Cadalso de esos mismos finales del siglo XVIII:

Todo el resto varía, muda, se trastorna, cae y se desvanece, se disipa baxo la segura hoz destructora del tiempo que derriba con igual impulso a los hombres y a todas las obras y hechuras de su mano o de su invención. (Hellman, 1986: 126)

Podríamos aquí dar curso a la célebre acuñación benjaminiana; en efecto, por entonces

se abrían esperanzas, ciertamente, pero no eran para ellos, para aquellos que hemos

identificado como élites ilustradas, y entre los cuales figuran, indudablemente, el Infante y su

mundo. O, por mejor decir, no eran esperanzas que pudieran precisamente embargar la esfera

cortesana y cuanto a ella atañe, pues esta había vivido hasta entonces de facto de espaldas a los

ideales de igualdad, fraternidad y justicia distributiva que se estaban fraguando como vectores

que en adelante organizarían políticamente el nuevo tiempo. Más exactamente: algo –una

mentalidad– había llegado a su fin de régimen, y una clase se ponía por primera vez en situación

de abandonar el escenario donde había dirigido la historia. Esa misma historia se encargaría,

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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pues, de cerrar encapsulándolo, y yo diría que encriptándolo y, en definitiva, haciéndolo de

difícil lectura para la posteridad, un episodio como el que representa La Mosquera. Episodio

que es, sin embargo, algo expresivo en sí mismo de una situación histórica más allá de lo

puramente personal, y cuya continuidad en el tiempo en la forma de espacio o proyecto

estético-vital, en efecto, no estaba asegurada, como se demostró fehacientemente. Efímeros

veranos, en efecto, los de La Mosquera, pues, que ahora celebramos, como lo fueron también

los de otros palacios de la aristocracia española, y de los que del Palacio de Arenas tenemos el

testimonio de lo que el propio Goya reseñó en sus cartas a Martín Zapater (Goya, 2003). Días

saturados por las jornadas de ocio y por los placeres refinadamente estéticos, por los regalos,

por los “caprichos” raros, que en tales ambientes se prodigaban. Y ello sucedía a medida que su

final se aproximaba.

Aquel tiempo, que comenzaba a reformular y a confluir, a través de una nueva oleada de

ideólogos y de creadores, en los ideales de servicio al bien común, fue también un momento, si

lo observamos bien, donde comenzaron a manifestarse los sentimientos destructores, las

pasiones “frías” o “tristes”11; la desconfianza, el escepticismo, el cansancio de la razón, el

goyesco “sueño de la razón”, en efecto, “producía monstruos” y, en todo caso, el desánimo y la

tristeza, con o sin causa, se extendieron también por el espacio social, definido como epicentro

de una cortesanía que vivía un sueño elitista de corte estético. Una utopía estética imposible de

mantener, como hemos dicho, por mucho tiempo. Este es un fenómeno particular –del orden,

diríamos de lo “psicopolítico”– que se produce entre las clases elevadas de entonces, entre las

cuales se hace más punzante, conforme se precipita el siglo, el sentimiento de estar asistiendo

al acabamiento de un mundo, que era su mundo. El “descontento de sí” (Vivanco, 1972) hace

por su parte estragos en una delgada capa social que ha agotado los recursos de placer que la

fortuna ha puesto a su disposición. Un texto de Senac de Meilhan (Considerations sur l´Esprit

et les Moeurs –1787–) lo registra de una manera contundente:

Los hombres, hastiados por la multitud y facilidad de los goces, ya no se interesan por nada. Iluminados sobre la nada de la ambición, ahítos de los placeres del amor, convertidos a fuerza de discernimiento en difíciles para las artes, la inteligencia, los estilos, las obras, solicitan lo singular, lo extraordinario. Si su alma ha conservado algún

                                                                                                               11 Sobre este asunto, bien que para describir en último término el momento precedente de un tardo-

barroco hispano, véase R. de la Flor (2008). Es el momento también de la emergencia de una suerte de contraideales ilustrados, entre ellos y frente a la apología de la fraternidad universal, la misantropía, que gana el espíritu de algunos ingenios de aquel momento. Véase R. de la Flor (2008 b).

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resorte, la novedad de la desgracia sería quizá el único medio de sacarles de su languidez. (Senac de Meilhan, 2010: 176-177)

Ello prepara la emergencia del Romanticismo, que tomará ciertamente este momento

como inmediata genealogía suya en la forma de unas fuentes ocultas (Viatte, 1928). Si hace

veinte años la crítica histórica se empleaba en sacar a la luz lo que podemos considerar como

emblemas orgullosos de la era de la razón, bien podríamos ahora buscar, en nuestro momento

post-moderno, y en el caso concreto de nuestro registro hispano, los emblemas, los signos más

evidentes de los afectos opuestos, como aquel de la melancolía, de los sentimientos de pérdida

inminente y de inviabilidad de un cierto mundo de la vida. Y, entonces, La Mosquera –y con

ella toda la esfera que este nombre envuelve– se vuelve una peculiar “cifra” de ello. Lentamente

este sentimiento, o complejo depresivo hacia el que apuntamos, penetró en los ánimos de las

élites intelectuales y sociales, hizo presa en ellas, ante lo que pudiéramos llamar la volubilidad

generalizada de los tiempos. De nuevo, es Francisco de Goya quien se convierte en el pintor de

esta inestabilidad que sacude el momento, y que según la etiología de tal síndrome de malestar y

melancolía, definida en su día por el Aristóteles del “problema XXX”, atacaba de modo

particular a los hombres de genio; dejándose leer entonces en la forma de una, así llamada,

“melancolía generosa”, puesto que anclándose poderosamente al universo de lo estético

pretende encontrar una suerte de atenuante a su dolor en la creación y disfrute lleno de fruición

de las obras de arte, hacia las que por entonces fluían libremente los caudales monetarios, pero

también las energías y el deseo.

La emergencia abrupta de tal sentimiento –al que bien podemos denominar

“melancolía”–, poseyéndose del espíritu de los grandes ilustrados españoles se puede ya

detectar a fines de la década de 1770, y acaso tiene uno de su más acreditado monumentum

textual en el poema que Meléndez Valdés dedica a Jovellanos, y que es, en algún modo,

premonitorio del retrato que Goya mismo hiciera al estadista veinte años después12. El texto de

referencia procede acumulando los signos de depresión sobre una razón abrumada por el peso

que cobran las incertidumbres histórico-vitales de toda una generación:

…Todo, todo se trocó a un infeliz: mi triste musa No sabe ya sino lanzar suspiros, Ni saben ya sino llorar mis ojos,

                                                                                                               12 Me refiero ahora al retrato que Goya hace de Jovellanos cuando se encuentra en el Ministerio de Justicia.

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Ni más que padecer mi tierno pecho. En él su hórrido trono alzó la oscura Melancolía… (Meléndez Valdés, 1979: 205).

Fig. 5

Goya, como bien se sabe, es otro (o el principal, acaso) de esos artistas que ceden a esta

afección del espíritu (Földenyi, 2008), y lo hace en sus Caprichos, por ejemplo, ello de una

manera evidente, pero propondremos aquí que, más allá de estos reconocidos signos, esa es

también la dominante psicológica que va a planear en la producción de su “retrato” de la familia

del Infante (Tausiet; Amelang, 2009). La obsesión por el régimen cambiante de las cosas y de

precipitación en la pérdida del bien y del favor (y aquí, diremos que es especialmente grave –y

es, incluso, un signo fatal–, la pérdida del favor real, por el que las élites y la nobleza de sangre

venía suspirando desde los tiempos de la reconquista) es tema de época, como bien se ve, por

ejemplo, en el “capricho” “O subir o bajar” (LaFuente Ferrari, 1979) (ver fig. 5). Y esa misma

representación denota una atención superior que el momento presta a los avatares políticos,

por donde pasan las vidas de los príncipes y de los grandes hombres de estado, sometidos más

que nadie al rigor de una Fortuna, particularmente ciega y tornadiza en sus designios en esos

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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momentos históricos. Pero también ello, ahora con distinto matiz afectivo, lo podemos ver

registrado, esta vez en el amplio campo sentimental en el libreto de Da Ponte, Cosi fan tutte,

atribuyendo en este caso a la mujer una volubilidad a la que Laclos y sus imitadores darán curso

en la Europa finisecular, señalando, por esta vía o versión de la misma afección, la inseguridad

que amenaza el importante espacio psicológico-sentimental, y de lo que la vida del Infante no

estuvo exenta. Pues es algo que se deja adivinar también en esa escena nocturnal del arreglo del

pelo de Teresa de Vallobriga en presencia de su marido y, tal vez también, de su amante en el

referido cuadro de Goya. Cierto, la inseguridad del campo erotológico acompaña otras

manifestaciones de vulnerabilidad (Martín Gaite, 1975), constituyendo una constante temática

y un objeto privilegiado de la atención artística en la obra del pintor que pudo concebir su

“Sueño de la mentira y la inconstancia”. Sentimientos tales designan un confuso espacio donde

la psicología personal debe instalarse, y ello es algo que también, por esas mismas fechas, lo

podemos ver reflejado en las representaciones que hace Goya del amor, tal y cómo era vivido

libertinamente, esta vez en la corte ilustrada de la Duquesa de Alba. Volubilidad de la fortuna

amorosa que, como reverso puntual de la política, en esta ocasión será representada por Goya

en el capricho titulado: “Volaverunt” –“volaron”, desaparecieron–, donde el principio

morganático (interpretado en sentido lato como abismo de clase entre amantes), bien presente

en los espacios cortesanos –y cuestión esta que deviene central en la vida y destino personal del

Infante–, es objeto acaso de un comentario personal de Goya.

Entonces, puestas las cosas así, acaso de nuevo, el espacio de La Mosquera y más

concretamente el destino que recibió este palacio-mansión, fuera uno de esos emblemas de la

Ilustración deprimida, tardía y, más precisamente, lo fuera de la propia pérdida, acabamiento y

dispersión a que fuera sometida la esfera toda de su influencia13. Algo que, en efecto, sufrieron

puntualmente casi todas las cortes y centros de ilustración en España, puesto que para este país

y a la distancia de los años, podemos comprobar que tales cosas no pudieron mantenerse en su

ser por mucho tiempo, y quienes habían sido sus animadores y, en propiedad, sus

constructores y proyectistas de primera hora, incluso tuvieron ocasión histórica como testigos

del verlas decaer y arruinarse, dado que, en sí mismas, eran empresas sin posibilidad de

prolongación y futuro. Y ello, acaso por una razón que se encuentra expresada en una nueva

“oda” que José Manuel Quintana dedicó esta vez a Melchor de Jovellanos, según la cual, más

                                                                                                               13 Así, por ejemplo, con tonos abiertamente elegíacos, interpreta la vida cortesana en La Mosquera la

novela-documento de Eduardo Blázquez (2002).

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allá de lo propiamente político, pesa una amenaza sobre la esfera de lo cognitivo-estético, a

punto de ser derrotada por la vulgaridad ignorante que se adueña históricamente de la situación

española (Quiñonero, 1998):

Ora [Ceres] insulta y desprecia: en su habla loca es ocioso el saber, frívolos sueños las obras del ingenio, al polvo iguales los altos pechos que Minerva inspira. (Quintana, 1980: 173)

Elegimos este sentimiento y este posicionarse acerca del lado o “régimen oscuro” no

de una manera aleatoria o intempestiva, pues, si atendemos a la calidad de los testimonios que

estamos exhibiendo. En realidad, la consideración de su importancia no ha hecho más que

crecer en el tiempo histórico, dado que, en efecto, con el paso del tiempo lo que se ha

incrementado es el interés por este metafórico “lado oscuro del Siglo de las Luces”. Lo que nos

hace ponernos en sintonía con la revisión de la historia de aquellos años que ahora mismo se

efectúa desde posiciones más dialécticas y menos confiadas. Es en el centro de este espacio,

donde un concepto brilla animando sus producciones más caracterizadas y recibiendo en

nuestro tiempo la máxima atención: la melancolía. Perseguimos el análisis de las obras de arte

vinculadas a esta expresión afectiva, que es también una actitud moral en los artistas que le dan

cauce y efectuación, y queremos ver aquí condensada, de nuevo, en el palacio de La Mosquera

de Arenas de san Pedro, esta clave interpretativa del siglo XVIII, cuyos primeros tonos

exaltatorios (y el propio reconocimiento que debemos hacer a lo que es esta postrer

“restauración” de lo perdido y salvación patrimonial) no pueden ocultar por más tiempo

también el aire de desesperanza, de final desaparición brusca “de todo aquello que parecía

sólido”, y que dio entonces curso en la historia a espacios constructivos como este, a obras

como las de Bocherini (Valverde, 1989), a pinturas como las de Goya y Paret y Alcázar o, en

otro registro, a escrituras de régimen nocturno y funeral, como fueron las Noches lúgubres de

Cadalso.

Pero la razón principal de tal elección sobre una afección sicológica para definir lo que

pudo ser la tonalidad de una entera esfera de vida, estriba en todo caso en un hecho inaugural

que el propio Aristóteles señaló cuando emprendió la definición de tal concepto en su famoso

“problema XXX”. La melancolía generosa sería aquel sentimiento que posee a las almas más

nobles, a los hombres de estado, a los clérigos y a los entregados amantes, también a los

coleccionistas, a los amantes del pasado, por supuesto a los productores de símbolos, a los

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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artistas, y supone la conciencia de que nunca podrán conquistar sus ideales y que, antes bien,

están condenados a sentir extraordinariamente su pérdida y acabamiento. Esto concuerda con

el fin de régimen, verdaderamente, de la utopía nobiliaria vivenciada por una clase social que

había extendido su poder desde los tiempos feudales, pero que vive aquí ya en la propia

inminencia de la existencia de una guillotina sobre sus cabezas, y que, en el propio caso

español, ha pasado ya por la experiencia de las revueltas y las turbulencias del año 67. Con

todo, es una gran época para las apariencias y para las representaciones sofisticadas, la que

transcurre en los años que el Infante vivió en Arenas de san Pedro. Y hay que decir que la

acentuación de lo fastuoso y el traslado a la esfera estética de tantas energías, siempre está

orientada por una pulsación de efímero y por la extensión de un ambiente sometido a la

melancolía y propicio a la ensoñación de mundo utópicos en plena huida de los reales (Tovar,

1989). La catarata de experiencias estéticas que pudo vivirse en aquel palacio, en efecto,

debían activar en sus protagonistas y observadores sentimientos de fuga y tránsito, en los que,

por lo demás, la propia época, como hemos visto, parecía embarcada. Ello en el sentido mismo

en que la literatura de tipo moral neo-estoico le concedía a esta determinación del espíritu de

una época reinar sobre el mismo, según comentario que, por ejemplo, encontramos en el

Teatro moral de la vida humana de Otto Vaennius, “A musis tranquillitas”:

Las musas y las Gracias son compañeras inseparables del hombre sabio. Apolo, Dios de la Música y Minerva, diosa de las ciencias destierran de esta agradable compañía el miedo y la tristeza (Glendinning, 1977: 569).

Mansión de las Musas

Es evidente que por todas estas razones estamos ante un significativo “emblema” de la

melancolía dieciochesca en aquel palacio de La Mosquera, donde fue construido un ideal

estético, probablemente para dar cauce a la observación de Vaennius que hemos visto; es decir:

para desterrar la melancolía y alejar temores y pesares. Creo que a su constructor-inspirador, el

Infante don Luis, se le podría caracterizar muy bien en cuanto personaje poseído de ciertos

rasgos de un humor melancólico, que, ya dicho en general, parece que fue un atributo de la

Casa de Borbón desde su instalación en España a partir de 1700. No es preciso que recuerde

ahora de qué manera precisamente la melancolía del padre del Infante, Felipe V, en la forma de

un morbo y de una enfermedad gravísima que ataca a los hombres de responsabilidad y de

estado, fue tratada, ni como la música, a la que también fue aficionado Luis de Borbón (Peña y

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Buendia, 1988), cumplió, en el interior de las cárceles de oro en que, al parecer, se

convirtieron los palacios borbónicos para sus habitantes, esa vieja función terapéutica que el

siglo XVIII le atribuyó con largueza al canto (en aquel caso concreto del Felipe V, al canto de

los castrati y en particular al canto de Farinelli). Las arias de aquel peculiar ejecutante italiano

sirvieron durante años, como se sabe, de lenitivo a la melancolía de Felipe V, y asimismo

también fueron terapéuticas para la hipocondría de Fernando VI, el hermanastro del infante

Don Luis de Borbón, y podemos suponer que también lo acabaría siendo para el propio

Infante. A todos estos propósitos vale de constatación la observación que hace el conde de

Fernán–Núñez a propósito del “otro” hermano de don Luis, Carlos III:

Conociendo por experiencia que su familia era expuesta a caer en la melancolía, y temiendo sus malas resultas, de que había visto que sus padres y hermanos habían sido las víctimas, procuró siempre evitarla con gran cuidado. (Gallego, 1988: 67)

Concebido como retiro presidido por el arte y por las musas, el ámbito todo del palacio

de La Mosquera parece envuelto en una atmósfera melancólica, que tal vez alcance a tener

reminiscencias ancladas en el retiro similar experimentado por el padre del infante, Felipe V,

esta vez la Granja de Segovia. Gesto real que fue interpretado en aquella época como parte de

un programa político para alejarse de la actualidad y del centro del poder ante la llegada

inminente de la enfermedad y el vaciado de las fuerzas libidinales14.

La misma finca y palacio de La Mosquera, por su naturaleza cumplió a medias el papel

de ser un retiro y un confinamiento (Tejero, 1986). Su edificación expresa una suerte de

translatio imperii: pues significa desplazar la centralidad de la vida cortesana a un medio natural

y periférico: este es el intento. Es un sueño de época que tendrá ilustres representantes en las

décadas de los ochenta y noventa en toda Europa, como ese Senancour y su Obermann, que

desea refugiarse lejos de cualquier centro de poder y de novedad (Senancour, 2010).

“Ideologías del retiro” pues, de las que también se podría hablar a propósito del conjunto de

La Mosquera, y que fuerzan un tanto a interpretarlas más correctamente “a modo contrario”

de lo que se ha venido entendiendo tradicionalmente acerca de estos retiros silvestres. En lo

que de nuevo se debe ahora destacar su lado e interpretación “oscura”, deceptiva, frente a lo                                                                                                                

14 Un sentimiento de “destierro” preside la vida política española del último tercio del siglo XVIII; lo articula, dándole cauce un poco después de rebasado el fin de siglo, por ejemplo, Jovellanos, quien, desterrado en el castillo de Bellver, escribe: “Mientras que yo, desterrado también de la mía, quedo allí solo para sentir su ausencia y destino, y veo desplomarse sobre el mío todo el horror y tristeza de esta soledad”, en Jovellanos (1953: 300). Véase también a propósito de ello el artículo de Caso González (1988).

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que (leído en positivo) pareció constituirse en una utopía ilustrada: el escape hacia la

naturaleza15 (ver fig. 6). Abandonaríamos cierta interpretación unívoca que había presidido la

construcción de estos lugares de placer, donde encontró un efectivo refugio la aristocracia en

su fase terminal, y que es la que ha primado tradicionalmente, ello para señalar en esta

determinación hacia la vida rural y campesina una vía más volcada hacia lo que en propiedad

debe llamarse en este caso: exilio, confinamiento. El polo aquí marcado es la pena de

alejamiento cortesano, la pérdida de contacto con el centro ejemplar, que a todos los efectos

una Corte es. Y esto entendido como un mal en sí mismo, como una clara pérdida del valor

vivificador. Las élites con una evidente vocación cortesana siempre lo sintieron así. Alejarse de

la corte para los cortesanos es fatal, y, en todo caso, es introducirse en una suerte de “órbita

fría”, que genera inseguridad y una acentuada nostalgia del centro. Un emblemista del siglo

XVII le da forma icónico-lingüística a tal cuestión.

El fuego a los que están muy lejos, no calienta. Así decía Diógenes se había de tratar con los príncipes, no alejándose mucho, porque no alcanzan sus favores a quienes son ignorados, y es contra la fortuna no llegar a ser de ellos conocidos. (Solórzano Pereira, 1987: 179)

Fig. 6

                                                                                                               15 El desplazamiento hacia el campo y, en general, el fisiocratismo fue, en efecto, un horizonte utópico que

marca las conciencias ilustradas de fines del siglo XVIII. Señalemos una fuente poco conocida que estimuló los imaginarios del siglo (en particular el de Jovellanos para quien fue una lectura suya favorita): la obra de Vanieri de 1746 –Praedii rustici–, que abrió la senda del fisiocratismo sentimental y nostálgico hacia los valores de lo rústico. Véanse al respecto mis artículos sobre la expansión del “género bucólico”, en el siglo XVIII en sus finales, R. de la Flor (1982); R. de la Flor (1983); R. de la Flor (1983b).

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En efecto, en conformidad con este explícito testimonio, así hemos decidido leerlo

también para esta otra ocasión, que afecta a las diversas posiciones políticas de los hombres y

mujeres de la dinastía borbónica, y espero que ello no parezca un simple abuso interpretativo.

Situado al margen del centro renovador e inestable movido por la novedad y los modos de la

Corte, La Mosquera, parece un lugar ideal para el descubrimiento y la presencia fuerte de una

filosofía de la vida que destaca de modo inevitable en ella la inestabilidad, la fuga, el

acabamiento16. Pero que si lo hace es ciertamente para contraponer de inmediato a estos

elementos disolventes otros opuestos, extraídos del arsenal estético compensativo: así la

belleza, la pintura, el ocio y la música, únicos instrumentos capaces de atenuar lo que los

prerrománticos llamaron la “tristeza sin causa”, y que en España recibió la designación

original de “fastidio universal” (Sebold, 1970), que se genera en toda aguda y sensible

consciencia de la existencia, más si esta se encuentra alimentada por las artes superiores y por

un espíritu cultivado17. A este palacio, en sintonía con lo que sabemos fuera la vivencia que en

él fue cultivada exquisitamente, podría aplicársele, en efecto, las mismas características que

Baltasar Gracián daba como constitutivamente propias esta vez de la mansión oscense de su

mecenas Lastanosa: es “un asilo de Minerva” (asilo: la palabra nos debe llamar la atención por

lo que en adelante vendrá), un teatro de las Buenas Letras, un centro para superiores

ingenios”(Gracián, 1980: III, 6).

La Ilustración deconstruida

Hay una notación insoslayable según la cual estos palacios de la Ilustración, como el de

La Mosquera, deban ser incluidos en un corpus de objetos melancólicos, debido a que por ellos

ha pasado el viento fuerte de la historia española sometiéndoles a una fuerte devastación.

Inmediatamente después de la Guerra de la Independencia, y contemplando el vasto panorama

de ruinas con que se había abierto el siglo en España, un escritor como Pérez Zaragoza podía

decir:

                                                                                                               16 Un estudio aborda este tema de la retirada del mundo, bien que referido al siglo XVII: Beugnot, (1996).

Una perspectiva general sobre el campo conceptual de la soledad y del retiro respecto a cualquier centralidad poderosa y activa, puede lograrse a través del tratado de Sloterdijk (2001).

17 Es, lo he dicho antes, un sentimiento de época, y las fuerzas combinadas de la Naturaleza y del Arte apenas pueden mitigarlo, como expresaba Meléndez Valdés una década después del momento en que está realizada la pintura de Goya que hemos elegido como núcleo de semanticidad de nuestro ensayo. Lo hace en su “Elegía moral. A Jovino el melancólico”, de 1794: “Do quiera vuelvo los nublados ojos, / nada miro, nada hallo que me cause / sino agudo dolor o tedio amargo”.

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Magníficas poblaciones desgraciadas! Vuestros palacios y vuestros castillos humean aún en ruinas y se confunden entre el polvo de su estrepitosa explosión, y los huesos de vuestras últimas generaciones mellan todavía el arado del labrador. (Pérez Zaragoza, 1977: 255)

Es aquí, en este tipo de textos que lamentan el hundimiento del Antiguo Régimen,

donde se advierten los tonos con que fue abordada la transitoriedad de la historia misma, con

sus revueltas y cambios bruscos a medida que se aceleraba el fin del paradigma socio político en

que se sustentaba el Antiguo Régimen, y el modo en que fuera conceptuado a lo largo del siglo

XVIII el destino mismo de las huellas y signos del poder aristocrático-autoritario, siguiendo en

ello el modelo asentado por Volney en su Les ruines ou méditations sur les révolutions des

empires (1791), un libro traducido en España por el abate Marchena en 1820 (Volney, 1969),

y que, como bien se sabe, termina con la visión profética de la subida al poder del pueblo,

haciendo en estos términos expresa mención de la derrota y el fin del régimen monárquico-

nobiliario:

Cuando la tierra entera esclavizada enmudecía delante de los tiranos, vosotras [las ruinas] proclamábais ya las verdades que detestan; y confundiendo las reliquias de los reyes con los del último esclavo, atestiguabais el santo dogma de la igualdad. (Volney, 1969: 17)18

Un palacio de parecida escala al que fue levantado por el Infante don Luis en Arenas de

San Pedro, y también situado en la periferia de la Corte madrileña, el de la duquesa de Alba en

Piedrahita, conoció un destino similar en cuanto a su propia ruina y degradación (ver fig. 7).

Corte de verano en la década de los ochenta y los noventa de la duquesa Cayetana, también

visitado por Goya, ve pronto llegar su decadencia y caída, lo que propongo que de nuevo puede

ser tomado como una alegoría de la propia decadencia de la Ilustración y de su impulso

constitutivo. Un poeta registra el estado del palacio tan sólo unos años después de ser

construido, cuando sobre el edificio y el mundo que albergaba ha pasado el seismo a que se

precipita el fin de siglo XVII en la historia española, con su carga correspondiente de

destrucciones, de saqueos, de guerras más o menos civiles. En 1811, el poeta José de Somoza

se expresa así:

                                                                                                               

18 La gestación de las grandes obras historiográficas de ese momento se hace, en efecto, en la contemplación de la decadencia de los antiguos sistemas de poder, como revela la apertura del libro de Edgard Gibbon, History of the Decline and Fall of the Roman Empire, en 1764, que presenta al propio autor sentado en las ruinas del Capitolio.

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Me acuerdo que en el día 22 de noviembre de 1811 entré en sus jardines por la puerta de hierro, que ya no existía. Por el puente elíptico, llamado de las Azucenas bajé a la calle de los grandes chopos. Las fuentes ya no corrían; el gran estanque estaba encenagado, y había cesado el murmullo de la casa de agua. Subí las gradas, que no eran sino un montón de sillares desencajados, y me estremecí al hallarme en el salón del palacio. Allí donde habían sido los conciertos, las risas, la concurrencia de los mejores ingenios de España, ya sólo se escuchaba el roer de los insectos que carcomían los techos, y el bramido de los vientos que, entrando en los subterráneos, hacia retumbar bajo mis pies el pavimento… La impresión del terror es duradera y profunda; la del bien en el vulgo y en la Corte dura lo que el olor de las hojas de la rosa, arrojadas al cauce de un molino. (Somoza, 1988: 30-31)

Fig. 7

Es una evidencia histórica: los lugares de instalación de las cortes ilustradas en nuestro

país sufrieron en general ese proceso de destrucción y de pérdida, inacabamiento del proyecto,

incumplimiento y destrucción del mismo, camino que también siguió La Mosquera, si

miramos en perspectiva a lo que fue su posterior futuro. Con propiedad podemos denominar

estos espacios en cuanto “mansiones melancólicas” –en este contexto geográfico la de

Piedrahita, el palacio de los duques de alba en Alba de Tormes y fuera de este ámbito y un poco

más tardíamente la suerte misma del palacio de Godoy en Madrid, presa todos ellos de los

saqueos en las convulsiones que precedieron y siguieron a la Guerra de la Independencia–. En

efecto, pues, la primerísima conciencia romántica o, más exactamente “prerromántica”, tomó

en su día el destino de estos conjuntos como ejemplo de la ruina y destrucción del sueño

ilustrado de orden y progreso indefinido. Hacia finales del siglo XVIII y con la experiencia

cobrada de las revoluciones, la posibilidad de la destrucción de la Bellas Artes y de acabamiento

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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del impulso que las sostiene a manos de unas mayorías populares convertidas en masas

poseídas por el rencor y la venganza, es contemplada en primer y particular lugar por los

poetas, los constructores de discursos que convierten el asunto en motivos de especulación,

como hace el conde de Volney en sus famosas Ruinas de Palmira (Macaulay, 1953). Ello

implica el que en todo trabajo positivo de “las Luces”, en los territorios del arte y de la

elevación espiritual subyazga siempre, y no siempre indisimulado, el motivo de un temor

secreto a su posible liquidación y acabamiento. Es el pintor Hubert Robert, por ejemplo, quien

especula en los últimos decenios del XVIII con la posibilidad de unas ruinas futuras de la Gran

Galería del Louvre (ver fig. 8).

Fig. 8

Lo cierto es que una pequeña corte retraída, melancólica, poseída por un cierto

sentimiento de desposesión y ostracismo sabemos que se instaló en La Mosquera en torno al

Infante don Luis. ¿Será este de la melancolía, que fue también conocido como “mal du siècle”,

un atributo fantasioso o por lo menos caprichoso que hoy le queremos conceder a este espacio,

por otra parte tan lleno de recuerdos? Entonces, la pregunta de si pudo ser percibido de esta

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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manera en la época, no es enteramente superficial. Una vez más, Starobinski ha afirmado algo a

estos propósitos que nos parece relevante: hacia finales del siglo XVIII el complejo

aristocrático-cortesano ya tiene la noción y aloja en su imaginario el sentimiento preciso de su

pronto acabamiento, cuyas señales se dejan leer por doquier: “Hasta en los momentos de sus

placeres más excesivos –ha escrito el semiólogo– y hasta en el interior de sus escenarios más

íntimos y confortables han acabado por penetrar el sentimiento de la muerte y la fascinación del

fin” (Starobinski, 1988: 15). En suma, una posición melancólica es adoptada por las élites a

fines de siglo, y eso es precisamente lo que creo que bien podemos leer en el cuadro de Goya,

donde pasa a la historia el ámbito último y círculo familiar próximo del Infante don Luis, en un

gesto que queremos interpretar en cuanto impregnando de esa conciencia intranquila y en

crisis con respecto a la confianza en el futuro.

Antes de que ese declive anunciado y presentido sucediera, de que el palacio de La

Mosquera en concreto se arruine y se dispersen sus colecciones y los hombres que las

admiraron o las recolectaron y de que su propia, intensa, vida espiritual acabe, un poderoso

“emblema” (en la terminología de Starobinski) se generó también aquí, y es hora de que lo

unamos a la pequeña galería de indicios, de “detalles” (estos siempre esenciales a la hora de

abordar una artefacto artístico) (Aresse, 2008), que nos permiten leer en un sentido más

profundo que el de la propia historia del arte a que se encuentra reducido el episodio de La

Mosquera.

Supongamos por un momento que esta interpretación hacia la que apunto y que

resulta, hasta cierto grado, retroactiva y problemática, puede empezar a desplegarse en la

propia consideración del cuadro de Goya que fue realizado en este escenario (Arnaiz, 1986), y

que, custodiado hoy en la colección Rúspoli en Parma, es conocido como “La familia del

Infante don Luis” (Angulo, 1940; Gassier, 1979). Es un cuadro cuya característica principal

es la de pertenecer a ese tipo de realizaciones denominadas “endotópicas”, donde la obra

contiene un autorretrato integrado del propio autor. Y es lo cierto que Francisco de Goya

mismo entra en dicho cuadro en cuanto “familiar” del Infante, integrante de su pequeña corte

aislada, y ello durante dos largos veranos.

Algunos historiadores e iconólogos se han unido, parcialmente al menos, a una

interpretación que contiene matices y vislumbres de que en él estaríamos ante una expresión

artística de lo que por sintetizar llamaríamos un régimen “oscuro”; y hay, incluso, quien, como

Víctor Chan, sitúa al cuadro como una escena moralmente dependiente del pensamiento

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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desengañado de corte tardo-barroco, al estilo de una suerte de vanitas cortesana, donde la

mujer del Infante, su peinado y el espejo tiene un papel trascendental, señalando la futilidad, la

evanescencia que preside la vida de este Infante y príncipe frustrado (Chan, 1980). También el

historiador Diego Angulo concedía a doña Teresa de Vallobriga el ser el centro semántico del

cuadro, que pasaría a ser una representación consciente de una reparación debida, dado que “la

mujer a quien no se había permitido pisar el escenario real pasaba así a la historia triunfante en

su escenario propio” (Peña, 1996):

Más allá de ello, hoy esta obra de Goya nos parece dominada por el sentimiento

crepuscular, agudo, desengañado, inteligente, y, naturalmente, sutil, y en cierto modo,

escondido o un algo disimulado, cuyo protagonista singular es desde luego, el propio Infante.

Pudo, incluso, decirse de tal pieza que aunque parezca una escena de corte costumbrista, que

refleja un momento singular del protocolorizado ciclo diario que sigue la aristocracia, hay en

ello un plus de significación que contradice esta primera lectura superficial, y que acaso se deja

leer, de nuevo, en el detalle, y hacia ello podemos empezar a caminar si pensamos que se trata

de una obra maestra ciertamente envuelta en una atmósfera nocturnal, que es, además, la de la

obscuridad reinante en la estancia que la abraza, y que cobra contraste frente a la débil luz de

una candela, la cual no podemos sino considerar desde una lectura emblemática (a la que Goya

frecuentemente refiere sus imágenes), en cuanto una severa admonición y precisa reflexión en

torno a lo que es la misma duración de la vida. La cultura del Barroco habría construido sobre

tales luces toda una teoría de la tristeza, como la que Calderón despliega en La vida es sueño.

“¿No es breve luz aquella / caduca exhalación, pálida estrella, / que, en trémulos desmayos, /

pulsando ardores y latiendo rayos, / hace más tenebrosa / la obscura habitación con luz

dudosa?” (Calderón, 1994: vv.85-90). Quotidie morimur, reza también, en efecto, el emblema

de Orozco Covarrubias que designa una vela, y que ahora debemos situar igualmente en

correlación con nuestro cuadro (Levitine, 1959). A la postre: exilio y reino (Calvo Serraller,

2013). Luz y tinieblas, en cuanto estas hacen surgir los claros volúmenes en que encarnan los

personajes familiares del infante don Luis. Lo cierto es que nos recuerdan lo que Mefistófeles

afirma por aquellos mismos años en el Fausto de Goethe:

Soy una parte de esta obscuridad que dio nacimiento a la luz, la luz orgullosa que ahora

disputa a su madre la Noche su rango antiguo y el espacio que ella ocupaba; lo que, sin embargo, apenas logró; pues a pesar de sus esfuerzos, sólo puede arrastrarse a la superficie de los cuerpos que la detienen; allí ella brilla y los colorea… (Goethe, 2005: 28)

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Es esta la iluminación superficial de los cuerpos que, actuando finalmente en el cuadro

de Goya, entra en dialéctica con las almas inquietas y poseídas de la sombra de los hombres y

“familiares” varios del Infante, que tal vez designen en su variado registro el conjunto de los

caracteres y los humores según la fisiognomía de Lavater (Stoichita, 2000: 86). Fisiognomías

(en lenguaje de época: fisionotrazos –Vega, 2007; 2010–), en todo caso, de gran carga

expresiva y que, en particular, hacen eclosión aquí en la figura del Infante. Infante quizá

melancólico, como –y esto es seguro– lo estaba por aquellas mismas fechas del verano de 1783

el propio Goya, según el testimonio de su hermano Camilo a Zapater, en carta de 21 de

diciembre de 1783, donde le confirma en la misma que Goya ha vuelto de Arenas de San Pedro

poseído por la atra bilis, la depresión melancólica, que a partir de esos años no abandonará al

pintor. Al considerar el “teatro” donde Goya ha ubicado esas presencias, no puede dejar de

advertirse que la estancia, al ser devorada por las sombras, pierde sus atributos en orden a la

rica ornamentación que preside siempre, tradicionalmente los ámbitos cortesanos. Apenas

queda insinuado el terciopelo de una cortina de apariencia, que también encontramos en los

retratos del poder y de la autoridad que marcadamente le presta a la representación de la

Monarquía su carácter teatral, la idea misma de una representación que no puede desvincularse

de su “representación”. Se produce aquí, por el contrario, una atmósfera típica de Goya y de su

interés por el “revés negro” de lo que se ofrece en la opulencia luminosa de los relieves de la

vida. De los dos “cuerpos del rey” (Kantorowicz, 1985) y de la élite de poder, de nuevo aquí

Goya insinúa su interés centrado en el cuerpo biológico, en lo que son sus avatares afectivos.

Ello aproxima este cuadro, de modo perceptible, a lo que Alonso Fernández (1999: 194) ha

caracterizado como “pintura depresiva”

Debido a ello se abre ahora paso una consideración; lo que estamos viendo en el cuadro

de Goya es el envés, la otra cara del aparato de la representación cortesana tradicional. La

frontalidad frente a la historia y la mirada que adopta el retrato de aparato real y del poder en

cuanto constituyente, se convierte en el entorno del Infante en variedad de posiciones, libertad,

relajación, intimidad, emergencia de los pequeños detalles, y junto a ello también de la

frivolidad y la falta de disciplina corporal, prototípica de quienes no tienen o han perdido el

compromiso de edificar o “producir su presencia” (Gümbrecht, 2005) para la historia. Todo,

por lo demás, envuelto en una atmósfera donde lo sentimental –las pasiones y los afectos–

alcanzan su expresión y colonizan la escena, derrotando las representaciones de valores

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morales y hasta heroicos, prototípicos en lo que es la tradicional representación de élites en el

Antiguo Régimen (Seoane, 2004). Relajo generalizado en los agentes, que son capturados

ahora en una escena totalmente íntima, bien que por otra parte de extraña naturaleza,

extravagante incluso, según señalaron oportunamente los primeros estudiosos de Goya, y en

todo caso, logrado paradigma de “cuadro experimental”, que rompe con convenciones

anteriores de la estética retratística, alojando novedades (como la de la influencia que ostenta

respecto a una cultura de la silueta). El peinado (o despeinado, según otras versiones, lo que

daría inicio a una interesante escena de negligé) de Teresa de Vallobriga (Peña, 1989), que está

ya en manos de su coffeur, Santos García; la cabeza preparada para la peluca que portaría el

secretario personal de Teresa, Francisco del Campo (o, que, según aquel otro punto de vista,

todavía tendría puesto el lienzo que le ha quedado después de que le ha sido desprendida la

misma peluca, con lo cual se acentuaría extraordinariamente el carácter de “desnudamiento de

los roles” (cosa por cierto inscrita en la estética de carnaval mundano que Goya cultivó toda su

vida de pintor ); también el músico preferido del Infante, Luigi Bocherini (Valverde, 1989-;

Gassier, 1987), en posición dominante, y, sobre todo, la imagen solitaria y abstraída del propio

Luis de Borbón y de su directo descendiente19 (ver fig. 9), edifican la singularidad de este

cuadro y lo refiere finalmente a una red privada de densas relaciones tejidas entre tales actores y

cómplices en la creación del peculiar ambiente que se vive en La Mosquera. Así, el motivo final

no es la representación “naturalista” de un grupo humano en su apariencia superficial, sino la

insinuación (tal vez sólo eso) de aquella misma red de complicidades compartidas por todos

ellos y la complejidad de sus psicologías, que afloran en un momento único en la escena de

representación. Aquí, respecto a esa chef de ouvre, vendría bien aquella observación proustiana

relativa a que los hombres están como sumergidos, hundidos en la profundidad de sus años

vividos, y de ello no alcanzamos sino a ver aquello que de ellos emerge como un iceberg. Muy

singular escena de conversación (piece of conversation) esta, en todo caso, por lo que enseguida

habremos de ver que contiene, negando acaso de raíz la primera impresión de banalidad que la

misma concede a un espectador improvisado. Como es habitual en Goya, determinados

elementos emblemáticos, “detalles” presentes en el cuadro, mas allá del muy explícito de la

referida vela, apuntan a un más allá de lo que pasaría por ser la pura captación de un momento

intrascendente (Praz, 1971). Penetración, en todo caso, no enteramente frívola ni banal en el                                                                                                                

19 Solitaria y abstraída nos parece y, hay que señalar que los vocabularios que afectan al desamparo y la orfandad se hacen habituales en el siglo, por ejemplo en la “Oda XXIV” de Juan Meléndez Valdés, “A la mañana de mi desamparo y orfandad”.

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interior de un salón aristocrático de época, ante el cual el pintor no cede a la pulsación de

representar el puro instante, y ello ante la más prioritaria necesidad de comunicación de efectos

morales o lecturas de mundos que apuntan por elevación al destino y al sentido general de la

vida20.

Fig. 9

La obra en tal caso estaría a un paso de poderse considerar una “conversation piece” o

escena “de camerino”, y por lo tanto, desleída en una esfera de banalidad cortesana, sino fuera

por unos cuantos detalles que inquietan esta lectura serena, convencional de tal cuadro; entre

ellos destaca el de que el protagonista de la misma –y personaje de mayor jerarquía y entidad–

ha perdido interés en tal conversación, y no se relaciona en absoluto con el resto de los

miembros de su familia. Si como pretenden algunos historiadores y analistas, el cuadro tiene su

centro semántico en Teresa de Vallobriga y la composición de su belleza, en una suerte de

celebración de una anécdota galante que, incluso, como hemos visto, se ha querido leer en

términos morales como una suerte de pintura de “vanitas”, de la cual efectivamente el tocado

femenino –y, en general, las escenas de toilette– han sido siempre entonces parte consustancial,

ello choca con el hecho de que el Infante definitivamente aparece ajeno, desinteresado de la                                                                                                                

20 Sobre los “salones” culturales del XVIII, se puede ver el libro de Verena von der Hayden- Rynsch (1998), complementado por el libro de Cravi (2008). Ciertamente como “escena rococó” el cuadro de Goya disuena de lo habitual, pues su trivialidad no ha despojado a la representación de referentes importantes o transcendentales. Lo caprichoso y la banalidad de la escena se ven desplazados a favor de otras significaciones que, aunque menos evidentes, presionan sobre la lectura final del cuadro.

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misma teórica centralidad que aquel motivo debería asumir. Su retrato, en realidad, es un perfil

y fueron Shapiro (1973) y Stoichita (1997) quienes han instituido la idea de que tales perfiles

en el mundo del arte cumplían la función de ser “formas simbólicas” de alta densidad

significativa.

Lo cierto es que el Infante se encuentra representado en el lienzo como sumergido en

un gesto de auto-abstracción, que casi se diría que entronca con la prototípica representación

dureniana de una melancolía intelectual. Una observación del historiador del período, Alberto

Medina, (2oo9: 13) parece aquí pertinente: “La constitución del sujeto moderno pasa así por la

necesaria confección de su soledad y diferencia”. Ello, en efecto, rompe con habituales códigos

de cortesanía y de pintura galante (de la que es emblema, por ejemplo, la posición que asumen

los personajes masculinos en los cuadros de un Wateau, señaladamente en ese emblema de “lo

galante” que es “El columpio”, en el cual se conduce siempre la mirada masculina hacia el

objeto femenino; determinación esta que, al fin, se hace constitutiva de todo el espacio de lo

que se ha venido en denominar la “pintura galante” (Gall, 1975). No es de extrañar tal ruptura

abierta de códigos de amor y seducción preeestablecidos, si acudimos a la referencia

confidencial que acerca de la vida íntima (más que familiar, ya directamente sexual) del Infante

hace Goya, supuesto que él mismo presenció alguna de las humillaciones a que Teresa de

Vallobriga sometía de continuo al hermano de Carlos III, de creer a fray Urbano de los Arcos, el

confesor del Infante en carta a Floridablanca:

Que a S.A. le haya precisado a hacer las vergüenzas que acostumbra, como pedir perdón de rodillas con los demás, que con harto dolor mío he presenciado otras veces. (en Vázquez García, 1990: 220; AHN, leg. 2538 secc. Estado)

En efecto, algo de aquel “estado infeliz a que han reducido a S.A.”, que describe fray

Urbano, puede ser también leído en el cuadro de Goya, en esa disposición peculiar de la

escena, donde el Infante no parece ser el centro semántico de su pequeña corte, sino acaso solo

como con disciplicencia, en “ausencia” (dice de él el propio Goya, “un “pintamonas” en ella)

(Goya, 2003: 89). Pero acaso también se produzca algo más, de hacerse esta vez eco de las

denuncias del alcalde de Arenas ante Floridablanca, en las que se habla del sufrimiento del

Infante por la pública preferencia que Teresa de Vallobriga muestra hacia su secretario

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particular, Francisco del Campo, que pasa por ser una de las figuras puestas en pie delante del

Infante en el cuadro de Goya21.

Una reflexión de un moralista del siglo XVII, quizá venga bien aquí a la hora de precisar

el complejo panorama que el matrimonio muestra en las clases altas y que combina el propio

estado emocional de los sujetos con determinaciones alógenas como bien pueden ser las de los

intereses de estado o de clase. Escribe Miguel Moreno en fecha anterior: “¿Son amarguras del

matrimonio, que he entendido que son estos trabajos los que más condenan a la melancolía?”

(Moreno, 1628). Ostensiblemente el Infante también le da la espalda al propio retratista (al

representado no al real, pues respecto a este último está presentándole su perfil, su silueta,

cargada de psicologismo). El infante vive, pues, uno de sus momentos abstraídos, del que

enseguida daremos cuenta. Precisando antes que todas estas disposiciones no parece que vayan

en el sentido mismo e intención de potenciar, según los cánones iconológicos tradicionales, la

figura de tal Infante. Se dirá que el pintor en esta ocasión ha hecho caso de los versos de

Cadalso en “Al pintor que me ha de retratar”:

Ni tampoco me pongas Con vanidad de docto, Entre libros y planos Entre mapas, y globos…

Aislado del mundo en derredor, el Infante juega (¿o consulta?) las cartas. No debió ser

raro en su vida este sentimiento de separación y de cortocircuito con las fluencias que

atravesaban su medio vital, aun el más próximo. Las memorias apócrifas de Luigi Bocherini

señalan en muchas ocasiones este aislamiento, con el que también han querido reconocer las

circunstancias vitales del Infante algunos de sus panegiristas e historiadores (Blazquez, 2002).

Podemos entender que tal asilamiento en medio de objetos, artistas, criados, mujer y placeres

de varia naturaleza, es la causa eficiente de la entrega a otra pasión que Walter Benjamin ha

definido como solitaria y melancólica, y que sí sabemos con certeza poseyó el alma del

                                                                                                               21 AHN., Leg. 2566 doc. 173. A todo ello quizá convendría añadir que Francisco del Campo era el

hermano de Marcos del Campo, cuñado de Goya, que se presenta aquí no tanto, o no sólo como un artista “exterior” al mundo concreto que pinta sino, y hasta cierto punto, como un “familiar” más del mismo. Este posible cortejo de Teresa de Vallabriga sería el causante de esas “pesadumbres domésticas”, que según confesión propia tendrían mortificado al Infante y le habrían precipitado en la melancolía y la muerte (Peña, 1991: 50). En general, todo ello forma parte de esos “secretos de alcoba” borbónicos que Barrios (2010) ha desvelado.

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Infante22. Se trata del coleccionismo y, un paso más allá, de la taxidermia, a la que conocemos

era aficionado el hermano de Carlos III, y para cuya instrucción en sus secretos fuera

contratado por la Casa del Infante el anatomista Andrés Sánchez del Busto. Estas prácticas, que

ocupan la mente con sensaciones de incompletud (el coleccionismo) y de vanitas y fugacidad

(la taxidermia), deberían contribuir a equilibrar la sensación de destierro y de exilio solitario

que Luis de Borbón es seguro que padeció en vida.

Presuponemos siempre en Goya al maestro en la captación de las relaciones de poder

que sus efigiados mantienen. El alejamiento hacia el rústico y campesinal que un algo

forzadamente protagonizaron aquellas clases clases de las que el Infante era parte, debe leerse

ahora en clave activa de desengaño. La naturaleza es siempre amenaza, sino se encuentra

domesticada en las formas exuberantes del ars topiaria y del paisajismo dieciochesco; en todo

caso, el principio de soledad acompañada que debía reinar en el ambiente del palacio de La

Mosquera, no dejaba de tener filos inquietantes. Recordemos que Aristia, el secretario de

cámara de Luis de Borbón, escribe a Floridablanca pidiéndole, en 1781, tropas por el poco

resguardo con que se halla la persona del Infante en estas “ásperas y quebradas sierras”. A ello

hay que añadir la dificultad de comunicación con la Corte de un espacio transmontano como el

que ofrece Arenas de san Pedro aislada en medio de las montañas de la Sierra de Gredos

(Tejero, 1988). Por vía indirecta, podemos suponer lo que esto podía implicar en quien lo

sufría en cuanto tal traslado obligado al medio natural de carácter boscoso y serrano, pues

tenemos el testimonio del embajador inglés en la corte de Felipe V que, comentando la

distancia entre San Ildefonso y Madrid, escribe: “Entre San Ildefonso y Madrid hay apenas

comunicación y las respuestas a cartas escritas desde Madrid a las Indias son recibidas casi tan

rápido como las que proceden de san Ildefonso” (Kamen, 2001: 15). Alejarse del centro

medular de la Corte dieciochesca –en cuanto todavía no se vive directamente de la

recuperación que de lo agreste, salvaje e inculto hará el Romanticismo– para los cortesanos es

fatal, y supone, en todo caso, introducirse en una suerte de orbita fría, que deshace las ilusiones

de inscribirse con fuerza en el ámbito supremo de una instancia de poder territorializado;

espacio tradicional, por otro lado, en la concesión de los dones, los privilegios, de las gracias,

beneficios y mercedes inherentes a la misma. El Infante, en su retiro de Arenas de san Pedro

estaba privado de estos beneficios. Solo alcanzará a ingresar de nuevo en el centro de la Corte a                                                                                                                

22 Véanse también a este respecto las memorias noveladas, y solo a trechos documentales, que ha realizado Amorío, (2007), donde se destaca, efectivamente, la figura del aislamiento que marcó con su signo amargo la vida del Infante.

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la que pertenece cuando ingrese en la órbita fría que representa el Panteón del Escorial y la

tumba de los infantes y princesas de España. Entonces, y únicamente entonces, la reina en carta

a Manuel Godoy pudo cerrar con una exclamación conclusiva la vida de aquel Infante: “¡Infeliz!

¡Cuánto padeció!” (Pereira, 1935).

Fig. 10

La escena del cuadro de Goya a la que ahora retornamos, en todo caso, es elocuente si

vamos más allá de las consideraciones fisiognómicas (Bordes, 2000). No podemos prescindir

en la lectura de la misma de los perfiles emblemáticos que apuntan a tal representación. Más allá

de la abstracción en que está sumida la figura del Infante, nos debe llamar la atención por este

orden el velador sobre el que se apoya, la vela ya mencionada y las cartas; estas últimas lo

suficientemente relevantes para que el pintor las haya definido con precisión: un caballo de

bastos y un dos de bastos encierran un as de oros23 (ver fig. 10). Cartas de un Tarot, se ha dicho

por algún analista. En absoluto. Se trata de una baraja española. No es, por otra parte, el inicio

de un solitario. Más bien parece un juego de adivinación, donde a las cartas se les da un valor

concreto en clave simbólica. Si es así, ellas revelarían algo del perfil psicológico y el momento

por el que atraviesa el Infante, según intención expresa de quien está realizando la captación de

su figura en un retrato que incluye su mundo y esfera doméstica en ese momento: Francisco de

Goya. De la combinatoria infinita de un mazo de cartas españolas, nos debe sorprender un

hecho no señalado por Stoichita (2000) que, sin embargo, se ha ocupado de esta baraja. En                                                                                                                

23 Los juegos de cartas proponen siempre ciertos enigmas cuando son representados por la pintura. Véase lo que, apropósito del cuadro de Lucas Van Leyden. “Los jugadores de cartas” escribe Rico (2003).

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este golpe de azar que el cuadro representa, al menos dos de las tres cartas están culturalmente

marcadas (López Vázquez, 2011: 89). En efecto, existe un dicho español extendido en la

época de Goya: “Entrar con un dos de bastos y salir con un as de oro”. Es un expresión

dialógica: sirve para aludir a los dedos-bastos que roban monedas-as de oro, pero en una

segunda acepción, esta considerablemente más sofisticada, el dicho se recarga de sentido

erótico, haciendo entonces una hiperbólica referencia a los cornudos (dos de bastos)

consentidores. Goya era un buen conocedor de estos refranes y proverbios y los utilizó

continuadamente en sus representaciones. Por su parte, la tercera carta, la sota de bastos, se

encuentra también apoyada por una tradición de atribuciones simbólicas que,

fundamentalmente, hacen alusión a la vanidad y fanfarronería de quienes adoptan esta señal de

aristocracia. Mateo Alemán refiere el refrán diciendo: “No hay hombre cuerdo a caballo y

menos en el desbocado de su juventud” (Alemán, 1994: 172).

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Fig. 11

“Pintura emblemática”, hemos dicho, y ciertamente lo parece, y es lo que acaba por

imponerse en ella, con mucha más fuerza que aquella que podría derivarse de ser una mera

representación del costumbrismo de corte aristocrático. Un detalle mínimo (pero para

Warburg, nuestra guía iconológica, el secreto del arte estaba en el “detalle”), lo da a mostrar

también en lo que es esa pata única con que se sostiene la mesa en que el Infante parece

consultar su destino (ver fig. 11). Ciertamente la disposición de esa inverosímil pata de mesa

aleja la idea de un mesa real, que de hecho no podría sostenerse, e induce la idea cierta de una

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inseguridad y un fragilidad inestable, que debemos atribuir correctamente –y por extensión

metonímica– al propio Infante y sus avatares biográficos de aquellos mismos años, tal y como

Goya los presentía y directamente los veía desarrollarse ante sus ojos de experto. Con ello se

alcanza por parte del maestro de Fuentevaqueros, Goya, una suerte de superioridad sobre el

modelo de cortesano que le paga y para el cual trabaja; algo que no será la última vez en ensayar

desde su posición subalterna de artista contratado, aunque lo haga siempre con una suma

discreción; tanta que, al parecer, los matices críticos que prodigó sobre sus clientes y mecenas

escaparon por completo a sus contemporáneos y a sus propios efigiados contratadores. Los

cortos veranos le habrían dado una imagen del Infante en cuanto desvalido, engañado, de triste

y áspera fortuna, y eso es lo que hoy queremos leer en este cuadro, y eso antes que interpretarlo

como si fuera acaso exclusivamente un puro panegírico del Infante y de su mundo, que

aparentemente incónsutil como una burbuja de naturaleza estética, revela al final arduos filos

que tienen que ver con la moral y con la historia24.

El mundo periclitado del Infante

Es la hora de cerrar el círculo hermenéutico que ha trazado nuestra exploración.

Hemos visto multiplicarse las señales de una segura “vis melancholica”, que creemos arrastra

hacia su órbita no solo a la corte del Infante, sino que esta nos parece ser, sobre todo, una

segura marca epocal, que envuelve los momentos finales del breve interregno que supuso una

“ilustración española” vivida con angustia por las mismas élites que habían promovido y

operado su existencia. Hemos evocado algunos emblemas que nos parecían paradigmáticos de

ello, y que se presentan ante nuestros ojos como rastros de posibles lecturas que amplían el

potencial oculto y dialéctico de la imagen central a que hemos dedicado el análisis, la cual,

dicho con Didi-Huberman, se diría que “toma posición” decidida en el centro sustantivo

mismo de los debates de su tiempo (Didi-Huberman, 2008 ).

Cerraremos entonces con otro objeto cultural, y el último de los “emblemas oscuros”

que traer a colación en esta ocasión, y que sin duda también se mueve en la órbita del Infante,

como así mismo en la de quien fue su propio creador y ejecutor. Me referiré entonces a Luis

Paret y Alcázar (Calvo Serraller, 1996), el pintor amigo personal del Infante, el cual, por culpa

de este último sufrió una pena severísima de exilio, viendo frustradas sus esperanzas cortesanas

                                                                                                               24 En un sentido moderno, ciertamente, este es un “cuadro de Historia”. O dicho más unamunianamente,

un cuadro de “intrahistoria”, en el que la anécdota y la vida cotidiana se eleva a la categoría de lección y meditación sobre el signo que cobran los tiempos.

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(Peña, 1991) Este artista, tenido por “rococó”, desde nuestro punto de vista construye una de

las imágenes psicológicamente más interesantes, a los efectos de lo que ahora tratamos, que

dio el siglo en sus finales y estertores. En efecto, el “autorretrato psíquico” del pintor (ver fig.

12), no cabe duda, entra dentro de esa categoría de representaciones tocadas de un signo

abstraído y melancólico, las cuales hemos querido entender como característica esencial de la

figura que el Infante mismo y su mundo presentan ante la historia25 o, al menos, ante nuestro

tiempo, especializado y sumamente entrenado, según parece, en decodificar estas señales de

una Ilustración “cansada”, meditativa y, finalmente, melancólica 26 . Ello debido,

supuestamente, a la evanescencia generalizada de sus valores que parecían por entonces haber

entrado ya en el momento estético álgido que se vive y del que es cifra el Palacio de la Mosquera

en su fase decadescente, en su momento final.

Fig. 12

                                                                                                               25 Sobre la posición “melancólica”, caracterizada en su fisiognomía por las piernas cruzadas, y sobre todo

por la posición de la mano en la mejilla, véase el testimonio de Torres y Villarroel: “Crucé los muslos y de bruces sobre los brazos, doblé la cabeza encima del hombro, solicitando con esta postura conciliar, si no los arrullos del sueño, los cariños de la suspensión (Torres y Villarroel, 1976: 16). Sobre el tema véase también Bologna (2003).

26 Otro ejemplo del desvelamiento de esta intencionalidad depresiva, que reviste parte significativa de la producción estética ilustrada, se produce en el autorretrato del pintor Luis Meléndez, estudiado bajo este punto de vista por E. Tufts (1974).

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El siglo trasparece en atmósferas sometidas a la fantasía melancólica, presidida, como

en efecto lo está, en el “estudio” de Paret y Alcázar, por los dos filósofos que ahondaron en los

sentimiento relativos a la inanidad del mundo, Heráclito y Demócrito.

La presencia de estos Heráclito y Demócrito en primer plano, nos trae de nuevo el

recuerdo de una melancolía tipológica que rigió muchas representaciones de una época larga

de la tradición occidental desde que Burton. llamado así mismo “alter Democritus” (Burton,

2006), la abriera con aquella minuciosa exploración suya de este afecto a la que denominó

“anatomía”; pues esta es también la que hemos visto realizada en un momento singular en la

vida de España, y de quien pudo ser, pero no fue, un significado hombre de la misma, de la

“España posible”, como diría Ortega y Gasset, que es también la España invertebrada 27.

El retrato del “artista en su estudio” fechado al parecer en 1786 (e incorporado al

Museo del Prado en 1996), se sitúa en esa constelación de imágenes que nos deja el siglo y que

también encontramos en el otro extremo del imperio hispánico en un Trasguerras en su

“Sueño de la verdad” (Cuadriello, 1998), además naturalmente de en las conocidas obras de

Goya, “El sueño de la mentira” (Esteban, 1996) y en el retrato de Jovellanos, en el Ministerio

de Justicia; retrato que ha pasado a formar parte del registro universal de representaciones de la

melancolía, en el sentido plástico abiertas a la modernidad por el famoso “ángel” de Durero y

más tarde por el de Paul Klee, y que han dado lugar a una de las exploraciones interpretativas de

carácter iconológico más sobresalientes de la historia, como fue la realizada por Walter

Benjamin (1973).

Todas estas representaciones finiseculares son, y así la he interpretado también para

esta ocasión Jaime Cuadriello, “presagios del sentimiento de desilusión finisecular que se había

incubado en la inteligencia española al constatar el fracaso de los ideales ilustrados, o de los

programas reformistas finalmente saboteados por el mismo Carlos IV, o del vano intento de

hacer de la razón un rectorado para el común de la vida social” (Cuadriello, 1998: 120).

Volvemos a Benjamin, al tiempo del Infante (y, sobre todo, al Infante mismo), al palacio

de La Mosquera, a Goya, también a Paret y Alcázar e, incluso, a ese transterrado Trasguerras,

todos “cifras” de un tiempo singular: aquel que se precipitaba en su disolución, primero a

                                                                                                               27 La carrera dubitativa de Paret y Alcázar ha sido interpretada (Alonso Fernández, 1999) en cuanto

dominada por la depresión. En efecto, Paret y Alcázar es un pintor dotado de potencial intelectual, que conoce las posibilidades técnicas de su arte, pero que se deja ganar por la atmósfera turbia de la melancolía que envuelve su vida, y que termina expresando en su obra el disgusto y malestar que le domina respecto a la cultura de su tiempo.

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través de la convulsión que representó la Revolución Francesa y, luego, impactando en España

y finalmente desmontando, pero ya en el turbulento siglo XIX, los ideales elitistas de una

Ilustración, siempre en el país, finalmente “insuficiente”, inevitablemente frustrada.

Acaso suceda que, como ha escrito recientemente Gümbrecht (2011: 123):

La cultura española se comprende mejor cuando uno renuncia a encontrar en el siglo XVII una ilustración completamente desarrollada.

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Créditos de ilustraciones

Fig. 1. Palacio de La Mosquera Arenas de san Pedro. Foto del autor

Fig. 2. Francisco de Goya. “La familia del Infante don Luis”. 1784. Fondazione

Magnani-Rocca. Parma.

Fig. 3. Luis Paret y Alcázar. “Baile en máscara”. 1767. Museo del Prado. Madrid.

Fig. 4. Juan Bauzil. “Carlos IV de espaldas”. 1818. Casa de campo del Príncipe. El Escorial.

Fig. 5. Francisco de Goya. “O subir o bajar”. Capricho 56. 1799.

Fig. 6. Jacobi Vanierii, Praedium rusticum. París. 1746. Frontispicio.

Fig. 7. Vista aérea del Palacio de Piedrahita.

Fig. 8. Hubert Robert, “Ruina de la gran galería del Louvre”. 1796. Museo del

Louvre. París.

Fig. 9. Francisco de Goya. “La familia del Infante don Luis” (detalle).

Fig. 10. Francisco de Goya. “La familia del Infante don Luis” (detalle).

Fig. 11. Francisco de Goya. “La familia del Infante don Luis” (detalle).

Fig. 12. Luis Paret y Alcázar. “Autorretrato en el estudio”. 1786. Museo del

Prado. Madrid

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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James Bruce, viajero infatigable y revitalizador de la apocalíptica hebrea

James Bruce, tireless traveler and revitalizer of Jewish apocalyptic

Carlos Santos Carretero (Universidad de Salamanca) [email protected]

Artículo recibido: 18-03-2013 | Artículo aceptado: 31-05-2013 Abstract: One of the most important literary genres along the 18th century was the so called "Travel literature", responsible for collecting tales of expeditions by numerous European travellers to the most remote parts of the world at that time. One of the most prominent travellers and scholars was James Bruce, Scottish explorer and polyglot, who travelled through North Africa, Saudi Arabia and Ethiopia. In the latter, he spent several years exploring the headwaters of the Blue Nile, as well as collecting rare manuscripts in Ge’ez, the classical language of the country. The most striking of these is the Ethiopic Book of Enoch, a long-lost Jewish apocryphal. This study will also show a small sample of all the interest generated by both the Scottish explorer and the text itself, giving rise to various theories that unite both of them with Masons, Templar Knights and other ideas which only feed the myth of the text and its discoverer. Keywords: James Bruce, travels, Ethiopy, 1Henoc, Jewish apocryphal literature Resumen: Uno de los subgéneros literarios con más profusión a lo largo del s. XVIII fue el de la llamada "literatura de viajes", encargada de recoger las expediciones de numerosos viajeros europeos por las regiones más recónditas del mundo conocido hasta entonces. Uno de los viajeros más destacados y eruditos fue James Bruce, políglota explorador escocés, que viajó por el norte de África, Arabia Saudí y Etiopía. En este último país pasó varios años explorando las nacientes del Nilo Azul, así como recopilando raros manuscritos en Ge’ez, la lengua clásica del país. El más sorprendente de todos ellos es el libro etiópico de Henoc, apócrifo judío largamente perdido. Este estudio realizará también una pequeña muestra de todo el interés que han generado en conjunto tanto el explorador escocés como el propio texto, dando lugar a diversas teorías que unen a ambos con masones, caballeros templarios y otras ideas peregrinas, que no hacen sino seguir alimentando el mito del texto y su descubridor. Palabras clave: James Bruce, viajes, Etiopía, 1Henoc, literatura apócrifa judía Sobre el autor: Licenciado en Filología Hebrea y Árabe por la Universidad de Salamanca, está realizando su estudios de posgrado dentro del programa de doctorado de la misma universidad en torno a la literatura apócrifa hebrea. Trabaja como traductor de árabe, hebreo, inglés y español y como redactor en publicaciones electrónicas de ocio y tecnología, como Tallon4 y Ociomedia.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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1. James Bruce el aventurero

1.1 La incansable vida de un viajero escocés

El s. XVIII fue una época marcada por los grandes viajes y expediciones. Los gobiernos

de las principales potencias europeas patrocinaron no pocas expediciones a lo largo y ancho de

los océanos con finalidades tanto científicas como económicas. Todo ello para engrandecer a

imperios de diversa índole (recién creados, en auge o en decadencia). Marineros, militares,

investigadores y todo aquel que se embarcaba en estas expediciones se imbuía de un espíritu a

la vez aventurero e ilustrador, sometiéndose a un proceso de prueba que, en caso de sobrevivir,

le convertiría en un individuo de mundo y con una amplitud de miras más amplia que la de sus

coetáneos, motivo por el cual muchos de ellos decidían poner por escrito todo lo acontecido en

ellos y publicarlo posteriormente. “Romper con el mundo establecido” (Hazard, 1991: 18) a

consecuencia de las expediciones era una forma perfecta de mejorar la formación personal.

Uno de esos viajeros que llevó a sus máximas consecuencias el viaje como formación personal

fue James Bruce, protagonista de estas páginas.

Nacido en Kinnaird (Escocia) el 14 de diciembre de 1730, James Bruce fue un

naturalista y geógrafo, pero ante todo fue un explorador, que durante doce años exploró las

nacientes del Nilo Azul, convirtiéndose en el europeo que mejor conocía Etiopía durante toda

aquella época marcada por las travesías y expediciones. Sin embargo, para conocer el periplo de

Bruce por tierras tan exóticas, es preciso indagar en su no menos interesante trayectoria vital.

Educado en la escuela Harrow, contrapunto a Eton College, y con alumnos notables en

su haber como Winston Churchill o Jawaharlal Nehru, Bruce destacó desde joven en el estudio

de las lenguas clásicas (Ullendorff, 1953: 128), algo que fue alabado por sus maestros y que le

hizo desdeñar sus estudios posteriores de Derecho en la Universidad de Edimburgo. Fascinado

por los idiomas y las posibilidades que estos ofrecen, abandona sus estudios universitarios para

centrarse en el italiano, para posteriormente, trabajar en 1752 para la Compañía Británica de

las Indias Orientales. Mientras se preparaba para su primer viaje a la India, conoció a la hija de

un rico mercader de vinos, abandonando así el viaje previsto y casándose con ella, a la vez que

se introducía en los negocios de su suegro. Tras la muerte de este y de su esposa a los pocos

meses del enlace matrimonial (Murray, 1805: CXCIV), Bruce aprovecha para escribir a su

padre en Escocia e informarle no solo de su buena salud, sino de que ahora, viudo y enfrascado

en el negocio del vino, goza de una envidiable posición económica, por lo que puede dedicarse

con holgura al estudio de las lenguas, de la pintura y el dibujo.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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El español y el portugués son sus siguientes materias de estudio, aprovechadas con

gran holgura en sus viajes de negocios en ambos países. Sin embargo, en nuestro país su

interés no se encuentra tanto en el vino, sino en las costumbres, el arte y las antigüedades,

especialmente las que descubre en Toledo, Córdoba, Sevilla y Granada. En estas ciudades es

donde se interesa por primera vez por las culturas semíticas que tiempo atrás habitaron en la

Península Ibérica, hecho que le lleva, como es de esperar, a interesarse por las lenguas árabe y

hebrea, obteniendo el permiso para estudiar algunos de los manuscritos escritos en dichos

idiomas que se conservan en el Escorial. Así es cómo comenzó definitivamente su larga

trayectoria dentro de los estudios orientales. Pero hay que añadir una lengua más a su

incipiente formación: el Ge’ez, la lengua clásica de Etiopía, a la que se dedicó en cuerpo y alma

tras su regreso a Londres en 1758 debido a la muerte de su padre (que le dejó una cuantiosa

herencia).

Desde entonces, y hasta 1761, continuó en la residencia familiar con el estudio del

Ge’ez, logrando hacerse con los textos de Job Ludolf, principal impulsador de los estudios

etiópicos en Europa (Ullendorff, 1965: 9). Todo ello mientras seguía acumulando una gran

fortuna que le permitió finalmente abandonar toda vida comercial y dedicarse únicamente a sus

planes de aventura, viaje y exploración a lo largo del país sobre el que tanto había estudiado.

Su tan esperado momento llegó en 1762, cuando se le ofrece el puesto de cónsul

general en Argel para que explore la costa berberisca e informe al gobierno británico sobre “los

detalles de sus magníficas ruinas arquitectónicas” (Murray, 1805: i, xiii). Antes de su marcha,

fue presentado ante el rey Jorge III, que le pidió realizar detallados dibujos acerca de todo

hecho inusual que encontrase. El inicial entusiasmo de Bruce fue sustituido por el desánimo,

puesto que tuvo que pasar casi seis meses en Roma, Nápoles y Argel, ocupándose de sus

labores consulares “más formales”. No fue hasta casi dos años después cuando el gobierno le

envió un asistente en quien prácticamente delegó todas sus funciones, mientras él se marchaba

a explorar las ruinas y a cumplir los encargos pictóricos del rey.

Gracias a su dominio de la lengua árabe, el estudio del Ge’ez pudo avanzar

rápidamente, a la vez que se introducía en los campos de la astronomía y la medicina. Todo ello

mientras exploraba las ruinas de época romana que encontraba en Argelia, Creta, Siria, y

finalmente Egipto. Gracias al rey mameluco Ali Bey fue capaz de continuar su viaje a través del

Nilo hacia el Alto Egipto, visitando Luxor, Assuan, el Mar Rojo y Yeda (esta última en Arabia

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Saudí). Tras todos estos viajes, finalmente pudo llegar en septiembre de 1769 al objetivo de su

experiencia vital a través del puerto de Massawa: Etiopía.

A partir de aquí es donde la obra viajera de Bruce adquiere mayor fuerza. En sus

escritos está presente en todo momento su citado espíritu aventurero, la perseverancia,

fortaleza y amplia erudición que poseía, tal y como ejemplifica el siguiente pasaje sobre la

historia del lago Tana:

A battle fought on the shores of Lake Tana on 10 February 1543...after fifteen years of unparalleled destruction and violence, ended the Muslim attempt to subdue the Christian empire of Ethiopia....The cultural damage -- in terms of burnt manuscripts, icons and paintings, razed churches and looted treasures -- was to cast a shadow over the civilization of the highlands for centuries to come. (Murray, 1805: III)

Pasa dos intensos años de actividad investigadora en el país, para posteriormente

adentrarse en Nubia y el Nilo Azul y regresar finalmente a El Cairo en 1773. Desde allí parte a

Francia, donde es recibido con todos los honores por parte del mundo universitario, y en

Londres celebran el regreso de un explorador al que creían muerto desde hace tiempo debido a

la falta de noticias. Sin embargo, una vez que el Rey y el gobierno comprueban que es el propio

Bruce quien está ante ellos, la odisea que supusieron sus viajes y descubrimientos por África

fueron recibidos con poco menos que incredulidad, lo que ofendió enormemente al antiguo

cónsul. Únicamente se le agradeció de forma extraoficial su labor para con los estudios

orientales, obligándole a refugiarse en su Escocia natal, donde se casaría nuevamente (para

enviudar por segunda vez poco tiempo después).

Finalmente, en 1790 se anima a publicar sus cuadernos de viaje con el objetivo de dar a

conocer aquellos años en Etiopía y acabar con las habladurías y falsos rumores que circulaban

en torno a él. El final del aventurero fue ridículo cuanto menos si se tiene en cuenta todo su

periplo: En 1794 se cae de la escalera principal de su casa, falleciendo así el gran explorador

escocés de Etiopía y el Nilo.

1.2 La obra y los descubrimientos de Bruce

Bruce trajo de sus viajes una inmensa colección de diarios, dibujos y manuscritos,

material del que solo se ha visto publicado una pequeña parte, aparecida en la llamada Travels.

Los diarios eran redactados en conjunto por el propio Bruce y por su asistente italiano, Luigi

Balugani. Este último se encargaba de todo lo relacionado con el componente geográfico-

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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atmosférico de los viajes, mientras que Bruce se reservaba para sí todas las observaciones de

carácter general e histórico.

En 1877, uno de los sucesores de Bruce en la oficina del cónsul general en Argelia, R.

L. Playfair, recibió de mano de Lady Thrurlow, tataranieta de Bruce, la colección de

manuscritos que giraban en torno a la costa berberisca. Gracias al testimonio de Playfair y de

los viajes que realizó allá por donde Bruce estuvo, pudo demostrar en su obra Travels in the

Footsteps of Bruce in Algeria and Tunis, que el explorador escocés no había exagerado acerca

de lo relatado en sus viajes, echando así por tierra las furibundas críticas de sus opositores:

With some of the monuments I was perfectly familiar, and I could judge of their extreme fidelity; others I found to be priceless records of structures which no longer exist… (Playfair, 2004: 2)

No obstante, Playfair solo pudo publicar una pequeña compilación de los dibujos de

Bruce, por lo que no pudo hacerse con los dibujos que fueron presentados por Bruce al rey

Jorge III y que fueron guardados en la Biblioteca Real del castillo de Windsor. Al parecer,

cuando estos fueron mostrados en 1862 por la reina Victoria a la Sociedad de Anticuarios,

todo aquel que los vio quedó enormemente impresionado. Un pequeño esbozo de estos dibujos

se encuentra en el quinto volumen de Travels, en el que aparecen numerosas plantas y animales

(especialmente cuadrúpedos y aves) procedentes de Egipto, Arabia, Etiopía y Nubia. Mucho

menos impacto tuvieron sus textos sobre cartografía, ya que con el paso del tiempo tuvieron

que ser corregidos por falta de exactitud (Ullendorff, 1953: 133).

Con todo, y sin querer desmerecer la ingente labor redactora del viajero escocés, el

mayor interés que suscitan sus viajes radica en la colección de manuscritos etíopes que trajo

consigo. Su descubrimiento sirvió para abrir una nueva perspectiva al estudio de las lenguas de

Etiopía y asentó esta rama de los estudios orientales. No se sabe con exactitud cuántos

manuscritos llegaron a Europa gracias a sus viajes, pero la cifra comúnmente aceptada es la de

veintisiete, todos conservados en un excelente estado. Entre ellos se encuentra una lista que

presenta a una línea de reyes etíope que se remontaría al rey Salomón, conservada hoy en el

British Museum para satisfacer la curiosidad del público:

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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LIST OF

THE KINGS OF ABYSSINIA, FROM

MAQUEDA, QUEEN OF SABA, TO THE NATIVITY.

Menilek, or David I reigned Hendedya, or Zagdur Awida Ausyi Sawe Gesaya Katar Mouta Bahas Kawida Kanaza

4 1 11 3 31 15 15 20 9 2 10

Katzina reigned Wazeha Hazer Kalas Solaya Falaya Aglebu Asisena Brus Mohesa Bazen

9 1 2 6 16 26 3 1 29 1 16

(Murray, 1805: I, 395)

Sin embargo, la gran mayoría de los manuscritos de Bruce fueron adquiridos por la

Bodleian Library, que actualmente posee veinticinco de los veintisiete manuscritos,

considerados una muestra representativa de literatura etíope. Entre ellos se encuentra una

excelente copia del Kebra Nagast, la saga nacional de los reyes abisinios (Wallis Budge, 1932,

web), así como una versión del Cantar de los Cantares en gafat, una lengua semítica etíope,

extinta a día de hoy1.

Desde el momento de su descubrimiento y posterior publicación, estos manuscritos

suscitaron el interés de la comunidad académica, que se dedicó con ahínco a su estudio, pero

con el paso de los años, fueron ensombrecidos por el revuelo que causó el texto que Bruce

presentó al rey Luis XV en su llegada a París, ya en su periplo de vuelta a Inglaterra: El libro de

Henoc.

2. El libro etiópico de Henoc

2.1 El redescubrimiento de una obra perdida

Entre los manuscritos que Bruce trajo de su viaje a Etiopía se hallan tres manuscritos

que responden al nombre de Mashafa Henok Nabiy y que se corresponderían con un conjunto                                                                                                                

1 En 1947, y tras un arduo trabajo, fue posible encontrar a cuatro personas que aún hablaban este idioma (Leslau, 1956: 277).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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de libros que hoy se conocen como El libro de Henoc o Henoc etiópico. Se trata de una de las

obras cumbre de la literatura apócrifa judía, y perteneciente al género de la apocalíptica. Y

aunque su contenido fue seguramente compuesto a lo largo del s. III a. C., su importancia fue

enorme entre los judíos pre-rabínicos y los primeros cristianos. Sin embargo, tanto esta

composición como muchas otras obras judías coetáneas (como algunos de los conocidos

manuscritos del mar Muerto), cayeron en el olvido debido a la acción de la ortodoxia religiosa,

tanto judía como cristiana, adquiriendo así el estatus de “desconocidas” desde principios de la

Edad Media hasta finales del s. XVIII (Reed, 2005: 3).

A partir de ese momento, textos como El Libro de los Jubileos, Apocalipsis de Baruc o

Apocalipsis de Esdras prácticamente desaparecieron. En el caso de la obra atribuida al

patriarca antediluviano Henoc, se conocen citas dispersas por parte de autores cristianos de los

primeros siglos, y fragmentos de una versión griega recopilados por Gregorio Syncellus.

Afortunadamente, gracias a que el nombre de Henoc siempre ha estado asociado al misterio, a

los textos perdidos y a la sabiduría oculta, su presencia no pasó desapercibida en obras tan

importantes como el Zohar2, y estudiosos como Pico della Mirandola (1463-1494), Johannes

Reuchlin (1455-1522) o John Dee (1527-1608) se sintieron profundamente interesados por

este personaje bíblico (Schmidt, 1922: 45-46). Fue precisamente a partir del s. XVII cuando

surgieron las primeras noticias acerca de la existencia de una copia completa de la obra

(probablemente fuera una traducción del original arameo), en manos de la Iglesia abisinia,

considerada además como obra canónica para sus fieles. Solo cuando James Bruce regresa a

Europa en 1773 con los tres citados manuscritos, se puede dar por terminado el misterio sobre

la ubicación de tan antiguo texto.

La primera publicación (en etíope), se haría de rogar (Laurence, 1838), pero una de las

obras que más interés había suscitado a los estudiosos del judaísmo y el cristianismo primitivo,

estaba por fin, al alcance de los estudiosos. ¿Dónde estaba la causa de todo ese interés que

arrastraba desde hace siglos? En que El libro de Henoc permite conocer de primera mano el

mundo teológico de época intertestamentaria, presentando puntos de vista alternativos a temas

bíblicos como "el origen del mal", "la transmisión del conocimiento a través de medios

                                                                                                               2 Se trata de un tratado arameo, cuyas enseñanzas se van desglosando a partir de un comentario del

Pentateuco entre otras fuentes, y supuestamente inspirado en los escritos del cabalista del siglo II Rabí Simón bar Yojay, sucesor de Rabí Aquiba. Gracias a este tratado, la cábala castellana del s. XIII logró un prestigio inconmensurable.  

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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divinos", o "el juicio final", así como la reelaboración que llevaron a cabo los autores

apocalípticos de concepciones mitológicas griegas, babilónicas e incluso zoroástricas. Y como

unión de todos estos temas se encuentra un personaje no menos intrigante: el propio Henoc.

Al rastrear en la propia Biblia, es fácil comprobar que su presencia no solo es escasa,

sino que también es contradictoria:

"Henoc, a la edad de sesenta y cinco años, engendró a Matusalén, y después de haber engendrado a Matusalén, siguió los caminos de Dios trescientos años, y engendró hijos e hijas. Henoc vivió en total trescientos sesenta y cinco años, y siguió los caminos de Dios; después no fue visto más, porque Dios se lo llevó". (Gn5, 21-24) Al mismo tiempo, aparece en las dos genealogías que parten de Adán, la cainita y la

setita, aunque aquel del que surgen las tradiciones que cristalizarían en El libro de Henoc es el

descendiente de Set. Gracias a su rectitud, al patriarca se le permite realizar una serie de viajes

celestiales, viajar a donde ningún otro mortal ha estado, conocer los misterios de la creación, el

origen del mal, la corrupción del hombre, el castigo previsto que se avecina y el futuro previsto

por Dios para los hombres y su pueblo. A lo largo de su periplo, Henoc descubre de mano de

los arcángeles, los lugares destinados para el castigo eterno (la Gehenna) de los ángeles

rebeldes (representados en no pocas ocasiones como estrellas), así como encontrarse "cara a

cara" con Dios, quien le concederá la inmortalidad y le permitirá vivir eternamente en los cielos.

Todos estos temas, que tuvieron su origen en tradiciones orales hasta cristalizar en el texto

encontrado por James Bruce, continuaron desarrollándose en obras posteriores y que fueron

descubiertas a raíz de la obra etiópica, como Henoc eslavo (2Henoc) y el Libro Hebreo de

Henoc (3Henoc, cuyo título original es Sefer Hekalot, y forma parte de la literatura mística de

"palacios celestiales"). Por lo tanto, no debe extrañar que el texto redescubierto por Bruce sea

conocido también de forma abreviada como 1Henoc.

2.2 El corpus henóquico

Se puede dar por sentado que el inicio de la llamada "literatura henóquica" surge no

más tarde del s. III a.C., formando un corpus literario muy extenso que llegaría hasta el s. VI d.

C. Junto a 2Henoc y 3Henoc se unen los comúnmente conocidos como "fragmentos arameos y

coptos de Henoc" (los primeros de ellos encontrados en Qumrán, siendo muy probablemente

lo poco que queda de la obra original).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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A lo largo de estas obras se ve cómo a Henoc se le atribuyen una serie de funciones3

relacionadas con la historia bíblica:

♦ Receptor y posterior revelador de secretos celestiales.

♦ Inventor del calendario

♦ Astrónomo.

♦ Escriba.

♦ Viajero celestial.

Por otra parte, al ser anterior a Moisés, para los autores apocalípticos, disconformes

con el judaísmo "tradicional", Henoc es superior al principal profeta y legislador del pueblo

hebreo. Por este motivo el rabinismo siempre ha recelado de Henoc, convirtiendo a la mayoría

de tradiciones henóquicas en apócrifas para los judíos.

La breve presencia "canónica" de Henoc contrasta con la abundancia de tradiciones en

torno a él, ya no solo en el judaísmo o cristianismo4, sino también en religiones como el Islam o

el Maniqueísmo (Reeves, 1996: 183-198). Esto es debido a que el personaje es una figura

magnética, atrayente, al que las tradiciones no han dudado en catalogar como escriba, sabio,

científico y visionario. Bajo este último papel, es ascendido al cielo y viaja con los ángeles a los

confines del mundo. Como testigo y profeta exhorta contra el pecado, predice la historia de

Israel e incluso intercede por los ángeles caídos. Por lo tanto, no es de extrañar que tarde o

temprano comenzasen a circular obras escritas en torno a él, hablando sobre las visiones y

enseñanzas que el patriarca antediluviano enseñó a su progenie y que debería ser enseñada a las

generaciones venideras.

2.3 Contenido de 1Henoc

Tal y como fue establecido (Charles, 1906), 1Henoc es una colección de cinco obras

separadas. Numerosas especulaciones han surgido sobre la fecha, procedencia y lengua

original de las mismas, siendo algunas de ellas respondidas gracias al descubrimiento de los

fragmentos arameos de 1Henoc en Qumrán, como uno más de los famosos manuscritos del

                                                                                                               3 Estas atribuciones están relacionadas con los héroes mesopotámicos, siendo un símil de ellos, pues tras el

destierro a Babilonia, los judíos buscaban alguien que para ellos también fuera ejemplo de gran sabiduría y poder de revelación. Por eso mismo no se duda en exaltar a Henoc como ejemplo aleccionador para todas las generaciones. (Sir44:16).

4 En el Nuevo Testamento podemos encontrar menciones y paráfrasis a 1Henoc: Epístola de Judas (1Hen 1:9) o la segunda carta de san Pedro (1Hen 6: 16).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Mar Muerto (Milik: 1976). El estudio paleográfico sugiere que dos de sus cinco partes, el

Libro de los Vigilantes (1Hen. 1-36) y el Libro Astronómico (1Hen 72-82) están datadas del s.

III a. C., convirtiéndose así en las obras judías apocalípticas y bíblicas más antiguas (Sacchi,

1990: 47-71, 82-87, 93-104). La fijación de su antigüedad revolucionó el estudio sobre la

apocalíptica. No obstante, pese a que la datación del Libro Astronómico sea ligeramente más

antigua a la del Libro de los Vigilantes, este último ha arrojado más luz al estudio de las raíces

del género.

La colección completa de 1Henoc, las partes que abarca y su fecha estipulada de

composición es la siguiente:

1-36: El Libro de los Vigilantes: Sus capítulos giran en torno al origen del mal a causa

de los ángeles caídos, el conocimiento corrupto que enseñan y los Gigantes (s. III a. C.).

37-71: Parábolas de Henoc: El tema central es la figura del Hijo del Hombre y su papel

mediador en el Juicio Final (s. I a. C.).

72-82: El Libro Astronómico: Nos presenta numerosos fenómenos solares, lunares,

astronómicos, junto con una descripción calendario "henóquico" y su relación con los ángeles

(s. III a. C.).

83-90: El Libro de los Sueños: En él se muestra la visión del diluvio, desenlace de la

corrupción de los hombres y los ángeles. Además, se presenta una alegoría animal para narrar la

historia humana, desde el principio de los días hasta el Juicio Final, con la restauración final en

la nueva Jerusalén a través de numerosas referencias proféticas y mesiánicas (s. II a. C.).

91-108: Epístola de Enoc: La parte final de 1Henoc se centra en las exhortaciones que

el patriarca realiza a sus hijos y familiares, junto con advertencias acerca de los pecados y una

narración que aclara el origen humano de Noé (s. II a. C.).

Los investigadores han formulado diferentes hipótesis para reconstruir la historia

textual de 1Henoc. Se trataría de un "pentateuco henóquico" (Reed, 2005: 18), una colección

de dos volúmenes con el Libro Astronómico en un rollo, y el resto en otro junto con el Libro de

los Gigantes5. Este "pentateuco" tendría la función de complementar al tradicional.

                                                                                                               

5 El Libro de los Gigantes forma parte de los fragmentos arameos de Henoc, y el mundo académico considera que fue eliminado de la versión etiópica por fuentes cristianas y sustituido por las Parábolas de Henoc. Este manuscrito estaba protagonizado por tres Gigantes que tenían sueños sobre su aciago destino y pedían consuelo a sus padres, los Vigilantes.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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3. La controversia "Bruce-Henoc"

El magnetismo y misterio generado por 1Henoc, así como la nada corriente vida de

James Bruce han interesado no solo a estudiosos de las lenguas orientales, sino también a

curiosos y amantes del ocultismo en general, algo que queda perfectamente claro si se realiza

una búsqueda en Internet que una ambos conceptos: masonería, caballeros templarios,

demonología, templos perdidos... La amalgama de elementos que aparecen diseminados en la

red al buscar alguna relación entre el aventurero escocés y el texto apócrifo son el caldo de

cultivo perfecto para el best-seller de turno. Acalorados debates y discusiones en foros de

Internet, teorías conspiratorias, menciones a textos difícilmente rastreables incluso en esta era

de la información instantánea… A continuación se van a presentar algunas de las muchas ideas

que con poco sustento flotan en la Red, para que el lector que se acerca por primera vez a James

Bruce y a 1Henoc compruebe de forma medianamente ordenada, todo lo que se ha dicho y dice

acerca de esta unión que va más allá del tiempo:

James Bruce el masón: La visión del aventurero como un miembro de la logia masónica

de Escocia resuena con fuerza desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado

(Denslow, 1957: 145). Se dice que entró a formar parte de la logia de Canongate Kilwinning

en Edimburgo a partir de 1753. Debido a su amplio conocimiento del Ge’ez, sus superiores en

la logia le habrían encomendado viajar a Etiopía en busca de información sobre el Arca de la

Alianza, continuando así con la supuesta labor llevada a cabo por los caballeros templarios en la

Edad Media en la ciudad de Aksum, actualmente en el estado federado de Tigray (Preston,

2009: web). De este modo, se concibe que su exploración por el Nilo Azul no sería más que

una "tapadera".

La masonería y Henoc: No solo detrás del Arca de la Alianza habrían estado los

masones. Al parecer, existirían vínculos que unirían al patriarca antediluviano con esta

sociedad debido a la búsqueda y difusión común del conocimiento que ambos comparten,

llegándose incluso a afirmar que Henoc (el cual no hay que olvidar es un personaje bíblico y

mítico con un fuerte trasfondo mesopotámico a la espalda), habría sido quien introdujo los

principios especulativos del credo masónico (Polo: web). A esto hay que unir las ideas sobre la

construcción de unas bóvedas o pilares que protegerían todo el conocimiento que le fue

transmitido al personaje y que habría quedado en la tierra durante el Diluvio (MacKenzie,

1877: 201).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Estas ideas acerca de un Henoc que habría construido dichas bóvedas van poco a poco

enmarañándose a través de la búsqueda en la red. Hay quienes se centran en la supuesta

relación existente entre el grado de Maestro del Arco Real (uno de los rangos más altos dentro

del rito escocés masónico), el patriarca y esas bóvedas, puesto que uno de los muchos títulos

que poseería este rango sería el de "Arco Real de Henoc". Dicho nombre provendría

nuevamente de la creencia en revelaciones para comprender la estructura del universo. Del

mismo modo, como el nombre "Henoc" proviene de la raíz hebrea חנך (dedicar o iniciar), para

muchos es considerado como el primero de todos los "iniciados". A ello hay que añadir

leyendas anónimas registradas en la web que indican que esta edificación secreta habría sido

construida por Matusalén, hijo de Henoc, en Canaán, a las órdenes de su padre (Anónimo:

web).

Tal y como puede observarse, Internet es un hervidero para historias de este tipo, que

con más o menos fundamento mantienen vivos temas con cientos de años como estos. Con tan

solo una pequeña búsqueda aparecen numerosas páginas con rocambolescas historias acerca de

personajes bíblicos, que pueden causar confusión a todo aquel que quiera acercarse a ellas

desde un punto de vista más serio, ya sea literario, filológico o incluso histórico. Puede que

James Bruce fuera un masón. Eso es muy difícil de demostrar ahora mismo. Pero lo que sí hay

que destacar es que su espíritu aventurero no solo ha dejado su impronta en la literatura de

viajes del s. XVIII, sino que sus descubrimientos en Etiopía cristalizaron en el germen que

revitalizó este subgénero de la literatura hebrea, contribuyendo así a la investigación y estudio

de textos largamente olvidados.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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La ficción del manuscrito encontrado y la influencia de Cervantes y Fielding en Geschichte des Agathon (1766-1767), de C.M.

Wieland

The found manuscript fiction and the influence of Cervantes and Fielding in C.M. Wieland’s Geschichte des Agathon (1766-

1767)

Alfredo Moro Martín (ESNE, Universidad Camilo José Cela) [email protected]

Artículo recibido: 17-04-2013 | Artículo aceptado: 31-05-2013 Abstract: The present article seeks to analyse how C.M. Wieland’s Geschichte des Agathon (1766-1767) uses the technique of the found manuscript in order to prompt a series of metafictional and metaliterary contradictions which foster a new relationship between the reader and the author, creating a new kind of reader aware of the aesthetic status of the novel as such. In our analysis, special attention will be paid to the relationship between the use of this technique and Wieland’s reception of Cervantes’s Don Quixote (1605-1615) and Henry Fielding’s Tom Jones (1749), given that many of the metafictional techniques present in the German author’s masterpiece will be found to have a cervantine and English origin. Keywords: Agathon, C.M. Wieland, Miguel de Cervantes, Henry Fielding, metafiction Resumen: Este artículo tratará de analizar el uso de la técnica del manuscrito encontrado por parte del novelista alemán C.M. Wieland en su Geschichte des Agathon (1766-1767). El uso de esta técnica literaria impulsa toda una serie de contradicciones metaficcionales y metaliterarias que fomentan una nueva relación entre el autor y el lector, creando un nuevo tipo de lector consciente de la naturaleza estética de la novela. En nuestro análisis se prestará especial atención a la relación entre el uso de esta técnica y la recepción que Wieland realiza del Quijote (1605-1615) de Miguel de Cervantes y del Tom Jones (1749) de Henry Fielding, dado que muchas de las técnicas metaficcionales que se pueden hallar en la obra maestra del autor alemán evidencian un claro origen cervantino e inglés. Palabras clave: Agathon, C.M. Wieland, Miguel de Cervantes, Henry Fielding, metaficción Sobre el autor: Licenciado en Filología Inglesa y en Filología Alemana por la Universidad de Salamanca. Su actividad investigadora se centra en la recepción del Quijote en la novela inglesa y alemana de la segunda mitad del siglo XVIII y de principios del XIX, con especial énfasis en autores como Henry Fielding, C.M. Wieland, Sir Walter Scott y Mary Shelley. En la actualidad ejerce como docente en el ESNE, centro universitario adscrito a la Universidad Camilo José Cela.

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In eben dem großen Sinne, worinn man Richardson zuerst denkt, wenn man von Romanen spricht, die das Herz rühren, und die menschliche Natur zugleich enthüllen und erheben, und Fielding zuerst, wenn von Romanen für die Sitten, voll Charakter nach dem Leben, und voll britischer Laune, die Rede ist; in eben diese großen Sinne ist Wieland der erste Romanist, der die Einbildungskraft, und welches einigen sonderbar vorkommen wird, mit der Einbildungskraft zugleich den Verstand verbunden hat [...] Herr Wieland ist in einzelnen Stücken (denn im Ganzen ist sein Buch, wie wir gesagt haben, Original) zu sehr Nachahmer bald von Fielding, bald von Rousseau, bald von Cervantes: von Fielding, sowohl der Manier als dem Tone nach, in den an sich vortrefflichen Auschweifungen, die den pragmatischen Theil seiner Geschichte ausmachen (sie sind so vortrefflich, das W. Seinen Meister weit zurücklässt); von Rousseau in der beredten Abhandlung des Hippias und einigen kleinern Auswünschen, die sich übrigens der feinste und leichtsinnigste Athenier zueignen dürfte, und von Cervantes in der Anlage des Werks selbst, deren Ähnlichkeit mit der spanischen Herr W. erst am Ende seiner Geschichte bemerkt zu haben scheint, wo er seinem vorgegebnen griechischen Autor völlig die nämliche Art redend einführt, wie Cervantes seinen Arabischen.1

Heinrich Wilhelm von Gerstenberg, recesión a Agathon, Hamburgieschen Neuen Zeitung, 1768

(Citado en Lämmert et al 122-123)

A Heinrich Wilhelm von Gerstenberg (1737-1823), uno de los primeros y más

reputados recensores del Agathon (1766-7) de C.M. Wieland (1733-1813), parece no

habérsele escapado la importante deuda que la segunda novela del autor alemán, habitualmente

considerada como el primer Bildungsroman de la literatura en lengua alemana, contrae con el

Quijote cervantino y con el modelo novelístico que la obra de Henry Fielding venía ofreciendo a

los novelistas alemanes de la segunda mitad del siglo XVIII. Lo que en Gerstenberg es

percibido como un signo de modernidad y madurez para la narrativa alemana, que gracias a

Wieland por fin podía compararse con otras literaturas históricamente más dominantes en el

panorama europeo, es despreciado por la crítica romántica de los hermanos Schlegel, que en

1799, en uno de sus fragmentos publicados en la legendaria revista Athäneum, consideran a

Wieland como un mero plagiador de todo el acervo cultural europeo, desde Luciano de

Samosata hasta Voltaire, y en el que significativamente incluyen a Cervantes y a Fielding:

                                                                                                               1 «En este amplio sentido, por el cual se piensa en primer lugar en Richardson, cuando se habla de novelas

que conmueven el corazón, y al mismo tiempo descubren y elevan la naturaleza humana, o en Fielding, cuando se habla de novelas que tratan las costumbres, llenas de personajes tomados de la vida real y rebosantes del humor británico, en este amplio sentido es Wieland el primer novelista que ha unido la imaginación, y lo que resultará a algunos extraño, el ingenio. Herr Wieland es en algunos tramos (la totalidad del libro, como hemos dicho, es original) receptor tan pronto de Fielding, tan pronto de Rousseau como de Cervantes: de Fielding toma tanto la manera como el tono de las excelentes digresiones que componen la parte pragmática de su historia (son tan apropiadas que W. deja muy atrás a su maestro); de Rousseau en las bien expresadas disquisiciones de Hippias y en algunos pequeños caprichos del más refinado y atolondrado de los atenienses; y de Cervantes, en la disposición misma de la obra, de cuyo parecido con el español Herr Wieland parece haberse dado cuenta justo al final de su historia, donde introduce a su autor griego hablando de la misma manera que Cervantes a su arábigo.» Las traducciones del alemán en este artículo son mías.

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Nachdem über die Poesie des Hofrat und Comes Palatinus Caesarus Wieland, auf Ansehen des Herren Lucian, Fielding, Sterne, Bayle, Voltaire, Crébillon, Hamilton und vielen anderen Autoren Concursus Creditorum eröffnet, auch in der Masse mehreres verdächtiges und dem Ansehen nach dem Horatius, Ariosto, Cervantes und Shakespeares zustehendes Eigentum vorgefunden als wird jeder, der ähnliche Ansprüche titulo legitimo machen kann, hierdurch vorgeladen, sich binnen sächischer Frist zu melden, hernachmals aber zu schweigen. 2 (Athäneum, 240)

Sea como fuere, imitador o innovador, lo cierto es que el Agathon de Wieland muestra

importantes paralelos estructurales y temáticos con el Quijote (1605-1615) y con el Tom Jones

(1749) de Henry Fielding, algo de lo que se ha hecho eco la crítica contemporánea.3 Como

señala el propio Gerstenberg, Wieland hace uso del recurso cervantino de la ficción autorial,

presentando su obra como la traducción de un antiguo manuscrito griego, tal y como Cervantes

introducía su obra como la traslación al castellano por parte de un morisco aljamiado de la obra

del gran historiador arábigo Cide Hamete Benengeli. Al igual que ya ocurría en la obra de

Cervantes, en Agathon la traducción fingida se convierte en el medio por el que el autor teutón

articula una profunda reflexión metaliteraria y metaficcional sobre su propia obra, convirtiendo

a su editor-traductor en un comentarista teórico sobre la naturaleza de la ficción y sus

diferencias respecto a la escritura historiográfica. El objetivo de este artículo es precisamente

analizar cómo Wieland se sirve del recurso cervantino de la ficción autorial para articular toda

una serie de estrategias metaliterarias y metaficcionales que deben mucho tanto a Cervantes

como a Fielding, realizando una peculiar recepción conjunta de ambos autores que Wieland

dirigirá hacia unos fines muy concretos y que se encaminan hacia la formación de un nuevo

público lector para la Alemania de la segunda mitad del siglo XVIII. Para ello me centraré

fundamentalmente en el análisis de aquellas estrategias narratoriales que propician toda una

serie de buscadas contradicciones entre el supuesto carácter histórico del texto y su naturaleza

evidentemente literaria, y que dirigen al lector hacia una comprensión del carácter

                                                                                                               2 «Tras haber sido abiertos procedimientos de bancarrota en contra del consejero de la corte y Comes

Palatinus Caesarus Wieland de Weimar, por petición de los señores Luciano, Fielding, Sterne, Bayle, Voltaire, Crébillon, Hamilton, y otros muchos autores, y al haber sido encontrados en el libro demasiados elementos sospechosos aparentemente pertenecientes a Horacio, Ariosto, Cervantes, y Shakespeare, se invita en consecuencia a cualquiera que pueda hacer cualquier tipo de demanda similar a que se pronuncie dentro del límite legal del estado de Sajonia, o que de aquí en adelante calle para siempre.»

3 Por ejemplo Bert Schuster (1979), Ellis Shookman (1999) y Liisa Saariluoma (2004) han reconocido en sus trabajos la reconocible influencia de tanto Fielding como Cervantes en el Agathon de Wieland. En el ámbito hispánico, Lioba Simon Schumacher ha estudiado la influencia conjunta de ambos autores en su tesis doctoral inédita Influencias españolas e inglesas en la obra de C.M. Wieland, aparecida en la Universidad de Oviedo en 1988. Por su parte, Carmen Rivero Iglesias también ha reconocido la influencia de ambos autores en Wieland en su excelente análisis de la recepción del Quijote en la Alemania dieciochesca, La recepción e interpretación del Quijote en la Alemania del siglo XVIII (2011).

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necesariamente ficcional de toda escritura novelística, huyendo de la recepción identificada y

poco reflexiva que la narrativa previa a la Aufklärung había expandido entre los lectores y

fomentando una educación estética del lector que ya se encontraba formulada en las novelas de

Miguel de Cervantes y de Henry Fielding.4

Como se ha señalado anteriormente, en Agathon, Wieland introduce su narración a

través de un prefacio en el que el editor de la obra presenta la narrativa como su traslación al

alemán de un antiguo manuscrito griego. Al contrario que en el prefacio a su primera novela,

Die Abenteuer des Don Sylvio von Rosalva (1764), en la que el editor trataba de convencer al

lector por todos los medios posibles de la autenticidad de su relato—no sin despertar al mismo

tiempo ciertas dudas sobre éste—, en Agathon el narrador se preocupa bien poco por la opinión

de los lectores, ya que ha abandonado previamente la esperanza de que el público crea en la

veracidad de su narrativa:

Der Herausgeber der gegenwärtigen Geschichte sieht so wenig Wahrscheinlichkeit vor sich, das Publikum überreden zu können, daß sie in der Tat aus einem alten Manuskript gezogen sei; daß er am besten zu tun glaubt, über diesen Punkt gar nicht zu sagen, und dem Leser überlassen, davon zu denken, was er will.5 (Agathon: Vorrede 11) De las palabras del editor se desprende la convicción de que el recurso de la ficción

autorial se encuentra ya demasiado manido como para resultar veraz. Esto le lleva a preguntar a

sus lectores sobre qué tipo de motivos les moverían a leer la historia de un Agathon, incluso

cuando se demostrase judicialmente que la misma está sacada de los archivos de Atenas. Esta

pregunta introduce una reflexión por parte del editor sobre el concepto de verdad histórica y

sobre la veracidad que se puede exigir a una obra (11).6 Para el editor, una obra no resulta más

                                                                                                               4 Para Patricia Waugh, la metaficción se articula fundamentalmente gracias a la contradicción que se

desprende de la creación de una ilusión de realidad y la realización de una serie de comentarios en torno al propio acto creativo:

Metafictional novels tend to be constructed on the principle of a fundamental and sustained opposition: the construction of an illusion and the laying bare of that illusion. In other words, the lowest common denominator of metafiction is simultaneously to create a fiction and to make a statement about the creation of that fiction. The two processes are held together in a formal tension which breaks down the distinctions between “creation” and “criticism” and merges them into the concepts of interpretation and deconstruction. (1988: 6)

Como se podrá observar a lo largo de este trabajo, Wieland articula toda la reflexión metaliteraria y metaficcional de su novela a través de una serie de paradojas como las descritas por Waugh en su excelente trabajo.

5 «El editor de la presente historia ve tan poca probabilidad de convencer al público de que ésta se halla de hecho tomada de un viejo manuscrito, que cree que hace lo mejor en no decir nada sobre este punto y dejar al lector que piense lo que quiera.»

6 Ellis Shookman ha destacado muy acertadamente cómo Wieland se sirve del recurso de la ficción autorial para introducir una teoría de la novela claramente derivada del Tom Jones de Henry Fielding:

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válida cuando ésta es factual e históricamente cierta, sino que ha de responder más bien a un

tipo de historicidad diferente:

Die Wahrheit, welche von einem Werke, wie dasjenige, so wir den Liebhabern hiemit vorlegen, gefordert werden kann und soll, bestehet darin, daß alles mit dem Lauf der Welt übereinstimme, daß die Charakter nicht willkürlich, und bloß nach der Phantasie, oder den Absichten des Verfassers gebildet, sondern aus dem unerschöpflichen Vorrat der Natur selbst hergenommen; in der Entwicklung derselben sowohl die innere als die relative Möglichkeit, die Beschaffenheit des menschlichen Herzens, die Natur einer jeden Leidenschaft, mit allen den besondern Farben und Schattierungen, welche sie durch den Individual-Charakter und die Umstände einer jeden Person bekommen, auf genaueste beibehalten; daneben auch der eigene Charakter des Landes, des Orts, der Zeit, in welche die Geschichte gesetzt wird, niemal aus den Augen gesetzt; und alles so gedichtet sei, daß es kein hinlänglicher Grund angegeben werden könne, warum es nicht eben so wie es erzählt wird, hätte geschehen können, oder noch einmal wirklich geschehen werde. Diese Wahrheit allein kann Werke von dieser Art nützlich machen, und diese Wahrheit getrauet sich der Herausgeber den Lesern der Geschichte Agathons zu versprechen.7 (12) Amén de responder a las principales demandas poetológicas de los críticos alemanes

del momento, el editor destaca cómo únicamente puede prometer una verdad histórica que

responda a la naturaleza universal de las cosas. Este argumento resulta extraordinariamente

similar a la justificación que el historiador del Tom Jones realizaba para aquellos historiadores

“who do not draw their material from records”, y cuya autoridad reposaba sobre “the vast

authentic book of nature” (Tom Jones IX. 1: 396). A su vez, al demandar una veracidad

histórica basada en la “posibilidad relativa”, el editor del manuscrito griego reproduce de

nuevo los argumentos del historian de Tom Jones, que exigía de cualquier escritor “that he

keeps within the bounds of possibility” (VIII. 1: 323), manteniéndose “within the rules of

probability” (VIII.1: 325). Esta probabilidad relativa propicia un nuevo tipo de historia. Pese a                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

In this novel, too, Wieland addresses the problem of identifying fictions as such and deciding both what they refer to and how they can be true, but he takes that problem more seriously. Like Don Sylvio, Agathon has “intertextual” links to other fictional literature that raise this problem indirectly. In the guise of another authorial editor, however, Wieland also poses it expressly, above all in opening remarks on verisimilitude, truth in fiction, and the existence of fictional characters, thereby sketching a theory of fictional “history” modeled on Fielding’s Tom Jones. In the course of his story proper, he elaborates that theory in asides on his fictional source, on differences between sober Geschichte and fantastic Romane, and on many pleasures of the imagination enjoyed by both his characters and himself. (46)

7 «La verdad que puede y debe exigirse a una obra como la que aquí ofrecemos a los aficionados, consiste en que todo coincida con el curso del mundo, en que el personaje sea construido no aleatoriamente y no según la fantasía o las intenciones del autor, sino que esté extraido de las inagotables existencias de la naturaleza; en que se conserve hasta lo más preciso en el desarrollo del mismo tanto la posibilidad interior como la relativa, la calidad del corazón humano, la calidad de cada sentimiento, con sus particulares colores y sombras que adquiere a través del carácter individual y las circunstancias de cada persona; también en que nunca se pierda de vista en ello el carácter del país, del lugar, y del tiempo en el que se situará la historia, y que todo sea compuesto de manera que no se pueda dar objeción alguna por la que, tal y cómo esta está narrada, podría haber ocurrido u ocurrirá nuevamente en el futuro. Esta verdad únicamente puede hacer útiles obras de este tipo, y esta verdad es la que se atreve a prometer el editor de Agathon.»

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que los personajes que componen la narración son verdaderamente históricos y reales, éstos lo

son no por su comprobable historicidad, sino más bien debido a que se corresponden con la

naturaleza universal de las cosas, algo que hace que hayan existido anteriormente, que existan

actualmente y que vayan a seguir existiendo en el futuro:

Allein, da er selbst gewiß zu sein wünschte, daß er der Welt keine Hirngespenster für Wahrheit verkaufe; so wählte er derjenigen, den er am genauesten kennen zu lernen Gelegenheit gehabt hat. Aus diesem Grunde kann er ganz zuverlässig versichern, daß Agathon und die meisten übrigen Personen, welche in seine Geschichte eingeflochten sind, wirkliche Personen sind, dergleichen es von je her viele gegeben hat, und in dieser Stunde noch gibt, und daß […] alles was das Wesentliche dieser Geschichte ausmacht, eben so historisch, und vielleicht noch um manchem Grad gewisser sei, als irgend ein Stück der glaubwürdigsten politischen Geschichtschreiber, welche wir aufzuweisen haben.8 (Agathon 12) El editor del manuscrito griego justifica por lo tanto su historicidad en el carácter

arquetípico de sus personajes, y lo hace de la misma manera que el narrador de Joseph Andrews

(1742), que declaraba que sus personajes estaban tomados directamente de la vida, ya que uno

de éstos, el abogado, no solamente estaba vivo en el momento de la narración, sino que lo había

estado durante los últimos cuatro mil años (Joseph Andrews III. 1: 203).

Las similitudes entre los argumentos del editor y los presupuestos teóricos que

Fielding expresaba en Tom Jones y Joseph Andrews no terminan aquí. En este prefacio, el

editor trata de justificar los motivos por los que el personaje principal de la narrativa no resulta

en algunos aspectos un modelo completo y perfecto de virtud, apostando por un nuevo tipo de

personajes en los que las virtudes y debilidades humanas se den la mano (13). Esta justificación

de la naturaleza mixta del personaje evoca deliberadamente las admoniciones del narrador de

Tom Jones cuando instaba a sus lectores a “not to condemn a character as a bad one, because it

is not perfectly a good one” (X. 1: 426), ya que existirían los suficientes modelos de perfección

escritos para gratificar el gusto de este tipo de lectores. Nos encontramos, por lo tanto, con una

reproducción prácticamente literal de los argumentos poetológicos que Fielding ofrece en sus

dos primeras novelas, que buscaban establecer un nuevo tipo de escritura en prosa, histórica en

el sentido de ser ficcionalmente posible y probable, pero ficcional al fin y al cabo. Como destaca

Michael Beddow, la ficción autorial que emplea Wieland no está interesada en modo alguno en

                                                                                                               8 «Únicamente porque quería estar seguro de no vender al mundo fantasmas por verdades, escogió a aquél

que ha tenido oportunidad de conocer más exactamente. Por ese motivo puede afirmar con toda confianza, que Agathon y la mayoría de las personas que aparecen en su historia son personas reales, de las que ha habido muchas y en esta hora aún hay, y que todo lo que compone esta historia es tan histórico, y en cierto sentido más seguro, que cualquier trozo de los más creíbles historiadores que tenemos para demostrar.»

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probar la historicidad de los hechos (1989: 29).9 La ficción de fuentes ironiza, al igual que ya

ocurría en Cervantes, las estereotípicas justificaciones sobre la veracidad de la narrativa

realizadas a través del manuscrito encontrado, al mismo tiempo que activa para el lector la

dimensión crítico-formal del texto:

Die Absicht der “Quellenangaben” ist […] selbstverständlich nicht, wie bei den Rahmenerzählungen in den realistischen Literatur des 19. Jahrhunderts, die Realitätsillusion zu erhöhen. Vielmehr will der Autor durch die fingierte “Überlieferungsgeschichte” spielerisch die Beglaubigung einer Erzählung durch Authentizitätsmittel lächerlich machen. Darin hat Wieland einen berühmten Vorgänger im Verfasser des Don Quijote. Indirekt wird durch das Spiel mit der Quellenfiktion die Aufmerksamkeit der Leser auf den eigentlichen Wert der Erzählung, die allgemeine Lebensweisheit und Menschenerkenntnis in ihr, gerichtet. Wichtig ist auch, dass die “Herausgeber” hinter ihrer Vermittlungsfunktion verschwinden, sondern sichtbar werden. […] Der Herausgeber bzw. eine fingierte Erzählsituation kann aber auch in der Absicht geschildert werden, das Werk in kritisch-ironische Selbstreflexion zu bringen.10 (Saariiluoma, 2004: 86)

A través de la ficción de fuentes, se produce por lo tanto una “escisión de las funciones

narrativas” (Erhart, 1991: 489), que establece una clara dicotomía entre la historia por sí

misma y la narración que el editor-traductor hace de ésta. El editor se transforma de esta

manera en un agente metanarrativo:

Der deutsche Herausgeber ist als editoriale Instanz zuständig, die alte Handschrift zitierend und übersetzend anzuführen und gleichzeitig seine Politik der Edition transparent zu machen. Sein Rekurs auf das Prinzip der Wahrscheinlichkeit und die “historische Wahrheit”erfolgt dabei nicht nur mit Blick auf der Status der alten Handschrift als historisches Monument, sondern auch mit Blick auf die Erzählweise des Griechisches Autors. Der Herausgeber fungiert mithin als metanarrative Instanz, indem er die Handlungsführung des griechischen Autors vor dem Hintergrund der möglichen Welt des Romans reflektiert und jede Abweichung vom Prinzip der Wahrscheinlichkeit kritisch kommentiert.11 (Wirth, 2008: 218)

                                                                                                               9 De manera similar, para Jeog Taeg-Lim, “die als Quelle benuzte Handschrift, deren Herausgeber der

Erzähler des Romans ist, ist eine bloße Fiktion” [«El manuscrito utilizado como fuente, cuyo editor es el narrador de la novela, es una pura ficción.»] (1988: 66).

10 «La intención de las indicaciones a las fuentes […] no es, evidentemente, como ocurría en las novelas realistas del sigloXIX, elevar la ilusión de realidad. Más bien, a través de la fingida historia de transmisión, el autor quiere hacer ridículas de manera juguetona la autentificación de la historia a través de los medios de autentificación. Wieland tiene en este aspecto un famoso precedente en el autor del Quijote. A través de la ficción de fuentes la atención del lector es dirigida de manera indirecta al valor real de la narración, a la sabiduría vital y al reconocimiento de los hombres en ella. También es importante que los editores no desaparecen detrás de su función de mediadores, sino que se hacen visibles. El editor y la situación narrativa fingida también puede ser empleada para acercar la obra a la autoreflexión crítico-irónica.»

11 «El editor alemán es responsable como instancia editora de introducir el texto citando y traduciendo, y haciendo al mismo tiempo transparente su política de edición. Su recurso al principio de verosimilitud y la verdad histórica tiene éxito no solamente en relación al estatus del antiguo manuscrito como monumento histórico, sino también en relación a la mirada sobre el autor griego. El editor aparece de esta manera como instancia metanarrativa, en tanto a que reflexiona sobre la dirección de la acción por parte del autor griego en el contexto del mundo posible de la novela, comentando críticamente cada desviación del principio de verosimilitud.»

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Por lo tanto, el editor-narrador trata de contrastar la narración del autor griego con sus

propios criterios poetológicos sobre la novela, comentando las desviaciones de éste respecto a

estos principios y transformándose en una suerte de comentarista teórico sobre el material que

el autor griego le ofrece.

Sin embargo, pese a distanciarse de los modelos puramente historicistas en este

prefacio, el editor adquiere paradójicamente la pose de historiador ortodoxo, riguroso con las

fuentes y con los materiales de los que supuestamente recopila su historia. En palabras de Ellis

Shookman, “the narrator clings to that transparently fictional source after confessing that

readers will hardly believe it” (1999: 52), algo que establece la primera gran “contradicción

performativa” (Wirth, 2008: 218) de la novela, ya que el editor trata de convencer a sus

lectores de la veracidad histórica de una narración cuyo prefacio promulga una visión sobre la

historicidad de la narrativa que resulta irreconciliable con la pose de historiador que asume

(Wirth, 2008: 218). A través de esta paradoja derivada del contraste entre la visión ortodoxa de

la historia y la noción de historia ficcional se desvelará el carácter metaliterario de la narración,

que dirige la atención del lector al estatus puramente literario y de ninguna manera histórico de

la obra que tiene entre sus manos.

Esta pose se manifiesta desde el primer capítulo, en el que el editor narra la situación

inicial de Agathon “tal y como nos asegura la historia” (I. 1: 21). En el siguiente capítulo, el

editor alemán, ante la llegada de las bacantes al bosque en el que Agathon se encuentra, destaca

cómo a veces parece “que la historia narra hechos mucho más extraños que aquellos con los que

se atrevería un escritor romancesco”, ya que “los hechos que acontecieron a nuestro héroe en

esta noche me refuerzan en esta afirmación” (I. 2: 23). El narrador mantiene esta pose para

justificar la inclusión en su texto de los monólogos de Agathon, incluidos sus más íntimos

pensamientos, ya que la obra, amén de los archivos griegos, parece estar tomada de una especie

de diario redactado por el propio joven ateniense:

Da wir uns zum unverbrüchlichen Gesetze gemacht haben, in dieser Geschichte alles sorgfältig zu vermeiden, was gegen die historischen Wahrheit derselben einigen gerechten Verdacht erwecken könnte; so würden wir uns ein Bedenken gemacht haben, das Selbstgespräch, welches wir hier in unserm Manuskript vor uns finden, mitzuteilen, wenn nicht der ungenannte Verfasser die Vorsicht gebraucht hätte uns zu melden, daß seine Erzählung sich in den meisten Umständen auf eine Art von Tagebuch gründe, welches (sichern Anzeigen nach) von der eigenen Hand des Agathon sei, und wovon er durch einen Freund zu Crotona eine Abschrift erhalten. Dieser Umstand macht begreiflich, wie der Geschichtsschreiber habe wissen können, was Agathon bei dieser und andern Gelegenheiten mit sich selbst gesprochen; und schützet

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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uns gegen die Einwürfe, die man gegen die Selbstgespräche machen kann, worin die Geschichtschreiber den Poeten so gerne nachzuahmen pflegen, ohne sich, wie sie auf die Eingebung der Musen berufen zu können.12 (I. 10: 38) En aras de la fidelidad a la veracidad histórica, el editor desvela cómo este supuesto

diario de Agathon fue conservado por uno de sus amigos en Crotona, por lo que la autenticidad

de los monólogos y reflexiones interiores del protagonista—recurso habitualmente empleado

por los poetas para adornar sus composiciones—parece quedar fuera de toda duda. Sin

embargo, las aseveraciones sobre la historicidad del material que el narrador ofrece no hacen

más que despertar nuevas dudas, ya que se desvela cómo la fuente de la que este está tomado es

una copia del diario de Agathon, conservada por un tercero, aumentando de este modo la

distancia entre el texto original y la versión que llega al lector. El amigo de Crotona asume por

lo tanto un papel similar al que el morisco aljamiado tenía en el Quijote, subrayando

nuevamente la naturaleza mediada del texto.13 A su vez, tal y como destaca Shookman, este

ataque hacia los autores que sin documentarse relatan los pensamientos más íntimos de los                                                                                                                

12 »Ya que nos hemos marcado como ley inviolable evitar en esta historia todo aquello que pudiera levantar una justa sospecha sobre la verdad histórica de la misma; nos habríamos hecho más de una pregunta sobre si incluir un monólogo que encontramos aquí en el manuscrito delante de nosotros, si el autor no hubiera tenido la precaución de comunicarnos, que su narración se basa en la mayor parte de las circunstancias en una especie de diario, que (según testimonios seguros) sería de la propia mano de Agathon, y del que una copia habría sido conservada por un amigo del mismo en Crotona. Esta circunstancia hace comprensible, cómo el historiador ha podido conocer lo que Agathon pensaba en este o en otro momento; y nos protege frente a los reproches que se pueden hacer a los monólogos, y por el que los historiadores tratan habitualmente de imitar a los poetas sin poder implorar a las musas.»

13 Tal y como destaca Uwe Wirth, este supuesto amigo de Agathon en Crotona adquiere una doble función. En primer lugar, resulta la garantía de la autenticidad de la historia de Agathon, y en segundo lugar, se convierte en el copista que ha transcrito el diario de Agathon (224). Sin embargo, su presencia convierte al manuscrito griego en un texto citado, que ya ha pasado por un proceso editorial previo:

Das Original des griechischen Autors, auf das sich der deutsche Herausgeber bezieht, erweist sich mithin selbst als zitierende Abschrift, die eine auktoriale Rahmung erfahren hat. Diese auktoriale Rahmung unterscheidet sich nicht grundsätzlich von der editorialen Rahmung, denn beide Rahmungsverfahren setzen einen Akt des zitierens voraus. Die Darstellung der “inneren Geschichte” Agathons ist so besehen das Resultat eine Doppelrahmung, wobei die editorial Tätigkeit des deutschen Herausgebers-Übersetzers eine Spiegelung der auktorialen Tätigkeit des griechischen Autors ist: Die editoriale Tätigkeit des deutschen Herausgebers pfropft sich in Form der Transkriptions- und Kommentarfunktion der auktorialen Tätigkeit des griechischen Autors auf, die ihrerseits der Abschrift von Agathons Tagebuch eine finalisierende Tendenz aufpfropft. Diese doppelte Geste der Aufpfropfung pflanzt “die Rahmenfunktion in den Romantext” ein, sie eröffnet auch den Raum für metafiktionale Digressionen und Metaleptischen Rahmenbrüche. [El original del autor griego, al que se refiere el editor alemán, se muestra como una copia citada, que ha experimentado un enmarcado autorial. Este enmarcado autorial no se diferencia en gran medida del enmarcado editorial, ya que ambos procesos de enmarcado implican un acto de citación. La representación de la “historia interior” de Agathon es vista de esta manera como el resultado de un enmarcado doble, donde la actividad editorial del editor-traductor alemán es un espejo de la actividad autorial del autor griego: la actividad editorial del editor-traductor alemán se manifiesta en la forma de su función como comentador y transcriptor de la actividad autorial del autor griego, que por su parte muestra una tendencia finalizante respecto a la copia del diario de Agathon. Este doble gesto de la inserción planta “la función de marco en el texto novelesco”, y abre el campo para las disgresiones metaficionales y las rupturas de marco metalépticas.»] (224-225).

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personajes no hace más que subrayar irónicamente la poca fiabilidad del propio narrador

(1999: 53).14 Como el editor-traductor destaca en otro momento de la novela, los caprichos de

un autor, la veracidad de una cortesana y la amistad de Hippias son las tres cosas en las que

menos se puede confiar en el mundo (VIII. 1: 303). El texto se presenta por lo tanto como un

texto citado, producto de la manipulación de varios agentes narrativos, en este caso del editor-

traductor alemán y del amigo de Agathon de Crotona, algo que subraya toda la serie de

modificaciones editoriales que el texto original ha sufrido antes de llegar al lector y que evoca

deliberadamente el complejo entramado narratorial del Quijote.

En cualquier caso, el narrador continúa esforzándose por mantener su pose de

historiador serio a lo largo de toda la novela, vanagloriándose en repetidas ocasiones de su

puntualidad histórica y de su fidelidad “a los deberes del historiador” (IV. 4: 125). Así, en el

capítulo octavo del quinto libro, el narrador lamenta las ventajas del escritor de ficciones sobre

el historiador, ya que “el pobre historiador se ve por el contrario obligado a transitar un

estrecho camino, paso a paso tras las huellas de la verdad, retratando cada acontecimiento tan

grande o tan pequeño, tan bello o tan horrible, como verdaderamente se lo encuentra” (V. 8:

159), algo que le impide posteriormente “retratar a Agathon mejor de lo que ya es” (VIII. 6:

340). La dependencia del editor respecto a sus fuentes es tal, que llega incluso a verse

impedido de continuar su narración por unos desperfectos en el manuscrito:

Auf diesen humoristischen Eingang, womit unser Autor dieses Kapitel beginnt, folget eine lange, und wie es scheint, ein wenig milzsüchtige Deklamation gegen diejenige Klasse der Sterblichen, welche man große Herren nennt; mit verschiedenen Digressionen über die Maitressen—über die Jagdhunde—und über die Ursachen, warum es für einen ersten Minister gefährlich sei, zuviel Genie, zuviel Uneigennützlichkeit und zuviel Freundschaft für seinen Herrn zu haben—So viel man sehen kann, ist dieses Kapitel eines von den merkwürdigsten und sonderbarsten in dem ganzen Werke. Aber unglücklicher Weise, befindet sich das Manuskript an diesem Ort von Ratten aufgegessen; und die andre Hälfte ist durch Feuchtigkeit so übel zugerichtet worden, daß es leichter wäre, aus den Blättern der Cumäischen Sybille, als aus den Bruchstücken von Wörtern, Sätzen und Perioden, welche noch übrig sind, etwas Zusammenhängendes herauszubringen.15 (X. 4: 493)

                                                                                                               14 “This swipe at “historians” who wax poetic by reporting characters’ inner thoughts without proper

documentation appears to be ironic proof of the narrator’s own reliability. He does not always cite his source ironically, however, as is clear from how often and earnestly he elsewhere refers to it.”

15 «En esta introducción humorística, con la que nuestro autor comienza este capítulo, sigue una larga y tal y como parece, esplenética, declamación contra aquella clase de mortales, que habitualmente son llamados grandes señores, con distintas digresiones sobre los colchones, sobre los perros de caza, y sobre los motivos por los que es peligroso para un primer ministro poseer demasiado genio, una actitud desinteresada y demasiado aprecio por su señor. Tanto y como se puede ver, este capítulo es uno de los más notables y extraños de toda la obra. Sin embargo, desgraciadamente el manuscrito se halla en esta parte comido por ratas, y la otra mitad está tan mal amparada por la humedad, que sería más sencillo sonsacar algo con sentido de las hojas de la sibila cumana que de los restos de palabras, párrafos y frases que aún quedan.»

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Lo que en un principio resulta una muestra fehaciente de la fidelidad del editor alemán

a sus fuentes, ya que no puede continuar la narración por los desperfectos en éstas, despierta a

su vez la conciencia del proceso editorial y selectivo que lleva a cabo. La inevitable omisión de

las digresiones del autor griego sobre los colchones o los perros de caza demuestra al lector que

el editor está realizando una labor de selección de un material mucho más amplio, dirigiéndole

nuevamente hacia la naturaleza puramente textual y mediada de la narración. Como destaca

Liisa Saariluoma, el editor-narrador se convierte en el sujeto central mediante el que el lector

experimenta la realidad de la historia (2004: 109). Este carácter manipulatorio por parte del

editor se demuestra desde los inicios de la narración, algo que establece un claro contraste con

la supuesta puntualidad histórica que el editor-narrador tanto se esfuerza por demostrar y que

tal y como veremos a continuación adquiere una clara función irónica.

Que al editor le mueven motivos que van más allá de la veracidad histórica queda claro

desde el propio prefacio. En él, el editor del manuscrito habla del “plan de nuestra obra” y de

sus “intenciones morales” (Agathon, Vorbericht: 15-16), que no serían otras que rechazar la

filosofía sofista encarnada por Hippias (16). La idea de la imparcialidad del historiador queda

de este modo desacreditada, ya que la existencia de un plan previo a la narración de los hechos

levanta la sospecha de que el editor esté manipulando sus materiales de acuerdo al deseo de

ratificar sus propias ideas filosóficas. A su vez, del Vorbericht se desprende cómo el editor

maneja a su antojo sus fuentes, ya que declara sin ningún tipo de pudor cómo en la segunda

parte—cuya aparición dependerá del éxito con el que cuente la primera—los lectores podrán

disfrutar de “circunstancias y embrollos tan interesantes […] como en la primera parte” (16).

El editor realiza claramente una selección de sus materiales históricos, dejando fuera material

digno de ser incluido en la narrativa por motivos derivados de su propio interés, que no es otro

que ver qué éxito tendrá entre sus lectores. De este modo, el supuesto historiador se acerca

más al papel del novelista, algo que se ve confirmado una vez que en el mismo prefacio se

autodenomina “Verfasser” o autor (13). Como destaca Uwe Wirth, en el prefacio a la obra se

produce un solapamiento intencionado entre el papel de editor y autor, algo que resalta la

deliberada ambigüedad entre la autoría y la edición en la novela de Wieland (2008: 227).

Estos solapamientos se manifiestan en numerosas ocasiones, como cuando el editor del

manuscrito decide dejar fuera cierto material narrativo por razones que resultan cuestionables.

Así, en el segundo capítulo del segundo libro, en el que se introduce al lector a Hippias, el

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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editor-narrador considera “innecesario hacer una representación de sus costumbres”, ya que

éstas se derivan de sus principios sofistas, que expone a continuación (II. 2: 49). Su proceso

manipulatorio y de selección queda también bastante claro a la hora de introducir a Danae. El

narrador nos sugiere que existen distintas opiniones respecto a sus orígenes, algunas de ellas

malintencionadas, por lo que ha tenido que decantarse finalmente por la versión supuestamente

más objetiva que ofrecen ciertos historiadores:

Die allgemeine Meinung zu Smyrna war, daß sie eine Tocher der berühmten Aspasia von Milet sei, die nachdem sie in ihrer Vaterstadt die Kunst der Galanterie, wovon sie Profession machte, durch die Verbindung derselben mit der Philosphie und den Künsten der Musen, zu jenem Grade der Vollkommenheit erhoben hatte, der sie zur wahren Erfinderin derselben zu machen schien, nach Athen gezogen war, wo sie sich ihrer seltnen Vorzüge auf eine so kluge Art zu bedienen gewußt, daß sie sich endlich zur unumschränkten Beherrscherin des großen Perikles, der das ganze Griechenland beherrschte, oder wie die komischen Dichter ihrer Zeit sich ausdrückten, zur Juno dieses atheneischen Jupiters erhoben hatte. Allein, die Vermutungen, worauf sich diese Meinung von der Abkunft der Danae gründeten, können nicht für hinlänglich angeshen werden, das Zeugnis verschiedner Geschichtschreiber zu überwägen, welche versichern, daß sie aus der Insel Scios gebürtig gewesen, und nach dem Tod ihrer Eltern, in ihrem vierzehnten Jahr nach Athen gekommen, um in dieser Stadt […] ihren Unterhalt zu gewinnen.16 (122) El editor cuenta con varias versiones de los mismos hechos, y ha por lo tanto de realizar

una decisión respecto a estos. Sin embargo, esta selección nunca puede ser objetiva, ya que el

propio editor subraya cómo la narración que ofrece a continuación es “más que necesaria para

la continuación de nuestra historia”, ya que permitirá a Danae experimentar justicia por parte

del lector (121-122). El editor manipula sin ningún tipo de tapujos su narración para obtener

determinadas respuestas lectoriales, ya que en este caso trata de evitar que surjan ciertos

prejuicios en torno a uno de sus personajes.

Su manipulación del material narrativo continúa con nuevas y discutibles omisiones,

como cuando evita narrar una conversación entre Danae y Agathon sobre el arte de la danza,

algo que en opinión del editor “será agradecido por el lector, ya que satisfaremos su curiosidad

con nuevos materiales” (IV. 6: 132), o como cuando en el capítulo cuarto del quinto libro se

                                                                                                               16 «La opinión general en Esmirna era que ella era la hija de la famosa Aspasia de Mileto, de la que habría

aprendido en su ciudad natal el arte de la galantería, del que hizo su profesión, hasta un grado de perfección tal, a través de la unión del mismo con la filosofía y con el arte de las musas, que parecía ser la verdadera inventora del mismo. Tras esto se mudó a Atenas, donde supo emplear sus extraños dones de una manera tan inteligente, que finalmente se convirtió en la dominadora del gran Pericles, que dominaba él mismo toda Grecia, o tal y como lo expresaban los poetas cómicos de su tiempo, había conquistado para Juno a este Júpiter ateniense. En cualquier caso, las suposiciones sobre las que se basaba esta opinión sobre la procedencia de Danae no pueden ser vistas como suficientes para desbancar el testimonio de varios escritores históricos, que aseguran que nació en la isla de Scios, y que a los catorce años, tras la muerte de sus padres, se mudó a Atenas para ganarse la vida en esta ciudad.»

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niega a realizar una descripción de la hacienda de Hippias, obligando al lector a “imaginársela

tan agradable y ostentosa como quiera” (V. 4: 144), dirigiéndole al canto decimosexto de la

Gierusalemme Liberata (1581) de Torquato Tasso (1544-1595) para completar

imaginativamente la escena. El editor establece un sistema de coordenadas claramente literarias

para completar un cuadro que se supone histórico, lanzando nuevas dudas sobre la historicidad

de su narración.

A su vez, el editor reconoce la inclusión de material irrelevante para cierto tipo de

lectores, como en el preámbulo al capítulo quinto del quinto libro, en el que ante la “historia

natural del amor platónico” que va a narrar recomienda a los lectores de talante serio “saltar al

siguiente capítulo” (V. 4: 148). En otras ocasiones, el editor confirma cómo organiza su

material narrativo de acuerdo a su propia conveniencia, como en el capítulo noveno del séptimo

libro, en el que el material que presenta es de tal importancia “que merece ser tratado en un

capítulo aparte” (VII. 9: 292); o en el capítulo quinto del noveno libro, en el que interrumpe la

narración para que el lector haga una pausa y reflexione sobre los acontecimientos que tiene

ante sí (IX. 5: 433). El editor justifica este proceder ya que no se considera un apologista, sino

un historiador, pese a que podría opinar sobre los acontecimientos tan libremente como el

lector (433), posibilidad que cumplirá sobradamente a lo largo de la novela.

El editor sobrepasa las funciones del historiador objetivo al añadir en numerosas

ocasiones digresiones en las que opina sobre los hechos y que por lo tanto poco tienen que ver

con la objetividad histórica que proclama a lo largo de toda la novela. Como destaca Wirth, las

digresiones no son meros comentarios editoriales, sino que transforman al editor en una

instancia “quasi-autorial”, ya que introducen un discurso tremendamente autoreflexivo más

propio de un narrador omnisciente que de un historiador (2008: 226-227). Así, en el segundo

capítulo del quinto libro el editor introduce una “pequeña digresión metafísica” sobre la

idealidad y la materialidad (V. 2: 140-142); en el primer capítulo del libro octavo realiza una

“pequeña” digresión puramente poetológica en la que critica las novelas que ofrecen modelos

de ejemplaridad positiva (VIII. 1: 328-334); mientras que en el séptimo capítulo de este

mismo libro introduce “una o dos digresiones” sobre la naturaleza del amor, y sobre sus

lectoras (VIII. 7: 348-358). En este caso, el editor justifica su largo comentario señalando que

con él solamente quería tranquilizar a aquellas lectoras que llegaron a temer por la virtud de

Agathon (VIII. 7: 358), demostrando de esta manera la existencia de un plan preestablecido en

su narración, que de ninguna manera es una reproducción literal e instantánea de sus fuentes.

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En cualquier caso, el propio narrador confirma su alejamiento de la pose de historiador

al admitir que piensa realizar tantas digresiones como le venga en gana, rompiendo la

regularidad de la narración y asumiendo todo tipo de libertades narratoriales:

Wie leicht es doch ist, seine nichts übels besorgende Leser in einen Labyrinth von Parenthesen und Digressionen hineinzuführen, wenn man sich einmal über eine aberglaubische Regelmäßigkeit hinaussetzt hat. Zwar haben wir uns die unsrigen benachrichtigt, daß wir bei Gelegenheit dergleichen Freiheiten erlauben würden.17 (IX. 2: 371) De este modo, el narrador se acerca más que nunca a ser un segundo autor, ya que

admite abiertamente cómo piensa tomarse libertades con el texto más propias de un novelista

que de un historiador, algo que ya había demostrado anteriormente gracias a los

embellecimientos literarios con los que barniza su narración, como el lenguaje claramente

homérico que emplea en determinados momentos (IV. 4: 125). Esta actitud irreverente hacia

las fuentes e incluso hacia los lectores encuentra su confirmación en una de las últimas

digresiones que el editor añade a su narrativa, por la que el narrador se niega a pedir disculpas

por su método digresivo a nadie que lea este libro (X. 3: 490); o cuando encomienda al lector a

emplear su tiempo tal y como le venga en gana, incluso si esto implica rascarse la punta de la

nariz (VIII. 4: 330)

Esta cercanía a la postura autorial no sólo se manifiesta en las numerosas digresiones

que el narrador añade con total libertad a su narrativa, sino también en su evidente falta de

objetividad ante los hechos narrados, algo que entra en directa contradicción con sus

aseveraciones previas sobre su puntualidad histórica. Por ejemplo, al final del cuarto capítulo

del cuarto libro, en el que la virtud de Agathon se encuentra en una situación comprometida

ante los intentos de seducción de Danae, el narrador lamenta verse obligado por la veracidad

histórica a narrar los hechos que constituyen el siguiente capítulo por su especial afecto hacia

Agathon:

Wir haben, deucht uns, schon mehr als genug gesagt, um unsre Leser in keine mittelmäßige Sorge für die Tugend unsers Helden zu setzen. In der Tat hatte er sich noch niemals in Umständen befunden, wo wir weniger hoffen dürfen, daß sie sich werde erhalten können; die Gefahr worin sie bei der üpprigen Pythia, unter den rasenden Bachantinnen und in dem Hause des weisen Hippias, welches dem Stalle der Circe so ähnlich sah, geschwebet hatte, verdient nur nicht neben derjenigen gennant zu werden, welcher wir ihn bald ausgesetzt sehen werden,

                                                                                                               17 «Qué sencillo es introducir al lector incauto en un laberinto de paréntesis y digresiones, cuando uno se

ha situado por encima del criterio de regularidad que llega a la superstición. En cualquier caso nosotros hemos informado a nuestros lectores, de que nos tomaremos en determinadas ocasiones libertades de este tipo.»

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und deren wir ihn gerne überhoben hätten, wenn uns die Pflichten eines Geschichtschreibers erlaubten, unsrer freundlichen Parteilichkeit für ihn, auf Unkosten der Wahrheit nachzugeben.18 (IV. 4: 125) Esta estrategia, que evoca la parcialidad que el historiador de Tom Jones mostraba hacia

el protagonista de su narración (Tom Jones XVII.1: 729)—al que tal y como el editor alemán

declara, quiere como si fuera un Charles Grandison (X. 5: 508)—se repite en el noveno

capítulo del quinto libro, en el que el editor confiesa que se ha visto tentado de emplear el

recurso del deus ex machina, propio de los escritores romancescos, para salvar a su

protagonista de su evidente caída en los placeres carnales:

Wir können nicht indes nicht bergen, daß wir aus verschiedenen Gründen in Versuchung geraten sind, der historischen Wahrheit dieses einzige mal Gewalt anzutun, und unsern Agathon, wenn es durch auch irgend einen Deum ex Machina hätte geschehen müssen, so unversehrt aus der Gefahr, worin er sich würklich befindet, herauszuwickeln, als es für die Ehre des Platonismus, die er bisher so schön behauptet hat, allerdings zu wünschen gewessen wäre. Allein da wir in Erwägung zogen, daß diese einzige poetische Freiheit uns nötigen würde, in der Folge seiner Begebenheiten so viele andre Veränderungen vorzunehmen, daß die Geschichte Agathons würklich die Natur einer Geschichte verloren hätte, und zur Legende irgen eines moralischen Don Esplandians geworden wäre: So haben wir uns aufgemuntert, über alle die ekeln Bedenklichkeiten hinauszugehen, die uns anfänglich stutzen gemacht hatten, und uns zu überreden, daß der Nutzen, den unsre verständigen Leser sogar von den Schwachheiten unsres Helden in den Folgen zu ziehen Gelegenheit bekommen könnten, ungleich größer sein dürfte, als der zweideutige Vorteil, den die Tugend dadurch erhalten hätte, wenn wir, durch eine unwahrscheinliche Dichtung als man im ganzen »Orlando« unsres Freund Ariost finden wird, die schöne Danae in die Notwendigkeit gesetzt hätten, in der Stille von ihm zu denken, was die berühmte Phyrne bei einer gewissen Gelegenheit von dem weisen Xenocrates öffentlich gesagt haben soll.19 (V. 9: 164)

                                                                                                               18 «Hemos dicho, nos parece, más que demasiado para situar al lector en una no pequeña preocupación

por la virtud de nuestro héroe. En realidad nunca se ha encontrado en circunstancias en las que menos podamos esperar que su virtud se salve; el peligro que ésta experimentó con la turgente Pythia, con las extasiadas bacantes, o en la mansión del sabio Hippias, que se asemejaba tanto a los establos de Circe, no merece ser nombrado entre aquellos entre los que pronto le veremos sumergido, y de los que nos gustaría librarle, si los deberes del historiador nos permitiesen hacer prevalecer nuestra amistosa parcialidad por él a costa de la verdad.»

19 «No podemos ocultar por más tiempo, que, por diversos motivos, hemos estado tentados de cometer una violencia por una vez respecto a la veracidad histórica, y salvar a Agathon tan ilesamente del peligro en el que se encuentra, aunque hubiera tenido que ocurrir a través de algún Deum ex Machina, algo que para el orgullo del platonismo, que hasta ahora tan bellamente ha demostrado, sería altamente deseable. En cualquier caso, al pensar que esta libertad poética nos obligaría a llevar a cabo tantas variaciones en el curso de los acontecimientos, que la historia de Agathon habría perdido realmente la naturaleza de la historia para convertirse en una leyenda o en una suerte de Don Esplandián moral, nos hemos atrevido a sobreponernos a todas las horribles consideraciones que en un principio nos habían hecho titubear, y convencidos de que la utilidad que el lector atento podría tener la oportunidad de extraer a través de las debilidades de nuestro héroe debería ser más grande que la contradictoria opinión que habría adquirido la virtud si a través de una composición tan poco probable como se encontrará en la totalidad de nuestro amigo Ariosto, hubiéramos obligado a la bella Danae a pensar en silencio de él, lo que parece ser que dijo públicamente la famosa Firne sobre el sabio Xenócrates.»

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Al igual que el historian de Fielding, el editor alemán admite que ha contemplado la

posibilidad de emplear aquellos poderes reservados a los autores y vedados a los historiadores

(Tom Jones XVIII. 3: 772), prevaleciendo finalmente las obligaciones del editor-historiador

respecto a la veracidad histórica. Sin embargo, al igual que ocurría en la novela del autor inglés,

el hecho de que el editor mencione que ha pensado en utilizar un recurso puramente literario

implica que tiene la posibilidad de hacerlo, algo que levanta de nuevo dudas sobre su supuesto

papel de historiador. Estas dudas se verán despejadas definitivamente conforme la novela toque

a su fin, ya que se producirá la milagrosa intervención de los amigos de Agathon en la república

de Tarento para salvarle de la prisión en Siracusa (X. 3: 486-491), algo que resulta un deus ex

machina bastante evidente. Al sobrepasar la línea que el propio editor había situado entre el

historiador y el autor, la naturaleza libresca y no histórica de la obra queda meridianamente

clara. El carácter no objetivo de lo narrado se confirma a su vez una vez que tras emplear el

recurso del deus ex machina, el editor revela cómo el autor del manuscrito griego se ve

claramente aliviado por el devenir de los acontecimientos:

»Dank sei« (so ruft hier der Autor des griechischen Manuskripts, als einer, dem es auf einmal ums Herz leichter wird, aus) »Dank sei den Göttern, daß wir unsern Helden aus dem gefährlichsten aller schlimmen Orte, wohin ein ehrlicher Mann verirren kann, unversehrt, und was beinahe unglaublich ist, mit seiner ganzen Tugend davon gebracht haben!20 (X. 4: 492) Los deseos del autor griego son exactamente los mismos que llevaron al editor a

confesar su tentación de emplear el recurso del deus ex machina, por lo que el solapamiento

entre la función autorial y la editorial resulta definitivo. El autor griego muestra exactamente la

misma actitud parcial hacia Agathon que el editor de su manuscrito, por lo que la narración no

solamente se revela como el resultado de la mediación del editor, sino que comienza a dejar

entrever su carácter evidentemente ficcional e inventado, algo que el último libro de la novela

termina por confirmar. La metaliteratura abre al lector la puerta de la metaficción, que

propiciará un nuevo entendimiento del papel del lector y su relación con el texto que tiene ante

sus ojos.

Durante el último capítulo que precede al libro decimoprimero, el narrador ya da

algunas pistas que, tal y como ya manifestó en uno de los encabezamientos a uno de los

capítulos de la novela “levantará[n] entre algunos la sospecha, de que esta historia es

                                                                                                               20 «’Gracias’ (así exclama el autor del manuscrito griego, como alguien que se acaba de quitar una carga de

su corazón) ‘Gracias sea dada a los dioses, de que hemos sacado a nuestro héroe del más peligroso de los lugares en los que se puede extraviar, y lo que es más increíble, con su virtud prácticamente intacta.’»

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inventada” (II. 4: 53). Al observar cómo el autor griego se muestra exultante por la llegada de

los amigos tarentinos de Agathon, que serán capaces de salvarle de la amenaza de la

misantropía, el editor no puede más que expresar sus dudas sobre la veracidad histórica del

autor heleno, ya que estos acontecimientos se acercan más a lo maravilloso que a lo histórico:

Der Autor der alten Handschrift, aus welcher wir den größesten Teil dieser Geschichte gezogen zu haben gestehen, triumphiert […] daß er seinen Helden mit seiner ganzen Tugend von einem Hofe hinweggebracht habe. Er würde allerdings etwas sein, das einem Wunder ganz nahe käme, wenn es sich würklich so verhielte; aber wir besorgen, daß er mehr gesagt habe, als er der Schärfe nach zu beweisen im Stande wäre.21 (X. 5: 494) El narrador-editor sospecha cómo el autor griego parece haber dicho más de lo que está

en condiciones de demostrar, algo que refleja irónicamente su propio proceder narrativo. Sus

dudas resultan definitivas en la introducción al último libro de la novela, que obliga al editor a

rechazar responsabilizarse por el contenido del mismo. Su carácter romancesco se aleja tanto

del “Werkels-Tag Welt”, que no puede hacer más que “dudar de la veracidad del mismo” (XI.

1: 512). Para el editor, el autor griego parece haberse sumergido en el mundo de lo maravilloso

y de las ideas, probablemente haciendo un guiño al público de gustos romancescos, ya que en

este último libro prevalecen los descubrimientos inesperados y anagnórisis, por lo que decide

“no preocuparse más por ello”, dejando interpretar al lector este último libro como quiera

(512-513). Aún así, el editor justifica al autor griego, señalando cómo éste probablemente ha

dado rienda suelta a su bonhomía, ahorrando a los lectores los sentimientos de angustia que el

encarcelamiento de Agathon propiciaría (513). A su vez, el editor considera que el autor griego

ha tratado de evitar el reproche de ciertos “críticos del arte”, que atacan a aquellas obras en las

que el final no se adecua al principio (513).

Estas reflexiones llevan al editor a considerar qué caminos podría haber tomado el

autor griego para no desviarse de la veracidad histórica, algo que deliberadamente evoca los

métodos narrativos del historian de Tom Jones, que en uno de los últimos capítulos de la novela

mostraba los posibles finales que ésta podría tener (XVII.1: 729). Por una parte, el autor

podría haber hecho de Agathon un misántropo eremita, algo que en opinión del editor no

habría resultado demasiado probable ya que en su opinión el joven ateniense tiene demasiado

buen corazón (515). Otra opción habría sido llevarle de nuevo a la actividad política y al

                                                                                                               21 «El autor del viejo manuscrito, del que admitimos haber tomado la mayor parte de esta historia, triunfa

[…] sobre el hecho de que su héroe se aleja de una corte con toda su virtud intacta. Sería, en cualquier caso, algo que se acercaría demasiado a lo maravilloso si él se comportase realmente de esta manera, pero tememos que ha dicho más de lo que parece estar en circunstancias de demostrar.»

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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mundo, opción que el editor descarta porque probablemente habría reafirmado a Agathon en

los presupuestos sofistas de Hippias (515), o quizás el autor heleno debería haber convertido a

Agathon en una mezcla de sapiencia y estupidez, tal y como es la humanidad al completo (XI. 1:

513). Desgraciadamente el autor griego no ha optado por este retrato realista, ya que en

opinión del editor alemán, éste parece haber decidido transformar a Agathon en un “sabio

virtuoso” para hacer comprender a sus lectores como un hombre según determinadas

circunstancias y cambios puede llegar a reafirmarse en la virtud, algo que le ha llevado a reunir

toda la serie de casualidades que permiten a Agathon permanecer con su espíritu entusiasta

más o menos intacto (516). Todo esto, pese a atentar claramente contra la veracidad histórica,

resulta indiferente para el editor, ya que cómo el mismo declara, sus intenciones ya han sido

alcanzadas y ha quedado demostrado que en ningún momento ha escrito una novela, sino una

historia:

Die Absichten, warum er die alte Urkunde, welche zufälliger Weise in seine Hände gekommen ist, in einen Auszug von derjenigen Form und Beschaffenheit, wie die vorhergehenden zehen Bücher weisen, gebracht hat, sind bereits erreicht. Es ist verhoffentlich unnötig, sich hierüber näher zu erklären. Doch soviel können wir wohl sagen, daß er niemalen daran gedacht hat, einen Roman zu schreiben, wie sich vielleicht manche, ungeachtet des Titels und der Vorrede, zu glauben in den Kopf gesetzt haben mögen—und da dieses Buch, in so fern der Herausgeber Teil daran hat, kein Roman ist, noch einer sein soll; so hat er sich auch um die so genannte Schürzung des Knotens, und ob der Verfasser der Urkunde seinen Knoten geschickt oder ungeschickt entwickelt oder zerschnitten hat, wenig zu bekümmern.22 (517) Excusatio non petita, accusatio manifesta. Lo que en un principio parece una defensa a

ultranza de la naturaleza histórica de toda la obra hasta este último libro, nos revela su carácter

ficticio si aplicamos una mirada retrospectiva a toda ella. En primer lugar, el motivo por el que

el editor rechaza responsabilizarse de los contenidos del último libro de la novela le hace caer

en una clara contradicción si prestamos una mirada atenta al resto de libros que componen su

supuesta “historia”. La estructura en la que se apoya toda la novela es claramente romancesca,

y las anagnórisis y encuentros afortunados estereotípicamente romancescos se producen a lo

largo de toda la narración, por lo que, según los criterios del editor alemán, el resto de la obra

sería tan romancesco y ficcional como lo es el último libro. En segundo lugar, en su aseveración                                                                                                                

22 «Las intenciones por las que él ha llevado las viejas fuentes que cayeron de manera casual en sus manos a ser un extracto de la forma y calidad actual, tal y como muestran los anteriores diez libros, ya han sido alcanzadas. Es por lo tanto de esperar, que resulte innecesario explicarse aquí más al respecto. Aún así podemos decir claramente que nadie ha pensado en escribir una novela, tal y como a algunos parece habérsele puesto en la cabeza a pesar del título y del prefacio. Y como este libro, al menos en la parte que concierne al editor, no es una novela, ni lo será, por esta razón éste tiene poco que preocuparse por la así llamada disolución del nudo, o por si el autor lo ha desarrollado y desatado de manera adecuada o no.»

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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de que su obra no es en ningún caso una novela, el editor cae en una nueva contradicción al

dirigir al lector hacia el prefacio a ésta. Como se pudo ver anteriormente, en el prefacio el

editor se distanciaba de los criterios típicos de la historiografía ortodoxa, apostando por una

historia ficcional, probable y acorde con la naturaleza universal de las cosas, pero ficcional al fin

y al cabo. Si para defender la naturaleza no ficcional de su obra, el editor ha de remitirse al

prefacio de ésta, el lector no puede más que comprobar que toda ella es el retrato de un mundo

posible bajo unas determinadas circunstancias, realista, pero ficticio. Además, el prefacio

precisamente desacredita las críticas del editor al autor griego por tratar de representar el

comportamiento de un ser humano bajo ciertas circunstancias, ya que esta intención responde

literalmente al programa poetológico que el editor expresaba en el Vorrede. Y finalmente, al

expresar los posibles finales que el autor heleno podría haber dado a su obra, el editor vuelve a

solaparse con el autor, demostrando una capacidad literaria de la que ha dado evidentes

pruebas a lo largo de toda su narración. De esta manera, su apología del autor griego tiene

precisamente el efecto contrario al que pretende transmitir, ya que nos muestra bien a las claras

cómo toda la Historia de Agathon es precisamente lo que el editor niega, una ficción, una

novela. El capítulo introductorio al último libro de la novela se convierte consecuentemente en

una epifanía metaficcional, revelando la naturaleza ficticia de lo que en un principio se

presuponía “Geschichte”.23

El descubrimiento de la naturaleza puramente ficcional de todo el texto tiene unas

claras consecuencias respecto al papel del lector, que deja de ser un agente pasivo para

transformarse en un “participante activo” (Saariluoma, 2004: 126-127) en el juego narrativo

que le propone el narrador. Como destaca Claire Baldwin, “Agathon ascribes active ability to

its implied desired readers, and indeed requires it of them” (2002: 101). Esta habilidad reside

precisamente en la nueva capacidad que el narrador otorga al lector, la de juzgar los hechos que

componen su novela desde una perspectiva más distanciada y menos identificada con la lectura.

En este sentido, tal y como señala Richard Rogan, se produce un claro paralelo entre la

experiencia de Agathon y la que el lector adquiere a lo largo de la novela:

It is clear, then, that as an “Erziehungsroman” Agathon does not simply seek to portray the development of its hero; of utmost importance is that it strives to educate the reader by means of proper understanding of the work, an understanding which is assured by the reader’s involvement. To be sure, the involvement of the real reader is of prime importance […] Indeed

                                                                                                               23 Tomo el concepto de epifanía metaficcional del excelente trabajo de Pedro Javier Pardo sobre la

recepción de Cervantes en la novela inglesa del siglo XVIII (1997: 501).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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such close scrutiny is essential to an understanding of each work as an “Erziehungsroman”: only through a close examination of the role of the reader does it become apparent that for Wieland the “Erziehungsroman” is not simply a genre in which education may be portrayed: it is, more importantly, one which seeks to imitate the actual process of education within the reader. (1981: 72-73) Agathon se convierte, por lo tanto, en “un Bildungsroman en un doble sentido”

(Schindler-Hürlimann, 1963: 50), ya que la novela, amén de retratar la educación del héroe y

su paso de una visión idealista y quijotesca de la existencia a una más realista y desengañada,

propicia la transición entre el lector pasivo y mimético-ingenuo propio de las narrativas

romancescas y el lector activo, críticamente reflexivo propio de la narrativa moderna. Como

destaca Sven-Ǻage Jørgensen, Wieland, a través de la ficción autorial articulada en el prefacio, y

gracias a las numerosas contradicciones metaficcionales y metaliterarias que se desprenden de

éste, trata de establecer un nuevo público lector en Alemania, más preparado para el disfrute

puramente estético de la literatura, siguiendo los pasos que Henry Fielding llevara a cabo en el

Reino Unido unas décadas antes:

In vielen Vorrreden sucht Wieland, seinen Leser auf die ästhetische Erfahrung einzustimmen, ihm die richtige Reaktionen zu ermöglichen. Und seine Vorreden zeigen deutlich den heterogenen Charakter seiner Leserschaft—und wieder gilt, daß Wieland keineswegs der erste Autor ist, der auf einmal für den gebildeten und für den primitiven Geschmack schreiben wollte. Auch Fielding unterscheidet zwischen einem „mere English reader“ und einem „classical reader“.24 (1976: 10)

De este modo, el reconocible uso de la técnica cervantina del manuscrito encontrado se

convierte en el medio adecuado para formar a una nueva clase lectora, para reproducir en

Alemania un lector cervantino caracterizado por su distanciamiento y capacidad crítica

respecto al texto que tiene entre sus manos. En cierto sentido, y parafraseando

deliberadamente a Schiller, Agathon juega un papel fundamental en la ästhetische Erziehung

del lector alemán de la segunda mitad del siglo XVIII.

                                                                                                               24 «En muchos prefacios Wieland busca preparar a su lector para la experiencia estética, posibilitando

en él las reacciones correctas. Y sus prefacios muestran claramente el carácter heterogéneo de su público lector, algo que demuestra de nuevo que Wieland no es de ninguna manera el primer autor que quiere escribir de una vez para el lector culto y para el de un gusto más primitivo. También Fielding distingue entre un “mere English reader” y un “classical reader”.»

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Miguel de Sequeiros, traducteur de Thomas Simon Gueullette: Les Mil le e t Un Quarts d ’Heure (1715) au miroir de Los Mil

y un quartos de hora (1742)

Miguel de Sequeiros, translator of Thomas-Simon Gueullette: Les Mil le e t Un Quarts d ’Heure and Los Mil y un quartos de

hora (1742)

Carmen Ramirez (Universidad de Sevilla)* [email protected]

Artículo recibido: 14-06-2013 | Artículo aceptado: 21-06-2013 Abstract: The Spanish reception of the Enlightenment oriental tales cannot overlook Miguel de Sequeiros’s translation. He was a Galician Augustinian monk who in 1715 adapted Thomas-Simon Gueullette’s Les Mille et un quarts d’heure, an essential link in the history of the oriental short story, with origins in the tradition of The Thousand and One Nights (1704) by Antoine Galland. This paper addresses this singular filiation sprouting from the reading of the different editions of the text. In the paratexts to the first 1742 edition by Sequeiros, the censors and the translator suggest a reflection on poetic, ethic and aesthetic subjects that modifies the symbolic model and the historical value of the original Tartarian Tales: or, A Thousand and One Quarters of Hours and promotes the vision of the Ancient in desecration of the Modern. Keywords: Sequeiros, Gueullette, Tartarian Tales, Translation Resumé: La réception du conte des Lumières en Espagne ne saurait oublier la traduction de Miguel de Sequeiros, Augustin espagnol à qui l’on doit la traduction des Mille et un quarts d’heure (1715) de Thomas-Simon Gueullette (1683-1766), jalon incontournable dans l’histoire du conte oriental, forgée à l’issue du recueil des Mille et une nuits (1704) d’Antoine Galland. Notre article retrace l’histoire de cette singulière filiation au travers de la lecture des différentes éditions de leurs textes. Dans l’appareil préfaciel de l’editio princeps de Sequeiros (1742), les censeurs et le traducteur proposent una réflexion en matière poétique, éthique et esthétique qui modifie le modèle symbolique et la valeur historique de l’oeuvre originale, rapprochant les Cuentos tártaros de la vision des Anciens au détriment des Modernes. Mots-clés: Sequeiros, Gueullette, Contes Tartares, Traduction Sobre la autora: Profesora titular de Filología Francesa, es autora, entre otros estudios de literatura francesa del siglo XVIII, de las ediciones críticas de Les Mille et un Quarts d’Heure. Les Contes Tartares de Gueullette (Éditions Honoré Champion, 2010) y Le Sylphe, ou songe de Madame *** de Claude Crébillon (Classiques Garnier, 2010). Asimismo ha coeditado el monográfico Les Mille et une nuits et le récit oriental. En Espagne et en Occident (L’Harmattan, 2009).

*Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación FFI2012-30781, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.

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Dulce est decipere in loco1 Et ayant mangé ce livre, il devint doux à ma bouche comme le miel2

1. De la tâche (sacrée) du traducteur à la traductibilité révélée benjaminienne3

Si l’écriture littéraire déploie, en amont et en aval, un large éventail de création, de

représentation et d’idéologies, le texte du traducteur renforce les dimensions de cette archive

esthétique et culturelle que constitue l’œuvre littéraire. Outre les valeurs rhétoriques

classiques de dignitas, auctoritas et gravitas (Cicéron, 1867 : 297), le traducteur mobilise les

mécanismes du transfert, de la translatio4, sans se dessaisir pour autant d’une part de création,

dans le concept aristotélicien de poïesis qui contemple la "production" sans renoncer à

l’"action" ou praxis, laquelle s’oppose à l’idée de prudence, "car l’opinion comme la prudence

est relative à ce qui pourrait être autrement […]" (Aristote, 1824 : VI, III-V). Il s’agit de

l’exercice du choix, procédure inhérente à la traduction, et liée aux limites imposées par le

canon littéraire et le propre usage, dont l’infraction interpelle l’image consacrée du

traduttore/traditore. Cela est su, l’histoire de la traduction, inséparable de l’exégèse, de la

métaphore, de l’herméneutique ou de la paraphrase, se réclame très tôt des principes de

fidélité, et se constituera en un art de traduire, doté de règles et de valeurs, qui atteint sa

maturité, après la translation médiévale, et coïncide avec la naissance des langues vernaculaires

pendant la Renaissance. Un nouveau rapport des hommes au monde, où l’autre paraissait, ne

pouvait se développer que dans le cadre d’un nouveau rapport aux mots. Amyot, Dolet,

Érasme, Marot, Rabelais, Luther ou Calvin etc. ne le démentiront pas (Breman, 2012). La

Renaissance langagière comble l’Humanisme scripturaire de cette nouvelle pratique qui

acquiert des premières lettres de noblesse par la défense et l’illustration des langues (Du

Bellay, 1549) fondées sur l’art de traduire (Luther, 15305; Dolet, 1540). La tradition est

longue dans l’histoire de la traduction concernant les principes de fidélité et d’infidélité au                                                                                                                

1 "Il est agréable d’oublier la sagesse à propos", Horat. à Virgile, Carmina, Lib. IV. 12, 27, OD. XII. Devise que Gueullette bibliophile utilise dans ses ex libris porteur d’un emblème composé, en honneur de ses œuvres, par un Tartare, un mandarin, un arlequin, une sirène (Coderre, 1934: 38).

2 Livre d’Ézéchiel, III, 3.3. 3 Notre parcours théorique propose une ligne de réflexion partant de l’idée de traducteur sacré de Saint

Jérôme et Saint Augustin et aboutissant, entre autres, à la tâche du traducteur que conçoit Walter Benjamin en 1923 (Étude parue dans Charles Baudelaire, Tableaux parisiens, traduction et avant-propos sur la tâche du traducteur. Heidelberg: Richard Weißbach: Benjamin, 2000: I, 244-265).

4 "Translation" fut l’expression consacrée à Rome. Il faut attendre la Renaissance pour que s’impose le terme "traduction", désormais utilisé par les pays de langue romane au détriment de la "translation" que gardent les langues anglo-saxonnes. (Chavy, 1982: 361-362).

5 Sendbrief vom Dolmetschen (Épître sur l’art de traduire et sur l’intercession des Saints); Summarien über di Psalmen und Ursachen des Dolmetschen, Weimar, 1530, Jean Bosc (1964) et Bocquet (2001).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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texte (Ballard, 2007; Deslisle, 1995; Lieven d’Hulst, 1990; Van Hoof, 1991; Viallon, 2001).

Elle relève en première instance de la dichotomie entre la traduction des textes sacrés et des

textes profanes et, par la suite, se constitue en un principe même de l’art de traduire et en un

axe de la réflexion: restituer le sens sans entraver sa vérité ou rendre la lettre au sacrifice de

l’entière vérité (Saint Jérôme, 1838: LVII, 5, III, 133)6. Dans la période ciblée, en pleine

Europe française triomphante (1680-1760) (Von Stackelberg, 2001: 47-62), la question des

"Belles Infidèles" allait déchirer Anciens et Modernes, de l’âge classique au temps du

préromantisme, confrontant la littéralité et l’adaptation-création (Mounin, 1994; Von

Stackelberg, 2001: 47-62; Zuber, 1968).

Dans cet ordre de choses, nous aborderons l’étude de la traduction de Fray Miguel de

Sequeiros (1742) d’un conte de Gueullette (1715) sur un double plan théorique: dans les

termes benjaminiens de "traductibilité" et d’ "Histoire" telles qu’il posait la question en

1923, dans son propos sur "La tâche du traducteur", à savoir que toute capacité traduisible

d’une œuvre aboutit à une autre possibilité, à un avatar de vie et de survie dans la vaste

extension de l’Histoire (Benjamin, 2000: I, 247); et d’autre part dans la perspective de

l’histoire culturelle de la traduction (Bürke, 2008) en ce qu’elle suppose d’intégration de

l’autre et de l’étrange/l’étranger dans sa culture, et dans sa construction identitaire.

Car l’Histoire accueille sans appel les œuvres d’art, leur gloire, leur médiocrité, leur

source, et l’écriture et la traduction les rédiment de l’oubli et agencent leur survie. Au même

titre que l’écriture est porteuse de lecture(s), la version originale est nommément dans sa

propre traduction, quelle qu’elle soit, porteuse à son tour de traces, d’une vie, d’une finalité

(Benjamin, 2000: I, 248), au service d’une expression (archives matérielles), et d’une

représentation (archives symboliques). La traduction d’un texte essaime dans les sociétés des

valeurs autres, contribuant à former le goût, le modifiant ou dépassant le stade de l’étrangeté

des langues et de leur génie: la traduction, comme figure de trahison même, aménage de

nouvelles voies d’accès au texte original et à sa version, saturés l’une comme l’autre de signes,

d’empreintes, de marques, voire des énigmes que l’auteur impose par la langue et ses langages,

et que le traducteur choisit de transférer, d’interpréter, de récrire ou de traduire. Une nouvelle

archéologie se crée pour le texte et sa nouvelle mémoire requière dès lors un dispositif

                                                                                                               6 "Non verbum e verbo, sed sensum exprimere de sensu", Epître LVII. Ad Pammachium. De optimo

genere interpretandi. Traité sur les devoirs d’un traducteur des livres sacrés. (Saint Jérôme, 1838: 131-140).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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d’intellection et de conservation qui le prépare à cet autre héritage légué à différents peuples en

différentes langues et sur des modes divers de représentation7.

La traduction révèle, enfin, en creux, sur une page infinie, les volontés et les

expériences, de tout un chacun, d’aborder et de saisir, "le rapport intime entre les langues"

(Benjamin, ibidem), à savoir garder la fidélité à l’œuvre, sans établir une équivalence absolue

entre l’œuvre originale et l’œuvre traduite. Car toute œuvre d’art meurt au péril de sa propre

maturation, toujours posthume en soi, insérée dans l’Histoire qui modifie la langue, les usages,

les textes, et leur contexte (Benjamin, 2000: I, 250).

Ce n’est donc pas de la ressemblance que relève la traduction (même si les Anciens

défendront la servitude de la lettre au lieu d’y préférer sinon le seul ordre du sens, au moins

l’équilibre entre l’asservissement au littéral et la traduction libre8), mais il existe bien une sorte

de lieu de révélation9, par laquelle s’accomplit l’ "extranéité" (Benjamin, 2000: I, 252) des

langues, et s’exécute notamment une réconciliation qui assure la perpétuité d’un texte, et de

ses lectures, et ce, même au risque d’en contraindre le sens premier.

De l’original à la traduction, entre l’écrivain-auteur et l’écrivain-traducteur s’instaure

une traverse rattachant l’œuvre littéraire première à sa traduction, transformée en un autre

texte: la tension écriturale et la reformulation textuelle se jouent en termes de présence de

l’Histoire, fragilisant les concepts stabilisateurs de "fidélité et de restitution", attribués à la

traduction. La défense de la littéralité par les Anciens aboutissait enfin à une sacralisation de la

seule autorité des Classiques et de leurs diktats face à la liberté, au choix et aux incertitudes

auxquels opte le traducteur, élaborant en filigrane, une interlinéarité poétique et littéraire

(Benjamin, 2000: I, 262) dans l’œuvre traduite.

La traduction pose dès lors un ordre esthétique différent, fondant une généalogie et

des filiations linguistiques, littéraires, et culturelles, lesquelles situent l’œuvre traduite dans la

recherche de sa propre conquête (Deslille, 2007), de ses propres ouvertures exégétiques. La

fonction médiatrice de la traduction a représenté historiquement l’un des atouts des

conquérants, dont la diplomatie honora les enjeux politiques des rois et des puissants qui

                                                                                                               7 Cela rejoint l’argumentaire de Didi-Huberman dans l’ "Atlas ou le gai savoir inquiet" (Didi-Huberman,

2011: 1-79). Pour notre part, nous partons de l’idée contraire: le montage d’un ”atlas du savoir” de la traduction s’articulera à partir de “tout ce qui a déjà été lu”.

8 Sur cette question, consulter Ballard et Lieven d’Hulst (1996). 9 Dans le cas des textes sacrés, traduction et transgression s’associent souvent.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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incorporèrent traducteurs et interprètes à des institution dépendantes de la cour, et des centres

de pouvoir10.

Dans ce sens, la littérature universelle, à commencer par les textes fondateurs de la

littérature sacrée (le Talmud, le Coran, la Bible), n’aurait jamais pu se survivre sans la

traduction, et sans cette interlinéarité, creuset de la textualité première, de l’archétype et du

motif essentiel que conforme l’aura (Benjamin, 2000: III, 67-113)11 de toute œuvre d’art qui

ainsi la relance sans cesse dans les diverses économies politiques et dans les multiples

communautés littéraires et culturelles des sociétés.

La traductibilité assure une autre forme de reproductibilité de l’œuvre littéraire. Il

s’établit dès lors un dialogue esthétique, culturel et historique entre le texte en langue originale

et la traduction obtenue qui s’inscrit dans des contextes variables, hybrides ou discontinus12 de

l’Histoire que l’écrivain-traducteur transcrit ou invente, usurpateur des formes, autorisant des

répétitions, ou des oublis, mais instituant, dès le début, sur une base rhétorique et historique,

l’ordre d’une médiation nécessairement transculturelle, et, par voie de conséquence,

influençant la pensée et les représentations de la société. Car la circulation des traductions et

des livres en langue étrangère, au sein du commerce du livre, évite l’oubli au travers de cette

nouvelle forme complémentaire de l’original, surgie dans le tissage intime des langues "où

littéralité et liberté doivent s’unir dans la traduction sous forme de version interlinéaire"

(Benjamin, 2000: I, 261).

La publication de la première traduction (1742) de Sequeiros du conte oriental de

Gueullette (1715) met en lumière la tâche du traducteur franchissant le stade de simple

passeur de récits, pour fournir à l’Histoire le texte et sa lecture, et la possibilité de son langage,

au détriment certes de la qualité de l’œuvre originale. Néanmoins, l’Augustin met à l’épreuve

les bigarrures orientales du conteur Gueullette, situant en arrière-plan le gazage de l’exotisme

de l’Arabie Heureuse, pour en retenir principalement la contrainte morale et ses vertus de la

société d’Ancien Régime assujettie aux qualités du Prince.

                                                                                                               

10 Notamment dès la chute de Constantinople, les échanges politique, commerciaux et culturels entre l’Occident et l’Orient se multiplient: cela favorise l’éclosion d’écoles de traducteurs et l’émergence du phénomène des jeunes de langues (Hitzel, 1997).

11 "L’Œuvre d’art à l’ère de sa reproductibilité technique ". Cette étude correspond à un texte de Benjamin datant de 1935. (Première versión en 1935: Gesammelte Schriften. I, 431-469).

12 Dans ce sens, l’histoire culturelle de la traduction trace de nouvelles voies de réflexion et d’analyse des textes traduits.

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2. La réception d’une œuvre singulière

Miguel de Sequeiros est un cas de figure particulière dans l’histoire de la traduction où

il n’a pas encore recouvré sa place au même titre que le panthéon littéraire ne l’honore

davantage, quoiqu’il y soit timidement classé comme traducteur. La bibliographie, quelque peu

lacunaire à tous égards envers Sequeiros et son œuvre, ne reprend pour toute notice

biographique (Aguilar Piñal, 1981: 643; Díaz Díaz, 2003: 286-287; Lanza Álvarez, 1953:

288; Santiago Vela, 1931: 468-470) que les éléments portés sur les pages de titre de ses deux

seules œuvres connues à cette date, qui sont notamment deux traductions, à savoir le

Canocchiale aristotelico traducido del idioma italiano (sic) de Manuel Thesauro (1741)13 et

Los mil y un quartos de hora : Cuentos Tártaros traducidos del idioma francés de Gueullette.

Leur fortune éditoriale est inégale et manifestement féconde dans le cas des Cuentos tártaros

(1742, 1789, 1796, 1802, 1820).

Le portrait de notre Augustin est pour l’essentiel contenu dans l’une des censures de

1742:

Miguel de Sequeiros, de la Religión de N-P.S. Agustín, Maestro de Sagrada Teología en ella, uno de los del Número de su Provincia, Rector electo de su Colegio de Alcalá, Prior que ha sido de los Conventos de Santiago, y Bilbao, Definidor de su Provincia de Castilla, Teólogo, y Examinador Sinodal de la Nunciatura, y residente en el Real Convento de S. Felipe de Madrid. Y aunque sacó a luz en el año pasado de 41 otra traducción del Italiano al Español, con el título de Anteojo de larga vista Aristotélico […]. Censure de Vicente Ventura de la Fuente y Valdés (Sequeiros, 1742: s.n.p.)

En 1737, quelques années avant la publication de sa deuxième traduction, paraissent

plusieurs oeuvres, on publie plusieurs oeuvres importantes pour l’Espagne du XVIIIe siècle: la

Poétique de Luzan, le Diario de los literatos, et les Orígenes de la lengua española de Mayans y

Siscar. Plus tard, Feijoo a conclu son Teatro crítico (1739), dont l’un des premiers discours a

trait au "Paralelo entre lenguas" (1726)14 et il aborde ses Cartas eruditas (1741). Buriel allait

publier son Apuntamientos de algunas ideas para fomentar las letras (1750) et, en 1742,

Mayans y Siscar publie l’œuvre posthume de Nicolás Antonio, Censura de historias fabulosas.

                                                                                                               13 La lunette d’Aristote: le canocchiale reste intraduit en France dans sa totalité. Michel Hersant en a publié

quelques fragments et une excellente étude critique (2001). Emmanuelle Tesauro ne sera traduit en français au XVIIIe siècle, que par Thomas Croset, Père récolet, volubile et laborieux qui passa de nombreuses années à Madrid. Il traduisit aussi l’Introduction aux vertus morales et héroïques de Tesauro (2 tomes, Bruxelles: chez François Foppens, 1712). Trévoux en fera la notice dans son Dictionnaire.

14 Vargas Ponce publie une sorte de réplique en affirmant que le français a corrompu l’espagnol (1793: 37).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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L’Espagne de Sequeiros a assumé la relève dynastique intronisant les Bourbons là où

les Habsbourg régnèrent sans appel, éclipsée par l’hégémonie culturelle française qui continue

à imposer des goûts et des modes, alors sous l’égide des Lumières et de l’influence allemande,

italienne et anglaise. L’Ilustración espagnole s’investit dans ce cosmopolitisme15, et les

institutions culturelles rénovées du temps, malgré la censure toujours vigilante, favoriseront le

commerce du livre et la formation de bibliothèques et d’archives de premier ordre. Dans cet

ordre d’idées, la Noticia abreviada de las bibliotecas y monedas de España de Campomanes

(García Morales, 1972: 95-126) et la bibliothèque de Jovellanos (1778) (Aguilar Piñal, 1984 ;

Clément, 1980) exemplifient l’intérêt et les tendances des lecteurs du temps pour lesquels les

lettres françaises occupaient une place de choix.

La République des Lettres et la société espagnole d’Ancien Régime se débattront

longtemps entre l’engouement du Français, l’européisme effréné, l’apologie espagnole et

l’afrancesamiento16. Ilustración, novateurs, ou néoclassicisme, le siècle de Feijoo est traversé

par les contradictions de l’idée du progrès et une conscience nationale émergente, partagé

entre la tradition et le progrès qui tardent à s’accorder sur un modèle esthétique et éthique

favorisant l’idéal commun à l’Europe éclairée, à savoir, la quête du bonheur de l’individu et

l’assomption de la conscience civilisée. Ce cosmopolitisme fortement teinté de l’influence

française ne tarde pas à convoquer des prises de positions divergentes de la part des esprits

éclairés tels Feijoo, Capmany, Luzán, Jovellanos o Cadalso, Mayans y Siscar, ou Sarmiento17.

On clamera contre les gallicismes18 et la corruption de la langue, on dénoncera l’outrage à la

nation, au péril de ses bonnes mœurs, non sans en défendre aussi l’ouverture d’esprit et le

changement de paradigme de la pensée et du goût, tout en greffant sur la question de la langue,

la réflexion identitaire19. Dans ce sens, Fray Sarmiento sera sans indulgence: "Esta nación de

genio tan opuesto al español […] ellos son los que nos inundan de librillos en que se encuentra                                                                                                                

15 La vision d’une Espagne asservie à l’influence française et aveugle au projet des Lumières est redevable pour une grand part à Menéndez Pelayo (Álvarez Barrientos, 2005: 13-238).

16 Cela est su: des rodomontades à la question de Masson de Morvilliers (1782) et à la controverse des Afrancesados, la France et l’Espagne entretiennent des rapports polémiques.

17 La liste est longue et il existe une bibliographie abondante sur cette vaste question des rapports et des influences au XVIIIe siècle entre la France et l’Espagne: La Historia literaria en el siglo XVIII de Francisco Aguilar Piñal (Madrid : Trotta-CSIC, 1996) présente une synthèse précise et fort intéressante.

18 Étienvre rappelle fort justement l’inquiétante présence du gallicisme au XVIIIè siècle en Espagne, dont le terme apparaît pour la première fois en 1737 dans le Diario de los literatos, et non en 1786 comme l’affirmait Corominas (1954) ni en 1804 selon la RAE (Étienvre, 1996: 99-101).

19 Entre autres textes significatifs, citons à nouveau Mayans y Siscar et son histoire des origines de la langue espagnole (1737) et à l’opposé, l’Apologie de la déclamation de Vargas Ponce (1798). Par ailleurs, pour une vision générale des réflexions sur la traduction, consulter l’étude sur le discours de la traduction en Espagne au XVIIIe siècle (García y Lafarga, 2004).

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mucho superficial, frívolo, pueril y repetido [...]" (Sarmiento, 2003: 86). Feijoo, le brillant

esprit, saura garantir la part des choses et commençera par établir un parallélisme entre les

langues Castillane et Française, développant enfin une réflexion sur la comparaison de deux

peuples et de deux façons de dire le monde, de l’écrire et de le penser (Feijoo, 1778: I, XV,

309-325) 20. L’équation néfaste, entre la langue outre-Pyrénées et les idées contraires aux

bonnes mœurs espagnoles, se doublait d’une association de plus en plus étroite entre langue et

roman français censurable, qu’aggraveraient les lendemains de 1789. Cette polémique

assimilation des esthétiques et des éthiques se consolidera au fur et à mesure que le siècle

avance, et sera renforcée par les diktats du Tribunal de l’Inquisition et la Censure du Conseil

de Castille redoublant leurs efforts contre l’Infâme, religieuse et profane. La police du livre et

la législation de l’époque, principalement sous Ferdinand VI et Charles III, surtout à partir de

la loi Curiel (1752), imposèrent de nombreuses contraintes et mirent en place une

sécularisation des contrôles qui, sans enrayer la circulation des imprimés et des idées,

nationales et étrangères21, ralentirent leur accès et garantirent une politique de contrôle. Les

atteintes portées à la liberté d’imprimerie étaient nécessairement des abus de l’autorité en

matière de liberté de pensée. La parution de textes comme celui de Sequeiros confirmerait que

la lecture des censeurs n’était pas toujours si peu complaisante (Álvarez Barrientos, 2005:

173) et paradoxalement, l’édit censurant l’une des éditions des Contes tartares date de 1785

juste après l’ordonnance du 21 juin 1784 (Domergue, 1995: 34).

Les livres étrangers, notamment ceux en langue française, accuseront une présente

soutenue dans l’Index Librorum Prohibitorum (1702, 1704, 1789)22, censure qu’accentue

naturellement la Révolution française. D’un autre côté, les traductions d’œuvres françaises et la

réflexion sur la traduction reprennent invariablement les termes de la polémique du "Paralelo

de las lenguas Castellana y Francesa" (Feijoo, 1778: t. I, XV, 309-325), suivi par l’un des

textes phares qui sera, comme l’on sait, l’Arte de Traducir el idioma francés al castellano

(Capmany, 1776), rejoint par l’Arte de hablar bien francés (Chantreau, 1781)23.

Les traductions espagnoles de textes français (surtout pour le roman et le théâtre) et les

textes en français abondent et s’imposent aux autres langues surtout dans les deux premières

décennies de la deuxième moitié du XVIIIe siècle jusqu’aux approches de la Révolution                                                                                                                

20 Le Teatro crítico o universal parut pour la première fois en 1726. 21 Pour cette question de la censure et de la police des livres, consulter les travaux classiques de

Desfourneaux (1973) et Domergue (1982 et 1996). 22 Catalogue des livres français condamnés (Desfourneaux, 1973: 217-258). 23 Plus spécialement, les "Observaciones sobre la traducción" (Chantreau, 1781: 254-289).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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française 24 . Persécution du livre français qu’accroîtront successivement les idées

révolutionnaires de 1789, et la guerre d’Indépendance. Ceci dit, le réseau de Bibliothèques et

d’Académies, le trafic de périodiques, ainsi que la circulation sous le manteau de textes

interdits compensèrent les freins de la censure garantissant de la sorte le commerce des

imprimés et le développement éditorial dont le siècle suivant se bénéficia largement. Tel est le

cas des Contes Tartares de Gueullette dont l’édition de 1785 fut indexée en 1804, prouvant

d’une part qu’à cette date l’auteur traduit par Sequeiros circulait normalement en Espagne, et

d’un autre côté, cela n’empêcha guère les différentes réédition de la traduction jusqu’en 1820.

3. Des affinités élect ives25: Sequeiros et Gueullette

À ce titre, la réception de Gueullette en Espagne résulte d’un singulier chassé-croisé

éditorial et inquisitorial dont le télescopage s’initie par la traduction de Fr. Miguel de

Sequeiros en 1742, et termine avec la dernière édition en 1820. Entre ces deux dates, de

nombreuses références paraissent dans la presse du temps, jusqu’à la fin du XIXe siècle26, et la

censure inquisitoriale intervient pour indexer l`édition de 1785 des Mille et un quarts d’heure,

Contes tartares:

Les Mille et un quart d’heure, contes tartares: obra así titulada en francés, tres tom. En 12º impr. en Lila. 1785. En la pág. 215 del tom., 2, bórrese desde "Adressés au souverain Créateur" hasta el fin del párrafo inmediato que concluye: "étaient même précieuses"27. Edicto 11 de febrero de 1804 (Índice general, 1844: 229).

                                                                                                               24 L’étude de Buigues montre l’évolution constante des traductions, tous genres confondus, le long du

siècle, accusant deux diminutions sensibles: la première de 9,1% à la fin du règne de Philippe V, et la seconde de 19,7% dans les années 90-91 suite à la Révolution française et à la politique répressive de Floridablanca, précédées par l’âge d’or de la traduction espagnole (1750-1770) avec une augmentation de 50%. (Buigues, 2002: 104-105).

25 Nous empruntons cette expression au fameux titre “Les affinités électives de Goethe”, correspondant à une étude de Benjamin datant de 1922 (Vienne, 1924-1925, Neue Deutsche Beiträge, II.1/2: Benjamin, 2000: I, 274-395).

26 Correo de Madrid (ó de los ciegos) (1788, sábado 23 de febrero). p. 779 ; Diario de avisos de Madrid (1827, jueves 9 de febrero). p. 2; Diario de Madrid (1795, jueves 31 de diciembre). p. 2177; (1796, jueves 7 de abril). p. 403; Diario de Madrid (1805, jueves 28 de noviembre). p. 607; Diario de Madrid (1815, sábado 8 de julio). p. 36; El Cetro constitucional (1820, n.º 5). p. 33; La Época (Madrid) (1859, viernes 20 de mayo). [p. 4]; La Moda elegante (Cádiz) (1869, 6 de marzo). p. 70; La América (Madrid) (1872, 28 de septiembre). p. 5; Chaulié, Dionisio (1883). “Cosas de Madrid. Continuación (1). Memorias íntimas”. Revista contemporánea LXVII: pp. 400-425; Chaulié, Dionisio (1887). “Apéndices a las cosas de Madrid. Originales perdidos. El poeta de Guardilla”. Revista contemporánea LXVII: pp. 229-250.

27 Le fragment censuré appartient à l’”Histoire de Feridoun, fils de Giamschid” (LXX quart d’heure).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Il s’agit de la nouvelle édition de 178528 qui fait suite aux quatre autres29 que connaît

ce recueil30. Bibliophile passionné, conteur invétéré, traducteur occasionnel de farces et de

canevas, magistrat érudit et homme de théâtre, Thomas-Simon Gueullette, éditeur, entre

autres recueils, des Fables de Bidpaï31, fut à peine lu en Espagne à l’exception de ses Contes

tartares dont le nombre de traductions et de langues de traduction en démontre l’engouement

unanime de l’Europe des Lumières32. L’accueil modeste qu’on réserva en Espagne à notre

magistrat était redevable au maître de rhétorique sacrée, un Augustin galicien, au goût des

belles-lettres, doté des savoirs et de l’érudition que son état lui imposait, et d’une curiosité

naturelle bien particulière à en juger par les deux seuls livres qu’il traduisit.

Le décalage chronologique entre la date de publication de la traduction et la date

d’édition de l’original expurgé relève de l’histoire matérielle du texte de Gueullette (Ramirez,

2010: 396-397). Sequeiros utilisa l’editio princeps de 1715, illustrée par Bucaille et précédée

de l’Épître au duc de Chartres 33 . Texte que Gueullette révisa, corrigea et augmenta

successivement en trois volumes, en 172334 et en 175335, dates à partir desquelles furent

supprimés épître et avertissement; le reste des éditions étaient pour la plupart des rééditions ou

des réimpressions de ces dernières36, qui circulèrent également hors de la France, notamment

celle de 1785, censurée en Espagne.

                                                                                                               28 Les Mille et un Quarts d’heure. Contes Tartares, Nouvelle édition, Lille, chez C. F. J. Lehoucq, libraire,

rue Neuve, la porte cochère à droite en entrant par la place, 1785, 3 vol. - in 12. 29 Onze éditions au total dont le détail est donné dans "L’Histoire éditoriale du texte" (Ramirez, 2010:

777-785). 30 Le catalogue de ses œuvres (théâtre, édition, contes, traduction, études critiques) est dressé par

Gueullette dans son testament (Perrin, 2010: III, 2115-2119). 31 Les Contes et fables indiennes de Bidpaï et de Lokman, traduites, d’Ali Tchelebi Ben Saleh, auteur Turc,

œuvre posthume par M. Galland. (Revue et publiée par Gueullette. (1724). Paris : André Morin. 2 vol. in-12). Cet ouvrage sera conclu par l’autre orientaliste de renom de l’époque, M. de Cardonne (1778). Paris : Simon. 3 vol. in-12).

32 Traduit en allemand (8), anglais (11), catalan (1), danois (1). hollandais (2), italien (2), portugais (3), russe (1) (Ramirez, 2010: I 780-785).

33 Les Mille et Un Quart-d’Heure. Contes Tartares. Ornés de Figures en Tailles-Douces. T. I, Paris, au Palais, chez Jean-Baptiste Mazuel, sur les degrés de la Sainte-Chapelle, au Voyageur, 1715, et t. II, chez Guillaume Saugrain, vis-à-vis de la Grande Chambre du Palais à l’Ange Gardien, 2 tomes en 1 vol. in-12, 6ff. 420 p., 12 planches hors textes. [Certaines illustrations sont signées par P. Bucaille.] L’Épître au duc de Chartres est reprise jusqu’ en 1730. (Ramirez, 2010: 396).

34 Les Mille et un quarts d’heure, Contes tartares, [s.n.a.] Nouvelle édition, revue, corrigée & augmentée, Ornée de figures en tailles douces, Paris, André Morin - Guillaume Saugrain, 1723. 3 vol, in-12º avec 19 planches. (Ramirez, 2010: 396).

35 Les Mille et un quarts d’heure, contes tartares, Nouvelle édition, Paris, Libraires associés, 1753. 3 vol. in-12, (2) ff., 420pp. (2) ff, 418 p. 374 p. mal chiffrées 376 (à la suite d’un saut de pagination), (4)ff.(réed). (Ramirez, 2010: 396).

36 Pour le détail de cette question, je me permets de renvoyer à nouveau à mon édition. (Ramirez, 2010: 396-401).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Aux soixante-quatorze quarts d’heure de la première édition (1715), Gueullette

rajouta quarante et une histoires formant alors un recueil de cent quinze histoires37 tartares qui

comme le titre l’indique s’investissent dans le sillage du conte oriental mis à la mode par

Antoine Galland à partir de sa traduction des Mille et une nuits (1704). Les Mille et un Quarts

d’heure représentent un jalon incontournable de cette même tradition38 dont le titre puise ses

origines dans les Nuits. Dans ce même esprit, se succédèrent de nombreux titres partageant le

numéral désormais mythique39 entre autres, les Mille et Un Jours (Pétis de La Croix, 1710-

1712), les Mille et Une Faveurs (Moncrif, 1716) les Mille et Une Fadaises (Cazotte, 1742), les

Mille et Une Folies (Nougaret, 1771)40. Bien que le recueil des Contes tartares appartienne au

catalogue de la matière des Nuits, Gueullette s’en distingue dès le début du conte-cadre:

Gueullette signale une volonté claire de maîtriser sa matière et sa disposition. Choix éthique autant qu’esthétique d’ailleurs, ajustant les personnages et les histoires dans un rapport au monde et aux autres d’autant plus médité que celui qui règle le temps et l’espace des récits est un roi que la cécité vengeresse qui le frappe ouvre à la profonde lucidité. Schems-Eddin, le tailleur parricide rejoint ici ces rois qui sortent la nuit, déguisés, pour veiller sur leur peuple, tels Wattek-Billah et Haroun-al-Raschid. (Ramirez, 2010: I, 186)

À cette même lignée de rois appartient Feridoun, le héros de l’une des histoires, le

soixante douzième quart d’heure, Histoire de Feridoun41, fils de Giamschid, que Gueullette

incorpore à la nouvelle édition et dont le fragment sera expurgé. Partie qui ne se trouvait donc

pas dans l’édition traduite. Somme toute, le paragraphe censuré contient des expressions,

telles "prophète" ou "souverain créateur", présentes dans le texte dès la première édition,

lesquelles correspondent à des lieux communs de la matière orientale.

Le catalogue des traductions42 de Sequeiros reflète la fortune des Contes tartares,

authentique réservoir de traditions profanes et sacrées, archive de sources orientales et des

                                                                                                               37 Voir la table des correspondances entre les deux éditions 1715 et 1753. (Ramirez, 2010: III, 2075-

2077). 38 Consulter Auguste Loiseleur-Deslongchamps (1838). Essai historique sur les contes orientaux et

sur les Mille et une Nuits (Préface des Mille et une Nuits). Paris : Éd. du Panthéon littéraire; Perrin, Jean-François. (2004-2005). "L’invention d’un genre littéraire au XVIIIe siècle. Le conte oriental". Féeries 2 : pp. 9-27.

39 L’exception correspond à Théophile Gautier qui intitule son oeuvre: (1897) La Mille et Deuxième T. I. Nuit. Romans et Contes. Paris: Alphonse Lemerre. pp. 347-387.

40 On trouvera une liste exhaustive dans mon édition. (Ramirez, 2010: 185). 41 Gueullette s’est inspiré du récit-cadre contenu dans l’article consacré à "Feridoun" dans la

Bibliothèque orientale (D’Herbelot, 1697: 347-348). 42 Pour le détail, consulter l’histoire éditoriale du texte. (Ramirez, 2010: I, 780-785).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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matières fictionnelle médiévales et de la Renaissance (Ramirez, 2010: III, 2052), et révèle

aussi son succès auprès du public, quoique contesté43, et réédité à plusieurs reprises.

Aucune de ces éditions ne portera de références ni à l’Orient44, ni au nom de l’auteur:

ce silence classera Gueullette au rang des absents dans le panorama littéraire espagnol.

L’honneur d’être cité dans la traduction de Sequeiros revient à son contemporain " Monsieur

Galland ", dans l’Approbation de Benito Casal y Montenegro (Sequeiros 1742: s.n.p.). Cette

édition, peu soignée, n’en demeure pas moins précieuse par les paratextes qu’imposait la

législation et qui constituent en soi une introduction au recueil, et un espace de réflexion et de

(re)lectures du texte de Gueullette. Ces préliminaires textuels seront éliminés pour la plupart

dans le tirage de 1789, suite à la nouvelle prescription de 1763 autorisant la suspension des

paratextes (Álvarez Barrientos, 2005: 166). La réimpression se fera sans nom d’imprimerie ni

d’éditeur, toujours à Madrid. On ne garde que la dédicace et le prologue au lecteur.

Quelques années plus tard, le texte circule toujours, et en 1796, l’imprimerie de

Cruzado (Calle del Prado) à Madrid, , le réimprime à nouveau en deux tomes, mais le titre a été

modifié: Los Mil y un quartos de hora: Cuentos Tártaros, Traducidos del idioma francés al

español por el P. Fr. Miguel de Sequeiros. Y añadida con la Historia y aventuras de los siete

viages que hizo el famoso Sindad el Marino, por D. F. A. D.

La presse s’y intéresse et signale fort intelligemment:

Nueva impresión de los mil y un quartos de hora, cuentos Tártaros añadidos con la historia y aventuras de los siete viages que hizo el famoso Sindad el Marino: esta obrita que ha corrido tanto tiempo con tanto aplauso del público, aunque verdaderamente incompleta, á causa que el traductor no tuvo presente la última edición que se hizo, en su original francés, adicionada por el mismo autor, que siguiendo el mismo estilo de los cuentos se puede considerar como una perfección de la historia: se hallará en las Librerías de esta Corte. (Diario de Madrid, 1796: 403) Les deux dernières éditions de 1802 et de 1820 semblent être des réimpressions,

réalisées certes par des imprimeurs de renom de Madrid (Imprenta de la Administración del

Real Arbitrio de Beneficencia et la veuve de Plácido Barco López45). Les pages de titre restent

                                                                                                               43 Voici les propos d’un périodique de Madrid de l’année 1887: “[…] los Cuentos tártaros, libro

pésimamente traducido del francés, recibido entonces con general contentamiento . » Revista Contemporánea (Madrid). 7/1887 (67) : p. 246.

44 Tranchant en cela avec l’Avertissement de Gueullette concernant l’héritage oriental de ses contes (Ramirez, 2010: I, 227).

45 Los Mil y un quartos de hora: cuentos tártaros. Traducidos del idioma francés al español por el P. Fr. Miguel de Sequeiros. Y añadida con la Historia y aventuras de los siete viages que hizo el famoso Sindad [sic] el Marino/ por D. F. A. D. Madrid : Imprenta de la Administración del Real Arbitrio de

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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inchangées pour l’essentiel, et confirment l’idée d’un recueil composé par les Cuentos tártaros

de Sequeiros et le conte de Sindbad, traduit par D. F. A. D., dont l’identité demeure inconnu à

cette date.

Ce brochage hasardeux, pratique habituelle des imprimeurs de l’époque, révélatrice du

statut de fragmentation du conte, se réalise sans transition dans le texte entre le dénouement

heureux de l’histoire de Schems-Eddin et Zebd-el-Caton aux récits des périples de Sindbad. La

traduction des contes de Sequeiros se constitue arbitrairement en une passerelle de premier

ordre pour connaître l’une des premières traductions en espagnol de l’un des contes les plus

célèbres des Mille et une nuits de Galland46, et par là même, cela serait l’une des premières

traductions espagnoles de ces Nuits. La réception en Espagne des Nuits (Ramirez, 2009: 95-

117) ne saurait ignorer la particularité des affinités électives entre ce magistrat picard et notre

augustin galicien. Cette édition factice les associera au point qu’une certaine confusion

s’établira entre les deux titres47. En outre, D. F. A. D. reproduit le texte du recueil de Galland

et traduit les histoires des voyages de Sindbad, dont il a supprimé toutes les marques du conte-

cadre oriental, et Shéhérazade n’est pas l’exception.

4. Poétique de la fable et éloge du plaisir de la lecture

Conformément au topos préfaciel, dans son Approbation, le Docteur Casal y

Montenegro loue la traduction du R. P. M. Sequeiros, et nuance son jugement en précisant que

les qualités de l’auteur surpasse les vertus de l’interprète:

[…] En orden a la traducción, cotejé con toda puntualidad el original Francés, con la Versión Castellana, y la hallé ajustada a las reglas que prescribe la más discreta crítica. Como el R. P. M. Sequeros posee con perfección las tales lenguas, se ostenta más autor, que escribe en Castellano, que interprete de Lengua forastera: parece que traduce lo que piensa, i o que el autor francés pensó lo que el P. M. traduce, que es por lo que Seneca aclamó grande a su Procopio […]. (Sequeiros, 1742: Aprobación s.n.p.)

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   Beneficencia (1802). 2 vol.; Los Mil y un quartos de hora: cuentos tártaros. Traducidos del idioma francés al español por el P. Fr. Miguel de Sequeiros. Y añadida con la Historia y aventura de los siete viages que hizo el famoso Sindad [sic] el Marino, por D.F.A.D. Madrid: Viuda de Barco López (1820). 2 vol.

46 La première parution reconnue date de 1846: Sindbad el marino o sea Historia de los siete maravillosos viajes que hizo este célebre personage / escrita en árabe ; traducida al francés por M. Galland y puesta en castellano por ***. -- Barcelona : [s.n.], 1846 (imp. de Albert).

47 Un exemple de cette confusion est évoquée dans un péridodique de Cadix: "Fadhl-Ben-Reby, Visir del célebre Haroum-al-Raschid y sucesor del famoso Giafar, tan conocido en los cuentos tártaros de Las mil y una noches ". La Moda elegante (Cádiz) (1869, 6 de marzo): p. 70.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

  103

La traduction de Sequeiros est bien plus irrégulière de ce que n’avancent le Docteur

Casal y Montenegro, et les deux autres censeurs: version fautive sous bien des angles; victime

d’une littéralité hâtive allant jusqu’au néologisme (vedovine vs Bédouins; calendario vs

calender), capricieuse même (sofá o silla, silla vs sofa), et aux maintes infidélités (fieles vasallos

vs fidèles sujets; Ave Maria vs la prière du soir; arzobispo vs astrologue). À cela s’ajoutent des

mots en français non traduits et parsemant le texte; ce sont par ailleurs des expressions

fortement connotées dans le contexte des contes et de la matière orientale: à savoir,

"Mahomet", les "houris", les "fées", le "sofa". Le terme "houris" est annoté par Gueullette

(Ramirez, 2010: I, 13, 233) et Sequeiros traduit fidèlement toute l’annotation de l’original

(Sequeiros, 1742: I, 8). Pourtant, il garde les deux termes en français alors que les

équivalences existent en espagnol: les "huries" et les "hadas". Donc, Sequeiros énonce en

français la désignation de deux figures féminines de l’Orient et de l‘Occident, les unes peuplent

le paradis du Coran et les secondes sillonnent les mondes du merveilleux; tout en ayant en

partage d’inaliénables pouvoirs surnaturels et magiques. L’Augustin Sequeiros se jouerait-il de

ses lecteurs, ou des censeurs? Supercherie littéraire ou boutade du traducteur, Sequeiros taira

en espagnol le pouvoir magique de femmes merveilleuses.

Malgré ces entorses au texte, dont nous ne révélons ici qu’un échantillon, on ne saurait

conclure à l’incompétence du traducteur, mais peut-être pourrait-on évoquer la légèreté de

l’"intérprete de lengua forastera" selon Casal y Montenegro (Sequeiros, 1742: Aprobación:

s.n.p.), voire son inconséquence comme auteur. De tels écarts contrastent lourdement avec

l’efficacité de sa traduction concernant la farce en patois dans lequel s’expriment les comédiens

représentant des paysans dans la pièce du jeune calender (Ramirez, 2010: CVI, 575-580)48

(Aventuras del mozo calendario, Sequeiros, 1742: II, 189- 207).

Imperfections qui n’entravent nullement la lecture des récits tartares rendus en général

dans une prose acceptable et dans un style agile qui restitue la théâtralité orientale du sérail, de

la mosquée et du Prophète, du tyran et du prince des lumières, des odalisques et des amours

infâmes, des castrations et des eunuques noires, des violences obscures et des escarboucles

étincelantes que narrent Ben-Eridoun au prince Schems-Eddin, aveuglé par la cruauté des

Vizirs, que seule l’épouse fidèle Zebd-el-Caton saura remédier49. Certes, Sequeiros réussit à

voiler la représentation de l’Orient de l’infamie et le soupçon du merveilleux en instaurant,                                                                                                                

48 Correspondant dans l’édition de 1715 aux Aventures du Jeune calender, LXVI. 49 L’étude complète des contes, les notices et les résumés sont amplement développés dans notre édition.

(Ramirez, 2010: I, 187-225, 636-775 ; III, 2179-2338).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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apparemment, la seule lecture édifiante au service du propos moral du prince, du temps

souverain du pouvoir, et à la faveur du plaisir de lire. Son prologue le confirme (Sequeiros,

1742). Gueullette y aurait trouvé son compte, mais seule en partie, car, ne l’oublions pas,

l’écriture de Gueullette relève d’une complexe pratique de la réécritures et de l’analecta: son

goût de l’archive, son inclination pour la scène, son art de la composition et sa perfection de

l’harmonie des fragments textuels font de ses récits tartares un monument de sources variées et

une mosaïque polymorphe aux multiples enchâssements narratifs, parfaitement assemblés. De

sorte que la "surenchère référentielle et fictionnelle" (Ramirez, 2010: I, 193) de ses contes

mobilisent à tout lecteur, lector in fabula, bien au-delà de la fable du récit-cadre. À cela, la

morale de Sequeiros oppose une injonction bien sévère et quelque peu naïve: ses contes ne

s’adressent qu’aux bons lecteurs, rejetant les lecteurs malveillants incapables d’inférer les

vertus et les bontés de ce livre:

En fin, tú sabrás aprovecharte de la moralidad que se infiere de estos Cuentos Tártaros, por ser mi fin exponerlos, para que de ellos se saque el jugo del escarmiento, del temor y de saber seguir lo bueno, y huir de lo malo; y pues tú, y yo echamos ya a fuera lo malo de los lectores malévolos, aprovechémonos de la moral de este libro. (Sequeiros, 1742: Prólogo s.n.p.)

Outre les conventions classiques des paratextes tels le panégyrique du censeur envers

l’auteur, ou l’apologie du texte en question, et l’emphase morale du prologue, les censures de

P. Fr. Josef Cerdán, D. Vicente Ventura de la Fuente y Valdés, et l’approbation du Docteur

Benito Casal y Montenegro développent une double réflexion sur la multiplicité des langues et

sur la poétique de la fable. D’une part, cela relève de la tradition augustinienne de la nouvelle

alliance des langues “qui nécessitait de prophéties, et donc du secours des langues, de la

multiplicité des signes” (Poujoulat, 1866: II, 48) visant l’entendement moderne et l’efficacité

langagière pour éclairer les ténèbres, comprendre les signes et révéler les énigmes creusées par

les multiples langues. Diversité des langues qui rend l’homme en quelque façon étranger à

l’homme (Saint Augustin, 1855: III, 26)50.

D’autre part, du point de vue de la réflexion sur la fable, les Cuentos tártaros seraient

des récits visant à prévenir l’oisiveté, le péché et le vice. Cette fonction didactique et édifiante

de la littérature, par ailleurs tout à fait prévisible pour l’époque, sera renforcée par la censure

de Vicente Ventura de la Fuente y Valdés qui replace la réflexion dans le sillage de la tradition

                                                                                                               50 “De la diversité des langues qui rompt la société des hommes, et de la misère des guerres, mêmes les

plus justes”. Chap. VII. Cité de Dieux, t. III livre XIX, chap. VIII (Saint Augustin, 1855: 25-27).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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classique de la fable ésopique, au point que les vertus des Cuentos tártaros provoquent un

"nobilisimo embeleso de los días" (Sequeiros 1742: Censura, s.n.p.) prouvant le génie du

conteur qui se doit de divertir et l’expertise du fabuliste capable d’enseigner sans sombrer dans

l’erreur du faux. Il signale que les "fabulas y semejantes invenciones, [son] notables

fundamentos de discretas máximas, empresas y de infinitas moralidades" (Sequeiros 1742:

Censura, s.n.p.). Vicente Ventura de la Fuente s’appuie à nouveau sur Saint Augustin se

rapportant à Horace et à Ésope pour distinguer "le récit imaginaire" du "mensonge",

légitimant l’omniprésence des fables dans les livres saints en qualité de "pure fiction" qui

instruisent une "narration supposée" de ce que l’on a vu, "exempte de mensonge" (Saint

Augustin, 1868: XIII, 233)51.

Cette même argumentation de la défense de la fable morale, et de la traduction de récits

fabuleux et moraux, est reprise et approfondie par Benito Casal y Montenegro qui, dans son

Approbation (datée du 5 avril 1742), en légitime l’association en s’appuyant sur la longue

tradition des Anciens qu’il énumère avec plus d’érudition et de confusion que d‘arguments: les

Aristote, Horace, Rapin, et Quadrio sont suivis des poètes de l’Antiquité (Hésiode, Quintilien,

Ésope, Homère); des philosophes (Platon, Macrobe ou Cicéron); des orateurs (Menenius,

Thémistocle, Démosthène). La fable ne constitue nullement un simple artifice au service de

l’illusion et du mensonge, mais une figuration de la vérité, émulant "les voiles figuratifs sous

lesquels on enveloppe celles–ci [vérités proposées à l’intelligence], pour exercer l’âme pieuse

et ne pas diminuer leur prix en les exposant à ses yeux immédiatement et sans nuage" (Saint

Augustin, 1868: X, 230)52. Ce détournement des choses par le surnaturel ou les fictions, n’est

point un appel à la conscience claire des vérités telles que le croyaient Montaigne et

Malebranche, mais une défense de la métaphore, de l’allégorie et de la capacité d’analogie, et

ce, sans déroger aux principes de l’utile et de l’agréable, unissant l’agrément esthétique et la

justesse morale. Car l’art ne saurait profaner l’âme53.

L’appareil préfaciel, des censures à l’approbation et au prologue, s’avise de justifier la

fable traduite et de préserver les contes fabuleux du destin du soupçon qui pèse sur sa nature.

Soupçon qui introduit le doute et l’interrogation, la vérité et ses corollaires (la certitude, la                                                                                                                

51 ”Examen des passages de l’Évangile qui semblent autoriser le mensonge”. Chap. XIII. Contre le mensonge. À Consentius. (Saint Augustin, 1868: 233).

52 “Autre chose est de cacher la vérité, autre chose est de mentir. Abraham et Isaac justifiés. L’action de Jacob n’était pas un mensonge. La métaphore. L’antiphrase. Pourquoi il y a des tropes dans la Sainte écriture?”. Chap. X. Contre le mensonge. À Consentius. (Saint Augustin, 1868: 229-231).

53 Ces idées sont largement développées dans l’appareil préfaciel du Canocchiale de Tesauro. (Sequeiros, 1741).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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raison, l’erreur, l’imagination). (Ramirez, 2002: 224). Le conte moral est plaidé vraisemblable

par les censeurs qui défendent de la sorte la traduction d’un texte de Gueullette. Dans ce sens,

aucune originalité ne distingue les propos du R. P. Josef Cerdan, conformes à l’usage, et

concluant que la finalité ultime du livre réside dans un seul fait: "dirigir las almas al ultimo fin"

(Sequeiros, 1742).

Pourtant, l’on ne saurait s’en tenir uniquement aux propos moraux de cette préface, car

le conte de Gueullette d’emblée déroge à la norme: il mêle les genres, il mélange les langues et

les langages, les traditions et les images, et replace inexorablement l’homme dans l’Histoire.

Aussi à l’instar de ses contemporains (Crébillon, Duclos, Hamilton, La Fontaine, Montfaucon

de Villars, Montesquieu, Voltaire. etc.) qui écrivirent des contes et conçurent aussi des récits

merveilleux, il réussit à convertir la candeur des féeries plaisantes et le spectacle des

bienséances moralisatrices aux avantages des Lumières, imposant la critique et la lucidité,

évoquant la recherche du savoir pour le bonheur des uns et des autres, dans des récits

convertissant les monarques en de simples pantins que le destin rend aveugle et que l’action

des hommes et des femmes peuvent corriger et transformer, telle Zebd-El-Caton, ou Gulguli

Chemamé dans le conte du Centaure bleu54…

5. Coda. Sous le signe d’Ézéchiel

Mais, abstraction faite des paratextes qui disparaissent à partir de l’édition de 1796, les

Mil y un cuartos de hora. Cuentos tártaros se doivent d’être entendus aussi tels que Gueullette

"passeur de récits universels" (Ramirez, 2010: I, 195) les conçut, à savoir comme un réservoir

incessant de lectures, un thésaurus de fragments agencés par la raison et remaniés par le goût

de l’invention, poursuivant incessamment la jouissance des fictions au péril même de s’en

griser, pour éprouver le monde symbolique des contes au miroir de l’Histoire, dans la vérité et

dans ses énigmes, dans ses figures de fiction et les troubles de la raison confrontée à

l’imposture, et aux supercheries d’un Siècle traversé d’inquiétude (Deprun, 1979).

Or, inopinément, ou par convention, le R. P. Fr Josef Cerdán convoque à la fin de sa

censure la figure d’Ézéchiel55, le dévoreur de livre, pour louer les douceurs miellées des Mil y

un quartos de hora. Figure qui interpelle aussi Gueullette, lui aussi prodigieux hellus

                                                                                                               54 Ce conte correspond aux quarts d’heure XLIV-XLVI (Gueullette, 1715: II) et (Sequeiros, 1742: II). 55 Personnage que Vicente Ventura de la Fuente y Valdés avait évoqué dans son Approbation de la

traduction du Canocchiale, concernant les vertus du Traducteur "imitando la doctrina de Ezequiel en buscar en la prudencia, y en la sabiduría, la fortaleza […]" (Sequeiros, 1741: I).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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librorum56, qui n’aura jamais renoncé à la volupté des fictions et à l’émerveillement des

représentations.

 

                                                                                                               56 "Livre": "Cicéron appelle M. Caton hellus librorum, un dévoreur de livres." L’Encyclopédie

(Ramirez, 2010: I, 191).

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Reseñas

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Reseña de: De las luces al real ismo. Ensayos cr í t icos (Siglos XVIII,

XIX y XX) de Alberto González Troyano Sevilla: Secretariado de Publicaciones – Universidad de Sevilla. 2012. 480 pp.

ISBN: 978-84-472-1229-3. 30€. Por

Miriam Borham Puyal (Universidad de Salamanca) [email protected]

En su larga carrera, Alberto González Troyano ha explorado muchos de los temas más

atractivos de la literatura, cultura y sociedad dieciochesca y decimonónica. En este libro busca

retomar y compilar antiguos artículos y ensayos con el objetivo de trazar un camino que lleve a

su lector o lectora desde la Ilustración al Realismo. Lo que, a priori, podría haber resultado en

una mera colección de deshilvanados escritos académicos –como suele suceder con este tipo de

publicaciones− se salva parcialmente de esta crítica, en primer lugar, por la consciencia del

propio autor sobre la problemática de dotar a semejante proyecto de la coherencia necesaria

para que no sea una “simple miscelánea de textos”: el autor admite su propio “escepticismo”

de haber logrado tal meta (2012: 10). Si bien es cierto que no lo consigue del todo, uno asume

que la culpa es solo de la naturaleza misma de la obra como compendio de una trayectoria

académica rica y extensa. Esta objeción, junto con algunos errores tipográficos que salpican la

obra, son, de hecho, las únicas acusaciones que pueden dirigirse contra el autor. En segundo

lugar, a diferencia de otras obras misceláneas, en este caso concreto se ve que sí ha existido un

cuidadoso proceso de selección y organización. González, en su capítulo inicial, titulado

“Justificación”, nos desvela su criterio: la cronología, la búsqueda de temas comunes, la

exploración de “aspectos antes poco frecuentados” y la preferencia por “asuntos en apariencia

no centrales en el campo académico de la literatura” (2012: 11), el tema andaluz, y la guía que

proporcionan los críticos franceses, todos hilos conductores fácilmente visibles a lo largo de la

obra. Finalmente, este volumen adquiere valor por la honestidad del autor, quien ya advierte de

las –a veces insistentes− repeticiones formales y temáticas que el lector va a encontrar, y quien

reconoce que esta es una obra inacabada y abierta, que busca picar la curiosidad de los jóvenes

para que “se sientan llamados a recoger los muchos cabos sueltos y darles continuidad” (2012:

11).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Sin embargo, a pesar de la autocrítica que González dirige contra su obra por estos dos

últimos puntos, el mayor logro de la misma reside precisamente en esos dos elementos: el

regreso a temas ya tratados y su capacidad para picar la curiosidad del lector, y que este busque

ir más allá en su exploración de algunos de los muchos temas que el libro contiene. En especial,

cabe destacar dos temas recurrentes: la construcción de la identidad y los espacios liminales.

Capítulo tras capítulo, González explora la figura del majo, del petimetre, o del señorito en el

teatro; de las mujeres y hombres en la literatura romántica; de los patriotas o liberales de la

época esencial en la que el concepto de nación se estaba forjando. Se centra sobre todo en la

contextualización de estas figuras, en su aparición y justificación en un determinado tiempo y

lugar, pero también en el más interesante tema de lo artificial de la creación de un arquetipo.

Desde la apariencia y el vestuario, hasta los manierismos lingüísticos y gestuales, González

ilumina cómo en esta época ven la luz determinantes, y todavía reconocibles, tipos de la escena

española.

También explora, en lo que podría considerarse una de sus contribuciones más

relevantes, la transformación en la representación literaria de los géneros: en concreto, la

representación de las mujeres en el teatro, el verso o la prosa de la Ilustración y el

Romanticismo, y cómo las permutaciones en la literatura reflejan la cambiante concepción

social de la mujer, así como su mayor o menor visibilidad, movilidad y participación en la

España dieciochesca y decimonónica. Así, por ejemplo, es interesante comprobar cómo:

…muchas de las majas protagonistas de las tonadillas van a exhibir unos rasgos de mujer laboralmente activa, alardeando de sus dotes de seducción, con opinión propia y con una capacidad para luchar por sus cosas, que no se corresponde con la conducta pasiva femenina generalmente desplegada en las escenas del teatro dieciochesco. (2012: 71)

O cómo la mujer en España se enfrenta a los mismos retos que sus coetáneas europeas,

por ejemplo. Al igual que críticos tan importantes como Barker-Benfield o Markman Ellis han

señalado ya con respecto a la sociedad británica del dieciocho, González expone cómo se

produce una feminización de la sociedad (2012: 78), un aumento de la presencia de la mujer en

tertulias, en el teatro, en la literatura, lo que preocupa a los sectores más conservadores de la

sociedad y llevará a la crítica de la presencia de la mujer en ciertos espacios semipúblicos o

públicos. Igualmente que para las británicas o las francesas, para las españolas el cortejo

supondrá un breve momento de permisibilidad moral, de libertad personal, que como tal se

verá reflejado en obras literarias varias (capítulo 6). Del mismo modo que la llamada Age of

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Sensibility y el Romanticismo en Inglaterra transformarán a la guerrera mujer de finales del

siglo XVII en la lánguida heroína de la novela sentimental, y las circunstancias cómicas de la

primera en la tragedia y muerte de la segunda, la “marcialidad” femenina del XVIII dará paso a

la tragedia de las heroínas románticas (2012: 121-22), constriñendo una vez más la libertad

femenina, con mujeres inmóviles, enfermas o muertas, de nuevo en un espacio absolutamente

privado.

La exploración de los espacios públicos, semipúblicos y privados también es de

esencial importancia en el libro de González –y en el campo del XVIII, como han demostrado

numerosos estudios que toman estos mismos conceptos desarrollados por Habermas como

punto de partida–. Así, por ejemplo, una de las contribuciones más originales del libro es la

presentación del patio de vecindad andaluz como un “ambiguo lugar de entrecruzamiento

constante, dominio de todos y de nadie”, como un espacio liminal, un terreno fronterizo donde

discurre “una vida comunitaria doméstica, en parte privada y en parte pública” y que, por esta

misma ambivalencia, se convierte en “un espacio de confrontación de distintos hábitos,

costumbres y actitudes” (2012: 59). Este patio se convierte en escenario privilegiado de los

autores de sainetes, y sus habitantes en caldo de cultivo para el material satírico de los mismos.

Otros espacios liminales o semipúblicos serán las tertulias siguiendo, al igual que los ingleses,

el modelo ilustrado francés (2012: 274). Estos espacios también fronterizos serán de nuevo

objeto de estudio para comprender mejor los cambios sociales de la época: las tertulias también

acarrearán su crítica por la creciente participación femenina y el intercambio entre los sexos

que en ellas acontecía (2012: 81). Más castizamente, las tabernas sevillanas también serán un

centro de estudio para comprender a la población española, y se convertirán en objeto de

atención tanto de viajeros románticos de escritores costumbristas nativos (2012: 274).

González no solo presta atención a espacios fronterizos, sino también a gente de

frontera. Un elemento importante es la atención que González presta a los viajeros, esas figuras

llenas de una ambigüedad que el autor analiza de manera casi lírica (2012: 193-5), figuras que

son parte del paisaje que recorren pero también ajenos a él, y que en años recientes han

comenzado a recibir mucha más atención en forma de congresos o publicaciones especializadas

(piénsese en los recientes proyectos que la SELGYC ha desarrollado bajo el título Xenografías,

incluyendo dos congresos y volúmenes de contribuciones). El autor también se detiene en esa

gente de frontera que son algunos personajes literarios esenciales, como la Celestina o Don

Quijote, difícilmente clasificables y por ello más atractivos (2012: 197). En este contexto, el

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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estudio de la figura del gitano en la literatura de estos siglos y la tensión entre la lectura positiva

y negativa que existió del mismo desde la Ilustración hasta el Romanticismo es especialmente

relevante, por ser un tema quizá todavía poco conocido y que podría dar lugar a interesantes

monográficos en el futuro.

En conclusión, aunque irregular en ocasiones, esta colección de ensayos es una muy

recomendable lectura para estudiantes y jóvenes académicos que busquen un primer

acercamiento a estos siglos y a algunos de los topoi que los permean. Se agradece

especialmente a González su tono a la vez ameno y didáctico, que hace que el recorrido por

doscientos años, hasta los albores del siglo XX, sea más placentero. Es también de agradecer

que, por una parte, nos brinde esa atractiva sensación de continuidad a través del tiempo y del

espacio, esa perspectiva global que a veces perdemos mientras exploramos nuestra pequeña

parcela histórica o literaria, pero que, al mismo tiempo, nos acerque a una realidad muy

concreta –la Andalucía de la época−, y que rescate del olvido elementos que demasiadas veces,

en el afán académico por canonizar absolutamente todo, se han ignorado por marginales y que

hoy en día, por fortuna, ocupan ya el lugar que les corresponde por derecho propio en los

estudios literarios del XVIII y XIX. En definitiva, es un libro que hace justicia a la carrera

académica de su autor y que abre suficientes puertas como para que cualquier lector pueda

encontrar una que esté dispuesto a cruzar.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

 

Miscelánea

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Compendio bibliográfico de estudios interdisciplinares sobre los siglos XVIII y XIX. 2007-2012

Daniel Escandell Montiel (Universidad de Salamanca)

[email protected]

La Gaceta de Estudios del Siglo XVIII ofrece en las siguientes páginas una recopilación

de las referencias bibliográficas relevantes para los estudios de los siglos XVIII y XIX que se

han publicado en España en los últimos cinco años. Se cubre, por tanto, el periodo de 2007 a

2012.

Con este marco de temporal pretendemos cubrir las novedades bibliográficas recientes

sin restringirnos a tan solo el último año (2012) en este primer número de la revista y continuar

con la labor de catalogación de monografías y nuevas ediciones relevantes para este campo que

el Grupo de Estudios del Siglo XVIII ha aportado tradicionalmente a los especialistas en el

campo, tanto a través de la antigua Gacetilla Literatura del Grupo de Estudios del Siglo XVIII

como con su colaboración con la Asociación Internacional de Hispanistas.

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VV.AA. Tiempos de hierro: obras públicas y fotografía en el siglo XIX. Alcobendas: T.F. Editores, 2009. 224 pp.

Zaro Vera, Juan Jesús. La traducción como actividad editorial en la Andalucía del siglo XIX. Sevilla: Ediciones Alfar, 2011. 288 pp.

Zavala, José María. La infanta republicana: Eulalia de Borbón, la oveja negra de la dinastía. Barcelona: Plaza & Janés, 2008. 352 pp.

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Sobre los autores

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Sobre los autores Borham Puyal, Miriam. Doctora en Filología Inglesa por la Universidad de Salamanca,

trabaja como Coordinadora de Evaluación en el Servicio Central de Idiomas de la USAL. Su

actividad investigadora se centra en el estudio de mujeres quijote en la literatura británica y

americana del largo siglo XVIII. Ha publicado en la Gran Enciclopedia Cervantina y ha

colaborado con la British Society for Eighteenth-Century Studies. Es miembro del Grupo de

Estudios del Siglo XVIII de la USAL.

Escandell Montiel, Daniel. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de

Salamanca, trabaja en el ELElab del Campus de Excelencia Internacional de esa institución. En

2011 funda la revista de Humanidades Digitales Caracteres, Estudios críticos y culturales de la

esfera digital. Es miembro del SDLM (Seminario de Discurso, Legitimación y Memoria) y del

Grupo de Estudios del Siglo XVIII de la USAL.

Moro Martín, Alfredo. Licenciado en Filología Inglesa y en Filología Alemana por la

Universidad de Salamanca. Su actividad investigadora se centra en la recepción del Quijote en la

novela inglesa y alemana de la segunda mitad del siglo XVIII y de principios del XIX, con

especial énfasis en autores como Henry Fielding, C.M. Wieland, Sir Walter Scott y Mary

Shelley. En la actualidad ejerce como docente en el ESNE, centro universitario adscrito a la

Universidad Camilo José Cela.

Ramírez Gómez, Carmen. Profesora titular de Filología Francesa en la Universidad de

Sevilla es autora, entre otros estudios de literatura francesa del siglo XVIII, de las ediciones

críticas de Les Mille et un Quarts d’Heure. Les Contes Tartares de Gueullette (Éditions Honoré

Champion, 2010) y Le Sylphe, ou songe de Madame *** de Claude Crébillon (Classiques

Garnier, 2010). Asimismo ha coeditado el monográfico Les Mille et une nuits et le récit

oriental. En Espagne et en Occident (L’Harmattan, 2009).

Gaceta de Estudios del Siglo XVIII. Volumen 1. Primavera 2013.

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Rodríguez de la Flor, Fernando. Catedrático de Literatura Española en la Universidad

de Salamanca y vocal del patronato del Museo Nacional de Escultura. Ha dedicado parte de sus

estudios a las representaciones del Antiguo Régimen y su discurso icónico, lo que ha resultado

en libros como Imago. El orden visual y figurativo del Barroco (2009), Giro visual.

Decadencias de la lecto-escritura y primacía de la imagen (2009) y Era melancólica. Figuras

del imaginario barroco (2007), entre otros.

Santos Carretero, Carlos. Licenciado en Filología Hebrea y Árabe por la Universidad de

Salamanca, está realizando su estudios de posgrado dentro del programa de doctorado de la

misma universidad en torno a la literatura apócrifa hebrea. Trabaja como traductor de árabe,

hebreo, inglés y español y como redactor en publicaciones electrónicas de ocio y tecnología,

como Tallon4 y Ociomedia.