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El viaje como autobiografíaAuthor(s): Margo GlantzSource: Hispamérica, Año 37, No. 109 (Apr., 2008), pp. 69-84Published by: Saul SosnowskiStable URL: http://www.jstor.org/stable/20540836 .
Accessed: 30/05/2013 22:27
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Testimonio
El viaje como autobiograf?a I
I MARGO GLANTZ
1.- "La autobiograf?a, dice Jean Starobinski (me apoyo en ?l), no
es ciertamente un g?nero predeterminado, supone sin embargo ciertas
condiciones ideol?gicas (o culturales): la importancia de la experiencia
personal y la oportunidad de ofrecer su relaci?n sincera a los dem?s. Esta
presuposici?n establece la legitimidad del yo y autoriza al sujeto del discurso
a tomar como tema su existencia pasada. Adem?s, el yo est? confirmado en
su funci?n de sujeto permanente por la presencia de su correlato, el t?, que le
confiere al discurso su motivaci?n".
M?xico. Escritora, profesora em?rita de Facultad de Filosof?a y Letras de la Universidad
Nacional Aut?noma de M?xico, periodista. Entre sus obras de creaci?n est?n Las mil y
una calor?as (1979), No pronunciar?s (1982), De la amorosa inclinaci?n a enredarse
en cabellos (1984), Apariciones (1996 y 2002, traducida al portugu?s), Zona de derrumbe (2001), Animal de dos semblantes, Historia de una mujer que camin? por
la vida con zapatos de dise?ador, Sa?a. El rastro (2002, finalista del XX Premio
Herralde de novela). Entre sus libros de cr?tica destacan: Viajes en M?xico, Cr?nicas
extranjeras, (1963), Onday escritura, j?venes de 20 a 33 (1971), Unfollet?n realizado,
El conde de Raousset-Boulbon, (1971), Repeticiones (Ensayos sobre literatura
mexicana) (1979), Intervenci?n y pretexto (1981), El d?a de tu boda (1982), La lengua en la mano (1984), Sor Juana, saberes y placeres; Erosiones (1985), Esguince de
cintura (1995). Obras reunidas, literatura colonial, tomo T, La polca de los osos.
Dentro del ?mbito de la literatura colonial ha publicado Borrones y borradores,
ensayos de Literatura Colonial (1992); Notas y documentos sobre Alvar N??ez
Cabeza de Vaca (1992); La Malinche, sus padres y sus hijos, coord. (1994 y reeditado
en 2001), Sor Juana In?s de la Cruz (2003); Hagiograf?a o autobiograf?a? (1995). Colaboradora en varios peri?dicos y revistas, entre otros, Unom?suno, La Jornada,
Letras libres, Fractal, Revista Equis. Ha recibido numerosas distinciones, entre ellas,
miembro de n?mero de la Academia Mexicana de la Lengua (1996), investigadora nacional Nivel III, miembro del Welford Thompson Scholar (Cambridge), Council of
the Humanities Fellow (Princeton); las Becas Rockefeller y Guggenheim; los Premios Universidad Nacional, "Magda Donato" por Las genealog?as y "Xavier Villaurrutia"
por S?ndrome de naufragios; Premio Universidad Nacional (1991), Profesora em?rita
(1996), Investigadora Nacional em?rita (2000), Premio Nacional en Ciencias y Artes
(2004). En prensa: Obras reunidas, tomo II, narrativa. Este texto corresponde a un
libro en progreso.
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70 EL VIAJE COMO AUTOBIOGRAF?A
2.- El tiempo est?tico
No s?, nadie lo sabe, y menos que nadie, yo misma: ?por qu? estos viajes circulares que me hacen regresar a?o tras a?o a las mismas ciudades, Ma
drid, Berl?n, Par?s? Advierto los cambios, y para m? sin embargo el tiempo no ha transcurrido. Una vez en 1989, estando en Par?s, la ciudad se regocija: el muro de Berl?n se ha derrumbado; Lib?ration, entonces todav?a un gran
peri?dico, no ha podido dar la noticia, una huelga ?no recuerdo debido a
qu?? se lo ha impedido. Me alberga la amiga de una amiga, amablemente; salimos a celebrar en uno de esos bistrocitos de Menilmontant, todav?a un
barrio donde se sigue viviendo como en un barrio normal con parisinos, como antes en el Barrio Latino o en el Marais, ahora car?simos, con bouti
ques de dise?adores y unas pocas librer?as; por Saint Germain siguen en pie la iglesia con su torre medieval, los tradicionales bistrots Les deux Magots,
Le Flore o, enfrente, la Brasserie Lipp, frecuentados en la d?cada de los
cincuenta por Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Juliette Greco, enfun
dada ?sta en ropas totalmente negras; hoy, en esencia, una continuaci?n de
los escaparates de Armani o de Hugo Boss. Afortunadamente, en medio e
intacta, la librer?a La Hune, ha triunfado contra los especuladores que de
seaban instalar nuevas boutiques. En 1990 regreso a Berl?n, quedan algunos tramos del muro; en dos ocasio
nes lo hab?a atravesado salvando obst?culos; de s?bito, el metro se cortaba en
este recorrido reestablecido en su trazado natural. Los edificios ostentaban y ostentan el impacto de la metralla, edificios inh?spitos y l?bregos, ahora en
su nuevo esplendor neoliberal.
Antes de iniciarse el Congreso me viene un s?bito deseo de visitar Dresden
situada en lo que fuera la Alemania Oriental, bombardeada por los ingleses al final de la segunda guerra, hecho recordado magistralmente por el cineasta
polaco Wajda en Esta noche muere una ciudad. Cuando llegu?, la plaza cen
tral ostentaba a?n sus ruinas, la m?s notoria, la Catedral de Nuestra Se?ora; la
pinacoteca, famos?sima, empezaba a reorganizarse: camino entre escombros
y pienso que ser?a mejor entrar a ver las pinturas. De ese viaje recuerdo ape nas a los siempre celebrados angelitos de Rafael, apoyados en una pared casi
invisible en la parte inferior del gran lienzo, con sus caritas meditabundas;
encima, y suspendida entre las nubes, la Virgen aparece en majestad. He vuelto a Dresden hace unos d?as en este inicio de primavera de 2007:
la ciudad ha sido milagrosamente reconstruida; me entero al leer la gu?a de
que hab?a sido destruida a finales del siglo XIX y reconstruida de nuevo an
tes de la guerra. La volvieron a levantar, est? intacta, pero todo es hechizo,
blanco, perfecto; en la Pinacoteca los enormes cuadros del Canaletto quien, como yo, deambulaba de ciudad en ciudad en el siglo XVIII, les ha permitido a los arquitectos restaurarla con precisi?n laboriosa. Esta vez visito varias
veces el museo, una retrospectiva de los Cranach, padre e hijo, es fascinante:
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MARGO GLANTZ 71
arist?cratas gloriosos, buenos o malos, heroicos, buenos administradores y
buenos guerreros; aparecen retratados con sus trajes de ceremonia y algunas
de sus mujeres vestidas de terciopelo p?rpura con minuciosos plisados, pesa das cadenas de oro macizo y collares de piedras preciosas, a sus pies un perro faldero, mechudo, blanco. Los condes o duques o marqueses llevan vesti
mentas elaboradas con incisiones que dejan entrever otra tela de color claro
?me hacen recordar los cuadros de Lucio Fontana?; adem?s de empu?ar una espada y de exhibir de manera espectacular ?y muy protegida? su
virilidad, se dejan retratar acompa?ados por su perro preferido, un enorme
mast?n o un rotweiler.
No puedo menos que suspirar: al llegar a Berl?n el Io de abril me entero
que mi perra Lola, blanquinegra y callejera, no puede caminar ni comer. El
veterinario me dice por tel?fono que ser?a mejor sacrificarla. Su desaparici?n durante mi ausencia me entristece. Cuando visito por en?sima vez la vieja
pinacoteca de la ciudad en ese maravilloso espacio dedicado a la cultura y vuelvo a admirar los cuadros del renacimiento alem?n, lo ?nico que me in
teresa es detectar a los m?ltiples perros que aparecen pintados de manera in
discriminada, ya se trate de un nacimiento, una pasi?n o una resurrecci?n de
Cristo o del retrato solemne de alg?n caballero teut?n. En la noche escucho
en la Filarm?nica dirigida por Pierre Boulez la Segunda Sinfon?a de Mahler, la oigo como si el compositor denigrado por los nazis la hubiese escrito como
un R?quiem para despedir a mi Lolita. El d?a anterior, Daniel Baremboim ha
dirigido su Primera Sinfon?a, El tit?n, ha cantado Thomas Quasthoff, quien debido a la talidomida carece de piernas y brazos y es solamente una voz.
3.- Una alfombra m?gica
Despu?s de haber permanecido casi dos siglos en el olvido, cualquier obra
del escritor polaco Jan Potocki es hoy recibida con gran veneraci?n; su gran
popularidad proviene del redescubrimiento de su obra magna El manuscrito
encontrado en Zaragoza. Publicada en una versi?n fragmentada por Roger Caillois en la d?cada de los 50 y reeditada en una mucho m?s extensa versi?n
(quiz? completa), a finales del siglo XX, ocupa con toda legitimidad uno de
los sitios literarios fundamentales de la literatura de finales de la Ilustraci?n y
principios del Romanticismo.
Potocki hizo un recorrido por "el Imperio marroqu?" en 1791 y escribi?
un diario de viaje en franc?s, lengua que le sirvi? tambi?n para redactar su
extraordinaria novela, la ?nica que pudiera compararse con Las mil y una
noches. El arist?crata polaco fue un gran viajero, recorri? varias regiones del mundo europeo pero tambi?n los pa?ses donde se practicaba la religi?n
musulmana. Marruecos le interes? por varias razones, sobre todo, porque
era un viajero impenitente, ten?a compromisos oficiales y recopilaba material
para su Manuscrito, proyecto obsesivo que una vez terminado no le dej? m?s
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72 EL VIAJE COMO AUTOBIOGRAF?A
alternativa que el suicidio, operaci?n planeada con tanto cuidado como el
libro mismo.
El viaje a Marruecos, confiesa, entra?a para ?l la posibilidad de encontrar
"un cambio de paisaje, de cielo y de naturaleza, el proyecto de escuchar el
silencio de los desiertos, el borde agitado del mar y consignar un pensamiento en medio de esos monumentos de antiguos ensue?os...". Tambi?n, el de
observar otros pa?ses y costumbres con ojos inteligentes y desprejuiciados. ?ste es el libro que leo en el avi?n, en este nuevo viaje en que pasar?
los pr?ximos meses, febrero a mayo de 2004, ense?ando en Barcelona, una
C?tedra sobre Sor Juana In?s de la Cruz, la gran poetisa novohispana, mi
caballito de batalla, de quien he vivido como cualquier gigol? vive de sus
asociadas, si es posible utilizar este eufemismo. Sor Juana, aunque parezca
mentira, poco trabajada y conocida en Espa?a, Sor Juana que all? fue una de
las escritoras m?s le?das en los siglos XVII y XVIII: en 35 a?os se hicieron 20
ediciones de sus obras y muy probablemente algunas de contrabando.
En el avi?n viajo entonces acompa?ada de Potocki; paso las largas horas de
vuelo recorriendo los desiertos, los oasis, conociendo a los altos funcionarios
del Imperio, antes de que entraran all? los franceses, estornudo cuando el
polvo de los caminos llega demasiado cerca de mi nariz, observo los bellos
collares que usan las mujeres, el atuendo de los jeques y la magnificencia de los poderosos. Jan Nepomuk Potocki espont?neo y cuidadoso, erudito y
ligero, suntuoso y bonach?n, observador y generoso viajero, desplaz?ndose por esos parajes a lomo de camello, no s?lo cargado de enormes valijas para garantizar su comodidad, sino repleto de conocimientos sobre el pa?s que visita, siempre acompa?ado de un int?rprete jud?o, mal visto por los
musulmanes, pero que recuerda de alg?n modo la antigua convivencia, la que
alguna vez en Espa?a permiti? la coexistencia de tres culturas muy distintas, dato que el escritor polaco a?ora y recrea en su novela: la cual carecer?a de la
intensidad o el misterio que cobran sentido cuando el relato participa de esa
extra?a amalgama: tres culturas y religiones, la cristiana, la jud?a y la ?rabe, conviviendo en casi perfecta armon?a.
En el avi?n entrevero a Potocki con las noticias; al abordarlo nos ofrecen
prensa de varios pa?ses, reviso el Financial Times, me detengo en un reportaje literario, rese?a cuatro nuevos nombres de escritores italianos, surgidos hace
tiempo pero visibles sobre todo en un momento en que Berlusconi reanudaba sus pr?cticas fascistas, pr?cticas denunciadas siempre y en el diario que leo
por el vicepresidente del Consejo Nacional de la Magistratura, Cario Fucci,
promoviendo la huelga de jueces y m?dicos contra el gobernante-empresario; reviso luego en Le Monde la rese?a sobre la pel?cula de Marco Belocchio; recrea el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas; una pel?cula anterior de Renzo Martinelli denuncia las anomal?as de la investigaci?n, las
mentiras del gobierno y las de los brigadistas: "... quieren hacernos tragar la
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MARGO GLANTZ 73
versi?n oficial, dice indignado, hacernos creer que las brigadas rojas actuaron
solas, y el estado hizo lo que ten?a qu? hacer, es decir, calmarnos, pedirnos
que regresemos a nuestras casas y que no tratemos de ver nada raro. Pero
nosotros, los cineastas, tenemos el deber de denunciar las mentiras y lo que es pol?ticamente correcto para la clase dirigente".
No s? por qu? me recuerda a Acteal en Chiapas, 1996. Por su parte, Bellocchio afirma: "El asunto Moro es la tragedia suprema de nuestro
acontecer italiano, nos ha dejado una herida en el esp?ritu. El remordimiento
permanece, nunca nos abandona".
Italia, como el sol en tiempos de Galileo, sigue movi?ndose, a pesar de que Berlusconi ??y Prodi? ?
preferir?a que se mantuviese est?tica.
Prodi ha vuelto a caer, Berlusconi est? al acecho, hoy, 24 de enero de
2008.
Berlusconi ha ganado por tercera vez, en abril 2008, la presidencia de su
pa?s, algunos de sus ministros son neofascistas...
4.- Euridice
Estoy agotada, llegu? a Cracovia, principios de junio de 2004; ha sido un
d?a largu?simo, he caminado sin parar, visto museos, recorrido iglesias, y en la noche voy a la ?pera, representan Orfeo y Euridice de Gl?ck. Ma?ana
ir? a la ciudad de Oswiecim, m?s conocida como Auschwitz. En el hotel
(tres estrellas), mientras desayuno, oigo que alguien me llama, me vuelvo
y frente a m? est?n el pintor mexicano Juan Soriano, su compa?ero polaco Marek Keller, el poeta espa?ol Jos? Miguel Ull?n y su compa?ero Manolo.
Han venido desde Par?s en su Mercedes blanco. Visitan, como yo, Cracovia,
visitar?n, como yo, Auschwitz. En la noche cenaremos juntos en el barrio
jud?o, muy tur?stico, con una vieja sinagoga destartalada a?n en pie, restoranes
con comida t?pica, muy semejante a la polaca, el wortsch, los blintzes, el trigo sarraceno, los raviolis jud?os que son casi indistinguibles de los de la regi?n,
incluyendo Rusia, o de los que alguna vez prob? en Viena.
El teatro es peque?o, blanco, columnas j?nicas, muy adecuado para o?r
a Gl?ck. La puesta en escena es extraordinaria, un bosque de columnas, los novios vestidos como personajes de la d?cada de los 20 en el siglo XX; los invitados ?miembros del coro? con trajes de colores y guirnaldas. La
escena de felicidad se trueca de repente en infelicidad, la muerte de la amada.
Orfeo se lamenta, los invitados se transforman en dolientes, vestidos de traje oscuro. Una contralto entona el treno, es Orfeo, vestida con pantalones,
chaqueta y corbata blanca, el pelo muy corto, los senos prominentes; a
instancias del Amor, travestido de gitana, descender? a los infiernos en busca
de su amada, en su camino encontrar? almas en pena, oscuridad, coristas
vestidas como novias y veladas; al desenmascararlas, ninguna es Euridice:
Orfeo se derrumba. Cuando la joven reaparece se inicia el combate, la
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74 EL VIAJE COMO AUTOBIOGRAF?A
imposible mirada, la mirada adversa. Como en el mito, Eur?dice reclama, Orfeo soporta, de repente, incapaz de contenerse se da la vuelta y contempla
a su amada, quien en ese mismo instante se desploma: la muerte vuelve a
golpear. Orfeo canta enternecido, saca un pu?al e intenta suicidarse. Amor
interviene y resucita a su amada. Gl?ck no toleraba ?ni su p?blico? los
finales infaustos.
Amor inicia la fiesta, arroja cartas marcadas, una de ellas me cae en la
cabeza, no soy supersticiosa, la guardo y salgo de la sala, angustiada.
5.- Berl?n, extra?a fascinaci?n Un concierto especial del pianista Andr?s Schaff en la Academia de
Arte, situada del otro lado del muro de Berl?n: a?n existe, mentalmente,
para muchos de sus habitantes. Alguien pronuncia un discurso, me siento
transportada a una sesi?n en yiddish como las que sol?a presidir mi padre en M?xico. La manera de hablar y las palabras son familiares y con todo no las comprendo, en el recuerdo son semejantes a las que pronunciaban
mi padre o sus colegas. M?s tarde, camino con unos amigos hacia un
restorancito italiano, hace fr?o, es marzo, 2005. Unos se?ores octogenarios
gesticulan, sus ademanes y su modo de conversar me traen de nuevo
a la memoria a mi familia y a sus amigos. ?Qu? extra?o, pienso, esta
familiaridad distante con una cultura y un idioma que en cierto momento
de la historia estuvieron asociados con la destrucci?n sistem?tica de los
jud?os de Europa y de su idioma. Sensaci?n reforzada cuando visito una
obra en construcci?n cerca de la Parisier Platz, tambi?n en la zona este
de la ciudad, cerca de la Puerta de Brandeburgo. Un conjunto enorme de
estelas de tama?os diferentes, configuran l?pidas situadas en gradaci?n. Los neonazis quieren protestar cerca de all? por la destrucci?n de la
ciudad de Dresden, bombardeada por los aliados al final de la guerra, acontecimiento que para ellos es equiparable al holocausto.
Vuelvo a resentir esa extra?eza familiar, sentimiento que Freud asoci? con
lo ominoso. ;He visitado tantas veces Berl?n, me gusta tanto, tengo tantos
amigos, y sin embargo, me habita, perpetuo, como una sombra, el recuerdo
de que aqu? operaba Hitler con su estado mayor y de que, muy cerca, en
Wansee, el lago, se reunieron los principales kapos nazis para perfeccionar el
proyecto que llevar?a a la Soluci?n Final. Paseo, recorro los museos, admiro
mis cuadros predilectos, asisto a los conciertos de la filarm?nica, oigo a
mis pianistas preferidos, voy con una amiga a la ?pera, veo la Salom? de
Strauss o Madame Butterfly de Puccini. Ninguna ciudad del mundo ofrece
mejores oportunidades para escuchar m?sica, ninguna tiene temporadas de
?pera tan perfectas y tan constantes: dos ?peras diarias en dos grandes teatros
que hasta hace muy poco tiempo dirig?an dos directores rivales, uno jud?o, Daniel Baremboim y otro alem?n, Christian Thielemann (a quien en esta
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MARGO GLANTZ 75
visita pude ver dirigiendo la Quinta Sinfon?a de Br?ckner en la Filarm?nica)
y quien en diversas ocasiones manifest? p?blicamente su encono contra
Baremboim. Adoro Berl?n; fascinada, he visto a lo largo de los a?os c?mo se
ha ido modificando, y con todo, lo reitero, nunca se aparta de m? la ominosa
conciencia de que en esta ciudad vivieron Walter Benjam?n y Hannah Arendt,
y que junto con otras figuras se?eras del arte y de la cultura fueron expulsados de su patria y muchos otros murieron en los campos de concentraci?n.
Con mi amiga Esther Andradi, una escritora argentina que vive desde
hace a?os en Berl?n, expulsada a su vez por la dictadura militar de su
pa?s, vamos a una exposici?n dedicada a Minetti, el gran actor favorito de
Thomas Bernhard, quien le dedic? una obra que lleva su nombre. Un video
lo muestra ya muy viejo y en todo su esplendor. ?Habr? apoyado a los nazis, me pregunto, de inmediato? No lo s?, me responde Esther, pero permaneci? en Alemania y represent? varias obras en Berl?n entre 1933 y 1945. Como
Furtwangler, le respondo, de cuya ambigua actuaci?n sac? material Itzvan
Szabo para una magn?fica pel?cula. Y me altero, pues caigo en la total
contradicci?n, la que siempre me produce estar en Alemania, todo me atrae, me fascina y me repele a la vez, me propongo entender por qu? Bernhard, tan antifascista, como lo prueban varias de sus obras, entre las que destaca
La plaza de los h?roes, en las que denuncia los rastros palpables que en su
pa?s quedan del nazismo (como muestra flagrante, la reciente popularidad de Haider y su partido en Austria), pudo tenerle a Minelli tanto afecto y admiraci?n. Una asociaci?n instant?nea, la poes?a de Paul Celan, quien escribi? en alem?n, su lengua materna, materna porque su madre la hab?a
preferido al rumano, idioma que se hablaba en ese ambiguo territorio donde
naci?, a?n bajo la influencia del imperio austro-h?ngaro, tan amado por otros jud?os ilustres como Joseph Roth o Elias Canetti, quienes a pesar de
todo, a pesar de que esa lengua fue hablada por los nazis, eligieron para
expresarse el idioma alem?n, su lengua materna.
6.- Los bosques de Viena
Hace un mes y medio vivo tosiendo, una bronquitis que, me dicen, no
es cr?nica, pero que ha llegado para instalarse, ?ser? la contaminaci?n? Me
hace falta un cambio de aire, en este fin de milenio, cualquiera debe ser mejor
que el de la ciudad de M?xico, pero antes de iniciar mi viaje he visitado a
todo tipo de doctores, al?patas, naturistas, home?patas, acupunturistas, y me
han administrado distintos tipos de antibi?ticos, inyecciones de vitamina B12
para levantarme el ?nimo y las defensas, infusiones de diferentes hierbas, cortezas y hojas, broncol?n en pastillas y en jarabe, me han colocado agujas
que me traspasan el cuerpo en las partes m?s estrat?gicas de mi anatom?a, las
piernas, las mu?ecas, los o?dos (?sas s? duelen), las sienes, los dedos, y d?a a
d?a me voy encontrando por la casa agujas extraviadas. Me dieron masajes
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76 EL VIAJE COMO AUTOBIOGRAF?A
maravillosos, me dejaron como nueva por quince minutos y en mi maleta
puse varios frasquitos de medicina homeop?tica, por si las moscas.
A pesar de que sigo enferma, tomo el avi?n con su aire viciado, por ?l circulan las miasmas de los viajeros y las m?as, lo cual no augura la
curaci?n definitiva; se trata de un avi?n de Air France, cuyos asientos de
tercera clase son un poco m?s anchos y c?modos que los de otras l?neas, sobre todo las norteamericanas. La comida es bastante buena, los vinos
mejor, la mantequilla es Gloria (salada y mexicana), hay bolillos y puedo acumular kil?metros para pagarme despu?s un viaje al Medio Oriente o a
la India. Voy sentada en el pasillo y afortunadamente el asiento junto al
m?o est? vac?o, mi vecina y yo podremos estirarnos, ella es una muchacha
delgada con facciones de virgen, aunque sea modelo y m?s o menos cursi,
quiz? s?lo sea una ni?a muy bien educada en colegio de monjas, modula
las s?labas como si las masticara finamente, camina como s?lfide y lleva un
su?ter blanco con cuello de tortuga y cada vez que habla deforma la voz y hace gestos excesivos de cortesan?a, ?pura envidia?
Llego a Viena. He venido tres veces, la primera cuando estaba a?n ocupada
por tropas extranjeras, bombardeada, los edificios cubiertos de una materia
viscosa y oscura, las calles sombr?as. Regres? 30 a?os m?s tarde y la ciudad
ya era luminosa y elegante. En 1999, un a?o antes de cambiar de siglo, lo es m?s; la mayor parte de los edificios relucen, sus piedras parecen nuevas,
la gente viste muy bien, los cl?sicos caf?s decimon?nicos tienen sillones de
terciopelo retapizados o sillas vienesas, l?mparas nouveau o dec?, pasteles maravillosos, chocolate con crema espesa y gente muy amable. Los meseros
tienen tipo de y act?an como psicoanalistas. Fui invitada por Claudia Leitner, la inteligente profesora adjunta de
literatura latinoamericana; bajo los auspicios del Instituto de Roman?stica
de la Universidad de Viena y la c?tedra de la profesora Friederike Hassauer me ha invitado a dar conferencias sobre Sor Juana, Elena Garro y mi propia obra. Los estudiantes son amables, liberales, inteligentes, trabajan en un
seminario donde se analiza la historia de la Querella de las Mujeres, surgida a finales de la edad Media. Tenemos ahora una flamante nueva Embajadora,
Olga Pellicer. En el Instituto de M?xico, dirigido por Rafael Donnad?o, un
pianista mexicano que lleva aqu? 12 a?os, conozco a algunos estudiantes
mexicanos, algunos estudian qu?mica o sociolog?a, la mayor?a m?sica. Hay varias mexicanas casadas con austr?acos, dedicadas totalmente al hogar: sus
hijos hablan mal el castellano.
Todo parece transcurrir sin tropiezos y sin problemas, los tranv?as circulan
pintados de rojo y blanco como la bandera de la patria, la ?pera est? repleta, con turistas japoneses, norteamericanos, algunos italianos y alemanes y quiz? tambi?n las mujeres elegantes de los capos de la maffia rusa que viven en los
barrios m?s elegantes de la ciudad. Veo El barbero de Sevilla de Rossini con
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MARGO GLANTZ 77
cantantes maravillosos, muy bien actuada, muy divertida, muy aplaudida: me
aburro un poco. Paseo por el parque, recorro el Ring y el Graben o primer distrito y veo la vieja catedral de San Esteban, el recuerdo m?s n?tido que
guardaba de mi primera visita a la ciudad, con su techo cubierto de mosaicos y sus piedras sucias; luego la Iglesia Votiva tan ligada a Maximiliano de Austria, "le blond Empereur qu'on fusilla la-b?s", seg?n los versos de Apollinaire; admiro el penacho de Moctezuma, camino por la calle Sigmund Freud, en
mi cartera los billetes de cincuenta chelines llevan su efigie y tambi?n visito una exposici?n sobre ?l en la Biblioteca Nacional; al lado, otra sobre Felice
Bauer, la novia eterna, la del Otro Proceso de Kafka de Canetti; cerca de
all?, en la calle Dorotheum, el museo jud?o con una exposici?n sobre Karl
Kraus. En la ?pera, La juive de Hal?vy, ?pera que no se hab?a representado en Viena hac?a m?s de cincuenta a?os y, para equilibrar, la pr?xima semana, Los nibelungos de Wagner; en el teatro las dos partes de La hija del aire de
Calder?n de la Barca, Las Bacantes de Eur?pides y una obra de Schnitzler.
En el Museo de arte, los Breughel y los Vel?zquez; en el Belvedere, Klimt y Schiele. El mes pr?ximo estar? aqu? el pianista Alfred Brendel, ?qu? curioso es
leer el anuncio y recordar al mismo tiempo la animadversi?n que le profesaba Thomas Bernhard en su novela sobre Glenn Gould!
La armon?a es perfecta, aqu? no pasa nada: en una calle de repente, junto a
una cl?nica donde se practican abortos (permitidos por la ley), una oficina de
Pro Vida austr?aca exhibe fetos en diversos estados de su desarrollo, acusan a
quienes osan interrumpir el embarazo.
Nada es peligroso, ni mi resfr?o que quiz? muy pronto se convierta en
neumon?a.
7.- Viajes circulares
Llegu? por primera vez a Berl?n en el invierno de 1987. En realidad dos
ciudades entonces, una, la del oeste, isla en medio de la Alemania socialista, de aspecto occidental cl?sico con sus calles iluminadas, grandes tiendas, caf?s de moda, museos, jardines, teatros, librer?as, su frivolidad. El metro
se deten?a abruptamente en una estaci?n, marcaba la divisi?n entre el
oeste y el este. Provistos de una visa especial, los visitantes se dirig?an a
pie al Checkpoint Charlie; los funcionarios examinaban concienzudamente
los papeles; se entraba despu?s a una ciudad gris, opresiva, con edificios
ahumados, se ve?a el impacto de las distintas contiendas libradas all?; pocos
caf?s, entre ellos, el Einstein, la ilustre Universidad Humboldt, la casa de
Brecht y el Berliner Ensemble, la ?pera y otra isla, la de los museos, entre
ellos el famoso Pergamon, cuya entrada era gratis. Volv? a Berl?n en 1990, ya hab?a ca?do el muro, noticia que escuch? entre
gritos de j?bilo, en una calle de Par?s, el a?o anterior. Un congreso sobre
las grandes ciudades latinoamericanas, M?xico, Sao Paulo, Buenos Aires
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78 EL VIAJE COMO AUTOBIOGRAF?A
comparadas con Berl?n se organiz? en el Instituto Iberoamericano, cerca de
una tierra de nadie convertida luego en la Postdamer Platz, muy cerca de la
puerta de Brandenburgo. Pedazos de muro con graffiti, era posible pasear libremente y el hist?rico Checkpoint Charlie empezaba a desmantelarse, las calles todav?a oscuras, coches anticuados y ruidosos, la gente recelosa.
Escuch? en la ?pera una de Mozart, La flauta m?gica. Algunos de mis amigos del oeste estaban tristes, aprensivos, se acababa una etapa muy especial del
Berl?n que hab?an conocido. Aprovech? la ocasi?n para ir a Dresden, ciudad
bombardeada por los ingleses y destruida en una sola noche, los edificios
ennegrecidos por las bombas, los muros derruidos, el Museo maravilloso con
sus expresionistas alemanes y muchos cuadros de Rafael y otros pintores italianos del Renacimiento.
En 1995 volv? a Berl?n, en las calles cercanas al Instituto Iberoamericano, a unas cuadras solamente, muchas gr?as, plumas, escombros, construcciones
vertiginosas. Regres? en enero del 2000 y de nuevo en octubre de este a?o, 2003: ya estaban terminados varios edificios en esa zona, otra isla de museos, el maravilloso de pintura antigua, la filarm?nica, una gran biblioteca y los
edificios de grandes consorcios transnacionales como en cualquier calle de
Nueva York: anuncios luminosos, Sony, Chrysler, Daimler, una filmoteca, una plaza llamada convenientemente Marlene Dietrich y un centro comercial,
cerca, un gran terreno donde se edificar? una gran plaza-monumento con
lajas de piedras rectangulares, simulan l?pidas en memoria del holocausto; un poco m?s lejos, el edificio imponente del nuevo Museo Jud?o. Hay menos
construcciones ahora, pero se han revitalizado algunos barrios antiguos del
este, el barrio jud?o, la sinagoga; edificios populares con patios interiores que iban a destruirse se conservaron y se renovaron, numerosos caf?s, grandes
marcas de dise?adores alineadas en la gran avenida del Unter der Linden, el
oeste empieza a languidecer y el centro de la ciudad ya no es la vieja iglesia semi derruida situada en el Kurfurstendamm o Kuddam, tampoco el KDV, inmensa tienda de departamentos.
Una cosa me llama la atenci?n. Visito como siempre el P?rgamo, ese gran museo que alberga imponentes edificios antiguos tra?dos a pedazos desde sus lugares de origen, como los Elgin Marbles, las esculturas del Parten?n
trasladadas al Museo Brit?nico a finales del XIX.
En 1871 fue proclamado el Imperio Germ?nico con el canciller Bismarck a
la cabeza y Berl?n como capital, ciudad llamada a ejercer un papel dominante en la vida cultural de Europa. Pero, ?c?mo llegar a serlo sin tener un gran
museo donde albergar las reliquias de antiguas ciudades imperiales? El
director del P?rgamo, Alexander Conze, acept? la propuesta del arque?logo Carl Humann quien desde 1864 excavaba el sitio en Turqu?a, y, al recibir en 1878 el permiso para continuar sus excavaciones, hizo importantes descubrimientos, mismos que reconstruidos pasaron a formar parte del acervo
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MARGO GLANTZ 79
del nuevo Museo, que de inmediato, junto con las ruinas de Mesopotamia y Asir?a lo transformaron en un edificio de singular importancia y cuya fama se
acerca a la del Louvre o la del Museo Brit?nico.
Veo el P?rgamo por quinta vez, se parece a nuestra Catedral Metropolitana hasta hace poco, invadida por m?ltiples andamios. Berl?n es de nuevo
la capital gloriosa de la Rep?blica alemana, su gran museo imperial debe
reconstruirse para restaurar su gloria.
Reinicio mi ritmo vertiginoso en la primavera del 2005, empiezo mi viaje en Bremen, desde donde tomo un comod?simo tren, rumbo a Berl?n, cargada
siempre de maletas; una amiga me recomienda que utilice los servicios de
una agencia especial, con el sugestivo nombre de Hermes, mensajero alado.
Me prometen que estar? en Berl?n al d?a siguiente. Tarda en llegar. He llevado
conmigo una valijita comprada en Berkeley para transportar diariamente mi
computadora de San Francisco a la Universidad, a la que llegaba gracias al Bart, una especie de metro local. En Berl?n, verifico asombrada que las
prendas de vestir que en ella caben son suficientes para pasar un mes entero
y para colmo, ?bien vestida y hasta maquillada! De Berl?n, ya con mi enorme maleta a cuestas, adem?s de la peque?a,
salgo para Mannheim, me esperan unos amigos, Vittoria y Hans, quienes como otros, me ayudar?n a cargar los muchos kilos que mi terror a cualquier
intemperancia impone. Un polic?a robusto y amable me ayuda a salir del
trance. Mi enorme maleta permanece en el cofre del Mercedes Benz de mis
amigos, viven en Erpolzheim, pueblo id?lico del Palatinado, rodeado de
vi?edos y algunas ruinas romanas; all? uso solamente las prendas que caben en la valijita: lo que llevo, incluyendo regalos, me alcanza y sobra. La misma
historia se repite con algunas variantes cuando Hans me conduce a Mannheim
donde tomar? el tren para ir a Par?s: apenas me da tiempo para subir al vag?n. Durante el hermoso trayecto ?ha empezado la primavera?, me preocupo:
?podr? bajar mis maletas sin qui?n me ayude, aunque haya comprobado que
siempre hay un caballero alem?n para hacerlo y, una vez en el and?n, lograr?
llegar hasta el sitio de taxis? Para mi sorpresa en la Gare de l'Est, un cargador
espera, provisto de un ultramoderno instrumento de carga.
8.- Visitar ciudades
Nueva York me fascina, tambi?n me irrita y cansa. Suele ser inh?spita, con
sus largu?simas avenidas y sus desmesurados edificios, pocos caf?s, muchas
tiendas, barrios que cambian incesantemente, cada vez menos restoranes
comunes y corrientes, poco cine interesante, casi el mismo que puede verse
en M?xico, por lo general cine norteamericano, y con muy pocas de las
otras posibilidades que todav?a el Distrito Federal ofrece, gracias a las salas
de arte, incluyendo a la cineteca, a los cines que dependen de la UNAM, Cineman?a y hasta algunos de los circuitos comerciales que se atreven a
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80 EL VIAJE COMO AUTOBIOGRAF?A
exhibir pel?culas que llegan ocasionalmente del extranjero o las que suelen
venir especialmente para los foros y muestras anuales, algunas distribuidas
despu?s en los circuitos comerciales. Adem?s, claro est?, de varias de las
cintas que todav?a en M?xico se producen gracias al Instituto Nacional de
Cinematograf?a y a las escuelas de cine, en grave peligro de desaparecer debido a la aberrante pol?tica de adelgazamiento del estado y a ese af?n de
privatizaci?n que ha arruinado y corrompido a varios pa?ses de Am?rica
Latina y cuyas consecuencias evidentes desconocen flagrantemente los que dicen que nos gobiernan.
S?, Nueva York en el oto?o del 2003. En el Metropolitan una exposici?n del Greco, se enfatiza con ejemplos su probable influencia en pintores
contempor?neos tan distintos como Pablo Picasso y Jackson Pollock, tambi?n su arte retrat?stico y sus imponentes construcciones religiosas. En el
Guggenheim, una retrospectiva de James Rosenquist: la exaltaci?n del Pop Art
en sus comienzos. ?pera: La boh?me, La traviata, II barbiere di Siviglia y una
reposici?n, La Juive de Hal?vy, majestuoso melodrama adorado por Mahler, una puesta en escena de la ?pera de Viena a la que asist? probablemente en 1999, durante una temporada de 15 d?as en que estuve ense?ando en la
Universidad y representada curiosamente por ?ltima vez en Nueva York en la
temporada de 1935-1936, siguiendo tal vez los dictados del nazismo que la
hab?a expulsado de sus escenarios. Otro acontecimiento, un espect?culo comercial y televisivo: la ropa interior
de Victoria's Secret. Hay una enorme sucursal frente a Macy's, la tienda
m?s grande del mundo, anuncia con letreros y fanfarria su barata del 11 de
noviembre, para celebrar el "Veteran's Day", celebrado de la misma manera
en todo el pa?s y en Nueva York con un gran desfile que dej? paralizadas durante unas horas a varias calles de la ciudad, entre ellas la Quinta Avenida
y coloc? enormes arreglos florales en los monumentos de parques y plazas. En Macy's, una hilera triunfal de j?venes vendedoras hacen valla y llevan en
la mano peque??simos biquinis, tangas o brassieres de atractivos colores y
sugestivos encajes. En las paredes fotos amplificadas de hermosas modelos
semidesnudas con las diversas prendas vendidas en la casa, sus posturas apoyan un curioso erotismo, y su ropa interior lo subraya, es el erotismo
estudiado de las mujeres que viven de sus amantes o el de las prostitutas de
lujo. Recuerdo entonces un pasaje de En busca del tiempo perdido de Proust, describe las sesiones amorosas de Odette de Cr?cy con Charles Swann; Odette siempre elegante, destina la mayor parte de su presupuesto ?o el de sus amantes? a su ropa interior, a sus batas de seda y encaje, a sus camisones
maravillosos, sugerentes y delicad?simos. La moda actual pretende que todas
las mujeres adopten la ropa, los modales y las posturas de las cortesanas.
En el New Yorker correspondiente a la semana que estuve en esa ciudad
dos art?culos me llaman la atenci?n: uno dedicado a Christopher Reeve, el
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MARGO GLANTZ 81
famoso Superman, cuadripl?gico desde que se rompi? la columna vertebral
en una competencia ecuestre. El subt?tulo lo resume todo: "?Puede un actor, decidido a recobrar su capacidad motora alterar la manera en que se conduce
(en Estados Unidos) la investigaci?n m?dica?"
El otro se llama "Italia, Inc.", tiene un subt?tulo, "A Silvio Berlusconi le
gusta tanto Italia que acab? compr?ndola". Transcribo un p?rrafo: "Berlusconi no es simplemente el primer magnate de la publicidad y los medios en Italia.
Es el primero que entendi? que quien controle sus im?genes de ?xito puede
apoderarse casi enteramente del poder pol?tico. Actualmente, monopoliza una enorme cantidad de las fuentes de informaci?n del pa?s, en realidad sus
fuentes de manipulaci?n... El poder de Berlusconi sobre lo que los otros
italianos ven, leen, compran y, sobre todo, lo que piensan que piensan es
sobrecogedor". No comment.
9.- Estados convulsivos
Y vuelvo a preguntar: ?qu? me impulsa a viajar perpetuamente o qu? pre
guntas formulo cuando me desplazo por el 'mundo'? ?Qu? mundos son los
que me atraen? En mi primer viaje largo, el que hice con Paco L?pez C?mara
entre 1953 a 1958 a Europa, per?odo en el que visit? muchos pa?ses europeos
y del Medio Oriente, mi visi?n de M?xico era confusa, ordinaria y cotidiana.
Y s?lo empec? a conocer a mi pa?s en los libros de los viajeros franceses que durante el siglo XIX hab?an venido a visitarlo y se hab?an sentido obligados a dejar por escrito sus impresiones de viaje en libros que yo consultaba ?vi
damente en la Biblioteca Nacional de Par?s, con el objeto de conformar mi
tesis de doctorado cuyo tema era justamente la visi?n francesa sobre M?xico
de 1847 a 1867, es decir el per?odo comprendido entre dos intervenciones ex
tranjeras, la norteamericana que nos priv? de la mitad del territorio nacional
y la francesa que nos quiso convertir en Imperio. Y a pesar de los prejuicios obvios de los viajeros, de su mirada ex?tica y deformante, de su sentimiento
de superioridad frente a los 'pueblos primitivos', su mirada era una mirada
deslumbrada, una mirada que me permiti? reconocer mi propio paisaje, in
cluso ?y no exagero? darme cuenta de la existencia de los volcanes que ro
dean el Valle de M?xico, el Popocatepetl y el Ixtacc?huatl, volcanes que ve?a
diariamente sin verlos antes de irme a Europa y que al regresar aparec?an en
todo su esplendor ante mis ojos tambi?n deslumhrados, en esa ?poca gloriosa en que nuestra ciudad ten?a la luz m?s transparente del aire.
Y hablo de los volcanes porque precisamente son ellos los que me provo can un sentimiento asombrado y supersticioso, la idea de que ?ltimamente yo convoco los terremotos y que ese hecho debiera impedirme seguir viajando.
Me explico: en 1997 fui invitada a Umb?rtide, un pueblecillo italiano de la
Umbr?a, no muy lejos de Perugia, su capital. Se trata de una instituci?n que invita a artistas para que se entrenen en el arte de los ermita?os, se alejen del
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mundanal ruido y produzcan. Yo soy muy inquieta y no puedo estar encerrada
a fuerza en cuatro paredes rodeadas de jardines y monta?as en un viejo cas
tillo medieval, Civitella Ranieri, reconstruido con ese objeto, es decir, el de
producir obras insignes. En realidad, yo trataba de viajar, bajaba a pie al pue
blo, me tardaba cerca de 45 minutos, all? tomaba varios trenes locales que me
conduc?an lentamente a mi lugar de destino. Una ma?ana estaba a punto de
levantarme cuando sent? que las paredes de mi peque?a casa construida en el
hueco de la muralla medieval temblaban. No hice demasiado caso porque en
M?xico tiembla m?s, me levant?, me vest? y emprend? un viaje rumbo a As?s, la ciudad donde naci? San Francisco. Cuando llegu?, despu?s de cambiar 3
veces de trenes, la bas?lica alta estaba cerrada, hab?a sufrido serios da?os por el temblor de la ma?ana. A pesar de mis ruegos no me dejaron subir a verla y tuve que conformarme con visitar la parte baja, admirar los hermosos frescos
de varios pintores medievales, entre los que estaba el Giotto, y luego salir
rumbo a la bas?lica de Santa Clara, la otra santa venerada en As?s.
Recorro la ciudad, entro a la iglesia, veo los crucifijos medievales, un
Cimabue, las reliquias de la santa, y aunque es septiembre estoy rodeada de
turistas como yo, muchos alemanes y franceses, aunque s?lo se les distin
gue por el idioma y nunca por el aspecto o por las ropas. De repente empie za a temblar muy fuerte, la gente se asusta, se precipita rumbo a la puerta trasera de la iglesia, la ?nica abierta, es muy peque?a, yo me quedo atr?s,
protegida por mi gran experiencia s?smica, adquirida de manera natural en
M?xico. Logro llegar a la puerta y me detengo bajo el quicio de la puerta
principal, como lo hacemos en mi tierra, pero un sacerdote franciscano muy
joven me aconseja salir y quedarme en medio de la calle. Salgo, los con
trafuertes de la bas?lica de Santa Clara est?n cuarteados, muchos guijarros cubren las calles, la gente grita, los italianos rezan. La bas?lica alta de San
Francisco ha sufrido da?os irreparables y dentro de ella han muerto varios
de los que en la ma?ana estaban aquilatando los da?os del primer temblor.
Mi viaje de regreso es una odisea, cuando llego al castillo todos me miran
como si hubiese resucitado.
En 1999 quise irme a T?nez, en invierno, aunque hubiera preferido visitar
Turqu?a; me inclin? al final por este ?ltimo pa?s, aunque ten?a miedo de que los temblores que hab?an destruido gran parte de Turqu?a a principios de 1999
se repitiesen. Dicho y hecho, apenas llegamos mi hija Renata y yo a Capadoc cia un fuerte sismo destruy? la ciudad de Bolo dejando numerosos muertos.
?Ser? verdad que convoco los temblores?
10.- ?Qu? es una ciudad?
"El viajero toma prestadas las rutas que, a?n antes de empezar su
recorrido, lo esperaban desde siempre", escribe Kafka en 1922. "Puede
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MARGO GLANTZ 83
afirmarse tambi?n en otro sentido que ese mismo viajero traza una ruta que
evidentemente, no hubiese existido si antes ?l no la hubiese recorrido".
En mi ruta cotidiana de la Plaza Catalu?a hacia el Rabal, suelo detenerme,
cargada de ropa, donde hay un tintorero pakistan? que siempre me estafa y me hace caer en el lugar com?n de un incipiente racismo; me detengo en
el locutorio y compro una tarjeta telef?nica, por cinco euros hablo durante
180 minutos a M?xico, como mi empleada ecuatoriana llama a su familia
en el Ecuador. Atravieso las Ramblas repletas de p?jaros, flores, peces y,
turista, en fin, me detengo y admiro a las estatuas vivientes ?me fascinan
una Anunciaci?n (totalmente plateada), un Che Guevara, un viejo que juega f?tbol y hace equilibrios, un caballero de frac, un oso blanco?, compro los
peri?dicos ?La vanguardia y El Pa?s?; contin?o mi diaria traves?a hacia
la Librer?a Central, mi lugar preferido. Me detengo en la mesa de novedades, me interesan en particular los libros de Anagrama o los del Acantilado; en
el segundo piso repaso los t?tulos que sobre filosof?a se han publicado en
la editorial Pre-textos, compro s?lo una novela sobre Jozef Roth de Soma
Morgenstern. Tomo caf? en el peque?o restor?n de la librer?a y converso
con el sabio encargado de la secci?n de discos, me se?ala un librero, al
lado de la caja, all? se exhiben ?y se venden? los cds de la marca Naxos, baratos y variad?simos, siempre interpretados por pianistas escu?lidos
provenientes de pa?ses que alguna vez fueron socialistas; adquiero de a
poco la colecci?n completa de las transcripciones de Liszt para el piano. La selecci?n es mucho m?s amplia y buena que la de las enormes disqueras estadounidenses, por las que suelo detenerme en mis frecuentes visitas a
universidades norteamericanas. Estoy ahora en Europa, es la primavera de
2004, ense?o en la Universidad Central de Barcelona.
Regreso, entro en la florer?a situada en el atrio de una iglesia, cerca del
Portal de ?ngel, compro rosas, llego a la esquina, atravieso la plaza y en
Paseo de Gracia los balcones de los edificios se abren como palcos sobre une
escenario de ?pera: me conmociono.
Un d?a cambia la rutina: en medio de una callejuela del barrio g?tico,
despu?s de haberme comprado varias blusas de algod?n de distintos colores, en un charco, en el suelo, un libro grueso, oscuro; lo examino con curiosidad:
sus duras tapas negras manchadas de cagaduras de paloma, el lomo h?medo
y mohoso; lo abro con asco, es, nada menos, la famosa edici?n del I Chin
prologada por Karl Jung: ?se prepara un cambio irremediable en mi destino?
"?Qu? es una ciudad", se pregunta Georges Perec en su libro Esp?ce
d'espace si "Una ciudad: piedra, concreto, asfalto. Gente desconocida,
monumentos, instituciones".
"Megalopolis. Ciudades tentaculares, arterias. Muchedumbres... ?Qu? es
el coraz?n de una ciudad? ?El alma de una ciudad? ?Por qu? se dice que una
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ciudad es bella o es fea? ?Qu? hay de bello o de feo en una ciudad? ?C?mo se
conoce una ciudad? ?C?mo se conoce la propia ciudad?".
Cuando regreso a M?xico, en avi?n y en ?poca de secas, la ciudad se
extiende interminablemente, y en la noche, con sus mir?adas de luces
encendidas, el panorama es glorioso. Pero si se llega de d?a, la ciudad se
extiende hacia el infinito, achatada y amarillenta, dejando ver sus cicatrices, su desolada e intensa red de calles torcidas, polvorientas y asfaltadas, ?rboles
desmedrados, basura, polvo, su cielo es cenizo y en las fachadas de los
edificios enormes anuncios lo cubren todo. La ciudad de M?xico reitera los
estereotipos, fue ?ya no es? una ciudad fundada sobre el agua, una nueva
Venecia, una Venecia inundada, de cuya muestra queda un dudoso bot?n, Xochimilco y sus chinampas; a la cristalina calidad del agua se a?ad?a la
extraordinaria transparencia del aire: una transparencia que como la vista de
los volcanes y las noches estrelladas ya no es, solamente fue.
Osvaldo Rodr?guez
(Universidad de Las Palmas de Gran Canaria)
La poes?a postuma de Pablo Neruda
Sobre esta obra dice Luis Sainz de Medrano: "... El Neruda antienf?tico, depurador con
sordina, con iron?a, con melancol?a, con notas aisladas de alegr?a sabia, depurador de un
lirismo que desde Estravagario ?l mismo someti? a un intenso proceso de revisi?n, surge
en este estudio y en esta antolog?a de un modo patente. Este libro constituye una rigurosa
'lectio', filol?gico-po?tica, del ?ltimo Neruda.
"Osvaldo Rodr?guez parte de un conocimiento global de la obra del gran poeta chileno y
sigue paso a paso el itinerario de ?ste en esa inmensa segunda etapa. El autor nos conduce
con mano segura por las l?neas de la sem?ntica fundamental de cada uno de los libros
postumos, destacando sus motivos de mayor significaci?n: el viaje, el silencio, la visi?n desde
el futuro, la iron?a ante la muerte, la inquisici?n en el absurdo, la orfandad, la consumaci?n,
el inventario... Una excelente selecci?n de poemas valida estos juicios.
"Un libro imprescindible".
ISBN: 0-935318-22-4 139 p. US$ 12.00
h?WJnETtCA
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