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Celia Reyes
TÓPICOS DE LA EDICIÓN N° 3
Alejandro de la Rosa
KarinaBarria
Autores:
PUNTO DE PARTIDA Y ENFOQUE DE LA PROPUESTA
VOCES QUE DESAFIAN: Jorge Emilio Nedich. Se define a sí mismo como gitano-argentino, escritor, editor y
docente. “Soy gitano, también argentino, soy persona y sujeto de derechos”.
Primer escritor gitano de la Argentina. Fue nómada toda su infancia, aprendió a leer y a escribir en la
adolescencia. Ingresó a la universidad sin haber pasado por el nivel primario ni secundario para estudiar
letras antes de cumplir los cuarenta años.
“LA PANDEMIA NO NOS DETIENE”
El Programa de Desarrollo Socio-Cultural “La Pandemia no nos detiene”, nos interpela, nos cuestiona, nos
invita a pensar y sobre todo nos desafía a hacer las cosas de otra manera. Un año más para reflexionar
sobre la diversidad cultural.
A largo de todo el proyecto y los dispositivos que se han propuesto, siempre hemos materializado su
espíritu con el que fue concebido: dar la voz a quienes no la tienen, los silenciados, aquellos que desde la
cotidianidad han dejado huellas muchas veces no visibilizadas y, por tanto, no reconocidas.
En este sentido, el acto de conocer es el paso previo necesario para poder afirmar que
respetamos la diversidad.
Nadie puede respetar, ni mucho menos valorar “lo diferente” sin conocerlo: sólo así podremos erradicar la
estigmatización y discriminación que hemos naturalizado (muchas veces sin advertirlo) desde la
ignorancia.
Octubre, mes de la Diversidad Cultural
Volver a pasar por el corazónLA PANDEMIA NO NOS DETIENE
11
Presentación: Punto de partida y enfoque de la propuesta.
“Hoy en día en la comunidad gitana los papás mandan a sus hijos a la escuela con más entusiasmo que antes. La escuela privada losacepta como alumnos, no a mí como docente; la pública acepta a todos, pero hoy como está, espanta a casi todos los que asisten. Losniños gitanos, en general, si no van en grupo, no sobreviven un día en la escuela pública, por eso los papás que pueden, pagan la privada.Antes la escuela atraía con el simple decorado del aula; para el chico de hoy, la escuela pública de todo el país, salvo C.A.B.A es jurásica.La degradación social que empezó hace 60 años, hizo su trabajo en todo el espectro social y la escuela es una muestra más. Mirá las otrasinstituciones y decime cuál está bien”
Parte de una entrevista a Jorge Nedich, “DiarioLos Andes, periodismo de verdad”
Augusto Munaro - Especial para CulturaSÁBADO, 1 DE NOVIEMBRE DE 2014
Mis padres se inquietaron bastante. Y no sin razón. Yo
mismo me inquieté (aunque por distintas razones a las de
mis padres): es que cuando sentí la vocación literaria,
hacía poquísimo tiempo que había aprendido a leer y
todavía luchaba codo a codo con las dificultades de otra
dura batalla: aprender a escribir. Nací en la Argentina y
soy gitano. Soy de un antiquísimo pueblo de tradición
nómada que, hasta hace apenas cincuenta años, no
cultivaba la escritura. Mi familia fue nómada hasta que
ingresé a la adolescencia.
Mi madre, Rosa, es una mujer dulce con ojos como tifones.
Ella tira las cartas. Sin embargo, nunca puse el cuello bajo
la baraja. Mi madre lo hace convencida. Claro que las
gitanas siempre fueron perseguidas por este tema, y yo
ahora veo con asombro que personas que se dicen
tarotistas o astrólogas van a almorzar con Mirtha Legrand, y
hasta algunos presidentes tuvieron una de confianza.
Habitaba un mundo de carpas, montando y desmontando
campamentos, enhebrando rutas en un ómnibus
transformado en vivienda, vendiendo artesanías, peines,
estampitas. Todavía una de mis hermanas, Susana, viaja
por la Argentina en casa rodante, girando sin ganas de
parar.
Cuando tuve seis años, mamá Rosa decidió que era hora
de estudiar. Enarboló las polleras, me llevó al
colegio y me aplicó el discurso: "Hijo, tenés que estudiar para
ser el primer doctor gitano". Agregó que no me fijara en burlas.
Que no peleara. Había visto cómo las mamás de los demás
chicos desgarraban con ojos desconfiados las largas polleras
floreadas de Rosa, y volví a la carpa después de clase sabiendo
un par de cosas de la vida: que la infancia es un lugar cruel, que
los gitanos no son siempre bienvenidos, que ciertas madres son
una de las cosas buenas de este mundo. A la semana nos fuimos
a trabajar a Roque Pérez y dejé el colegio en Quilmes. No tuve
tiempo de seguir mi carrera como doctor.
En Roque Pérez mi familia cosechaba maíz mientras el abuelo
“Tete” fabricaba ollas y sartenes. Allí, di mis primeros pasos en
una materia que inventé: constancia. Me empeciné en repetir
los garabatos aprendidos en aquella escasa semana de colegio.
Un galimatías (confusión de ideas) incomprensible, un mantra
formado por algunos palotes y la letra “a”. Mi mamá me ama. Mi
papá me mima.
VOCES QUEDESAFÍAN
¿Quién es Jorge Nedich?Narrativa en primera persona
2
De una infancia nómada a una adolescenciadonde dije “quiero ser escritor”
Jorge Nedich y su hermana Susana
Cuando volvimos a Quilmes me llevaron al mismo colegio. Le
mostré el cuaderno a mi maestra. Ella me acarició un poco, a lo
mejor conmovida, ¿no? Pero al mes nos fuimos de nuevo. Ya no
volví más. Me gustaba mucho el colegio. Me acuerdo que
estábamos aprendiendo la tabla del 2, y habían hecho un
concurso, te preguntaban cuánto era 2 x 2, yo gané y me dieron
una bolsa con diez o doce bolitas. Pero no sabía la tabla, sumaba
rapidito. Incluso ahora hago eso. No sé las tablas. Me enteré
muchos años después de que la multiplicación es una suma
abreviada. Como ven, tengo motivos para sentirme dos siglos
atrás.
Tenía 17 años cuando la caravana tocó tierra firme. Empecé
a leer más y mejor. “El país de las sombras largas”, Papillon.
El problema con los libros fue que pasé de los globitos y los
dibujos a páginas llenas de letras. La coma, el acento y el
punto me traían problemas. Entre cortes y cortés no
encontraba diferencia. De 500 palabras entendía 30. Sólo a
los 28, 29 años, empecé a leer libros por autores y me
enteré de que existía algo que se llamaba taller literario.
Empecé a ir. Entendí que día lleva acento, pero ya tenía
muchas cosas escritas. En mi primer taller literario caí muy
antipático, porque escondía el cuaderno abajo de la mesa.
Una compañera me dijo que nadie me iba a robar las ideas,
pero cuando vieron el cuaderno se dieron cuenta: lo mío era
todo una sola falta de ortografía, sin espacios entre las
palabras, sin comas ni puntos, ni nada. Cuando llevaba mis
trabajos a las editoriales me sacaban corriendo. Con razón,
porque tenía errores de puntuación, de redacción, de
sintaxis. Una vez le dejé una novela a Andrés Valle, de la
editorial Torres Agüero. Me llamó, me dijo: “Leí tu novela,
está repleta de errores pero tiene cosas muy lindas, si
querés la corregimos”. Estuvimos un año corrigiendo. Me
costeé la edición, y esa novela fue Gitanos. Salió en 1994.
Tenía 34 años, todavía cometía horrores ortográficos y
seguía sin entender demasiado bien qué era toda esa
historia de puntos y comas. Pero la novela fue premiada en
Italia y traducida al italiano.
3
Habían ahorrado plata y me dijeron que alcanzaba para
buscarme una esposa, porque a la gitana hay que pagarle
una dote. Tenían una chica en vista y querían mi opinión.
Ella era dos o tres años mayor. Yo propuse que en vez de
casarme, compráramos una casa. A ellos les pareció bien.
La verdad, casarme y pagar ya me parecía demasiado.
Compramos el terreno y empezamos a construir. Ante mis
ojos crecía un palacio de paredes firmes, un sitio para
descansar de las rutas. Hoy, el 90% de los gitanos vive en
casas. Viven en carpa los que no tienen plata para
comprarse una vivienda. A mí me produjo una gran
felicidad establecernos, y mis padres, si bien tenían ganas,
tenían 40 años, habían vivido nómadas toda su vida, mis
padres y mis abuelos y los abuelos de sus abuelos habían
sido nómadas. Nos encontramos en una casa donde había
ducha, electricidad, artefactos. A mi vieja había una serie
de elementos que la volvían loca. Si ella con un calentador
y una taza estaba bien. Cuando aparecí con un secarropas
me dijo: Llevate eso, que yo no meto la ropa ahí.
“De la escuela me fui infectado. Tocado por el virus de laletra escrita. La alucinante extensión de tinta y de papel”.
Me enseñó a leer un amigo. No es gitano, se llama Fernando
Cabrera. Yo tendría 8 o 10 años. Iba a la casa a jugar ajedrez.
Entonces le pispiaba el cuaderno y le preguntaba qué dice acá.
El me decía: "Pero che, ¿no ves que dice mamá?" Cada día,
volvía a la carpa con los ojos llenos de palabras nuevas. Me
especialicé en la lectura atenta de carteles “Se alquila”, “Se
vende”, “Huevos frescos” e historietas. Empecé a comprar
revistas usadas: El Tony, D´Artagnan.
En la carpa decía que eran revistas regaladas porque mi padre,
Ipe, no veía con buenos ojos que gastara plata en esas cosas.
A los 14 o 15 años era fotógrafo de plaza. Con un pony y una
cámara minutera, me marchitaba de vergüenza recorriendo
parques bajo la mirada indiferente de las niñas en flor y volvía a
la carpa, a escribir poemas de amor autoritarios y a leer
“Afanancio”. Ni yo entendía lo que escribía. Imitaba la letra de
los globitos de la historieta. Incluso hoy no puedo escribir ni
leer en cursiva.
De a poco, empecé a descubrir cosas que no me gustaban delmundo. La policía, por ejemplo, entrando en los campamentoscon amenazas y sobornos viles. Algunas personas entonandola palabra “gitano” como quien dice otra cosa.
Me enamoré de la hermana de un amigo que no era gitano, y
ella de mí. Cuando nos empezamos a mirar, no me dejaron ir
más a su casa. Lo que me pasó en mi adolescencia les pasa a
todos los gitanos. Incluso ahora, cuando llega el momento de
conocer a la familia de alguien que es tu pareja, es un examen
donde te pueden bochar.
Pareja. Esposa. Novia. Un día, cumplí 15 años. Mamá Rosa y
papá Ipe me llamaron y me hablaron como se les habla a los
hijos adultos, a punto de caramelo para ser casados.
El nomadismo me dejó el sabor de la vida aventurera, que
por supuesto incorporé como parte del arsenal como
narrador; pero en la medida en que pasaba el tiempo, y el
futuro escritor crecía, llegaba la conciencia dolorosa de las
diferencias con el mundo de afuera. Jamás volví a tener el
sentido de la libertad que yo sentí en la infancia siendo
nómada. Acampar en sitios alejados de los pueblos, debajo
de los árboles, y despertar en la carpa con el canto de los
pájaros era algo maravilloso. Pero después, el contacto con
el mundo ya tiene otro color.
El gitano más radical tiene un retraso de dos siglos. Hacete
a la idea de que te vas de mochilero por la ruta: son días sin
bañarse, tenés que empezar a cuidar mucho el agua, vivís sin
luz eléctrica. Eso es el nomadismo. En la adolescencia
empezás a advertir que el mundo va más allá de tu hábitat, y
que es muy duro, que hay discriminación. Entonces uno
sufre un shock y se pone a pensar. Ése es el desencanto del
nomadismo: cuando vas entendiendo que estás atrasado
con respecto al mundo. Entonces empecé a sentir la
diferencia.
Lo que recuerdo de mi conflicto personal es que tenía mucha
necesidad de saber. Mi familia era nómada, vivíamos en
carpas, yo había empezado a ir a la escuela en tres o cuatro
oportunidades pero, cuando nos trasladábamos, dejaba. Igual
aprendí a leer, aunque hasta los diecisiete años no había
aprendido a escribir. Coleccionaba revistas, leía historietas,
pero cuando me decidí a leer libros tuve muchos problemas
que no se me presentaban con las historietas: me costaba
entender lo que leía en un libro. Sufrí mucho por eso. Fue un
momento difícil: o me encerraba y volvía al grupo, o seguía
avanzando en mi apertura al mundo exterior. Al final le tomé
la mano a la cuestión de la puntuación y pude empezar a
acceder a buenas lecturas (Borges o Foucault, para dar dos
casos de lectura compleja), pero no sin dificultad. Dentro del
pueblo gitano, leer libros no era mal visto: simplemente era
considerado una pérdida de tiempo.
El tema casi excluyente de mis libros es la gitanería. Y yo, como
todo gitano que se precie, siento pánico por el trabajo en
relación de dependencia. Madrugar para otro, vender la fuerza
de trabajo, es vergüenza y deshonor. Por eso vendía autos por
mi cuenta y fabriqué camperas de cuero.
Pasé años desocupado. Vendía productos cosméticos para
autos, visitando una pequeña cartera de clientes. Con eso
pagaba mis impuestos y me dedicaba a estudiar, y el resto del
tiempo me sentaba a la computadora. Claro que me molestaba
vivir con lo justo, estar subocupado, pero elegí escribir y
estudiar. Mientras, parecía un adolescente de 14 años: tenía
que compartir la gaseosa con un amigo para pagarla a medias.
Jaja.
Eso produjo que la editorial publicara mi segunda novela, Ursari,
en 1997. Después lo conocí a Guillermo Schavelzon, le llevé mis
cosas, me dijo: “Me gusta lo que hacés, tenemos que trabajar”.
Eligió una novela que escribí hace muchos años. Es una historia
sobre el pueblo gitano.
4
“El bisnieto, nieto e hijo de analfabetos, devino escritor.Quizás el único escritor gitano de América latina, yseguramente uno de los pocos del mundo, hijo de una culturaque prefiere no tomar nota de casi nada.
Fui finalista del “Premio Planeta” con la novela Leyenda gitana.
Antes de Leyenda gitana, había publicado las novelas Gitanos
(1994) y Ursari (1997). En este último libro recreé
ficcionalmente mi experiencia personal en el nomadismo,
aunque también aproveché para contar la vida en grupo de los
gitanos en la Argentina, desde la década del ‘20 hasta el
momento en que se hicieron sedentarios. Mis viejos eran hijos,
nietos y bisnietos de analfabetos. Hasta donde llega la
memoria, nadie de mi familia leía ni escribía, y de pronto tenían
un hijo que había ido cinco semanas a la escuela y ya quería ser
escritor.
Yo fui nómada, esto no impidió mialfabetización.
“La cosa mágica de los gitanos, la libertad, la pasión,existían, pero también existían la discriminación, elmiedo, el mito de que son ladrones.
5
Debe ser lo primero que limpia cada mañana. Cuando se la
di me dijo: "Claro, a mí me tenés que regalar la tapa". Es
que mi vieja no sabe leer.
En la universidad fui alumno ejemplar, con asistencia
perfecta hasta que me avisaron que mi novela había
quedado finalista del Premio Planeta (que ganó finalmente
Carlos Gorostiza con “Vuelan las palomas”). Para asistir a
la fiesta el día del premio reuní a mis compañeros y los
puse al tanto de la causa, del primer faltazo que iba a tener
en dos años. Ellos tuvieron un gesto muy lindo. Como se
transmitía el premio por televisión con la conducción de
Santo Biasatti, se fueron todos al bar para ver la velada. En
el bar no tenían cable, así que tuvieron que volver a clase,
pero allí le contaron al profesor por qué yo estaba ausente
y entonces todos aplaudieron para hacer fuerza.
Aunque suene curioso, cuando empecé a escribir no me
dediqué a narrar historias de gitanos. Me encantaba la
literatura gauchesca (al fin y al cabo, los gauchos también
fueron nómadas) y me fascinaban los compadritos de
Borges.
Cuando iba a talleres literarios, mis compañeros
esperaban cuentos de gitanos, al punto que empezaron a
acercarme casettes con música zíngara o notas
periodísticas sobre el tema. Ahí empecé a darme cuenta de
lo que se decía desde afuera acerca de nosotros. Entonces
empecé a investigar yo, como una necesidad de confrontar
las versiones. Empecé a hacerlo a los veinte años, y escribí
un ensayo sobre el pueblo gitano. Me parece que no hay
en todo el mundo buenas investigaciones hechas desde
adentro, y en la Argentina directamente no existen. Hubo
logros en otras artes, pero no en la literatura. Y con justa
razón, porque es un pueblo que se negaba a la escritura.
Siempre tuve un plan de lectura propio: leo al menos diez
novelas nuevas por año, y releo cinco. Autodidacta, siempre
sentí que por no haberme escolarizado, aunque pudiera citar
de memoria a Foucault, era un ignorante.
Por eso, cuando en 1997 tuve noticias de la ley que permitía
que los mayores de 25 años que no habían hecho el colegio
secundario entraran en la Universidad rindiendo un examen de
nivel, fui derechito a la UBA, Facultad de Letras. Donde una
empleada me miró de arriba abajo y enhebró la perla que
faltaba: "Pero usted si no hizo la primaria, ¿para qué pierde el
tiempo?". Me sentí mal, porque había gente y me dio mucha
vergüenza. Al año siguiente junté coraje y me fui a la
Universidad de Lomas de Zamora. Me dijeron que presentara
una carpeta con algún trabajo que tuviera que ver con la
carrera a la que aspiraba. "¿Nada más?", pregunté. "Nada más",
me dijeron. Ahí fui de nuevo, con mis libros. Me aceptaron. Me
llamaron para dar el examen. Aprobé con creces. Al momento
de hacer la ficha de ingreso el profesor me preguntó, con
puntos suspensivos y todo: "Colegio primario cursado en..."
"Ningún lado", respondí, sincero hasta los callos.
El hombre puso cara de usted me está cargando. Le expliqué
que era gitano, que fui nómada hasta los 17 años, y el hombre
me mandó a la Secretaría Académica. Ahí dos personas, Néstor
García y Catalina González, me apoyaron mucho. Hubo que
poner abogados que sentaran precedente. Parece que soy el
único en la provincia de Bs.As., y no sé si en el país, que no he
hecho ni primario ni secundario y fui a la universidad
6
En la pared de mi living, aplastada bajo un vidrio limpísimo, late
la tapa de mi primer novela. Cuando la publiqué me acordé de lo
que me había dicho mi mamá el primer día del colegio, que yo
iba a ser el primer médico gitano. Entonces le arranqué la tapa,
la enmarqué y se la regalé, como si fuera mi diploma.
Estoy fascinado por todo lo que aprendí, pero me llamó laatención que la Universidad elija una manera de conocer,y elimine todas las demás. Al ser autodidacta no te quedaotra que ser amplio, entonces es curioso que laUniversidad sólo contemple una forma de llegar alconocimiento. El hecho de que yo haya ingresado en laFacultad sin haber hecho el colegio primario ni elsecundario te da una pauta de que no es tan necesariopasar por esa instancia. O que no es la única manera, entodo caso.
LA UNIVERSIDAD: ALUMNO EJEMPLAR
Este artículo se ha hecho con la autorización de Jorge Nedich,reestructurado de Claudio Zeiger (periodista y editor de “Página 12”)
Jorge EmilioNedich
7
Anécdota: "Tienes olor a ranas..."
Y tú a caballos, le contesté.
Pea se avergonzó y, a partir de ese día, comenzó a
empingorotarse con ropas exageradas para sus años. Un
tiempo después, salió de su carpa con flores en las trenzas. Su
andar era distinto, su aire más digno y otra luz había
embellecido sus ojos. Cuando me vio, se acercó temblorosa y
me dejó en la mano el pimpollo de una rosa, roja y húmeda: era
su primer día femenino y me había dejado a mí la posesión de su
fecundidad. Algunas noches después, pensándola, perdía la
inocencia. Entonces le pedí que llevara azahares en el pelo y
que guardara para mí un jazmín entre sus pechos. Ella contestó:
Falta menos de un año para la boda y, si te decides, tendrás todas
las fragancias que desees. Seré orquídea, pensamiento, malvón o
rosa, pero olerás el jazmín cuando me lleves de mi casa a la tuya.
Cuando yo tenía diez años, mis padres comenzaron las
tratativas con los padres de una niña, que en el futuro debería
haber sido mi mujer. Una o dos veces a la semana, escuchaba a
mamá exaltar las bondades del matrimonio y me decía: Stievo,
ella por una cuestión de honor se conservará virgen. Tú, con un
poco de esfuerzo, lo lograrás. A los quince años se casarán, a los
diecisiete serán padres y a los cuarenta abuelos tupidos. A partir de
allí la vida será realmente placentera con las tres generaciones
juntas, fuertes y jóvenes. Sabes que esas cosas le agradan al
Nazareno y con ello basta para estar en la Gloria y a la derecha del
Señor.
Yo me había enamorado de las palabras de mamá y sentí ganas
de hablar con mi prometida, aunque tenía muy claro que no
quería casarme. Cuando Pea estaba bañando los caballos en el
arroyo, intenté hacerle creer que buscaba espumones, y en un
instante de arrobo la contemplé, mal vestida pero aseada. A
juzgar por lo que dijo yo debía estar igual. Ella dejó el cepillo y
entrelazando sus dedos me dijo nerviosa: “Tienes olor a ranas”.
(Fragmento tomado de “A la más hermosa de lasprincesas”, cuento de Nedich)
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